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Scripta Nova.
 Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 69 (28), 1 de agosto de 2000

INNOVACIÓN, DESARROLLO Y MEDIO LOCAL.
DIMENSIONES SOCIALES Y ESPACIALES DE LA INNOVACIÓN

Número extraordinario dedicado al II Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

DE LA INNOVACIÓN POLÍTICA A LA INNOVACIÓN SOCIAL: EL CLUB DE LA UNIÓN DE SANTIAGO DE CHILE

María José Larrain Berguño

Pontificia Universidad Católica de Chile
Universidad Autónoma de Barcelona



De la innovación política a la innovación social: el Club de la Unión de Santiago de Chile (Resumen)

Los clubes surgieron en el siglo XVIII en Inglaterra. La voz club hace referencia a un círculo que, integrado por personas con intereses comunes, se reúnen con un objetivo determinado y se organizan formalmente. De Inglaterra tomaron los franceses esta modalidad para intervenir en la agitada realidad política generada por la caída de la Monarquía de Luis Felipe y el nacimiento de la Segunda República, la de 1848.

Estructurar un club político fue una forma de organización política novedosa a mediados del XIX, innovación que atravesó el Atlántico y se estableció con fuerza en la realidad política chilena durante la misma época.

Nuestro tema de análisis, el Club de la Unión, presentó estas características desde su fundación, constituyendo una modalidad de la que hizo uso la aristocracia castellano-vasca para modificar el orden político existente. No fue el primer club político fundado en la capital, pero sí fue el único que tuvo entre sus miembros a hombres de tendencias opuestas, que se mantuvo tras cumplir sus objetivos y que pasó de la motivación política a la social. Debemos agregar, además, que desde que sus puertas fueron abiertas, en 1864, lo siguen estando hasta el día de hoy.

Como agente de innovación en la vida política y social de mediados del XIX en Chile, el Club de la Unión tuvo un papel importante. Ello es lo que trataremos de develar a través de este análisis.

Palabras clave: Club Unión/ Sociabilidad/ Política/ Chile


From political innovation to social innovation: the Union Club of Santiago (Abstract)

The clubs appeared in England in 18th century. The term "club" refers to a integrated group of people with common interests who meet formally and share a determined objective. The French adopted this model from England to intervene in the politics after the fall of the Luis Felipe Monarchy and foundation of the Second Republic of 1848.

In the mid-19th century, forming a club was a new method of political organisation; an innovation that crossed the Atlantic and established itself firmly in the political system of Chile during the same period.

The theme of our analysis, the Union Club of Santiago, featured these characteristics since its founding, constituting a model that the Spanish-Basque Aristocracy used to modify the existing political order in Chile. It was not the first political club established in the capital but certainly it was the only one having members with opposing viewpoints; a tendency which was maintained as the political objectives were successfully achieved and then later as the organisation became more of a social club. It should be added that the doors of the club were first opened in 1864 and they still remain open today.

As an agent of innovation, the Union Club of Santiago played an important role in the political and social life of the mid-19th in Chile. This role is what we try to unveil in this analysis.

Key words: Club/ Social organization/ Political organization/ Chile


Nuestro tema de análisis está relacionado con el asociacionismo, la reunión de un grupo de personas motivadas por algún interés particular. La formación de sociedades ha recibido la atención de la sociología y desde ella se plantea que, al formarse una asociación, las motivaciones de los que participan en ella se ven influidas por una variedad de circunstancias (de las que hay, en muchos casos, una conciencia parcial), se refuerzan los procesos de control social entre sus miembros y, si la asociación es voluntaria (como nuestro caso) la libertad de asociación se plantea como una condición ineludible.

Dada su naturaleza, el asociacionismo genera innovación y desde él se proyecta al resto de la sociedad de maneras diversas, dependiendo en gran medida del tipo de sociabilidad que se haya estructurado. En el presente análisis, la asociación tomó la forma de un club político que luego derivó en uno de carácter social, aunque nunca perdió completamente su primer carácter.

Los clubes políticos son organizaciones cuyos miembros se reúnen motivados fundamentalmente por incentivos no materiales, con el fin de influir en algún ámbito de los asuntos públicos y "los incentivos que determinan la asociación consisten en recompensas no materiales que se reciben por el simple hecho de sentirse miembros del club y por las relaciones con otros miembros que tal hecho conlleva"(1) De la misma manera, cuando la sociabilidad, la camaradería y el prestigio que otorga el ser miembro de la asociación son motivaciones profundas entre quienes la conforman, es suficiente para definirla como un club. Los clubes políticos tienen entre sus funciones el ser asociaciones de carácter simbólico, de recursos, de liderazgo y electoral, combinándose estas cuatro de manera diferente, de acuerdo a los objetivos de la asociación.

Una referencia en el tiempo: la política chilena en la primera mitad del siglo XIX

Al igual que la mayoría de los Estados latinoamericanos, el chileno comenzó a fraguar su identidad en el siglo XIX, tras la independencia del dominio español.(2)

Inmediatamente lograda su autonomía (1818), el Gobierno del país estuvo bajo el control político de O'Higgins. Después de su dimisión, y por siete años (1823 a 1830), Chile intentó diferentes alternativas que lo llevaron a una organización política liberal (siguiendo los postulados de la Constitución de Cádiz de 1812), a un sistema federal y a un Estado basado en una normativa moralizante, entre otros. Tras el triunfo de los conservadores ( llamados "pelucones") luego de un enfrentamiento armado, comenzaron en Chile 30 años de dominio conservador, sucediéndose en la Primera Magistratura de la joven República José Joaquín Prieto, Manuel Bulnes y Manuel Montt, gobernando cada uno de ellos por dos períodos consecutivos, dando origen a los denominados "decenios".

Si bien su figura ha despertado polémicas y visiones contrapuestas, la historiografía chilena identifica a Diego Portales como el organizador de la República chilena, ya que ejerció una enorme influencia desde los diferentes cargos ministeriales en los que fue designado por los presidentes Pinto y Prieto. Pero sin duda su aporte más significativo fue el estar tras la redacción de la sólida Constitución de 1833, de carácter autoritario y presidencialista, que rigió los destinos del país hasta 1925. El sistema portaliano estableció un régimen en el que la división de poderes era prácticamente un eufemismo, puesto que el Presidente podía intervenir en las decisiones del Parlamento y en las del Poder Judicial, además de tener amplias libertades para declarar estados de excepción y aumentar sus facultades si lo consideraba pertinente. En esta óptica, los partidos políticos eran considerados un estorbo al imperio del orden, la figura del jefe de Estado debía estar sobre ellos. Orden político y control ante todo, la libertad y sus ideas afines quedaban fuera del ordenamiento portaliano si se consideraba que subvertían la estabilidad.

Durante los dos primeros decenios el ideal portaliano se hizo eco en las administraciones de Prieto y Bulnes. Cuando en 1851 le correspondió a Manuel Montt asumir la presidencia de Chile, la calma política había desaparecido. ¿Qué había cambiado? Entre otras cosas, la fuerza con que los "pipiolos" (los liberales de la época) exigían reformas que terminaran con el sistema autoritario y una mayor participación en la escena política de la que, evidentemente, estaban prácticamente marginados. Ellos cerraron filas contra Manuel Montt desde un principio, cuando era Ministro de Bulnes. Para la juventud liberal, la participación de Montt en la vida pública representaba "la reversión a la política represiva y despótica de Portales"(3) y, a través de sus medios de divulgación, criticaron abiertamente al funcionario de gobierno. Es así como El Amigo del Pueblo, periódico fundado por la Sociedad de la Igualdad, en su primera edición planteó que su objetivo era impedir que se concretara la candidatura presidencial de Montt, ya lanzada desde el Gobierno(4).

Tan poderosa era la máquina electoral montada desde la presidencia que, siendo Manuel Montt el candidato apoyado por el saliente Bulnes, no tuvo problemas para alcanzar la primera magistratura en 1851. La oposición de los pipiolos se hizo más que patente en el estallido de una malograda revolución que intentó impedirlo.

Manuel Montt era un personaje instruido, parco, laborioso y empapado del ideario portaliano. Su administración estuvo marcada por una creciente oposición, sumándose a la de los liberales, durante el segundo período de su mandato (1856-1861), la de los conservadores que lo habían apoyado en 1851. El giro de los conservadores se manifestó a través de un acontecimiento que puso en entredicho el derecho a Patronato ejercido por el Estado sobre la Iglesia, herencia del pasado colonial. En una pugna sin precedentes, se enfrentaron dos colosos a la hora de defender sus prerrogativas: el presidente Montt y el arzobispo de Santiago, Monseñor Rafael Valentín Valdivieso. La llamada Cuestión del Sacristán dividió a los pelucones entre quienes le daban la razón al Presidente y entre quienes se la daban al Arzobispo. Esta segunda fracción, integrada por conservadores ultramontanos, pasó a las filas de la oposición, que se volvió encarnizada desde 1856. Sumado a lo anterior, un proyecto de amnistía presentado en el Congreso en 1857 desató las iras de la oposición ya que, al no conseguir imponerse en las Cámaras la facción oficialista, el Presidente hizo uso de la facultad de veto que le daba la Constitución, zanjando así la situación.

El descontento generalizado dio como resultado el nacimiento en el año 1858 de la llamada Fusión Liberal-Conservadora, en la que los ultramontanos y los laicistas se unieron contra el enemigo común. Esta alianza, destinada al fracaso de acuerdo al sentido común, se consolidó, sin embargo, en una inquebrantable oposición a Montt. Por sobre todo, fue una poderosa máquina política organizada para las elecciones parlamentarias que se avecinaban y en las cuales la oposición necesitaba obtener una clara mayoría para hacer realidad las reformas que anhelaban y para impedir que Montt sentase en el sillón presidencial a un sucesor designado por él. A la hora de las elecciones, la incontrastable influencia electoral del poder Ejecutivo consiguió una mayoría indiscutible. Esta situación terminó por convencer a los opositores de Montt que la única alternativa para evitar una intervención similar en las elecciones presidenciales era un levantamiento armado ya que nada se conseguiría a través de las urnas. La revolución estalló en el norte del país, se extendió velozmente y, con idéntica prontitud, fue sofocada. En todo caso, no fue inútil: Antonio Varas, el favorito de Montt para sucederlo en la presidencia, renunció a su candidatura.

Se levantó, entonces, la de José Joaquín Pérez, un hombre de consenso que contó, por razones de conveniencia particular, con el apoyo de todas las facciones políticas. Pérez fue elegido presidente en 1861 y formó ministerios en los que persiguió el equilibrio de las fuerzas políticas; sin embargo, su administración estuvo lejos de ser fácil y consensual puesto que durante los primeros años de su gobierno aún predominaba en el Congreso una mayoría nacionalista, es decir, monttvarista. La Fusión Liberal-Conservadora, desde su organización y los puestos ministeriales con los que contaba, se propuso terminar con toda influencia nacional en el Gobierno; para ello era imprescindible obtener una mayoría en las elecciones parlamentarias que se verificarían en 1864. Para alcanzar este objetivo la maquinaria montada desde la oficina del Ministerio de Hacienda, a cargo de Domingo Santa María, liberal furibundo, se echó a andar a todo vapor. Aún considerando las denuncias de abierta intervención en varias localidades, no puede negarse que hubo en las elecciones de 1864 mayor libertad electoral que en ocasiones anteriores; éstas se llevaron a cabo el 27 y 28 de marzo de 1864 y dieron un aplastante triunfo a los fusionistas.

Pérez fue el presidente de la transición política, las primeras y tímidas reformas hechas a la rígida Constitución de 1833 durante su administración y el triunfo de los liberales en las elecciones sucesivas dieron a Chile un período, también de treinta años, de preeminencia liberal.
 

El Club de la Unión abre sus puertas

La anterior contextualización histórica, por cierto muy somera, es necesaria para comprender por qué entre la década de 1850 y la de 1860 proliferaron las asociaciones cuya finalidad, en la mayoría de los casos, fue revertir el orden político imperante. Sin embargo la oposición a Montt no se explica sólo por la administración conservadora del gobernante y por la existencia de una juventud liberal a la que le disgustaba la postura del Jefe de Estado. Para comprender adecuadamente lo que motivó a los jóvenes liberales y les llevó a organizarse es imprescindible considerar el impacto que tuvo en ellos la Revolución francesa de 1848, la caída de la Monarquía de Luis Felipe y la llegada de la República. Numerosas formas de sociabilidad, entre ellas la que es nuestro objeto de análisis, surgieron a la sombra del 48 francés, ya sea por su carácter revolucionario o bien por su ordenamiento(5). Imitando la organización a través de diferentes e innumerables tipos de asociaciones que se dieron los franceses, la juventud ilustrada y de tendencias liberales chilena decidió estructurarse de acuerdo al modelo europeo, en clubes o asociaciones con una organización formalmente determinada. Surgió entonces la significativamente bautizada Sociedad de la Igualdad, colectividad integrada por los más recalcitrantes liberales de finales de 1840, de corta vida y violenta muerte; el Partido Radical, fundado en 1864 por liberales descontentos del pacto firmado con los conservadores que dio origen a la Fusión Liberal-Conservadora; la Masonería, nacida en 1862 y el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Santiago, que vio la luz en 1863. Las dos últimas asociaciones no tuvieron carácter político, pero es un hecho que sólo pudieron existir una vez acabado el gobierno autoritario de Montt. El Club de la Unión de Santiago no fue la excepción, aunque se diferencia de las anteriores por la evolución que tuvo, que lo hizo mudar desde la motivación política a la social.

Formalmente, el Club de la Unión de Santiago nació el 8 de julio de 1864. Sin embargo, su gestación se remonta a un período anterior, concretamente, a noviembre del año 1858, cuando miembros de la Fusión Liberal-Conservadora, que buscaban una enmienda constitucional, decidieron apelar a la organización de la oposición. Desde la tribuna de La Asamblea Constituyente, Benjamín Vicuña Mackenna, hizo un ferviente llamado a que la oposición se organizara definitivamente, formulara un programa para el beneficio del país, eligiera una directiva que llevara a cabo los trabajos propagandísticos, cerrando su llamado con un urgente "haced que la fusión sea un hecho y no como hasta ahora, una letra muerta"(6). Días más tarde, el mismo autor expresó con gran vehemencia que él tenía la certeza de que

"bajo la impresión de la lealtad en el compromiso, de la constancia en la lucha, de la inspiración de que en la UNION está el triunfo de la causa (...) Y si esa unión no se ha establecido todavía por hechos ciertos (...) lo haremos mañana! (...) Organización y vida, unión y triunfo, ya son sinónimos en estos momentos"(7).

Vicuña Mackenna expresa, en la misma fuente, que esta organización debía fundarse sobre fines pacíficos, su objetivo debía ser salvar a la República de una guerra civil y, apoyándose en la inteligencia, debía levantar la bandera de las reformas constitucionales moderadas. Además, hace un panegírico de las virtudes de la asociación, basándose en la realidad europea.

No sabemos el día exacto en que esta organización nació. Suponemos que fue entre la anterior columna de Vicuña Mackenna, fechada el 17 de noviembre de 1858 y el 24 del mismo mes, ya que en la edición de ese día de la Asamblea Constituyente nos encontramos con la columna titulada "Club de la Unión" y en la cuál se expresa:

"No conocemos un paso más acertado, más oportuno ni más importante que el que la oposición de la capital acaba de dar organizándose en un gran club político. (...) el pueblo de la capital inaugura el congreso de la opinión en que van a discutirse con libertad todos los grandes principios e intereses de la República"(8).

Poco tiempo iba a transcurrir antes que el entusiasta Vicuña Mackenna viera frustradas sus esperanzas. Efectivamente, por un decreto de la Intendencia de Santiago, se prohibió a los convocantes del Club de la Unión que llevaran a cabo una reunión planificada para el día 13 de diciembre, así como su organización permanente.(9) Quienes llamaban a la reunión protestaron airadamente a través de la prensa y decidieron llevarla a cabo de todas formas.(10)

Mal terminó este asunto: en medio de un gran revuelo, la reunión fue suspendida, los contertulios terminaron todos en prisión y sus cinco líderes fueron condenados al destierro, pena que cumplieron en Inglaterra.

Al igual que muchas otras asociaciones, el Club de la Unión renació tras el alejamiento de Montt del gobierno. Otros fueron sus líderes más destacados, y otro era el momento político por el que atravesaba el país.

Como ya ha quedado consignado, el gobierno del presidente Pérez fue conciliatorio, caracterizándose por la gran libertad de prensa y opinión. Indiscutiblemente, este ambiente más relajado llevó a que, frente a las elecciones parlamentarias del 1864, y a fin de desplazar definitivamente a los montt-varistas del Congreso, los fusionistas retornaran a la actividad política concertada.

De este modo, un "segundo" Club de la Unión comenzó a ver la luz en las reuniones políticas que organizaba en su casa Rafael Larrain Moxó, destacado agricultor, hombre de negocios, banquero, industrial y político conservador, con la intención de preparar las elecciones parlamentarias de 1864. A estos encuentros acudían

"sus amigos políticos a conversar de los sucesos del día y a ponerse de acuerdo sobre medidas eleccionarias. El número de asistentes a la tertulia crecía noche a noche; y siendo esto algo incómodo al señor Larrain y también a varios de los concurrentes, que no se hallaban a sus anchas en casa ajena y a veces poco o nada conocida, creyeron todos que la manera de salvar estos inconvenientes era arrendar una casa que sirviera de punto de reunión a todos los gobiernistas"(11).

No tenemos información acerca de cuándo se produjo, concretamente, el cambio de sede de estas reuniones, aunque suponemos que todo esto ocurrió posteriormente a la formación de la Fusión Liberal-Conservadora y al desastre del primer Club de la Unión, es decir, después de 1858(12) y, obviamente, antes de las elecciones, que se verificaron en marzo de 1864. Lo más probable es que estas reuniones hayan comenzado durante 1863, cuando las actividades pre- eleccionarias se hacían más urgentes por la cercanía de los comicios y el fantasma del fracaso de la tentativa anterior había desaparecido, fundamentalmente debido al cambio de administración.

A estas reuniones acudían los correlegionarios de Larrain, es decir, los conservadores ultramontanos, así como numerosos liberales. La incomodidad de muchos de los asistentes a la tertulia nos indicaría que quienes así se sentían no estaban entre los más cercanos a Larrain, en todo caso, y hermanados por el interés común de desplazar a los montt-varistas del Congreso, unieron esfuerzos y aunaron criterios. Si seguimos al historiador Encina en sus apreciaciones podríamos agregar que, aparte de los motivos políticos, estas reuniones perseguían el retorno de la oligarquía al poder, del que Montt la había apartado al no dejarse dominar por ella una vez electo. Referente a este punto es significativo el hecho que, a diferencia de todas las otras formas de sociabilidad formadas en esta época, el Club de la Unión fue el único que no tenía entre sus miembros elementos populares.

En la escasa bibliografía existente acerca del Club de la Unión hay coincidencia respecto a que su origen estuvo marcado por los avatares políticos del momento:

"Se necesitaba, de consiguiente, un lugar donde pudiesen concurrir hombres de todas las ideas, y, conocida esta necesidad, un grupo de hombres entusiastas y emprendedores acordó la fundación de un círculo social que fuese común a todos aquellos que aspiraban a dar mayor amplitud al progreso nacional, cuyos destinos estaban entonces entregados a un Gobierno casi absoluto, anacrónico"(13).

No debemos olvidar que el presidente Pérez gobernaba con una Constitución rígida y que le daba amplios poderes, además de hacerlo conjuntamente con un parlamento mayoritariamente integrado por monttvaristas, continuando en este sentido con el tipo de gobierno que Montt había representado tan bien y que los fusionistas insistían en cambiar.

Las reuniones que se realizaban en la casa de Larrain Moxó, y más tarde en la alquilada para esos efectos, estaban dominadas por la presencia de hombres que participaban activamente en la vida política del país. Lamentablemente no sabemos con exactitud quienes acudían a estos encuentros, sólo nos podemos basar en los nombres de quienes, meses más tarde, fundaron el Club. Fundamentándonos en este punto de partida, es dable afirmar que todos los contertulios pertenecían a la oligarquía dominante, heredera de la vieja aristocracia castellano-vasca, eran activos opositores de Montt, todos participaban directa o indirectamente en la actividad política contingente, eran hombres con una edad promedio de 42 años, mayoritariamente abogados y poseedores de una fortuna considerable. Pero, sin duda, lo más interesante es que pudo haber una equiparidad entre la presencia de liberales y conservadores bastante clara, manifestándose, tal vez, un pequeño predominio liberal: 26 conservadores y 29 liberales.(14) Esta es una afirmación relativa, puesto que a los otros 22 asistentes habituales a las tertulias organizadas por Larrain no pudimos identificarlos en ninguna de las dos tendencias anteriores; si no integraban formalmente las huestes de uno de estos dos partidos, indudablemente simpatizaban con alguno.

A pesar que nuestra investigación muestra una pequeña superioridad de liberales entre los fundadores del Club, todas las fuentes consultadas hablan que en el primer tiempo, tras su fundación, los conservadores fueron mayoría. Pudo suceder que una vez pasadas las elecciones muchos liberales dejaran de asistir a las tertulias, o bien, pudo ocurrir - y aceptamos esta segunda hipótesis- que este cuerpo de 22 socios a los cuales no les identificamos su simpatía política, haya inclinado, efectivamente, la balanza hacia los conservadores.

Sin embargo, algo curioso destaca en la iniciación formal del Club de la Unión: las elecciones parlamentarias se verificaron en marzo de 1864 y el Club llamó a una reunión para elegir su primer directorio en julio del mismo año. Podríamos preguntarnos por qué esto ocurrió cuatro meses después y si acaso era necesario mantenerlo luego de las elecciones (considerando, por lo demás, su éxito). También cabe plantearnos si se quiso organizar una asociación formal de carácter político, que soldara aún más a la Fusión o si los contertulios ya se habían acostumbrado a las reuniones, y una vez pasados los agitados momentos electorales decidieron seguir reuniéndose por el mero placer de hacerlo. Abraham Köning, contemporáneo de quienes fundaron el Club, nos dice que

"pasadas las elecciones, el club comenzó a decaer. Fueron retirándose, primero, los que habían ido únicamente por afecciones o sentimientos políticos, y después poco a poco la mayoría de los indiferentes () Pero algunos entusiastas que comprendieron de golpe las ventajas de la institución, se esforzaron por hacerla surgir, dándole vida propia, constituyéndola en sociedad permanente desligada de la política (habiendo recibido ese nombre) ...como un recuerdo de los tiempos de luchas que hicieron nacer la institución (por lo que) se la bautizó con el nombre de Club de La Unión. Este nombre pacífico fue, en un principio, un distintivo guerrero"(15).

En efecto, podríamos concluir del testimonio anterior la posibilidad cierta que quienes frecuentaban estas reuniones hayan tomado este nombre en honor a la vieja asociación combativa y desafiante de 1858. Lamentablemente todas las actas y papeles oficiales desde su fundación formal se quemaron en un incendio que asoló la sede del Club en 1869, por lo que no podemos saber con certeza que fue lo que motivó su estructuración, pero nos inclinamos por la explicación de Köning.

Lo que sí es claro es que este "segundo" Club de la Unión ya existía con anterioridad a la reunión que le dio vida formal, el 8 de julio de 1864, lo que queda avalado por una citación pública que apareció publicada en el periódico El Ferrocarril en su edición de los días 6, 7 y 8 de julio de 1864, donde se llamaba a los miembros del Club de la Unión a una reunión para elegir Directorio y comenzar la redacción de sus estatutos. Sabemos que el primer Directorio estuvo integrado por Manuel José Irarrázaval Larrain, Marcial González Ibieta, Francisco Echaurren García-Huidobro, Ramón Vial Formas, Pastor Cerda Eyzaguirre y Ricardo Montaner Asenjo. Como secretario se nombró a don Macario Ossa Cerda. De esta información concluimos que no había un predominio de los conservadores en el primer Directorio, por el contrario, las tendencias políticas estaban equilibradas, ya que Irarrázaval, Echaurren y Ossa eran conservadores, mientras que González, Vial y Montaner eran de tendencia liberal. Aún no conociendo las simpatías políticas de Pastor Cerda, es evidente el equilibrio de tendencias políticas entre los miembros del primer Directorio que tuvo el Club de la Unión. Mencionamos estos datos porque ellos nos hablan de la inexistencia de sectarismos políticos en la procedencia formal del Club, lo que avalaría el argumento de un origen motivado por intereses sociales más que político partidistas. Dado que sólo contamos con información desde 1869 en adelante, época en la que el Club era ya una organización formalmente social, no podemos saber con certeza cómo se produjo la transición de lo político a lo social, aunque volveremos sobre este tema más adelante.

Evidentemente, la fundación de una organización política no es algo sorprendente en momentos aciagos de la historia de un país. Sin embargo, el Club de la Unión es una institución más compleja, que involucra algo más que la exclusiva motivación de intervenir en la vida pública. Ya hemos visto que la política estuvo entre sus pilares fundacionales, sin embargo ella no lo explica por completo. Además del posible hábito adquirido y el agrado producido en los contertulios por las reuniones, y que habrían deseado continuarlas sin la carga política, se hace necesario agregar un pequeño análisis respecto a la idea de formar un club como tal.

Sabemos que la segunda mitad del siglo XIX fue una época rica en expresiones asociacionistas, nuestro tema de estudio no fue la única forma de sociabilidad que se originó, por el contrario, es una más en un contexto determinado.

¿Qué implicaba para los contemporáneos el concepto de Club? Dejemos que hable un hombre del XIX: "la voz club fue introducida del francés y tomada por éste del inglés hacia fines del pasado siglo, cuando la revolución"(16) , opinión que comparten Maurice Agulhon y Cristián Gazmuri(17).

El concepto de club, en nuestro país, está ligado indefectiblemente a Santiago Arcos, hombre educado a la sombra de las ideas de la revolución del 48 francés, y con una activa participación en la política generada en torno a la Monarquía de julio en Francia. Familiarizado con el funcionamiento de estas asociaciones de carácter político, Arcos lamentaba que en Chile no existieran, planteaba que su característica fundamental era la existencia de un espíritu colectivo entre todos sus miembros, con miras al bien común: "Un club político es la concentración de muchas voluntades para formar un solo espíritu, y determinar un propósito de bien público"(18). La necesidad de organizarse a través de un Directorio es resaltada por Arcos, ya que representaría al cuerpo social en su totalidad y actuaría en su nombre. La actividad política opositora de la Francia revolucionaria se organizó a través de clubes(19) y de ella tomó Chile esta idea asociativa. De hecho, uno de los primeros clubes políticos nacionales - el Club de la Reforma- nació por iniciativa de Santiago Arcos y Francisco Bilbao en 1848. Por lo tanto, se equivoca Köning cuando expresa, al referirse al nacimiento del Club de la Unión, que " era la vez primera que esta palabra (club) resonaba en Santiago, (que) solo conocía sociedades populares, como la Sociedad de la Igualdad, o logias misteriosas fundadas por los hombres mas influyentes de la independencia"(20)

Más aún: Valparaíso ya había visto nacer antes de 1849 una organización que usara ese vocablo, nos referimos al Union Club, fundado en 1842 por un grupo de ingleses y chilenos, asociación que tenía por objeto proporcionar a la colectividad británica un sitio adecuado con fines de solaz y recreo(21). En esta institución la finalidad recreativa quedó planteada desde un principio, siendo evidente que su móvil original no fue el político. Que su nombre sea similar al del nuestro objeto de estudio no debe llevarnos a la confusión: la idea de unión era recurrente en los clubes franceses, uno de los discursos más habituales al fundarse un club y referirse a sus objetivos era apelar a la unidad dejando de lado las divergencias. Es el caso, por ejemplo, del Club Républicain l'Etoile francés(22).

En definitiva, los intransigentes años de Montt, la influencia francesa y la necesidad de la oposición de organizarse, hicieron proliferar los clubes políticos en Santiago y en las ciudades más importantes del país. Ellos buscaban, al igual que el modelo europeo, organizar la resistencia al sistema imperante. Isidoro Errázuriz expresa muy bien, desde su columna en La Asamblea Constituyente, la importancia asociativa de los clubes y el buen prestigio del que gozaban:

"Casi en los mismos días en que en Santiago inaugurábamos el Club de La Unión, se funda el Club Constituyente en Chañarcillo y el Club de Copiapó (...) no ha habido acuerdo, no ha habido planes concebidos ni convenidos de antemano. La reunión de clubs es una necesidad lógica de las circunstancias (...) El principio de asociación aplicado a las esferas políticas es la mejor garantía de la moralidad de los partidos (...) ¡a los clubs! a los clubs, provincias del sur de la república!"(23).

De lo político a lo social ¿cambio real?

De acuerdo al testimonio de los cronistas, tras las elecciones políticas, el Club comenzó a decaer. Muchos fueron los asiduos que dejaron de serlo, de tal suerte que "las reuniones fueron menos concurridas cada noche, de modo que la casa presentaba el aspecto de un lugar deshabitado"(24). Lamentablemente, por el incendio de 1869 no podemos saber quienes de los fundadores abandonaron las filas del Club, así como tampoco la certeza de sus razones para hacerlo, y si este abandono fue en un clima de relativa tranquilidad o en medio de pugnas importantes. Sí podemos suponer que no fue fácil la transición del Club político al social y que fue en esta transición cuando se produjo una considerable disminución de sus miembros. El ajuste fue difícil, y a pesar que no contamos con la información concreta de los primeros años del Club, podemos decir que las diferencias entre los liberales y los conservadores no se dejaron esperar.

Inicialmente y recién celebradas las elecciones políticas, los liberales eran una minoría entre los socios. Recordemos que, según los datos que manejamos, había tres socios liberales por sobre los conservadores, aunque había también un número considerable de miembros cuya tendencia política no pudimos identificar. Si éstos últimos se inclinaban hacia los conservadores, el Club siempre tuvo entre sus socios fundadores una mayoría ultramontana. Si, por el contrario, se inclinaban hacia los liberales, el Club tuvo sólo durante su etapa política una supremacía liberal, porque es claro que durante los primeros meses, pasadas las elecciones, fueron los conservadores los que dominaron.

Según nuestras fuentes, los conservadores intentaron hacer de la institución un lugar cerrado a las otras ideas políticas y al no poder lograrlo, hubo una deserción masiva de 96 de sus socios a finales del año 1864, el mismo de su fundación.(25) No sabemos quienes fueron los que se retiraron, así como tampoco el número total de asociados que inauguraron el Club, datos que serían de extraordinario interés para analizar el impacto de la deserción. A lo más, podemos acercarnos a una explicación de este hecho:

"Tal vez el éxodo fue el resultado de las prácticas eleccionarias del señor Montaner, que dio la entrada al Club a los liberales en gran número, y seguramente, disgustados los conservadores, acordaron retirarse en masa"(26).

La asociación establecida por ellos en forma mayoritaria, y en la cual dominaban por su número, dejó de pertenecerles y se convirtió en una institución social en la que se pretendía que no predominaran ni los partidos ni la política.

Efectivamente, Ricardo Montaner aplicó ciertas "técnicas" para evitar que los conservadores campearan en el Club. De acuerdo al reglamento de admisión, cada nuevo postulante debía ser presentado por un socio titular. Además, su incorporación era votada por todos los socios. Para que alguien fuera rechazado, bastaban cuatro votos en contra, los que eran muy fácil de obtener por el alto número de sufragantes. Montaner era quien, finalmente, contabilizaba en la más absoluta soledad los votos. Este, a las ocho de la noche,

"abría la caja, contaba las balotas y proclamaba el resultado. Más de una vez lo rectificó (el escrutinio) en favor de los liberales. Cambiaba las balotas negras por blancas, y cuando en presencia de los interesados en la votación abría la urna, no poca era la sorpresa que experimentaban los que habían dado su voto negativo, siendo que todas las balotas eran mas blancas que la nieve. No se atrevían a reclamar, protestaban entre dientes, y el socio propuesto que debía ser rechazado era aceptado. De esta manera, y gracias a estratagemas dignas de colegiales, entraron al Club muchos que habían sido rechazados legalmente por herejes o por incrédulos"(27).

Según Köning, los artículos del reglamento que tenían relación con la admisión de los socios habían sido redactados con esas exigencias, justamente, para evitar el ingreso de los liberales, "ya que cuatro votos negativos es muy fácil de obtener en toda circunstancia"(28).

El hecho que los conservadores no quisieran a los liberales entre ellos es una posibilidad cierta e interesante. Si el Club ya había logrado alcanzar el objetivo político propuesto, era previsible que afloraran las diferencias doctrinales entre los miembros de la Fusión. No debemos olvidar que los conservadores que se aliaron a los liberales fueron, justamente, los de ultranza, aquellos que defendían el derecho de la autonomía de la Iglesia frente al patronato de Montt, fieles incondicionales, por lo tanto, al arzobispo Valdivieso y a las ideas ultra conservadoras. Como dato ilustrativo de esta realidad, es interesante anotar que "los principales adornos de los salones eran seis grandes cuadros de santos"(29).

Por razones políticas, entonces, y frente a un enemigo común, bien valía transar y unirse a los laicistas liberales, pero compartir en una institución de carácter social, eso, era otra cosa. Para muchos conservadores de exaltada religiosidad, los liberales se les aparecían como "impíos indignos de toda comunión social, y velaban solícitos para que se le negara la entrada a gente descreída o de poca fe"(30). Por ello es que las maniobras de Montaner causaron, probablemente una profunda indignación en muchos miembros del Club, los que prefirieron retirarse antes que aceptar algo así.

Sin embargo, algunos entusiastas decidieron continuar con la institución e intentaron resucitarla para hacer de ella un lugar de encuentro y esparcimiento. Es probable que la falta de lugares de reunión en un Santiago tranquilo y patriarcal hiciera atractiva esta posibilidad. Por obligación más que por placer, los santiaguinos distinguidos pasaban las noches en sus hogares al no existir lugares adecuados para reunirse.

"Los cafés y hoteles eran pocos y malos, con excepción de uno o dos, y a todos ellos concurrían solamente los jóvenes y los niños. ¿Qué hacía la gente seria, la juventud en retirada? Ir al teatro algunas veces, pasear en los portales las primeras horas de la noche, otras, hacer visitas de confianza o asistir a una tertulia política ordinariamente, y después dormir"(31).

Lo anterior, y el hecho que el Club no desapareciera tras la deserción descrita, muestra la fuerza que ya había adquirido como institución. Más aún, en 1865 se recuperaron las cifras: durante el primer semestre fueron 152 los socios inscritos, en el segundo eran 158, y en 1866, contaba ya con 181(32)

De este modo, el Club de la Unión se convirtió en un lugar de encuentro ameno para sus visitantes, que hallaban entre sus paredes entretenimiento, descanso y la posibilidad de compartir con los hombres más destacados de la vida política y de los negocios, abriéndose paso, así, un importante espacio de sociabilidad para el Santiago decimonónico. Finalmente, el Club se había convertido en una instancia donde coincidían quienes militaban filas contrarias en la arena política, y en vez de ser eso un obstáculo para su existencia, se convirtió en una ventaja considerable, ya que muchas de las alianzas, pactos y acuerdos políticos, suponemos casi con certeza, se fraguaron entre sus paredes. En su sede, entonces, "se encontraron reunidos hombres de distintos campos políticos que habían militado antes en filas contrarias; se trataron y se estimaron"(33)

Finalmente, terminó primando dentro de los salones del Club aquello a lo cual su nombre hacía gala: la unión.

La innovación que representó el Club: otras consideraciones

La innovación política que significó el Club de la Unión ya ha quedado clara, no volveremos sobre ella. Sin embargo, no fue sólo en el espacio de la vida pública nacional que el Club estableció nuevos patrones. También lo hizo a nivel social y cultural. En este, el último apartado de nuestra comunicación, abordaremos sucintamente este punto.

Ya sabemos que el Club albergó entre sus paredes a los hombres más destacados de la vida santiaguina. Este carácter elitista y aristocratizante fue también en el Club de la Unión un punto de partida y de llegada: el afrancesamiento, tan propio de las élites del siglo XIX, se reflejó y se reforzó en el Club, proyectándose más allá de sus puertas a través de una serie de posibilidades. Para ejemplificar, diremos que parte de los planos de los mejoramientos de una de las sedes del Club de la Unión fueron realizados por el arquitecto francés Henault, el mismo que diseñara el palacetes de más de un acaudalado hombre de negocios; la segunda sede del Club se vistió con muebles, cortinajes, lámparas y vajillas especialmente traídas desde Inglaterra y Francia; el Directorio de 1871 aprobó la suscripción a periódicos ingleses, los que comenzaron a llegar con asiduidad a la biblioteca del Club; y el servicio de restaurante que ofrecía el bar se surtió de platos elaborados, vinos y quesos importados directamente de Francia. Interesante es destacar, en este último caso, que las botellas que se alineaban en las bodegas del Club venían etiquetadas ya, desde su país de origen, con el nombre "Club de la Unión". Los licores, al igual que los quesos y los otros comestibles importados estaban destinados al consumo interno y a la venta: así, los socios podían llevar a sus casas, suponemos que a un precio relativamente conveniente en relación a la exclusividad, un producto europeo de primera calidad.

En otro plano, la biblioteca del establecimiento contaba con numerosos volúmenes destinados a la consulta de los socios. Su variedad era enorme y se surtía fundamentalmente de las donaciones que hacían los nuevos socios (era una condición para ingresar al Club). Según nuestras fuentes en el año 1866, en los estantes de la biblioteca descansaban ya más de 400 títulos diferentes(34). El Club también atendió a las necesidades de sus socios y, si era considerado necesario, se compraban libros de interés general. Esta situación permitió que

"diariamente (pudiera) verse a un buen número de personas que examinaban atentas obras técnicas, científicas, económicas, artísticas, sociales, de enseñanza comercial, industrial, financiera, etc., y es indudable que esta lectura les ha sido sumamente útil en sus actividades diarias"(35). Evidentemente, esta realidad se proyectaba más allá de la biblioteca del Club, traspasándose de alguna manera hacia las actividades cotidianas de sus miembros.

Agregaremos, por último, que era una asociación exclusivamente masculina en la que la presencia femenina estaba tan fuera de lugar que se necesitaron tres largos años y sortear una serie de dificultades, por cierto intencionadas, para poder realizar un baile en sus salones. El Club de la Unión no era la única forma de sociabilidad exclusivamente masculina que existía en Santiago (los partidos políticos, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios o la Masonería también lo eran) pero a diferencia de los otros, su carácter social hacía que esta característica tuviera un sentido particularmente diferenciador. En una sociedad marcada por los roles, donde la mujer se desarrollaba en el espacio privado del hogar, no cabía su presencia en un salón de tertulias donde la política y los negocios, entre muchos otros temas, eran los invitados permanentes.

En definitiva, diremos que el Club de la Unión fue una innovación en sí mismo en virtud de su origen, mantuvo ese carácter aún cuando pasó la coyuntura para la que fue pensado y desde sus salones siguió enviando señales a una parte de la sociedad santiaguina, finalmente, a aquella que guiaba los destinos del país.
 
 

Notas

1 Sills, D., 1974, Volúmen 2, p.415

2 Esta comunicación está basada en mi tesis de Licenciatura, inédita. Larrain, 1995.

3 Edwards, Agustín, 1932, Tomo I, p. 57.

4 El Amigo del Pueblo, 1 de abril de 1850

5 Este tema está desarrollado ampliamente por Gazmuri, C., 1992.

6 La Asamblea Constituyente, 11 de noviembre de 1858.

7 La Asamblea Constituyente, 17 de noviembre de 1858.

8 La Asamblea Constituyente, 24 de noviembre de 1858.

9 Fechado el 12 de diciembre de 1858, el decreto se basa en la misma ley que prohibiera la existencia de la Sociedad de la Igualdad en 1850. En él se identifica a la asociación política con el nombre de Club de la Unión y fundamenta la prohibición de su existencia por considerarla una organización destinada a subvertir el orden público. Diario El Mercurio de Santiago, 13 de diciembre de 1858.

10 El texto completo de la protesta apareció el día 13 de diciembre de 1858 en El Mercurio de Santiago.

11 Köning., 1886, p. 6.

12 Es interesante consignar que el gran gestor de la Fusión fue Domingo Santa María, miembro fundador del Club. Además, en una reunión que se realizó en 1858, en la que se formalizó el pacto entre los conservadores y los liberales asistieron, como representantes de sus respectivos bandos, Rafael Larraín Moxó y Domingo Santa María. Encina, 1984, T 25, p. 161.

13 Album del Club de la Unión, 1925, p. 23.

14 Estos hombres, tanto conservadores como liberales, ocupaban un escaño en el Congreso.

15 Köning., op. cit. p. 6.

16 Köning., op. cit. p. 7.

17 Ver Agulhon, 1977 y Gazmuri., op. cit.

18 Gazmuri., op. cit. p. 66.

19 Para ver en detalle este tema, véase Amann, 1975.

20 Kôning., op. cit. p. 6.

21 Aguire Echiburu, 1947, p. 311.

22 Amann, op. cit.. p. 52.

23 La Asamblea Constituyente, 27 de noviembre de 1858.

24 Album del Club de la Unión, p. 27.

25 Según el balance entregado por el Secretario, señor Montaner, a la Junta General del Club el 10 septiembre de 1866. KÖNING, A., op. cit. p. 11.

26 Album del Club de La Unión, op. cit. p. 37.

27 Köning,, op. cit. p. 11.

28 Köning., op. cit. p.11.

29 Edwards Matte, 1944, p. 18.

30 Köning, op. cit. p. 11.

31 Köning., op. cit. p. 6.

32 Köning., op. cit. p. 6

33 Köning., op. cit. p.27

34 Köning, op. cit p. 14

35 Album del Club de la Unión op.cit. p. 57
 
 

Fuentes y bibliografía

Fuentes:

Actas del Congreso Nacional. Octubre, 1869.

Actas del Club de la Unión. 1869 a 1891.

Estatutos del Club de la Unión. 1869.

Diarios:

El Amigo del Pueblo. Santiago, 1850.

La Asamblea Constituyente. Santiago, 1858.

El Mercurio. Santiago, 1858.

El Ferrocarril. Santiago,1864.

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