Menú principal                                                                                                                                  Índice de Scripta Nova
 
Scripta Nova.
 Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 69 (83), 1 de agosto de 2000

INNOVACIÓN, DESARROLLO Y MEDIO LOCAL.
DIMENSIONES SOCIALES Y ESPACIALES DE LA INNOVACIÓN

Número extraordinario dedicado al II Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

CAMBIOS TECNOLOGICOS Y TRANSFORMACIONES ECONOMICO-ESPACIALES EN LA VITIVINICULTURA DE LA PROVINCIA DE MENDOZA (ARGENTINA), 1870-2000.

Rodolfo A. Richard-Jorba*


Cambios tecnológicos y transformaciones económico – espaciales en la vitivinicultura de la Provincia de Mendoza (Argentina), 1870-2000 (Resumen)

El trabajo traza un panorama de los cambios que registró la vitivinicultura en la provincia argentina de Mendoza durante más de cien años y sus repercusiones espaciales. Con un enfoque que considera centralmente las innovaciones institucionales, empresariales, técnicas y laborales, se estudia la transición en el último tercio del siglo XIX desde una economía mercantil dedicada a la exportación ganadera a Chile a una producción capitalista especializada en una vitivinicultura de mas orientada hacia el mercado nacional. La consolidación de este modelo de crecimiento condujo a numerosas crisis que culminarían en la década de 1970.

La combinación de factores internos y externos determina una crisis terminal del viejo modelo y la drástica reorientación de esta agroindustria desde los años 80 y sobre todo, desde los 90. Tal reorientación conduce a la gradual desaparición de viñedos de baja calidad y la reconversión de todo el sector en busca de niveles de excelencia para sus productos con el objetivo de alcanzar fuerte presencia en el mercado internacional.

Palabras clave: vitivinicultura/ desarrollo/ modernización/ innovación



Technological changes and economic and space transformations in vitiviniculture in the Province of Mendoza (Argentina), 1870 –2000 (Abstract)

The work lays out an overview of the changes and their space repercussions registered in vitiviniculture in the Argentinean province of Mendoza over more than a hundred years. The approach considers mainly the institutional, enterprising, technical and working innovations. The article studies the transition of the last third of the 19th century from a mercantile economy dedicated to the cattle export to Chile to a capitalist production specialized in vitiviniculture oriented toward the national market. The consolidation of this model of growth led to numerous crisis that would come to an end in the 1970s.

The combination of internal and external factors determines the old model’s terminal crisis and the drastic reorientation of this agricultural industry from the 80s and, especially, from the 90s, onwards. This has led to the gradual disappearance of low quality vineyards and the reconversion of the whole sector in search of high level products to reach a strong presence in international markets.

Key words: vitiviniculture/ development/modernization/ innovation


La provincia de Mendoza, situada en el centro-oeste argentino, en plena diagonal árida sudamericana, recibe escasas precipitaciones. Los ríos, de régimen glacio-nival, con precipitaciones en sus cuencas altas de entre 300 y 800 mm -de norte a sur y concentradas en invierno- son generadas por masas de aire provenientes del Pacífico. En el llano y en el antiguo macizo precordillerano, la influencia atlántica se hace sentir, particularmente en verano, con lluvias que no superan los 200 mm, irregulares, que se presentan en forma de tormentas severas o muy severas, acompañadas frecuentemente con granizo. Los asentamientos humanos se desarrollan en oasis irrigados con las aguas de sus ríos andinos y también aprovechando acuíferos subterráneos. Los dos grandes oasis, el Norte (ríos Mendoza y Tunuyán) y el Sur (2) (ríos Diamante y Atuel) ocupan actualmente alrededor de 450.000 ha, es decir un 3 por ciento de la superficie provincial (150.800 km2).

El núcleo original desde el cual se construyó y organizó el espacio, desde su fundación en 1561, es la ciudad de Mendoza, recostada sobre el piedemonte precordillerano del oasis Norte. Este centro urbano puso en valor el territorio y lo articuló con otras zonas de la Argentina y con el mercado chileno.

Durante la mayor parte del siglo XIX y hasta mediados de la década de 1880, las producciones mendocinas giraron en torno a una trilogía. La alfalfa, los cereales, y el viñedo (con otros frutales) constituyeron la agricultura del oasis Norte, estructurado por una red de riego de raíces indígenas. En el diminuto espacio valorizado todas las decisiones políticas, económicas y sociales se originaban en la ciudad. Una relativa autonomía provincial, desarrollada por la ausencia o debilidad de un poder central durante buena parte del siglo pasado, reforzada espacialmente en las condiciones físicas y en la inexistencia de comunicaciones y transportes rápidos, consolidaban el papel de Mendoza en la estructuración y funcionalización del territorio provincial.

La economía mercantil estaba centrada en la compra de ganado en las provincias del este , su engorde en el oasis y su posterior exportación a Chile. La producción local era un reflejo de este modelo. Cultivada en "haciendas", divididas en potreros para engordar el ganado durante la estación invernal, la alfalfa dominaba el paisaje del oasis. Llegó a representar en los años 60 y 70 entre el 90 y el 95 por ciento de las superficies cultivadas. En el secano, las "estancias" ocupaban extensos campos dedicados a la cría de ganado de modo muy extensivo y en cantidades exiguas. La producción de cereales y harinas constituían un rubro importante en el intercambio por ganado. Diversos factores, confluyeron para que este modelo se tornara inviable, situación que motivaría la promoción y el desarrollo de la vitivinicultura desde mediados de la década de 1870. Estos factores estaban vinculados con la inserción de la Argentina en el sistema económico global (División Internacional del Trabajo) que construía el capitalismo industrial decimonónico y con el propio desarrollo capitalista del país, que se daba en paralelo con la organización y expansión de un poder central que culminaría en la conformación del moderno estado-nación argentino hacia 1880. En las tres últimas décadas del siglo XIX, entonces, la vitivinicultura se modernizó y dio origen a un nuevo modelo productivo agroindustrial, cuyas características económicas y sociales básicas atravesaron un prolongado período sin alteraciones significativas.

Hasta comienzos de la década de 1870, la vid existía como un cultivo accesorio y de bajos rendimientos. Las cepas criollas, de escasa aptitud enológica, sólo daban vinos de mala calidad. Dentro del marco de atraso tecnológico, dominado aún por la tradición colonial, hubo excepciones. Algunos productores obtenían uvas y vinos de cierta calidad, premiados en exposiciones industriales en el país, como Córdoba (1871) y Buenos Aires (1877), y en el extranjero (París, 1878), pero su número era insignificante. Estos precursores fueron, en general, amigos y discípulos del agrónomo francés Michel Pouget y conformaban un pequeño círculo de productores innovadores, tanto argentinos (familias Civit, González, Estrella...), como inmigrantes europeos de la etapa temprana, anterior a los años 70 (el italiano Pedro Brandi y los franceses Eugenio Guerin e Hilaire Lasmastres) (3).

Sin embargo, el cambio tecnológico que sobrevendría posteriormente es el que posibilitaría la modernización del viñedo y daría lugar a la conformación de un sistema agroindustrial hegemonizado por la gran bodega mecanizada, orientado al mercado interno e integrado en un nuevo espacio funcional que vinculó a Mendoza con el resto del territorio nacional y con la economía global. En la actualidad, la denominada globalización económica está determinando un nuevo ciclo modernizador, que incluye la transnacionalización del capital y una gradual pero sostenida penetración de los vinos mendocinos en el mercado internacional.

Este trabajo, basado en investigaciones previas del autor, no exento, sin embargo, de nuevas visiones, traza un panorama sobre los cambios en la vitivinicultura mendocina operados en algo más de cien años y estará centrado en las innovaciones verificadas en los aspectos institucionales, empresariales, técnicos y laborales. La hipótesis que nos guía sostiene que los cambios económico-espaciales registrados en Mendoza en diversos momentos, constituyen respuestas adaptativas a los efectos que las crisis de origen y magnitud variados -no controlables desde la provincia- han provocado en el espacio productivo.

La marcha hacia el capitalismo. La especialización vitícola. Transformación productiva y remodelación del espacio.

El desarrollo capitalista argentino comenzó en la década de 1840 con la especialización de la región pampeana en ganadería lanar,  Sábato (1989). Sin embargo, su expansión se produjo después de la sanción de la Constitución Nacional (1853) y, sobre todo, con posterioridad a la batalla de Pavón (1861), cuando la triunfante Buenos Aires impondría el liberalismo en el país.

La modernización del viñedo mendocino se inició a mediados de la década de 1870 con decisiones políticas de la elite local y apoyo del gobierno nacional, que respondían a un proceso generador de condiciones para el cambio del modelo de acumulación vigente en la provincia en esos años, vinculado con la consolidación de la orientación atlántica de la economía nacional. La nueva agricultura argentina que ocupaba espacios desde el este, junto con el desarrollo de una moderna industria harinera y la expansión de las líneas ferroviarias, terminaron con la competitividad de las principales producciones de Mendoza, cereales y harinas, desplazándolas de sus mercados tradicionales: las noveles provincias agrícolas. A esto se sumaba una gradual retracción de la demanda ganadera en el mercado chileno, la depreciación e inconvertibilidad de la moneda trasandina, etc. Por otra parte, el masivo ingreso al país de inmigrantes, mayoritariamente europeos mediterráneos, generaba una creciente demanda de vinos, atendida con producción importada por insuficiencia de la oferta nacional. En el plano político-institucional, la consolidación del Estado-nación necesitaba imprescindiblemente la atenuación de conflictos con las provincias y la formación de dirigencias nacionales mediante la incorporación de las elites regionales, para lo que era esencial lograr una adecuada evolución económica en ciertas regiones. Tal sería el caso de Mendoza en el centro-oeste, y el viñedo fue elegido entonces como una alternativa viable y rápida para que la provincia cuyana (4) superara su crisis y reiniciara el crecimiento.

Una clara actitud modernizante se instaló gradualmente entre algunos miembros de la élite. Sus acciones, emprendidas desde el poder político, junto con diversas iniciativas individuales tendientes a mejorar los viñedos y la elaboración de vinos mediante la difusión de información técnica, impusieron el modelo agroindustrial vitivinícola en la provincia estructurado con criterios capitalistas.

Las principales políticas provinciales consistieron en exenciones impositivas, creación de instituciones bancarias, formación de recursos humanos y fomento de la inmigración. El mayor -y fundamental- aporte del gobierno federal fue la construcción del Ferrocarril Andino, habilitado en 1885, que conectó Mendoza y San Juan con los mercados del centro, este y norte del país.

A partir de 1874 se pusieron en vigencia, aunque sin éxito, disposiciones legislativas de promoción de los cultivos de vid, olivos y nogales. Una ley de 1881 eximió de impuestos provinciales a las nuevas plantaciones de viñas, olivos y nogales, hasta 1891 inclusive. Leyes posteriores (1889, 1895, 1902) fijaron períodos de cinco años de exención, de modo que el productor comenzaba a pagar cuando su explotación producía en plenitud. El Estado subsidiaba así, parte de la inversión privada, aunque se aseguraba una muy buena fuente de ingresos a futuro. En efecto, hacia 1907, la recaudación tributaria aportada por la vid y el vino representaban más del 60 pro ciento del presupuesto de la provincia.

Los resultados de esta política fueron los más exitosos: en las dos últimas décadas del XIX se iniciaron 2.900 explotaciones de viñedos modernos con un total de 17.830 ha, lo que representó un 640 por ciento de aumento en relación con los viñedos tradicionales existentes en 1883 (2.788 ha). El cambio espacial y económico fue destacadísimo. En primer lugar, transformó el paisaje, porque estas leyes obligaban a la implantación exclusiva de viñedos, con lo cual se eliminaba la alfalfa, otrora cultivo principal y se imponía una alta densidad de cepas por hectárea para hacer rentables las nuevas explotaciones. La creciente ocupación del oasis con viñedos y los grandes rendimientos aumentaron la oferta de uva y determinaron el desarrollo de una auténtica industria del vino, con bodegas tecnificadas, iniciándose un notable proceso de sustitución de importaciones (5). La bodega moderna y el ferrocarril se presentaban como los nuevos elementos estructurantes del espacio productivo.

Se adoptaron, además, políticas crediticias y de formación de recursos humanos, aunque esta última tuvo resultados modestos, porque la educación técnica marchaba como furgón de cola del proceso modernizador. Sólo a partir de 1896, con la creación de la Escuela Nacional de Vitivinicultura se avanzó en la formación de técnicos capaces de responder a los requerimientos de la agroindustria del vino, pero fueron poco demandados porque viñateros y bodegueros trabajaban mayoritariamente en forma empírica. Con relación a la inmigración, hubo acciones gubernamentales -nacionales y provinciales- destinadas a promover el ingreso irrestricto de profesionales y de agricultores. Se procuró atraer selectivamente hombres que fueran expertos viticultores, pero lo cierto es que una muy escasa cantidad reunió esa característica. La mayoría de los inmigrantes eran trabajadores sin calificación que buscaban simplemente mejores oportunidades económicas y llegaban dispuestos a encarar cualquier tarea. Eran años en que el factor trabajo se movilizaba internacionalmente sin dificultades y los migrantes eran bien recibidos porque ampliaban el muy restringido mercado de trabajo local (6).

En los comienzos de la década de 1870 se difundió paulatinamente información técnica a instancias del Gobierno Nacional, interesado en valorizar rápidamente el territorio, promoviendo la agricultura en gran escala, en especial en la región pampeana. En Mendoza se registró también el ingreso de bibliografía técnica extranjera y alguna de producción nacional, aunque su difusión fue limitada y lenta, ya que los métodos tradicionales de explotación vitícola dominaron en el sector hasta fines de la década del 80.

A las publicaciones se sumaba, sin duda, el efecto-demostración que cumplieron algunas explotaciones vitícolas, "modernas" para esos años fundacionales. El sistema de conducción tradicional, denominado "de cabeza" ­un poste por planta-, además de impactar en el ambiente y acelerar la destrucción del monte nativo, aumentaba el costo de implantación, pues los tutores de algarrobo (Prosopis sp.), retamo (Bulnesia retama) o atamisque (Atamisquea emarginata) debían traerse de 30 o 40 leguas. Su elevado precio fue uno de los factores que indujeron la introducción y difusión del alambrado en Mendoza y el cambio en los sistemas de conducción; sobre todo a partir de la mayor densidad en los cultivos consecuencia de las políticas de promoción mencionadas. El ferrocarril cumplió en este aspecto un papel definitorio por su capacidad de transportar grandes volúmenes. Otro de estos factores fue cultural porque los inmigrantes franceses arribados a la provincia desde 1875 introdujeron técnicas diversas (conducción en espaldero, poda según el sistema Guyot "doble", posteriormente modificado localmente y transformado en Guyot "triple" o mendocino, etc.) (Richard-Jorba, 1994 -a).

Las viñas modernas implantadas en los 80 y 90 fueron explotaciones intensivas, con alta densidad y aplicación de técnicas orientadas a lograr una gran producción, en perjuicio de la calidad. Si en la década de 1870, el viñedo -asociado con alfalfa- no superaba las 1.000 plantas por ha, hacia 1888, el cultivo exclusivo alcanzaba 3.100 y en 1896 superaba las 3.700 cepas/ha. La magnitud del trabajo humano queda reflejada en las cifras: en sólo 13 años (1888-1900), se implantaron casi 50 millones de cepas, destinadas casi enteramente a producir la uva que requería la naciente agroindustria del vino para satisfacer la creciente demanda de vinos en el mercado nacional (7).

Desde un comienzo, el nuevo modelo de desarrollo sufrió un desvío respecto del ideado por la elite que lo impulsó, que buscaba obtener en pocos años una producción de calidad capaz de desalojar del mercado nacional los vinos finos de ultramar -en especial los franceses-. La mayoría de los esfuerzos, en cambio, se orientaron a la masividad.

La exclusión de otros cultivos asociados determinó en pocos años la dominancia de una agricultura especulativa, que no sólo modificó el uso del suelo y se expandió por los oasis, sino que hegemonizó la economía provincial y conformó, junto con San Juan, una de las llamadas economías regionales, de la Argentina. La altísima especialización se convertiría, con el tiempo, en una fuente de recurrentes crisis que afectaron al Estado, la economía y la sociedad provincial.

El crecimiento de las superficies implantadas al amparo de la promoción estatal, ya mencionado, eclosionó con posterioridad a la llegada del ferrocarril (1885), acompañado por la masiva afluencia de inmigrantes. Por ejemplo, en el quinquenio 1881-1885 se implantaron 174 ha; en el siguiente, 4.462 y entre 1891 y 1895, se llegó a 7.248. La política crediticia destinada a favorecer la vitivinicultura (creación del Banco de Mendoza, 1888) desempeñó también un papel destacado.

La intensificación de los cultivos vitícolas, su mantenimiento y particularmente la vendimia, aumentaron la demanda de mano de obra, en contraposición a lo que sucedía con la agricultura de forrajeras y la ganadería. Aunque no se dispone de datos fehacientes sobre el empleo generado por la viticultura, cabe destacar el aumento de la población rural en Mendoza entre los Censos de 1869 y 1895, que alcanzó un 54 por ciento. En el primero, la actividad vitícola era insignificante; en el segundo, el nuevo modelo estaba en plena expansión. En 1895, el Censo Nacional relevó 10.460 trabajadores en los establecimientos bodegueros (8.434 en vendimia y 2.026 permanentes), sobre una población total de 116.136 personas, es decir que el sector industrial ocupaba -al menos estacionalmente- hasta el 9 por ciento de los habitantes de la provincia. Hacia 1910, 21.760 personas trabajaban en la industria, lo que significaba un 10,5 por ciento de la población total registrada en el Censo Provincial de 1909 (206.393 habitantes), empleada directamente en la actividad de transformación.

En síntesis, una fuerte intervención del Estado en función promotora (y el consenso de los dueños del capital) resultó en una efectiva modernización vitícola, que desplazó a otros cultivos y hegemonizó, en pocos años, la economía y el espacio, aunque se trató de una expansión masiva, sin consideraciones sobre calidad.

La bodega moderna: de la importación de equipo a la inducción de un "brote industrial".

La expansión de la oferta de uva y la creciente demanda de vinos en el mercado nacional sólo podía ser articulada por verdaderos establecimientos industriales porque las antiguas bodegas, de tradición tecnológica colonial ­dominantes aún a fines de los 80-, no estaban en condiciones de acoplarse a las transformaciones en marcha.

La instalación de las bodegas que conformarían el sistema agroindustrial acompañó al viñedo, pero con notorio retraso y en menor medida de lo deseable,. En 1887, se registraron 420 bodegas, muy pequeñas, artesanales, número que se amplió a 1.084 en 1899, descendiendo a 1.043 en 1910-1911, como consecuencia de un lento proceso de maduración del sector. La elaboración de vinos creció exponencialmente: 58.900 Hl en 1888, 926.000 en 1899 y alrededor de 3.000.000 al comenzar la segunda década de este siglo, momento en que los precios eran remunerativos y la producción se colocaba sin contratiempos.

Las nacientes fábricas de vino (así las denominaba el Censo de 1895), adoptaron en su mayoría formas propias de algunas regiones europeas con larga tradición vitivinícola, aunque sin imitar fielmente el diseño, el tamaño y los materiales empleados en la construcción. Entre los avances registrados en la década del 90, cabe señalar la reunión de todas las operaciones de elaboración en el edificio central. La acelerada difusión de máquinas que reemplazaban fuerza humana -la única empleada en la antigua bodega- con energía a vapor y eléctrica, supuso una nueva división técnica del espacio y del trabajo en el interior de los establecimientos. También se mejoró, gradualmente, la vasija de fermentación y de conservación. Las cubas más aptas -y costosas-, eran las de roble (europeo y norteamericano), introducidas por los empresarios industriales más dinámicos, preocupados por obtener caldos de cierta calidad. Para abaratar costos se construyeron, además, piletas de fermentación en mampostería revestida con cemento.

Un problema grave en la época era el desfase entre la creciente oferta de uvas y la escasa capacidad de elaboración, lo que motivaba la prolongación de las vendimias e incidía directamente en la deficiente calidad de los vinos producidos. En la década del 90 el gobierno provincial debió autorizar la venta de uvas fuera de la provincia, la que era empleada en el Litoral y Buenos Aires, para realizar fraudes vínicos que desprestigiaban la vitivinicultura local y generaban efectos económicos negativos que impactaban no sólo en los empresarios sino también en el fisco y significaban, por añadidura, un ataque a la salud de los consumidores.

El modelo, contrariamente a lo que sucedía en la paradigmática Francia, disociaba la producción y sus actores, dividiéndolos entre viñateros "independientes" y bodegueros (8).

Desde mediados de la década del 80 comenzó a ingresar a la provincia equipo para bodegas tecnológicamente avanzado, desde filtros y bombas manuales a prensas y alambiques, que se fueron incorporando al espacio productivo con un retraso de al menos 15 años en relación con las regiones vitivinícolas de Francia. En la década de 1890 el cambio tecnológico se aceleró, tanto en el aspecto edilicio cuanto en la cantidad y variedad de equipos introducidos (moledoras, prensas hidráulicas, refrigerantes para controlar la fermentación, pasteurizadores, etc.). Después de 1895 numerosas bodegas se tecnificaron para poder procesar la mayor cantidad de uva posible y terminar los vinos cuanto antes para expedirlos al mercado. En 1897 se ensayaba en la bodega Trapiche con una bomba rotativa para generar electricidad  de fuerza de un solo caballo. Los resultados obtenidos son excelentes y quedó constatado que una bomba de este sistema hace el trabajo de dos, movidas a mano, ahorrándose el trabajo de ocho hombres por día (Kexel, 1897).

Esta cita pone de manifiesto el afán de innovar que caracterizaba la época. Pero además es significativa porque deja en claro el impacto social de las nuevas tecnologías, traducido en la sustitución de fuerza de trabajo y en un destacado aumento de su productividad. Y esto generaba una transformación en la estructura social, no sólo por la pérdida de puestos de trabajo -el tecnodesempleo afectaba entonces a Mendoza- sino por la permanente capacitación de quienes seguían empleados, todo lo cual motivaba una redistribución de la riqueza producida, con crecientes y mayores beneficios para el empresario que invertía en el mejoramiento técnico (Richard Jorba y Pérez Romagnoli, 1994). También la destrucción de empleo motivaba la migración campo-ciudad contribuyendo en no poca medida al notable y temprano proceso de urbanización que caracterizó a la Argentina en general y a Mendoza en particular (9).

A fines de los 90 algunos talleres mendocinos comenzaron a copiar y construir equipos para bodegas, de baja complejidad, como alambiques para destilar alcohol, pasterizadores, prensas y bombas manuales, etc. Una notable excepción fue el taller del ingeniero italiano Carlos Berri, cuyo establecimiento -fundado en 1888- tuvo importante desarrollo. En la década de 1890 vendía moledoras de su fabricación a bodegas de Mendoza y San Juan, es decir que abastecía un ámbito regional amplio. Esta empresa desapareció bien entrado el siglo XX.

En la primera década del siglo XX se inició, además, la adaptación de equipos importados a la realidad local y el desarrollo de nuevos productos, aunque no puede hablarse de un fenómeno generalizado. Se construían y adaptaban calderas tubulares, filtros para vinos, mezcladores de orujo, rectificadores contínuos y sistemas de refrigeración. Estos últimos eran una respuesta al clima de Mendoza, con veranos más cálidos que los europeos, pero también representaron una innovación para servir a numerosas bodegas que se iban dotando de una gran capacidad de elaboración, que insinuaba el gigantismo que caracterizó al modelo vitivinícola mendocino.

La importancia de esta etapa radica en que se había producido un rápido proceso de asimilación tecnológica, esencial para poder adaptar o diseñar nuevos productos, lo que en definitiva abriría paso al futuro desarrollo de industrias proveedoras del sector vitivinícola nacional y otros sectores agroindustriales. En efecto, durante los años posteriores a 1910 se fue afianzando la industria local de equipo para bodegas y se comenzó la fabricación, bajo licencia, de maquinarias complejas, italianas y francesas. Los talleres de Pescarmona y Rousselle, entre otros, fueron pioneros de la industria proveedora de bienes de capital para los sectores de transformación de materia prima agrícola. Así como el ferrocarril obró como disparador de la expansión vitícola y verdadero insumo para la agroindustria, la bodega moderna cumplió idéntico papel al inducir la instalación de industrias proveedoras que comenzaron como modestos talleres de servicios de reparaciones. Sin embargo, este proceso no fue generalizado y las bodegas continuaron adoptando tecnologías de modo pasivo.

Los bienes de capital importados vinculados con la elaboración de vinos, procedían de países europeos de tradición vitivinícola (Francia, Italia, Alemania y España, en ese orden), en tanto que los equipos energéticos que permitirían la mecanización de las bodegas, eran provistos por Inglaterra y, en menor escala, por Estados Unidos y Alemania. Es decir que algunas economías industriales exportaron equipamiento avanzado de aplicación general y consumo mundial, como motores y calderas, en tanto que otros países industrializados y, además, productores de vinos, colocaron equipos específicos.

Síntesis justificativa

Países industrializados con sus equipos y diseños edilicios, inmigrantes de las más diversas procedencias, así como el transporte ferroviario, aportaron a la configuración de un nuevo espacio productivo vitivinícola que, si bien desarrolló características propias, fue marcado con improntas de otras latitudes. Construido en muy corto tiempo, este espacio saltó las etapas evolutivas que caracterizaron a otras regiones del mundo dotadas de fuerte tradición e identidad cultural, pasando del sistema de tecnología colonial a una agroindustria con equipamiento transplantado sin aprendizajes previos y sin una masa crítica de trabajadores y empresarios portadores de una verdadera cultura hegemónica de la vid y el vino. Mendoza fue una retorta en la que se mezclaron españoles, italianos, franceses, alemanes, criollos, etc. De los que fueron vitivinicultores, cada uno aportó su tradición regional (riojana, bordelesa, catalana, siciliana, criolla de origen colonial, como partes de una lista interminable); quienes no lo fueron -seguramente una mayoría-, se incorporaron a la actividad preocupados sólo por su alta rentabilidad. La mezcla de unos y otros, más una sumatoria de factores concurrentes condujo al camino más accesible: la masividad, con excepciones que confirmaban la regla..

Por lo expuesto, puede decirse que no hubo posibilidad de otro resultado. La acelerada modernización fue cuantitativa, tanto en la fase agrícola como en la industrial, y modeló un sistema productivo de masa. Cepas diferenciadas sólo genéricamente entre "francesas" (todas las variedades tintas o blancas extranjeras) y "criollas" (provenientes de la época colonial); y vinos de baja calidad, sin tipos definidos (solo se producían tintos, blancos y criollos o "carlón"). Toda la estructura estuvo orientada a la gran producción: enormes paños de viñas, bodegas gigantescas y, en el caso de los pequeños productores de uva o vino, su objetivo excluyente era producir lo máximo y venderlo cuanto antes; aunque la urgencia del viñatero se justificaba, además, en la necesidad de vender la uva en el tiempo justo antes de su natural deterioro. En este sentido, debe destacarse que la escasez de capital fue un factor de significativa importancia en la estructuración del modelo, pues eran contadas las bodegas que podían hacer una cuidadosa elaboración y estacionar sus vinos dos o más años para expender luego un producto de buena calidad; el grueso de las empresas debían realizar sus caldos cuanto antes para obtener el retorno necesario para reiniciar el ciclo productivo.

Los comerciantes extrarregionales (Buenos Aires, Rosario) desempeñaron un rol importantísimo en la orientación masiva del modelo, al menos hasta los primeros años de este siglo, pues con un enorme poder de compra concentrado, frente a una oferta múltiple de infinidad de bodegas pequeñas y medianas, exigían vinos gruesos, de mucho cuerpo y color, alcoholizados, con la finalidad de estirarlos con agua o mezclarlos con vinos elaborados con pasas o cortarlos con caldos europeos. Cierto es, además, que las franjas más importantes del mercado, compuestas por sectores populares, no demandaban calidad sino precios bajos. Sólo un lento proceso de maduración de la industria local -orientado por las grandes empresas que fueron asumiendo la comercialización de sus productos-, produjo una mejora cualitativa, aunque el dominio absoluto de los vinos comunes destinados exclusivamente al mercado interno se mantuvo hasta la crisis que comenzó en la década de 1970. Su profundidad ha dado lugar a grandes transformaciones, aún en curso, aceleradas por la denominada globalización económica (Furlani de Civit et al, 1991 y 1996; Richard -Jorba, 1998).

Los resultados del proceso reseñado fueron óptimos por lo menos hasta 1910, pese a algunas crisis. El capital mercantil había cedido paso al capital productivo y se desarrollaban los mercados de trabajo y de tierras. La expansión urbana acompañaba una creciente complejización económica manifestada en incipientes procesos de industrialización inducidos o derivados de la bodega (Pérez Romagnoli, 1995 y 1997) y en la ampliación del sector servicios.

El desarrollo territorial del viñedo tuvo una velocidad sin parangones en la historia del espacio productivo local. En efecto, si en 1883, existían 1.486 viñedos -asociados con alfalfa- de una superficie media de apenas 1,8 ha, con las leyes promocionales ya mencionadas, se implantaron en las dos últimas décadas del XIX casi 3.000 explotaciones modernas, con una media de 7,4 ha por finca. El 62 por ciento de las fincas y el 75% de la superficie vitícola estaban concentradas, en 1900, en los departamentos que rodean la capital. De esta zona partieron las ondas de difusión hacia el resto de la provincia, con el ferrocarril jugando un papel clave en este proceso. Para 1911, existían en producción más de 53.000 ha de viñedos y un marcado desarrollo del cultivo se manifestaba en el oasis Sur (San Rafael), conectado por los rieles desde 1903. Hacia mediados de siglo, los viñedos se extendían sobre 108.347 ha y el tamaño medio de las explotaciones alcanzaba 8,3 ha (Zamorano, 1959).

Las políticas estatales de promoción tuvieron otros resultados. Por una parte, la elite económica se acopló al nuevo modelo productivo y concentró significativamente la propiedad vitícola. La mayoría de ese grupo invirtió en la industria del vino, constituyéndose en núcleo de una burguesía productora que, junto con agentes provenientes de la inmigración, integrarían un empresariado regional y llevarían a cabo una importante acumulación de capital (10). Por otra parte, la nueva actividad determinó la formación de una clase de pequeños y medianos propietarios, mayoritariamente inmigrantes, que tendría incidencia en la ampliación de los estratos medios de la sociedad local (11). Hacia 1900, las explotaciones menores de 10 ha alcanzaban al 83,2% del total de viñedos promocionados, cubriendo el 37,4% de la superficie cultivada con vid. Muchos de los pequeños y medianos productores integraron la etapa industrial, con bodegas de escasa capacidad de elaboración (menos de 1.000 Hl) (12) y equipamiento de baja complejidad. Su oferta dispersa era adquirida en parte por las grandes firmas y por el comercio del Litoral y Buenos Aires, es decir por una demanda relativamente concentrada, formándose el mercado de traslado, que aún tiene vigencia. La dependencia y debilidad de estos productores respecto de los compradores era manifiesta y fue motivo de no pocos conflictos frente a precios y formas de pago fijados arbitrariamente.

A principios de la década de 1950 no se registraban mayores cambios en aquellos valores. El 84,5 por ciento de las fincas tenían menos de 10 ha y ocupaban el 30 por ciento de la superficie vitícola (Zamorano, 1959). En comparación con los comienzos de siglo había un aumento relativo en las explotaciones y una disminución en las superficies controladas, lo que indica un mayor grado de concentración del factor tierra. Persistía, no obstante, la clase de pequeños propietarios bien sostenida aún por la rentabilidad de sus viñedos. El régimen de "contratos" (13), bajo el cual había numerosas explotaciones contribuía, por su parte, a una mejor distribución social del ingreso (Rodríguez, 1968).

A lo largo del siglo y hasta la década de 1970, este modelo productivo no varió y se acentuaron muchos de sus rasgos negativos: gran producción de baja calidad -salvo puntuales excepciones- destinada a un mercado nacional altamente protegido; y fuerte intervención estatal -esta vez mayoritariamente nacional- para atenuar numerosas y reiteradas crisis. La más grave de ellas, en los años 30, motivó, por ejemplo, la erradicación de 17.000 ha de viñedos y la superficie cultivada permaneció sin variantes hasta 1944 (14). Paradojas de la historia, la superficie implantada con promoción fiscal a fines del XIX, desaparecía en la década del 30 como efecto de la crisis, destruida por el mismo poder estatal que había contribuido a crearla. Otras crisis posteriores provocaron la destrucción de vinos o elaboración forzada de derivados (vinagres, mostos concentrados o la destilación de caldos para obtener alcohol), la fijación de cupos de comercialización, adquisición de excedentes por parte del Estado, etc. En esta dirección, el Gobierno de Mendoza incorporó a su patrimonio la gran empresa vitivinícola GIOL en 1954, alcanzando la figura de Estado-empresario. El objetivo era regular el mercado de vinos y defender a los viñateros sin bodega. Por otra parte, el Instituto Nacional de Vitivinicultura establecía políticas para el sector en todo el país, ejercía poder de policía, controlaba la genuinidad de los caldos, determinaba cupos de producción y comercialización, etc.

Tres décadas de tramsformaciones Crisis interna y globalización. ¿Hacia un nuevo modelo vitivinícola?

De acuerdo con Letourneau, la globalización -y el conjunto de fenómenos asociados-, constituye una transformación cualitativa del régimen de acumulación que modifica al instaurado después de la Segunda Guerra y cuyo núcleo está todavía integrado por los Estados que forman el denominado G-7. Se trata de modificaciones en los principios que gobiernan la producción y la distribución de la riqueza, entre los individuos y los Estados.

Entre las características claves de este nuevo régimen se destaca la circulación irrestricta del capital, que paralelamente se concentra y, en menor medida, la movilidad geográfica de profesionales, investigadores y ejecutivos, así como la máxima restricción a la migración de trabajadores.

La riqueza se crea y se reparte en torno a las fases de concepción, fabricación y comercialización de bienes y servicios que, en la medida de lo posible, tengan alto valor agregado. Es decir que el centro económico ya no está en la fabricación masiva de mercancías que son ofertadas a un máximo de consumidores situados dentro de un espacio dado (nacional), sino en la concepción y producción de bienes complejos, con muy alta relación capital/trabajo, para ser vendidos a clientelas especializadas distribuidas en el mundo entero (Letourneau, 1993).

Desde una perspectiva espacial puede decirse, en términos generales, que se construye una nueva división internacional del trabajo, entre espacios donde se concibe y se desarrolla el conocimiento y la tecnología y espacios reducidos a la condición de factorías y mercados de consumo. Las excepciones -muy pocas- comprenden algunos países con fuertes inversiones estatales en Ciencia y Tecnología. Los capitales productivos transnacionales que invierten en determinados espacios, cuando demandan bienes y servicios de alta complejidad lo hacen -habitualmente- a sus países de origen, de modo que allí se refuerza y retroalimenta el proceso de acumulación y, paralelamente, se debilita en el territorio factoría.

En Mendoza, cien años después del comienzo de la modernización con la implantación y desarrollo del modelo agroindustrial, una serie de factores internos potenciaron la crisis estructural del sector vitivinícola. En pocos años, se agregarían factores exógenos (crisis de la deduda externa, hiperinflación, políticas neoliberales, apertura irrestricta de la economía, etc.), presentándose una combinación letal para el viejo modelo productivo de masa orientado al mercado nacional.

Pese a numerosas evidencias que indicaban la profundización de situaciones críticas para el sector, desde 1970 continuó en Mendoza la plantación de nuevos viñedos de baja aptitud enológica, fomentada indirectamente por una legislación nacional (Ley 18.905/70) que propiciaba integrar las diversas etapas de la vitivinicultura, diversificar sus productos y colocarlos en los mercados externos. Los créditos y las desgravaciones impositivas no dieron resultados convincentes. Se sumó a esta política, la Ley 20.954/74, que promovió la incorporación de zonas áridas a la actividad agropecuaria mediante riego con aguas subterráneas. Las inversiones surgirían de exenciones tributarias nacionales, implicando, en consecuencia, un alto costo fiscal. Estas leyes dieron lugar al desarrollo de nuevas plantaciones, mayoritariamente de cepas comunes, localizadas sobre todo en la periferia de los oasis y caracterizadas por su gran tamaño (de cientos hasta más de mil ha), aunque, hubo casos de incorporación de tecnologías avanzadas e integración vertical, concretadas por tradicionales empresarios del sector, pero además por agentes provenientes de otros sectores económicos y de otras regiones (Furlani de Civit et al, 1991). Las condiciones impuestas por las leyes favorecieron a empresas fuertemente capitalizadas y no tuvieron incidencia sobre los pequeños y medianos productores.

Estas medidas no modificaron el modelo productivo, sino que potenciaron la crisis estructural en que se hallaba sumido. Para una efectiva transformación hubiera sido imprescindible la aparición de nuevas mentalidades políticas y empresariales. Entre las primeras, no existió la necesaria coherencia de una política de Estado (federal y provincial) que definiera prioridades y objetivos; y dispusiera los medios para cumplirlos, con premios y castigos según los resultados. En el mundo empresario siguió dominando la mentalidad del viejo modelo, característica, por lo demás, de buena parte del empresariado nacional, esto es, rentismo, apego a un capitalismo prebendario, escaso interés por la innovación, adaptación pasiva y tardía de tecnologías generadas en otras geografías y poca predisposición para conquistar nuevos mercados. Salvo puntuales excepciones, sólo se procuraba exportar cuando el mercado nacional se retraía colocando mayoritariamente los excedentes de vinos comunes y mostos concentrados. Al desinterés empresarial se sumaba la inexistencia de políticas de promoción de las exportaciones de las denominadas economías regionales, entre ellas Mendoza, manteniéndose el espacio estratégico pampeano como el único generador de divisas para el país (15).

El previsible resultado de aquella expansión, inorgánica y desarticulada, tuvo graves consecuencias para la vieja estructura económica, porque conducía a un aumento de la producción en un mercado que crecía lentamente o estaba estancado o, peor aún, decrecía. El proceso se detuvo hacia 1978 y, desde mediados de la década del 80, comenzó una retracción sostenida de las superficies vitícolas. La caída del consumo de vinos en el país era la causa más visible, ya que se pasó de 86 litros per cápita en 1968 a 60 en 1986 y alrededor de 40 en la actualidad. En efecto, desde un máximo histórico de 252.928 ha en 1978, el viñedo se retrajo rápidamente. En 1987 se registraban 190.982 ha y a comienzos de los años 90, alcanzaba poco más de 145.000 ha. Aparecía entonces una tendencia a la recuperación del cultivo pero con características cualitativas diametralmente opuestas a las vigentes desde la modernización de fines del XIX, porque comenzaban a desarrollarse nuevas explotaciones en las que se priorizaba y valoraba la plantación de cepas finas. De ningún modo ha sido éste un proceso lineal, porque en paralelo con los nuevos viñedos, se produjeron erradicaciones, abandonos o regresión por abandono encubierto de antiguas plantaciones, estimados en alrededor de 40.000 ha (González Valverde, 1986, citado por Gutiérrez de Manchón, 1996), pero también reconversiones de viñedos de masa a varietales finos, que han contado con apoyo estatal. Las erradicaciones y abandonos corresponden en general a explotaciones pequeñas en las cuales la inversión en tecnología es de difícil concreción por indisponibilidad de capital o bien, porque no se justifica en términos de rentabilidad. Se acentuaba con ello la tendencia a una mayor concentración de la propiedad de la tierra. Además la figura del contratista desaparecía rápidamente, reemplazado por administradores, de manera que este actor, semi-empresario, se transformaba en asalariado, reforzando la distribución regresiva del ingreso.

El retroceso del viñedo no ha respondido sólo a causas económicas. Factores ambientales han motivado su eliminación en zonas marginales poco productivas, que fueron incorporadas en etapas de auge vitivinícola. Intervienen además otros procesos, como la expansión de la conurbación mendocina que ha ido desplazando y haciendo desaparecer la antigua Zona Núcleo de difusión de la vitivinicultura moderna ­el actual Gran Mendoza-, reemplazando el suelo agrícola para usos residenciales, industriales, de servicios, fenómenos que también caracterizan al oasis Sur.

La privatización de Bodegas y Viñedos GIOL Sociedad del Estado, llevada a cabo a fines de los 80 por el gobierno de la provincia, significó un notable cambio político-institucional que acompañaría las grandes transformaciones que registra la vitivinicultura mendocina, porque determinó la eliminación de la figura del Estado-empresario en el sector, proceso que se extendería al resto de la economía en los 90. Estas transformaciones recientes se generalizaron en el marco de políticas neoliberales aplicadas por el gobierno nacional, que condujeron a la apertura irrestricta de la economía argentina y a la desregulación de la actividad vitivinícola en todo el país desde fines de 1991.

Desde mediados de los 90 los cambios registran una fuerte concentración de capitales que va evidenciando una rápida oligopolización del sector por adquisición de paquetes accionarios o compra de empresas familiares. Actualmente, cinco bodegas productoras de vinos finos ­de un total de ochenta- controlan el 40 por ciento del mercado y, al menos dos de ellas, pertenecen a un fondo de inversión. Seis empresas atienden el 80% de la franja de vinos de mesa, pero dos aglutinan el 50 por ciento (Richard-Jorba, 1999). Se observa también una reorientación productiva hacia vinos finos y champañas lo que conlleva la incorporación de tecnología extranjera de punta, agrícola e industrial (en finca, riego presurizado, mallas antigranizo, cepas francesas y californianas, cambios en el modo de recolección de la uva; en la bodega, prensas de última generación, tanques de acero inoxidable, equipos de frío o empleo de gases inertes, etc.). El resultado es la producción de vinos denominados de "alta gama" y un fuerte crecimiento de caldos de precios intermedios y otros relativamente bajos (los denominados "finitos"). La etapa comercial se orienta crecientemente hacia la exportación (16) porque los nuevos grupos empresariales instalados en la provincia cuentan, en general, con una previa inserción en los mercados internacionales, lo que facilita sus ventas externas. Y las empresas de capitales locales o nacionales siguen idénticas políticas. Por supuesto, no se descuida el desarrollo del mercado interno, en el que se observa un paulatino desalojo de los vinos comunes o de mesa. En este sentido hay un destacable accionar conjunto gubernamental y empresarial (17).

Para 1996 la superficie con viñedos era de 143.764 ha y las cepas varietales para vinos finos ya alcanzaban el 35%, frente a la masa sin clasificar que caracterizaba la viticultura hasta los años 70. En departamentos reconocidos por la excelente aptitud de sus suelos, los cepajes finos son dominantes (66 por ciento en Tupungato y 70 por ciento en Luján) (Vinífera, 1997:30). Si bien se reconvierten antiguas explotaciones vitícolas, el mayor desarrollo se observa en nuevos terrenos donde se implantan las cepas de alta calidad enológica. El Valle de Uco (Tunuyán y Tupungato) ha sido el espacio preferido para estos nuevos emprendimientos, que avanzan sobre el piedemonte y se ubican por encima de los 1.100 m s/n/m. La inversión en la industria, sea mediante la construcción de nuevas bodegas o el reequipamiento de las existentes), suma cientos de millones de pesos y persigue el objetivo de mejorar la calidad y conquistar mercados, tanto franjas del interno como el internacional (Llaver, 1997).

Todos estos cambios mejoran la calidad de los vinos -y esto se comprueba en los centenares de premios internacionales obtenidos por empresas de Mendoza-, aunque generan otros problemas. En efecto, como consecuencia del fenómeno globalizador, se está produciendo un proceso de transferencia de empresas líderes de capitales locales (Balbi, Cavas de Santa María, Etchart, Flichman, Martins, Norton, Premier, Santa Ana, Toso, Weinert, Nieto y Senetiner, Grupo Peñaflor-Trapiche, por mencionar algunas) a grandes grupos extraprovinciales, casi mayoritariamente transnacionales, lo que no sólo traslada a otros espacios geográficos el poder de decisión económica sobre la región, sino que se deprime la industria local proveedora de equipo y las actividades de investigación y desarrollo asociadas que pueden fortalecerla. El capital transnacional interrumpe, al menos parcialmente, los antiguos encadenamientos productivos regionales, algunos de los cuales, como se ha visto, se originaron en los comienzos de la primera modernización, aunque el desarrollo efectivo de la industria proveedora de máquinas y equipos se produjo en una etapa de consolidación desde la década de 1940 (Pérez Romagnoli, 1997), es decir, cuando avanzaba el modelo de desarrollo industrial por sustitución de importaciones. Esa interrupción se genera al incorporarse al proceso productivo parte importante de tecnologías y equipos provenientes en su mayoría de los países de origen de los nuevos inversores; y el empresariado local hace otro tanto, siguiendo una lógica de comprar lo mejor -tecnología de punta- con precios y financiación que difícilmente puedan obtenerse en el país. En efecto, los créditos bancarios en la Argentina son muy caros, con plazos relativamente cortos y altísimos intereses para un país sin inflación. La Unión Europea, en cambio, promueve sus exportaciones industriales con créditos de bajo interés, plazos y períodos de gracia considerables.Si bien hay un beneficio notorio para la empresa en cuanto agente económico, debe señalarse que la adquisición de maquinarias y procesos técnicos importados, refuerzan la tendencia hacia una nueva división internacional del trabajo, es decir, una especialización productiva del espacio agrícola provincial sustentada en la incorporación pasiva de tecnología extranjera. En este sentido, habría una especie de "retorno a las fuentes", un símil del modo en que se produjo la primera modernización, aunque con una diferencia esencial: hoy "el conocimiento" no puede ser imitado o copiado porque está protegido internacionalmente.

Por supuesto, este proceso disminuye considerablemente la acumulación de capital local que distinguió a Mendoza en las etapas anteriores de la vitivinicultura y el tecnodesempleo, que normalmente sigue a cualquier modernización , agudiza los problemas de exclusión social.

Se reproducen así en la provincia, los procesos que registra la Argentina en su conjunto: el retiro de importantes sectores del empresariado de buena parte de las actividades productivas, por temor o imposibilidad de competir con las transnacionales, y su reinserción en nichos económicos presentes aún en sectores del comercio y otros servicios, visualizados como más seguros, con mercados relativamente cautivos. Se reiteran caracteres de rentismo y de escasa capacidad de innovación, es decir, ausencia del empresario schumpeteriano (Schumpeter, 1996).

No obstante, algunos grupos empresariales locales o del resto del país altamente capitalizados y diversificados, junto a empresarios medianos, invierten en vitivinicultura. Sería deseable que estos actores no sólo estuvieran motivados por la actual rentabilidad del sector vitivinícola y aportaran recursos, junto con el Estado, destinados a ejecutar investigaciones científicas y desarrollos tecnológicos tendientes a recrear los encadenamientos productivos. De tal manera, se podría potenciar la industria local de equipos para bodegas y el desarrollo de procesos productivos para competir con quienes dominan hoy estos rubros en el mercado mundial. Si una empresa extranjera instaló una planta fabril en 1996 para producir equipos diversos para bodegas ­que antes importaba- o empresarios franceses han puesto en marcha viveros proveedores de cepas de altísima calidad certificada, es claro que la vitivinicultura mendocina ofrece un futuro promisorio.

Obviamente, el camino no es producir conocimiento y tecnología desde un punto cero, sino comenzar por la adopción y la difusión de lo actualmente disponible en el mundo y, a partir de allí, innovar de acuerdo con las condiciones ambientales, económicas, sociales y culturales. Y es función del Estado contribuir, no sólo a promover exportaciones, sino también a generar y difundir la modernización tecnológica, particularmente entre los grupos de productores pequeños y medianos descapitalizados e imposibilitados de proveerse en Ael mercado@, a fin de evitar la formación de umbrales tecnológicos insalvables que los excluyan de la actividad económica y los hagan desaparecer del espacio productivo, transformándolos en asalariados o, peor aún, en desempleados.

Conclusiones

Un breve repaso de lo expuesto, permite concluir que la modernización de la vitivinicultura a fines del siglo XIX condujo al desarrollo de una de las denominadas economías regionales de la Argentina, la región vitivinícola conformada por Mendoza y San Juan, productoras de más del 90 por ciento de los vinos argentinos. Resultó ser un modelo atípico para la época, porque desde un punto de vista económico contradecía las leyes naturales de la ciencia económica finisecular. Así, paradojalmente, gozó de promoción y protección dentro del esquema librecambista elegido por la Argentina. Pero esto era fruto de una necesidad política, porque para consolidar el Estado-nación resultaba imprescindible negociar entre el poder central y el provincial para asegurar la gobernabilidad del país. En este sentido, el modelo era semejante a los esquemas propios de la llamada industrialización por sustitución de importaciones (ISI) que caracterizó buena parte de este siglo. En los años 70 el modelo cayó por su propio peso, encerrado en un mercado nacional en retroceso y sujeto a crisis frecuentes de sobreproducción o de subconsumo, sólo enfrentadas con medidas coyunturales. La propia dinámica de la crisis condujo al comienzo de cambios en el sector vitivinícola, anteriormente reseñados.

La transformación de la economía iniciada una década atrás con vistas a una nueva inserción del país en el contexto internacional significó un cambio profundo tanto en lo económico cuanto en lo social y político. Apertura irrestricta de la economía, desregulación de todas las actividades, modernización de las telecomunicaciones y de la infraestructura portuaria, desarticulación de la red ferroviaria, precarización laboral y eliminación de las mallas de protección social que habían caracterizado al Estado de Bienestar, etc. Este proceso desregulatorio agravó la crisis en la provincia y obligó a acelerar la reconversión del viejo modelo vitivinícola iniciada en los 80, transformándolo en una agroindustria orientada por la nuevas tendencias económicas: abandono de las commodities (vinos comunes) y producción de bienes mayor valor agregado, destinados a mercados no masivos (vinos finos, champañas). Todo lo cual conduce hacia el dominio de los agribusiness en sustitución de las empresas familiares. Aunque el proceso no ha concluido, parece darse una tendencia hacia la integración de todas las etapas productivas y mercantiles en una sola empresa, lo que marca otra notable diferencia con el viejo modelo, que, como se mencionara, disociaba a viñateros y bodegueros.

El viejo modelo se construyó, en buena medida, promoviendo la movilidad irrestricta del factor trabajo y recibiendo masivamente inmigrantes -calificados o no- para desarrollar los cultivos, las bodegas y las industrias conexas. Las nuevas condiciones abren camino hacia la excelencia vitivinícola pero dificultan el desarrollo industrial y están generando -a escala nacional- sentimientos xenófobos hacia el trabajador extranjero.

Al fuerte protagonismo del Estado -nacional y provincial- entre 1870 y 1970, es decir de la política, se contrapone hoy la debilidad del compromiso estatal, reducido a una limitada aportación en la promoción del sector vitivinícola. La política parece cada vez más subsumida en lo económico.

Para terminar, estamos presenciando la formación de un modelo nuevo que se va imponiendo globalmente desde las economías avanzadas del planeta, deseosas de capturar con su capitales porciones de cualquier mercado que ofrezca alta rentabilidad. Y en este sentido, Mendoza (también San Juan), puede llegar a constituir una enorme fuente de renta. Sin embargo, al perfilarse esta nueva división internacional del trabajo, parece perderse la capacidad de acumulación regional ­y nacional- y el poder de decisión sobre el espacio y la economía.
 

Bibliografía

FURLANI de CIVIT, María, et al. Transformaciones recientes en el oasis norte de Mendoza, Argentina. In América Latina: Regiones en transición. Madrid: Universidad de Castilla-La Mancha,  1991.

GOBIERNO DE MENDOZA. Memoria del Ministro de Gobierno ante la Legislatura, 3-2-1877. Registro Oficial, 1877.

GUTIERREZ de MANCHON, María J.  Retroceso y reconversión de cultivos en los oasis de Mendoza. In Mendoza: una geografía en transformación. Mendoza: UN Cuyo, 1996

INSTITUTO NACIONAL DE VITIVINICULTURA-INV. Estadística Vitivinícola-INV 68. Mendoza: 1969.

INSTITUTO NACIONAL DE VITIVINICULTURA-INV. Los productos vitivinícolas argentinos en los mercados mundiales. Año 1986, Mendoza: 1987.

KEXEL, G. La electricidad y sus aplicaciones en la vitivinicultura. El Diario. Mendoza: 7 al 12 de julio de 1897.

LLAVER, Mauricio. Inversiones en la industria vitivinícola. Temas del Mercosur nº 2, INTECO-UNS Luis y Fundación Andina,  1997, p. 57-62.

LETOURNEAU, Jocelyn. Canadá y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte: desafíos y problemas.CICLOS en la Historia, la Economía y la Sociedad, nº 4, Buenos Aires: UBA, 1993.

PEREZ ROMAGNOLI, Eduardo. Contribuciones para una geografía histórica de Mendoza: industrias inducidas por la fabricación de vino entre 1880 y 1930. Revista de Estudios Regionales nº 15/16, Mendoza:  CEIDER-UN Cuyo, 1996.

PEREZ ROMAGNOLI, Eduardo. Mendoza, núcleo de la metalurgia argentina fabricante de máquinas y equipos para la industria transformadora de materias primas de base agraria. Boletín de Estudios Geográficos Nº 92, Mendoza, UN Cuyo, 1997.

PEREZ ROMAGNOLI, Eduardo y RICHARD-JORBA, Rodolfo. Una aproximación a la geografía del vino en Mendoza: distribución y difusión de las bodegas en los comienzos de la etapa industrial (1880-1910). Revista de Estudios Regionales nº  11, Mendoza: CEIDER-UN CUYO, 1994.

RICHARD-JORBA, Rodolfo y PEREZ ROMAGNOLI, Eduardo.El proceso de modernización de la bodega mendocina. 1860-1915.CICLOS nº 7, Buenos Aires: IIHES-UBA, 1994.

RICHARD-JORBA, Rodolfo. Conformación espacial de la viticultura en la provincia de Mendoza y estructura de las explotaciones. 1881-1900. Revista de Estudios Regionales nº 10, Mendoza: CEIDER-UN CUYO, 1992.

RICHARD-JORBA, Rodolfo. Hacia el desarrollo capitalista en la provincia de Mendoza. Evolución de los sistemas de explotación del viñedo entre 1870 y 1900. Anales de la Sociedad Científica Argentina, Volumen 224, nº 2, Buenos Aires: 1994 a.

RICHARD-JORBA, Rodolfo. Inserción de la élite en el modelo socioeconómico vitivinícola de Mendoza, 1881-1900. Revista de Estudios Regionales nº 12, Mendoza: CEIDER-UNCUYO, 1994 b.

RICHARD-JORBA, Rodolfo. Poder, Economía y Espacio en Mendoza, 1850-1900. Mendoza: 1998.

RICHARD-JORBA, Rodolfo. Modelos vitivinícolas en Mendoza (Argentina): desarrollo y transformaciones en un período secular.  In M.E. FURLANI DE CIVIT, M.E  y  GUTIÉRREZ DE MANCHÓN, M.J (coords.), Mendoza: una geografía en transformación. Mendoza: Facultad de Filosofía y Letras-UNCuyo, 1999.

SABATO, Hilda. Capitalismo y ganadería en Buenos Aires. La fiebre del lanar.  Buenos Aires: Sudamericana, 1989.

SCHUMPETER, Joseph. Capitalismo, Socialismo y Democracia Barcelona, Folio, 1996, 2 tomos (primera edición, 1942).

SIVERA, Marcelo. Los Andes (Los Andes Económico), 1998.

VINIFERA, número extraordinario. Mendoza:  1997.

ZAMORANO, Mariano.  El viñedo en Mendoza.Boletín de Estudios Geográficos nº 23, Mendoza: U.N.Cuyo, 1959.
 

NOTAS

1. Instituto de Geografía de la U.N de Cuyo e INCIHUSA-CONICET.

2.  Hasta 1879, el oasis Sur era apenas una mancha de escasos cultivos en torno al fuerte militar que controlaba la frontera con los pueblos indígenas. La campaña militar de ese año (Conquista del Desierto) expulsó definitivamente a las comunidades aborígenes e incorporó plenamente el territorio meridional a la jurisdicción estatal. La expansión de este oasis comenzó en la década del 80 y, sobre todo, en los años 90.

3.  Michel Pouget dirigió en la década de 1850 la Quinta Agronómica, un loable intento de estación experimental. Introdujo en Mendoza desde Chile -y probablemente desde Francia-, las primeras cepas finas (Malbec, Cabernet, Pinot, Chardonnay) y comenzó su difusión. Enseñó también técnicas de elaboración de caldos de calidad y de champañas. Hilaire Lasmastres, en la Exposición de 1871, presentó vinos finos embotellados -una rareza en la época- de las cosechas de 1862 a 1870 (Richard-Jorba, 1998)

4.  La histórica región de Cuyo permaneció hasta la década de 1820 como una única jurisdicción, separándose desde entonces en las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis.

5.  En 1888 Mendoza elaboró 58.900 Hl de vino y el país importó 713.000 Hl. En 1899 la producción de Mendoza alcanzó 855.000 Hl (más 776.000 de las otras provincias) y la importación fue de 460.000 Hl (Richard-Jorba, 1998).

6.  El gobierno de Mendoza contrató a técnicos franceses en los años 1870 para que enseñaran y difundieran técnicas de cultivo vitícola. El número de inmigrantes fue modesto en los comienzos. Por ejemplo en 1874 ingresaron 290 personas (75 agricultores) (Memoria del Ministro de Gobierno a la Legislatura, 3-2-1877, Registro Oficial, p. 64). El ferrocarril aceleró la afluencia. Entre 1881 y 1890 ingresaron más de 10.000 personas y esas cifras crecieron en años posteriores, especialmente en la primera década del siglo XX. De acuerdo con los Censos Nacionales, en 1869, los inmigrantes europeos en Mendoza ascendían a 285; en 1895, eran 10.376 y en 1914 llegaban a 76.690 personas (27% del total).

7.  A mediados de los años 70, los rendimientos de los viñedos oscilaban entre 94 y 125 quintales de 46 kg de uva por ha, que daban entre 30 y 40 Hl de mosto. A finales de los 80, las viñas rendían 250 quintales de uva y unos 200 Hl de mosto.

8.  El modelo vitivinícola generó diversos actores integrados en relaciones asimétricas. El viñatero era un propietario o arrendatario que explotaba, en general, fincas menores a 5 ha y vendía la uva al elaborador de vinos. El productor agroindustrial integraba la producción de uva y elaboraba vino en establecimientos de tamaño variable, aunque con predominio de los pequeños. Vendían su producción en el mercado local, en ocasiones a otras provincias y también a grandes bodegas. El industrial bodeguero poseía o arrendaba bodegas y no producía la materia prima. Fue una categoría de transición hacia fórmulas empresariales integradas. El bodeguero integrado era, a fines del XIX, una excepción. Su desarrollo se manifestaría desde la década del 1900 como fruto de la maduración del sector vitivinícola. Abarcaba desde la producción agrícola hasta la etapa comercial. Constituyeron un reducido grupo de grandes bodegueros con capacidad para controlar la industria e intervenir en la fijación de precios. Finalmente, los comerciantes de vinos extrarregionales distribuían en otras provincias los vinos locales o los compraban a granel para fraccionarlos con marcas propias. Perdieron importancia en las dos primeras décadas del siglo XX (Richard-Jorba, 1998).

9.  Los tres Censos Nacionales (1869, 1895 y 1914) pusieron de manifiesto que el porcentaje de población urbana en la provincia fue, respectivamente, del 15, 26 y 32 por ciento.

10.  Hacia 1900, un tercio de los viñedos promocionados estaban en manos de 30 grupos familiares de la elite. Un 57 por ciento de esas familias invirtió en la etapa industrial (Richard-Jorba, 1994 -b).

11.  Los nuevos viñedos implantados entre 1881 y 1900 con promoción fiscal sumaron 2.900 explotaciones, de las cuales 758 (26%) eran menores de 1 ha; 664 (23 por ciento) tenían de 1,01 a 2,5 ha; 531 (18 por ciento), cubrían de 2,51 a 5 ha; Y 462 (16 por ciento), abarcaban 5,01 A 10 HA (Richard-Jorba, 1992).

12.  En 1899, sobre 1084 bodegas registradas, 821 (76 por ciento) producían menos de 500 Hl; en 1910, 720 bodegas (60 por ciento) reunían esas características. Si se incluyen las que elaboraban hasta 1.000 Hl, reunían el 87 por ciento en 1899 y el 70 popr ciento en 1910 (Pérez Romagnoli y Richard-Jorba, 1994).

13.  El "contrato" era la relación que se establecía entre el propietario y el "contratista", actor central en la viticultura mendocina hasta un pasado reciente. A su cargo estaba la explotación de una finca, o parcelas (10 a 15 ha) de grandes propiedades. Además de un salario por su trabajo, recibía una participación en la producción, con pocentajes situados alrededor del 20 por ciento. Este actor, semi-trabajador, semi-empresario, habitualmente trabajaba con su familia y pudo acceder frecuentemente en el pasado a la propiedad de la tierra, y aun, a convertirse en industriales, de modo que el "contrato" fue un importante medio de movilidad social ascendente.

14.  Entre las medidas adoptadas por el gobierno federal para reducir los efectos de la depresión de los años 30, estuvo la creación de Juntas Reguladoras (Carne, Granos, Yerba Mate, Vinos) que buscaban equilibrar la sobreoferta con la caida del consumo. En Mendoza se erradicaron en dos años miles de ha de viñedos, pasando de 100.600 ha en 1936 a 83.600 en 1938. Sólo desde 1945 el viñedo experimentó un crecimiento sostenido hasta mediados de la década de 1970.

15.  La Argentina exportó, mayoritariamente desde Mendoza, entre 5.000 y 20.000 Hl de vino, en el período 1937-1946. La reactivación del mercado interno iniciada por el gobierno de Juan Perón (1946-1955), con políticas de pleno empleo y fuerte participación de los salarios en el PBI (alrededor del 50%) marcaron un aumento del consumo y un descenso de las exportaciones. Así, en 1948 se vendieron al exterior 9.500 Hl y 2.700 en 1963, con un repunte en 1968, en que se llegó a 29.000 Hl (INV, 1969:191). Eran, por cierto, volúmenes erráticos que demuestran la inexistencia de políticas estatales de fomento a las exportaciones.

16.  A mediados de la década de 1970, como efecto de la crisis señalada, comenzó a buscarse una salida exportadora, sobre todo de vinos, pero también de subproductos (mostos concentrados, alcohol, ácido tartárico, etc.), pero se mantenían los volúmenes erráticos. Si en 1978, por ejemplo, se exportaron 675.000 Hl de vinos argentinos, al año siguiente sólo se vendieron 87.800 Hl y en 1985, se enviaron al exterior 195.800 Hl. Hasta ese año, aunque dominaban los vinos comunes, no había una tendencia definida. En 1978 y 1985, los caldos de mesa representaron el 90 por ciento de las ventas; entre 1979 y 1981, ese porcentaje varió entre el 75 y el 55. El cambio parece sobrevenir con posterioridad. En 1986 se exportaron 198.300 Hl de los que un 79 correspondieron a vinos de mesa (99 por ciento originado en Mendoza)y un 21 por ciento a finos y especiales (95 por ciento en promedio, de Mendoza) (INV, 1987). En los 1990, con la desregulación y la transferencia de empresas a capitales extranjeros o extraprovinciales, se ha reforzado la tendencia hacia la producción y exportación de caldos de calidad. En 1998, por caso, la Argentina exportó 538.800 Hl de vinos finos, 94 por ciento de los cuales fueron elaborados en Mendoza. En cambio, de los 540.900 Hl de vinos comunes vendidos al exterior, sólo el 67 por ciento correspondió a caldos locales y el resto a otras provincias, principalmente San Juan (Richard Jorba, 1999).

17.  En noviembre de 1994, los gobiernos de Mendoza y San Juan firmaron un tratado creando en el ámbito de cada una de esas provincias, el Fondo Vitivinícola, con el carácter de persona jurídica de derecho público no estatal y con el objeto de promover la vitivinicultura y las exportaciones de sus productos. Los recursos del Fondo provienen de aportes estatales y de los productores privados.
 

© Copyright: Rodolfo Richard-Jorba, 2000
© Copyright: Scripta Nova, 2000


Menú principal