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Scripta Nova.
 Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 69 (18), 1 de agosto de 2000

INNOVACIÓN, DESARROLLO Y MEDIO LOCAL.
DIMENSIONES SOCIALES Y ESPACIALES DE LA INNOVACIÓN

Número extraordinario dedicado al II Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

LA NOVELA COMO INSTRUMENTO DE INNOVACION O DE LOS CONTRATOS
MATRIMONIALES AL AMOR

Consol Freixa



La novela como instrumento de innovación o de los contratos matrimoniales al amor (Resumen)

Tomando como punto de partida La educación de las jóvenes (Fenelon-1687) y una serie de novelas de los siglos XVIII y XIX se muestra porqué se prohibió su lectura a mujeres y jóvenes, así como también la incidencia que estas obras de ficción tuvieron en el cambio de conducta amorosa y en la desaparición de los matrimonios concertados por los padres.

Palabras clave: Literatura/ novela/ matrimonio/ educación/ mujer



The Novel as a tool of innovation or from arranged marriage to love (Abstract)

Comparing and contrasting The education of young women (Fenelon-1687) with several novels of the eighteenth and nineteenth century, we may understand why women and young people were forbidden to read fiction as well as the influence of novels in the change of our love behaviour and in the disappearance of marriages arranged by parents.

Kew words: Literature/ novel/ marriage/ education/ woman


Nos sorprende, e incluso nos escandaliza, que en otros lugares del mundo sean los padres quienes arreglan los matrimonios de sus hijos pero no se nos ocurre pensar que, no hace tanto tiempo, esto mismo sucedía en Europa. Aunque es evidente que fueron muchos los factores que incidieron para que esto aconteciera, desearía señalar el papel que tuvo la novela en este cambio de actitud. Porque si la novela más romántica enseñó a los jóvenes a soñar y a desear otra realidad distinta a la que les era impuesta -cosa que les llevó a la desobediencia y contribuyó a erosionar la estructura patriarcal basada en la autoridad del padre y la sumisión de los elementos más débiles, los jóvenes y las mujeres-; la novela realista desprestigió el matrimonio tal como se entendía- una institución basada en los intereses económicos y no en el amor -al mostrar las miserias y mezquindades que escondía. A pesar de que en el siglo XVIII, que es donde inicio este analisis, había pocos hombres, y todavía menos mujeres, que supieran leer, había los suficientes para que padres y educadores consideraran necesario la prohibición de su lectura; y ello es prueba de su eficiencia como instrumento de cambio. Adelanto aquí unas ideas que desarrollo en lo que espero sea un libro interesante, y divertido, acerca del carácter subversivo de la novela y su consiguiente satanización a cargo de moralistas y autoridades tanto religiosas como civiles.

Fenelon y la mujer curiosa

Mi interés por el tema empezó leyendo a Fenelon, fue su ataque furifundo a las novelas y la prohibición que hacía de su lectura lo que picó mi curiosidad -quizás tenía razón este buen sacerdote al decir que las mujeres éramos curiosas por naturaleza- y me impulsó a leer unas cuantas de esas novelas olvidadas de los siglos XVII y XVIII. Pronto comprendí el porqué. Me di cuenta que aquellas historias eran muchos más que "una simple novela", eran una carga de profundidad lanzada contra los matrimonios convenidos por los padres, que a la larga, con la ayuda de otros factores, haría saltar por los aires los modelos de conducta amorosos conocidos hasta entonces, cuestionaría el matrimonio de razón e, indirectamente, abriría un debate apasionado sobre la educación de la mujer y su papel en la sociedad.

Fenelon había recogido en un librito sus reflexiones y experiencia sobre la educación de las muchachas. Lo hizo accediendo a los ruegos de los duques de Beauvilliers, que tenían ocho hijas, y estos lo consideraron tan útil e interesante que le animaron a publicarlo. En 1687 aparecía el Tratado de la educación de las jóvenes. Fue lo que hoy llamaríamos un "best- seller", se tradujo a los idiomas más conococidos y se convirtió en "el libro " de educación de las chicas y, de ahí viene su importancia, no sólo se fue reeditando a lo largo de los años sino incluso de los siglos. ¡Yo he estado leyendo una edición de 1941 ! ¿Les suena en algo la fecha?

¿Qué lo hacía tan importante? Por primera vez, o casi, había alguien que creía que era necesario educar a las mujeres porque, como decía su autor: "¿no son ellas por ventura las que arruinan o sostienen las familias?"(1) Su propósito era doble: corregir desde la más tierna infancia lo que consideraba defectos inherentes a la naturaleza femenina -a saber su apego al artificio y al disimulo, su vanidad y su deseo inmoderado de ser hermosas y agradar, su curiosidad vana y peligrosa- y convertir a esa muchacha en una buena esposa y una buena madre cristiana. El método era novedoso, podríamos decir incluso que moderno -Rousseau sería gran admirador de Fenelon- y ahí radicaba otro de los factores de su éxito. El autor hacía hincapié en la necesidad de no aburrir nunca a la niña ni con el estudio, ni con el trabajo, ni con los preceptos morales, "hagámosle el estudio agradable, escondámosle bajo la apariencia de libertad y diversión"(2); todo debía entrar poco a poco, como en un juego, en el cerebro delicado de la niña que sólo aprendería lo necesario porque " la instrucción de las mujeres, como la de los hombres, debe limitarse a lo que tenga relación con sus funciones"(3).

Sus funciones ya las conocemos, esposa y madre; pero, ¿qué era lo necesario? Primero había que enseñarle a ser buena cristiana pero sin complicarle la vida, "basta que sepa lo suficiente para que crea y para que siga su práctica correctamente, sin permitirle nunca que razone"(4). Luego aprendería las cuatro reglas porque " todos sabemos que de la exactitud de las cuentas depende el buen orden de una casa"(5) y, evidentemente, a leer y escribir, y ahí se le planteaba un problema a Fenelon. Mientras eran pequeñas todo resultaba fácil porque con darles cuentos sobre animales, que eran "ingeniosos e inocentes", ya estaba solucionado aunque, advertía, siempre evitando las fábulas paganas "por razón de las impurezas e impiedades absurdas de que están llenas"(6). Más adelante se les podía introducir a la lectura de la historia griega y romana, e incluso algo de poesía pero siempre cuidando "de no excitar demasiado las imaginaciones vivas". Sin embargo nunca, bajo ningún concepto, se les permitiría la lectura de novelas. Al contrario había que inspirarles "aversión" por ellas.

No debían leerlas las chicas poco instruidas porque "la imaginación de las jóvenes ignorantes y desaplicadas mariposea continuamente de un lado para otro. A falta de más dignos objetos, su curiosidad se dirige ávidamente hacia cosas vanas y peligrosas". Pero tampoco las más capacitadas porque: "Las muchachas inteligentes se convierten en presumidas y leen libros que pueden fomentar su vanidad; se apasionan por las novelas, por las comedias, por las relaciones de quiméricas aventuras, en las que interviene el amor profano; se apartan de la realidad, acostumbrándose al magnífico lenguaje de los héroes novelescos; y así se echan a perder". Entonces, concluía Fenelon, "imbuídas de ternezas y de las maravillas que las han seducido en sus lecturas, se asombran de no encontrar en la realidad personajes parecidos a aquellos héroes; ella quisiera vivir como esas princesas imaginarias de las novelas, siempre encantadoras y siempre adoradas, que están constantemente por encima de todas las necesidades. De mala gana desciende desde las alturas del heroísmo hasta las bajas ocupaciones de la casa"(7).

Si continuamos con el método socrático adoptado, ahora cabría preguntarse: ¿cual era esa realidad que estas jóvenes, después de leer novelas, aceptaban de mala gana? Utilizaremos otro libro de educación para averiguarlo. Esta vez se trata de la Biblioteca completa de educación ó instrucciones para las señoras jóvenes en la edad de entrar ya en la sociedad y poderse casar, también traducido del francés y publicado en España en 1779. En este libro escrito en forma de diálogo, una buena aya intenta convencer a sus educandas de que "la que se casa obedeciendo a sus padres, hace siempre el casamiento mejor y más ventajoso para ella, aún cuando se desposase con el hombre más desagradable y perverso del mundo". Pregunta de una de las jóvenes, supongo que horrorizada: "¿Es preciso renunciar a toda felicidad en esta vida?". Respuesta: "¿Os olvidais que, según hemos convenido, la verdadera felicidad consiste en la virtud?".

Para tranquilizarlas el aya les promete en nombre de Dios que "si todos los días le rogais en nombre de Jesús, que guíe a vuestros padres en la elección del esposo que os hayan de ofrecer, si le pedís que haga recaer esta elección, no sobre un hombre joven, rico, de hermoso parecer sino sobre aquel con quien podais mejor negociar vuestra salvación. Si recibís de su mano el esposo que la obediencia os destina, sea como fuere, haréis siempre un casamiento muy bueno, si no para la felicidad de esta vida, a lo menos de la otra"(8).

Pero no parece que esto gustara a las chicas que en las novelas estaban aprendiendo a soñar en apuestos enamorados, que deseaban ser amadas, que querían ser felices en este mundo, y no en el otro, y que empezaban a ver a sus padres como los causantes de sus desgracias. Y éste va a ser el gran tema, repetido hasta el infinito, de la mayoría de novelas de la época. Siempre hay padres malos y ambiciosos, o incluso puede que sean buenos, que se convierten en tiranos al casar a sus hijos con el mejor postor -los padres de los chicos iban en busca de suculentas dotes y los de las chicas de buenos partidos-. Los hijos siempre aman a otro y se convierten autómaticamente en víctimas porque, al desobedecer, se enemistan con sus padres y ahí empiezan sus problemas. Conviene señalar, sin embargo, que su desobediencia no se debe a que sean malos hijos, sino a que son incapaces de vencer ese amor, esa pasión que los consume, -en esto son muy claras todas las novelas- y los hace cometer barbaridades conduciéndoles finalmente a la muerte, sobre todo a ellas. Dos ejemplos: La historia del caballero Grieux y de Manon Lescaut del abate Prevost publicada en 1731 y Pablo y Virginia de Bernardin de Saint-Pierre en 1787.

Manon es mala y muere

Prevost tuvo una vida tan apasionada y pecaminosa como la del caballero de su novela: entró de novicio en los jesuitas pero se escapó y marchó a Holanda; después de una decepción amorosa, volvió a Francia, entró en los benedictinos y se ordenó sacerdote. Pero tenía un secreto: escribía novelas a escondidas y amaba a una mujer; abandonó otra vez el convento, huyó a Londres y allí acabó en la cárcel por presentar una letra de cambio falsa. Ya se ve que su novela no podía ser muy ejemplar aunque él afirmara que había pretendido mostrar los peligros de la pasión amorosa, cosa que sin duda conocía muy bien.

Su héroe, de Grieux, es un muchacho muy joven, 17 años, de buena familia que está a punto de convertirse en caballero de Malta cuando conoce a una bella muchacha, más joven que él, que han destinado al convento. Se enamoran perdidamente y, con su consentimiento, la rapta, "librándola de la tiranía de sus padres". De Grieux lo olvida todo, vocación, obediencia y padres por su "maîtresse". Ella le es fiel mientras hay dinero y, cuando no lo hay, busca un protector y lo traiciona contando a su familia dónde se encuentra. Prisonero en la casa de su padre, que no quiere dejarlo salir hasta que entre en razón, el caballero enloquece de dolor, no obstante con el tiempo se resigna, decide ordenarse sacerdote y vuelve a París; allí la encontrará de nuevo. Él no ha olvidado a su Manon y ella ha comprendido que nadie es como su caballero, vuelven pues a reunirse. Y como de Grieux no quiere que nada les separe, cuando se acaba el dinero -que vuelve a terminarse- sablea a su amigo del alma, aprende a jugar y a hacer trampas y, cuando ambos acaban en la carcel, no duda en matar para salir y en seguir cometiendo delitos para liberar a su amada. De Grieux no comprende qué le está sucediendo y horrorizado se pregunta: "El amor es una pasión inocente; ¿de qué modo se ha convertido para mí en fuente de miserias y desastres ? ¿Quién me impedía una vida tranquila y virtuosa con Manon"(9).

El pozo en el que ha caído es muy hondo y en una discusión con su fiel amigo llega incluso a renegar del cielo y a decir que prefiere los castigos del infierno que abandonar las dulzuras de ese amor que ahora goza. Prevost había advertido: "Voy a mostrar a un joven encegado que reniega de la felicidad para precipitarse voluntariamente en los peores infortunios".

Pero nadie recuerda su historia como "un ejemplo terrible de la fuerza de las pasiones"(10), sólo que la felicidad del caballero es completa cuando está con Manon, que las "mil caricias" de que habla son dulces, y que, al fin y al cabo, lo que pide es poco: estar con su amada y hacerla feliz. Los lectores se preguntan si no hubiera sido más fácil que su padre le hubiera permitido casarse con ella y los perdonan porque, como dijo Montesquieu, "el héroe es un bribón y la heroína una putilla, pero todas las malas acciones del caballero de Grieux tienen como motivo el amor, que siempre es una causa noble, aunque la conducta sea mala"(11).

Primera lección: el amor es dulce y maravilloso y son los padres y la sociedad, ambiciosa y pervertida, los que han causado la desdicha de los amantes por mucho que Prevost, que no olvidemos, debía sortear la censura -cosa que no consiguió- dijera que era una pasión peligrosa que conducía a la desesperación y a la muerte. Lo mismo demostraría Bernardin de Saint-Pierre en Pablo y Virginia pero sus argumentos son más claros que los de Prevost y la injusticia que se hace a los amantes más flagrante porque la bondad de los héroes -Pablo es un buen muchacho y Virginia irreprochable, buena, casta, modesta, obediente, pobre y feliz de serlo- no los hace merecedores de tantas desdichas.

Y Virginia es buena pero también muere

Saint-Pierre era un ingeniero sin título que trabajó en Rusia, Finlandia, Polonia, Prusia y, después de tan dilatada experiencia, entró en el cuerpo de ingenieros del rey y marchó a a la isla de Francia en Africa. Al volver, enfermo y decepcionado, decidió sentar cabeza y se dispuso a contar sus viajes y su filosofía en varios volúmenes que tituló Estudios de la Naturaleza. Pablo y Virginia era un breve relato que había incluído en uno de ellos, el IV, con la idea de "unir la belleza de la naturaleza de los trópicos a la belleza de una pequeña sociedad". Era un gran admirador de Rousseau y quería mostrar que "nuestra felicidad consiste en vivir según la naturaleza y la virtud"(12) pero, como veremos en su historia, la sociedad corrompida se encargará de que esto no pueda suceder.

Esta novelita tan sencilla tuvo un gran éxito. Pronto los niños empezaron a llamarse Pablo y las niñas Virginia, y Saint-Pierre consiguió el dinero que siempre había anhelado, hizo un buen matrimonio y, con la fama adquirida, supo navegar con pericia tanto en la monarquía como en la Francia revolucionaria y luego con Napoleón.

Esta es la historia: dos mujeres se encuentran en una isla del trópico, la madre de Pablo ha huído de Francia con su hijo ilegítimo y la madre de Virginia ha perdido a su marido mientras viajaban a las colonias. Las dos, muy pobres, deciden ayudarse y con sus sirvientes trabajar la tierra, hilar y educar a sus hijos. Los niños creceran en medio de la naturaleza, no habrá artificio ni en la comida, ni en el vestido, ni tampoco tendrán una educación como se entiende en Europa, y así viven libres y felices. Un buen día, sin embargo, un día muy caluroso, mientras Virginia se bañaba como tantas otras veces había hecho, piensa en Pablo, su amigo de siempre, medita sobre la noche y la soledad y "un fuego devorador se adueña de ella". Las mujeres, atentas siempre, se dan cuenta de lo que está empezando a ocurrir y la madre de Pablo sugiere casarlos puesto que, cuando la naturaleza "hable" al muchacho, será imposible evitar lo inevitable. No comparte su opinión la madre de Virginia, que decide enviarla a Francia con una tía rica porque así, piensa, Pablo se hará mayor y su situación económica, ahora precaria, mejorará.

No será así, al contrario, porque, como Saint-Pierre muestra, en el momento en que la sociedad interviene es cuando las desgracias empiezan. Una gran tempestad destruye las cosechas y el jardín que Pablo plantó para Virginia; esto será el preámbulo del desastre. Así reza la cubierta de un papel de fumar "superfino" de finales del XIX que pude ver en el Museo Marés de Barcelona -y ello nos da una idea de la inmensa popularidad de la obra:
 
 

" Al llegar la infeliz hora
de aquella separación
se le parte el corazón
a Pablo, y Virginia llora
ella que fina, le adora
promete vivir para él
y si el hado cruel
a Europa la lleva un día
Bolverá (sic) con alegría
siempre suya y siempre fiel "(13).

El hado cruel, es decir su madre, la obliga a ir a Francia, allí sufre los rigores de un internado y de la enseñanza. Para colmo de males, su tía, muy ambiciosa, la quiere casar con un buen partido y cuando ella se niega la acusa de haberse "estropeado la cabeza leyendo novelas"(14). Mientras Pablo, muerto de celos, aprende a leer y a escribir para poder entender las pocas cartas que Virginia consigue enviar. La muchacha logra escaparse y embarcar pero su llegada a la isla coincide con un huracán y la ineficacia del gobernador -Saint- Pierre no pierde ninguna oportunidad de crítica- impide el salvamento. Pablo se lanza al mar embravecido pero no puede hacer nada, tampoco puede salvarla un marinero que con mucho tacto, si tenemos en cuenta las circunstancias, le pide que se desnude para que el peso de su ropa no los arrastre a los dos al fondo del océano. Virginia, pudorosa, se niega y muere ahogada. También morirá Pablo que, loco de dolor, sueña que ella lo llama. El jardín destruído, la casa en ruinas, sus habitantes muertos todo a causa del poder corruptor de la sociedad y de su ambición desmedida.

Segunda lección y esta vez escrita en forma de diálogo para que todo el mundo la entienda.

"Pablo: ¿Opinais que la mujer europea es falsa?
Anciano: La mujer es falsa dondequiera que el hombre la tiraniza. La violencia engendra la astucia.
Pablo: ¿Cómo puede tiranizarse a una mujer?
Anciano: Casando, sin consultar siquiera, a una joven con un viejo, a una, toda sensibilidad, con un hombre indiferente.
Pablo: ¿Por qué no enlazar a los de igual condición, jóvenes con jóvenes, amantes con amantes?
Anciano: Porque en Francia los jóvenes no tienen fortuna suficiente para contraer matrimonio, y cuando llegan a adquirirla ya son viejos. Jóvenes, ponen asechanzas a la mujer del prójimo; ancianos, no logran captar el cariño de sus esposas. Engañaron en su edad juvenil y son, a su vez, engañados en la senectud: reacción evidente de la justicia universal que gobierna el mundo donde un exceso es siempre causa de otro"(15).

Todas las historias verdaderas son instructivas

Podríamos decir que una de las primeras ideas que la novela popularizó fue que la pasión amorosa era una fuerza que nadie ni nada podía resistir, que hacía cometer acciones criticables pero, y ésto era lo nuevo, hasta cierto punto comprensibles. La otra, no menos importante, que amor y matrimonio debían ir unidos porque las personas que se aman desean estar juntos. Sin embargo no era ésta la idea que en la época se tenía del matrimonio; en aquel momento se entendía como un contrato por el que una mujer pasaba de una familia a otra llevando la dote que se había estipulado, mientras que el marido se comprometía a mantener a su esposa y a los futuros hijos, y dejaba establecida la cantidad que en caso de muerte recibiría su viuda.

El matrimonio no era más que un trámite legal, un asunto económico que gestionaban padres y representantes legales y no tenía nada que ver con conceptos tan románticos como amor y felicidad. Las mujeres con dote hallaban marido con facilidad pero el "buen partido" al que podían aspirar dependía de la cuantía que aportaran; mientras que los chicos, también obligados a hacer matrimonios "de razón", buscaban chicas con dinero e influencias pero a su vez sólo lo conseguían si poseían la riqueza suficiente. Como decía Saint-Pierre, y como a él le sucedió, a menudo los hombres mayores eran los únicos que podían casarse y sobre todo permitirse el lujo de hacerlo con una chica bella y pobre que, normalmente, se casaba para solucionar su vida y la de su familia. Todo esto no llevaba a nada bueno puesto que el matrimonio se basaba en el interés y no en la estima y el respeto. Los hombres tenían la vida un poco más fácil porque no estaba mal visto que tuvieran una "pasión", una aventura, pero las mujeres debían comportarse y aceptar estoicamente el marido que les había tocado en suerte. Y esta era la razón por la que había que educarlas desde pequeñas a obedecer y a respetar a sus superiores sin discutir -"La divisa de las mujeres es trabajar, obedecer, callar" se lamentaba uno de los Cuadernos de quejas y reclamaciones " presentados a Luis XVI en 1789 (16)- y por ello también había que impedirles los sueños y prohibirles las novelas porque les ayudaban a maquinar quimeras.

Los moralistas decían que los jóvenes deseaban ser felices como lo eran los héroes de sus novelas y hasta cierto punto tenían razón porque la novela valoraba el amor y la felicidad, defendía la desobediencia en aras de la integridad personal y, en consecuencia, desprestigiaba a los padres y erosionaba la estructura patriarcal; al tiempo que señalaba como mercenaria cualquier relación que no estuviera basada en la estima, denunciando la dote y calificando de venta -los más radicales incluso hablaban de prostitución- el matrimonio basado exclusivamente en consideraciones económicas. Pero había más, las novelas ponían de relieve la importancia del individuo y de sus deseos y sentimientos e insistían en el derecho a la libertad frente a una sociedad que tenía decidido de antemano el papel que todo hombre o mujer debía cumplir.

Lo que no vieron los novelistas es que, sin darse cuenta, habían desbrozado un camino que, de momento, no llevaba a ninguna parte porque: ¿cómo podía existir un matrimonio desinteresado si era la única carrera permitida a las mujeres? ¿Cómo iba a elegir bien una mujer si recibía una educación tan limitada y, todo hay que decirlo, la única experiencia de la vida que poseía muchas veces era la que había leído en las novelas? ¿Cómo no iba a dejarse tentar un muchacho si además de una mujer conseguía una substanciosa dote? ¿Cómo no iban a impedir los padres que un cazadotes desaprensivo enamorara y engañara a su romántica hija? Se habían metido en un callejón sin salida. Pero el problema era que ahora nadie estaba contento: la autoridad paterna había entrado en crisis, los hijos estaban dispuestos a desobedecer e incluso a morir de amor y la culpa de todo, seguían insistiendo padres y educadores, la tenían esas novelas que habían plantado en los corazones las semillas del descontento.

No era esta la opinión de los novelistas. Ellos dirían que precisamente en las novelas podía hallarse la experiencia de la vida y que era una manera de comprender los peligros sin necesidad de vivirlos en la propia piel. Prevost dijo que su historia además del placer de la lectura "puede servir a la instrucción de las costumbres". Incluso Choderlos de Laclos -que también escribió un tratado de educación para las jóvenes y que dió este subtítulo a Las amistades peligrosas, "Cartas recogidas en una sociedad y publicadas para la instrucción de algunas otras"- comentó en el prólogo: " Creo que descubrir los medios que emplean los que tienen malas costumbres para corromper a los que las tienen buenas es hacer un servicio a la moral; y pienso que estas cartas podrán contribuir eficazmente a este objeto"(17). Y Anne Brontë, la severa hija de un clérigo inglés, señaló que su propósito al escribir novelas no era gratificar su gusto ni el del lector, sino "contar la verdad porque la verdad siempre contiene su propia moral si se está dispuesto a recibirla"(18).

En esta especie de gran debate en torno a la novela, se estaban dilucidando, de hecho, cosas más profundas: si la sociedad estaba dispuesta a que se cuestionara su estructura familiar y si iba a permitir que el elemento más débil pero sin duda el más importante, empezara a pensar, o sencillamente a soñar, que el mundo, y ella misma, podían ser diferentes. Querían preservar a toda costa la inocencia, léase ignorancia, de las muchachas que las novelas presumiblemente destruirían pero no estaban dispuestos a educarlas de manera que tuvieran más criterio para defenderse de ellas y mayores conocimientos para entrar en el mundo con buen pie. La ignorancia y la obediencia estaban en la base de su educación y así la famosa Enciclopedia Francesa en su artículo dedicado a la mujer reconocía que "a menudo, se las lleva al altar para jurar deberes que no conocen en absoluto y unirse a un hombre que nunca vieron"(19).

La novelista Anne Brontë se lamentaba: "Oh lector, si hubiera menos de esa delicada ocultación de los hechos, de ese susurro de paz, paz, donde no hay paz, habría menos pecado y miseria entre los jóvenes de ambos sexos a quienes se deja que aprendan un amargo conocimiento de la experiencia". Y, como Choderlos de Laclos, decía "si he advertido a un joven alocado para que no siga sus pasos -se refiere al caballero disoluto que causa su propia muerte- o evitado que una chica incauta cometa el mismo error que mi heroína -casarse con él-, no habré escrito este libro en vano"(20).

Las novelas colaboraron con gran eficacia a erosionar la sociedad patriarcal del Antiguo Régimen. Lo hacían cuando mostraban la realidad, como Laclos que sacó a la luz el cinismo de los poderosos y los peligros que podía correr una muchacha ignorante educada en un convento, o como Brontë denunciando la indefensión legal de una mujer unida de por vida a un crápula. Y también cuando tomaban el camino más romántico y hacían que los lectores se emocionaran con los amores desgraciados de Pablo y Virginia o con la locura de Lucia de Lammermoor, la vieja leyenda de Walter Scott, en la que una bella joven enfrentada a dos fidelidades, su familia y la palabra dada al hombre que ama, enloquece y mata al esposo con el que, a la fuerza, han casado(21).

Pero es evidente que las novelas no fueron las únicas que realizaron este trabajo de demolición. Estaban también los ilustrados y los pensadores más radicales discutiendo acerca de la educación de la mujer y del pueblo, de las leyes y los derechos de los individuos, de la soberanía y de todo lo divino y lo humano, y nunca tan bien dicho. Fueron los cambios económicos y sociales, sin embargo, los que dieron el golpe de muerte al Antiguo Régimen. En 1789 estalló la Revolución Francesa, decapitaron a Luis XVI, abolieron la religión, quitaron el poder a los nobles y trataron de establecer el reino de los justos en la tierra. No vamos a explicar lo que esta revolución y la posterior marea napoleónica significó para Europa y America, pero sí es importante recordar que la vuelta al orden significó la imposición de todo lo que se había criticado y anulado: los reyes volvieron a sus tronos y los nobles a sus tierras; los parlamentos, y los parlamentarios, desaparecieron y las constituciones fueron abolidas; aparentemente todo iba a ser como antes. Vano intento, los problemas y las luchas aparecieron de nuevo más radicales y encarnizados.

El tema de la novela y de su mala influencia siguió también pero agravado porque, con el crecimiento de las clases medias, cada vez había más hombres y mujeres que sabían leer, y las novelas, pero sobre todo los periódicos y los folletines que incluían, eran cada vez más baratos, más numerosos y en consecuencia más accesibles. También porque los novelistas, impresionados por los logros de la ciencia, decidieron que iban a observar la realidad "científicamente".

La muerte del mensajero

Si las novelas del siglo XVII y XVIII hablaron del amor, la infelicidad de los enamorados y la maldad de los padres, las del XIX tratarán del desamor, de los matrimonios infelices y de las esposas adúlteras. La novela descubre que la mujer no desea el bello papel que le han impuesto, o que le resulta imposible ejercerlo, de modo que, de nuevo pero desde otro punto de vista, se critica el matrimonio y la manera como está entendido. En realidad las novelas venían a decir lo mismo que los higienistas, esos nuevos apostoles de la ciencia. Pero una cosa es que Debay -autor de obras como Higiene, fisiología y filosofía del matrimonio. Estudios sobre el cariño, la dicha, la fidelidad y las antipatías conyugales- dijera: "si se comparan los transportes fogosos del amante, con las frialdades del esposo, la sequedad y a veces las maneras bruscas del marido con la tierna amabilidad del amante, se convencerá cualquiera que estos son otros incitativos que impelen a la mujer al adulterio"(22). Y otra que Flaubert describa los entusiasmos y deleites de Madame Bovary en brazos de su amante.

No hay color. Y aunque analizaban el mismo problema fue a Flaubert a quien quisieron meter en la cárcel porque, como le acusó el fiscal, había atentado contra la moral y la religión. O dicho de otra manera porque observó científicamente -se basó en un caso real- y utilizó su arte para mostrar a una mujer, Emma, que se casa con un mediocre médico de provincias para salir de la granja de su padre. Y luego, sin nada que hacer, aburriéndose mortalmente, sin amar verdaderamente a su marido y, según el autor, recordando las novelas que ha leído de jovencita, entre ellas Pablo y Virginia -con lo cual abonaba la vieja teoría que afirmaba que las novelas incitaban el lado obscuro que todos tenemos, dando de paso argumentos a sus detractores- desea sentir los estremecimientos del amor y "cae".

Lo que molestó a muchos honrados ciudadanos, y al Ministerio Público que llevó a Flaubert a los tribunales, es que había muchas Madame Bovary en potencia. Incluso podía ser la propia esposa porque había muchas mujeres de clase media que se habían casado sin amor y que llenaban sus ratos de ocio leyendo novelas. Como siempre la reacción fue prohibir la novela y perseguir al novelista, ya lo habían hecho con Prevost y Laclos, nunca analizar qué sucedía y por qué. No desean reconocer que el mundo ha cambiado mucho, que no es lógico que el papel de la mujer y la manera cómo hombres y mujeres acceden al matrimonio sea el mismo de siempre. Sólo temen que el libro caiga en manos de muchachas y mujeres casadas porque, como dijo el fiscal, al describir con arte " la mediocridad doméstica " y mostrar a una Emma más bella después de los goces ilegítimos -" tenía esa belleza indefinible que resulta de la felicidad, del entusiasmo, del éxito"- la novela hacía "poesía del adulterio"(23).

Siguen sin admitir que hombres y mujeres van al matrimonio -ese " comercio de superchería" en palabras de Debay- sin amor y que, en la mayoría de los casos, es un asunto meramente económico. "Es necesario evitar dos escollos", decía este autor, "el primero es la pasión del amor, que ciega a los jóvenes privándoles de toda reflexión respecto a las cualidades requeridas para la felicidad conyugal; el segundo, más funesto todavía, es la pasión del dinero, la avaricia, la ambición, en una palabra; los individuos que por ella son devorados no ven en el matrimonio sino la presa de un rico dote"(24). Y si ellos iban en busca de dinero, las mujeres, sin oficio ni beneficio, se casaban con hombres que no amaban, la mayoría de las veces mucho mayores que ellas, forzadas por sus padres o por su propia iniciativa como único medio de ascender en la escala social o, sencillamente, vivir. El desequilibrio emocional que ello provoca, esa frustración hará que en cada casa haya una mujer insatisfecha y aburrida, una bomba en potencia dispuesta a estallar en el momento menos pensado. "Una joven casada con un viejo se rodea de amantes y busca en brazos de ellos lo que no le puede dar su marido" (25) advertía Debay. Y sobre ello tratarán Madame Bovary, Ana Karenina y La Regenta, las tres adulteras más famosas del siglo(26).

Las tres de clase media, las tres casadas para solucionar su vida: Emma Bovary se casa para ir a la ciudad; Anna Karenina acepta a un hombre veinte años mayor con un brillante porvenir y la Regenta, una pobre huerfana recogida por unas tías que desean sacársela de encima, porque no le queda más remedio que obedecer. Tarde o temprano sucede lo que Debay pronostica en su manual: "La joven inexperta y sin voluntad, vendida a un viejo lujurioso, maldecirá muy luego la cadena que la hace esclava. Llorará, se desesperará pero en vano; el matrimonio se hizo para toda la vida. Más tarde, si para olvidar las nauseabundas caricias, se dirige a un seno joven para respirar algunos perfumes de amor, se la llama infame"(27).

Las novelas no han sido las únicas en denunciar la ambición de padres e hijos ni la mezquindad de los matrimonios mercenarios; tampoco han conseguido por sí solas el cambio de conducta que hoy conocemos. Pero no hay duda que su prohibición es el indicador que nos permite medir el grado de libertad que gozan los individuos de un país. Cuando, y donde, la sociedad ha dejado de obligar a la mujer a estar en "su" sitio y le ha permitido el acceso a la educación y al trabajo, y, como consecuencia, no se ha visto forzada a emprender la "pesca" o la "caza" de alguien que la mantuviera, se ha dejado de "matar al mensajero".

Ahora ya no constituyen un peligro y, a pesar de que sigue teniendo detractores, han entrado en el digno y elevado mundo de la literatura. Los padres ya no conciertan bodas y nadie se acuerda de las dotes; el amor y el respeto pueden ser la base del matrimonio como tanto predicaron las novelas. Y es en este sentido que son instrumento de innovación.
 

Notas

1. FENELON, Francisco de Salignac de la Mothe. La educación de las jóvenes. Barcelona, 1941. p. 32

2. Op. cit. nota 1. p. 66

3. Op. cit. nota 1. p. 66

4. Op. cit. nota 1. p. 178

5. Op. cit. nota 1. p. 136

6. Op. cit. nota 1. p. 98

7. Op. cit. nota 1. p. 40

8. BEAUMONT, Madama Le Prince de. Biblioteca completa de educación o instrucciones para las señoras jóvenes en la edad de entrar ye en la sociedad y poderse casar. 1779 p. 75, vol. II.

9. PREVOST D'EXILES. Histoire du Chevalier Des Grieux et de Manon Lescaut. Brujas: ed. Gallimard, 1988. p.1287.

10. Op. cit. nota 9. p.1223.

11. Op. cit. nota 9. p.1206.

12. SAINT-PIERRE, Bernardin de. Pablo y Virginia. Barcelona, 1902. Prólogo.

13. Museo Frederic Marès. Barcelona.

14. Op. cit. nota 12. p.176

15. Op. cit. nota 12. p.167

16. Cuadernos de quejas y otros textos. 1789-1793 La voz de las mujeres en la Revolución francesa. Barcelona: La Sal, Edicions de les Dones, 1989. p. 11.

17. LACLOS, Choderlos de Laclos. Las amistades peligrosas. Barcelona: ed. Bruguera, 1984. p. 29. En cuanto al manual de educación se trata de Des femmes et leur éducation. Discours sur la question proposée par l'Académie de Châlons-sur-Marne, 1783

18. BRONTE, Anne. The Tenant of Wildfell Hall. London: ed. Penguin, 1994. p. 14.

19. CONDORCET, DE GOUGES, DE LAMBERT. La ilustración olvidada. Madrid: ed. Anthropos, 1993. p. 47

20. Op. cit. nota 18. p.14.

21. Se trata de The bride of Lammermoor de Walter Scott (1819). Poco después, en 1835, Gaetano Donizetti se basó en esta obra para su ópera Lucia di Lammermoor.

22. DEBAY, A. Higiene, fisiología y filosofía del matrimonio. Historia del hombre y de la mujer casados en sus relaciones físicas y morales. Estudios sobre el cariño, la dicha, la fidelidad y las antipatías conyugales. Barcelona, 1874. p.337.

23. FLAUBERT, Gustave. Madame Bovary. París: Bibliotheque Charpentier, 1924. p. 400.

24. Op. cit.  en nota 21. p. 275.

25. Op. cit. en nota 21. p. 293.

26. Se trata de Madame Bovary ( Gustave Flauvert, 1857), Ana Karenina ( León Tolstói, 1877) y La Regenta ( Clarín, seudónimo de Leopoldo Alas, 1884 )

27. Op. cit.  en nota. 21. p. 352.
 

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