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Scripta Nova.
 Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 69 (39), 1 de agosto de 2000

INNOVACIÓN, DESARROLLO Y MEDIO LOCAL.
DIMENSIONES SOCIALES Y ESPACIALES DE LA INNOVACIÓN

Número extraordinario dedicado al II Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

LA DIFUSION DE INNOVACIONES CIENTIFICAS Y EL DESARROLLO DE LA BALNEOTERAPIA: LA INCORPORACIÓN DE LOS PROGRESOS DE LA QUÍMICA

Jerónimo Bouza
Dr. en Antropología.
Universidad de Barcelona.


La difusión de innovaciones científicas y el desarrollo de la balneoterapia: la incorporación de los progresos de la Química (Resumen)

La gran expansión de la balneoterapia durante el siglo XIX se produjo por la confluencia de diversos factores de carácter social y científico. Entre estos últimos cabe señalar el desarrollo experimentado por las ciencias, muy especialmente por la biología, la geología, las ciencias médicas y la química. En este trabajo examinamos cómo la medicina incorporó los progresos de la química para el mejor conocimiento de las aguas minerales, las distintas posiciones con respecto a las teorías y los métodos utilizados y el papel de la Academia de Ciencias de Barcelona en este proceso.

Palabras clave: Química/ termalismo/ hidroterapia/ aguas minerales/ Cataluña/ siglo XIX



Diffusion of innovations and balneotherapy development: Adding the chemical progress (Abstract)

The big thermalism expansion during the XIX century was result of the confluence of many social and scientific factor. One of the most important of these factors was the science development, specially in the field of geology, biology, medical sciences and chemistry. In this study we examine how medicine incorporated chemistry advances to be able to know better the mineral water, the different points of view about the theories and the used methods and the roll of the Academia de Ciencias de Barcelona in this process.

Key-words: Chemistry/hermalism/ hydrotherapy/ mineral water/ Cataluña/ XIXth century 


En esta comunicación no nos vamos a detener en el estudio de los orígenes del termalismo, la expansión de sus métodos y la generalización de sus beneficios durante la antigüedad clásica y la época medieval. Aunque creemos que en nuestro país no se ha profundizado en este estudio en la medida en que sería conveniente, se puede, no obstante, acceder con facilidad a la bibliografía existente. Sí que nos ocuparemos de discernir, entre un complejo conjunto de causas, fundamentos o pretextos, los que hicieron posible el extraordinario impulso que adquirió la balneoterapia a lo largo del siglo XIX, ímpetu que habría de iniciar su decadencia en las primeras décadas de nuestro siglo [RODRIGUEZ SANCHEZ, 1998]. Este cambio de ritmo en la evolución de la hidroterapia nos permite hablar de tres etapas bien diferentes en el curso de su historia. Los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XX marcan los límites de la etapa central que coincide casi exactamente con el siglo XIX. Centraremos nuestro estudio en este período y tomaremos como referencia para nuestro análisis una institución que contribuyó de manera notable a la difusión de los enfoques científicos en la balneoterapia.

La química analítica y las aguas minerales

Los historiadores coinciden en señalar que la segunda mitad del siglo XIX constituye la época dorada de la balneoterapia. En lo que ya no hay un acuerdo tan unánime es en señalar las causas de este esplendor. No creemos que pueda encontrarse una causa que, por sí sola, pudiera considerarse decisiva en el origen de este proceso. Pero sí es indudable que, en nuestro país, se contaba con dos fundamentos sin los cuales el desarrollo, en caso de haberse producido, hubiera sido muy dificultoso: nos referimos a la abundancia de recursos naturales y a la tradición de aprovechamiento de sus beneficios.

En efecto, antiguos estudios reconocían el territorio peninsular como muy rico en aguas medicinales, habiéndose propuesto diversas teorías para explicar este fenómeno. Citaremos, a modo de ejemplo, un párrafo de la Geografia de Catalunya de Pere Gil, según el manuscrito de 1600 transcrito por Josep Iglésies:

(...) Segueyx se tractar de algunes fonts principals, y banys naturals ques troban en Cathaluña. Y no es nostra intencio tractar de totes; per que seria nunca acabar: sino sols de aquelles les quals, ò per alguna gentilesa y hermosura; ò per alguns particulars y naturals effectes son mes nomenades y señalades. [PERE GIL, 1949, pág. 185]

Entre las que destacaban por sus particulars y naturals effectes, estaban sin duda las aguas termales,

"aygues caldes, deles quals se fan y prenen banys naturals: abloquals son curats molts homens de dolors, tulliduras, y altres mals, ab gran be y utilitat de la vida humana"

Casi un siglo más tarde, en 1697, publicaba Alfonso Limón Montero su Espejo cristalino de la aguas de España. También este autor señalaba que entre las riquezas que ofrece la naturaleza, ninguna debe ser de mayor estimación y aprecio para los naturales que la habitamos, que la multitud de aguas que produce en común beneficio de todos. Son tantas estas aguas en España, que sería tarea imposible tratar de todas ellas, ni siquiera de todas aquellas que

por ser de gran provecho para la cura de las mayores, y más rebeldes enfermedades, que afligen al hombre, de las cuales hay en estos Reynos grande abundancia, así de las que nacen calientes, y por esta causa se llaman termales; como de las que nacen frías, que por la participación de algunas cosas extrañas metálicas, y minerales son acomodadas para curar dichos males.(1)

En relación con esta abundancia de aguas medicinales, y como segundo fundamento del desarrollo de la balneoterapia, debemos mencionar la antigua tradición de su uso, tradición extendida ya en las más antiguas culturas, y documentada en nuestro país desde la época romana. Es preciso señalar que, en este trabajo, nos referiremos siempre al carácter higiénico y sanitario de los baños -la hidroterapia en sentido estricto, es decir, la utilización del agua como agente terapéutico-, obviando en lo posible el carácter simbólico y otros usos que atañen más bien al estudio de los rasgos culturales que al de la historia de la ciencia. Objetivo tanto más difícil de cumplir cuanto más se retrocede en el tiempo, teniendo en cuenta, además, que muchos de esos rasgos culturales responden, o respondieron en su momento, a determinaciones de carácter utilitario.

Quizás la manifestación más antigua de cientificidad en el estudio de las aguas sea el intento de su clasificación, bien por sus características físicas o químicas, bien por sus efectos salutíferos o bien por otros efectos derivados de su uso tradicional. El Dr. Manuel Arnús, en una memoria leída ante la Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona [ARNUS, 1851] atribuía al químico sueco Torbern Olof Bergman [BERGMAN, 1780 - 1785] la primera clasificación racional de las aguas medicinales, dividiéndolas en sulfurosas, salinas, gaseosas y ferruginosas, clasificación que, a pesar de haber sido formulada a mediados del siglo XVIII, era aún aceptada por numerosos científicos a mediados del XIX. Unos años después de la publicación de la obra de Bergman, pero aún cuatro años antes de su publicación primera en español(2), los hermanos Broquetas, en su famosa y en tantos aspectos pionera obra Luz de verdad [BROQUETAS, J. y S., 1790] proponían también, con criterios heterogéneos, una clasificación, distinguiendo entre aguas acídulas, thermales y thermopotables. A principios del siglo XIX, Francisco Carbonell -miembro de la Academia de Medicina de Barcelona, que en su principal obra farmacéutica, Pharmaciae elementa, proponía un método para la fabricación artificial de aguas minerales, y que dedicó una parte importante de sus Exercicios Públicos de Química de 1818 a su análisis[NIETO GALAN, 1994] - presentó una división distinguiendo entre hepáticas o sulfurosas, acídulas o gasosas, ferruginosas y salinas. Mayor complejidad presenta, en fin, la clasificación de Mateo Orfila, que incorpora atributos terapéuticos a la definición: excitantes acídulas, excitantes hidrosulfurosas, tónicas, tónicas y excitantes, y purgantes, tónicas y excitantes.

Los progresos de la Geología contribuyeron al mejor conocimiento de las aguas minerales, de las causas por las que adquirían sus cualidades, y a la explicación de su origen(3). Pero fue, sin duda, el desarrollo de la química, muy especialmente de sus métodos analíticos, lo que habría de producir el mayor avance en el conocimiento de las aguas y sus efectos sobre el organismo. Durante el siglo XVII, se realizaban estudios comparativos, analizando los residuos sólidos obtenidos por evaporación o los líquidos producidos por destilación. Era éste todo el aparato metodológico heredado de la alquimia, tras prescindir de los elementos esotéricos propios de aquel saber. El estudio de los gases, que habría de ser el auténtico motor del desarrollo de la ciencia química, ofrecía aún muchas dificultades por la carencia de métodos, técnicas y utensilios para su aislamiento y análisis.

A partir de mediados del siglo XVII comienza la que había de ser una de las etapas más fecundas de la historia de la química. J.B. Van Helmont introdujo el concepto de gas para denominar los que hasta entonces eran llamados espíritus volátiles o aires. La creciente acumulación de datos empíricos, fruto de la generalización entre los científicos del método experimental -destacan en este sentido los estudios de Boyle sobre la combustión- tuvo como consecuencia la aparición de una serie de teorías sobre la composición y propiedades de los gases. La teoría del flogisto fue, sin duda, la concepción preponderante en esta etapa, hasta su definitiva refutación por Lavoisier en el último tercio del siglo XVIII. Se decía que el flogisto era un principio inflamable, presente en todos los cuerpos susceptibles de inflamarse. Era ésta una teoría que pronto resultó ser errónea, y que, a pesar de ello, se mantuvo en vigor durante casi todo el siglo XVIII, retrasando, según opinión de muchos historiadores de la ciencia, el desarrollo de la química. No obstante, condujo, en las primeras etapas de su desarrollo, al descubrimiento de numerosos elementos, entre ellos el oxígeno. No es un caso infrecuente en la historia de la ciencia que una teoría falsa dé lugar a importantes hallazgos, tanto por los caminos que abre a los investigadores, como por los esfuerzos de sus adversarios para refutarla.

En este marco conformado por nuevas teorías explicativas y profusión de hechos experimentales, convenientemente difundidos a través de instituciones y publicaciones, se habría de producir el descubrimiento de numerosos elementos [Véase ROCK, 1998]. Las aguas minerales facilitaban el fundamento experimental para estos hallazgos. De Bergman a Cavendish, de Van Helmont a Lavoisier, numerosos químicos encontraron en el análisis de las aguas el camino más corto para localizar y aislar los elementos químicos, para estudiar y describir las reacciones, para lograr descomposiciones y síntesis.

A mediados del siglo XIX era opinión muy extendida que no se podría dar por alcanzado el verdadero conocimiento de la composición de las aguas minerales hasta tanto no fuera posible elaborar en el laboratorio, partiendo de componentes separados, el agua mineral con las mismas características y propiedades que la natural. Y este proceso requeriría un tipo de análisis mucho más avanzado que los que se podían realizar por aquellos años; este hecho permitía mantener viva la duda de si sería posible algún día deducir, mediante análisis químico, las virtudes o propiedades terapéuticas de las aguas.

La descripción estrictamente química de las aguas no explicaba, a juicio de muchos médicos, sus propiedades curativas. A partir de la segunda década del siglo XIX comenzaron a proponer nuevas explicaciones. Algunos químicos atribuían estas virtudes a la existencia de una materia animal presente en el agua termal no por disolución ni descomposición de restos orgánicos, sino

que se forma en ella, o mejor en sus vapores y gases, por una síntesis natural, verificada de un modo diferente de las leyes de la generación, e independiente de la organización; es decir, por una simple atracción molecular de los gases emanados de las aguas minerales; combinación química de los elementos animales que existen en dichos fluidos, que solo se verifica en dadas circunstancias. [ARNUS, op.cit].

Era ésta una de las dos posturas enfrentadas en el debate sobre si el agua artificial, es decir, si el agua minero-medicinal podía hacerse en el laboratorio, añadiendo al agua destilada los elementos químicos que caracterizaban los manantiales de los diversos balnearios, elaborando el agua indicada para cada caso; una de cuyas derivaciones fue la discusión sobre si era conveniente tomarlas en los balnearios o podría hacerse en casa con los mismos resultados. Una polémica extraordinariamente vigorosa a mediados del siglo XIX, pero planteada y estudiada ya en los años veinte, como mostró el Dr. Valentín Luis Coll en su Memoria sobre las ventajas que se reportan de las aguas minerales tomadas en la misma fuente, leída en la Academia de Medicina de Barcelona en 1828. Menciona Coll dos casos de pacientes que tomaban aguas de La Puda en su domicilio barcelonés, con nulos efectos terapéuticos, y que curaron cuando fueron tratados en el mismo manantial.

A pesar, pues, de las teóricas ventajas derivadas de la elaboración del agua artificial, con la posibilidad de adecuarla a las necesidades concretas de cada caso, incrementando o disminuyendo los elementos favorables o negativos en el tratamiento de cada paciente, su menguado éxito terapéutico condujo a los científicos, como decíamos más arriba, a la búsqueda de elementos constitutivos de las aguas no detectables mediante el análisis fisicoquímico, en los que radicarían aquellas propiedades terapéuticas:

La perspicacia de ciertos sabios de otras épocas había penetrado en formas distintas esta superioridad eficaz de lo imponderable en el agua mineral. (...) En la época de Teófilo Bordeu, entusiasta defensor de la química hidromineral, se alzaba Chaptal con unas palabras como éstas: "Analizar las aguas minerales es disecar un cadáver [CUATRECASAS (1935), pág. 26].

En un primer momento se pensó, como hemos dicho, en componentes orgánicos[Véase GARCIA LOPEZ 1888] a mediados del siglo XIX, se atribuyeron esas propiedades curativas al electromagnetismo terrestre. Desde principios de nuestro siglo, tres nuevas orientaciones metodológicas, amparadas en las técnicas analíticas desarrolladas por físicos y biólogos, condujeron a un cambio de criterio en la evaluación de las aguas. Nos referimos al análisis espectral, que permitió desentrañar la composición química fina de las aguas, al análisis bacteriológico y a la consideración del interés terapéutico de la radioactividad.

Podemos tomar como referencia la estación balnearia de Caldes de Montbui -que contó con un titular del Cuerpo de Médicos de baños y aguas minerales desde la creación de esta institución, en 1816- y comprobaremos que estas tres orientaciones están representadas por otros tantos médicos significativos. La primera etapa, de predominio de la composición química, pero con una gran atención a los componentes orgánicos, estaría representada por la figura de Ignacio Graells, padre del eminente naturalista Mariano de la Paz Graells, y él mismo distinguido botánico. Francisco Sastre y Domínguez, en la década de 1860, fue el auténtico adalid entre nosotros de la doctrina electromagnética. Finalmente, Joan Cuatrecasas, atribuyó propiedades curativas a la radiactividad -que fue cuantificada, en las aguas de Caldes, en 1910 por Oliver Rodés- e hizo cuanto pudo por difundir y aplicar las técnicas espectrográficas y bacteriológicas al análisis de las aguas minerales

Pero el desarrollo de la balneoterapia no debemos achacarlo únicamente al mejor conocimiento de la composición de las aguas. También la propia evolución de las ciencias médicas condicionó en gran medida este proceso. En otros apartados de este trabajo se analizan con mayor detenimiento los aspectos médicos, por lo que no nos extenderemos aquí en mayores consideraciones. Sólo queremos señalar algunos de los factores que nos parecen importantes en el desarrollo de la balneoterapia: difusión de las ideas ilustradas sobre salud y enfermedad, sobre las formas de propagación de éstas y sobre su relación con las condiciones sociales; desarrollo de los métodos, técnicas e instrumental terapéuticos; la creación de las galerías de baños en los balnearios, con incorporación de aparatos especializados en las diferentes utilizaciones del agua; el desarrollo de la estadística médica; la influencia de las condiciones de vida urbana en la salud; y, finalmente, la difusión de los manuales europeos -Kneipp, Graeffemberg, Priessnitz.

Por otra parte, y como señala acertadamente Birulés, en el siglo XIX se produjo una disociación entre higiene y terapéutica como consecuencia de la difusión de la higiene privada. En los establecimientos balnearios, la higiene, relegada al ámbito privado, cede protagonismo a la función estrictamente terapéutica, a la que irá añadiéndose, primero como complemento para evitar el aburrimiento de los bañistas, pero tomando después cada vez mayor importancia, una componente de ocio.

Abundancia de fuentes, tradición del uso medicinal de las aguas termales y desarrollo de las ciencias -geología, química, medicina- son, pues, los tres factores de expansión del termalismo que, desde nuestra perspectiva, podríamos considerar como primarios, inmediatos o internos. Pero, aunque no sean el objetivo de este trabajo, no podemos dejar de señalar otras circunstancias -a las que podríamos atribuir, por hundir sus raíces en la evolución social, el carácter de externas- que contribuyeron a fortalecer ese desarrollo, introduciendo cambios ideológicos en las mentalidades colectivas y en los hábitos de las clases económicamente desahogadas. Entre estos factores cabría señalar el desarrollo de la higiene [ALCAIDE, 1999] y la tendencia a pasar temporadas en el campo, a causa de la insalubridad de las ciudades (industrialización, vapores). El desarrollo de los transportes y la mejora del nivel de vida de las clases burguesas condujeron a la proliferación de los viajes y las vacaciones fuera de la residencia habitual. No parece ajeno a esta tendencia el considerable aumento de la agitación y el trajín de la vida urbana en las ciudades industriales modernas, con el aumento del agobio y la fatiga psicológica que ello conlleva. Los balnearios eran un buen lugar para restablecer el equilibrio anímico desarreglado, como unánimemente se encargaban de recordar los médicos de baños en sus memorias anuales.

Podríamos, quizás, con fundamento, atribuir ese auge de la balneoterapia en el siglo XIX a la confluencia de dos mentalidades, una positivista y científica y otra romántica. Mentalidades que no nos parecen tan alejadas entre sí como a veces se han intentado caracterizar. Coincidimos con Abagnano cuando asegura que el positivismo es el romanticismo de la ciencia. Pero, dejando a cada mentalidad en su caracterización ya tradicional, podríamos atribuir a las tendencias positivistas el amor por los hechos científicamente estudiados y cuantificados, el desarrollo de los métodos numéricos y estadísticos, el predominio de las ciencias que, como la química, son susceptibles de estudio objetivo, matemático, una visión, en fin, científica o cientifista del mundo. De la tendencia romántica, por otra parte, cabría señalar la atracción por la antigüedad clásica y medieval, el gusto por lo exótico, el placer del contacto con la naturaleza o la incorporación de antiguas tradiciones aristocráticas por parte de la burguesía. En la propia medicina confluyen asimismo estas dos corrientes, una científica y positiva y otra naturalista, que, desde presupuestos ideológicos distintos, y aun opuestos, coincidieron en ensalzar los beneficios de los balnearios.
 

Los químicos de la Academia de Ciencias de Barcelona

Vamos a volver ahora nuestra atención a una de las instituciones científicas que, entre nosotros, aportó mayores esfuerzos al estudio de las aguas minerales durante el siglo XIX. Nos referimos a la Academia de Ciencias de Barcelona, pues fueron sus miembros los que en mayor medida colaboraron en la introducción y desarrollo de las técnicas analíticas.

Los trabajos relacionados con las aguas minerales comienzan a desarrollarse en el segundo cuarto del siglo. De esta etapa contamos con diversas contribuciones de Ignacio Graells -académico correspondiente-, José B. Foix y José A. Llobet i Vallllosera.

Corresponde a Graells el primer análisis químico de las aguas de Caldes de Montbui, realizado en 1823. Médico titular del Cuerpo de Baños desde 1817, permanecería en esa plaza hasta su muerte, ocurrida en 1856. Tenemos constancia, a través de Martínez Reguera(4), de la realización por Graells de otros análisis posteriores: Observaciones sobre las fuentes de Caldas de Montbuy, y propiedades físicas de las aguas (1828); Ensayos prácticos en las aguas de Caldas de Montbuy con varios reactivos (1829); Análisis directa de las aguas de Caldas de Montbuy (1830), y por el propio Graells[GRAELLS, 1845] de otros cuatro realizados en años sucesivos entre 1824 y 1827, todos ellos ilocalizables en la actualidad, pero muy citados y utilizados hasta finales de siglo por analistas posteriores. El mismo Martínez Reguera cita numerosísimos escritos de Graells sobre temas muy diversos -geológicos, botánicos, terapéuticos-, referidos siempre a las aguas de Caldes o a las de La Puda de Montserrat, de donde fue médico titular su hijo Mariano de la Paz. En las Actas de la Academia de Medicina figuran hasta nueve memorias suyas, realizadas entre 1826 y 1834 y entregadas a esa Academia, pero de las que solamente pudimos localizar una, examen exhaustivo de un caso clínico; por en contrario, no hemos podido hallar un análisis químico de sus aguas minerales, hecho con el mayor tino y cuidado; la topografía médica de dicha villa y del territorio del Vallès en que ella está comprendida, ni otras memorias sobre casos clínicos y usos terapéuticos de las aguas de Caldes.

Lo que hoy podemos saber sobre el pensamiento científico de Ignacio Graells, hemos de extraerlo de la memoria presentada a la Junta Superior de Sanidad en 1845 -en la que incluye análisis de las aguas-, y de algunas cartas a su hijo Mariano, conservadas en el legado de éste último en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Y lo que vemos en primer lugar es la enorme diversidad de sus intereses científicos, el orden y la meticulosidad con que realizaba sus investigaciones y su preocupación por los últimos adelantos de las ciencias. En el primer aspecto cabe señalar su desenvoltura en los estudios arqueológicos, de historia antigua y de geología, su gran dominio de la botánica, la zoología y la química, y el gran prestigio adquirido entre sus colegas en cincuenta y seis años de carrera como médico, treinta y nueve de los cuales corresponden a su etapa en Caldes como médico de baños.

Del carácter metódico y exhaustivo de sus investigaciones dan fe los análisis químicos citados, enaltecidos no sólo por sus colegas españoles, sino que también fueron propuestos como modelo por científicos franceses en el Journal Universel des Sciences médicales (vol. 38, 1825), y en el Journal de Médecine practique (vol.2, 1830). Colaboró también intensamente en la recolección y descripción de insectos para las extraordinarias colecciones que reunió su hijo Mariano de la Paz Graells, miembro también de la Academia de Ciencias de Barcelona.

Finalmente, y como muestra de su escaso dogmatismo científico, es de destacar su preocupación por concepciones no asumidas aún por la ciencia académica, como evidencia su Memoria y noticias del magnetismo y de sus efectos portentosos sobre la economía animal (1816), o sus consideraciones sobre componentes orgánicos del agua mineral, no detectables mediante análisis químico.

De las informaciones proporcionadas por Graells sobre Caldes de Montbui se sirvió otro académico, Juan Bautista Foix, para redactar las notas correspondientes a esa estación termal en su Noticia de las aguas minerales más principales de España. Apéndice al curso de Materia médica o Farmacología, publicado en 1840. Catedrático de la Facultad de Medicina de Barcelona, Foix, que habría de ser presidente de la Academia, elaboró diversos dictámenes sobre asuntos de historia natural, de cuya sección era miembro. Con la Noticia..., relación descriptiva de diversos manantiales, se agota toda la aportación de Foix a este tema.

Quizás el académico más relacionado con la balneoterapia, aunque no sólo por razones estrictamente científicas, fuera José A. Llobet i Vallllosera. Figura notable por su extraordinaria actividad, participó en los más variados proyectos, dejando innumerables testimonios escritos acerca de sus tareas y sus puntos de vista sobre los problemas con los que se encontraba. Muy comprometido con el liberalismo, fue uno de los diputados que solicitó la incapacitación del rey durante el Trienio liberal, siendo luego condenado a muerte, condena de la que se libró exiliándose en Francia, de donde volvería tras la muerte de Fernando VII. Los años de exilio los aplicó al estudio de la geología y la mineralogía, primero en París y luego en Marsella. Cuando regresó a Barcelona, a finales de 1832, rápidamente ganó gran notoriedad y autoridad entre los científicos, debido a su dominio de la teoría y la práctica geológicas, a su conocimiento de los más recientes avances de las ciencias de la tierra y a su enfoque actual de las cuestiones estudiadas. Llevó a cabo largas investigaciones por las regiones del Levante, las Baleares y el Sudeste español, por encargo de compañías mineras, y en diversas comarcas de Cataluña, entre ellas una Descripción geognóstica del Vallès, en 1833, que le habría de poner en contacto con las aguas termales de Caldes de Montbui.

Unos años más tarde, habría de adquirir uno de los antiguos balnearios de Caldes, que, aunque sería vendido por sus herederos en 1862, conserva todavía hoy el nombre de Antiguo Balneario de Llobet.

Teniendo, pues, una relación tan directa con las aguas minerales, no es extraño que diera a conocer sus opiniones sobre algunas de las cuestiones fundamentales de la hidrología y la hidroterapia. Así, entre las memorias leídas en la Academia, encontramos algunas relativas a estas cuestiones, contempladas tanto desde el punto de vista geológico como terapéutico. Citaremos una Memoria acerca los Establecimientos de aguas minerales de la Provincia de Barcelona en jeneral y en particular del de Caldas de Montbuy (1837), una Descripción de Esparraguera y La Puda de Montserrat (s/d) y una curiosa Idea de los baños termales de Caldas de Montbuy en la Cataluña (1838), en la que, al mencionar las innovaciones introducidas por él mismo en las instalaciones balnearias, no tiene reparos en hacer propaganda de su establecimiento:

D. José Antº Llobet que es dueño del establecimiento mas moderno, y que continua su construccion al gusto del dia, ha hecho felices innovaciones en los chorros descendientes, midiendo la cantidad de agua que se necesita por medio de unas canillas construidas al efecto; ha ideado con muy buen resultado los chorros ascendientes, que eran desconocidos antes de el; y ha perfeccionado los baños de vapor y estufas.

Citaremos aún a dos académicos relacionados con las aguas minerales a través de la geología y la ingeniería. Uno de ellos, Jaime Almera, mantuvo durante la última etapa de su vida intereses científicos en relación con las aguas minerales, publicando algunas memorias sobre las aguas de La Puda de Montserrat (1900), de Mas Caballé, Tarragona (1911) y Vallfogona de Riucorb (1912) [Cfme. VALLS, 1975]. Por otra parte, el ingeniero de minas Silvino Thos y Codina, autor con Maureta del mapa geológico de la provincia de Barcelona, presidente de la Academia entre 1895 y 1904, realizó múltiples investigaciones hidrológicas, teniendo interés especial las relativas a las aguas subterráneas. Presentó en la Academia una memoria sobre la Conducción de aguas termales (1908) y llevó a cabo el estudio de las aguas minerales de Tona [THOS Y CODINA, 1886]

Nunca, desde su fundación, faltaron en la Academia farmacéuticos y químicos. La sección de ciencias físico-químicas contaba con una comisión de Química, por la que pasaron los más notables analistas del siglo. Vamos a fijar nuestra atención, para finalizar esta exposición, en los cinco representantes de esta comisión que tuvieron una mayor relación con el tema que nos ocupa.

El primero de ellos en razón de su antigüedad como académico es Magín Bonet y Bonfill, que sería catedrático de Análisis química en la Universidad Central. Licenciado en farmacia y en ciencias físico-químicas, amplió estudios en Francia con Würtz y Dumas, en Alemania con Bunsen y Fresenius, pasando después a Inglaterra y Suecia, donde trabajó en el laboratorio de Berzelius. Conocedor de las más modernas técnicas analíticas, por su laboratorio pasaron las muestras de una buena parte de las aguas minerales españolas.

Farmacéutico era también Francisco Doménech y Meranges, que entró en la Academia apadrinado por Llobet. Dedicó largas investigaciones a las aguas minerales ferruginosas de Cataluña, identificando y aislando algunos de sus componentes, entre ellos el arsénico, presente en cantidades muy pequeñas. Se interesó también por las técnicas espectrográficas.

Benito Torà, medico y farmacéutico, sentía un interés especial por el estudio de la relación entre la estructura química y los efectos fisiológicos de los medicamentos. Atraído también por los efectos terapéuticos de las aguas minerales, realizó un amplio estudio analítico y médico de las aguas de La Garriga (1876).

Miembro de la comisión de química fue igualmente el médico Narciso Carbó, catedrático de Terapéutica en la Universidad de Barcelona, que gozaba de gran prestigio en el campo de la química biológica, materia sobre la que llevó a cabo múltiples investigaciones, cuyos resultados presentaba con frecuencia ante la Academia, que las publicaba en sus Memorias. En 1889 editó un Catálogo general de las aguas minero-medicinales de España y del extranjero, de antiguo y reciente uso, con indicación de su composición y aplicaciones terapéuticas.

Entre los académicos científicamente más activos figuraba Ramón Codina Länglin, que analizó las aguas de Argentona, Torelló, Cardó, Madremaña, Zuazo, San Juan de Campos y numerosas fuentes de aguas potables, sobre cuyo tratamiento publicó algunos trabajos. Después de una larga y brillante carrera científica, murió en la más absoluta indigencia, tras la quiebra de una sociedad en la que tenía invertidos todos sus ahorros.

Para coronar esta árida, pero creemos que necesaria enumeración de trabajos analíticos, mencionaremos dos estudios que tienen la peculiaridad de haber sido realizados no individualmente, como los citados más arriba, sino conjuntamente por varios académicos de diferente formación. El primero de ellos es el estudio de las aguas del Puig de las Ánimas, de Caldes de Malavella, realizado por Federico Trémols y J. Giné i Partagàs(5). En el segundo, localizado también en Caldes de Malavella, pero en esta ocasión referido al venero Els Bullidors, colaboraron Font i Sagué, Codina Länglin, Francisco Novellas y José Presas, examinando dicho manantial desde las perspectivas geológica, farmacéutica, química y médica(6).

El papel de la Academia

El estudio de las relaciones entre la ciencia química y la hidrología médica no se agota en esta relación de trabajos realizados en la Academia de Ciencias durante buena parte del siglo XIX. No es que se hubiesen realizado muchas más investigaciones que las aquí enumeradas, aunque posiblemente más de una se habrá quedado olvidada; trabajos de este tipo fueron realizados desde otras instituciones -hay constancia de ellos en la Academia de Medicina y en la de Farmacia- o por investigadores independientes. Si hemos centrado nuestro estudio en la Academia de Ciencias es por dos razones. En primer lugar, porque contaba con figuras procedentes de las más diversas disciplinas, en tanto que las otras Academias eran mucho más especializadas. En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, porque muchos de los académicos de la de Ciencias lo eran también de alguna de las otras o catedráticos en la Universidad.

Todo ello convirtió a la Academia de Ciencias de Barcelona en el foro de encuentro, discusión y difusión de disciplinas muy diversas, y, dentro de ellas, de teorías y enfoques frecuentemente contrapuestos. Era, pues, el lugar más adecuado para la controversia científica, ya fuera en el campo puramente teórico, como la desarrollada con motivo de la difusión del evolucionismo, ya ligada a la realidad social, de la que es un buen ejemplo la discusión sobre la conveniencia de utilizar vapores en el interior de la ciudad. Ateniéndonos al tema de este trabajo, también se manifestaron posiciones diferentes en cuanto a la posibilidad de llegar mediante el análisis químico al conocimiento de las propiedades curativas de las aguas. Codina Länglin realizaba meticulosos análisis químicos, Carbó consideraba los componentes biológicos, Graells hablaba de los portentosos efectos del magnetismo y, ya en nuestro siglo, Pólit ponía el énfasis en la radiactividad. Comentando la frase de Chaptal la análisis química no opera ya sobre las verdaderas aguas minerales, sino que únicamente se dedica a disecar el cadáver inerte de las propias aguas, el médico Sastre, en su memoria de 1862, decía que dicha proposición, aunque poco lisonjera para la vanagloria científica de alguna escuela (...) expresa una gran verdad práctica.

Enfrentamientos entre escuelas, confrontación de teorías e incluso discrepancias ideológicas -entendiendo aquí como ideológicas las implicaciones extracientíficas en las representaciones, perspectivas o enfoques científicos- condujeron no sólo al más rápido progreso de las ciencias, sino también a una mayor implicación de las instituciones académicas en la vida social.
 

Notas

1. LIMON MONTERO, 1697. Las citas corresponden al Prólogo del Autor, que dexó escrito

2.  Elementos físico-químicos de la analísis general de las aguas. Obra compuesta de las siete disertaciones primeras de los opúsculos físico-químicos del ilustre Bergman, traducidos del latin al frances por Mr. De Morveau, y de éste al castellano, con arreglo a la nueva nomenclatura, con varias adiciones y por un órden mas conforme á este tratado, por el Capitan de Caballería Don Ignacio Antonio de Soto y Arauxo, cadete de la Compañía Española de Reales Guardias de Corps. De órden superior. Madrid:En la Imprenta Real, 1794

3. Ya en 1860 leyó el Dr. Antonio Corbella y París una memoria en la Academia de Medicina de Barcelona en la que analizaba la relación entre el desarrollo de la geología y el de la hidrología médica. Vid. CORBELLA, 1860.

4.  MARTÍNEZ REGUERA, 1892-97, vol. III, págs. 480-481

5.  Aguas minerales del Puig de las Ánimas en Caldas de Malavella: memoria analítica por Federico Trémols; estudios clínicos por Juan Giné y Partagàs. Barcelona: Tip. La Academia, 1882.

6.  Agua XALA del manantial "Els Bullidors" de Caldas de Malavella (Gerona) antes denominada Vichy Caldense, propiedad de Pablo Estapé y Maristany, declarada minero-medicinal y autorizada por Real Orden de 30 de Julio de 1902. Memoria científico-histórica, análisis químico, cualitativo y cuantitativo y estudio terapéutico por los Dres. D. Norberto Font y Sagué, Pbro., Don Ramón Codina y Länglin, D. Francisco Novellas y D. José Presas, respectivamente. Barcelona: M. Berdós, 1904.
 

Fuentes

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