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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol VI, nº 110, 15 de marzo de 2002



LA LAGUNA 1800-1936: CRISIS URBANA Y NUEVA POSICIÓN EN EL TERRITORIO

Carmen Gloria Calero Martín
Departamento de Geografía. Facultad de Geografía e Historia.
Universidad de La Laguna


La Laguna 1800-1936: crisis urbana y nueva posición en el territorio (Resumen)
Designada Santa Cruz de Tenerife como capital de la provincia única de Canarias en 1833, La Laguna ve frustradas sus expectativas y pasa a ocupar una nueva posición en la red urbana insular. Este proceso, que se venía gestando desde finales del siglo XVIII, deriva en una atonía demográfica y urbana que se prolonga a lo largo del siglo XIX. A pesar de ello, La Laguna realiza un importante esfuerzo de modernización en equipamientos e infraestructuras, al tiempo que rehabilita el viejo caserío. A finales de la centuria, la ciudad, convertida en centro comarcal, manifiesta signos evidentes de recuperación urbana que se concretan en las primeras décadas del siglo XX.

Palabras claves: crisis urbana, infraestructura, red urbana, modernización, rehabilitación


La Laguna 1800-1936: urban crisis and new position in the territory (Abstract)

When Santa Cruz de Tenerife is appointed as the capital of the only province of the Canaries in 1833, La Laguna sees its expectations frustrated and occupies a new position in the insular urban network. This process, originated at the end of the 18th century, leads to a demographic and urban relaxation which continues throughout the 19th century. In spite of this, La Laguna makes a considerable effort to modernize its infrastructure, refurbishing the old houses at the same time. By the end of the century, the town, transformed into the center of the region, reveals evident signs of urban recovery which became more specific in the first decades of the 19th century.

Key words: urban crisis, infrastructure, urban network, modernization, recovery


A lo largo del siglo XIX gran parte de las ciudades españolas experimentan intensos procesos de desarrollo y modernización, vinculados a los impulsos políticos y administrativos, a los avances económicos y a las mejoras sociales. Sin embargo, ciertos núcleos, de importante desarrollo histórico, se ven afectados por crisis urbanas que provocan una ralentización en su crecimiento y numerosas dificultades en su renovación, quedando rezagados del conjunto de ciudades destacadas que articulaban una embrionaria red urbana. Este es el caso de la ciudad de La Laguna que fue, hasta esas fechas, el primer núcleo urbano de Tenerife y se había convertido en el eje medular del sistema tradicional de ciudades de la isla. La ciudad, hacia 1800, comienza a mostrar una clara pérdida de centralidad, manifestando una reducción progresiva de funciones, el estancamiento de su población y una apreciable inactividad urbana.

A partir del primer tercio del siglo XVI, una vez que se consolida el rápido proceso de colonización, se articula, en Tenerife, un conjunto de núcleos embrionarios que, a lo largo de los años, van a ir concentrando importantes niveles de población y ciertas funciones típicamente urbanas a la par que desarrollan un caserío compacto y organizado. Una de las características comunes de estos núcleos es su localización en la zona norte de la Isla, la más fértil y de mayores posibilidades agrarias, donde se instalaron, desde la conquista, los cultivos de exportación. Importantes centros agrarios y pequeños puertos conformaron una incipiente red urbana en la que La Laguna actuaba como ciudad capitalina, sede del poder político-administrativo, religioso y cultural.

A comienzos del siglo XIX, la primitiva red urbana entra en una importante crisis que se explica en el despegue experimentado por la ciudad y puerto de Santa Cruz, que, hasta esa época, había sido uno más dentro del conjunto de los pequeños puertos que jalonaban las costas insulares. La confluencia de un conjunto de factores naturales favorables, la ruina del puerto de Garachico a causa de la erupción de 1706, la ineficacia de Puerto de La Cruz, con un peligroso emplazamiento, y ciertos beneficios políticos que recayeron sobre la bahía santacrucera potenciaron esta ciudad, convirtiéndola en el nuevo eje urbano1.

La vieja capital insular, a pesar de su relativa cercanía al puerto, quedó marginada del proceso de desarrollo que éste proporcionaba, porque la conexión entre ambos núcleos, y con el resto de la Isla, estaba supeditada a la vieja e inadecuada red de transporte interior que manifestó, durante casi toda la centuria, una gran inadaptación y fue la causa principal del mantenimiento del cabotaje como la forma más eficaz de comunicación intrainsular2.

La Laguna cambia de lugar en el sistema urbano tradicional que, a partir de entonces, empieza a modificarse. Hacia la mitad del siglo XVIII, la ciudad, que había crecido en el centro de una amplia y fértil llanura, alejada de la costa, lo que le había permitido una relativa inmunidad frente a los frecuentes ataques por mar y un emplazamiento privilegiado para comunicarse con las dos vertientes de la Isla, advierte que algunas de estas ventajas, auténticos pilares de su fundación, pierden importancia y, con ello, La Laguna se muestra incapaz de sostener el crecimiento poblacional y urbano que sobre ellos había desarrollado.

El siglo XIX fue para La Laguna una etapa de profunda crisis, aunque a pesar de ello, realizó notables esfuerzos de modernización al tiempo que se recolocaba en el nuevo sistema urbano insular, jerarquizado por la ciudad de Santa Cruz que en un proceso de imparable desarrollo concentró no sólo el poder económico sino el político, convirtiéndose en 1833 en la capital de la entonces provincia única de Canarias.

Parece demostrable que la nueva centralidad política y económica de Santa Cruz tuvo para La Laguna graves consecuencias demográficas y urbanas que la afectaron en una doble vertiente: por una parte, la ciudad pierde la posición territorial hegemónica que mantenía en la isla de Tenerife, que la había convertido en el eje principal de las comunicaciones intrainsulares. Por otra, La Laguna manifiesta una clara regresión en su tejido urbano motivada por el retraso en muchos casos, y la paralización , en otros, de todos los proyectos que la ciudad intenta realizar, al tiempo que se produce una atonía del movimiento inmobiliario, de tal forma que, durante casi todo el periodo en estudio, se aprecian signos evidentes de ruina y regresión, y sólo a finales de la centuria y durante las primeras décadas del siglo XX, parece recuperar un cierto ritmo expansivo.

La ciudad, sede del poder político, religioso, cultural y social de Tenerife y centro de decisiones, ve frustrados sus intentos de convertirse en capital de la que, entonces, fue designada provincia única de Canarias. La elección de Santa Cruz, un pequeño núcleo portuario, próximo pero distanciado por la dura orografía y la ineficacia del transporte terrestre, motivó el progresivo abandono de la vieja "capital" por parte de las casas comerciales, de las principales familias y de los poderes más efectivos. La Laguna, convertida en capital municipal, asiste a un lento pero imparable proceso de despoblamiento, de ruina física de su caserío y de inmovilidad en su tejido urbano que permanece inalterado.

Este proceso de crisis y cambio que padece la ciudad a lo largo del siglo XIX, se gesta desde la centuria anterior y es bien percibido por viajeros, cronistas, historiadores que si bien siempre destacan la solidez del caserío, el orden y armonía de su trazado, la importancia cultural y religiosa, y el entorno agradable de La Laguna, apuntan la ausencia de vitalidad urbana, la ruina y el abandono, y la comparan con Santa Cruz, la ciudad dinámica y expansiva. A finales de la centuria, la ciudad que se dibuja en las guías y en la prensa empieza a dar síntomas de cierta actividad. Muchos proyectos paralizados se resuelven, la actividad constructora es apreciable como también la presencia de una incipiente pero activa clase ciudadana promotora de los nuevos cambios.

La nueva posición territorial se va definiendo por el estancamiento de la población y del caserío, rebasados ampliamente por Santa Cruz que se va separando del resto de núcleos urbanos, convirtiéndose en el centro neurálgico de la Isla. La Laguna permanece como capital de un amplio municipio y sede de uno de los tres partidos judiciales de Tenerife, una posición secundaria en la nueva red urbana insular. A pesar de todo, el término experimenta un importante crecimiento en población y poblamiento, ajeno a la propia ciudad y concentrado en determinados sectores.

El espacio interior de la ciudad es el exponente de la decadencia. La Laguna que, en el intento de ser más competitiva, aborda con entusiasmo numerosos proyectos. Pero la capitalidad de Santa Cruz que centraliza las grandes reformas urbanas y la actividad constructora, la falta de medios y la ausencia de clases ciudadanas que promocionen e impulsen los proyectos provocan la paralización de muchos, el abandono de otros o su tardía ejecución. La inmovilidad en la actividad constructora, en la producción de suelo y de viviendas, donde perviven importantes arcaísmos, refleja la crisis de la que la ciudad empieza a salir en el último cuarto de la centuria cuando comienza una dinámica que, con altibajos, es positiva y señala el inicio del proceso de recuperación.

Las miradas a la ciudad: historiadores, viajeros y cronistas. La percepción de un espacio en crisis

Las primeras descripciones sobre la ciudad hablan de La Laguna como el centro urbano más importante no sólo de Tenerife sino del Archipiélago.

Torriani en 1591 define la ciudad como "la mayor y la más habitada de todas las demás de estas islas" y le atribuye mil casas o fuegos frente a las doscientas de Santa Cruz, o las ochocientas de Las Palmas en la isla de Gran Canaria. Se trataba, pues, del núcleo urbano más poblado y edificado que existía en el archipiélago a finales del siglo XVI, y aunque la considera como una ciudad un tanto oscura "las casa son bajas y tétricas" también comenta que toda la ciudad tiene buen aspecto "por ser las calles rectas, las casas llenas de árboles, y agradable la laguna".

Viera y Clavijo en su Historia de Canarias escrita en 1766 hace una descripción más detallada de la ciudad a la que califica como capital de la isla, y, a este respecto, señala que "...lo merece; plantada en una perfecta llanura, larga, ancha, las calles casi a cordel, bien cortadas, empedradas...", señala el carácter conventual y religioso de La Laguna que por esas fechas cuenta con seis conventos, dos hospitales y varias ermitas. También añade las funciones educativas que parte de esos conventos llevaban a cabo y se detiene en algunas observaciones de la morfología urbana señalando la existencia de "grandes plazuelas, torres, buenos edificios...". En esos momentos, La Laguna sentía ya físicamente el avance poblacional y urbano de Santa Cruz; de hecho, el historiador habla de esta ciudad como uno de "los mejores pueblos de las Canarias", y señala su intensa actividad comercial y el hecho de haber sido la residencia de los "comandantes generales". Efectivamente, desde 1723, el poder militar había abandonado la ciudad de La Laguna y se había instalado en la vecina Santa Cruz, y aunque aquella contaba todavía con la figura del Corregidor, jefe político de la isla, la pérdida del poder militar había abierto la primera de las heridas graves que sufriría la ciudad y precipitaría su decadencia.

La literatura de viajes ofrece para Canarias una interesante representación ya que el archipiélago fue, durante siglos, parada obligada de marinos, mercaderes y viajeros de toda condición. El género viajero tentó más a los escritores foráneos que a los nacionales, deslumbrados por la sugestión del escenario y el vivo contraste con el mundo europeo. La mayor parte de los autores que dejan sus impresiones viajeras sobre Canarias visitan las Islas a partir de 1700 y sus percepciones enlazan, en gran medida, con este momento histórico: así, a través de la mirada de curiosos hombres del momento, marinos, científicos o simplemente primitivos turistas se va perfilando la imagen de la ciudad desde ópticas distintas, donde lo sensorial y subjetivo convive con datos objetivos cuando se compara La Laguna con otros escenarios urbanos, más alejados, y bien conocidos por los autores.

Figura 1. Plano de la ciudad de La Laguna en 1779, debido a M. le Chevalier.

En 1764, George Glas, escocés, marino y mercader, en su Descripción de Las Islas Canarias,describe La Laguna como una ciudad a la que se llega después de una "subida bastante pronunciada" desde Santa Cruz, uno de los aspectos que constantemente fueron repetidos por los visitantes y que contribuyeron, de alguna forma, a esa condición de ciudad poco accesible frente a la vecina Santa Cruz, que siempre se califica como poseedora del mejor y más tranquilo de los puertos de la Isla. Aunque Glas habla de La Laguna como la capital de Tenerife, la presenta como una ciudad conventual, alejada de las actividades comerciales y de negocios. Sí habla de las hermosas casas y de algunos de sus habitantes que califica como "gente acomodada"; también comenta su carácter administrativo y burocrático estableciendo una viva comparación entre Santa Cruz y La Laguna con las ciudades holandesas de Amsterdam y Delft. Esta percepción de una ciudad detenida, sin dinamismo económico y que pierde población se apunta en otros tantos libros de viajeros que a lo largo del siglo XIX visitan la Isla. El declive demográfico y de la actividad económica, la escasa vida social, el despoblamiento y abandono progresivo son destacados descriptores y confirman que La Laguna a lo largo del siglo XIX sufrió un proceso continuado de decadencia. La comparación con Santa Cruz se reitera y el bullicio y dinamismo de la ciudad portuaria se contrasta con la frialdad de la vieja ciudad administrativa y conventual. Los viajeros no dudan en compararla y dicen que La Laguna "...es una ciudad decaída, como Toledo" (Leclercq). El entorno de la ciudad, agradable y fresco, con el monte cercano; el acceso difícil desde la costa y la existencia del lago en cuyas orillas creció la villa son descriptores ambientales habituales (Bory de Saint Vicent, Berthelot). Las percepciones sobre la morfología urbana mantienen la misma tónica: la rectitud y amplitud de las calles y plazas públicas que se compara con la tortuosidad de los espacios de Santa Cruz; la abundancia de conventos e iglesias y las numerosas casas solariegas contrastan con la escasa vida urbana. La Laguna es una ciudad espaciosa, bien diseñada y se presenta como un conjunto ordenado, de apariencia noble, con una población ocupada en la agricultura, la religión y los estudios (Berthelot). Pero, a pesar de ello, la impresión primera es de una ciudad triste, de calles desiertas y casas de fachadas frías. Todas las percepciones van en ese sentido: ruina de las construcciones, abandono... y menciones reiteradas a su pasado esplendor y dominio sobre la isla de Tenerife (Coquet).

En este recorrido por la memoria de la ciudad parece conveniente buscar el espacio vivido, no sólo percibido. La Laguna carece de una historia local, pero cuenta, sin embargo, con ciertas obras de indudable interés, diarios de personajes del momento. En este tipo de escritos predomina lo subjetivo y se tiende a reforzar la identidad, a engrandecer y desarrollar determinadas imágenes, esas visiones particulares del espacio vivido aproximan a otras realidades más sutiles, menos visibles. A través de esas miradas, la ciudad se muestra como el lugar de reflexión donde convergen las inquietudes de los autores, aunque aparece desprovista de esos descriptores comunes sobre decadencia y ruina. La ciudad aparece como eje político de la Isla a finales del siglo XVIII y es el centro de decisiones (Lope de la Guerra). Más adelante, se describe como un núcleo urbano secundario, dependiente de Santa Cruz, convertido en lugar de recreo estival para las clases acomodadas de la capital y, además, mantiene su papel como centro académico y cultural (Olivera).

En el último cuarto del siglo XIX, la generalización de las imprentas, la difusión cultural sobre todo en los ambientes urbanos, las nuevas leyes educativas, las transformaciones socio-económicas, el avance tecnológico y especialmente el desarrollo del comercio posibilitaron la aparición de libros de contenido geográfico encaminados a distintos fines pero bastante similares en cuanto a la forma de expresar sus contenidos.

Así, van a aparecer algunas obras cuyos objetivos son de claro matiz educativo y, posteriormente, otras que agrupamos como "Guías" dirigidas a un amplio espectro de posibles lectores, visitantes de las Islas con fines turísticos, industriales o comerciales. De todas ellas se desprende una imagen que, a diferencia de los relatos de viajeros, parece ser más objetiva, estar algo más alejada de la personalidad de sus autores, ya que la finalidad de suministrar información, prima sobre las opiniones personales, sobre las sensaciones y sobre la plasmación de la propia experiencia que era el elemento dominante en los libros de los viajeros. A pesar de todo, las guías que se escriben a lo largo del siglo XIX y principios del XX, ofertan visiones de las ciudades bastante más amplias que las actuales, pensadas exclusivamente para el visitante. Se trataba de guías para forasteros que llegaban a la ciudad con fines diversos, de ahí que la información fuera extensa y detallada y que la ciudad se mostrara completa3. La Laguna aparece como una ciudad menor, de tránsito entre Santa Cruz, la capital y el Valle de la Orotava el lugar turístico por excelencia. Escaso comercio, pequeñas industrias urbanas y débil vida social son las referencias habituales. La solidez de la ciudad, su monumentalidad y orden urbanos se elogian y se ofertan como atractivos para el visitante. El papel que juega la prensa en el dibujo de la ciudad es muy importante: desde su función como vehículo de opinión pública, la prensa hace referencia, especialmente, a los proyectos urbanos que se debaten y a las realizaciones que se consiguen. También la prensa, en ocasiones, se convierte en el vehículo de transmisión de las nuevas ideas urbanas, y suele estar en posición de alerta sobre cualquier transformación importante. El poder municipal se critica o se halaga desde las distintas posiciones políticas que sostienen los periódicos quienes, a pesar de no dedicar mucho espacio a los temas urbanos, nunca abandonan completamente a la ciudad como uno de los elementos claves de la información local.

Los periódicos nos dibujan, también, parte del contenido urbano: la ciudad como producto de una determinada sociedad. Los proyectos urbanos aparecen promocionados desde determinados sectores sociales concretos y revelan las intenciones de los distintos grupos en el poder, o el impulso de personas concretas, o la adquisición de usos y costumbres que imponen nuevas formas en la ciudad, nuevas edificaciones, o simplemente, los periódicos son los informantes de ciertas realidades urbanas que van incorporándose paulatinamente. La Laguna, desde la prensa, es una ciudad inmersa en cierto decaimiento, con muchos proyectos y pocas realizaciones. Ha asumido su nuevo papel en la red urbana y conserva del pasado sus funciones educativas, culturales y religiosas, siendo, a finales del siglo XIX un centro comarcal de relativa importancia4.

Una nueva posición en el territorio

Si nos atenemos a los datos demográficos, La Laguna fue, hasta principios del siglo XIX, el lugar central de Tenerife, con una población que destaca de la del conjunto de la Isla cuyos núcleos más importantes se localizaron en su vertiente norte, la más húmeda, más fértil, y de mayor potencialidad agraria (cuadro 1). En esta banda septentrional se desarrollaron, desde los primeros tiempos, además de La Laguna, La Orotava, Puerto de La Cruz, Icod, Tacoronte y Garachico. En la franja Sur, sólo Güímar destacó por su población, y Santa Cruz que, hasta el siglo XVIII, no fue sino uno más de los numerosos, precarios y pequeños puertos, fondeaderos, abrigos y porís que jalonaban el litoral insular.

La evolución del número de habitantes en las áreas de mayor población de Tenerife es revelador del cambio en el sistema urbano tradicional. La Laguna desde el siglo XVII mantiene su posición hasta 1850 en que es desbancada por Santa Cruz. Sin embargo, un análisis más atento pone de manifiesto que la ciudad conoce, desde el último cuarto del siglo XVIII, una contracción demográfica importante5, que no es exclusiva de ella, de la que se recupera lentamente, quedando a partir de 1826, rezagada respecto a Santa Cruz, aunque pasa a ser el segundo lugar más poblado de Tenerife. Ya en la segunda mitad del siglo XIX, La Laguna, aunque sigue ocupando el segundo puesto en el conjunto de los municipios de la Isla, se distancia notablemente de Santa Cruz que acumula población y se perfila como el nuevo centro de Tenerife.

Cuadro 1. Evolución de la población de los principales lugares de la isla de Tenerife (1676-1888)


1676

1688

1755

1772

1787

1802

1826

1850

1865

1888

La Laguna

6.683

6.994

9.139

8.796

7.222

9.672

9.672

9.539

10.241

11.406

Santa Cruz

2.334

2.491

5.408

7.399

6.063

6.889

8.000

10.546

14146

19722

La Orotava

5.782

6.549

8.434

3.386

5.770

6.414

6.786

5.201

7.924

8.876

Icod

3.006

3.018

4.990

4.468

3.942

3.789

3.789

5.399

5.414

5.840

Puerto Cruz

2.085

2.678

3.920

3.180

3.337

2.588

3.806

3.524

3.578

4.720

Garachico

3.025

3.081

2.763

1.590

2.158

1.843

-----

2.478

2.216

2.969

Tacoronte

2.688

2.879

4.180

2.561

2.488

3.623

3.623

3.489

3.152

3.903

Güímar

2.073

2.353

2.649

2.662

2.662

2.691

2.690

3.467

4.016

4.271

Fuente: Sánchez Herrero; Jiménez de Gregorio; Escolar y Serrano; Miñano; Nomenclátores de la Provincia de Canarias de 1850,1865 y 1888. Elaboración propia.

Los datos demográficos muestran la pérdida de centralidad de La Laguna, pero no por ello la ciudad dejó de ser un núcleo al que la administración, la cultura y la antigua función religiosa conferían una sólida base urbana y permitían mantener activos ciertos equipamientos sociales, indicadores claros del desarrollo de numerosas funciones. Así, en 1840, solamente La Laguna, Garachico y La Orotava contaban con dos parroquias, teniendo la de los Remedios, en La Laguna, rango de catedral. Santa Cruz, capital provincial en esas fechas, sólo tenía una. También La Laguna tenía una cárcel para hombres y otra para mujeres, cinco escuelas, dos públicas y tres particulares, era sede de la Universidad y de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, sostenía dos hospitales y cuna de expósitos, y conviene recordar también que había sido la primera ciudad de Tenerife en construir un cementerio6. Es decir, en conjunto, hacia 1840, superaba a la capital en determinados servicios, al tiempo que se había visto desposeída de otros, y asistía, al despegue y consolidación de Santa Cruz, que iba acaparando, por su nueva condición política, un creciente número de funciones.

Los criterios esenciales que, al parecer, guiaron la selección de las capitales provinciales, basados en conservar la capitalidad en las ciudades que la habían ostentado antes7, no se aplican en el caso de Canarias para cuya única provincia se elige Santa Cruz. Está claro que los criterios, en este caso, estuvieron basados en la centralidad económica que había adquirido la ciudad portuaria y su mayor accesibilidad. Otros condicionantes que hubieran hecho más favorable la elección de La Laguna, como la existencia de una infraestructura inmobiliaria y de servicios consolidada, quedaron en un segundo plano, y fue la accesibilidad y la nueva centralidad conseguida por la ciudad-puerto por su proyección económica los principales condicionantes de su elección

Todo esto evidencia que el sistema urbano que se había consolidado históricamente, articulado en el norte de la isla por un conjunto de centros agrarios: Tacoronte, La Orotava, Icod, y portuarios: Puerto de la Cruz y Garachico, junto a La Laguna y Santa Cruz, su entonces pequeño puerto, empieza a desmembrarse al comenzar un proceso de polarización y concentración de la población y de las actividades urbanas en la recién designada capital provincial. Dos son los factores determinantes de este proceso de desarrollo: la condición de capital y, por tanto, centro administrativo, de una parte, y la naturaleza que el Puerto de Santa Cruz había adquirido a lo largo de los últimos cincuenta años, modificando profundamente la vieja red del transporte marítimo para convertirse en el eje de las comunicaciones de la Isla.

El Puerto de Santa Cruz va a concentrar el tráfico marítimo de mayor volumen y, por tanto, a centralizar la mayor parte del tráfico interinsular y de cabotaje; y ello, al parecer, por varios motivos. Por una parte, sus favorables condiciones ambientales permitieron el crecimiento de una infraestructura adecuada a los requerimientos que el transporte marítimo iba demandando. Por otra, su condición de puerto capitalino, ya que, Santa Cruz, pie de la conquista de la Isla a finales del siglo XV, estuvo al servicio de La Laguna, sede del poder político, militar y religioso de Tenerife y esta dependencia basada en la proximidad de ambos núcleos se rompe a favor de Santa Cruz, que se individualiza y usurpa, en un proceso lento pero imparable, la mayor parte de las funciones capitalinas de la vieja ciudad.

Parece lógico pensar que la escasa distancia entre La Laguna y el puerto de Santa Cruz, y el importante desarrollo de éste hubieran hecho posible el despegue demográfico y urbano de la vieja ciudad y, sin embargo, lo que se produce es, por el contrario, un colapso que, en principio, sólo parece explicable por la ineficacia del transporte terrestre que motivó la desconexión territorial entre los dos núcleos poblacionales.

Efectivamente, el viejo camino entre Santa Cruz y La Laguna fue, siempre, una vía de difícil tránsito para viajeros y mercancías, a pesar de ser la única que permitía el enlace entre el floreciente puerto capitalino y el resto de la Isla. El crecimiento del puerto de Santa Cruz estuvo no sólo ligado a factores políticos y ambientales, sino también al enorme desarrollo del cabotaje que le permitía recibir y expender mercancías desde y hacia el resto de la Isla, mediante cortas travesías que lo enlazaban con numerosos puertos, a veces simples fondeaderos habilitados a lo largo de la costa. Esta navegación costanera facilitaba la intensa actividad y la estrecha vinculación de este puerto con los núcleos más dinámicos de Tenerife, unas relaciones que hubieran sido más costosas, lentas y esporádicas de tener que utilizar la vieja y difícil red viaria interior. Santa Cruz se convierte en una de las capitales litorales que más beneficios obtuvieron gracias a la renovación, reforma y ampliación de sus infraestructuras portuarias, y, a pesar de que la ciudad-puerto estaba mal conectada por vía terrestre con su traspaís, la sustitución de la deficiente red viaria interior por la navegación de cabotaje, consolidada históricamente y asentada sobre un sistema de pequeños puertos, permitió hasta bien entrado el siglo XX la conexión del puerto-capital con el resto de la Isla y el crecimiento constante de la ciudad8.

En todo este proceso La Laguna resulta enormemente afectada, aunque el declive y la ruralización que experimenta la ciudad es paralelo y similar en otras ciudades de Tenerife, tal es el caso de Puerto de La Cruz, donde la disminución de la actividad portuaria, unida a la crisis del cultivo y comercio de vinos y a otros factores locales, se puede enmarcar, también, como consecuencia de la centralidad del puerto capitalino y es un índice revelador del desmantelamiento de la vieja red del transporte tradicional y de la nueva estructura territorial que se fue imponiendo9. Si en el caso de Puerto de La Cruz el fenómeno de ruralización es apreciable, especialmente por la disminución de la actividad portuaria y comercial, en La Laguna, cuya naturaleza urbana venía íntimamente relacionada con la presencia del poder político-administrativo, la pérdida de éste no hizo sino dejar al descubierto las profundas raíces agrarias de la ciudad, ya que, como en muchos otros núcleos urbanos de la época, las ciudades seguían siendo, en gran medida, centros de las actividades agropecuarias de su comarca10, y esas mismas actividades, esa misma naturaleza siguió imponiendo límites al propio desarrollo urbano.

Al parecer, la desconexión entre La Laguna y Santa Cruz, motivada por las dificultades que el viejo camino imponía, insuperables por los medios técnicos del momento, impidió la difusión, desde la capital, de los flujos económicos, del comercio, de la incipiente industria y del empleo hasta La Laguna que se ve privada de un más que probable desarrollo.

De todas formas, la débil vinculación entre ambas ciudades se mantuvo, hasta finales del siglo XIX, en parecidas condiciones. La Laguna, durante todo este tiempo, se esfuerza en aprovechar su condición de lugar de tránsito entre las dos vertientes, norte y sur, de la Isla y entre ambas y la capital, aunque la pervivencia del cabotaje y la existencia de otras rutas interiores que se van consolidando limitaba, en ocasiones, este papel.

La constante preocupación del poder político lagunero por arreglar el camino que unía ambas ciudades parece deberse más al deseo de que una mayor accesibilidad permitiera que el desarrollo de Santa Cruz se prorrogase hasta La Laguna que a las propias exigencias de la ciudad, inmersa en su condición rural.

La nueva reorganización del sistema urbano va redondeándose cuando en 1834 otro Real Decreto subdivide a las provincias en partidos judiciales. La elección de La Laguna como cabeza de uno de los tres partidos judiciales en que se dividió la isla de Tenerife, bien pudiera parecer que tendía a fortalecer a la ciudad y, sin embargo, no hace más que comarcalizar, aún más, la influencia hasta entonces más amplia que La Laguna ejercía sobre el resto de la Isla. A partir de esas fechas, la ciudad se convierte en cabeza del partido menos extenso y con menor población de Tenerife y pasa a ocupar, por detrás de Santa Cruz y de La Orotava, el tercer lugar en la base de la nueva estructura de la administración de justicia.

En el último cuarto del siglo XIX, el cambio en el sistema de ciudades está consolidado. En esas fechas, la información estadística nos permite, con total garantía, discriminar la población y el poblamiento de los centros urbanos respecto de los de sus términos municipales.

Cuadro 2. Población y poblamiento de los principales municipios de la Isla de Tenerife en 1888, con expresión de la capital y del término y la relación porcentual entre ambos

Población

Poblamiento

Municipio

Ciudad

Término

% total

Ciudad

Término

% total

Santa Cruz

15.030

19.772

76,2

2.631

3.775

60,6

La Laguna

4.415

11.406

38,7

1.234

2.911

42,3

La Orotava

3.418

8.876

38,5

946

2.250

42,0

Puerto Cruz

3.038

4.720

64,3

767

1.085

70,6

Tacoronte

1.442

3.903

37,0

389

1.042

37,3

Güímar

1.170

4.271

27,3

509

1.588

32,6

Icod

1.886

5.840

32,2

584

1.762

33,1

Garachico

950

2.969

32,0

256

735

34,8

Fuente: Nomenclátor de la Provincia de Canarias de 1888. Elaboración propia.

Esta diferenciación ayuda a entender mejor el proceso de reorganización y la nueva jerarquización de la red urbana que se opera en la Isla siguiendo el ritmo de los cambios económicos, políticos y sociales que ya hemos apuntado. El peso de Santa Cruz-ciudad, en los valores de población y poblamiento, sobre su área territorial es muy elevado, siempre superior al 60 por ciento, lo que pone de manifiesto su carácter central, no sólo en el conjunto de la Isla sino en su propio municipio (cuadros 2 y 3).

De todas formas, debemos matizar que, aunque a favor de la concentración jugó el papel de capital, el dinamismo del puerto, la demanda de empleo y otros factores ligados a estas condiciones, esta ciudad se vio doblemente favorecida. La estructura del municipio de Santa Cruz, ocupado en gran parte por el macizo de Anaga, con escasos suelos agrícolas y carente de recursos hídricos, determinó, en gran medida, la inexistencia de otros núcleos de población competentes, de forma que la concentración urbana en la capital se vio doblemente favorecida. Esa preponderancia de la ciudad sobre el término municipal sólo se registra en Santa Cruz y, excepcionalmente, en Puerto de la Cruz, aunque, en este caso, las reducidas dimensiones del término municipal, convierten a la capital del término en el principal núcleo, que agrupa la mayor parte de la población y el poblamiento. En el caso de La Laguna, aunque sigue siendo el municipio más poblado, por detrás de Santa Cruz, sorprende la importante distancia que se observa entre ambos núcleos, siendo la población de la capital hasta cinco y seis veces superior a la de la vieja ciudad con un caserío estancado, menos de la mitad del capitalino.

Cuadro 3. Población y poblamiento de los principales municipios de Tenerife en 1900, con expresión de la capital y el término y la relación porcentual entre ambos

Población

Poblamiento

Ciudad

Término

% total

Ciudad

Término

% total

Santa Cruz

30.314

38.419

78,9

3.604

5.616

64,1

La Laguna

5.014

13.074

38,3

1.376

3.479

39,5

La Orotava

3.660

9.192

39,8

944

2.331

40,4

Puerto Cruz

3.270

5.562

58,8

782

1.257

62,2

Tacoronte

3.061

4.204

72,8

774

1.086

71,2

Güímar

1.947

5.120

38,0

532

1.743

30,5

Icod

1.939

6.706

28,9

630

1.906

33,0

Garachico

1.050

2.929

35,8

293

879

33,3

Fuente: Nomenclátor de la Provincia de Canarias de 1900. Elaboración propia.

El fenómeno de diferenciación de la capital de la provincia respecto al resto de núcleos se mantiene, aunque a partir de las primeras décadas del siglo XX se aprecia en La Laguna un repunte de crecimiento importante.

Cuadro 4. Población de los principales municipios de Tenerife en 1920 y 1940 con expresión de la capital y el término y la relación porcentual entre ambos

1920

1940

Ciudad

Término

% total

Ciudad

Término

% total

Santa Cruz

31.815

52.432

60,6

53.726

72.358

74,2

La Laguna

5.797

16.871

34,3

10.485

33.042

31,7

La Orotava

4.636

12.208

37,9

5.635

17.682

31,8

Puerto Cruz

3.850

7.036

54,7

5.134

10.695

48,0

Tacoronte

2.160

5.258

41,0

3.298

7.911

41,6

Güímar

2.354

6.305

37,3

6.646

10.374

64,0

Icod

2.390

9.028

26,4

4.010

13.263

30,2

Garachico

1.168

3.608

32,3

1.821

4.780

38,0

Fuente: Nomenclátores de la Provincia de Canarias de 1920 y 1940. Elaboración propia.

Este crecimiento se corresponde con la revitalización demográfica que experimentan ciertos sectores del municipio lagunero, especialmente la zona sureste, La Cuesta, barrio que empieza a crecer en los bordes de la carretera que une Santa Cruz con La Laguna. El crecimiento de este núcleo está estrechamente ligado a la proximidad con Santa Cruz más que al propio desarrollo de La Laguna. La capital, con un área de expansión reducida en su propio término principalmente por el elevado valor del suelo y por la ocupación de gran parte de su periferia por grandes propiedades agrícolas dedicadas al cultivo del plátano no permitió el desarrollo de barrios populares en su entorno. La población que llegaba a la capital desde el interior de la Islas y desde las restantes del archipiélago buscó acomodo en los lugares más próximos y mejor comunicados, donde el precio más bajo del suelo lo permitía, tal es el caso del barrio de La Cuesta, conectado por la carretera y por una línea de tranvía que se inaugura en 190111.

También la zona norte del municipio, el sector de la costa, desarrolló un importante poblamiento centralizado por los núcleos de Tejina y Valle de Guerra ubicados en el centro del sector y por otros más alejados, Bajamar y Punta del Hidalgo, en el mismo borde costero. El crecimiento de todo este sector del cual Tejina es el exponente, se debió a la introducción, a principios de siglo, del cultivo del plátano. La progresiva extensión del regadío permitió el desarrollo de las fincas plataneras a lo largo y ancho de la plataforma costera y fue, claramente, el agente dinamizador del crecimiento de la población y del poblamiento.

Aún así, La Laguna es la segunda ciudad de la Isla, a notable distancia de la capital, y esto es lo que realmente define el nuevo sistema urbano que se ha consolidado: la centralidad, el peso específico de Santa Cruz sobre el conjunto urbano y su distanciamiento del resto de núcleos de Tenerife (cuadro 4).

Valorado el ámbito municipal en su conjunto, observamos que si bien el crecimiento general del término es importante, y prima sobre el de la ciudad, este crecimiento está polarizado en dos sectores principales: en la plataforma costera del norte, en torno a Tejina. y en el Sur, a lo largo del recorrido de la ruta a Santa Cruz, siendo La Cuesta el principal de los barrios que crecen en este sector.

A pesar del crecimiento, el hecho demostrable es que los sectores que crecen lo hacen en función de factores distintos y ajenos a la ciudad capital. Tejina y el resto de los núcleos de la plataforma costera se desarrollan al calor de la agricultura de exportación. Los núcleos del sur-sureste lo hacen condicionados por la proximidad de Santa Cruz, y aunque barrios de La Laguna, es la cercana capital la que ha marcado su inicio y su gran desarrollo.

Es, pues, evidente que La Laguna no logró, por sí misma, dinamizar el área que administrativamente controlaba. Los factores que intervinieron en el desarrollo de algunos sectores del término fueron, fundamentalmente, exteriores: la expansión del regadío que permite la difusión del cultivo del plátano, de una parte, y, de otra, la proximidad a Santa Cruz determinaron el crecimiento.

Tampoco la ciudad pudo desarrollar ningún proyecto generador de trabajo y riqueza, y eso a pesar de algunos tímidos intentos de carácter industrial que nunca llegaron a cuajar. Todo ello encaja, a la perfección, con lo que por las mismas fechas ocurre en la mayor parte de las ciudades españolas medianas y pequeñas, donde casi todo los proyectos de desarrollo industrial se ven abocados al fracaso12.

Sin embargo, la ciudad se benefició del desarrollo que experimenta su espacio municipal y comienza a tener a finales del siglo XIX, un papel central en su comarca, no sólo como centro administrativo sino comercial y abastecedor de productos manufacturados provenientes de la actividad artesana o de pequeñas industrias dedicadas a satisfacer, inicialmente, la demanda urbana, tal como las moliendas de gofio, los curtidos, los pequeños talleres, los hornos para tejas etc...

Una ciudad que quiere ser competitiva: nuevos equipamientos y renovación de infraestructuras

Dentro del conjunto de cambios que las ciudades españolas experimentan a lo largo del siglo XIX, destaca la aparición de equipamientos, de diferente naturaleza, cuya unidad viene determinada por su sentido funcional, el de satisfacer una serie de necesidades que la sociedad urbana empieza a demandar.

La impronta espacial de los inmuebles o nuevos lugares que van a albergar estos servicios es diferente según los casos. En algunas ciudades, el viejo patrimonio inmobiliario da cabida, en parte, a los nuevos equipamientos, se adapta y remodela. En otras, sin embargo, se produce un importante proceso de edificación y se construyen edificios y recintos para acogerlos. En todos los casos, representan, en el constructo urbano, la plasmación de nuevas formas de pensar, de nuevas actitudes, modas y divertimentos, necesidades que la población urbana reclama al calor de los profundos cambios sociales, políticos, económicos y culturales que se producen en esta época13.

La Laguna, en el conjunto de las ciudades canarias, presentaba, al comenzar el siglo XIX, un importante bagaje urbano, un sólido patrimonio construido, en gran medida infrautilizado, capaz de acoger los nuevos equipamientos. La ciudad, además, poseía amplias superficies vacías en su interior suficientes para la instalación de estos servicios y un entorno abierto y preparado para la expansión. Sin embargo, los acontecimientos van a condicionar el desarrollo urbano y La Laguna, a pesar de esa buena disposición previa, no contará con los agentes impulsores necesarios por la pérdida de capitalidad, la ausencia de una auténtica burguesía ciudadana, la escasez de recursos y el recorte de gran parte de las funciones administrativas.

La ciudad, frente a la adversidad, se esforzará en generar nuevos equipamientos y en adecuar viejos espacios para nuevos usos, siempre con grandes dificultades y con cierto retraso, lo que evidencia una decidida voluntad de seguir siendo competitiva.

Dentro del conjunto de equipamientos urbanos de carácter asistencial destaca la construcción del cementerio. El proyecto de creación de un cementerio data de la última década del siglo XVIII. La Laguna se adelanta, al menos en el debate, a otras ciudades como Las Palmas y Santa Cruz que lo harán a partir de 1807. El lugar, propiedad del Cabildo, era un sitio próximo a la ermita de San Juan, en ese tiempo distante del perímetro urbano, que había sido construida entre 1582 y 1584 en conmemoración del fin de una terrible epidemia de peste que asoló la ciudad y sus alrededores, y ocupaba el lugar de enterramiento de los fallecidos en dicha epidemia. La obra del cementerio, que se concluye en 1814, supone un hito ya que su emplazamiento va a generar la progresión de la red viaria y la génesis de un barrio, el de "San Juan" que se consolidará a finales de la centuria y en las primeras décadas del siglo XX. De esta forma la ciudad proyecta y consolida parte de su viario hacia la periferia oeste-suroeste, un área escasamente poblada, con importantes bolsas de suelo delimitadas por el inicio de antiguos caminos de acceso a la ciudad, que la comunicaban con el Sur de la Isla. La construcción del cementerio en La Laguna, en un área excéntrica, influyó en el proceso de crecimiento de aquélla El cementerio ha sido, pues, el borde y el límite del avance urbano del sector suroeste hasta fechas muy recientes, en las que la ciudad desbordó esa divisoria.

Respecto a otros equipamientos asistenciales, la ciudad concentra sus esfuerzos sanitarios en el viejo hospital de Dolores al que traslada la cuna de expósitos y liquida el de San Sebastián, cuyo edificio, claramente infrautilizado, va a servir ocasionalmente como complemento del anterior. No se genera ningún nuevo espacio sanitario, a pesar de que las exclaustraciones proporcionaron muchas posibilidades de reutilización de los viejos conventos. Hasta 1925 la ciudad permanece inactiva, pero en 1925 proyecta un importante hospital que no se llega a realizar14.

Sin embargo, en el campo de la educación, La Laguna consolida en la primera mitad del siglo XIX su vieja condición de ciudad académica. Entre 1800 y 1820, se rehabilita la vieja casa de los jesuitas donde, desde las últimas décadas del siglo XVIII, estaba instalada la Escuela Municipal de Primeras Letras y mantiene en torno a ella un cierto desvelo. Sin embargo, va a ser la Enseñanza Secundaria la que dé a la ciudad una especial singularidad ya que en 1846, La Laguna es designada entre las principales ciudades de las Islas como sede del Instituto de Canarias15. Esta distinción no fue más que una compensación al cierre de la precaria Universidad, en 1845, y a la pérdida de la "capitalidad" que, en 1833, fue establecida en Santa Cruz. El Instituto que va a ocupar el convento desamortizado de San Agustín acogerá, en 1849, la Escuela Normal Elemental, la única de la Provincia16. De esta forma se consolida la función educativa, aunque la enseñanza superior universitaria, no reaparecerá hasta 1927. La educación recibe el impulso de la iniciativa privada, a comienzos del siglo XX, con la instalación de dos colegios que ocupan sendos viejos edificios en el mismo centro simbólico (1906, 1913), de la mano de otras tantas instituciones religiosas. Sin embargo van a fallar todos los proyectos para la construcción de escuelas públicas, ocupando siempre viejas dependencias alquiladas o de propiedad municipal.

Esta función educativa tiene un significado espacial muy preciso: va a centrarse en una calle, la de San Agustín, donde la existencia de la vieja casa de los jesuitas y el convento desamortizado de los agustinos permitieron la concentración y la superposición de usos educativos sobre la base urbana existente.

El espacio del poder, integrado por el edificio del Ayuntamiento, el Juzgado y la Cárcel ocupaban un bloque donde, desde la fundación, estaba ubicado el Cabildo de la Isla: un ángulo amplio que delimitaba la Plaza del Adelantado y delineaba la calle Carrera, la vía central, auténtica espina dorsal de la ciudad. A principios del siglo XIX, tanto el Ayuntamiento como la Cárcel y las salas del Tribunal del Juzgado reciben cierta atención, en cuanto a su restauración, y desde 1820 un proyecto de reforma de la fachada, sucesivamente ampliado, va a transformar la vieja casona en un edificio simbólico, destacado y singular17.

Hacia 1840, de nuevo se reforman las dependencias del Ayuntamiento, de la Cárcel y del Juzgado. Si bien la primera reforma tiene un carácter más simbólico y está ligada a la consolidación de los Ayuntamientos y a la lucha por conseguir la capitalidad, la reformas que se proyectan a partir de 1840 tienen un significado más funcional y están en relación con una profunda intervención que se realiza en la zona, y que incluye no sólo la remodelación de los edificios anteriores, sino la reforma de la plaza y la construcción del mercado, y tiene que ver, también con el nuevo papel que La Laguna debe asumir como cabeza de uno de los tres partidos judiciales en los que se divide la Isla a partir de 1839.

En la primera mitad del siglo XIX se produce la ocupación del convento desamortizado de San Francisco por el ejército. Aunque en 1723 el Capitán General se había trasladado a Santa Cruz, el destacamento militar radicado en La Laguna no tenía un lugar de alojamiento estable, ocupando sucesivas dependencias que el Ayuntamiento le iba proporcionando. La impronta que los militares dan al viejo convento y la explanada anexa que convierten en campo de maniobras va a tener un hondo significado espacial para la ciudad que aún, en estos días, conserva.

También se proyecta el mercado, respondiendo a una fuerte inquietud que se deja sentir en el seno del Consejo desde los primeros años del siglo, derivada de la influencia de renovadas ideas higienistas. La estabilización de la venta ambulante que ocupaba temporalmente algunas calles y plazas es un objetivo prioritario para la ciudad que durante casi cuarenta años busca un espacio para ubicarlo. A finales de este periodo la recova fue instalada, de forma definitiva, en la vieja casa de Los Graneros, en el frente de naciente de la Plaza del Adelantado.

La elección del lugar estuvo condicionada no sólo por la existencia de esta antigua dependencia municipal sino también por la proximidad del barranco de Gonzaliánez cuyos recursos hídricos permitían establecer, en el mismo lugar, el matadero y las carnicerías. Sin embargo este primer mercado de la ciudad no fue sino la reutilización de un inmueble ya existente para un nuevo uso, y contribuyó a la concentración de funciones en torno al espacio central de la ciudad, la Plaza del Adelantado.

Dentro de los equipamientos de ocio destaca el proyecto de construcción de una alameda en una de las salidas al nordeste de la ciudad. Se trata de un proyecto ilustrado que se plantea a finales del siglo XVIII, cuando todavía la ciudad mantenía un importante peso político respecto del territorio insular. La alameda, a pesar de una importante oposición por parte de algunos miembros del Cabildo, se organiza en una de las salidas de La Laguna hacia la Vega, un viejo camino rural que se amplía y se ordena en tres calles a distinto nivel, se importan álamos, se organiza el plantío y algunas familias ilustres de la ciudad donan parte del amueblamiento. Sin embargo el paseo no prospera, y durante toda la centuria se va arruinando y abandonando a pesar de varios intentos del Consistorio por volver a adecentarlo y fomentar su uso.

Este fenómeno manifiesta, claramente, el fuerte carácter rural de la ciudad que es incapaz de asimilar la transformación del más antiguo camino de salida hacia la Vega, en un moderno paseo urbano. El interés por esta obra se refleja en los sucesivos intentos de concluirla que parten, siempre, desde el poder municipal, sin que, en ningún caso, exista un apoyo ciudadano a las iniciativas. La inexistencia de una clase urbana sólida impide la culminación de este interesante proyecto y evidencia el decaimiento y la progresiva agrarización de la ciudad18.

La Laguna, además, contaba desde su fundación con la Plaza del Adelantado. Esta plaza, la única perceptible, delimitada y diseñada como tal va a ser, también, durante este periodo, objeto de numerosas reformas que delinean su contorno y la ordenan interiormente. La aparición de la vegetación en forma de arboleda, parterres y canales para el riego, la construcción de bancos y la demarcación de paseos interiores, la instalación de los primeros puntos de alumbrado y el adecentamiento de la fuente pública reforzaron su centralidad y la convirtieron en el centro de la vida social, política y económica de la ciudad, frustrados los intentos de generar nuevos espacios para el paseo y la diversión. El resto de las plazas urbanas son, en la primera mitad del siglo XIX, sólo simples espacios vacíos, generados por la propia trama que obedecen a la confluencia de calles sin solución de continuidad, a la antesala de iglesias y conventos o son los accesos desde las principales rutas que confluían en La Laguna. A finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del siglo XX se produce una intensa remodelación de las plazas urbanas y se proyecta y realiza el único proyecto para la creación de un paseo. Se trata del Camino Largo, o Paseo de la Universidad, inaugurado en 1918, también en la salida noreste de la ciudad, sobre el trazado de un antiguo camino agrícola que se abría paso por una zona de cultivos, parte de la vieja laguna desecada, un amplio sector que desde 1890 había sido elegido para la construcción de suntuosas casas de veraneo que con el tiempo organizarán una auténtica ciudad jardín.

Una de las novedades más destacables es el intenso debate y los dos proyectos (1851, 1880), frustrados, para la construcción de un teatro. En ambos casos coincidía la intención de utilizar edificios propiedad del Ayuntamiento y los proyectos se plantearon como iniciativas públicas o semipúblicas En 1880 ya existe un grupo de vecinos promotor, pero sin la suficiente capacidad económica para abordar una obra de esta envergadura.

Figura 2. Plano de la ciudad de La Laguna en 1899, debido a Juan Villalta, sargento de la Sección Topográfica de Ingenieros.

El ocio popular se va a canalizar, de forma más modesta, con la construcción de una gallera (1889) que, con el tiempo, se reconvirtió en el pequeño teatro Viana (1894). La instalación de una plaza de toros (1890), que se desmantela cuatro años más tarde, representa la existencia de una clase urbana que empieza a demandar nuevos espacios de diversión. La construcción del teatro Leal, en la calle de la Carrera, la más céntrica, auténtica espina dorsal de la ciudad, supone en 1912 un hito para la ciudad que en 1913 y en la misma calle edifica el Casino. Ambas edificaciones otorgan a la ciudad un importante grado de modernidad y son el reflejo de la consecución de las aspiraciones de un grupo social emergente que las reclama.

En lo que respecta a las infraestructuras, La Laguna comienza la centuria con una cierta preparación fruto de su pasada centralidad política: cuenta con una antigua conducción de aguas que abastecía a la ciudad en tres fuentes, un abrevadero y un lavadero públicos. La vieja conducción, deficiente y con graves pérdidas, es objeto durante estos primeros cincuenta años de una actuación de mantenimiento, constante y cara, de algunas evaluaciones sobre los recursos y dos proyectos de renovación que nunca se realizan lo que pone en evidencia la incapacidad no sólo económica sino técnica del Consistorio. El abastecimiento de agua, sin embargo, es la obra más representativa de la segunda mitad del siglo XIX. Desde 1850, el Ayuntamiento se plantea este objetivo como prioritario. La presencia activa de los arquitectos provinciales y las mejoras técnicas influyen en la realización del primer proyecto técnico oficial, que incluirá plano y presupuesto en 1854, que si bien no se realiza, permitirá con bastantes modificaciones, entre 1870 y 1872, la inauguración de la nueva conducción. Paralelamente, la explotación privada de las aguas irrumpe en el panorama económico de las Islas.

Este hecho contribuye a que, en los nuevos proyectos, las intenciones de privatizar el suministro de aguas a la ciudad se materialicen en un complejo e interesante cúmulo de hechos, planes y realizaciones de particulares que ven, en la captación y distribución del agua, un negocio más que seguro. Se asiste, en esos momentos, a la fricción entre los usos tradicionales del agua, entendida como un bien público, y la captura de ese bien por parte de algunos particulares, generándose interesantes conflictos sociales que fueron comunes a la mayor parte de los núcleos urbanos del Archipiélago19.

La ciudad padece también un grave y persistente problema de anegamiento en la periferia norte, la zona del Llano, el área del viejo humedal que en 1814 es intervenido mediante un reparto en lotes con el fin de erradicarlo. Este reparto de suelo público se enmarca dentro de uno mayor que alcanzó a las tierras comunales del entorno urbano20, aunque en la zona del Llano, el objetivo principal era conseguir que los nuevos propietarios actuaran sobre el terreno desecándolo mediante la construcción de zanjas, algo que, con los medios de la época, no se consigue. Por ello, en 1837, el Ayuntamiento solicita la ayuda del ejército para nivelar los terrenos de la laguna, sin que las obras que se realizaron eliminaran el problema de inundaciones que, de forma periódica, van a seguir apareciendo.

La infraestructura viaria soporta, entre 1800 y 1850, varios planes de pavimentación (1808-1816, 1824, 1835, 1846), aunque algunas de las calles centrales de la ciudad poseían viejos empedrados herencia de etapas pasadas. Junto a la pavimentación de calles y delimitación de aceras en las principales, se acomete una serie de pequeñas obras de embellecimiento que intentan detener la progresiva ruralización que por estas fechas experimentaba la ciudad. La Laguna, por la bondad de su emplazamiento, no requirió de otras obras de infraestructura de magnitudes importantes. La construcción de pequeños puentes (San Cristóbal, 1801, 1835) permitieron superar el barranco de Cha Marta que si bien no fue un impedimento grave para la ciudad, en cierta manera dificultó su extensión hacia la periferia oeste-suroeste.

Sin embargo, la ciudad tuvo, en la red de caminos, un reto importante en esta primera etapa del siglo. Gran parte de su aislamiento era producto de la inaccesibilidad del camino de Santa Cruz, vía de enlace entre las dos ciudades y entre La Laguna y el resto de la Isla. Por ello, la actividad municipal canaliza hacia este camino una importante actividad sabedora de su importancia y en planes sucesivos (1810, 1814, 1817, 1820, 1837) procede a continuas delineaciones, desmontes y reformas para hacerlo más practicable. Tampoco descuida el resto de la red viaria que desde la ciudad se abría radialmente atravesando el municipio y la comunicaba con el resto de la Isla. Repetidos planes de delineación (1812, 1822) valoran y ordenan los diferentes caminos, con atención especial a los de La Vega o Llano, cuya red se va densificando en estos primeros cincuenta años del siglo. A partir de 1850, Dos nuevos planes de pavimentación (1852, 1884), hacen extensivo a nuevas calles esta mejora y vuelven a remodelar las principales. También se mejora el viario eliminando algunos callejones, sin que por ello la trama tradicional sufra variaciones importantes. La ciudad moderniza otras infraestructuras necesarias: sustituye los viejos puentes de madera y piedra por modernas canalizaciones (San Juan, 1878), o nuevos materiales como el hierro (San Cristóbal, 1892), permitiendo que el barranco de Cha Marta deje de ser un obstáculo para la expansión urbana.

El camino de Santa Cruz, deja de ser inaccesible cuando se delinea la carretera provincial, se mejora el trazado y el firme y adquiere su auténtico papel como arteria principal con la instalación en 1901 de un tranvía eléctrico. La instalación del tranvía que unía Santa Cruz con La Laguna y Tacoronte supondrá un impulso definitivo. Este moderno medio de transporte va a permitir un traslado rápido y eficaz de pasajeros y generará un auge edificatorio a lo largo de la carretera por donde circulaba.

El alumbrado público se instala en la ciudad en 1845 y su aparición, en el entorno de las Casas Consistoriales, plaza del Adelantado y algunas calles refuerza la centralidad de un amplio sector de la ciudad, promocionado desde el poder público. A partir de 1870 Se intenta sustituir el viejo alumbrado mediante la implantación del gas, sin que los diferentes proyectos se lleven a cabo. En este proceso, destaca la presencia de empresas peninsulares y extranjeras promotoras de nuevas instalaciones industriales. Pero será en 1910 cuando llega la electricidad a La Laguna como extensión de la red capitalina.

Tanto los principales equipamientos como las más necesarias infraestructuras, símbolos claros de la modernización de las ciudades españolas en el siglo XIX, tienen en La Laguna una expresión particular y reflejan la profunda crisis urbana que padece la ciudad durante toda la centuria. Este núcleo urbano, contaba, como herencia de su importante pasado, con toda una serie de ventajas iniciales: muchos equipamientos y algunas infraestructuras existían o sus proyectos habían sido debatidos desde finales del siglo XVIII. Su amplio y ordenado espacio construido, con grandes posibilidades de expansión y la gran cantidad de inmuebles de propiedad municipal o susceptibles de ser adquiridos le hubieran permitido una fácil modernización. Sin embargo, a pesar de estas ventajas iniciales, la pérdida de centralidad política y la crisis económica derivada del traslado de la actividad mercantil a la próxima Santa Cruz fueron las causas de un notable retraso en la ejecución de muchos proyectos, prolongándose hasta las dos primeras décadas del siglo XX gran parte de las realizaciones previstas.

El lento desarrollo de la urbanización

La información histórica disponible para el estudio del proceso urbanizador de La Laguna desde 1800 hasta 1936 es muy completa, a excepción de las tres primeras décadas del siglo XIX. Desde 1800 a 1836 no existe documentación específica que nos pueda indicar cómo fue la dinámica edificatoria, tan sólo podemos llegar a una aproximación cualitativa acudiendo a fuentes indirectas y generalizar ciertas consideraciones sobre el proceso de urbanización.

Sin embargo, desde 1836 el Archivo Municipal conserva los expedientes de Obras Particulares realizadas en el Municipio. El análisis de estos expedientes permite valorar el desarrollo urbano de la ciudad y del resto del municipio con garantía.

De la atonía al despegue: la reconstrucción de la ciudad arruinada

Durante cien años, 1836-1936, 1926 expedientes de Obras Particulares se ejecutaron en el municipio previa petición de licencia y aceptación de la misma. Esto supone una media general de 19,26 actuaciones al año. Sin embargo, este indicador de urbanización debe de ser matizado atendiendo al tipo de obra que se realiza y al mayor o menor peso que cada uno de estos distintos tipos presenta en el conjunto.

Cuadro 5. Obras Particulares realizadas en el municipio de La Laguna (1836-1936)

Tipo de actuación

Nº de obras

% sobre el total

Ruina

25

1,29

Reforma

473

24,55

Reedificación

108

5,60

Nueva Planta (1)*

1.061

55,08

Nueva Planta (2)**

153

7,94

Garaje-almacén

65

3,37

Chalé

41

2,12

Totales

1.926

100,00

Fuente: Licencias de Obras Particulares. 1836-1936. A.M.L.L. Elaboración propia.

(*) Nos referimos a casas terreras y casas de dos plantas (**)

Los datos demuestran que los procesos de ruina, reforma y reedificación suponen a lo largo de la etapa en estudio un 31,44 por ciento del total de actuaciones, mientras que las construcciones de nueva planta en sus diferentes modalidades suponen el resto, en torno a un 69 por ciento. Estrictamente considerados estos datos, y segregados los tres primeros que corresponden a actuaciones sobre edificaciones ya existentes, a lo largo de cien años, el Municipio registra 1.320 construcciones de nueva planta, lo que supone una media de 13,2 edificios/año.

En una aproximación cualitativa, es evidente que las viviendas de nueva planta dominan sobre el resto de las edificaciones, siendo las de un solo piso o alto las que se construyen mayoritariamente, un 55 por ciento frente al 7,94 por ciento de dos pisos o altos. Por lo tanto, la base del proceso de urbanización del municipio está en la construcción masiva de casas "terreras"frente a edificios de más de una planta, prototipos ambos de grupos sociales diferenciados. También las nuevas construcciones, garaje-almacén y chalé, tienen una presencia global poco importante aunque su significación tiene mayor dimensión ya que, de una parte, son edificaciones segregadas espacial y temporalmente, que obedecen a la aparición y desarrollo de nuevas y diversas funciones en el ámbito de la ciudad y del resto del municipio.

Por otra parte, las reformas, un 24,5 por ciento, constituyen casi la cuarta parte de las obras particulares que se realizan y expresan una importante actuación sobre el caserío preexistente. Importancia no sólo derivada de su cantidad sino de la transformación funcional y estética que, en sus edificios, va a experimentar La Laguna en el periodo en estudio. Esta adecuación a las nuevas tendencias arquitectónicas de las viejas edificaciones se manifiesta, también, en el proceso de reedificación que, aunque sólo supone un 5,6 por ciento, indica la existencia de una auténtica reconstrucción y por lo tanto la realidad de una ciudad arruinada. Los expedientes relativos a ruina, aunque cuantitativamente menos importantes, sólo suponen un 1,29 por ciento del total, sí son significativos cuando los evaluamos junto con los relativos a reformas y reedificaciones, poniendo en evidencia que existió no sólo un estancamiento en la edificación sino una clara regresión del caserío. Estos tres valores deben ser matizados en el sentido de que a lo largo del periodo en estudio, se concentran, casi al ciento por ciento, en la ciudad y no afectan para nada al resto del municipio.

Sin embargo, los índices medios obtenidos, 13,2 edificios/año y 19,2 actuaciones/año, resultan poco expresivos si tenemos en cuenta la importante duración de la etapa en estudio, cien años, y las características propias del periodo, caracterizado por importantes transformaciones sociales, económicas, demográficas y tecnológicas. Un análisis segregado temporalmente nos pone en evidencia la inexactitud de estos valores medios y matiza la descompensación que existe entre las dos fechas llaves, 1836 y 1936, a causa del importante peso que presenta la edificación a partir de comienzos del siglo XX.

Así, parece conveniente establecer un primer período entre 1836 y 1900 que, en una primera aproximación, parece ser la etapa de mayor inactividad urbanizadora, frente al otro, de menor duración, 1900-1936, mucho más dinámico, tanto por la cantidad de obras realizadas como por la variedad de tipos y actuaciones.

Ruina y regresión urbana: 1836-1900

Esta primera etapa viene definida claramente por el escaso peso de la actividad urbanizadora en el ámbito municipal, si la comparamos con el resto del periodo (1900-1936). Podemos hablar de años completos en los que no se realiza ninguna actuación y hasta 1860 no se supera la cifra de 10 obras/año.

Cuadro 6. Obras particulares realizadas en el municipio de La Laguna (1836-1900)

Tipo de actuación

Nº de obras

% sobre el total

Ruina

25

6,64

Reforma

169

44,94

Reedificación

51

13,56

Nueva Planta (1)

101

26,86

Nueva Planta (2)

26

6,91

Garaje-almacén

4

1,06

Chalet

-

--

Totales

376

100,00

Fuente: Licencias de Obras Particulares. 1836-1900. A.M.L.L. Elaboración propia.

Queda claro que la atonía urbanizadora es la nota dominante en estos últimos 64 años del siglo, aunque examinando en conjunto la etapa, la progresión en el proceso de urbanización tampoco es continua, pues a una inercia generalizada desde 1836 hasta 1864, sucede una importante reactivación, especialmente significativa entre 1864 y 1874 donde se concentra el 39 por ciento de la actividad urbanizadora de todo el periodo y el 25 por ciento de las construcciones de nueva planta ( entre 1864 y 1874 se realizan 147 obras, 33 de las cuales son edificaciones de nueva planta), decayendo, de nuevo la actividad hasta la última década del siglo cuando vuelve a reactivarse.

El municipio de La Laguna registra en esta primera etapa en examen un claro estancamiento en el proceso de urbanización. Ponderando los valores, se observa que las actuaciones sobre el espacio construido (expedientes de ruina, reforma y reedificación) suponen un 66,2 por ciento, frente a un 34,8 por ciento de las obras de nueva planta. Este estancamiento puede ser matizado aún más ya que, hasta 1864 se puede hablar de una auténtica regresión urbana, donde las obras de reforma y reedificación junto a los expedientes de ruina suponen más del 90 por ciento de toda la actividad.

Sin embargo, entre 1864 y 1874, el municipio experimenta un importante auge por la cantidad de obras que se realizan en un corto periodo de tiempo. En apenas diez años, se aprueban y concluyen 147 obras en el municipio, de las cuales un 75 por ciento corresponden a actividades de reforma y reedificación, todas ellas en el marco de la ciudad, y el 25 por ciento restante corresponde a edificaciones de nueva planta. Este resurgimiento parece deberse al auge económico, generalizado en todas las islas, motivado por la extensión del cultivo de la cochinilla. El municipio de La Laguna, eminentemente agrícola dedica en estos años una parte importante de sus terrenos de cultivo a los nopales. Hacia 1860, la cochinilla llegó a convertirse en La Laguna en el tercer cultivo en importancia por el valor de la producción y por la superficie ocupada. La ciudad, porque es ella la que evidentemente protagoniza este momento, se reconstruye y rehabilita en lo que parece va a ser el inicio de un periodo de edificación progresiva que, sin embargo, se colapsa y regresa hasta 1890 en que vuelve lentamente a remontar.

La actividad apenas dura diez años y, de nuevo, el afán urbanizador se aletarga, volviendo a reactivarse de forma paulatina y constante en la última década del siglo. El cambio de siglo fue, para el municipio el comienzo del despertar urbano que se fraguaba desde 1890, condicionado por una serie de factores generales que actúan conjuntamente y que, en el ámbito de la Isla, se concretan espacialmente en la capital y su puerto donde se concentran los elementos claves del desarrollo.

Reactivación y despegue del proceso urbanizador: 1900-1936

El progresivo acercamiento de La Laguna a Santa Cruz en función de la construcción de la Carretera General del Norte, que mejoró definitivamente el viejo y sinuoso camino que desde la conquista comunicaba las dos ciudades, contribuyó a que el sector territorial del municipio de La Laguna, más cercano a la capital, iniciara un firme desarrollo urbanizador que, de forma paralela, se fue proyectando a la ciudad. La potenciación de la carretera se produce cuando en 1901 se inaugura el tranvía que uniría ambas ciudades y promociona la movilidad interurbana, a precios asequibles para las clases trabajadoras.

En otros ámbitos territoriales del municipio, el desarrollo del cultivo del plátano con la llegada del regadío motivó un importante desarrollo económico que, a su vez, potenció el despegue urbanizador. Todos estos fenómenos conjugados hicieron que a partir de 1890 se produjera un interesante auge en la edificación que fue consolidándose de manera progresiva y creciente.

Desde 1900 a 1936 los índices de urbanización crecen y podemos contabilizar un total de 43 obras/año y se construye una media de 33 nuevos edificios/año, cifras que contrastan frontalmente con las del periodo anterior mucho más largo.

Cuadro 7. Obras particulares realizadas en el municipio de La Laguna (1900-1936)

Tipo de actuación

Nº de obras

% sobre el total

Ruina

--

--

Reforma

304

19,60

Reedificación

57

3,60

Nueva Planta (1)

960

61,90

Nueva Planta (2)

127

8,10

Garaje-almacén

61

3,90

Chalet

41

2,60

Totales

1.550

100,00

Fuente: Licencias de Obras Particulares. 1900-1936. A.M.L.L. Elaboración propia.

Mientras en la etapa anterior dominaban las obras realizadas sobre el caserío preexistente, en este periodo, las construcciones de nueva planta van a suponer, en conjunto, más del 75 por ciento de las actuaciones urbanizadoras, indicadores claros del auge edificatorio. Dentro de este grupo van a ser las casas bajas o "terreras" las que dominen frente a los otros tipos que, evidentemente, aumentan respecto al periodo anterior pero que nunca llegan a tener una significación cuantitativa importante. Sí son, en cambio, significativos dos tipos de construcciones de nueva planta que aparecen en el conjunto de la urbanización: los chalés, como un prototipo específico de construcción ligado a la aparición de áreas concretas que se urbanizan al estilo de ciudad-jardín, y el garaje-almacén un tipo diferenciado de edificación, ligado al despegue económico que se da en el período y que materializa cierto desarrollo en el transporte y en el comercio.

No existen expedientes de ruina y la reedificación supone apenas un 3,6 por ciento del total de obras realizadas, aunque sí es importante el valor de las reformas, ejecutadas casi al ciento por ciento en el espacio de la ciudad, lo que indica que si bien el viejo caserío de La Laguna se encontraba prácticamente recuperado, la dinámica urbanizadora continuaba actuando sobre él para adecuarlo a las nuevas necesidades funcionales o a las nuevas directrices estéticas.

Del mismo modo que el periodo anterior no fue uniforme, el actual presenta una dinámica discontinua. Una primera etapa se extiende desde 1900 hasta 1915. Herederos del incipiente despegue que se había iniciado hacia 1890, estos quince primeros años del siglo XX materializan el importante desarrollo de la urbanización, sobresaliendo siempre las construcciones de casas de una sola planta o "terreras" sobre los otros tipos y sobre la reconstrucción. Sin embargo, a partir de 1915 se produce una inflexión en la curva que no se vuelve a recuperar hasta 1922. Son siete años en que se colapsa la dinámica progresiva de la edificación, cuya explicación debe ser entendida dentro de la importante recesión económica que padece el Archipiélago, motivado por las repercusiones gravísimas que el conflicto bélico mundial tuvo sobre las exportaciones agrícolas, que se colapsan, lo que provoca un importante decaimiento del tráfico marítimo y de la actividad portuaria. Superada la crisis, la actividad constructiva cobra de nuevo impulso, creciendo de forma continuada y progresiva hasta 1935. El año que cierra el ciclo, 1936, vuelve a registrar un descenso significativo, más que explicable.

Los datos de urbanización para la ciudad y para el municipio puntualizan que en los dos ámbitos el desarrollo de la edificación es importante, pero que los procesos y modelos son bastante diferentes.

Cuadro 8. La edificación en la ciudad y en el resto del municipio (1836-1936)

Municipio

Ciudad

Totales

Ruina

0

25

25

Reforma

22

451

473

Reedificación

6

102

108

Nueva Planta 1

609

452

1.061

Nueva Planta 2

54

99

153

garaje-almacén

50

15

65

Chalet

7

34

41

Totales

748

1.178

1.926

Fuente: Licencias de Obras Particulares. 1836-1936. A.M.L.L. Elaboración propia.

En primer lugar, el valor que alcanzan las actuaciones en los diferentes sectores del municipio es el 39 por ciento del total, frente al 61 por ciento que representa la ciudad. Lo que explica que el espacio municipal sufre un importante desarrollo urbanizador, ya que las actuaciones reconstructoras y renovadoras son muy importantes en el marco de la ciudad, un 30 por ciento sobre el total y apenas significan el 1,4 por ciento en el resto del municipio.

La ciudad, con una edificación consolidada desde etapas anteriores, padece un intenso proceso de restauración y reforma que no fue simultáneo en los pequeños y dispersos caseríos del municipio, algunos de los cuales empiezan a construirse en esta misma época. Los expedientes de ruina, de reedificación y, de manera muy especial, las reformas van a suponer el 51 por ciento de todo lo que se realiza en la ciudad durante estos cien años: la actividad restauradora es superior a la urbanizadora, la ciudad se reconstruye y se adecua a las nuevas necesidades.

Sin embargo, en el resto del municipio no hay apenas actividad remodeladora, y el 92,2 por ciento de las licencias se conceden para construcciones de nueva planta, siendo las casas terreras, el tipo principal y básico del proceso de urbanización. Sin embargo las viviendas de dos plantas y los chalés se edifican mayoritariamente en la ciudad. Por otra parte, la actividad económica que bien puede estar indicada, en este análisis, por la construcción de garajes o salones para la pequeña industria o el almacenaje es muy superior en los caseríos. Esto explica que gran parte de este tipo de edificios se construya en el sector Norte en relación con la agricultura de exportación: son salones de almacenaje y empaquetado de plátanos.

Sobrantes, repartos públicos y parcelaciones privadas: algunas formas de producción de suelo en La Laguna

Desde la óptica de la producción de suelo y viviendas, el crecimiento urbano de La Laguna entre 1800 y 1936 presenta variables espaciales, formales y jurídicas muy significativas. Por una parte, se debe deslindar el proceso que experimenta la ciudad del que se produce en los caseríos del municipio, aunque existen fenómenos de sincronía. Por otra, la producción de espacio urbano y la edificación presentan, en La Laguna, la carencia total de planificación institucional, limitándose el poder público a establecer ciertos controles sobre la edificación, de carácter más bien formal y vigilando algunos detalles técnicos de las construcciones.

Así la ciudad crece poco y sin previsión. La débil dinámica urbanizadora desmotiva la posible intervención del poder público que carece de perspectivas y proyectos, y que se limita a resolver pequeños problemas urbanos.

Durante casi 150 años la expansión de la ciudad apenas rebasa el marco que, desde 1800, estaba diseñado por los viejos caminos que salían hacia la periferia. Este entorno, al lado del continuo urbano, donde de forma espontánea, los caminos vecinales, habían ido formando una serie de manzanas, junto con los espacios vacíos del interior de la ciudad, va a ser el soporte de la mayor parte de la urbanización. Sobre estos espacios, la periferia inmediata, relativamente parcelada, y el espacio vacío que aún quedaba sin edificar en el interior se producen varias formas distintas de producción de suelo que desde la óptica de los agentes que la impulsan se puede analizar en dos tipos principales.

Las formas de producción pública de suelo

Durante el periodo que se analiza, el poder municipal actúa en ocasiones como productor de suelo urbano. Las actuaciones, muy localizadas y de diferente naturaleza, coinciden con procesos análogos que se advierten en otras ciudades canarias21.

La incorporación de porciones de suelo "de nadie", y de suelo de propiedad municipal al proceso de urbanización, mediante la concesión de pequeños lotes, "sobrantes", a los particulares que los solicitaban constituye uno de los tipos más singulares de la producción pública de suelo. Este sistema fue bastante importante en la ciudad donde existían pequeñas bolsas de suelo "sin propietario", en las intersecciones de los caminos de la periferia, en el entorno de las ermitas y plazas o en lugares especiales por sus propias condiciones topográficas o su emplazamiento. Si bien, en algunas ocasiones la condición de "pobre" parece ser la única causa de la cesión, en la mayor parte de los casos existe una contraprestación que los solicitantes ofertan al Ayuntamiento o se trata de pagos que la propia institución realiza por servicios prestados.

En el resto del municipio se aprecian, también parecidas actuaciones. A lo largo de la carretera que unía La Laguna con Santa Cruz y en función, sobre todo de las frecuentes correcciones que sufrió su trazado, quedaron numerosos trozos "sobrantes" que, reiteradamente, son solicitados por particulares para edificar casas modestas, lo mismo que algunas parcelas de pequeño tamaño en las intersecciones de la propia carretera y los caminos transversales. En otras ocasiones, el Ayuntamiento parece interesado en la cesión de terrenos a cambio de la construcción de viviendas, con el objetivo de incentivar esta actividad, tan necesaria para la ciudad en épocas de decaimiento. También, algunos terrenos, propiedad del Consistorio, que pierden viejas funciones y quedan disponibles, pasan a manos privadas previa aprobación de las solicitudes.

Otra forma de acceso a la propiedad lo constituye el reconocimiento de la propiedad, por diversos procedimientos, de distintas fincas urbanas en abandono, ocupadas por inquilinos y en parte arruinadas, que bien pertenecían al Ayuntamiento o a particulares en paradero desconocido o que no respondían a los llamamientos hechos desde el poder público.

La fórmula jurídica utilizada es el "censo redimible" o "tributo reservativo", que implicaba el acceso a la propiedad mediante el pago de un canon estimativo para cada caso y el cumplimiento, en la mayor parte de los mismos, de una cláusula que obligaba a la reconstrucción o a la nueva edificación, requisito que de no cumplirse impedía la formalización de la escritura de propiedad. En muchos casos, las solicitudes, realizadas por miembros del propio Consistorio o por parte de personajes de relevancia social, ponen de manifiesto que esta forma de acceso a la propiedad fue claramente discriminatoria beneficiándose de ella grupos minoritarios con capacidad económica y cercanos al poder.

También dentro del complejo proceso de producción pública de suelo, aparece la subasta de "trozos" de propiedad municipal para atender puntualmente a alguna de las obras públicas que el Ayuntamiento quería ejecutar y para la cual carecía de fondos. Así en 1842 con motivo de la remodelación que se proyecta realizar en la plaza del Adelantado, se propone y obtiene de la Diputación Provincial el permiso para subastar cuatro lotes de suelo en la ciudad y sus alrededores, de los cuales sólo se logra vender dos, precisamente los situados en la periferia.

El Llano de la laguna: un modelo de reparto de suelo público

Aparte de la pequeña producción de suelo, de titularidad pública, que se transfiere mediante la concesión de "sobrantes" y el resto de las actuaciones puntuales que se han señalado, la ciudad, a principios del siglo XIX, generó una importante bolsa de terreno para urbanizar, en el lugar denominado "Llano de La Laguna".

El caso se abre en 1813 cuando el Ayuntamiento debate la necesidad de parcelar y repartir una parte del "paraje de la laguna", actitud motivada por el deseo de "evitar los graves perjuicios que se originan al público de las aguas que se estancan...", e impedir que "...las casas y calles de esta ciudad reciban los vapores que exhalan estos mismos charcos que acostumbran algunas personas llenar de paja y otras ramas para reducirlos a estiércol y en que arrojan animales muertos".

Como se puede observar, la zona del viejo lago o laguna, anegada parcialmente, en algunas épocas del año, e inmediata al margen urbano, era un auténtico foco de inmundicias que el poder público decide erradicar. El reparto solucionaba el problema higiénico y mejoraba el aspecto de la ciudad, dando continuidad al viario que moría exactamente en el borde de la vieja laguna.

La superficie que, al principio, se intenta repartir, unos 40.000m2, se divide inicialmente en 4 trozos de diferente tamaño que, a su vez, se parcelan, siendo el resultado final 29 parcelas o trozos.

A pesar de que la asignación de los lotes se hizo efectiva, no parece que las condiciones básicas del reparto se respetasen. En años sucesivos, el Ayuntamiento mantiene viva la vigilancia sobre las actuaciones y las intenciones de los agraciados, y parece que, al menos, se edificaron algunas casas en la zona, aunque los planos posteriores muestran este amplio espacio prácticamente vacío. Los repartos continúan entre 1815 y 1817 sin que podamos saber la cantidad de suelo que se distribuye. En esta ocasión, se mantiene el mismo cariz y las donaciones u otorgamiento de lotes se justifican en función de prestaciones varias que los agraciados habían realizado al Ayuntamiento. También se reserva un lote de 19 fanegas "... para que los labradores establezcan sus eras",otro que se lega a la Real Sociedad Económica de Amigos del País y dos más a otras dos instituciones, con la intención de que formen un solo bloque y "... quede el egido de la ciudad en un solo cuerpo".

El reparto del "Llano de la laguna" se debe entender como una iniciativa municipal para erradicar un problema medioambiental grave que padecía la ciudad, más que como una auténtica intención urbanizadora. La importante dimensión de los solares, al menos los que inicialmente se reparten, la inexistencia de proyectos sobre apertura de calles o caminos interiores, y la propia dinámica edificatoria resultante evidencian que el objetivo principal era fragmentar un espacio degradado y problemático y distribuirlo, eliminando los posibles conflictos que de esas propiedades pudieran derivarse para el Ayuntamiento.

Las parcelas del Llano son más amplias de lo que, por regla general, suele ocurrir en otros casos similares22, y la mayor parte de los beneficiarios pertenecen a grupos sociales medios: artesanos, maestros, pequeños propietarios... componían el espectro social de los principales beneficiarios de los lotes. No son, pues, clases humildes que reclaman tierras. La inmovilidad urbanística de la zona hasta bien entrado el siglo XX, cuando se transforma en el núcleo principal de la "ciudad jardín", demuestra que no hubo presión demográfica para la ocupación, ni proyecto decidido de urbanizar este sector. Es más, parece que el poder municipal, incapaz de resolver el grave problema de salubridad que generaba este espacio, decide repartirlo como una solución posible, aprovechando el proceso de repartimiento de suertes que, desde finales del siglo XIX se venía realizando, aunque la obligación de "construir casa", llevaba implícita la idea de urbanizar el terreno e incorporarlo a la propia ciudad.

La producción privada de suelo

La forma más usual es aquella en la que los propietarios, de modo individual, adquieren o detentan con anterioridad los solares que están integrados en el propio espacio urbano o en las zonas próximas que, aunque rurales, van transformando este carácter.

Esta producción de espacio estaría controlada por la formación de "calles particulares". Este es el tipo más generalizado tanto en el marco de la ciudad como en la mayor parte de los caseríos del municipio. Aunque desconocemos las características del mercado del suelo, suponemos que éste fue bastante poco activo durante el sigo XIX. A principios de aquella centuria el Cabildo debate sobre lo que considera precios desorbitados del suelo que impiden "...y ponen trabas a la reedificación de casas, al aumento del vecindario y la regularidad de las calles y las plazas". El debate sirve para que el Cabildo establezca un borrador de medidas, que se esperan incluir en las ordenanzas municipales, tendentes a establecer ciertos principios básicos sobre la edificación y el valor del suelo.

El tercer tipo de producción de suelo urbano, el más tardío, consiste en la parcelación, en pequeños lotes, de fincas rústicas para su posterior venta a particulares. Se trata de proyectos de urbanización privados que realizan los propietarios de las fincas rústicas cuyos rasgos distintivos son, de una parte, la localización periférica, y, de otra, la apertura de calles, la delimitación de solares de superficie inferior a 300 m2, y la ausencia de infraestructuras. Este modelo de crecimiento urbano, que ha estado presente en muchas ciudades peninsulares, ha jugado, en las principales ciudades de Canarias, un papel de gran relevancia, especialmente en las dos capitales provinciales, Las Palmas y Santa Cruz, donde la producción de suelo urbano mediante parcelaciones privadas constituye un auténtico patrón en el análisis del crecimiento urbano de ambas periferias23.

En La Laguna, esta forma de producción de suelo se dio en el entorno de la ciudad y, especialmente, en el sector Sur-sureste del municipio, donde gran parte de los caseríos de la zona se instalaron sobre parcelas segregadas de propiedades más o menos extensas y coincide, en el tiempo, con procesos idénticos en otras tantas ciudades españolas. La Laguna, a su escala, participa del proceso de parcelaciones que se aprecian en dos sectores: en la periferia inmediata de la ciudad, y en la zona Sur del municipio, justo en el límite con el de Santa Cruz, en torno a la carretera que unía ambas ciudades.

A nivel general, podemos decir que la localización de este tipo de parcelación suele estar alejada del casco urbano, de manera que los nuevos núcleos producidos, desempeñan el papel de enclaves pioneros. Entre ellos y la ciudad quedan espacios discontinuos y vacíos de propietarios que retienen el suelo con una clara intención especuladora. A gran escala temporal y espacial, lo que se observa es que la ciudad crece a saltos, a partir de los cuales se van rellenando los vacíos interiores.

Como se puede apreciar, este modelo de crecimiento urbano tuvo hasta 1936, en el marco de la ciudad, una presencia mínima, aunque importante por alguno de los barrios que generó. Sin embargo, en el marco del municipio, en el sector Sur-sureste, La Cuesta, fue la forma de expansión urbana de mayor proyección y que, además, se ha prolongado en el tiempo constituyendo el modelo de producción de suelo que más nítidamente ha caracterizado a la periferia de La Laguna y a la de la propia capital, Santa Cruz.

Una embrionaria producción de viviendas

El análisis del proceso de producción de viviendas, es decir, de la promoción inmobiliaria, define a los protagonistas del proceso urbanizador sus características y dinámica.

El estudio detallado de las licencias nos ha permitido establecer tres grupos o tipos de promotores que actúan en el ámbito de la ciudad y en el del municipio (cuadro 6 ): el grupo de particulares, propietarios que autoconstruyen siempre una sola vivienda, los pequeños promotores de dos o más viviendas y las promociones de sociedades, bancos y cooperativas.

Cuadro 9. Principales tipos de promotores en el municipio de La Laguna (1870-1936)

Total

%

Viviendas de nueva planta

1.320

100

Promotores de 1 vivienda

1.025

78

Promotores de 2 o más viviendas

275

21

Sociedades, cooperativas y bancos

20

1

Fuente: Licencias de Obras Particulares. 1836-1936. A.M.L.L. Elaboración propia.

El primer grupo, el de mayor peso, es aquel compuesto por los propietarios que construyen su propia vivienda previa adquisición o tenencia del solar correspondiente. Podemos decir que este es el grupo preponderante y el que a lo largo de los cien años en estudio edifica en la ciudad y en el municipio de manera constante, concentrando el 78 por ciento de la producción de viviendas. Lo que no podemos saber es si en todos o en muchos de los casos predominó el valor de uso sobre el de cambio, es decir, si la vivienda se destinaba, en todos los casos al uso personal, o si, por el contrario, la construcción de la vivienda se orientaba a la venta o alquiler. Suponemos, con ciertas garantías, que fue el valor de uso el que predominó ya que las licencias en muchas ocasiones expresan el sentido final de la construcción, aunque no se puede descartar la posibilidad del particular que edifica una sola vivienda para obtener una renta. Las licencias nos hablan de una gran diversidad: jornaleros, empleados, industriales, albañiles, carpinteros o simplemente propietarios son los actores de este tipo de producción de viviendas.

El segundo grupo estaría constituido por pequeños promotores particulares que construyen más de una vivienda sin superar en ningún caso más de siete, salvo las dos promociones de ciudadelas, de once y dieciséis viviendas cada una. Este sería, cuantitativamente, el segundo tipo de promotores que movilizan suelo y propiedad bien para la venta, bien para el alquiler, y, como hemos dicho, agrupan el 21 por ciento de la producción final total.

El tercer grupo, en clara minoría respecto a los dos anteriores, incluiría a las sociedades, las cooperativas y los bancos que, tímidamente, realizan, de forma totalmente esporádica, algunas promociones o presentan proyectos de cierto volumen que no se llegan a realizar, y cuya participación en el conjunto de la producción de viviendas es ínfima, apenas un 1 por ciento.

La localización espacial de las promociones de más de una vivienda se sitúa en el ámbito de la ciudad, donde se concentra el mayor número y, también, en el sector sureste-sur, en los barrios de La Cuesta y Taco.

Los sectores más favorecidos por las promociones coinciden con los barrios periféricos que se habían ido generando a lo largo de los accesos a la ciudad, aunque uno de los aspectos más interesantes es la localización en el centro de la ciudad de un importante número de promociones, lo que nos indica que existían aún, en el interior de La Laguna, grandes espacios vacíos.

Las promociones múltiples en la ciudad presentan una clara diferenciación, en cuanto al tipo de vivienda, según éstas estén localizadas en el centro o en la periferia. En todos los casos, las promociones múltiples son siempre de casas terreras, pero, la diferencia está entre las casas terreras del centro, más amplias y con mayor desarrollo de las fachadas, y las de la periferia, de dimensiones más modestas y con fachadas estrechas.

El hecho de que todas estas viviendas sean casas unifamiliares, terreras, ha ocasionado una importante uniformidad en los sectores donde se concentró la promoción múltiple, que coinciden, además, con la presencia de los propietarios que autoconstruyen su vivienda, normalmente una casa terrera de proporciones modestas. Por ello, estos barrios presentan aún hoy, a pesar de las importantes remodelaciones que ha sufrido el caserío, una destacada homogeneidad morfológica.

El resto del municipio permanece ajeno a este tipo de promoción múltiple, salvo el sur-sureste, en concreto los barrios de La Cuesta y Taco donde se edifican 70 casas por parte de 25 promotores, una media de 2,8 viviendas/promoción. Casi todas ellas terreras, de pequeñas dimensiones, salvo algunas excepciones, a finales del periodo, en que aparecen casas de dos pisos que agrupan cuatro viviendas o que incorporan en la planta baja salones comerciales dejando la alta para viviendas de alquiler.

En un análisis temporal, la promoción múltiple aparece, de forma casi inapreciable y sólo en la ciudad, en el último tercio del siglo XIX. Es a partir de 1900 cuando el volumen de las promociones se incrementa de manera notable. Entre 1900 y 1910 el aumento es espectacular, aunque se detiene casi bruscamente en la década siguiente, para recomenzar y no parar de crecer hasta 1936. La contracción que la promoción inmobiliaria registra entre 1910 y 1920, coincide con la recesión económica general que se experimenta en Canarias por esas fechas, motivada por los acontecimientos bélicos internacionales que impedían las normales relaciones de las islas con los mercados europeos.

Cuadro 10. Evolución del número de viviendas, promociones y su relación media (1870-1936)

Periodo

Nº viviendas

Nº Promociones

Relación media

1870-1900

11

5

2,20

1900-1910

78

25

3,08

1910-1920

38

12

3,10

1920-1930

82

28

2,90

1930-1936

86

30

2,80

Totales

295

100

2,94

Fuente: Licencias de Obras Particulares. 1836-1936- A.M.L.L. Elaboración propia.

Poco se sabe de la relación entre la propiedad y la promoción, y de los rasgos que caracterizan a los promotores. Podemos apuntar que en el caso de las parcelaciones, una de las formas de producción de suelo, los propietarios tradicionales de las fincas rústicas se limitaron a parcelar y vender y en ningún caso de los conocidos se convierten, ellos mismos, en promotores de viviendas en sus propiedades. Con la venta de solares, estos propietarios parece que cierran el ciclo de la propiedad tradicional, sin acceder al negocio inmobiliario.

Por otra parte, sí se apunta la presencia de algunos pequeños promotores que funcionan como constructores, pequeñas contratas, que adquieren suelo, o casas arruinadas y construyen o reedifican para venta posterior. También, en algún caso, determinados empresarios de la ciudad, propietarios de pequeñas industrias o comercios, aparecen como promotores casuales. El resto de los promotores múltiples, la mayor parte, se ciñen al modelo del promotor ocasional, que teniendo algún solar de su propiedad o bien adquiriéndolo invierten capital en el negocio inmobiliario, construyendo dos o más viviendas para venta o alquiler, sin profesionalizar este tipo de actividad. Lo que supone que la promoción inmobiliaria en La Laguna, hasta el primer tercio de este siglo, fue un sector de enorme atomización y escasamente profesionalizado.

Notas

1. Calero Martín, C.G., 2000, p. 1-12.

2. Calero Martín, C.G., 1977.

3. Serrano Segura, M.M., 1991, p. 7-10.

4. El importante número de Guías consultadas, de carácter comercial y turístico, no son reseñadas en la bibliografía. Se han elegido algunas de las más destacadas como ejemplo. La prensa de la época, editada en La Laguna, se consultó en su totalidad.

5.Coderch, M., 1975, p. 19-29.

6. Zufiría y Monteverde, 1840.

7. Delgado Viñas, C., 1995, p. 32.

8. Calero Martín, C.G., 1979.

9. Barroso, N., 1997, p.185-190.

10. Delgado Viñas, C., 1995, p.54.

11. Quirós Linares, F., 1971, p. 19-20.

12. Delgado Viñas, C., 1995, p. 58-59.

13. Quirós Linares, F., 1992, p. 1-10.

14. Darias Príncipe, A., 1984, p. 410-411.

15. Fajardo Spínola,F., 1995, p. 20-26.

16. González Pérez, T., 1997.

17. Galante Gómez, F., 1989, p. 145-146.

18. Calero Martín, C.G., 1993, p. 95-102.

19. Núñez Pestano, J.R., 1993, p. 192-193.

20. Macías Hernández, A., 1978.

21. Martín Galán (1984) y Barroso Hernández (1997) lo constatan para las ciudades de Las Palmas y Puerto de la Cruz.

22. Barroso Hernández (1997) resume un caso similar en Puerto de la Cruz donde se reparte el sector de Las Maretas en pequeños solares cuyas dimensiones no superaban los 200m2..

23. Para la ciudad de Santa Cruz, el trabajo de Luz Marina García (1981) sobre la formación de la ciudad marginal, analiza las parcelaciones de fincas rústicas como el proceso de producción de suelo que la sostiene. Para Las Palmas, Fernando Martín Galán (1984) señala este modelo de crecimiento como uno de los que integraron el despegue de la ciudad desde la última década del siglo XIX, aunque consolidado en el periodo 1919-1950.

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© Copyright Carmen Gloria Calero Martín, 2002
© Copyright Scripta Nova, 2002


Ficha bibliográfica:
CALERO MARTÍN, C. G. La Laguna 1800-1936: crisis urbana y nueva posición en el territorio. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales, Universidad de Barcelona, vol. VI, núm. 110, 15 de marzo de 2002. www.ub.es/geocrit/sn/sn-110.htm [ ISSN: 1138-9788]


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