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Scripta Nova.
 Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 94 (100), 1 de agosto de 2001

MIGRACIÓN Y CAMBIO SOCIAL

Número extraordinario dedicado al III Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

LAS NUEVAS RETÓRICAS DE LA INMIGRACIÓN FEMENINA:
LA PROSTITUCIÓN EN LAS CALLES DE BARCELONA

Isabel Holgado Fernández
Antropóloga. Miembro de L.I.C.I.T.
(Línea de Investigación y Cooperación con las Inmigrantes Trabajadoras Sexuales)


Las nuevas retóricas de la inmigración femenina: la prostitución en las calles de Barcelona (Resumen)

En los últimos años, la elevada presencia de mujeres inmigrantes entre las trabajadoras sexuales está resignificando el discurso oficial y la opinión mediática en torno a la población femenina inmigrante. La restrictiva política inmigratoria, así como el no-reconocimiento de la prostitución como actividad laboral y el fuerte estigma social que la acompaña, aumenta la vulnerabilidad y el abuso sobre estas mujeres ante la ley, las redes de tráfico de personas, los clientes y la sociedad en general. La condena de la autonomía sexual y la independencia económica de estas mujeres son factores decisivos en la perpetuación de su estatus de ilegalidad.

Palabras clave: Inmigrante prostituta / discurso oficial / opinion pública / estigma / autonomía sexual y económica


New rethorics of feminin immigration: prostitution in Barcelona streets (Abstract)

In the last fews years, the high number of immigrant women among sex workers is resignifying the official discours and the opinion of medias concerning the feminine immigrant population. The restrictive immigration policies, as well as the non-recognition of prostitution as a working activity and the strong social stigma that goes with it, increases the vulnerability and the possibility of abuse against these women faced with the law, the circuits of people traffic, the clients and the society in general. The condemnation of both their sexual autonomy and economical independence are core factors to the perpetuation of these women's outlaw status.

Key-words:  Immigrant women / sexual workers / oficial discours / public opinion / sexual autonomy / economic indepenence


El fenómeno de la globalización y la brecha cada vez mayor entre países ricos y países pobres está provocando movimientos migratorios en el planeta de un alcance jamás visto. Gran cantidad de personas, obligadas por las difíciles condiciones político-económicas de sus países, y atraídos por las noticias llegadas de Occidente, que presentan una Europa con oportunidades de trabajo y "espacio para tod@s", abandonan su tierra con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida en los países receptores.

Si bien tradicionalmente se ha asociado la experiencia migratoria al género masculino, hecho bastante discutible, en los últimos años las mujeres han asumido un protagonismo tal que debería ser inconcebible abordar el fenómeno migratorio sin contemplar la perspectiva de género. La feminización de la pobreza en el planeta ha derivado en la feminización de la emigración transnacional. A nuestro país, llegan mujeres de los cinco continentes, con bagajes y motivaciones muy diversas, realidad que contrasta con la uniformidad y las invisibilidades de distinto signo impuestas por el medio legal y social a las mujeres migrantes. El encierro de los inmigrantes y las inmigrantes sin papeles en las iglesias españolas ha cuestionado abiertamente esta simplificación que distorsiona por completo la compleja realidad. Bajo el eslogan: mujer inmigrante, ¡presente!, las mujeres inmigradas han comenzado a desafiar esta homogeneidad que ha dificultado, hasta el momento, su capacidad de organización y reivindicación.

A fines del año 2000, y sólo contando con las personas inmigradas regularizadas, las mujeres suponían casi el 48% del total de la inmigración y, en el caso de algunos colectivos, la feminización es muy relevante: el 80% en el caso de la República Dominicana, en torno al 70% entre los colectivos de Colombia, Ecuador, Brasil y Guinea Ecuatorial. Las mujeres filipinas, peruanas y caboverdianas son el 60%. Las mujeres marroquíes, pese a ser el colectivo de mujeres más numeroso, representan sólo el 33% de su comunidad.

A pesar de los contundentes datos, el Observatorio Permanente de la Inmigración (OPI), perteneciente al IMSERSO, describía, a finales de 1999, el perfil de extranjero o extranjera que viene a residir y trabajar en España de la siguiente manera: "a nivel estadístico, el perfil económico tipo es un hombre de nacionalidad marroquí, con una edad media que ronda los 30 años y soltero."(1) Este organismo oficial reconoce que esta descripción oculta una gran diversidad de situaciones y colectivos de origen, pero en ningún momento hace mención a la población femenina inmigrante, dando carta de legitimidad a la flagrante invisibilidad que padecen las mujeres inmigradas.

Llegan a nuestra sociedad mujeres sin formación reglada, mujeres altamente calificadas, en contra del mito que asigna a la mujer inmigrante un nivel bajo de formación; mujeres de áreas rurales, de áreas urbanas; mujeres con un proyecto migratorio de corto plazo, de ida y vuelta, o las que aspiran poder asentarse definitivamente; mujeres que emigran de forma autónoma, otras que están sujetas a redes de tráfico de personas... Podríamos seguir sumando diferentes perfiles para evidenciar la enorme diversidad de lo que llamamos "mujer inmigrante".

Sí comparten todas las mujeres las discriminaciones a las que tienen que enfrentarse en su doble condición de mujer e inmigrante y, en el caso de algunos colectivos, por su origen étnico y religioso. Sin embargo, comparten sobre todo los velos de distinto cariz que homogeneiza y distorsiona hasta lo caricaturesco la gran diversidad de sus realidades, impidiéndoles erigirse en interlocutoras válidas y reconocidas para hacer valer sus propias voces.

La política migratoria del gobierno español, refrendada en la recientemente aprobada Ley de Extranjería, legitima la discriminación y exclusión que sufren las mujeres inmigradas no comunitarias. Los cupos laborales establecidos por el gobierno para la población inmigrante, ceñidos básicamente al ámbito de servicios, la agricultura y la construcción, refuerzan los estereotipos sobre ellas y limita las posibilidades de movilidad social y de realización profesional de estas mujeres. Consideradas "ejército de reserva", no fundamentales para el sistema productivo, las mujeres inmigradas están ocupando espacios laborales que ya no queremos las mujeres autóctonas, aunque sí compartimos las discriminaciones originadas de un mercado laboral con una lógica aplastantemente masculina. Algunos autores señalan que la población inmigrante forma parte de la nueva clase de servidores o "infraclase" que necesita el sistema económico imperante, caracterizado por la precariedad, la temporalidad, los bajos salarios y, sobre todo, por el poderoso papel de la economía sumergida.

Las mujeres inmigradas, sea cual sea su nivel de estudios y capacitación, tienen poquísimas posibilidades de trabajar en alguna esfera alejada del trabajo doméstico, la hostelería y los servicios personales, entre los que destaca el cuidado y atención de nuestros hijos y padres y la prostitución. De las inmigrantes trabajadoras en situación regular, el 89 por ciento lo hace en el sector servicios; el 5 por ciento en el sector agrario y el 3 por ciento en la industria. De este 89 por ciento que trabaja en el sector servicios, el 72 por ciento trabaja en el servicio doméstico y el 12 por ciento en la hostelería.

El trabajo doméstico, considerado históricamente una actividad marginal y embrutecedora, tiene unas garantías laborales inferiores al resto de ocupaciones. Es un mercado de trabajo secundario, con bajos ingresos y elevada irregularidad, escaso grado de organización colectiva y con nulas posibilidades de promoción laboral. A lo máximo que puede aspirar una mujer trabajadora en el servicio doméstico es a trabajar como externa y ganar tiempo y espacio propio, y ello con la consecuencia negativa de ver recortados sus ingresos.

Las situaciones de discriminación que sufren las mujeres inmigradas, sobre todo los conocidos abusos laborales y sexuales de las mujeres que trabajan en el servicio doméstico, raramente son tratadas en los medios y, cuando lo hacen, abordan el grave problema como si se tratara de hechos aislados y secundarios.

Las noticias sobre las mujeres inmigradas no comunitarias casi siempre son para destacar aspectos considerados negativos en nuestro imaginario social. En los medios de comunicación raramente aparecen noticias positivas de cualquiera de las culturas que enriquecen nuestro capital social, y muchas menos cuyas protagonistas sean las mujeres. Se sigue presentando una imagen de atraso e inferioridad de sus sociedades de origen. Todas las imágenes y discursos de los medios que asumimos acríticamente fomentan en la sociedad el rechazo al "Otro", generando valores insolidarios y actitudes xenófobas. O son exóticos, o son inferiores culturalmente, o son delincuentes, o son problemáticos... Para ilustrar la eficacia de este discurso excluyente, y pese al presunto trabajo en la educación en valores, en encuestas recientes a colectivos de estudiantes, un elevado porcentaje de estos sigue considerando la raza blanca como superior, aunque la ciencia hace tiempo demostró que sólo existe una raza, la humana.

Una brillante excepción a esta regla es el reportaje publicado por El País, el pasado mes de febrero. En este informe, Empar Moliner, periodista y escritora, recoge sus experiencias durante dos semanas en Barcelona, haciéndose pasar por una mujer inmigrante musulmana. El reportaje es estremecedor desde la primera hasta la última línea, pero quiero rescatar en esta ocasión la parte referida a la explotación laboral y los abusos sexuales a los que se exponen las mujeres inmigradas que trabajan en el servicio doméstico. Todos los hombres que respondieron a su anuncio en la prensa solicitando trabajo en el servicio doméstico establecieron como condición deseable que, además de "muy limpias", fueran especialmente afectuosas y receptivas a sus propuestas sexuales.

Sin embargo, el colectivo de mujeres inmigrantes que sufren una mayor discriminación legal y maltrato social son las trabajadoras sexuales. En este sentido, en los últimos años los medios de comunicación se han encargado de fomentar la alarma social, al construir la imagen de la mujer inmigrada prostituta con tremenda superficialidad, sesgo moralista demasiado rancio y fuertes dosis de sensacionalismo y falsedad. Por primera vez, las mujeres inmigrantes acaparan las portadas de los diarios, son objeto de reportajes especiales y tema del día en los espacios televisivos, promoviendo la asunción de la ecuación "mujer inmigrante igual a prostituta". Por supuesto, nada que ver con la complejísima realidad y multidimensionalidad de este fenómeno.

Desde principios del año dos mil, Dolores Juliano dirige un grupo de investigación y cooperación con inmigrantes prostitutas, del que tengo el privilegio de formar parte. Nuestro proyecto pretende establecer vínculos con las trabajadoras sexuales de los colectivos de inmigrantes más representativos en la ciudad, de cara a subsanar el enorme desconocimiento de las características, necesidades y discursos de estas mujeres. La intención de L.I.C.I.T. es elaborar nuevos marcos teóricos alejados, tanto de las visiones victimistas y esencialistas como de los planteamientos sancionadores de la legislación vigente. Por otra parte, nuestro objetivo es crear espacios de comunicación entre ellas y el resto de las mujeres para romper el aislamiento social que padecen; que les permita erigirse en interlocutoras sociales reconocidas para poder expresar y defender sus opciones.

A través de nuestro trabajo, aunque corto en el tiempo, hemos podido comprobar la gran diversidad de realidades que acogen a estas mujeres y, especialmente, la rampante demagogia de los poderes de este país a la hora de acometer el fenómeno. En nuestro trabajo de campo en las calles de Barcelona, hemos constatado la variedad de orígenes y situaciones de las mujeres inmigrantes que trabajan en la prostitución. Procedentes de África, Latinoamérica y Europa del Este, fundamentalmente, el proceso de sustitución (población autóctona por población inmigrante) en el sector servicios de los países ricos ha significado también que, en los últimos años, en la industria de servicios sexuales, las mujeres inmigrantes (en mucha menor cantidad hombres y transgéneros) tengan una presencia cada vez más numerosa. Se calcula que, solo en España, unas 20.000 mujeres inmigrantes ejercen la prostitución, aunque, teniendo en cuenta el carácter no reconocido y estigmatizado de su actividad y la creciente demanda de mujeres "exóticas" por parte de la población masculina que vive o viaja al Estado español (autóctonos, inmigrantes, turistas y "hombres de negocios"), es muy probable que la cifra sea más elevada. La industria del sexo en España es un negocio en geométrica expansión: doscientos sexshops abren sus puertas cada día en el país; la producción anual de películas pornográficas ha pasado de tres a veinte en tres años y los hipermercados del sexo ("Soluciones de ocio para hombres que trabajan"), florecen en las afueras de las grandes ciudades.

Las mujeres inmigradas trabajadoras sexuales presentan un variado perfil socio-cultural y su actividad la realizan desde diferentes ámbitos de la todopoderosa industria del sexo. Las formas de llegar a nuestro país también son diversas: emigración en solitario, con su pareja, mediante las cadenas migratorias comunitarias(utilización de los lazos familiares, vecinales o de amistad) o bien a través de las redes de tráfico de personas. Entre ellas, existen mujeres que ya ejercían la prostitución en sus países de origen, o bien proceden de otras ciudades europeas (la movilidad entre ciudades y países es muy frecuente). La mayoría de ellas llegan a Europa con la voluntaria decisión de ejercer la prostitución y un sector de estas mujeres son engañadas y/o coaccionadas a ello. Sólo de este último grupo de mujeres se ocupan los medios de comunicación y el resto de retórica discursiva sobre la problemática de la prostitución, lo que supone dar un nuevo giro de tuerca a la injusta estereotipación que padecen.

Las mujeres inmigrantes que se dedican a la prostitución son el principal sostén económico de sus familias. La gran mayoría, sobre todo las procedentes de Latinoamérica y el Magreb, son jefas de familia y tienen hijos. El criterio de responsabilidad materna tiene un peso decisivo en la motivación para emigrar de estas mujeres. La emigración de mujeres como estrategia familiar es una práctica cada vez más frecuente, dado que las mujeres presentan un mayor grado de responsabilidad respecto a sus familiares en comparación con los varones, cumpliendo con los envíos de las remesas de forma regular. En reciente conversación con la representante del colectivo de prostitutas de Londres, ella nos informaba que el salario aportado por las mujeres inmigrantes dedicadas a la prostitución era el único ingreso familiar. Muchas de ellas son mujeres solas con hijos y/o otras personas a su cargo, sin autoridad masculina que las "legitime", lo que significa que, en muchos casos, ya están previamente estigmatizadas en sus sociedades de origen.

Pese a que la prostitución no es una actividad penalizada en España, su no-reconocimiento como actividad laboral y el fuerte estigma social que la acompaña provocan que el colectivo de mujeres prostitutas vea conculcados, constantemente, sus derechos más fundamentales. En el caso que nos ocupa, el de las inmigrantes trabajadoras sexuales, la discriminación se agrava, teniendo en cuenta que no pueden legalizar su situación en el país mediante la regularización de su actividad. En este sentido, la precariedad legal afecta mucho más a estas mujeres que a las inmigrantes que trabajan en otros sectores de la actividad económica. Un alto porcentaje de las inmigrantes prostitutas está en situación ilegal y son perseguidas por ello. Pablo Andrade y Marta Casals señalan que el 90 por ciento de las mujeres colombianas que ejercen la prostitución en Galicia están en situación irregular, así como el 73 por ciento de mujeres de otras nacionalidades. En Barcelona, a través de nuestro trabajo de campo, hemos comprobado que la situación de irregularidad presenta una incidencia similar. Esta indefensión legal está colaborando a resignificar y actualizar el estigma de la prostitución. Las nuevas retóricas de la doble moral imperante en nuestra sociedad convierte a las mujeres inmigradas sin papeles en prostitutas potenciales, desplazando el contenido del estigma desde la actividad en sí misma a su condición de irregularidad. O lo que es lo mismo: ahora las mujeres prostitutas son perseguidas por estar en situación ilegal, no por ser prostitutas. Pero no pueden dejar de ser "ilegales" porque su actividad no está reconocida, lo que las encierra en un círculo del que no pueden salir, perpetuando así la situación de mayor vulnerabilidad que padecen y su ilegitimación social.

Desde la entrada en vigor de la nueva Ley, las inmigrantes trabajadoras sexuales están en permanente peligro de expulsión. Un grupo de mujeres que trabajan en un club de la carretera N-II no salen a la calle en su día libre por temor a ser arrestadas; las mujeres que trabajan en las calles de Barcelona, sobre todo las procedentes del África sub-sahariana, tienen que zafarse del control de la guardia urbana que obstaculiza su trabajo en la calle, producto sobre todo de las protestas vecinales que denuncian la "degradación" de sus barrios. El artículo 54 de la Ley de Extranjería considera una infracción muy grave (y, por tanto, motivo suficiente para cursar una expulsión) las actividades "contra el orden público". Esta definición tramposa, sujeta a interpretaciones nada favorables para las mujeres, se suma al delito por situación irregular en suelo español, lo que incrementa, de manera sustancial, la vulnerabilidad de este colectivo. La ley y el estigma se refuerzan mutuamente para "hacer limpieza" y racionalizar el maltrato y la expulsión de las mujeres inmigrantes. Una vez más, las políticas estatales responden a unos intereses totalmente ajenos a los derechos o la seguridad de las mujeres. La desprotección de estas mujeres aumente día a día, y no sólo ante los sujetos de las mafias, sino ante los abusos potenciales de los clientes (conocedores de su inmunidad), la propia policía, y la sociedad en general.

Las mujeres inmigrantes trabajadoras sexuales sufren además la marginación y rechazo por parte de sindicatos, organizaciones pro-derechos humanos y asociaciones de sus propios colectivos nacionales, que no las incluyen en sus redes de apoyo, sumándose así a la demagogia cómplice con los que abusan y lucran con ellas. Como sostiene Gayl Pheterson, parece que
 

 "El estigma de puta es contagioso (la asociación pública con las putas resulta autoincriminatoria) ... y las organizaciones políticas...pueden no estar preparadas para combatir la hipocresía masculina y la complicidad femenina hacia los privilegios masculinos dentro de sus propias filas, requisito previo necesario para ejercer la solidaridad con las mujeres a las que se identifica como putas"(2)


Esta situación discriminatoria es más perversa si tenemos en cuenta el discurso oficial, vigente también en el imaginario colectivo, que predica la victimización de las prostitutas. Curiosamente, y como apunta Laura Agustín, "las prostitutas inmigrantes no tienden a pensar en sí mismas como víctimas pasivas hasta que lo aprenden de los extranjeros"(3) Tradicionalmente, la percepción social de la mujer prostituta ha alternado entre la categorización de la "viciosa", mujer "perdida" por su naturaleza sexual insaciable, o bien la mujer obligada a ejercer la prostitución para beneficio ajeno. Los diferentes tratados de las Naciones Unidas sostienen que toda prostitución es forzada: las personas sospechosas de pedir o aceptar dinero a cambio de sexo son rotuladas como víctimas y deben ser "protegidas", aun en contra de su voluntad. Las prostitutas migrantes, sobre todo si son menores de edad, deben ser deportadas "por su propio bien". No deja de ser significativo, por tanto, que sean las víctimas de la explotación las que son perseguidas y condenadas con mayor frecuencia que sus explotadores. Como muy acertadamente señala Gayl Pheterson, "una legislación de ese tipo en la práctica no conduce a la protección, sino a la estigmatización, el acoso, la reclusión cruel y la violencia".(4) (p. 118)

Un ejemplo reciente de cómo los gobiernos europeos utilizan las medidas contra el tráfico como excusa para deportar a mujeres inmigrantes son las redadas llevadas a cabo en el Soho de Londres, por parte de la autoridad policial. El colectivo inglés de prostitutas ha denunciado que el pasado mes de febrero, la policía británica registró más de cincuenta pisos en el citado barrio y detuvo a sesenta mujeres inmigrantes. Diez días después, más de 35 mujeres continuaban retenidas, algunas de ellas con hijos. Sobre ellas pende la amenaza de la deportación porque, según la policía, son víctimas del tráfico. El colectivo inglés de prostitutas ha desmentido la versión policial que sostiene que estas mujeres trabajan para proxenetas y traficantes. Las prostitutas del SOHO defienden su derecho a trabajar en apartamentos privados como estrategia que les otorga mayor seguridad e independencia que el trabajo sexual en las calles. Por su parte, la asociación Women Against Rape ha denunciado que algunas son mujeres a quienes se les denegó la solicitud de asilo político para escapar de la persecución en sus países de origen. Como apunta la portavoz del colectivo de prostitutas inglesas, si realmente son víctimas, lo que estas mujeres y sus hijos necesitan son recursos y apoyo, no deportación. ¿Es perseguir a los esclavos la fórmula para acabar con la esclavitud?

En España, esta miopía oficial malintencionada también es caldo de cultivo idóneo para la explotación y el abuso. No existe mejor fórmula para seguir favoreciendo la consolidación de las redes delictivas que trafican con seres humanos. La xenófoba Ley de Extranjería española, así como la del resto de países occidentales, está favoreciendo sin ambages el poderoso negocio de la trata de personas, el segundo negocio más lucrativo del mundo, superado sólo por el tráfico de drogas. Un inspector policial, especialista en Extranjería, opinaba en un periódico que el verdadero chulo que explota a estas mujeres es la deuda que se ven obligadas a contraer teniendo en cuenta las restricciones y obstáculos legales para llegar a la Europa que requiere sus servicios. Aunque la Ley española recoge, en su artículo 59, que la persona que colabore a desmantelar redes organizadas de tráfico de personas puede elegir entre retornar a su país u obtener permiso de residencia y trabajo temporales, además de apoyos para la "integración", la práctica policial y legal va por derroteros bien distintos. Los propios medios de comunicación dan buena fe de ello. En una noticia publicada el 24 de febrero de este año se recogía la detención de los integrantes de una banda criminal "que obligaba" a prostituirse a mujeres inmigrantes nigerianas con amenazas contra sus propias vidas y las de sus familias. El artículo informaba: "A las mujeres que están irregularmente en España se les ha abierto expediente para proceder a su expulsión." Para lamentar a continuación: "Pero hay otras que tienen permiso de residencia".

En el año 1999 sólo se denunciaron en España 79 casos de "coacción a la prostitución". Las mentes pensantes oficiales sobre el fenómeno de la inmigración y la prostitución deberían preguntarse por qué las personas "víctimas" de la explotación denuncian tan poco. La criminalización de su actividad (si denuncian el abuso se incriminan a sí mismas como transgresoras de la Ley), el desamparo legal y social y la opción voluntaria real por la prostitución para satisfacer las necesidades económicas que motivaron la decisión de emigrar, son factores que ninguna aproximación honesta a la problemática debería soslayar. Una noticia sobre la prostitución inmigrante en el barrio de Les Corts de Barcelona (5 de febrero de 2001), ofrecida por El Periódico de Catalunya, informa que un 21% de las mujeres inmigrantes "sin papeles" no habían trabajado como prostitutas antes de llegar a España, derivándose así que el 79% restante de las mujeres inmigrantes que respondieron a la encuesta de Àmbit Prevenció (base estadística del citado artículo) sí habían trabajado en el mercado sexual con anterioridad.

Sin menospreciar la importancia y el volumen de mujeres que son engañadas y forzadas por las redes que trafican con seres humanos, la mayoría de ellas han optado por realizar un trabajo sexual, a partir de una evaluación de los costes y beneficios que supone esta actividad (mucho más ventajosa económicamente que el servicio doméstico y los servicios personales, los otros espacios económicos "destinados" a las mujeres inmigrantes), con una ingente y creciente demanda por parte del género masculino en este país. Colocándoles el rótulo de "víctimas" sólo se logra perpetuar su marginalidad y exponerlas a una mayor violencia pero, sobre todo, se les impide visibilizar y articular la lucha de sus derechos como trabajadoras. Sin embargo, es más tranquilizador para la moral social pensar que la prostitución siempre es resultado de coacción, engaño, problemas psicológicos o pulsiones ninfómanas. Aterra pensar que estas mujeres son sujetos, agentes activos que hacen sus elecciones y son, en consecuencia, generadoras de un discurso y unas estrategias propias. Y mucho más temor inspira el que, en no pocas ocasiones, las mujeres contemplen la prostitución como una estrategia liberadora y fuente de independencia femenina. Una mujer argelina nos explicaba: "Yo nunca me he sentido tan fuerte, respetada y deseada por un hombre, sólo cuando soy puta. Y nunca he tenido nada en mi vida, sólo cuando he sido puta. El dinero es el respeto, el valor y el amor". Este "ocultamiento" es la mejor manera de evadir sibilinamente la urgente necesidad de plantear la cuestión desde un punto de vista laboral, social y cultural, sin la distorsión que supone el estigma que las acompaña. Sí que es cierto que todas las mujeres son víctimas, pero de una dominación estructural, que implica a muchos más sujetos y estructuras sociales que los individuos identificados como traficantes de personas.

Los medios de comunicación muestran gran eficacia en su colaboración con el Estado para estigmatizar a las mujeres inmigrantes. La "profundidad" de sus noticias acerca de la prostitución está contribuyendo eficazmente a crear una visión monolítica y falsa del fenómeno. Además de profundizar en la demagógica victimización y legitimar una etnización de la prostitución (sólo aparecen mujeres del África sub-sahariana en sus informaciones), se desprende del enfoque generalizado en casi todos los medios que todas las mujeres inmigrantes ejercen la prostitución o son prostitutas potenciales. La escandalosa falta de respeto de algunos profesionales de los medios ha provocado que, incluso, se difundan imágenes de las mujeres prostitutas sin proteger su derecho a la intimidad, al no velar o desfigurar su rostro en la pantalla y en las fotografías. La televisión catalana TV3 emitió hace unos meses un programa sobre la problemática donde, delicadamente, distorsionaba las matrículas de los coches de los clientes para preservar su derecho a la intimidad, mientras los rostros de las mujeres aparecían en todo su esplendor. El 23 de marzo de 2001, el telediario vespertino de la primera cadena informaba sobre la prostitución de menores en la Casa de Campo madrileña mostrando los rostros de estas presuntas menores sin desfigurar.

Los medios de comunicación ponen mucho empeño en asociar a estas mujeres inmigrantes con la marginación, la delincuencia, el tráfico de drogas y la degradación "moral". También se ocupan de hacer apología del racismo y promover la insolidaridad entre las mujeres trabajadoras sexuales. En un reportaje publicado por El Periódico de Catalunya, en la sección Tema del Día, el pasado 5 de febrero, los avezados periodistas, en su "análisis" de la prostitución en Barcelona, dividieron a las trabajadoras sexuales en "extranjeras", "nacionales" y "travestis" , para después informar a los lectores-clientes que las primeras gozaban de mejor estado de salud y eran más cultas. De la indignación de las mujeres trabajadoras sexuales "analizadas" en el informe tienen constancia directa algunas de las integrantes de L.I.C.I.T.

La invisibilidad de los clientes y la referida a las prostitutas tiene unas connotaciones bien distintas. La ausencia del clientelismo de los discursos en torno al fenómeno de los servicios sexuales aumenta, paradójicamente, la "invisibilidad" de las prostitutas, favoreciendo a estos y perjudicando a las mujeres. Tomar una parte (prostitutas) por el todo agudiza la estigmatización y la injusticia sobre este colectivo. En la opinión pública, parece prevalecer la idea de que existe la prostitución porque existen prostitutas, y nunca se coloca al cliente, hombre que paga por el servicio sexual, en el centro de la información y el análisis. Y, en términos muy actuales, podemos convenir que, si no hay demanda, no hay oferta. En la zona del Camp Nou de Barcelona, los autores del anterior artículo citado contaron hasta 136 coches con potenciales clientes en sólo cinco minutos.

La industria del sexo tiene un peso importantísimo en la economía mundial. Esta beneficia a una gran cantidad de personas e instituciones, públicas y privadas. Un solo periódico de difusión nacional en España ingresa en torno a los 1.000 millones de pesetas anuales en concepto de publicidad de la prostitución. En España, más de 400.000 personas están implicadas en este negocio. Según Donna Hughes, experta en comercio sexual a través de Internet, cada año se trafica con unos cuatro millones de personas, la mayoría mujeres y niños, para la industria del sexo en todo el mundo. La actividad más próspera del comercio electrónico en España son los "contenidos para adultos", siendo el 21’5% del volumen de negocio. Se calcula que los beneficios de tráfico de personas para la industria del sexo son de 27.000 millones de dólares, por encima de industrias tan potentes como el cine o la música. La mayoría de actividades relacionadas con esta industria son legales y socialmente aceptadas. Las mujeres que venden servicios sexuales, principal capital de este negocio, no.

Otro de los rótulos estereotipados que agrava la estigmatización y el rechazo a las mujeres prostitutas es el que las designa como principales transmisoras de enfermedades sexuales, especialmente del SIDA. Con la llegada de mujeres procedentes del área sub-sahariana se ha revitalizado el discurso que señala a las prostitutas como las principales responsables de la difusión de enfermedades venéreas, demonizándolas y ocultando el otro polo protagonista de la relación. La intención que subyace en la mayoría del trabajo preventivo sanitario entre la población de prostitutas es la de asegurar la salud de los clientes y la sociedad en general. No es la salud de las mujeres prostitutas la que realmente preocupa porque se considera que la prostituta es la persona que inaugura la cadena de transmisión de las enfermedades de transmisión sexual y se la culpabiliza por ello. Según esta falacia, el planteamiento de los organismos sanitarios oficiales es que, si se las controla a ellas, se garantiza la salud del sujeto que realmente preocupa, es decir, el cliente, además de evitar el contagio a las "mujeres decentes" con quienes los clientes tienen relaciones "normalizadas". Es este el motivo por el que las subvenciones oficiales destinadas al mundo de la prostitución se centran casi exclusivamente en la prevención sanitaria. Como apunta Dolores Juliano, los controles periódicos que se realizan a las mujeres prostitutas no se realizan sobre ningún otro grupo de personas sexualmente activas.

Resulta evidente que la incidencia de las enfermedades de transmisión sexual tienen a un buen aliado en la promiscuidad de los clientes, dato que no contemplan las políticas de prevención y control sanitario. Esto es más significativo en cuanto la ciencia parece haber demostrado que la transmisión de VIH de hombre a mujer es de dos a cuatro veces más efectiva que la transmisión de mujer a hombre. Rogelio López Vélez, médico especialista en enfermedades tropicales del Hospital madrileño Ramón y Cajal, denuncia esta mistificación de la realidad:

"Aquí, uno siempre piensa que una prostituta inmigrante africana me va a pegar el SIDA, pero nadie piensa que esa chica (...)va a ser contagiada de SIDA por un español promiscuo. Nadie lo piensa y esta realidad es más real que la otra. Muchas inmigrantes contraen aquí enfermedades de transmisión sexual porque sus clientes tienen más capacidad de coger este tipo de enfermedades y de transmitirlas."(5)


Todos los estudios sobre el fenómeno de la prostitución en el mundo señalan que, en muchas ocasiones, los clientes solicitan practicar el sexo sin hacer uso del condón. En los años ochenta, en algunos clubes de Ámsterdam, a las mujeres trabajadoras sexuales se les exigía la práctica sexual sin preservativo como como condición innegociable para ejercer en ellos. En el reportaje ya citado de El Periódico de Catalunya, del pasado cinco de febrero, se menciona que la práctica totalidad de las mujeres encuestadas coinciden en señalar que la mitad de los clientes piden expresamente relaciones sin condón pero que la mayoría de ellas procura utilizarlos. En nuestro trabajo de campo, las mujeres prostitutas nos confirman la demanda, por parte de los clientes, de no utilizar del preservativo. Sin descartar que algunas de estas mujeres accedan a la práctica sexual sin protección, la gran mayoría de ellas deniegan la propuesta del cliente e, incluso, muchas han generado artimañas, como introducirse el preservativo en la boca y colocárselo al cliente, sin que este se dé cuenta, cuando le realizan una felación.
 

Conclusiones

Las políticas restrictivas de la Europa-fortaleza están favoreciendo la consolidación del tráfico delictivo de seres humanos, única opción para muchas personas a las que Occidente reclama como mano de obra barata para mantener la prosperidad de la poderosa y vital economía sumergida. Simultáneamente, la problematización del fenómeno inmigratorio y la inexistencia de un enfoque económico riguroso y honesto para explicar sus causas (el estudio de la inmigración por parte de los organismos oficiales se aborda siempre desde una perspectiva cultural falseada) está provocando que el rechazo social aumente y, con ello, la explotación y marginación hacia las personas inmigradas. En el caso de las mujeres inmigrantes prostitutas las discriminaciones se agudizan, teniendo en cuenta que el estigma de puta se suma al resto de rotulaciones negativas que las acompañan por su condición de mujeres, inmigrantes, y, en el caso de muchas de ellas, por su origen nacional o étnico. La desvalorización que sufren refuerza su indefensión ante abusos de todo tipo, comenzando por las leyes que no las reconoce ni como emigrantes (lo que conlleva iniciativa personal y un proyecto de vida propio) ni como personas con derechos, amenazando constantemente su proyecto migratorio. Una mujer inmigrante en Londres, trabajadora sexual, apuntaba: "nos dan preservativos para "protegernos" del SIDA, pero nadie nos protege de la expulsión".

Es el estigma de puta un poderoso y eficaz medio para reprimirlas y justificar su persecución. En palabras de Gayl Pheterson, "el estigma de puta es una cómoda herramienta de represión estatal para las democracias modernas, como en cualquier otro lugar, ya que el sexismo flagrante resulta más aceptable que el racismo y la xenofobia"(6). Las inmigrantes trabajadoras del sexo son castigadas social y legalmente y se les niega hasta el apoyo que deberían recibir como consecuencia de la presunta victimización y explotación que padecen. Este discurso retórico estigmatiza en mayor medida a las mujeres inmigrantes prostitutas y sólo sirve para agravar su situación.

El estigma de prostituta tiene un efecto cegador y deshumanizante sobre la heterogénea realidad de las mujeres que ejercen la prostitución. Desde todos los ámbitos, incluido el académico, se pone especial énfasis en esencializar los motivos que conducen a las mujeres a la prostitución, otorgando legitimidad al presunto carácter patológico y alienante de esta actividad. Se buscan explicaciones todas ellas alejadas de la racionalidad económica, precisamente en un momento histórico en que el dinero es el principal baremo del éxito personal y social. Como apunta Dolores Juliano,

"Si se analizan las dos actividades de las acciones de la prostitución, la actividad sexual y la económica, se puede ver que ambas están bien conceptualizadas en la sociedad actual, que preconiza la libertad sexual y valora positivamente la utilización de esta libertad en ambos sexos y que se rige por patrones de obtención de beneficios económicos y otorga reconocimiento y prestigio a aquellas personas que saben obtener provecho en el mercado".


Sin embargo, los criterios utilizados para evaluar el resto de opciones laborales se descartan en el caso de la prostitución. Nunca se parte del supuesto de que la prostitución es una estrategia de supervivencia económica aprendida por todas las mujeres y resultado de una elección tras evaluar los ventajas e inconvenientes de la prostitución frente a otras alternativas laborales que, para las mujeres de todo el mundo implican, en la inmensa mayoría de casos, menores niveles de ingresos. No se puede olvidar la enorme disparidad que existe en el acceso a los recursos por parte de las mujeres frente a los hombres y la mayor carga familiar que asumen las mujeres por las asimétricas obligaciones de género. Esta distorsión es especialmente grave en la actual coyuntura histórica, si tenemos en cuenta que las convulsiones socio-económicas que se están produciendo en todo el planeta afectan mucho más a las mujeres y a las personas que dependen de ellas.

¿Por qué se considera sucio el dinero obtenido por las mujeres prostitutas a través de un intercambio comercial, cuando se asume sin demasiadas objeciones los abusos constantes de las empresas privadas y públicas (disfrazados de transacciones comerciales) que lucran en aras del beneficio económico? ¿Por qué las prostitutas reciben todavía la mayor de las sanciones a través de la deslegitimación de su actividad? Parece pertinente centrar la atención en el análisis cultural de las relaciones de poder entre sexos. Efectivamente, y como llevan recordando desde hace varios años las defensoras de los derechos de las prostitutas, el verdadero motivo que convierte en ilegales a estas mujeres y les priva de sus derechos es la autonomía económica y sexual que supone, en muchos casos, el ejercicio de la prostitución y, especialmente, la transparencia de su actividad. Como recuerda Pheterson, es una infamia para la cultura machista de las sociedades que una mujer pida dinero abiertamente por lo que siempre ha entregado a cambio de otra cosa. En unos sistemas sociales históricamente basados en el control de la sexualidad de las mujeres a través de instituciones tales como la heterosexualidad obligatoria, el matrimonio y la reproducción, las mujeres que ofertan sexo a cambio de dinero subvierten el histórico control sexista impuesto por el orden patriarcal, al significarse en gestoras autónomas de su sexualidad y asegurarse la independencia económica del varón, lo que cuestiona de raíz los pilares ideológicos en los que están instalados nuestros supuestos estados democráticos.

Las mujeres prostitutas transgreden públicamente los códigos de género que discriminan a todas las mujeres, de ahí que se sancione en ellas todo aquello que se alaba en el sexo masculino. La lógica patriarcal no puede aceptar que las mujeres se conviertan en gestoras autonómas de su sexualidad y sus vidas, no sea que el ejemplo se extienda y afecte al control sobre el resto de las mujeres. Por eso se estigmatiza su actividad, privándolas de sus derechos y libertades y ocultando el hecho de que la práctica de la prostitución supone, para muchas de ellas, una estrategia liberadora que les permite escapar de la pobreza y de la violencia de género normativa, además de otorgarles independencia económica y una elevada autoestima ("Sí, yo trabajo acostada, pero cobro de pie". Prostituta trabajadora en un club de alterne). En la persistencia de su discriminación tampoco es secundario el conocimiento de primera mano que las mujeres prostitutas tienen del sexo masculino y la lúcida opinión acerca de las relaciones sociales existentes. Una mujer con más de doce años de trabajo en la prostitución opinaba: "Todas las mujeres deberían dedicarse un año a la prostitución, así conocerían realmente cómo son los hombres". Parece evidente el peligro que entraña para el sistema vigente reconocer la autoridad de las mujeres prostitutas como sujetos activos con los mismos derechos que el resto de ciudadanos y ciudadanas. Por eso, todo esfuerzo represivo y estigmatizador por parte del Estado y la sociedad es poco para salvaguardar intactas las discriminatorias reglas de juego entre los géneros.

La eficacia del discurso sexista se manifiesta, especialmente, en la vigencia del muro histórico que se ha levantado entre las "mujeres malas" y las "mujeres decentes" y que ha provocado el aislamiento social de las prostitutas y la insolidaridad entre mujeres. Hasta hace sólo unos años, los movimientos feministas han marginado a las mujeres prostitutas al no sumar sus voces como sujetos protagonistas en las luchas por los derechos. La ideología feminista ha colaborado ingenuamente en la discriminación de las trabajadoras sexuales, al secundar la visión victimista y alienada de la mujer prostituta, persona incapacitada para actuar de manera autónoma y generar sus propias estrategias. La actividad sexual remunerada de la prostituta ha sido vista por el feminismo clásico como la máxima expresión de la subordinación de las mujeres. Por su parte, el estigma de puta es una herramienta muy eficaz para controlar al resto de las mujeres y perpetuar la insolidaridad femenina. No hay peor insulto para una mujer que ser acusada de puta. Por esa razón, las mujeres que buscamos ser aceptadas socialmente nos esforzamos mucho en alejarnos de la adjudicación de ese rótulo mancillante aunque, muchas veces, fracasemos en el empeño. Cualquier mujer puede, en cualquier momento, ser considerada "demasiado autónoma" y peligrosa disidente de la organización social sexista que nos niega nuestro derecho a la autodefinición y, por tanto, a la autonomía. El estigma de puta es el encargado de mantenernos a raya a las mujeres, de castigarnos si nos atrevemos a traspasar las conductas asignadas socialmente a cada uno de los sexos. Así, resulta acertada la reflexión de Gayl Pheterson que sostiene que, mientras exista una sola mujer discriminada por razón de su vida sexual, todas las mujeres nos hallamos en una posición vulnerable en materia de discriminación. Contra todo pronóstico, el mundo de la prostitución también es nuestro mundo.

Dolores Juliano recuerda que la prostitución no es un fenómeno aislado, un mundo aparte, sino un síntoma visible de la situación general de la mujer dentro de la sociedad. Una aproximación al mundo de la prostitución con la mirada libre de prejuicios puede ayudarnos a desvelar cuál es la auténtica urdimbre sobre la que se tejen las relaciones de poder entre sexos en nuestra denominadas sociedades igualitarias. Si somos capaces de superar las ideas prefijadas sobre este "negativo" del funcionamiento de la cultura que significa el mundo de la prostitución, descubriremos buena parte de los valores y contradicciones que subyacen en el escenario de las relaciones sociales legitimadas, y nos permitirá conocer mucho mejor los significados discriminatorios que queremos cambiar. Ojalá fuera ocioso concluir diciendo que este proceso pasa, ineludiblemente, por el reconocimiento de los derechos y libertades de las mujeres trabajadoras sexuales y su inclusión en el juego social y político como sujetos con plena autoridad.
 
 

Notas:

1.BEDOYA, María Helena. Revista Papers, 60. Año 2000 p. 60

2.PHETERSON, Gayl. El prisma de la prostitución. Col. Hablan las mujeres. Ed. Talasa. Madrid 2000 p. 28

3.AGUSTÍN, Laura. Leaving home for sex. Ponencia para Sexuality and the State. Instituto Internacional de Sociología Jurídica Oñati. Oñati. Euskadi. Junio de 2000 p. 1

4.PHETERSON, Gayl. El prisma de la prostitución. Col. Hablan las mujeres. Ed. Talasa Madrid 2000 p. 118

5.Citado en "Las prostitutas inmigrantes se infectan de SIDA aquí". El Correo del País Vasco, nº 1300. 27 de junio de 2000

6.PHETERSON, Gayl. El prisma de la prostitución. Col.Hablan las mujeres. Ed. Thalasa. Madrid. 2000 p. 10
 
 

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