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Scripta Nova.  Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. 
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788]. 
Nº 75, 1 de noviembre de 2000.

 

ROBERT E. PARK Y LAS MIGRACIONES.
Estudio introductorio y traducción de Emilio Martínez



ROBERT E. PARK Y LAS MIGRACIONES.
Estudio introductorio y traducción de Emilio Martínez (Resumen).

Las migraciones humanas conllevan importantes modificaciones en el orden sociocultural y político de las sociedades afectadas: desorganización social, problemas de asimilación, desmoralización de los individuos, conductas desviadas, etc. Pero también existe un proceso de transferencia cultural muy creativo. Estos trabajos, desde una perspectiva sociológica, exploran algunas de las más interesantes manifestaciones sobre esta dinámica cultural en las sociedades urbanas, en particular el concepto de hombre marginal o híbrido social en la teoría de Robert. E. Park

Palabras clave: migraciones/cambio social/extranjeros/escuela de Chicago/Robert E. Park



ROBERT E. PARK AND THE MIGRATIONS.
Introductory study and translation of Emilio Martínez (Abstract).

Human migrations involve several and important alterations in political, social and cultural order of societies: social disorganization, problems of assimilation, personal demoralization, deviant behaviours, etc. But also, human migrations stimulate a creative cultural transfer. These papers explore, in a sociological view, some of the most interesting demonstrations in that cultural dynamic -particularly, the concept of "marginal man" or "social hybrid" at Robert E. Park's theory.

Key words: migrations/social change/foreigners/Chicago school/Robert E. Park 



Contenido

Emilio Martínez: Estudio introductorio. Migraciones, cambios sociales e hibridos culturales

Robert Ezra Park: Las migraciones humanas y el hombre marginal.



Estudio introductorio. MIGRACIONES, CAMBIOS SOCIALES E HIBRIDOS CULTURALES
 

Emilio Martínez
Profesor Titular de Sociología
Universidad de Alicante


La desorganización social y la desmoralización de los individuos en el seno de sociedades en transición, sometidas a transformaciones estructurales más o menos bruscas, ocupan un lugar central en la literatura sociológica de Robert E. Park (1864-1944). En realidad, buena parte de la sociología de norteamerica de su tiempo puede ser leída en esa clave. Pero cometeríamos un error de interpretación si no tuviéramos muy presente que la desorganización social no se muestra en su discurso tan sólo como un síntoma de declive sino antes bien como una fase natural, anterior y casi necesaria de la recomposición del grupo social cuando éste se ve expuesto a factores de desestabilización. 

La misma sociología urbana, bajo la forma canónica que define la escuela de Chicago, adopta una orientación similar, y los procesos de organización/desorganización social, de aculturación y asimilación de grupos e individuos en la complejidad de las grandes aglomeraciones urbanas pasan a un primer plano en la investigación social. Al destacar los procesos en sí mismos, se advierte muy pronto que lo transitorio ejerce entre los sociólogos de Chicago un influjo muy peculiar y poco disimulado. Lo transitorio, de hecho, recibe un estatuto privilegiado como tiempo y proceso sociales, como ámbito en el que explorar tendencias, actividades y tipos de comportamientos innovadores. La continua referencia a las "áreas de transición" resulta muy ilustrativa en este sentido. Si lo efímero y fugitivo representa, de acuerdo con el aserto baudeleriano, la experiencia de la modernidad, hay que admitir que lo transitorio -que aquí muestra una tozuda continuidad y una sutil consistencia- define en lo esencial la experiencia urbana de Chicago, la ciudad que habría de convertirse para Park y sus discípulos de la escuela de Chicago en el laboratorio de observación clínica de la vida social.

No insistiremos en la corta pero muy intensa trayectoria de Chicago que la llevó en poco menos de un siglo a ser una metrópoli mundial (por su proyección exterior, su potencial económico y su composición interna -una especie de mundo en pequeño-). No obstante, para comprender el alcance y los propósitos del escrito de Park, Human Migrations and the Marginal Man -el artículo que presentamos a continuación-, para comprender también cómo se articula en la teoría ecológica y sociológica del autor, hemos de partir del hecho manifiesto de que un factor esencial en la constitución de la ciudad y en general de todo EE.UU. fue la migración que recibió, de un volumen descomunal y de composición muy dispar. Sólo asumiendo esta realidad, tal como ellos lo hicieron, podremos comprender por qué aquí y en otros escritos de Park su entramado teórico se construye en referencia continua a las nociones de movilidad social y territorial, volumen poblacional, heterogeneidad, densidad y desorganización social y personal. En efecto, la explosión demográfica relativamente repentina supone la transformación de las condiciones sociales de los grupos afectados, nativos e inmigrantes: económicas, familiares, sociales, culturales, religiosas, etc. De ahí el recurso a la teoría catastrófica del cambio social, que en parte recuerda el planteamiento moderno de los evolucionistas (acerca de las bifurcaciones y rupturas en el desarrollo social) y que en cualquier caso está presente en la concepción ecológica de las crisis de los ecosistemas, incluidos los ecosistemas urbanos: un factor externo precipita una fase crítica de la que surgirá una nueva división del trabajo, una nueva distribución de los grupos y un ajuste del conjunto. Todo acople es problemático y fuente de tensión entre los grupos implicados. A veces, esa tensión se manifiesta en la desmoralización de los individuos afectados, dando lugar a comportamientos desviados, unas veces en forma de tumultos colectivos y otras en conductas de aislamiento o desviación individual. El individualismo, aun cuando posea esa vertiente emancipadora tan grata para la conciencia del hombre moderno, puede llegar a constituir un problema incluso en una sociedad como la norteamericana: el mito del individualismo no está en contradicción con sus rituales de grupo y el secular asociacionismo civil. Está en juego la construcción del entramado social. "Vivimos -dice Park- (...) en un período de individualismo y de desorganización social. Todo está en estado de agitación -todo parece que está cambiando. Parece como si la sociedad fuera una constelación de átomos". Y continúa la cita así: " El simple movimiento de la población de un lugar a otro -por ejemplo la actual migración de negros hacia el norte- es una influencia perturbadora. Desde el punto de vista de la gente que emigra, este movimiento tiene un aspecto liberador, en el sentido que les abre nuevas oportunidades económicas y culturales, pero desequilibra tanto las comunidades que han abandonado como las que comunidades a las que se dirigen" (1). Son, pues, buenas y muchas las razones para que la sociología se ocupe de esto y más una sociología como la norteamericana, que se planteó en un principio como misión religiosa; además, la orientación reformista -pero dentro de un orden- de los de Chicago, desde Albion Small a Robert Park, permite entender el interés por enfrentarse y explicar esa realidad, que era algo así como explicarse a sí mismos.
 

Desorganización social y procesos de asimilación.
 

Como país hecho de oleadas de inmigrantes de distintas razas y culturas, era evidente que tarde o temprano en los EE.UU. había de abordarse una reflexión sobre su composición. Los intentos por comprender la situación social de los recién llegados a las grandes aglomeraciones -que ellos mismos construyeron- e intervenir pragmáticamente fueron numerosos, desde la  Hull House de Jane Addams a las proclamas ensoñadoras de Josiash Royce. A partir de ese esfuerzo por abordar la cuestión de la asimilación social y cultural, la desorganización social y la desmoralización de los inmigrantes, la sociología norteamericana ha terminado proporcionando una fuente inagotable de conceptos e instrumentos de medición que aún se antojan útiles para descifrar nuestra realidad. Tal como se advierte en el planteamiento de Park, la cuestión residía por entonces en hallar una explicación sociológica que permitiera eludir las implicaciones deterministas de la teoría de los climas en la conformación de las diversidades culturales y raciales -a la manera como se presentaba en Montesquieu (2)- y por supuesto evitar las connotaciones racistas de la interpretación fisiológica, al modo en que venía formulada en el discurso de Gobineau (3). La sociología debía dejar al margen los factores extrasociales y poco consistentes, y seguir la máxima de que lo social sólo puede explicarse por lo social. En este sentido, el problema de los inmigrantes (que era también y cada vez más un problema con los inmigrantes, al menos con algunos de ellos) no residía en su raza sino en el conjunto de cambios al que estaban sometidos al desplazarse de un lugar a otro: cambios en los universos culturales (campo-ciudad, tradición-abstracción racional),familiares (modelo extenso frente al nuclear, cambios en la concepción y práctica de la autoridad), económicos (actividades primarias y empleos que por su originalidad bien merecían pertenecer al club de los negocios raros de Chesterton), etc. Las investigaciones de Thomas y Znaniecki sobre los inmigrantes polacos inauguraron una línea de trabajo que después se mostraría fructífera, por su andamiaje teórico y las técnicas empleadas. EnThe Polish Peasant, dichos investigadores, a partir de la elaboración de una serie de hipótesis, herramientas de trabajo y conceptos -actitud, organización social, desmoralización individual y el ciclo organización-desorganización-reorganización de los inmigrantes- sentarían las bases teóricas y metodológicas de los trabajos posteriores de la escuela de Chicago en la interpretación de los procesos de asimilación y cambio cultural en las grandes aglomeraciones. Así ocurre con Robert E. Park (4) si bien éste poseía una firme independencia de juicio y una larga experiencia en la cuestión de los inmigrantes y de los problemas raciales: desde los tiempos en que trabajó de reportero de la vida de la ciudad, o cuando militó en la Congo Reform Association y durante su etapa en el Tuskegee Institut. Fue en esta institución, a la que había llegado de la mano del líder negro Booker T. Washington (del que fue secretario personal), donde Park conoció a Thomas, con motivo de una conferencia sobre el problema racial.

La concepción de Park acerca del ciclo de las relaciones étnicas, esto es, el proceso de organización-desorganización-reorganización que marcan el conjunto de las interacciones entre inmigrantes y nativos es deudora del planteamiento de Thomas y Znaniecki, pero surgen observaciones que sólo pueden interpretarse a la luz de las influencias de William James, Josiash Royce, John Dewey y, especialmente, de Georg Simmel. Su esquema se basa en la distinción de cuatro etapas progresivas a cada una de las cuales corresponde un orden social particular:
 
 
 
PROCESO SOCIAL ORDEN SOCIAL
Rivalidad Equilibrio económico
Conflicto Orden político
Adaptación Organización social
Asimilación Personalidad y herencia cultural

 

La primera no es sino una forma elemental de interacción donde el contacto social, en sentido estricto, está ausente por completo. La relación se reduce a un universo de coexistencia económica que determina la distribución del trabajo y del espacio. El orden que llamamos moral no surge hasta etapas posteriores. El conflicto, en este sentido, pone de manifiesto una toma de conciencia por parte de los sujetos rivales en situación de copresencia. "De un modo general -afirman Park y Burgess en Introduction to the Science of Sociology- puede decirse que la rivalidad determina la posición de un individuo en la comunidad; el conflicto le asigna un lugar en la sociedad" (5). De lo impersonal e inconsciente se pasa a la conciencia del otro, y al establecimiento de una corriente de solidaridad entre iguales minoritarios. La tercera fase, la adaptación, supone una mutación donde remite el conflicto en un esfuerzo de reajuste entre los grupos e individuos: se toleran y controlan mutuamente. La asimilación culmina el ciclo de relaciones étnicas y supone una fase de acercamiento, fusión y mezcla de los valores de los grupos implicados así como la elaboración de un patrimonio común de normas y valores, en definitiva de nuevos repertorios de conducta; también supone la construcción de una nueva memoria común que es producto del grupo que se hace junto a ella y sobre su base. Con esto se advierte una cierta visión optimista y progresista de Park y de la escuela de Chicago acerca de las migraciones: la movilidad socioterritorial y la asimilación -concretada en el mito del melting pot (6)- representan un avance cultural y un progreso de la humanidad a diferencia del estancamiento moral de las identidades únicas: el mestizaje es a todas luces culturalmente provechoso. No es de extrañar, pues, que en Human Migrations and the Marginal Man, se presenten algunas referencias alsynoecismus de la Grecia clásica (7). Sin embargo, Park es consciente de que esta asimilación presenta lagunas para determinados grupos en la medida que el distanciamiento y la segregación social tienen una base económica. Tales grupos, al sufrir un ataque exterior, refuerzan su disciplina comunitaria y su identificación racial. Es el caso de los negros para los que la asimilación se presenta más como algo cultural que social: a título de ejemplo sólo hay que advertir la segregación continuada y los comportamientos de huida de la población blanca ante la presencia de los primeros en determinados sectores, lo que conduce a una significativa reducción de los precios de la vivienda en tales áreas. Es también el caso de la población asiática en las grandes ciudades norteamericanas de la costa del Pacífico: la explotación a la que se vieron sometidos dio lugar después a un profundo rencor hacia ellos como mano de obra barata y competencia desleal ("el peligro amarillo"). La segundas y posteriores generaciones (los Nisei) pueden sin embargo avanzar hacia la asimilación en tanto que se hacen, como los judíos, híbridos sociales. Los híbridos culturales, hijos del contacto y de la mezcla social entre grupos y culturas diferentes -inmigrantes y nativos- son la evidencia de la asimilación, aunque su existencia transcurra en ocasiones bajo condiciones material y espiritualmente dramáticas. La ciudad constituye su escenario, y en parte su condición y resultado: ella misma es un híbrido.
 

La ciudad y el extraño: el hombre marginal
 

Park estima que la gran ciudad, por su extensión, tamaño demográfico y densidad, por su diversidad étnica y profesional, por las numerosas y variadas formas culturales y tecnológicas que muestra y por la división del trabajo que rige en su interior define una nueva forma de existencia: nuevos y distintos patrones de interacción social, de comportamiento y de organización comunitaria. Esta argumentación, que sienta las bases de lo que se conocerá más adelante como las tesis de la cultura urbana, se apoya sin duda en la teoría simmeliana, pero se aprecian los ecos de la morfología social durkheimiana, ya que la formación social en transición que nos describe de continuo Park puede ser entendida en términos del paso de una solidaridad mecánica a una solidaridad orgánica. Como expresión de una organización social compleja, la ciudad se sitúa en los antípodas de la pequeña comunidad donde impera el espíritu de campanario. En efecto, el ambiente urbano se caracteriza por una potente carga secularizadora y un racionalismo difícil de hallar en el medio rural, mucho más concreto y particular, mucho más apegado al terruño, a sus ritmos cotidianos, a sus interacciones previstas y necesarias. En dichas comunidades, el todo se impone a las partes, que son homogéneas y uniformes. En cambio, en la gran ciudad, nos hallamos ante la individualización de la persona y ante una organización social fundada sobre intereses racionales y preferencias temperamentales. De ese modo, se comprende bien que en Human Migrations and the Marginal Man, Park retome una fórmula bastante usual en sus escritos: 

En las ciudades el viejo clan y los grupos de parentesco se han disuelto y han sido reemplazados por una organización social basada en intereses racionales y en preferencias temperamentales. De un modo más concreto, la gran división del trabajo que rige en las ciudades permite y más o menos obliga al hombre individual a concentrar sus energías y su talento en la tarea específica que mejor desempeña, y en este sentido él y sus compañeros se emancipan del control de la naturaleza y de las circunstancias que tan rigurosamente dominan al hombre primitivo.

El habitante metropolitano se caracteriza por una cierta cortesía distante, un trato artificial y despegado, lejos de lo concreto y lo local, dominado por el espíritu errante y cosmopolita que guía sus interacciones. En buena medida estos rasgos se explican en la teoría parkiana por la difusión de la economía monetaria y el uso del dinero -patrón de las relaciones sociales dentro de una comunidad de intereses que pone el acento en lo objetivo cuantificable, o dicho de otro modo, en la instrumentalidad del otro. "El dinero -dice Park en clara alusión simmeliana- es el medio fundamental de la racionalización de los valores y de la sustitución de los sentimientos por los intereses. Precisamente porque no experimentamos frente al dinero ninguna actitud personal o sentimental [...] se convierte en el medio más preciso de intercambio". Pero además, el hombre de la gran ciudad no sólo no teme sino que gusta de la movilidad, del anonimato y de la libertad que este medio le garantiza. Esa movilidad territorial y social parecen asegurar la formación de una mentalidad peculiar, como se expresa en "The Mind of the Hobo" (El espíritu del hobo)

Mientras el hombre está, pues, unido a la tierra y a sus lugares, mientras la nostalgia y la morriña hagan presa de él y susciten inevitablemente el regreso a los sitios familiares y a los lugares que conoce bien, nunca realizará plenamente otras ambiciones características de la humanidad, a saber: moverse libremente y sin límites sobre la superficie de las cosas mundanas y vivir, como puro espíritu, en su conciencia y en su imaginación (8).

Sin duda, la exposición de grupos e individuos a nuevos estímulos en la forma de significados, actividades, patrones de pensamiento o normas de conducta, suponen en mayor o menor medida un replanteamiento -cuando no una modificación de hecho- de las maneras propias de obrar y pensar. La ciudad constituye el escenario privilegiado de esa movilidad sin desplazamiento o estimulación cultural. Una de las características de las grandes ciudades es su configuración espacial en áreas segregadas, donde residen grupos sociales distintos. Estos sectores naturales y sociales, constituyen ámbitos diferenciados por su composición y costumbres, valores, universos de discurso, normas de decencia y de presentación, coloreando vivamente el ambiente urbano. El individuo puede moverse entre estos grupos y rehuir de así las constricciones del grupo primario, los vínculos locales. Esto otorga al ambiente urbano una diversidad social y cultural, una libertad que estimula y educa al ciudadano en nuevas referencias de comportamiento posible. 

El hobo se antoja en un principio el tipo social que representa esa movilidad y ese patrimonio normativo típicamente urbano y deslocalizado: el vagabundo, el trabajador ocasional que deambula de acá para allá, sin patria, sin techo y sin dueño, al modo en que Walt Whitman lo hacía ("Qué supones que ha de satisfacer el alma / sino el caminar libre y no reconocer dueño"). Aunque se ha visto en ese vagabundo al hombre marginal (9), en rigor, el "hombre marginal" de Park es en lo esencial el judío, el judío emancipado. Unos y otros comparten esa tendencia, voluntaria y forzada hacia el movimiento continuo, que proporciona esa mentalidad tan peculiar. El hobo no sufre el malestar difuso de la dicotomía moral y su referencia grupal es consustancialmente débil. El judío errante constituye el tipo social que representa mejor que ningún otro el cosmopolitismo típicamente ciudadano: el espíritu de la abstracción y lo racional frente al sentimiento (el dinero como medio parece ser instrumento y causa); un ser móvil que está a caballo de dos mundos contiguos y casi siempre ajenos. Ese es el drama de Heine como antes fue, en cierto modo, la tragedia de Silok, el judío que retrató Shakespeare enEl mercader de Venecia. El hombre marginal, que trata de abandonar su grupo original -quedando en esa medida expuesto a su ira y a su oprobio- con el fin de alcanzar e integrarse en el grupo mayoritario, representa la figura tipo del conflicto y del avance cultural pues viene a constituir de algún modo el fermento, el reactivo o catalizador social del que hablaba Sumner a propósito de la evolución social. 

En estas consideraciones se advierte el interés de Park por los efectos subjetivos de la movilidad (emigración en este caso, pero manifestada no como movimiento de pueblos sino de individuos), su interés por los tipos modificados que genera; e igualmente se pone de manifiesto sus influencias intelectuales, en particular la de Simmel, él mismo judío. En efecto, Simmel había abordado esta misma cuestión en su Sociología (Digresión sobre el extranjero) (10)

Si la emigración, en cuanto significa la no vinculación a un punto del espacio, constituye el concepto opuesto a la sedentariedad, la forma sociológica del 'extranjero' representa, en cierto modo, la unión de ambas determinaciones, aunque revelando que la relación con el espacio no es más que la condición por una parte, y el símbolo por otra, de la relación con el hombre. (11)

El extranjero es un ser móvil (el comerciante, a lo largo de la historia, con su importancia en los procesos de intercambio material y cultural, y en la formación misma de las ciudades o en el desarrollo del capitalismo). El extranjero viene hoy y se queda mañana; está sin llegar a pertenecer. La gestión de la proximidad y del alejamiento le confiere una posición particular y distante -el próximo está lejano; el lejano está próximo- que le otorga una objetividad y una claridad de juicio de la que carecen los miembros de la comunidad, perdidos entre los afectos y las obligaciones de los vínculos locales. Esa y no otra es la historia del judío y de la diáspora: movilidad y racionalidad (abstracción); el sesgo intelectual, el sesgo del urbanita moderno que deviene un extraño ante los demás. Posiblemente un ser desarraigado, pero en esa medida un hombre libre.
 

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LAS MIGRACIONES HUMANAS Y EL HOMBRE MARGINAL (12)
 

Robert Ezra Park 


Ciertos estudiosos de la sociedad, contemplando la Humanidad desde la larga perspectiva de la historia, se han mostrado inclinados a buscar una explicación de las diferencias culturales existentes entre las razas y los pueblos en alguna causa o condición predominante y única. Una escuela de pensamiento, representada fundamentalmente por Montesquieu, ha creído encontrar en el entorno físico y en el clima la explicación a tales diferencias. Otra escuela, identificada con el nombre de Arthur de Gobineau, el autor de La desigualdad de las razas humanas, ha buscado la explicación de las divergencias culturales en los atributos innatos biológicamente heredados de las razas. Estas dos teorías poseen en común, en concreto, el hecho de que conciben la civilización y la sociedad como el resultado de procesos evolutivos -procesos por los cuales el hombre adquiere nuevos rasgos heredados- más que como procesos por los que han sido establecidas nuevas relaciones entre los hombres.

En contraste con ambas teorías, Frederick Teggart ha reformulado y ampliado recientemente la que puede ser denominada teoría catastrófica de la civilización, una teoría que se remonta hasta Hume en Inglaterra y Turgot en Francia. Desde esa perspectiva, el clima y los rasgos raciales innatos, que pueden haber sido importantes en la evolución de las razas, han tenido una influencia secundaria en la creación de las diferencias culturales existentes. De hecho, razas y culturas, que distan mucho de ser en cierto sentido idénticas -o incluso el producto de condiciones y fuerzas similares- están quizá destinadas a contrastarse recíprocamente, productos de tendencias antagónicas, de modo que puede decirse que la civilización, más que ser conservada por las disparidades interraciales, prospera gracias a ellas. En todo caso, si es cierto que las razas son el producto del aislamiento y la endogamia, también es seguro, por otro lado, que la civilización es una consecuencia del contacto y de la comunicación. Las fuerzas que se han mostrado decisivas en la historia de la humanidad son aquellas que han llevado a los hombres a vivir una existencia común en competencia provechosa, conflicto y cooperación.

Entre las más importantes de estas influencias -de acuerdo a lo que he llamado antes teoría catastrófica del progreso- hay que considerar la migración y los encuentros fortuitos, los conflictos y las fusiones de gentes y culturas a las que dan lugar.

"Todo avance en la cultura", dice Bücher en su obra Industrial Evolution, "comienza, por así decirlo, con un nuevo período de emigración", y en apoyo de esta tesis advierte que las primeras formas de intercambio fueron migratorias, que las primeras industrias que liberaron a los hombres de la casa de labor y de la tierra y se hicieron ocupaciones independientes, fueron mantenidas de un modo itinerante. "Los grandes fundadores de la religión, los primeros poetas y filósofos, los músicos y los actores de épocas pretéritas, fueron todos grandes viajeros. Incluso hoy día, ¿acaso el inventor, el predicador de una nueva doctrina y el virtuoso, no viajan de un sitio a otro en busca de partidarios y admiradores, a pesar del inmenso y reciente desarrollo de los medios de comunicación e información?" (13)

Las influencias de las migraciones no se han visto limitadas, por supuesto, a las transformaciones que han operado en las culturas existentes. A la larga, han determinado las características raciales de los pueblos históricos. "Toda la enseñanza de la etnología", observa Griffith Taylor, "muestra que los pueblos de raza mixta son la norma y no la excepción" (14) Cada nación, cuando es examinada, se presenta como un melting-pot más o menos logrado. A este tamiz constante de razas y pueblos, los geógrafos han dado el título de "movimientos históricos", porque, tal como Ellen Ch. Temple afirma en su obra Influences of Geographic Environment, "subyace en la mayor parte de la historia escrita y constituye la mayor parte de la historia no escrita, especialmente la de las tribus salvajes y nómadas."(15)

Sin duda alguna, a las modificaciones en la cultura deben seguir inevitablemente, pero a cierta distancia, cambios en las razas. A los movimientos y a la circulación de pueblos -que terminan provocando rápidos, bruscos y a menudo catastróficos cambios en las costumbres y en los hábitos- suceden en el transcurso del tiempo, como resultado del cruce, las correspondientes modificaciones físicas y temperamentales. Con toda probabilidad jamás ha habido un solo caso donde la proximidad entre aquellas razas que viven juntas en estrecho contacto con una economía común forzosa no haya dado lugar a híbridos raciales. No obstante, los cambios en las características raciales y en los rasgos culturales marchan a distinto ritmo, y es notorio que las transformaciones culturales no se consolidan ni se transmiten biológicamente, al menos, si acaso, en un grado mínimo. Las características adquiridas no son biológicamente heredadas.

Algunos escritores que han puesto enfasis en la importancia de la migración como instrumento de progreso se inclinan invariablemente a atribuir un papel similar a la guerra. De este modo, comentando el papel de la migración como medio de civilización, Waitz señala que las migraciones son "raramente de naturaleza pacífica en principio". Respecto a la guerra, afirma: "La primera consecuencia de la guerra es que entre los pueblos se establecen relaciones fijas, lo que hace posible un trato amigable, trato que se hace más importante por el intercambio de conocimiento y de experiencia que por el mero intercambio de mercancías" (16). Y añade entonces:

Siempre que vemos un pueblo, sea cual fuere su grado de civilización, que vive al margen de los otros, sin contacto o acción recíproca, generalmente encontraremos un cierto estancamiento, una levedad mental y una carencia de actividad que harán imposible después cualquier cambio de condiciones políticas y sociales. En tiempos de paz, estas características son transmitidas como un malestar continuo, y la guerra aparece entonces, a pesar de lo que los puedan decir los apóstoles de la paz, como un bien salvador, que enardece el espíritu nacional y hace más flexibles todas las fuerzas. (17)

Entre los escritores que han concebido el proceso histórico en términos de intrusiones -pacíficas u hostiles- de un pueblo en el dominio de otro, debemos considerar a sociólogos como Gumplowicz y Oppenheim. El primero, en un esfuerzo para definir esquemáticamente el proceso social, lo ha descrito como la interacción de grupos étnicos heterogéneos, como el resultado de la subordinación y la superposición de razas en la constitución del orden social -de hecho, de la sociedad-.

De un modo muy parecido, Oppenheim, en su estudio sobre los orígenes sociológicos del estado, cree haber demostrado que en todos los casos éste ha tenido su origen histórico en la imposición, por conquista y fuerza, de la autoridad de un pueblo nómada sobre otro sedentario y agrícola. Los hechos que Oppenheim ha reunido en apoyo de su tesis muestran, en cualquier caso, que las instituciones sociales surgen en realidad, al menos en bastantes ocasiones, como por una mutación repentina y no tanto por un proceso de selección evolutiva y acumulación gradual de variaciones relativamente leves (18).

No se advierte por qué una teoría que insiste en la importancia de la mutación catastrófica en la evolución de la civilización no habría de tener en consideración al mismo tiempo la revolución como un factor de progreso. Si la paz y el estancamiento, como Waitz sugiere, tienden a asumir la forma social del malestar; si, como Sumner ha afirmado, "la sociedad necesita tener un cierto fermento dentro de ella" para romper con ese estancamiento y emancipar las energías de los individuos aprisionados en el orden social existente, parece, pues, que cierta "aventura insensata" como fueron las cruzadas durante la Edad Media, o algún entusiasmo romántico, como el que encuentra expresión en la Revolución Francesa, o más recientemente en la aventura bolchevique en Rusia, puede ser del todo útil y eficiente, como la migración o la guerra, para interrumpir la rutina de los hábitos creados y romper la "costra de costumbre". Las doctrinas revolucionarias se basan naturalmente en una concepción del cambio catastrófico más que en el cambio evolutivo. La estrategia revolucionaria, tal como ha sido desarrollada y racionalizada por G. Sorel en Reflexiones sobre la violencia, hace de la gran catástrofe, de la huelga general, un artículo de fe. Como tal se convierte en un medio para mantener la moral e imponer una disciplina entre las masas revolucionarias (19).

La primera y más obvia diferencia entre la revolución y la migración es que, en la segunda, la crisis del orden social se inicia con el impacto de una población invasora y concluye mediante el contacto y la fusión de los pueblos nativos con los extraños. En el caso de la primera, el fermento revolucionario y las fuerzas que han perturbado la sociedad han tenido por lo general o parecen haber tenido sus fuentes y orígenes en su interior, y si no del todo, sí más dentro que fuera de la sociedad afectada. Es dudoso -si acaso esto puede mantenerse- que cada revolución, cada Aufklärung, cada despertar y renacimiento intelectual haya sido o vaya a ser provocado por cierto movimiento de población invasora o por la intrusión de un agente cultural extraño. Dado que desde el crecimiento del comercio y la comunicación hay progresiva y relativamente más movimiento y menos migración, se hace necesario introducir ciertas modificaciones en esa perspectiva. El comercio, uniendo los confines del mundo, ha hecho el viaje relativamente seguro. Además, con el desarrollo de la industria y el crecimiento de las ciudades, son las mercancías más que los individuos lo que circula. El vendedor ambulante que lleva encima sus existencias descubre el viaje de representación y el catálogo por correo enviado desde la casa alcanza regiones remotas en las que el traficante yanqui raramente o jamás había penetrado. Como ha observado Bücher, con el desarrollo de una economía mundial y la interpenetración de pueblos las migraciones han cambiado de carácter:

Las migraciones que tienen lugar al comienzo de la historia de los pueblos europeos son migraciones de tribus en su totalidad, una presión y un empuje de unidades colectivas de este a oeste que dura siglos. Las migraciones de la Edad Media sólo afectan a tipos particulares; los caballeros en las cruzadas, los mercaderes, los artesanos, los jornaleros, los malabaristas, juglares y trovadores, los siervos de la gleba que buscan protección dentro de los muros de una ciudad. Las modernas migraciones, en cambio, son generalmente un asunto privado de individuos a los que guían diversos motivos. Casi invariablemente carecen de organización. El proceso, que se repite diariamente miles de veces, sólo esta unido mediante una característica: que por doquier es una cuestión de cambio de localidad de personas en busca de unas condiciones de vida más favorables.(20)

La migración, que originalmente se presentó como invasión, seguida de un desplazamiento forzoso o subyugación de un pueblo por otro, ha asumido el carácter de una penetración pacífica. En otros términos, la migración de los pueblos ha sido transmutada en movilidad de individuos, y las guerras tan a menudo ocasionadas por esos movimientos adquieren el carácter de luchas intestinas, de las que las huelgas y las revoluciones han de considerarse como tipos.

Además, si uno intentara reconocer todas las formas en que tienen lugar los cambios catastróficos sería preciso incluir aquellos que vienen producidos por el súbito ascenso de ciertos movimientos religiosos como el islamismo o el cristianismo, que en ambos casos comenzaron como movimientos cismáticos y sectarios y cuya extensión y evolución interna les han llevado a convertirse en religiones independientes. Considerada desde este punto de vista, la migración asume un carácter menos específico y extraordinario de lo que hasta la fecha han concebido algunos escritores a quienes este problema intrigaba con intensidad. Parece, simplemente, una más dentro de una serie de formas en que los cambios históricos pueden acontecer. Sin embargo, considerada de un modo abstracto como un tipo de acción colectiva, la migración humana exhibe por todos lados características que son suficientemente típicas para hacer de ella un tema de estudio e investigación independiente, tanto respecto a su forma como en lo relativo a los efectos que genera.

No obstante, la migración no puede ser identificada como un simple movimiento. Como mínimo, implica un cambio de residencia y una ruptura con los vínculos domésticos. Los movimientos de gitanos y de otros pueblos parias, en la medida en que apenas ocasionan importantes modificaciones en la vida cultural, pueden considerarse más bien un hecho geográfico que un fenómeno social. La vida nómada se consolida sobre la base del movimiento y aun cuando los gitanos viajan ahora en automóvil, todavía mantienen, relativamente inmutables, su antigua organización y sus costumbres tribales. El resultado es que su relación con las comunidades en que puedan encontrarse en un momento dado puede ser descrita más en términos de relación simbiótica que como relación social. Esto tiende a ser cierto para algunos tipos o segmentos de la población -por ejemplo, los hobos y los habituales de las pensiones- que son inestables y móviles.

Como fenómeno social la migración no debe ser estudiada simplemente en sus efectos más evidentes, tal como manifiestan los cambios de costumbres y de hábitos, sino que podría ser enfocada en sus aspectos subjetivos, como se expresa en el tipo modificado de personalidad que produce. Cuando la organización social tradicional entra en crisis, como resultado del contacto y de la colisión con una nueva cultura invasora, el efecto es, por así decirlo, la emancipación del hombre individual. Las energías que fueron controladas en un principio por las costumbres y la tradición se liberan. El individuo es libre para nuevas aventuras, pero se encuentra más o menos sin dirección ni control. La exposición de Teggart sobre esta cuestión es como sigue:

Como resultado de la crisis de los tradicionales modos de pensamiento y de acción, el individuo experimenta un relajamiento con respecto a las obligaciones y los límites a los que estaba sujeto, y da muestras de esta "desvinculación" en una autoafirmación agresiva. La acusada expresión de la individualidad es uno de los rasgos más pronunciados de todas las épocas de cambio. Por otro lado, el estudio de los efectos psicológicos de la colisión y del contacto entre diferentes grupos pone de manifiesto el hecho de que el aspecto más importante de esa liberación descansa no en hacer libre al soldado, al guerrero o al perturbado de las coacciones de los modos de acción tradicionales, sino en liberar el criterio individual de las inhibiciones de los modos convencionales de pensamiento. De ahí podrá observarse -añade Teggart- que el estudio de los modus operandi de cambio en el tiempo ofrece un foco común para los esfuerzos realizados por los historiadores políticos, los historiadores de la ideas y de la literatura, psicólogos y estudiosos de la ética y de la teoría de la educación. (21)

Los cambios sociales, de acuerdo con Teggart, tienen su origen en sucesos que "liberan" a los individuos que componen la sociedad. Inevitablemente, esta liberación es seguida en el curso del tiempo por una reintegración de los individuos dentro de un nuevo orden social. Mientras tanto, sin embargo, ciertos cambios tienen lugar -al menos probablemente- en el carácter de los individuos. En ese proceso no sólo se emancipan, sino que amplían su horizontes.

Invariablemente, el individuo emancipado se hace en un cierto sentido y hasta cierto grado un individuo cosmopolita. Aprende a mirar el mundo en el que ha nacido y se ha criado con algo del distanciamiento del extraño. En suma, adquiere un sesgo intelectual. Simmel ha descrito la posición del extranjero en la comunidad y su personalidad en términos de movimiento y migración.

"Si la emigración -dice Simmel- considerada como no vinculación a un punto dado en el espacio, constituye el concepto opuesto a la sedentariedad en un punto cualquiera, entonces, con toda seguridad la forma sociológica del extranjero representa la unión de ambas determinaciones". El extranjero permanece pero no llega a asentarse; no es sino un emigrante en potencia. Esto significa que no se encuentra ligado a los otros por normas y convenciones locales. "Es un hombre libre, en lo práctico y en lo teórico. Considera su relación con los otros con menos prejuicios; los somete, pues, a un patrón más general y objetivo, y las tradiciones, las costumbres o los afectos no limitan su acción." 

El efecto de la movilidad y de la migración es una secularización de las relaciones que anteriormente estaban sacralizadas. Quizás se puede describir el proceso, en su doble aspecto, como la secularización de la sociedad y la individualización de la persona. Para una breve, intensa y auténtica ilustración del modo en que la migración del primer tipo, la migración de un pueblo, ha ocasionado de hecho la destrucción de una civilización anterior y ha liberado a los pueblos implicados para la creación de un sociedad posterior, más libre y secularizada, sugiero reparar en la introducción de Gilbert Murray's a The Rise of the Greek Epic, en la que intenta reproducir los acontecimientos de la invasión nórdica sobre el área Egea. Lo que siguió, dice Murray, fue un período de caos:

Un caos en el que la vieja civilización salta en pedazos, sus leyes son omitidas y la intrincada red de expectativas normales que forman la esencia auténtica de la sociedad humana se rasga tan a menudo y tan completamente por las continuas decepciones que al final deja de ser una esperanza. Para los pobladores fugitivos en las tierras que después fueron la Jonia, y para parte también de Doria y Aeolis, no había dioses y mucho menos obligaciones tribales porque no existían tribus. No existían las antiguas leyes porque no había nadie que las administrara o incluso que las recordara; sólo las obligaciones que el poder más fuerte en ese momento decidía imponer. El hogar y la vida familiar desaparecieron y con ellos todos sus innumerables vínculos. El hombre no estaba viviendo con una mujer de su propia raza, sino con una peligrosa mujer extranjera, de lenguaje extraño y dioses ajenos, una mujer cuyo marido o cuyo padre murieron quizá a manos de él -o, como mucho, una mujer a quien compró como esclava tras el asesinato. El viejo marido ario, como veremos de aquí en adelante, había vivido con su manada en una especie de conexión familiar. Él dió muerte a "su hermano buey" sólo bajo una presión especial o llevado por firmes razones religiosas, y espera las lágrimas de su mujer en su funeral. Pero ahora ha dejado su propio rebaño lejos. Ha sido devorado por sus enemigos. Y vivió entre las bestias de los extraños a quienes usurpó o poseyó en servidumbre. Abandonó la tumba de sus padres, los espíritus amistosos de su propia sangre, que lo alimentaron y lo amaron. Estaba rodeado de tumbas de muertos extraños, fantasmas desconocidos cuyos nombres ignoraba y cuyo poder estaba más allá de su control, a quienes sacrificó su bestia para aplacar el temor o la aversión. Sólo una cosa concreta existía para él para hacer en adelante el centro de sus lealtad, para suplir el lugar de su viejo hogar familiar, sus bienes, sus costumbres tribales y sagradas. Era un muro circular de piedras, una Polis; el muro que él y sus compañeros, hombres de diversas lenguas y cultos, unidos por una tremenda necesidad, construyeron para formar una barrera entre ellos y un mundo de enemigos. (22)

La civilización griega surgió dentro de los muros de la polis y en esa variada compañía. El profundo secreto de la antigua vida griega, su libertad relativa de las grandes supersticiones y del temor a los dioses está estrechamente vinculado con este período de transición y de caos, en el que perece el orden primitivo y surge un orden social más libre y racional. El pensamiento se emancipa, nace la filosofía y la opinión pública se erige como autoridad sobre las tradiciones y las costumbres. Tal como afirma Guyot, "el griego, con sus festivales, sus canciones y su poesía, parece celebrar, en un himno perpetuo, la liberación del hombre de las poderosas cadenas de la naturaleza." (23)

Lo que primero aconteció en Grecia después tuvo lugar en el resto de Europa y está sucediendo ahora en América. El movimiento y la migración de los pueblos, la expansión de la industria y el comercio, y particularmente el crecimiento, en los tiempos modernos, de esos enormes melting-pots de razas y culturas, la ciudades metropolitanas, han aflojado los vínculos locales, han destrozado las culturas tribales y populares, y han sustituido las lealtades locales por la libertad de la ciudad; el orden sagrado de la costumbre por la organización racional que podemos llamar civilización.

En estas grandes ciudades, donde todas las pasiones, todas las energías de la humanidad son liberadas, estamos en posición de investigar el proceso de civilización, por así decirlo, bajo un microscopio.

En las ciudades el viejo clan y los grupos de parentesco se han disuelto y han sido reemplazados por una organización social basada en intereses racionales y en preferencias temperamentales. De un modo más concreto, la gran división del trabajo que rige en las ciudades permite y más o menos obliga al hombre individual a concentrar sus energías y su talento en la tarea específica que mejor desempeña, y en este sentido él y sus compañeros se emancipan del control de la naturaleza y de las circunstancias que tan rigurosamente dominan al hombre primitivo.

Sucede, sin embargo, que el proceso de aculturación y asimilación y la fusión racial consiguiente entre los grupos no procede en todos los casos con la misma velocidad y facilidad. En particular, allí donde conviven pueblos de culturas diferentes y de muy distintas razas, la asimilación y la fusión no tienen lugar rápidamente como en otros casos. Todos nuestros 'problemas raciales' -como los llamamos- surgen de situaciones en que la asimilación y la fusión no llegan a realizarse completamente o tienen lugar de un modo muy lento. Como ya he dicho en otro lugar, el principal obstáculo para la asimilación cultural de las razas no es tanto su mentalidad diferente como un conjunto de rasgos físicos divergentes. No es la mentalidad del japonés la que impide que se asimile con la misma facilidad que el europeo; esto ocurre así porque:

"el japonés porta en sus rasgos un sello racial distintivo; lleva, por así decirlo, un uniforme racial que lo clasifica. Él no puede llegar a ser un simple individuo, imperceptible entre la masa cosmopolita, como ocurre por ejemplo con el irlandés, y en menor medida, con otros grupos raciales inmigrantes. El japonés, como el negro, está condenado a permanecer entre nosotros como una abstracción, como un símbolo -y no sólo como símbolo de su propia raza sino de todo Oriente y de esa tan imprecisa e indefinida amenaza a la que algunas veces nos referimos como "el peligro amarillo." (24)

Bajo tales circunstancias, los pueblos de diferentes estirpes raciales pueden vivir unos junto a otros en relación simbiótica, cada uno desempeñando su papel en una economía común, pero sin llegar a cruzarse en gran medida; cada uno manteniendo, como los gitanos y otros pueblos parias de la India, una organización tribal o una sociedad propia más o menos completa. Tal era la situación del judío en Europa hasta los tiempos modernos, y en cierto modo existe hoy una relación similar entre los blancos nativos y la población hindú en el sudeste africano y en las Antillas.

A largo plazo, sin embargo, pueblos y razas que viven juntos, participando de la misma economía, inevitablemente se cruzan, y en este sentido las relaciones que eran meramente de economía y de cooperación se vuelven sociales y culturales. Cuando las migraciones llevan a la conquista, económica o política, la asimilación es inevitable. El pueblo vencedor impone su cultura y sus patrones sobre el pueblo conquistado, y después sigue un período de endósmosis cultural.

Algunas relaciones entre los conquistadores y los conquistados toman la forma de la esclavitud; a veces asumen, como ocurre en la India, la forma de un sistema de castas. Pero en cualquier caso el pueblo dominante y el pueblo sometido se convierten, con el tiempo, en partes integrales de una sociedad. La esclavitud y el sistema de castas son sólo simples formas de acomodación en las que el problema racial encuentra una solución temporal. El caso de los judíos fue diferente. El judío nunca fue un pueblo sometido, al menos no en Europa; nunca se vio reducido a una posición de casta inferior. En los guetos donde eligió y fue obligado a vivir, preservó sus propias tradiciones tribales, su independencia cultural, si no la independencia política. El judío que abandonaba el gueto pasaba a convertirse en un desertor, un individuo execrable, un apóstata. La relación del gueto judío con la comunidad más amplia en la que se hallaba era, y hasta cierto grado continúa siendo así, una relación simbiótica más que social.

No obstante, cuando los muros del gueto medieval cayeron y se permitió al judío participar en la vida cultural de las gentes entre las que vivía, apareció un nuevo tipo de personalidad, a saber, un híbrido cultural, un hombre que vivía y compartía al mismo tiempo la vida cultural y las tradiciones de dos pueblos distintos; nunca dispuesto a romper del todo con su pasado y sus tradiciones -incluso si esto le hubiera sido posible-, y a causa del prejuicio racial, nunca aceptado por completo en la nueva sociedad donde trataba de hacerse un lugar. Era un hombre en los márgenes de dos culturas y dos sociedades, nunca del todo fundidas ni penetradas entre sí. El judío emancipado era y es, histórica y típicamente, el hombre marginal, el primer cosmopolita, el primer ciudadano del mundo. Constituye, por excelencia, el "extranjero" a quien Simmel -él mismo judío- describió con profunda sutileza y comprensión en su Sociología. Muchas, si no todas, las características del judío, su superioridad como comerciante, su agudo interés intelectual, su sofisticación, su idealismo y su falta de sentido histórico, constituyen las características del hombre de ciudad, del hombre que va y viene continuamente y que vive preferentemente en hoteles. En pocas palabras, el cosmopolita. Las autobiografías de judíos inmigrantes, de las cuales un gran número han sido publicadas en Norteamérica en años recientes, constituyen todas ellas distintas versiones de una misma historia: la historia del hombre marginal, el hombre que desde el gueto en que vivía en Europa trata de alcanzar un lugar entre la más libre, compleja y cosmopolita vida de la ciudad americana. Uno puede aprender de estas autobiografías cómo tiene lugar en la actualidad el proceso de asimilación del inmigrante. En los espíritus más sensibles, sus efectos son tan profundos y turbadores como algunas conversiones religiosas, de las que William James nos ha dado su explicación, ya clásica, en Varietes of Religious Experience. En esas autobiografías de inmigrantes, el conflicto cultural, tal como acontece en la mente del inmigrante, es precisamente el conflicto del "sí escindido" entre el viejo y el nuevo yo. Y con frecuencia este conflicto carece de un desenlace satisfactorio, terminando a menudo en una profunda desilusión, como describe por ejemplo la autobiografía de Lewisohn, Up Stream.

Pero es típica la inquieta oscilación de Lewisohn entre la tibia seguridad del gueto, que había abandonado, y la fría libertad del mundo exterior, en el que no encontraba todavía su hogar. Un siglo antes, Heinrich Heine, fue desgarrado por el mismo conflicto de lealtades, y forcejeando para ser al mismo tiempo alemán y judío, representó un papel similar. Conforme a su último biógrafo, el secreto y la tragedia de la vida de Heine consistió en que las circunstancias lo condenaron a vivir en dos mundos, a ninguno de los cuales llegó a pertenecer del todo. Fue esto lo que agrió su vida intelectual y otorgó a sus escritos ese carácter de conflicto espiritual e inestabilidad que, como ha observado Browne, es buena prueba de su "angustia espiritual". Su mente carecía de la integridad que se basa en la convicción. "Sus brazos eran endebles" -continúa la cita- "porque su mente estaba escindida; sus manos eran débiles porque su alma era la confusión."

Probablemente, parte de la misma sensación de dicotomía moral y de conflicto es característica de todo inmigrante durante el período de transición, cuando los viejos hábitos van deshaciéndose y los nuevos no han llegado a formarse. Se trata inevitablemente de un período de agitación interna y de intensa autoconciencia.

Sin duda hay fases de transición y crisis en la vida de muchos de nosotros que son comparables a aquellas que experimentaron los inmigrantes cuando dejaron su hogar para buscar fortuna en un país extraño. Pero en el caso del hombre marginal ese período de crisis es relativamente permanente. El resultado es que tiende a convertirse a una personalidad-tipo. De ordinario, el hombre marginal es sangre mixta, como el mulato en los Estados Unidos o el euroasiático en Asia, pero eso es al parecer porque el hombre de sangre mixta es uno que vive en dos mundos y en ambos es más o menos un extranjero. El cristiano converso en Asia o en África muestra algunos de los rasgos del hombre marginal, si no la mayoría: el mismo espíritu inestable, autoconciencia intensa, esa inquietud y aquel malestar.

Es en la mente del hombre marginal donde la confusión moral que ocasionan los nuevos contactos culturales se muestra bajo las formas más obvias. Y es ahí, en la mente del hombre marginal -por la que avanzan los cambios y las fusiones culturales- donde mejor podemos estudiar los procesos de civilización y de progreso.
 

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Notas
 

1. Park, R. E. "Community Disorganization and Juvenil Delinquency", en Park et al. The City, 1925, p. 99-112, citado en P.Hall, Ciudades del mañana., Barcelona: Ediciones del Serbal, 1996, p. 380.

2.  Un desarrollo del determinismo ambiental que prefigura la teoría de los climas de Montesquieu (1689-1755), que puede remontarse hasta Hipócrates en el siglo V. a.C., se encuentra en Del Espíritu de las Leyes (1735), Tercera Parte, Libro XIV.

3. Arthur de Gobineau (1816-1882) ofrece en su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-55) una interpretación de la importancia del factor racial en el desarrollo social. El determinismo racial elaborado por Gobineau se sustenta -si acaso esto es posible- en la arbitrariedad de las variables elegidas e ignoradas; dicho de otro modo, no tiene justificación científica sino ideológica.

4. Una ampliación de estas cuestiones puede encontrarse en el libro de Rober E. Park, La ciudad y otros ensayos de ecología humana, Barcelona: Ediciones del Serbal, Colección La Estrella Polar, 1999.

5. Citado en Coulon, A. L'Ecole de Chicago. París: Presses Universitaires de France (2ª ed.), 1994, p. 38.

6. Mito en tanto que la asimilación tiende a producirse entre nativos (americanos de procedencia europea) e inmigrantes recientes blancos (es decir, europeos); en cambio, la asimilación con los grupos asiáticos y negros no llega a producirse, o no al menos con la misma intensidad y rapidez que en el primer caso. De ahí la referencia al "peligro amarillo" del propio Park. Sobre esta cuestiones, de plena actualidad cuando se habla de la ciudad multicultural -un término sin duda confuso: es preferible hablar de espacios multiculturales- ya encontramos una apreciación rigurosamente justificada en el estudio de Maurice Halbwachs, "Chicago, experience ethnique" (1932).

7. Ahora bien, el término synoecismus, empleado por Tucídides, designa sobre todo la unión de varios pueblos y aldeas bajo la capitalidad de una ciudad. Es voz que se usa para hablar de la formación de la "polis" en cuanto ciudad-estado (más estado que ciudad). Sin embargo, el tratamiento de esta cuestión en Weber (Die Stadt), a partir de las investigaciones de Fustel de Coulanges (La ciudad antigua), muestra la existencia en la polis griega y en la civitas romana de un cierto exclusivismo hacia fuera (los extraños) y hacia dentro (las diferentes fratrias) de índole religiosa y política, a pesar de los prometedores rituales de fundación en común.

8. Park, R. E. La ciudad y otros ensayos de ecología urbana, Barcelona: Ediciones del Serbal, 1999.

9. Por ejemplo, esa es la interpretación de J. Remy y L. Voyé en La ciudad y la urbanización, Madrid: IEAL, 1976. Sin embargo, a pesar de ciertos paralelismos, Park habló del hobo en numerosos artículos anteriores al uso del concepto "hombre marginal", que aparece por vez primera en 1928, precisamente en el artículo "Human Migrations and the Marginal Man" en el que expone el mecanismo del conflicto cultural. Posteriormente lo perfilará en la Introducción al estudio de Everett V. Stonequist, The Marginal Man, Nueva York, 1937

10. El tema de las migraciones judías, su papel en la conformación de las modernas sociedades capitalistas, su extranjería casi perpetua o sus peculiares agrupaciones han sido sistemáticamente tratadas por la sociología en todos los tiempos. En este sentido, nos encontramos, por ejemplo, con los trabajos de Simmel ("Digresión sobre el extranjero"), Sombart (El burgués, Die Juden und das Wirtschafsleben) y Wirth (El gueto).

11. Georg Simmel, Sociología, vol. 2, Madrid: Revista de Occidente, 1977, p. 716.

12. "Human Migrations and the Marginal Man". Publicado originalmente en American Journal of Sociology, 1928 (mayo), nº 33, p. 881-893. Recogido posteriormente en el libro recopilatorio de Robert E. Park, On Social Control and Collective Behavior, editado por Ralph H. Turner, The University of Chicago Press, Chicago, 1967, p. 194-206. (Traducción al castellano de Emilio Martínez, Profesor Titular de Sociología Urbana, Universidad de Alicante).

13. Carl Bücher, Industrial Evolution, p. 347

14. Griffith Taylor, Environment and Race: A Study of the Evolution, Migration, Settlement, and Status of the Races of Men, p. 336.

15. Ellen Churchill Semple, Influences of Geographic Environment, p. 75.

16. Theodore Waitz, Introduction to Anthropology, p. 347.

17. Ibid., p. 348.

18. Franz Oppenheim, The State: Its History and Deveopment Viewed Sociologixally, 1914.

19. George Sorel, Reflections on Violence, Nueva York, 1914.

20. Carl Bücher, Industrial Evolution, p. 349.

21. Frederick J. Teggart, Theory of History, p. 196.

22. Gilbert Murray, The Rise of the Greek Epic, p. 78-79.

23. A. H. Guyot. Earth and Man (Boston, 1857), cit. en Franklin Thomas, The Environmental Basis of Society, Nueva York, 1911, p. 205.

24. "Racial Assimilation in Secondary Groups", Publications of the American Sociological Society, vol. 8 (1914).
 

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