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Scripta Nova.
 Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 69 (7), 1 de agosto de 2000

INNOVACIÓN, DESARROLLO Y MEDIO LOCAL.
DIMENSIONES SOCIALES Y ESPACIALES DE LA INNOVACIÓN

Número extraordinario dedicado al II Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

INNOVACIÓN Y RECREACIÓN DE LAS PRÁCTICAS TECNOCIENTÍFICAS EN CONTEXTOS LOCAL:
UNA REFLEXIÓN DESDE EL EGIPTO DEL SIGLO XIX

María Luisa Ortega
Universidad Autónoma de Madrid


Durante décadas las visiones en torno a la innovación cientifico técnica inscritas en la dinámica mundial jerarquizada y polarizada que inaugura la modernidad arrojaron una asimétrica consideración del papel del contexto local en función de su ubicación en la cartografía internacional. Al menos así ha sido en los análisis de carácter histórico. Las primeras generaciones de estudios de historia social de la ciencia se ocuparon de mostrarnos algunos de los condicionantes sociales y culturales que habían marcado los procesos de descubrimiento e invención -términos para denominar la innovación científica y la innovación técnica respectivamente- paradigmáticos del desarrollo de la tecnociencia moderna occidental. Pero de ellos se desprendían modelos valorativos implícitos de los factores, del tipo y del perfil de las condiciones sociales y culturales positivas para la producción y reproducción adecuada de la actividad cientificotécnica.

Un cierto tipo de contexto local, el que caracterizaba a las sociedades modernas occidentales y del que se eliminaba aquellas influencias nacionales y culturales que habían dado a luz "ciencia falsa", acciones tecnocientíficas aberrantes y desviaciones de una imagen idealizada de la producción del saber científico y del progreso técnico, se convertía en modelo universal de la fructífera relación entre ciencia y sociedad. Desde esta perspectiva, y en asociación con la imagen jerarquizada y polarizada que ofrece la cartografía de la innovación cientifico técnica a escala mundial, donde una mayoría de sociedades y naciones no desempeñan un papel activo relevante, las miradas sobre el papel del contexto local en las sociedades periféricas a la modernidad tecnocientífica ha resultado distorsionada.

En primer lugar, los modelos pioneros propuestos como explicación de las dinámicas históricas de expansión de la ciencia y la técnica occidentales se plantearon en términos eminentemente difusionistas, supravalorando el papel irradiador de los países desarrollados y despreciando las dinámicas locales como factores activos de recreación de conocimientos y prácticas. Al imponer un modelo unívoco de desarrollo científico técnico asentado en una serie de condicionantes socio-culturales1, buena parte de las peculiaridades idiosincrásicas locales de carácter cultural, social o institucional pasaban a considerarse meros obstáculos al desarrollo negándoles cualquier potencialidad innovadora. Algunos de estos elementos, como la pasividad en la recepción y el desdeño al papel activo y la importancia de tradiciones científicas propias, vinieron a reforzarse paradójicamente por aquellos que criticando dichos modelos desarrollistas desde los marcos de la teoría de la dependencia pusieron énfasis en el concepto de periferia (Cueto, 1996).

En segundo lugar, otros planteamientos teóricos que dieron complejidad y enriquecieron la descripción de la actividad tecnocientífica como empresa mundial y de la dinámica de mundialización de sus prácticas (Polanco, 1990), aún dotando a semiperiferias y periferias del valor de nodos activos de la red y potenciales impulsores de la innovación, no lograron sin embargo ofrecer un marco metodológico para hacer visibles las acciones creativas e innovadoras locales que se escapan a los criterios impuestos por los centros de poder científico-técnicos internacionales. Sus planteamientos fueron insuficientes para hacer visibles las relaciones que los desarrollos locales mantienen con sus sociedades, con los grupos y públicos que a escala nacional dan legitimidad y apoyan económica, política, cultural e ideológicamente a las prácticas científicas y técnicas haciéndolas posibles.

La consideración de lo local

Las asimetrías en la consideración de lo local se han puesto de manifiesto y en entredicho gracias a todo un corpus de estudios sobre la mundialización de la ciencia y la configuración de tradiciones nacionales que apuestan por un cambio radical de perspectiva donde el polo de atención se desplaza al estudio de las dinámicas locales, permitiendo dar visibilidad a una historia oculta y rompiendo con la "tiranía de la distancia" (Chambers, 1991) como herramienta explicativa. Y lo hace reclamando una aplicación simétrica, a unas y otras sociedades, de parámetros equivalentes para el análisis de la imbricación socio-cultural a nivel local de las actividades científico-técnicas.(Chambers, 1993) Sin duda estas demandas de atención a la localidad se hallan en plena consonancia con las nuevas imágenes que de la ciencia y la técnica se han forjado desde la historia social de la ciencia y la sociología del conocimiento científico principalmente en las últimas dos décadas. Estas nos presentan cada vez con mayor rotundidad la actividad tecnocientífica como un conjunto de prácticas inscritas social y culturalmente y que adoptan formas polimorfas en función de los contextos locales de desarrollo. De ahí que su estudio no deba presuponer una serie de lazos de conexión con el contexto cultural o social, sino analizar la "ecología" de dichas prácticas tal y como se producen y las formas en las que se negocia, social, política, económica y culturalmente, nacional e internacionalmente, la validez y la aplicación de las innovaciones científicas y técnicas.

Pero han sido estudios dedicados a procesos de incipiente introducción de prácticas científico-técnicas modernas o de regiones con tradiciones supuestamente poco desarrolladas los que han mostrado algunas de las más interesantes y ricas formas en las que el concepto de innovación responde a algunas de las acepciones genuinas que le otorga el diccionario, como las de renovar o hacer mudar las cosas; es decir, nos muestran procesos de reapropiación original y recreación ligada a factores locales, la "invención" de tradiciones en la que se produce un diálogo fructífero con las condiciones locales e incluso con fuertes demandas de carácter nacional. Trabajos como los de Marcos Cueto sobre el desarrollo de las ciencias biomédicas en Perú y en Argentina en la primera mitad de este siglo nos han mostrado que la excelencia y la innovación científica en la periferia se ha producido en contextos fuertemente marcados por condicionantes locales de diverso tipo y diferentes a los que habitualmente se habían considerado como fructíferos, desde el impulso de reafirmación nacional frente a la ciencia extranjera a la necesidad de reinventar estilos de experimentación en el laboratorio ante la precariedad de recursos. Los estudios de Diana Obregón y Luis Carlos Arboleda o de Antonio Lafuente y otros, por su parte, han puesto de manifiesto cómo las prácticas científico-técnicas no sólo se han inscrito y enraizado localmente a lo largo de la historia por su institucionalización académica, su proyección económica y su papel en progreso tecnológico, sino que se "mundanizan", esto es, permean y penetran en estratos socio-culturales y formas de vida al convertirse en vertebradoras de discursos culturales y políticos. Estas dimensiones culturales y funciones sociales y políticas no son espurias o exógenas, sino una faceta de la innovación que liga indisolublemente la ciencia, la técnica y el desarrollo social si se la contempla desde una perspectiva local.

La aparición de estas dimensiones de reinvención política, cultural y social ligada al desarrollo científico-técnico no es un espejismo construido por los nuevos enfoques historiográficos. Algunos de los actores sociales que intervinieron en determinados procesos de introducción de la tecnociencia occidental en sociedades tradicionales formularon refinados marcos conceptuales para dar cuenta de cómo las innovaciones podían "nacionalizarse" y fructificar de formas diferentes según los contextos socio-culturales. Tal es el caso de las interpretaciones contemporáneas que se gestaron en torno al proceso de modernización iniciado en Egipto en las primeras décadas del siglo XIX y donde la introducción de las ciencias y las técnicas procedentes de Europa pretendían ponerse al servicio de un ambicioso programa de civilización que conduciría a la regeneración social y cultural no sólo del Valle del Nilo, sino de un Imperio Otomano en decadencia y que desde mediados del siglo XVIII se veía forzado a "imitar" a Europa en algunos de sus logros, al menos en aquellos ámbitos como el de la guerra –la yihad- en que la tradición islámica aceptaba la innovación –la bid´a-2. El agente movilizador de dicho proceso estuvo encarnado en la figura de Muhammad Ali, comandante de un destacamento albanés del ejército otomano que se hace con el dominio del país después de la desestabilización militar, política, económica y social producida por la fugaz ocupación francesa de tres años encabezada por Bonaparte.

Proyecto político y modernización

La expedición francesa, primer proyecto colonial de la flamante República francesa y primer ataque militar a un país musulmán desde las Cruzadas, había marchado a la conquista del Valle del Nilo bajo la consigna de la mission civilisatrice que, en su formulación modelada ad hoc para Egipto equivalía a la liberación del pueblo árabe de sus déspotas locales (mamelucos primero, otomanos después), a la regeneración de la que fuera cuna la civilización y a la expansión de los progresos del espíritu que había situado a Francia a la cabeza de Europa y la convertían en adalid de la modernidad. El primer objetivo debía acometerlo el impresionante ejército liderado por Bonaparte y sus generales; los dos últimos tendrían como garante la no menos impresionante Commission des Sciences et Arts, un imponente contingente de savants quienes por primera vez veían avanzar sus portafolios e instrumentos codo a codo con las armas en una empresa colonial. Las ciencias y las técnicas europeas desplegaron ante el pueblo y los notables egipcios los escenarios de su poder soñando con que la admiración ante su superioridad resultara en la sumisión y en reconocimiento de un legítimo derecho al gobierno de Egipto. Sin embargo, estas estrategias persuasivas fracasaron (Ortega, 1993; Ortega, 1999), como finalmente lo haría la campaña militar frente a la alianza de los británicos con la Puerta Otomana.

Paradógicamente el nuevo gobernador, investido por la Puerta en 1805, comenzará a mirar a Francia una vez consolidado su poder. A partir de la década de 1810 un rosario que progresivamente se haría más numeroso de expertos militares, científicos e ingenieros franceses –en muchos casos huidos del nuevo clima que se respiraba en Francia tras la caía del Imperio- comenzaron a llegar poniéndose al servicio del nuevo virrey y de un ambicioso programa de reformas en el que algunos comenzaron a ver la continuación de la obra de civilización iniciada por Bonaparte. No obstante, muchas de sus líneas de reformas respondían a las directrices habituales de los gobernadores mamelucos del país en el pasado siglo. Muhammad Ali comenzó por un proceso de concentración del poder que requería de la creación en un nuevo sistema coherente y centralizado de administración, que progresivamente introducirá innovaciones estructurales y contables modeladas sobre las europeas, y una radical transformación del sistema de reparto, explotación y tasación de las tierras que conduciría a la confiscación de buena parte de las áreas cultivables y el establecimiento del monopolio público sobre las mismas y sus productos en un país de una potencia agraria imponente. A ello sumaría la potenciación de un sistema económico basado en el comercio exterior, un incipiente programa de industrialización –con talleres de construcción de maquinaria asociados- principalmente importante en el sector textil, el inicio de un programa de obras públicas vinculadas preferentemente a la expansión del regadío y una política de intervención militar en el exterior y de expansión territorial3.

La reforma y modernización del ejército estableció dinámicas de mayor alcance, como la masiva creación de escuelas donde la enseñanza de las ciencias y las técnicas modernas irán alcanzando cada vez mayor presencia, y a partir de las cuales se establecerán otras de carácter civil, la configuración de un sistema sanitario que irá expandiendo sus redes de acción a la población en general y la imposición de un sistema de reclutamiento forzoso que incluía a la población árabe, hasta entonces privada de acceso a cualquier rango militar, y que produciría a largo plazo una verdadera reestructuración social no prevista. Con todo ello comenzaban a introducirse un conjunto de innovaciones procedentes de Europa, en muchos casos de la mano de expertos franceses –como el doctor Clot, el "coronel" Sève y la misión saint-simoniana que desembarca en Egipto en 1833 y algunos de cuyos miembros terminarán acogidos en esta tierra como propia-. El proceso vendría a reforzarse con el programa de envío de estudiantes pensionados para completar su formación científico-técnica, militar y civil, en Europa, principalmente en París, un grupo destinado a constituir una nueva elite en la que comenzaban a desdibujarse diferencias socio-culturales y religiosas tradicionales en pos de las jerarquías servicio al sistema estatal.

Este fresco de toda una era de reformas –en el que no profundizaremos aquí y que hemos estudiado con detenimiento en otros lugares (Ortega, 1997a; Ortega 1997b) - parece responder a un prototípico proceso de modernización donde la relocación de la innovación científico-técnica se inscribe en el marco local al servicio de un proyecto eminentemente pragmático cuya aplicación redunda en una eficacia productiva, a nivel económico, político y militar, y donde la difusión cultural4 de la innovación implica la transformación y modernización social característica de los estados modernos. Sin embargo, algunas reflexiones sobre las dimensiones en las que se inscribe este programa de reformas nos conducen a matizar y enriquecer las interpretaciones.

Respecto al primero de los puntos, podría ponerse en cuestión el hecho de que la introducción de innovaciones tecnológicas europeas en el sector industrial y en el programa de obras pública tuviera una finalidad pragmática o, aunque éste fuera el objetivo, de hecho no tuvo una incidencia decisiva en la mejora de la eficacia. La producción industrial egipcia en las tres primeras décadas del siglo fue realmente rentable, sobre todo en algunos sectores, debido en buena medida a que las inversiones en importación de maquinaria fueron prácticamente despreciables. En unos casos se continuaron utilizando algunos procesos de manufactura tradicional; en otros se replicaron localmente modelos de maquinaria europea. Pero en un período como el que nos ocupa, donde simples conocimientos y habilidades artesanales bastaban para tal empresa, no fueron necesarios grandes esfuerzos en formación específica ni provocó la aparición de una mano de obra cualificada. La introducción de la innovación tecnológica fue muy selectiva y restringida, pero la contratación de expertos europeos para la dirección de las manufacturas continuó aumentando.

Una paradoja similar encontramos en la introducción de innovaciones en el campo de la ingeniería: buena parte de las obras hidráulicas que rehabilitaron el Delta para el regadío y el transporte se realizaron con métodos de construcción tradicionales, antes de que los ingenieros franceses comenzaran a tener un papel importante en la toma de decisiones a partir de 1830. Y cuando éstos comenzaron a dejar sentir su presencia, emprendiendo una obra de gran dificultad técnica para la época como la presa del Delta –proyecto del ingeniero Linant de Bellefonds al que se sumaría voluntariamente y sin vinculación contractual muchos miembros de la misión saint-simoniana-, no lograron éxitos notables –la presa no se terminaría hasta 1861. No obstante, el peso de estas figuras en la administración y el gobierno egipcio se acrecentaba y se convertían en elementos indisociablemente ligados a la imagen del nuevo poder. A todas estas paradójicas realidades se suma el hecho de que el gran esfuerzo humano y económico dedicado a la formación científico-técnica de nuevos cuadros, tanto en las nuevas escuelas estatales como en Europa, no se capitalizaba en toda su potencialidad, al menos en la medida en que sería previsible en un modelo de rentabilidad pragmática: sólo en un número determinados de casos los pensionados que regresaban de Europa pasaban a ocupar cargos en las instituciones estatales acordes con su formación.

Estas aparentes contradicciones sugieren que, de forma consciente o producto de complejas dinámicas, el valor que se estaba otorgando a la importación de nuevos conocimientos, técnicas y prácticas no residía únicamente en su efectividad económica, militar y política. El sistema educativo y sanitario, la transformación física del paisaje con manufacturas y obras públicas, las imprentas, que por primera se asientan en el país y modifican las redes de circulación de nuevos y antiguos textos, dotaban a la elite en el poder de unos emblemas y rituales de identidad que les permitían, como de hecho lo hicieron, reclamar su independencia respecto a la Sublime Puerta. Ello no equivaldría, al menos en este periodo, a una transformación social vinculada a la "occidentalización" de esta elite en formación: la educación tecnocientífica europea de sus cuadros rara vez estuvo asociada con la asimilación de elementos ideológicos y culturales occidentales de trascendencia; y las nuevas instituciones reduplicaron algunas diferencias de origen socio-cultural que caracterizaban la configuración de grupos sociales en Egipto –las escuelas militares formarán a cuadros de origen otomano-egipcio y de ahí que la enseñanza se realizara principalmente en turco, mientras las escuelas civiles acogerán principalmente egipcios araboparlantes procedentes del sistema educativo islámico tradicional. Pero a pesar del mantenimiento de estas fracturas, las nuevas instituciones estatales creaban un marco de identificación y de lealtades al nuevo estado que trascendían, o al menos se solapaban, con los tradicionales parámetros de asignación de pertenencia. Los nuevos rituales de manifestación del poder y de identidad del estado se convertían en aglutinadores y creadores de una nueva realidad.

La valoración del proceso

Creemos que se estaba reinventando política, social y culturalmente un nicho para el enraizamiento local de las innovaciones tecnocientíficas, y a un mismo tiempo recreando localmente el lugar de la innovación. Y con ello nos acercamos al punto en el que deseábamos centrar nuestras reflexiones en este foro: la interpretación que de esta recreación y naturalización de la civilización en Egipto ofrecieron observadores y agentes contemporáneos5. Algunos de ellos formularon teorías alternativas a un desarrollo unilineal para las sociedades no occidentales que permitiera a éstas entrar en la avenida del progreso sin renunciar a sus identidades culturales ni quedar subyugadas a la dominación colonial de las potencias europeas. Estas ideas se ponen de manifiesto en el gran debate abierto en la opinión pública europea, principalmente francesa, acerca de la postura política a adoptar ante la denominada cuestión egipcia: las tropas de Muhammad Ali, lideradas por su hijo Ibrahim, han logrado en su expansión militar en Siria llegar casi a las puertas de Estambul reincidiendo en sus demandas de independencia política para Egipto. El Imperio Otomano pide apoyo a las potencias europeas para frenar las pretensiones del ambicioso virrey, un apoyo que Gran Bretaña no duda en prestar –las nuevas políticas económicas egipcias suponía una seria amenaza y competencia a los productos británicos, mientras no había logrado ninguna influencia en el Valle del Nilo- mientras Francia dudará hasta el último momento sobre la postura a adoptar ante la crisis.

En el acalorado debate las voces a favor y en contra del gobernador egipcio giran en torno al valor, carácter y particularidad de su obra de civilización en el país. Ésta se había convertido en una suerte de objeto de análisis y estudio provocando infinidad de visitas y viajes para presenciar in situ la cacareada regeneración del Valle del Nilo gracias a la beneficiosa influencia de las ciencias y las técnicas francesas con la que podrá culminarse el sueño oriental de Bonaparte. Los más fervientes apologetas de Muhammad Ali serán miembros de esa colonia francesa al servicio del virrey egipcio –como el Dr. Clot, director de la escuela de medicina creada en El Cairo y artífice del sistema sanitario militar y civil establecido en el país-, algunos antiguos expedicionarios, como Edme-François Jomard, agentes consulares y autores cercanos al pensamiento utópico saintsimoniano y al bonapartismo liberal. Para esta corriente de interpretación, Muhammad Ali es el nuevo Bonaparte que ha liberado al pueblo árabe de la opresión mameluca, paso decisivo en el camino hacia la regeneración que se está operando y la constitución de un imperio árabe, un despote éclairé que se apoya en los científicos e ingenieros (franceses) para edificar un nuevo sistema social y político.

En consonancia con los principios ideológicos, en ocasiones difusos, que los guiaban, y que los oponían a otras corrientes doctrinarias poderosas en Francia, creían en la alianza entre la industria y la ciencia como motores del progreso y la transformación social. El Islam no tenía por qué suponer un obstáculo al progreso, al igual que no lo hacía un sistema de militar como el que caracterizaba a Egipto en esos momento. "El ejército –diría el saintsimoniano Barrault en su análisis del Egipto contemporáneo- es para el pueblo como un maestro de civilización; un vasto seminario de la reforma(...) el genio belicoso de la nación palidece, se extingue, y la instrucción a la europea es para ella una suerte de gimnasia en armonía con la instrucción científica e industrial que comienza a recibir de Europa" (Barrault, 1935: 22). Convertida en metáfora social gracias a la analogía entre la elite rectora de la utópica sociedad civil de Saint Simon y las tropas de elite del ejército napoleónico, la organización militar podía convertirse en Egipto en el caldo de cultivo ideal para la constitución de una nación propiamente dicha, una identidad de la que carecía y que los enemigos del virrey no dejaban de señalar para deslegitimar sus pretensiones de independencia. "El ejército regular –señalaba el Dr. Clot- establece la unidad, la jerarquía, la regularidad, la fuerza, allí donde todo de descompone y se debilita. Finamente levanta al pueblo árabe; le prepara para poseer un espíritu nacional, para recuperar el coraje y la confianza en sí mismo, sentimientos que le son necesarios a una nación independiente" (Clot, 1940: vol.II, 213)

Las instituciones propias del país podían convertirse en un catalizador diferente al que Occidente utilizó en su camino de progreso y civilización, pero igualmente válido pues que se hallaba en consonancia y armonía con la idiosincrasia y las condiciones locales y que podía evitar un proceso con los sobresaltos sociales experimentados por Europa. Y en esta defensa de la identidad un polo de comparación hacía permanente acto de aparición: el programa de reformas del sultán otomano Mahmud II. La introducción de la innovación tecnocientífica europea en el corazón del Imperio Otomano había llevado a la "desnacionalización", al debilitamiento, a la pérdida de los positivos cimientos de la sociedad musulmana, "convirtiéndose en latino para no ser conquistado" (Barrault, 1834: 172; Barrault, 1835: 32-33), mientras Muhammad Ali la había convertido en elemento civilizador y regenerador. La diferencia entre uno y otro proceso radicaba en la adopción selectiva de la innovación y su conversión en creadora de civilización material y social frente a la ciega y superficial imitación, donde las ciencias, las técnicas y otras formas culturales importadas de Occidente no eran más que una novedad y estéril moda occidental (Barrault, 1835:189 Girardin, 1940:58).

El proceso de recreación de las prácticas occidentales en el contexto local implicaba, para estos agentes y observadores del proceso, la constitución de una identidad nacional renovada, cuyos presupuestos estipulaban a partir de la imagen de la nación que la Europa del siglo XIX construye6. Por ello individuos como Clot defendían ardorosamente, frente a corrientes de opinión que tomaban como modelo los procesos de modernización auspiciados en contextos coloniales, la enseñanza de las ciencias modernas en árabe como única forma de auténtica y perdurable "nacionalización" en una tierra en que se habían perdido las tradiciones científicas propias (Clot, 1949:60-70). Así, la escuela de medicina de El Cairo, dirigida por Clot-Bey, ofrecerá desde el principio sus enseñanzas en árabe realizando titánicos esfuerzos y auspiciando toda una labor de traducción; mientras, su homónima en Estambul, fundada por el sultán Mahmud II, adoptaría en francés como lengua de enseñanza, una medida que el propio sultán justificaba ante los primeros estudiantes por el retraso que supondría la traducción al turco de las obras necesarias. (Elena, 1991: 386).

Por otra parte, el Islam, en contra de lo que argumentarán aquellos que conciban para Oriente un futuro que pasa por la colonización en una suerte de "cruzada moderna", no suponía en medida alguna un obstáculo para el progreso y la naturalización de las innovaciones occidentales. Como mostraba el pasado, con el esplendor de las ciencias y el pensamiento en la era de los Califas, y el presente, encarnado en las nuevas escuelas como la de medicina, donde se practicaba la disección con el apoyo tácito de ulemas como Hassan al-Attar, o la de comadronas, que formaba a jóvenes esclavas sudanesas y huérfanas egipcias en obstetricia y vacunación convirtiéndolas en agentes de civilización entre un pueblo plagado de prejuicios medievales, la religión islámica podía reconciliarse con los conocimientos y las prácticas de la modernidad, una posición que bebía del pensamiento ilustrado para el que la decadencia oriental no residía en la maldad intrínseca del islamismo sino en la perversión que gobiernos despóticos realizaran sobre los preceptos del Corán y el Profeta. Incluso para algunos autores inscritos en el debate, que no creen en la "arabidad" de Muhammad Ali pero sí en su capacidad como "turco" y gran hombre de estado para regenerar el Imperio Otomano por su sabia importación selectiva de las innovaciones occidentales, la religión iba a convertirse en el motor que combinado con la ciencia otorga la identidad y fuerza regeneradora que debe guiar las transformaciones en Oriente (Girardin, 1840).

El referente para esta propuesta de acertada combinación entre ciencia y fe se encontraba en los modelos que de forma contemporánea se estaban proponiendo para una fructífera organización de la nueva colonia francesa: Argelia. Entre ellos el del general Duvivier quien, gracias a su formación en la Ecole Polytechnique y el espíritu que esta institución imprime, parece reclamar un héroe providencial que alíe la verdad de la ciencia con el poder de la fe y la inspiración de Dios, figura que recordaba al Bonaparte de la aventura egipcia (Girardin, 1842).

A pesar de la sutilidad y flexibilidad de estos últimos argumentos, estas posiciones reflejaban la fuerza con que la religión cristiana reaparecía en ciertas corrientes del pensamiento francés como elemento indisociable del progreso de la civilización occidental, como clave de la perfectibilidad social y moral de los pueblos. Este pensamiento, que vendría encarnado por una figura como Guizot, quien concebía como única acción posible de Europa en Oriente la intervención a favor de las minorías cristianas, renunciaba además al papel de las ciencias y las técnicas como motor de progreso social: la innovación científico-técnica era políticamente neutra, y el desarrollo social sólo podría acometerse a través de la reforma moral y de las costumbres.

Estas visiones doctrinarias estarán presentes en el debate sobre la cuestión de Egipto (Michaud y Poujoulat, 1833-35) y suponen la contrapartida ideológica a las tendencias cercanas al saintsimonismo y bonapartismo liberal que, para el Valle del Nilo, había concebido un modelo de desarrollo social vinculado a la innovación tecnocientífica enraizada en un conjunto de dinámicas locales particulares propias de un estado islámico y que debía culminar en una independencia política legítima. Un pensamiento que no sólo miraba a Oriente, sino que a través del análisis de éste, como otrora hiciera la retórica ilustrada, lanzará sus críticas a una Europa que no había encontrado una forma de articular la nuevas capacidades de la innovación científica e industrial con el progreso social y moral. De hecho algunos de sus representantes negarán a Occidente su legitimidad para ofrecerse como modelo (menos aún como guía a través de la colonización) a ese imponente Oriente dotado de autoconciencia y capacidad de dirigir sus pasos, y propugnan la simbiosis entre las dos civilizaciones modernas, la occidental y la oriental, la cristiana y la musulmana, como el principio de la verdadera civilización humana (Barrault, 1835).

La batalla finalmente se perderá y las potencias europeas terminarán apoyando a Estambul en contra del osado gobernador egipcio. Su programa de reformas comenzará a languidecer a causa del bloqueo y control otomano al que obligan a someter su economía. Pero con la pérdida de esta batalla comenzarán a desvanecerse también, y durante largo tiempo, los sueños y utopías de programas y proyectos de desarrollo alternativo e independiente para los pueblos no occidentales. El imperialismo europeo, en plena expansión y consolidación, está forzado a generar ideologías legitimadoras de su imparable avance y de la superioridad de su raza, cultura, técnica y sistema sociopolítico.

Investido con el monopolio del progreso y del poder de innovación técnica y científica, cuyas manifestaciones están transformando la faz de globo, Occidente no puede sino concebir las formas culturales y sociales locales –así pasan a ser definidas puesto que él encarna lo universal- como resistencias y obstáculos al progreso que da sentido a la historia. Ya lo había presagiado Benjamin Constant en 1814: "Los conquistadores de nuestros días, pueblos o príncipes, quieren que su imperio no presente sino una superficie lisa, sobre la que el ojo soberbio del poder se pasee, sin tropezar con desigualdad alguna que le hiera o limite su vista. El mismo código, las mismas medidas, los mismos reglamentos y, si es posible llegar a ello, gradualmente la misma lengua." (Constant, 1814/1988:45). La diferencia y la capacidad de creación e innovación o de recreación de la innovación importada es negada a los otros, y un único modelo de organización política y social, junto al marco cultural e ideológico que lo corresponde se convierte en el posible sustrato para su desarrollo o arraigo.

Innovación como vehículo de dominación

El Egipto de finales del XIX sufrirá en propias carnes estos rumbos, pues la introducción de las innovaciones científicas y técnicas se convierten ahora en vehículos de dominación internacional del país, un territorio por el que pugnan las potencias europeas.

En 1883, Ernest Renan, el más carismático de los pensadores franceses de la época y gran teorizador del papel de las razas y las nacionalidades en el progreso de la humanidad, pronunciaba su célebre conferencia sobre el Islamismo y la Ciencia negando la capacidad de las razas y los países musulmanes para la ciencia, la razón y el libre pensamiento. Dos años después en el discurso de recepción en la Académie des Sciences de Ferdinand Lessep, artífice del emblemático Canal de Suez inaugurado en 1869, reclamaba para Egipto un gobierno constituido por el conjunto de las naciones civilizadas, puesto que una tierra con tanta importancia estratégica y científica no podía pertenecerse a sí misma; el principio nacional moría y se neutralizaba en beneficio de la humanidad. (Laurens, 1990) El proceso reclamado por Renan ya se había iniciado.

El proyecto del Canal de Suez se había convertido en el instrumento por el que Francia e Inglaterra llegarán a dominar la economía egipcia de finales de siglo y la entrada sin cortapisas de su influencia a todos los niveles, culminando con la entrada de las tropas británicas en 1882 para sofocar la revolución encabezada por Urabi contra la injerencia extranjera. Francia renunciará en el último momento a participar en la intervención armada, pero al año siguiente Jules Ferry propondrá la evacuación de las tropas británicas para efectuar una suerte de internacionalización de Egipto, convertirlo en una posesión común de Europa. La Tercera República francesa no logrará este propósito político, pero en 1893 Egipto será internacionalizado sanitariamente, pasando a manos de un consejo internacional –dependiente de la Convención de Venecia de 1891- todo lo relativo al sistema de cuarentenas, desinfección de barcos, mercancías y viajeros, proceso por el que se culmina las presiones de los sistemas sanitarios y misiones bacteriológicas internacionales por intervenir y controlar el movimiento de hombres y mercancías en connivencia con los intereses europeos. (Kuhnke, 1990). Muy lejos quedaban las resistencias del Dr.Clot al establecimiento de cordones y cuarentenas que desestabilizaban el orden socioeconómico y religioso de Egipto y sus vecinos –las importantísimas dinámicas vinculadas al Peregrinaje anual a la Meca-, donde se conciliaban los argumentos médicos y el contexto local de aplicación de las medidas sanitarias. Sin un acuerdo unánime entre la comunidad médica internacional sobre el carácter contagioso específico de enfermedades como la peste y el cólera, y por ende sin que estuviera probada la eficacia de los cordones para detener dichas epidemias, el contexto local servía como referencia para la evaluación de conocimientos y prácticas, como evaluador de la innovación.

Tan sólo la voz del reformismo islámico, liderado por al-Afghani y Abduh, dará una respuesta ideológica y política a la avasalladora negación que imponía en el Oriente islámico la intervención europea conforme se acercaba el siglo XX. El pensamiento salafiya redescubrirá la "modernidad" en la propia tradición islámica y gracias a ella podrán reintroducirse las prácticas científicas occidentales que se desarrollaron a partir de la misma produciéndose una regeneración del Islam: el ejercicio del pensamiento racional al que instaba, según Abduh, el Islam impondría los límites a la ciega imitación de Occidente. Nacía así la primera ideología coherente que se oponía a la invasora civilización occidental moderna y dotaba al Oriente islámico de una voz propia, pero igualmente se hallaban en su seno algunas de las simientes que en menos de un siglo darían como frutos diferentes corrientes de fundamentalismo islámico. Las dinámicas de los pueblos y las culturas volvían a quedar acalladas por propuestas y miradas globalizantes y esencialistas, aniquiladoras de la diferencia y de la ineludible movimiento y transformación de los procesos históricos y sociales imponen.

Notas

1.En el pionero modelo propuesto por George Basalla (1965) se estipulaban como requisitos la superación de la posible resistencia que las creencias religiosas o filosóficas opusieran a la ciencia y su sustitución por otras que favorecieran la investigación científica; la clarificación de las relaciones entre los organismos científicos y el estado de forma que éste garantizase la neutralidad en lo concerniente a la creación intelectual y que la ciencia recibiera ayudas económicas del sector público; la introducción de la enseñanza científica en todos los niveles del sistema educativo; la aparición de organismos y asociaciones científicas nacionales dedicadas a la promoción de la ciencia; el desarrollo de canales que facilitaran la comunicación científica forma y la protección de la base tecnológica.
2.Sobre el concepto de innovación en la tradición islámica, véase Lewis (1982, p.224 y ss.)
3.Muhammad Ali rechazó conscientemente las propuestas de diversos agentes europeos que no respondían a los objetivos político-económicos que se había fijado en vinculación con las necesidades del país. De esta forma, rechazaría la introducción del ferrocarril por considerarla innecesaria en una región donde las comunicaciones fluviales parecían prioritarias y por favorecer la injerencia de Inglaterra. Igualmente despreciará las presiones de los saint-simonianos a su servicio para iniciar los proyectos y estudios del soñado y ya casi mítico Canal de Suez –única encomienda del Directorio a Bonaparte en la orden de intervención- puesto que no veía en ello un beneficio sustancial para Egipto, sino para las potencias europeas.
4.Utilizamos aquí la diferenciación que Daniel R.Headrick (1988: p.11) establece entre relocalización y difusión cultural en los procesos de transferencia tecnológica.
5.Las reflexiones que aquí propondremos se hallan desarrolladas de forma extensa en dos capítulos de nuestra tesis doctoral aún inédita Ciencia y civilización: la Expedición de Bonaparte y el Egipto moderno (Universidad Autónoma de Madrid, 1997).
6.Precisamente algunos de los opositores a la independencia de Egipto argüían la imposibilidad en Oriente de constitución de un estado-nación a la manera occidental.
 

Bibliografía

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