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Índice de Scripta Nova


Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VI, núm. 112, 15 de abril de 2002


EL DESARROLLO DE LA MORFOLOGIA SOCIAL Y LA INTERPRETACION DE LAS GRANDES CIUDADES

Emilio Martínez
Profesor de Sociología urbana. Universidad de Alicante

Aina López
Profesora de Teoría sociológica. Universidad de Alicante

Anexo: Maurice Halbwachs. La estructura morfológica de las grandes ciudades (1939)



El desarrollo de la morfología social y la interpretación de las grandes ciudades (Resumen)

El artículo propone una nueva lectura de la Morfología Social, la primera aproximación sistemática elaborada desde la sociología para el estudio del sustrato material de la sociedad y de ahí, para el examen de las cuestiones urbanas y demográficas. La construcción teórica de este subcampo, establecido originalmente por Émile Durkheim, atravesó diferentes fases en cada una de las cuales su contenido fue redefinido. Maurice Halbwachs llevó más lejos la definición durkheimiana, ampliando su contenido y sus límites. Así, aplicó la perspectiva morfológica para el examen de la estructura de las grandes ciudades y la caracterización de su estatuto sociológico.

Palabras clave: Teoría sociológica, sociología urbana, morfología social, urbanismo, geografía humana, estructura urbana


The development of social morphology and the interpretation of great cities (Abstract)

This work propose a new reading of Social Morphology, the first methodical approach that sociological theory (as Durkheim and Halbwach's view) devise for the study of social substratum -and, thus, to carry perform an analysis of urban and demographic realms-. Notwithstanding, the scope of this analytic perspective is wider. The sociological construction of Social Morphology, in permanent discussion with Human Geograpghic and other sociological literatures, goes through several stages, which defines different contents. Maurice Halbwachs, disciple of Emile Durkheim, developped its morhological perspective to study the urban structure of great cities and their sociological statute .

Key words: Sociological theory, urban sociology, social morphology, town planning, human geography, urban structure


Sabido es que el conjunto de las ciencias sociales experimentó durante las últimas décadas del siglo XIX un notable desarrollo en toda Europa. En parte, este crecimiento respondía a la propia dinámica del conocimiento científico, pero también era el resultado de su demanda social, más o menos definida, en un mundo sometido a importantes transformaciones históricas. Esto fue particularmente cierto en el caso de la sociología, una disciplina por entonces joven que a partir de 1890 protagonizaría en los países occidentales un desarrollo extraodinario. Foros, revistas y sociedades de estudio de todo tipo surgieron por doquier, como manifestación del interés y las promesas que albergaba la "ciencia de la sociedad", todo lo cual facilitó sin duda el camino hacia su natural inserción en el mundo universitario. No obstante, la andadura de esta disciplina no resultó fácil y fue atravesada por múltiples y continuas disputas: unas internas, otras externas; unas científicas y otras meramente instrumentales, ajenas casi por completo al devenir histórico.

Hay suficientes evidencias de que en la sociología francesa esas querellas se manifestaron con mayor intensidad. En este caso, a las dudas y certezas que acompañan el curso ordinario de una disciplina científica, se añadía el debate interno entre el organicismo de Worms, la pre-sociología leplaysiana y la lectura de Durkheim que habría de constituirse al cabo en la sociología francesa-. Dada la inicial indefinición del objeto y método de la disciplina, la cuestión dejaba de ser un asunto interno para dar entrada a un debate con otras ciencias que convergían en el estudio de las realidades sociales -y en esa convergencia, para unas y otras, había tantas posibilidades como peligros-. Además, el modo y el contexto en que progresó la sociología, especialmente en su vertiente durkheimiana, terminó por configurar un cuadro problemático respecto a su institucionalización y legitimación académica.

Concebida institucionalmente como una nueva ética laica y republicana, la sociología de Émile Durkheim prosperó al amparo de la reforma educativa emprendida por la III República. A pesar de que en un primer momento ese sostén se antojó una pequeña bendición para combatir al viejo aparato académico y corregir la inercia de desprestigio que la propia sociología arrastraba desde los delirios saintsimonianos y los extravíos comteanos, con el paso del tiempo el apoyo brindado por las instituciones políticas y administrativas tendía a encorsetar el proyecto científico, tratando de retenerlo dentro de unos límites instrumentales muy precisos. En cualquier caso ese sostén no era suficiente y sobre todo no era convincente. Así, el propio Durkheim no cejó en su empeño de dotar a la sociología de "cuerpo y método", es decir, de una consistencia epistemológica y metodológica capaz de situarla con garantías en el universo académico, fuera de la tutela institucional. En esa cruzada, Las reglas del método sociológico (en tanto que guía elemental del proceder científico) así como la revista que fundó, L'Année sociologique (en calidad de órgano difusor) desempeñan un papel fundamental en la definición del ámbito propio de jurisdicción científica de la sociología.

La revista constituyó sin duda el gran taller de los estudios durkheimianos. Nació con la ambición de proporcionar a los estudiosos de la sociedad referencias bibliográficas regulares y trabajos filtrados en un doble sentido: depurados y analizados desde su pertinencia científica o saldo objetivo, de un lado; y, de otro, haciendo bascular la producción y clasificación de los conocimientos acerca de lo social hacia el ámbito de la sociología, de acuerdo con lo que consideraba eran sus "divisiones naturales". L'Année constituyó asimismo un núcleo de formación de especialistas trabajando en y para la sociología de forma sistemática y normalizada, tiempo antes y con mayor coherencia quizá que la Escuela de Chicago o que el grupo formado en torno a Znaniecki (Lukes, 1984; Coser, 1992). Entre los colaboradores de la revista de Durkheim se encontraba el joven normaliano Maurice Halbwachs, que habría de desempeñar un papel notable en el curso de la tradición durkheimiana al darle continuidad y al mismo tiempo apertura. Desde 1904, fecha en que se incorporó a la redacción de L'Année, Halbwachs se hizo cargo de las recensiones de una "especialidad sociológica" que respondía al nombre de Morfología Social. Como trataremos de mostrar en este trabajo, esta materia -aún por definir- representó en el proyecto de Durkheim y Halbwachs una especie de experimentun crucis para sentar las bases de la epistemología y metodología sociológicas. Si el estudio de El Suicidio de Durkheim trazó la línea divisoria entre la interpretación sociológica y la psicológica respecto a un fenómeno que tendía a verse como algo propio del individuo, el estudio de la Morfología Social en Durkheim y Halbwachs tiene un alcance similar con respecto a la delimitación disciplinar entre la sociología y la geografía humana, o más bien, en cuanto a la incorporación de ésta en la conformación de la "sociología especial" del sustrato material de la sociedad. En ese sentido, la Morfología Social se antoja el lugar geométrico en el que converge todo lo que referíamos más arriba en el desarrollo de la sociología: el debate interno (entre las sociologías) y el debate externo (el de la sociología y otras disciplinas), las dudas y las certezas, las promesas de colaboración científica y los peligros de predación disciplinar, y las propias posibilidades de la sociología para abordar la interpretación específica de fenómenos sociales "fronterizos" (por ejemplo, de algunos tan novedosos como la formación de las grandes ciudades, que también eran objeto de interés para otras disciplinas).



La Morfología Social en la primera etapa de la investigación durkheimiana

Tal como fue perfilada en L'Année Sociologique, la Morfología Social acogía trabajos cercanos a la geografía social y la demografía, ciencias con las que concurriría a menudo en el desarrollo investigador y académico de sus intereses intelectuales. A pesar de la aparente miscelánea que en principio acogía la sección1 -que respondía en gran medida a la intención de no acometer la especialización sociológica de forma inmediata, dejando cierto margen para el avance futuro- el programa de L'Année establecía para la Morfología una dirección muy particular del comentario sociológico, antojándose -de acuerdo con Gurvitch (1963)- una primera delimitación de lo que después habría de conocerse como Ecología Social.

Ya bajo el epígrafe de "Morfología Social" la sociología del joven Durkheim comprendía todo lo relativo al sustrato material de las sociedades y al estudio de las poblaciones (movimientos, distribución, empleo y conformación urbana y rural del suelo), sustrato éste que se perfilaba en la Teoría General del autor como el primer nivel de profundidad de la sociedad, y de este modo, de la explicación sociológica. Así, incluso antes de que la noción apareciese, Durkheim había tenido muy presente la importancia de los factores morfológicos en la estructuración de los fenómenos de vida colectiva, extremo éste del que La división del trabajo social (1893), su tesis doctoral, era buena prueba. En efecto, dicha obra contenía una aplicación tan clara como consistente de esa apuesta teórica, pues estimaba que la vida social estaba en principio afectada por el número y la distribución de los que en ella participaban. Nociones como densidad dinámica y densidad material, revisadas posteriormente en Las reglas del método sociológico (1895), remitían claramente a la delimitación de los aspectos sociomorfológicos y a su conexión con las manifestaciones ideacionales de la vida colectiva.

Sin embargo, fue algo más tarde -en Las reglas del método- cuando Durkheim procedió a establecer la primera formulación de lo que había de entenderse por "Morfología Social", esbozándola como una perspectiva analítica imprescindible para llegar a alcanzar la parte auténticamente explicativa de la ciencia sociológica2. Como es sabido, Durkheim hacía de los hechos sociales el dominio específico de la sociología. Estos hechos, que desde el punto de vista metodológico debían ser tratados como cosas lo que evitaba su lectura filosófica y permitía al autor, al mismo tiempo, insistir en su exterioridad-, poseían distintos grados de consolidación, cualidad que dispuso en cuatro categorías progresivas. Las corrientes sociales constituían la expresión menos consolidada pero igualmente coactiva y externa- de los fenómenos colectivos. Seguidamente, con algo más de consolidación, se hallaban los "movimientos de opinión, más duraderos, que se producen sin cesar a nuestro alrededor, sea en toda la extensión de la sociedad, sea en círculos más restringidos, sobre materias religiosas, políticas, literarias, artísticas, etc."3. A continuación, se refería Durkheim a "los hechos que nos han suministrado su base, [...] las maneras de hacer" a los que denominó "de orden fisiológico"4. Y tras ellos, como expresión del grado máximo de que son sensibles los hechos sociales, Durkheim aludía por fin a las maneras de ser colectivas, o hechos sociales de orden anatómico o morfológico5, identificándolos como el sustrato de la vida colectiva: ¿Cuáles eran estos fenómenos que conformaban el aspecto material de la realidad social?

"(...) el número y la naturaleza de las partes elementales de una sociedad, la forma en que están dispuestas, el grado de cohesión al que han llegado, la distribución de la población sobre la superficie del territorio, el número y naturaleza de las vías de comunicación, la forma de las viviendas, etc., no parecen, a primera vista, poder relacionarse con formas de obrar, sentir o pensar, pero no obstante, presentaban rasgos definitorios similares a los otros. (...) Estas maneras de ser se imponen al individuo del mismo modo que las maneras de hacer de que hemos hablado. En efecto, cuando se quiere conocer la forma en que está dividida políticamente una sociedad, de qué se componen estas divisiones, o la fusión más o menos completa que existe entre ellas, no será mediante una inspección material y por medio de observaciones geográficas como podremos conseguirlo, porque estas divisiones son morales, aunque tengan alguna base en la naturaleza física. Es sólo a través del derecho público como es posible estudiar esta organización (...). Si la población se amontona en nuestras ciudades en lugar de dispersarse por los campos, es porque hay una corriente de opinión, un impulso colectivo que impone a los individuos esta concentración. No podemos elegir ya ni la forma de nuestras casas ni la de nuestros vestidos; por lo menos la una es tan obligatoria como la otra. Las vías de comunicación determinan de una manera imperiosa el sentido en el cual se realizan las migraciones y los cambios interiores, etc. (...) Estas maneras de ser no son más que formas de hacer consolidadas"6.

En resumen, en Las reglas del método sociológico, la Morfología Social aludía a aquellos hechos sociales concernientes al sustrato de la vida colectiva, así como a un subcampo de la disciplina sociológica que, en consecuencia, resultaba claramente estratégico en la medida que se consagraba al estudio y clasificación de dicho sustrato, y a la identificación de los tipos sociales morfológicos identificación que debía permitir la diferenciación de las sociedades según su grado de organización y desarrollo-. De hecho, la importancia general que la sociología durkheimiana atribuiría a la constitución y variaciones del medio social interno, radicaría precisamente en el supuesto de que era en dicho ámbito donde había de buscarse el origen de todo proceso social, incluso el origen de las formas solidaridad social, fenómenos colectivos política y teóricamente fundamentales para Durkheim y lo seguidores de su tradición. La Morfología Social como ciencia, venía entonces a proporcionar los útiles precisos para comprender la totalidad social, esto es, para comprender esas maneras de ser (orden morfológico) que no son sino maneras de hacer (orden fisiológico) consolidadas.

"Entonces el esfuerzo principal del sociólogo deberá tender a descubrir las propiedades de este medio que sean susceptibles de ejercer una acción sobre el curso de los fenómenos sociales. Hasta ahora hemos encontrado dos series de caracteres que responden de un modo eminente a esta condición: el número de unidades sociales, o como hemos dicho también, el volumen de la sociedad y el grado de concentración de la masa, o lo que hemos llamado la densidad dinámica. Por esta última hay que entender no la unión puramente material del agregado que no puede tener efecto si los individuos o grupos de individuos están separados por vacíos morales, sino la unión moral de la cual la anterior es tan sólo auxiliar y con bastante frecuencia su consecuencia. La densidad dinámica se puede definir, en igualdad de volumen, en función del número de individuos que están efectivamente en relaciones no simplemente comerciales, sino morales; es decir, que no sólo intercambian servicios o se hacen la competencia, sino que viven una vida común. (...) Por este motivo lo que mejor expresa la densidad dinámica de un pueblo es el grado de fusión de los sectores sociales. (...) En cuanto a la densidad material [ella] marcha de ordinario al mismo paso que la densidad dinámica y, en general, puede servir para medirla. Porque si las diferentes partes de la población tienden a aproximarse es inevitable que ellas se abran el camino que permita esta aproximación; por otra parte, no se pueden establecer relaciones entre puntos distantes de la masa social más que si esta distancia no es un obstáculo, es decir, si está en realidad suprimida"7



Evolución de la Morfología Social durkheimiana a través de la disputa disciplinar y la querella ambiental

En el II volumen de L'Année (1897-1898) la Morfología Social fue nuevamente objeto de reflexión a lo largo de una presentación llevada a cabo el propio Durkheim, quien pretendía ofrecer ahora una concepción más sistemática y elaborada, progresando en la delimitación y en su alcance. Como resultado, la Morfología Social se afirmaba como una sección más consolidada, como una disciplina de contenido más identificable y en apariencia más coherente, aunque el autor no lograra desembarazarla del todo de cierta ambigüedad en cuanto a su anclaje preciso en la sociología, y en cuanto a las condiciones de su coexistencia con disciplinas afines.

Hay que hacer notar que el artículo contenía una cuidada réplica a aquellas propuestas teóricas contemporáneas suyas que parecían amenazar los propósitos sociomorfológicos8. Nos referimos, de un lado, dentro de la literatura sociológica, a la sugerente orientación simmeliana acerca del estudio de las formas sociales, línea ésta profundamente desconcertante para los fines discrecionales de la perspectiva durkheimiana9 debido al empleo que hacía del término "forma"; y de otro lado, en un ámbito disciplinar más amplio, a la Antropogeografía de Raztel10. Mauss y Halbwachs intervendrían en el debate en apoyo de las tesis de Durkheim.

Por lo que respecta a Simmel, Durkheim deseaba clarificar y distinguir el uso del término "forma" tal como era concebido en la Morfología, del empleo arbitrario y metafórico que se desprendía, a su juicio, de los esbozos simmelianos. Éstos poseían, qué duda cabe, un tono brillante, y a la sazón resultaban vivaces, pero mucho se temía que la complejidad de su exposición no guardaba correspondencia con la de su pensamiento11. Tal como afirmaría después en "La sociología y su dominio científico"12, Durkheim estimó que el uso simmeliano abogaba por una separación improcedente entre la forma social y el contenido cultural y psicológico de la vida colectiva; cuando, en verdad, el estudio de la sociología no podía circunscribirse a las formas, dejando al margen los contenidos y alentando así la intromisión de aquellos saberes que, ansiosos de hacerlos suyos, mermarían dramáticamente el objeto de nuestra disciplina. Por otro lado, desde los principios onto-sociales durkheimianos, el estudio de la sociedad debía proceder de un modo holístico, esto es, contemplando el marco sistemático y atendiendo siempre a los distintos aspectos de los fenómenos colectivos que participan de ese todo. ¿Acaso no apelaba precisamente la clasificación durkheimiana al estudio global de un sustrato social (morfología) y a unos modos de obrar y pensar (fisiología), así como al nexo entre ambos? La Morfología Social debía superar el estadio descriptivo y alcanzar el núcleo explicativo de dichas formas, y ello sólo podía alcanzarse atendiendo también al contenido de los hechos sociales. El postulado que Halbwachs sostendría tiempo después en La Morphologie Sociale (1938), según el cual la vida y las instituciones sociales no eran susceptibles de ser científicamente explicadas al margen de los marcos en que éstas se desarrollaban (fueran religiosos, políticos y/o económicos), vinculando entonces los aspectos estables de la organización social (de carácter formal y determinado) al ámbito algo más fluido de la interacción, ofrecería otro de los sentidos de esta representación total de los fenómenos colectivos. En definitiva, los durkheimianos vinieron así a sumarse a todos aquellos contemporáneos de Simmel que reconocían en sus obras una fina intuición, una enorme capacidad analítica y una apertura en el ángulo de contemplación no menos notable, pero igualmente una ausencia de claridad, de conceptualización coherente y de sistematización.

Por otro lado, la Morfología Social se encontró frente a frente con el programa de la Geografía Humana, o más exactamente, con ciertas lecturas que Durkheim, Mauss y Halbwachs tomaron -quizá de un modo interesado- por el todo. La estrategia durkheimiana respondía al interés por construir una ciencia sociológica general alimentada de subdisciplinas más o menos especializadas, marcando las diferencias y las similitudes con otros conocimientos e integrándolos en su caso como "sociologías especiales". Pero resultaba evidente que los hechos objeto de interés sociomorfológico eran también familiares para otras ciencias: la Historia detallaba la evolución de los grupos rurales y urbanos; los estudios demográficos se ocupaban de comprender la distribución de los contingentes de población, su estructura y dinámica; y, muy especialmente, la Geografía estudiaba las formas territoriales de los grupos humanos (estados, regiones, ciudades, etc.). Tanto la escuela alemana de geografía humana como la escuela francesa de estudios regionales llamaban la atención sobre la importancia del medio humano, si bien, como veremos, de modo distinto. El recorte antropogeográfico de Raztel apuntaba ya entonces a la constitución de una perspectiva analítica cuyo objetivo mostraba cierta analogía con el interés durkheimiano por superar la incomunicación entre las ciencias fragmentarias. En realidad, este propósito era común a todos los protagonistas: era una época de grandes esperanzas para las ciencias sociales, si bien desde todas ellas se perseguía alcanzar una síntesis general que partiera de su perspectiva analítica particular, haciendo que el mentado deseo de cooperación fuese negado en la práctica por desarrollos diferenciados cuya ambición estaba más cerca de la construcción y fortificación de los respectivos ámbitos disciplinares.

En lo concerniente a las posibilidades de cooperación entre la Morfología Social y la Geografía Humana, Capel13 (1987) ha puesto de manifiesto las esperanzas y desconfianzas mutuas entre una y otra, quizá más acusadas en ésta última, dado el imperialismo mostrado inicialmente por el proyecto sociológico, y a pesar de haber obtenido del acercamiento a éste abundantes réditos, sobre todo por lo que se refiere a la incorporación real de lo social (los grupos sociales, las normas jurídicas, los valores, las costumbres y usos, etc.) en la construcción y evolución del territorio.

De cualquier modo, en aquel momento, la Geografía Humana tendía hacia un enfoque comprometido (el excesivo peso otorgado a lo extrasocial) que terminaba por desfigurar el estudio de lo social, especialmente en relación al modo cómo Durkheim lo concebía. A éste no le preocupaba el medio de los geógrafos, no le interesaban las formas del suelo, sino las formas que adoptaban las sociedades establecidas sobre el suelo14. Su perspectiva quedó reforzada en el célebre "Ensayo sobre las variaciones estacionales en las sociedades esquimales" escrito por Marcel Mauss, publicado originalmente en el tomo IX de L'Année Sociologique (1904-1905). De acuerdo con la exposición de Mauss, la Morfología Social estaba muy lejos de despreciar los descubrimientos positivos de otras perspectivas, sus sugerencias creativas acerca del estudio del sustrato material sobre el que reposa en parte la organización social, pero era urgente asentar lo específicamente sociológico frente a las concesiones comprensibles otorgadas por la geografía al factor telúrico. Atribuyendo a este factor una eficacia perfecta, "como si fuera susceptible de producir los efectos que implica por sus solas fuerzas, sin concurrir con las demás que puedan apoyarlos o neutralizarlos en todo o en parte (...) cuando en realidad el suelo sólo actúa junto a otros muchos factores inseparables de él"15, la perspectiva geográfica desprendía la configuración de lo social fijándose sobre una y sólo una de las posibles condiciones explicativas: lo telúrico. Todo lo relativo a la conexión con el medio social en su totalidad y complejidad quedaba en suspenso, o peor aún, sobredeterminado. Y sin embargo, ni eran realidades que pudieran aislarse, ni podía pretenderse pasar de una a otra sin solución de continuidad. La mera condición (el espacio físico) no podía interpretarse como causa eficaz ni inmediata de lo social. En ese sentido Mauss afirmó, en la línea argumental de la morfología durkheimiana a la que se remitía, que

"para que una riqueza mineral sea determinante de que un grupo de individuos se establezcan en un punto del territorio, no basta que exista, es necesario también que la técnica industrial permita su explotación. Para que vivan aglomerados en lugar de dispersos no basta que el clima o la configuración del suelo sean propicios, sino que es necesario que su organización moral, jurídica y religiosa les permita la vida en grupo"16.

Halbwachs insistiría después en esa idea a lo largo de sus comentarios a la obra de Sombart17. Como en el caso de Mauss, su referencia derivaba de la delimitación conceptual esbozada en el II volumen de L'Année ("es la tendencia de una sociedad a vivir en modelos concentrados o dispersos lo que explica su densidad").

"(...) si la condición determinante de los fenómenos sociales consiste, como hemos visto, en el hecho mismo de la asociación, deben variar con las formas de asociación, es decir, siguiendo el modo en que están agrupadas las partes constituyentes de la sociedad. (...) Incluso es posible precisar más. En efecto, los elementos que componen este medio [interno] son de dos clases: cosas y personas. Entre las cosas hay que comprender, además de los objetos materiales incorporados a la sociedad, los productos de la actividad social anterior, el derecho constituido, las costumbres establecidas, los monumentos literarios, artísticos, etc. Pero está claro que no es ni de los unos ni de los otros de donde puede venir el impulso que determina las transformaciones sociales, porque ellas no encierran ninguna potencia motriz. Sin duda, habrá que tenerlas en cuenta en las explicaciones que se den. Tienen en efecto cierta influencia en la evolución social (...) pero no tienen nada de lo que es necesario para ponerla en marcha. Son la materia a la que se aplican las fuerzas vivas de la sociedad, pero por sí mismos no producen ninguna fuerza viva. Por consiguiente, queda, como factor activo, el medio propiamente humano."18

Así, pues, no bastó con evocar las buenas intenciones para superar los límites de naturaleza y procedimiento entre las distintas disciplinas científicas: lo que la Antropogeografía venía a considerar problemas y hechos geográficos eran, en la perspectiva de L'Année, puros y simples hechos de sociología, ciencia a la que, en consecuencia, se debía atribuir la autoridad y competencia legítimas en el estudio de la Morfología Social.

De lo expuesto, se deduce que la construcción sociológica de la Morfología Social no se agotaba en el mero artificio lingüístico, ni respondía en modo alguno a una disputa nominalista, ni tampoco a la afición desmedida por el neologismo; expresaba ante todo cuestiones de fondo. Lo que realmente andaba en juego era, de un lado, el futuro y alcance de la subdisciplina analítica in fieri y, de otro lado, la correspondiente orientación teórica -en este caso, contradictoria con las intenciones teóricas de Raztel-. Así, con la alineación en torno a la Morfología Social, se estaba protegiendo la unidad del objeto social, la explicación frente a la mera descripción, una concepción dinámica o evolutiva frente a una visión meramente estática de los fenómenos humanos. Como consecuencia, los proyectos y los procedimientos no dejaban de ser remitidos una y otra vez al universo comprensivo y explicativo de la sociología, capaz de ordenar y sistematizar los hechos en palabras de Halbwachs-, independientemente del uso auxiliar que de otros saberes pudiera hacerse (de la historia o de la etnografía, por citar dos ejemplos).

El planteamiento adoptado por los durkheimianos no era de ningún modo ajeno a la querella del "determinismo ambiental", expresión teórica específica del debate sobre las competencias científicas mantenido entre la sociología y la geografía humana de Raztel. Las referencias cruzadas son patentes a lo largo de los discursos de Durkheim ("la fuerza motriz"), Mauss ("lo telúrico") y Halbwachs (la objetivación de lo social). Como decíamos, lo que se lidiaba con todo ello era la orientación y el alcance de las subdisciplinas analíticas en juego, y, en este caso particular, la base y el alcance de aquellos conocimientos que pretendían explicar la ligazón existente entre el sustrato material de las sociedades y su dinámica. La escuela nucleada en torno a F. Ratztel establecía un vínculo causal y necesario entre la naturaleza y la cultura por el cual el mundo físico condicionaba y determinaba el curso de lo social. En la retórica de Politische Geographie (1897) no sólo había un claro intento de aplicar la geografía a la historia (quizá algo saludable), sino determinar la historia por la geografía (quizá algo excesivo) amparándose en una colección de asertos metafísicos que hacían difícil su estimación por parte de quien, lejos de las esencias y cerca de las hipótesis, consideraba que lo social sólo podía ser explicado por lo social.

No obstante, la réplica durkheimiana resultó sesgada por cuanto los excesos deterministas criticados no eran propiamente compartidos por el conjunto de la geografía; sencillamente se trataba de un programa particular, incluso contestado por otras lecturas geográficas. Así, la orientación posibilista de la escuela francesa de estudios regionales de Vidal de la Blanche -que en 1891 había creado Annales de Geographie para fomentar una colaboración entre geógrafos, historiadores y sociólogos- abogaba por una postura conciliadora entre la determinación ambiental y la libertad humana. En 1922 Lucien Febvre19, uno de los historiadores que más ha hecho por la geografía, se sumó al debate apuntalando la orientación posibilista, en verdad con la intención de impedir la sustitución de un determinismo geográfico por el determinismo sociológico consustancial al holismo onto-social durkheimiano. En efecto, cabe admitir que la reducción operada por la Sozialgeographie que la sociología durkheimiana criticó, estaba siendo recusada de hecho por lo que Febvre consideró una reducción de sentido inverso20: la determinación social del hecho geográfico (o dicho de otro modo, la inserción necesaria de lo geográfico en lo sociomorfológico21). Frente a ambos polos, el posibilismo se antojó al historiador un camino intermedio, aunque en ocasiones fue, en verdad, más una matización que una negación del determinismo. Así, Febvre admitió la posible elección del hombre (tan activo como pasivo), pero dentro de la gama de posibilidades que ofrecía el medio, socio del hombre más que su esclavo (Des nécessités, nulle part. Des possibilités, partout22). En consecuencia, se abogó por la autonomía disciplinar de la geografía con respecto a la sociología, aceptando como cierto el dictado vidaliano de que la primera era la ciencia de los lugares y no la ciencia del hombre, intentando evitar al tiempo establecer una fractura de tal calado que impidiera la colaboración fructífera entre ambas23.

No puede omitirse aquí una valoración de la Morfología Social durkheimiana en lo relativo a la cuestión espacial. Se ha pasado por alto, cuando no se ha ignorado abiertamente, que la formulación durkheimiana dejó abierta una puerta hacia lo espacial apenas explorada por la sociología posterior (muy en particular por la francesa). Sin ser un espacialista algo lógicamente incompatible con su credo epistemológico-, la Morfología Social integraba lo territorial y confería al espacio, en tanto que producto social, un estatuto no marginal en la estructuración de las solidaridades sociales. Todo ello a pesar de que, en su concepción, la significación particular del espacio quedó subordinada al modo como se concibió el "medio social" (que resultó ser al cabo la variable fundamental de análisis), y de la imprecisión del valor explicativo conferido al espacio, presentado a veces como consecuencia de la acción, como causa de ulteriores desarrollos o, por último, como condición de los mismos.

 

La Morfología Social en la última etapa de la producción durkheimiana

En síntesis, y tal como la hemos seguido hasta el momento, la evolución de la Morfología Social en el pensamiento de Durkheim puede formularse aludiendo a cuatro etapas consecutivas. La primera de ellas se localiza, a modo de planteamiento preliminar, en La División del Trabajo Social, donde se ponía de manifiesto que, aún sin el cierre categorial en torno al epígrafe de Morfología Social, los aspectos que más tarde conformarían dicha categoría, mostraban un poder causal considerable. La siguiente etapa, que responde a la propuesta contenida en Las Reglas del Método Sociológico, esbozaba la Morfología Social como una perspectiva analítica imprescindible para llegar a alcanzar la parte auténticamente explicativa de la ciencia sociológica, así como para comprender la totalidad social. En tercer lugar, al hilo de lo que denominamos "la disputa disciplinar y la querella ambiental", Durkheim realizó una nueva apuesta morfológica en el II volumen de L'Année (1897-1898). En esta ocasión, el autor insistía en resaltar la dimensión social de los aspectos morfológicos, visto que, desde otras disciplinas, estos eran considerados como fenómenos relativamente independientes del resto del medio social, cuando no determinados por factores extrasociales. En este tercera etapa la referencia a la Morfología Social, significaba entonces una defensa de la unidad del objeto social y una afirmación de la sociología, en particular de su perspectiva.

Sin lugar a dudas, la apuesta general durkheimiana por la Morfología Social, resultaba prometedora, pues, cuando menos, establecía un orden aceptable en el procedimiento explicativo: partir de los fenómenos morfológicos, para proceder después al estudio de los fenómenos fisiológicos. Sin embargo, en trabajos posteriores a Las reglas (El Suicidio, los comentarios respecto a Essais sur la conception matérialiste de l'histoire de A Labriola24 o Las formas elementales de la vida religiosa), el interés de Durkheim comenzó a desplazarse cada vez más hacia los fenómenos superestructurales o fisiológicos, dejando a un lado la base morfológica, y mostrando una reflexión cada vez más detenida sobre el universo de las representaciones sociales y las creencias.

Ello significó una evolución en el pensamiento de Durkheim desde un modelo holístico y relativamente simple hasta un modelo complejo donde se suponía el condicionamiento recíproco entre el medio social, la estructuración funcional y las representaciones sociales25. Ciertamente, en todo ello, se sospecha el intento por eludir una concepción asaz materialista de la explicación sociológica, tal como sus detractores consideraban que contenía La división del trabajo social. En efecto, aunque tratara de zafarse de dicha acusación denominándose "racionalista", lo cierto es que entre el materialismo morfológico de Durkheim y el materialismo histórico existían evidentes paralelismos. A juicio de Evans-Pritchard (1991), por ejemplo, el conocido aforismo marxista según el cual no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino su ser social el que determina la conciencia, podía haber sido suscrito perfectamente por Durkheim26. En cualquier caso, el deseo de desmarcarse de las acusaciones que presentaban sus tesis como una repetición de los postulados del materialismo histórico (que él presentaba simplemente como un método de investigación), pero aún en mayor medida, la cada vez más sólida convicción respecto al alcance de las representaciones colectivas, impulsaron a Durkheim a otorgar al mundo ideacional una autonomía cada vez mayor, incluso una dinámica propia, dejando de considerar este orden humano como un mero epifenómeno de la base morfológica en que surgía. Así, con respecto a la religión, afirmó:

"Ha, pues, que guardarse mucho de concebir esta teoría de la religión como una simple puesta al día del materialismo histórico: sería malinterpretar singularmente nuestra concepción. Al mostrar la religión como algo esencialmente social, no pretendemos en absoluto sostener que se limite a traducir en un lenguaje diferente las formas materiales de la sociedad y sus necesidades vitales inmediatas. Consideramos como evidente que la vida social depende de su sustrato y lleva su impronta (...). Pero la conciencia colectiva es algo diferente de un simple epifenómeno de la base morfológica (...). Para que aparezca la primera es preciso una síntesis sui generis de las conciencias individuales. Ahora bien, esta síntesis da lugar a que surja todo un mundo de sentimientos, ideas e imágenes que, una vez en vida, obedecen a leyes propias. Se llaman entre sí, se rechazan, se fusionan, se segmentan, se reproducen sin que el conjunto de estas combinaciones esté controlado y determinado directamente por la situación de la realidad subyacente. La vida que así surge goza incluso de una independencia suficiente como para que a veces se desarrolle en manifestaciones sin meta alguna, sin utilidad de ningún tipo, que aparecen por el mero placer de hacerlo" .27

Esta evolución teórica llevaría al autor en sus últimos escritos a tomar el pensamiento simbólico como condición y principio explicativo de la sociedad. No por ello desapareció el interés por la conexión entre la estructura social y la conciencia28, y así, ni faltan referencias, ni trabajos explícitos, ni la Morfología Social desapareció como sección de L'Année. Incluso puede observarse en este sentido que el último número editado por él contenía una reseña de la obra de Jean Brunhes (Geografía Humana). Sin embargo, también parece cierto que Durkheim deseaba abordar desde otras perspectivas el problema de la cohesión social (esa temática que da un sentido unitario a toda su obra), y que ello relegó lo morfológico a un lugar secundario, dejando su estatuto en suspenso: el sustrato ya no era causa primaria, sino condición previa.

No obstante, en opinión de Lukes (1984), el hecho de que Durkheim no dedicase más atención a la Morfología Social se debió sin embargo menos a la falta de interés que a la falta de tiempo, y quizá al convencimiento de que sus discípulos explorarían el camino abierto por él.

Entre ellos, Halbwachs, que rescataría la morfología de la formulación todavía algo rudimentaria y vacilante de Durkheim. Fiel y a la vez innovador, Halbwachs llevaría más lejos la vertiente morfológica, ampliando sus límites y profundizando en sus contenidos. Su aptitud ya había sido suficientemente probada cuando inicialmente acomodó los fundamentos morfológicos para avanzar por el estudio sociológico de las agrupaciones urbanas.

 

Exploración y formulación sociomorfológica en M. Halbwachs

Aunque La Morphologie Sociale (1938) es una obra tardía en la trayectoria intelectual de Halbwachs (en la semblanza realizada por Friedmann29, éste observa que en los últimos años de su vida, el autor se encontraba absorbido por las cuestiones morfológicas, debido muy posiblemente a sus contactos con la escuela de los Annales en Estrasburgo), no cabe duda que esta temática ocupó un lugar permanente en toda su trayectoria intelectual. Su colaboración en L'Année consistió en gran medida en la confección de las reseñas referentes a la sección de la Morfología Social y, además, ha de recordarse que su tesis doctoral en Leyes (1909) versó sobre Les expropiations et le prix des terrains à Paris (1860-1900): un estudio innovador de morfología urbana e investigación aplicada que le permitió centrarse en los hechos concretos antes de proceder a las formulaciones teóricas. En suma, muchos de sus apuntes, reseñas, comentarios y artículos anteriores encontraron en La Morphologie Sociale el acomodo preciso dentro de una concepción global, la cual incluía una Morfología Social en sentido amplio (o morfología general, que contemplaba a su vez el estudio de las formas religiosas, económicas y políticas) y una morfología en sentido estricto (el estudio de los fenómenos de población).

Es curioso que todo lo concerniente a la morfología urbana (entendiendo nosotros que ésta se constituye en torno a la explicación de los hechos urbanos por los hechos urbanos, si bien la naturaleza de tales hechos es obviamente social), esa morfología que constituye una de las ramificaciones más originales de toda su producción, apenas tenga relieve en esta ocasión. Por supuesto tiene presencia, pero en un registro diferente. Así, en el capítulo dedicado a las grandes ciudades, se observa que los aspectos relativos al crecimiento de las ciudades (sus implicaciones sobre la estructura material urbana), quedan más bien en un segundo plano, abandonados incluso, pues su trabajo se concentra sobre todo en abordar la realidad de la ciudad desde la caracterización demográfica (La densidad de población), de un lado, y desde las distintas secciones de la morfología en sentido amplio, de otro. Aun así, es posible hallar algunas referencias de la estructura material urbana según su crecimiento racional u orgánico; y lo mismo ocurre en "La estructura morfológica de las grandes ciudades", ponencia que presentó en el XIV Congreso Internacional de Sociología de 1939 -que es en realidad una síntesis de la exposición sobre las grandes ciudades de La Morphologie Sociale-.

En la época en que Halbwachs redactó La Morphologie Sociale los arrebatos de fidelidad tribal asociados a la disputa disciplinar de los primeros tiempos se habían superado; también la época de las grandes esperanzas. Con esa libertad respecto a las urgencias escolásticas y con una mayor visión y comprensión de la realidad social en juego, Halbwachs intentó en dicha obra dar una respuesta a los problemas planteados por la exploración morfológica en lo relativo al alcance de los fenómenos morfológicos en el medio social, y de este modo respecto del anclaje de la Morfología Social en la Sociología (cuestión que se arrastraba desde los mismos orígenes del subcampo definido por Durkheim); igualmente, trató de identificar la conexión entre morfología y demografía, dado que el sustrato material de las sociedades había sido identificado sucesivamente con su estructura demográfica.

La propuesta de Halbwachs partió de la hipótesis de que la realidad social presenta una naturaleza dual (material e ideacional), y sobre ésta concepción estableció una estrategia teórico-metodológica que asumía la reciprocidad de sus interacciones. En consecuencia, en su formulación, los aspectos materiales aparecían influyendo en la configuración y dinámica de los fenómenos e instituciones sociales al tiempo que, en sentido inverso, los distintos dominios sociales aparecían permitiendo la comprensión de la constitución material de los grupos. Para Halbwachs (1938) la sociedad era ante todo un conjunto de representaciones, pensamientos y tendencias, pero existía y ejercía sus funciones en la medida que se encontraba sobre el espacio como realidad material (con un tamaño, una forma, una extensión), participando, como un cuerpo orgánico, del universo de las cosas físicas. El objeto de la Morfología Social no podía entonces ser otro que el estudio de esos aspectos de la vida colectiva que definen la realidad del grupo, en tanto que éste es en el mundo de los cuerpos, integrado en la corriente de la vida biológica, pero sobre todo (y esto nos mantendría en el dominio de lo social), en tanto que también es capaz de crear un orden ideacional a través del cual el grupo se representa a sí mismo. Finalmente, el objeto de la sociología abarcaba la totalidad de las dimensiones de la sociedad.

"[los aspectos materiales de la realidad social] se encuentran en primer término, y podemos decir que conforman todo una provincia de la sociología cuando se procede al estudio de los estados y cambios de la población, los pueblos, las aglomeraciones urbanas, los hábitat y también las migraciones, las vías y medios de transporte. Aquí estamos en un plano definido (....), el de los puros y simples hechos de población, el de los hechos morfológicos propiamente dichos, en sentido estricto. (...) Los hechos de estructura espacial no constituyen el todo, sino sólo la condición y como el sustrato físico de tales comunidades [clanes, tribus, familias, los grupos religiosos, los grupos políticos]. La actividad de estos grupos tiene, en cada uno de dichos casos, un contenido particular, específico, que no se confunde con los cambios de estructura espacial y distribución en el suelo. En otras palabras, situadas y aprehendidas en los marcos de las sociologías particulares, las formas materiales de las sociedades reflejan el orden de preocupaciones propias de cada una de ellas; por eso hay una morfología religiosa, una morfología política, etc.: hechos morfológicos en sentido amplio."30

Halbwachs definía así una Morfología en sentido amplio o general: ya que ninguna sociedad deja de tener una forma material (un volumen, una extensión, unos movimientos), la Morfología Social debe abordarla, requiriéndose así la articulación discrecional de su perspectiva en el desarrollo de las principales subdisciplinas de la sociología, pues a cada especie de comunidad (familia, iglesia, estado, empresas industriales, etc.), a cada tipo de vida social, le corresponde una morfología particular cuyo estudio es útil para comprenderlos mejor en lo que tienen de específico. Todo ello dejaba translucir una concepción instrumental de la Morfología Social, pues ésta quedaba esbozada como un dominio auxiliar: el saber morfológico no se acababa en sí mismo, sino que añadía precisión y extensión al estudio global de la realidad social.

Junto a ello, Halbwachs concibió también una Morfología en sentido estricto destinada a explorar la conexión entre el dominio sociológico y los hechos demográficos, pues, en realidad, el universo demográfico (en especial, todo lo que implica el concepto de densidad) se mostraba capaz de explicar aspectos muy relevantes de los diferentes dominios de la morfología social general: por qué en un medio disperso o concentrado se da una forma u otra de religión, de organización eclesiástica, de culto, etc.; por qué surgen las formas democráticas en las polis griegas y qué relaciones pueden hallarse entre el despotismo asiático y sus poblaciones nómadas y dispersas sobre una gran extensión; por qué la organización empresarial moderna, bajo la industrialización capitalista, requiere localizaciones en medios sociales de alta densidad, etc. En el proyecto halbwachsiano para la Morfología Social, esta disciplina rebasaba naturalmente las aspiraciones tradicionales de la demografía pura.

A primera vista, parece extraño encontrar a alguien como Halbwachs (que procede del mundo de la filosofía) en el universo de los estudios demográficos, tan áridos a veces. Sin embargo, es ahí donde se encuentran las mismas raíces de su interés, donde se descubre que la dispersión de su obra es sólo aparente y que posee más coherencia de lo que en un principio se sospechaba. En efecto, ya en su trabajo sobre Leibniz (1907) se descubre su estimación por la cultura matemática; y en su ensayo de 1913 sobre La teoría del hombre medio en Quetelet (el segundo de sus ejercicios para la obtención del grado de doctor en Letras), se observa un claro esfuerzo por perfilar los fundamentos de las leyes que el belga identificaba como constitutivas de la estadística moral. En realidad, Halbwachs fue un estadístico muy capaz, muy versado, innovador y receptivo al valor que para la investigación aplicada poseían los instrumentos de medida progresivamente confeccionados (por ejemplo, él y Simiand son los primeros en hacer uso de los números índice en Francia). A fin de cuentas nunca disimuló su interés por llevar la sociología hacia la cuantificación31. Junto con Landry, el gran demógrafo cuya formación también era humanística y filosófica, publicó Le calcul des probabilités a la portée de tous (1924). Más tarde, Landry retomaría en El tratado de Demografía (1945) el análisis esbozado por Halbwachs, Sauvy y Hulter en "La especie humana: el punto de vista del número" (1936) escrito para la edición de la Enciclopedia francesa.

Por otro lado, cuando Halbwachs enfrentó los fenómenos de población, la demografía contaba ya con una larga tradición y con un estatuto disciplinar más o menos consolidado. El desarrollo de los conocimientos estadístico-demográficos había venido históricamente asociado a la necesidad de organizar administrativamente unidades sociales, territoriales, políticas y económicas cada vez más complejas, para lo cual era preciso conocer los aspectos estadísticos relativos a las dinámicas vitales (mediante censos, recuentos y registros civiles), si bien su desarrollo y consolidación disciplinar fue también fruto de los avances matemáticos que fueron permitiendo con el tiempo forjar nuevos instrumentos y técnicas de medida y procedimiento (el cálculo de probabilidades, por citar uno), y de ahí superar el simple recuento de lo dado y avanzar por el camino de la previsión.

En cualquier caso, la pretensión de Halbwachs no era la de afirmarse como un estadístico moral, ni la de reducir la morfología a la demografía pura y simple, sino más bien integrar sus hallazgos en la sociología, conectando ambos saberes. En este sentido es significativa por sí misma la afirmación de que "tras los hechos de población, hay factores sociales, que en realidad son hechos de psicología colectiva, (...) sin los cuales la mayor parte de dichos fenómenos permanece inexplicable"32. Así, pues, a su juicio, no sólo la Morfología Social otorgaba al estudio de la esfera demográfica un punto de vista sistemático, sino que además permitía no extraviar el orden de realidad al que pertenecen los fenómenos de población. A fin de cuentas, como observaba Halbwachs, la sociología era capaz de identificar el principio organizador del aparente caos o dispersión en que discurren los hechos demográficos33. Con todo ello, Halbwachs no hacía sino reforzar la postura durkheimiana en el debate disciplinar, si bien este ya estaba casi superado, y más que resuelto, disuelto. En su concepción, los distintos marcos de la sociología permitirían observar, caracterizar y explicar el estado y movimiento de la población, de manera que, sin remitir los hechos morfológicos (el tamaño, la formación y el crecimiento de los asentamientos urbanos, las migraciones, etc.) a los dominios sociológicos, resultaba imposible acceder a un conocimiento pleno de tales fenómenos. Como ejemplos, apuntaba que la disminución o la ganancia poblacional podía verse afectada por las oscilaciones en el precio de los artículos, la renta familiar, o las oportunidades de crecimiento económico o empleo; así como las condiciones económicas generales y locales, también las creencias religiosas y la situación política podrían contribuir a que determinados hechos demográficos modificaran su velocidad, tamaño y forma. El ejemplo histórico de las migraciones asociadas a las cruzadas, mostraba cómo todos esos planos que son la religión, la economía y la política perfilaban con mayor rigor y amplitud la realidad demográfica. Que los hechos de población podían ser concebidos, y en consecuencia tratados, como una realidad específica y autónoma, de modo que su explicación pudiera, al menos parcialmente, ser referida a su propio universo constitutivo, es algo que Halbwachs no estaba dispuesto a negar. Sin embargo, al mismo tiempo, el autor era consciente de los peligros de una lectura reduccionista por la cual los fenómenos demográficos se antojaran exclusivamente procesos mecánicos o inconscientes, remitiendo por consiguiente la demografía al núcleo primitivo e instintivo -si adoptamos como él la analogía de las capas geológicas para describir el recorrido de este saber-. Halbwachs consideraba que la reducción de lo morfológico a una mecánica de cuerpos inertes oscurecía la naturaleza esencial de los hechos de población, que no era otra que la de ser hechos sociales, y que, por tanto, no podían considerarse adecuadamente obviando su integración en el orden social sino a riesgo de una desfiguración de la temática morfológica. Considerando de un modo más amplio que los fenómenos de población no eran sino hechos sociales, se entendía que los factores socioculturales y económicos podrían explicar su estado y evolución. La referencia al medio tal como Durkheim había planteado originalmente- daba una pista sobre el modo de enfrentar sistemáticamente los hechos sociales: no nos encontramos nunca con poblaciones inertes, asépticas, agregados mecánicos, sino con poblaciones humanas, y entonces "nuestro pensamiento remite de inmediato a los hombres y organismos agrupados en un área geográfica, y pensamos en el medio colectivo -ciudades, provincias, regiones- y en las actitudes que existen en ese medio y que se expresan por el número de individuos, nacimientos y defunciones"34.

Consciente de que, en cualquier caso, no era suficiente perfilar el sustrato físico, distinguir los aspectos materiales del resto de la realidad social (una realidad, la de los grupos sociales, inscrita necesariamente en el espacio, pero a la cual no le basta el hecho de su concurrencia para constituirse y durar), Halbwachs hubo de llevar la morfología al encuentro de la vida psicológica del grupo:

"Si fijamos nuestra atención sobre esas formas materiales es con el propósito de descubrir tras ellas toda una región de la psicología colectiva. Porque la sociedad se inserta en el mundo material, y el pensamiento del grupo encuentra, en las representaciones que proceden de esas condiciones espaciales, un principio de regularidad y estabilidad, del mismo modo que el pensamiento individual precisa de la percepción del cuerpo y del espacio para mantenerse en equilibrio."35

La Morfología Social era el punto de partida, y operaba desde el exterior, pero era preciso penetrar en el corazón de la realidad social: había que atender a las representaciones colectivas, las que resultan de la conciencia material de sí que la sociedad produce (de su estructura, de sus desplazamientos, de su lugar), y aquellas otras que, sin llegar a tener una relación directa con el espacio y con las fuerzas biológicas, actúan conjuntamente, superponiéndose para superar los obstáculos materiales del espacio y del tiempo. En este sentido, esa llamada de atención con respecto a la conciencia social, a los vínculos intangibles que garantizan la cohesión del grupo, su configuración interna y su duración bajo una forma socializada, llevaría a la morfología a converger con otra de las direcciones emprendidas por la sociología halbwachsiana. En efecto, la realidad morfológica enlazó con la dimensión temporal. En una y otra, Halbwachs atendió al juego entre lo permanente y lo modificable, entre la continuidad y la discontinuidad de la existencia social: a las disposiciones del grupo que tienden a subsistir y a oponer su inercia al cambio, a las fuerzas de evolución que imponen la necesaria adaptación a las estructuras anteriores. La morfología social perfilada por Halbwachs se descubría como uno de los niveles de objetivación de lo social, junto con el tiempo social y la memoria.

 

La estructura morfológica y la vida social de las metrópolis

"En las ciudades -afirmó Halbwachs-, sobre todo en las grandes ciudades modernas, la vida social se presenta bajo sus formas más complejas"36. Debido a la concentración de hombres y cosas, a la densidad de población y de acontecimientos que tienen lugar en ellas, las grandes ciudades constituyen una forma nueva, sin parangón entre las anteriores, asumiendo un estatuto diferenciado con respecto a agrupaciones más elementales. La densidad social, espacial y temporal que las caracteriza resulta indicativa de una vida social intensa. Recordemos que por densidad material el pensamiento durkheimiano aludía "al proceso de supresión de espacios vacíos entre los individuos y segmentos sociales"37 ( ciudades, vías de comunicación y transporte, etc.) mientras que la densidad dinámica o moral hacía referencia a la intensidad de vida social que conlleva la primera, al acercamiento moral entre individuos y grupos. Halbwachs entendía que a cada peculiar sustrato morfológico correspondían disposiciones morales y representaciones sociales también diferentes y, en este sentido, que bajo el empuje de las grandes ciudades, las condiciones de vida en todos los dominios de la actividad social eran objeto de transformaciones radicales, mostrando una fuerza motriz capaz de ir más allá de su medio inmediato (la propia estructura urbana, sus relaciones de atracción respecto a los medios sociales más o menos próximos) y definiendo los perfiles de un nuevo conjunto social, de una nueva civilización: "por las instituciones y costumbres nuevas que allí se elaboran, ejercen una acción extremadamente poderosa sobre los otros asentamientos urbanos e incluso sobre la civilización rural"38. La civilización mundial emergía ante todo como una civilización de grandes ciudades.

La caracterización morfológica operada por Halbwachs inspiraba, en primer lugar, una exploración amplia de la estructura de las grandes ciudades, pero también una incursión pormenorizada en aquellos dominios diferenciados identificados en su análisis previo: en la morfología religiosa, la política y la económica. El marco halbwachsiano atribuía a cada una de estas esferas de la vida social en las grandes ciudades, una morfología particular dentro del conjunto urbano, morfologías que suponía el autor- dejaban su impronta en cada región de la ciudad. Todo ello no impedía al tiempo avanzar desde una morfología en sentido estrito, esto es, relativa a los hechos demográficos. Esta última, ligada a los trabajos emprendidos en una primera fase relativa a la morfología urbana, daría las claves interpretativas del crecimiento de las grandes ciudades, el sentido y época en que tuvo lugar su desarrollo.

La morfología religiosa de la estructura urbana debía resolver la materialización espacial de las actividades relacionadas con el culto y lo sagrado, aspecto del mayor interés para el sociólogo de la ciudad, pues los orígenes mismos de ésta se remontan a los espacios sagrados, a los recintos que sirven para cohesionar al grupo ante los peligros del medio. Halbwachs apuntó cómo los ritmos diferenciados de la evolución social permitían una clasificación urbana desde el punto de vista de la morfología religiosa: ciudades de culto, impregnadas de la sacralidad que lleva a masas de individuos a peregrinar hasta ellas; ciudades en las que cada creencia tiene su lugar material; ciudades donde lo religioso se impone a lo político y económico; y, por último, ciudades donde al hilo de las transformaciones acaecidas en todos los órdenes de la realidad social, lo religioso queda confinado a un tiempo y a un lugar, a sectores propios donde su huella queda patente en cada piedra, del mismo modo que su influencia paulatinamente se diluye en el conjunto urbano, en lo material y en lo espiritual, debiendo adaptarse a la nueva estructura de la ciudad moderna.

Igualmente era fácil advertir en las ciudades de toda época una morfología política, expresada en una estructuración diferencial de poder. La historia de una ciudad, de la transformación de sus calles, de sus casas y de su población puede ser escrita afirmaba Halbwachs- desde ese punto de vista. En este sentido, el autor atendió al modo como, incluso fuera de un estadio comunal, típicamente urbano, la ciudad había sido sede de linajes, de cortes reales y principescas, de administraciones racionales que en numerosas ocasiones la habían convertido en un espacio político de regulación y control. Tampoco debía despreciarse el hecho de que las propias funciones políticas, por sus mismos requerimientos, además del simbolismo asociado a ellas y a quienes las desempeñan, conducían a una estructura especializada en determinados sectores del agregado urbano. Finalmente, la esfera de la política, el pensamiento político incluso, recibía a su vez el influjo de las formas urbanas. Halbwachs preconizaba así el juego ocasionalmente adoptado por la planificación urbana, atenta en tantas ocasiones a expresar y potenciar el juego de la presencia ausencia del poder político en la ciudad.

Más obvia resulta la identificación de una morfología económica urbana, ya antes explorada. No era tarea difícil: plaza de mercado, lugar geométrico de la concentración de bienes y servicios, nudos donde rompen las rutas comerciales, sede de la división del trabajo por excelencia, escenario de una complejidad inaudita de la estructura ocupacional... todo eso es la ciudad, impregnada e impulsada desde en sus fundamentos y en su desarrollo por la esfera económica. Halbwachs jugó aquí en ocasiones con la tipología económica tan cara a la clasificación esbozada por Sombart39: ciudades de producción, de consumo, de rentistas, etc., aunque, sobre todas las cosas apuntaba- las grandes ciudades perfilan una economía internacional y una nueva civilización, "como los centros nerviosos superiores del organismo social". Las grandes ciudades cumplen con los cometidos de regulación y control, iniciativa e impulso del desarrollo de la sociedad en su conjunto; constituyen redes complejas de interrelaciones; concentran las funciones productivas, financieras, comerciales, mercantiles; dividen el espacio y especializan los sectores por áreas mono o plurivalentes, según las necesidades internas y externas de las mismas actividades.

"Para plantear negocios cada vez más desmesurados, captando las fuerzas de capacidad adquisitiva y del capital y el crédito que no gustan de los grupos amplios y diseminados, así como para mantenerse en contacto con los grandes centros de la vida económica en el mundo entero, es preciso que las grandes instituciones de depósito y emisión, las bolsas de valores y mercancías y las oficinas de los directores y representantes de las empresas más activas; los grandes almacenes, las tiendas de lujo, los hoteles cosmopolitas e incluso los diarios que orientan a la opinión, las agencias de información y propaganda que fijan y dirigen aquella opinión, y los poderes públicos que la vigilan y se inspiran en ella, se instalan en estrecha proximidad; es así posible explicar mediante un desarrollo económico intenso la formación de estas ciudades inmensas, semejantes a la legendaria Babilonia, (...) toda la civilización económica moderna ha tomado la apariencia de una civilización de grandes ciudades"40.

Una vez completada la revisión de la estructura morfológica de las grandes ciudades de acuerdo con las subdivisiones de la morfología social en sentido amplio, quedaba la ciudad en sí misma. Aparentemente ésta era contemplada desde la óptica demográfica, mas no hay que olvidar tampoco que la densidad representaba en la exploración morfológica un indicador de la intensidad de la vida en sociedad. He aquí, pues, una lectura que abunda en los postulados presentes en La división social del trabajo y en Las reglas del método sociológico de Durkheim. En ese sentido, el estatuto sociológico de la ciudad en Durkheim y Halbwachs vino a ser similar.

Veamos la exposición durkheimiana sobre la ciudad contenida en La División del trabajo social. ¿A qué tipo de sociedad remiten en la clasificación durkheimiana esas grandes ciudades a las que se aludía? A las sociedades de tipo moderno, caracterizadas por el predominio de una solidaridad orgánica, y no de una solidaridad mecánica, más bien típica de agregados más simples. Esta correlación venía ya dada en los escritos de Durkheim, en aquellos donde, al hilo de la búsqueda de las causas de la ligazón entre los hombres (el siempre recurrente problema del orden), había esbozado esa comprensión evolutiva de la sociedad que cristaliza en la formulación de dos estadios diferenciados. En las sociedades de escaso tamaño y densidad demográfica débil, los individuos no son sino elementos análogos que unidos mecánicamente los unos a los otros forman un agregado unitario y trascendental que prima por encima de las partes. A diferencia de estas agrupaciones basadas en una solidaridad mecánica, sociedades segmentarias o por agregados, las sociedades de tipo moderno, densas y voluminosas, donde la solidaridad orgánica es preponderante, "están constituidas no por una repetición de segmentos similares y homogéneos, sino por un sistema de órganos diferentes, cada uno con su función especial y formados ellos mismos de partes diferenciadas"41. Los elementos sociales, que no son de la misma naturaleza, se encuentran coordinados y subordinados unos a otros "alrededor de un órgano central que ejerce sobre el resto del organismo una acción moderatriz"42. La estructura social resultante es compleja y diversificada, como corresponde a una sociedad donde la división del trabajo cumple el rol aglutinante que tiene la similitud de conciencias en el tipo antiguo.

Estas dos sociedades no sólo se diferenciaban en virtud de la desemejanza de sus bases morfológicas, pues además, y como resultado de ese diferente sustrato, también se vinculaban a distintos contenidos de conciencia. Si en el primer caso, el tipo primitivo, nos enfrentamos a un estado de conciencia de carácter definido, ligado a lo concreto y a las circunstancias locales e inmediatas, el contenido del segundo "cambia de naturaleza a medida que las sociedades se vuelven más voluminosas. Dado que éstas se extienden sobre una superficie más amplia, aquélla se ve obligada a elevarse por encima de todas las diversidades locales, a dominar el espacio y, por consiguiente, a hacerse más abstracta pues no hay más que cosas generales que pueden ser comunes a todos esos medios diversos"43. En consecuencia, en las sociedades modernas, el contenido de la conciencia colectiva es cada vez más laico, muestra una orientación más humanitaria que trascendente, y resulta más próxima al universo de lo racional y de la lógica. La religión y la moral se universalizan; el derecho es más racional, con predominio del derecho cooperativo (civil, comercial, procesal, administrativo...) sobre el derecho penal; las normas restitutivas de las partes desplazan progresivamente a las normas represivas en defensa del todo. Por lo demás, como se puede deducir de lo anterior, la extensión e intensidad de esa conciencia común es cada vez menor y las variaciones particulares se acrecientan de tal modo, que el individuo adquiere una esfera de acción propia imposible en las sociedades de tipo antiguo.

Los factores causales que a juicio de la sociología durkheimiana determinaban el paso de un tipo de sociedad a otro, y que en definitiva explicaban los progresos de la división del trabajo como fuente de solidaridad social (esto es, su función), eran esencialmente de tipo morfológico: variaciones en el medio social, como hemos visto más arriba. He aquí la "ley general de la gravedad del mundo social" que Durkheim creyó establecer.

"La división del trabajo progresa, pues, tanto más cuantos más individuos hay en contacto suficiente para poder actuar y reaccionar los unos sobre los otros. Si convenimos en llamar densidad dinámica o moral a ese acercamiento y al comercio activo que de él resulta, podremos decir que los progresos de la división del trabajo están en razón directa a la densidad moral o dinámica de la sociedad. Pero ese acercamiento no puede producir su efecto sino cuando la distancia real entre los individuos (...) ha disminuido, de cualquier manera que sea. La densidad moral no puede aumentarse sin que la densidad material aumente al mismo tiempo, y ésta puede servir para calcular aquélla. Es inútil, por lo demás, buscar cuál de las dos ha determinado a la otra, basta con hacer notar que son inseparables."44

En principio la densidad material se constituye aquí como indicador externo, directamente empírico, de la densidad moral, es decir, de las relaciones efectivas que entre sí mantienen los individuos. Y las relaciones intrasociales se multiplican en la ciudad que, también por su condensación y complejidad, se antoja el lugar privilegiado del encuentro social -y por lo tanto moral-. La concentración de la sociedad presupone su movilidad (creación de ciudades y vías de comunicación). Y esta movilidad, que es social y espacial a la vez, exterior e interior (las zonas urbanas han perdido progresivamente su unidad e individualidad características de otro tiempo) tiene importantes repercusiones sobre la organización y cohesión social de la ciudad y de sus habitantes, como muestra Halbwachs. "Progresivamente se confunden unos con otros [los barrios] bajo la acción de corrientes circulatorias y de población que no se ciñen a sus límites, que atraviesan y recorren la ciudad por entero, mezclando y juntando a todos los grupos de habitantes"45. De todo ello se explican indirectamente los cambios en el contenido de la conciencia colectiva y en la posición del individuo en las sociedades modernas. En unas breves páginas de La división del trabajo social que sorprendentemente suelen pasarse por alto, Durkheim llevaba a cabo un fino análisis de la realidad urbana, un análisis que anuncia algunas de las propuestas de la sociología urbana posterior. Las ciudades, en especial las grandes ciudades, se adivinan como escenarios de la innovación y el progreso en todos los órdenes, impulsando el cambio social, es decir, son a la vez efecto y causa de procesos sociales específicos. A modo de ejemplo: como consecuencia de la movilidad y de la mezcla de población, las diferencias originales tienden a difuminarse, y las tradiciones -sostén de la conciencia común- se diluyen también, hasta casi desaparecer. Y es que ¿cómo es posible la tradición, si las unidades tienen distintas procedencias? ¿Cómo mantenerla si no hay quien pueda inculcarla? La influencia moderadora de la edad es mínima en las ciudades y las tradiciones apenas ejercen influencia sobre los espíritus. He aquí un ejemplo de deducción de un estado de conciencia por un hecho morfológico.

"Las grandes ciudades son focos indudables del progreso; en ellas es donde las ideas, modos, costumbres y necesidades nuevas se elaboran para difundirse en seguida por el resto del país. Cuando la sociedad cambia, lo hace generalmente por seguirlas e imitarlas. Los temperamentos son en ellas de tal manera movibles que todo lo que procede del pasado despierta en ellos suspicacia; por el contrario, las novedades, sean cuales fueren, gozan de un prestigio casi igual a aquel de que antes gozaban las tradiciones de los antepasados. Los espíritus están en ellas orientados en forma natural hacia el porvenir. Por eso en las ciudades la vida se transforma con una rapidez extraordinaria: creencias, gustos, pasiones se hallan en perpetua evolución. Ningún terreno es más favorable a evoluciones de toda especie. Y es que la vida colectiva no puede tener continuidad allí donde las diferentes capas de unidades sociales, llamadas a reemplazarse unas por otras, son hasta ese punto discontinuas" 46.

Se advierte así que la posición, el temperamento y la orientación de los individuos, son diferentes en las sociedades ideales concebidas por Durkheim y asumidas por Halbwachs. Si bajo las condiciones de solidaridad mecánica el hombre carece de individualidad no es sino un eslabón más, repetido e indiferenciado47, en el marco de la solidaridad orgánica, de la interdependencia que prefigura la división del trabajo, los hombres difieren unos de otros, llevan cabo sus tareas respectivas y únicas, y adquieren una esfera de acción propia; en definitiva, poseen una personalidad y devienen cada vez más un factor independiente, analizable al margen incluso de su propia conducta. La conciencia colectiva posee un peso muy reducido en las sociedades avanzadas, disminuye su intensidad y grado de determinación de los estados colectivos, poniendo al descubierto una parte creciente de la conciencia individual. Esas tendencias divergentes se manifiestan asimismo en las grandes y pequeñas ciudades con resultados contrapuestos. Un examen comparativo entre esos medios sociales pondrá enseguida de relieve que en las aldeas y pequeñas ciudades, donde predomina el espíritu de campanario, son muy vivas las resistencias a la modificación individual de usos y costumbres, a la independencia de criterio (incluso al criterio a secas). Quien en ellas pretendiere para sí una trayectoria singular, se precipitaría hacia el escándalo público, hacia el oprobio del grupo en su totalidad, con su eco insoportable, con ese despotismo típico de la mayoría inconsistente, con su servidumbre moral y cretinismo gregario tan característico de los entornos simples y monolíticos. El grupo asegura aparentemente su continuidad, su control y el dominio de la situación, ignorando todo el movimiento que tiene lugar afuera. Mas, en las grandes ciudades, en el torbellino de la vida, envuelto y arrastrado por las corrientes de gentes e ideas, el hombre está menos sujeto a la fiscalización del grupo: "Y es que dependemos tanto más estrechamente de la opinión común cuanto de más cerca vigila nuestro proceder. Cuando la atención de todos se halla constantemente fija sobre lo que uno hace, se percibe la menor desviación y es inmediatamente reprimida; por el contrario, cuanto más puede uno huir de esa vigilancia, más facilidades encuentra para seguir sus propios impulsos. Ahora bien, como dice el proverbio, en ninguna parte se halla uno más escondido que en medio de una multitud. Cuanto más denso y extenso es un grupo, más incapaz es la atención colectiva, dispersa sobre una amplia superficie, de seguir los movimientos de cada individuo (...). La vigilancia se hace peor, porque son muchas las gentes y las cosas que es necesario vigilar"48. La sociología de la ciudad en Durkheim y Halbwachs remite también al mundo de la multitud solitaria y al anonimato en la ciudad, más familiar en el discurso simmeliano acerca del hombre indolente, si bien con factores causales bien distintos y concepciones no convergentes acerca del valor moral de la concentración. En la gran ciudad, la atención se diversifica en diferentes direcciones, incluso se anula por hipertrofia; es más, la aplicación ni siquiera es posible, al faltar el interés por el otro, a menos que éste, sea capaz de despertar una emoción o un recuerdo en aquél que mira. La curiosidad está en estrecha relación con la frecuencia y continuidad de las relaciones, pero la fugacidad y densidad de los otros desanima a establecerlas. Somos un universo de desconocidos; para Durkheim, extranjeros en la multitud49; para Halbwachs, partículas de una materia en movimiento.

"Pero, donde quiera que la intensidad de la aglomeración se halla en relación con su volumen, los lazos personales son raros y débiles: se pierde con facilidad de vista a las gentes, incluso a aquellas que nos rodean de cerca, y en la misma medida éstas se desinteresan. Como esta mutua indiferencia tiene por efecto relajar la vigilancia colectiva, la esfera de acción libre de cada individuo se extiende de hecho, y poco a poco, el hecho se convierte en derecho" 50.

Para Halbwachs, como para Durkheim, el incremento de la esfera individual en las ciudades, el individualismo extremo que lleva a cada uno a disputar el espacio, no entra sin embargo en contradicción con la moral o con la sociedad (siempre y cuando nos hallemos ante condiciones normales, esto es, no anómicas o mórbidas). En general, el espacio y las representaciones espaciales pueden leerse como un principio de proximidad o de distanciamiento: la organización social y moral del grupo activa el código correspondiente en cada ocasión. Pero ese sentimiento colectivo, esa impresión de poseer la capacidad para superar cualquier obstáculo -impresión que procede de la misma densidad y volumen de la sociedad- lleva a caracterizar a las grandes ciudades (tan similares entre sí, como similares son sus bases materiales y representaciones colectivas) como sociedades en situación de lo que Durkheim llamó efervescencia colectiva.


Notas

1. Los epígrafes o subsecciones que este apartado incluye desde el II volumen son: Morfología general; Masa y densidad sociales; Grupos urbanos y evolución; y Miscelánea.

2. DURKHEIM, E. Las reglas del método sociológico. 8ª ed. Madrid: Ed. Morata, 1984, p. 105.

3. Ibídem, p. 36.

4. Ibídem, p. 40

5. Ibídem, p. 40

6. Ibídem, p. 39-42.

7. DURKHEIM, E. op. cit. p. 123-124. El autor llama la atención sobre la existencia de excepciones a esta regla, al observar que en Inglaterra, con mayor densidad material, la fusión de los sectores sociales es menor que Francia por lo cual persiste un espíritu local y una vida regional más intensa. Los medios de comunicación pueden servir más al movimiento de los negocios que a la fusión de la población. De ahí que corrija la inicial apreciación de la Division du travail según la cual la densidad material es expresión exacta de la densidad dinámica.

8. Vid. DUNCAN, Otis D. & PFAUTZ, Harold W. Translator's Preface. En HALBWACHS, M. Population and Society. Introduction to Social Morphology. Illinois: The Free Press of Glencoe, 1960, p. 11-18.

9. Esta concepción se expresa más claramente en "La Sociología y su dominio científico" (publicado originalmente en la Revista italiana di sociologia, IV, 1900, p.127-148). Por otro lado, La Morphologie Sociale de Halbwachs también hace referencia a esa confrontación de los empleos del término "forma", en clara alusión al uso simmeliano.

10. No menos polémica era la llamada de atención del autor que pretendía evitar la interpretación de la Morfología Social como una mera versión de la "estática social". Su exposición aquí, sin embargo, no nos ha parecido procedente.

11. Durkheim tradujo el artículo de Georg Simmel "Comment les formes sociales se mainteinnent" para el primer volumen de L'Année. En el VII volumen (aparecido en 1904) hay una reseña a la obra de Simmel, oportuna en este contexto, "The numbers of members as determining the sociological form of the group", (p. 647-9). En general, Durkheim consideraba que el trabajo de Simmel quedaba perfectamente integrado en el espíritu de la revista, pero no dejó de mostrarse crítico con la tendencia simmeliana a quedar atrapado en las generalidades, sin explorar las posibilidades de los hechos ni llevar sus ideas hasta el final. En la correspondencia con Bourguin (25-X-1897) Durkheim confiesa sus distancias con el pensamiento de Simmel, de envoltorio complejo y contenido ligero. Vid. LUKES, S. Émile Durkheim. Su vida y su obra. Madrid: CIS, 1984, p.400; DUNCAN & PFAUTZ, op. cit., 1960, p.11.

12. Revista Italiana de Sociología, 1900, año IV, p. 127-48.

13. CAPEL, H. Geografía y ciencias sociales. Una perspectiva histórica. Barcelona: Ed Montesinos, 1984, p. 42-83.

14. Los trabajos ecológicos de Robert E. Park incidirán después en esta orientación, subrayando la premisa durkheimiana y el interés de la sociología por los aspectos morfológicos de la sociedad, en contraste con la perspectiva geográfica e histórica. Vid. PARK, Robert E., "La comunidad urbana como modelo espacial y orden social", en La ciudad y otros ensayos de ecología urbana, Barcelona: Ediciones del Serbal, 1999. Por otra parte, y acerca de las conexiones entre ecología humana de la escuela de Chicago y morfología social francesa, hay que hacer notar que Durkheim fue miembro del consejo del American Journal of Sociology de la Universidad de Chicago, y que el propio Maurice Halbwachs realizaría una estadía de investigación en dicha universidad hacia 1930. Vid. SCHNORE, Leo F. Social Morphology and Human Ecology. American Journal of Sociology, LXIII (mayo, 1958), p. 620-34.

15. MAUSS, M. Ensayo sobre las variaciones estacionales en las sociedades esquimales. Un estudio de morfología social. En Sociología y Antropología. Madrid: Tecnos, 1979, p. 363.

16. Ibídem, p. 363.

17. Vid. HALBWACHS, M. La ville capitaliste d'après Sombart. Revue d'Economie politique, 19, 1905, p. 737-47.

18. DURKHEIM, E. Las reglas del método sociológico. Madrid: Ed. Morata, 1984, p. 41-42.

19. FEVRE, Lucien. La terre et l'évolution humaine. París: Reinaissance du Livre, 1922.

20. Vid. DUNCAN & PFAUTZ. Translator's Preface. En HALBWACHS, M. Population and Society. Introduction to Social Morphology. Illinois:The Free Press of Glencoe, 1960, p. 17.

21. La concepción durkheimiana no sólo desdeña como sabemos otras aproximaciones sociológicas sino que además se muestra imperialista hacia otros saberes a los que pretende reintegrar y filtrar como sociologías especiales.

22. Cf. BURKE, M. La revolución historiográfica francesa. Barcelona: Gedisa, 1990, p. 22..

23. De hecho, cuando L. Febvre y M. Bloch fundan en la Universidad de Estrasburgo la revista Annales d'histoire et geographie, incluyen en su equipo a Halbwachs, nombrado por entonces catedrático de Sociología en dicha universidad, considerando la riqueza de sus trabajos morfológicos y de su sociología de la memoria.

24. Revue Philosophique, 1897, XLIV, p. 645-51.

25. Esta modificación se articula a la distinción operada entre causa (lo que está en el origen de la cosa) y función (lo que explica la integración y la estabilización en un contexto determinado). Hay una clara vinculación entre ambas, pero es de tipo discontinuo, dada la intervención de mediaciones no conscientes de origen colectivo . Vid REMY, Jean. Morphologie sociales et représentations collectives. Recherches Sociologiques, 3, 1991, p. 33-52.

26. EVANS-PRITCHARD. Las teorías de la religión primitiva. 8ª ed. Madrid: Siglo XXI, 1991, p. 128.

27. DURKHEIM, E. Las formas elementales de la vida religiosa. Madrid: Akal, 1992, p. 394-395.

28. LUKES, S. op. cit. 1984, p. 234.

29. FRIEDMANN, G. Maurice Halbwachs, (1877-1945). American Journal of Sociology, LI (mayo, 1946), p. 509-17.

30. HALBWACHS, M. La Morphologie sociale. París: Colin, 1970, p. 12-13.

31. GIRARD, A. Prefacio. En Halbwachs, M. La Morphologie Sociale. 1970, p. V-XXI.

32. HALBWACHS, M. Avant-Propos. En La Morphologie Sociale. 1970, p. 2.

33. Ibídem, 1970, p.1 .

34. HALBWACHS, M. Population and Society. op. cit. 1960, p. 37.

35. HALBWACHS, M. La Morphologie Sociale. 1970, p. 12-13.

36. HALBWACHS, M. Las clases sociales. México: FCE, 1976, p. 67.

37. RODRÍGUEZ ZÚÑIGA. Estudio preliminar. En DURKHEIM, E. La división del trabajo social. Madrid: Akal, 1987, p. XXXIX.

38. Vid. HALBWACHS, M. La structure morphologique des grandes villes. Actas del XIV Congreso Internacional de Sociología. Instituto de Investigaciones Sociales de Rumania. Bucarest, 1939, p. 23

39. Vid. HALBWACHS, M. La ville capitaliste d'après Sombart. REP, 1905, 19, p. 737-747.

40. HALBWACHS, M. La Morphologie Sociale. 1970, p. 78-79.

41. DURKHEIM, E. La división del trabajo social. Madrid: Akal, 1987, p. 216.

42. Ibídem, p. 216.

43. Ibídem, p. 339.

44. Ibídem, p. 300.

45. HALBWACHS, M. La structure morphologique des grandes villes. 1939, p. 23.

46. DURKHEIM, E. La división del trabajo social. Madrid: Akal, 1987, p. 348-349.

47. De ahí pues el sinsentido de creer que los hombres en esas sociedades son personalidades completas: son la voz de la conciencia de su grupo.

48. DURKHEIM, E. La división del trabajo social. Madrid: Akal, 1987,p. 350-351.

49. He aquí, pues, que en Durkheim y Halbwachs es posible seguir el rastro al tema, tan caro para científicos sociales y literatos de su tiempo, de la muchedumbre solitaria, de la opacidad del Otro y del propio yo en las grandes ciudades. Vid. MARTÍNEZ, E. Variaciones Strindberg. Individuo, cultura y experiencia de la modernidad en las grandes ciudades. Alquibla, nº 8, 2001 (en prensa).

50. DURKHEIM, E. La división del trabajo social. Madrid: Akal, 1987, p. 352.

 

 

Bibliografía

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RODRÍGUEZ ZÚÑIGA. Estudio preliminar. En DURKHEIM, E. La división del trabajo social. Madrid: Akal, 1987, p. i-xlviii.


LA ESTRUCTURA MORFOLÓGICA DE LAS GRANDES CIUDADES (1939)

Maurice Halbwachs(i)



Nos gustaría examinar algunos de los problemas particulares, y que le son característicos, planteados por el desarrollo de las grandes ciudades en especial, de las ciudades capitales, las metrópolis- en los países de Europa y en el mundo.

Desde 1800 hasta la actualidad, la población de la ciudades mayores de 100.000 habitantes ha pasado en Francia de 800.000 a 7 millones; en Inglaterra, de 1 a 18 millones; y en Alemania, de 300.000 a 20 millones. En los nuevos países comprende una fracción considerable de la población total. Así, en Australia, por ejemplo, la mitad de los habitantes se concentra en siete ciudades y un tercio de la población en dos únicas aglomeraciones, Sidney y Melbourne (la primera con 1.235.000 habitantes hacia 1930). Por lo demás, en la actualidad existen en el mundo cerca de 31 ciudades que sobrepasan el millón de habitantes.

No obstante, lo que resulta más llamativo, es la aparición de ciudades gigantescas. En toda la extensión del globo existen ocho ciudades que superan la cifra de tres millones de habitantes: Nueva York (que ronda los siete millones), Tokio (unos cinco millones y medio, el Greater Tokio), París, con su periferia, que supera incluso la cifra de Tokio; Londres y Berlín (4.200.000), Moscú (3.600.000) Shanghai y Chicago (3.300.000), y, por último, Leningrado [San Petersburgo] que se aproxima a los tres millones. De esta cifra de 3 millones de habitantes se desciende casi sin transición a la del millón pues sólo dos ciudades, Viena y Filadelfia ocupan el intervalo. Es evidente que esas ciudades colosales, esas metrópolis cosmopolitas, constituyen una especie nueva sin analogía en formas anteriores. En total, reuniendo la población de las ciudades que cuentan con más de tres millones de habitantes vemos que suman finalmente unos 40 millones de personas, que vendría a ser la población actual de Francia. No obstante, por las instituciones y costumbres nuevas que allí se elaboran, ejercen una acción extremadamente poderosa sobre los otros asentamientos urbanos e incluso sobre la civilización rural.

Pero procedamos a examinarlas en sí mismas, en lo relativo a su estructura. Sobre un plano que reproduzca la forma general de las manzanas, la dirección de las calles, etc., resulta aparentemente fácil delimitar y distinguir los distritos o circunscripciones y los barrios. Se comprende perfectamente que en una ciudad de tipo antiguo, esas divisiones hayan podido corresponder a una diversidad real de funciones en el seno del cuerpo urbano: barrios de mercaderes, de orfebres, de curtidores, de artesanos de diversas especialidades; barrio militar; barrio de magistrados; barrios ricos, barrios pobres, etc. Sin duda alguna, es posible encontrar una diferenciación similar en las grandes ciudades de nuestro tiempo. Sin embargo, los barrios así delimitados y juxtapuestos han venido perdiendo cada vez más la unidad, la individualidad que poseían antaño. Progresivamente se confunden unos con otros bajo la acción de corrientes circulatorias y de población que no se ciñen a sus límites, que atraviesan y recorren la ciudad por entero, mezclando y juntando a todos los grupos de habitantes.

Consideremos, por ejemplo, la evolución de París a este respecto. Hubo un largo período anterior al siglo XVIII en que la cohesión de París estaba basada sobre su estabilidad, sobre la inmovilización de sus habitantes en un espacio restringido. En aquel tiempo, el conjunto de barrios de la ciudad -apretados unos contra otros, poco numerosos y cada uno de ellos bien caracterizado- constituía un conjunto mucho más integrado, mostrando una unidad mucho mayor que cuando la ciudad se amplia súbitamente y ha de renunciar a sus antiguos hábitos sin haber dado aún con nuevos. Expulsada del emplazamiento en que yacía inmóvil desde hacía siglos, dispersada sobre un área mucho más vasta, la población constituirá en los diferentes barrios asentamientos relativamente autónomos y que sólo en muy escasa medida llegarán a influirse recíprocamente. Tal era el estado de París en el momento de la Revolución.

En esa época tuvo lugar la nacionalización de los bienes de los emigrados y del clero. Había entonces, en las diferentes partes de la ciudad, y en ocasiones bastante cerca del centro, abundantes conventos con sus dependencias, amplios jardines y cercados, parques privados -lo que se llaman Closeries y Folies-. En 1793, la Convención Nacional designó una comisión (la denominada Comisión de los Artistas, compuesta sobre todo por arquitectos e ingenieros) encargada de trazar sobre el plano de París diversas vías, calles y avenidas, todas proyectadas sobre el terreno de las nuevas propiedades nacionalizadas.

Lo que resulta curioso al examinar esos proyectos es hasta qué punto eran limitados y modestos, cuando hubiera sido posible otorgarles una mayor envergadura. Se empeñaron, por ejemplo, en trazar alrededor del Observatorio una serie de avenidas en estrella, uniendo la plaza de un barrio con la plaza del barrio vecino. Pero en esa época nadie experimentó la necesidad de perfilar lo que más tarde se llamará la grande croisée, una gran vía recta que une el París de ambas orillas, y otra línea de calles continuas, perpendicular a la anterior, que vincula el este y el oeste, el bois de Vincennes y los Campos Elíseos.

Como si cada sector de la ciudad se bastara a sí mismo, los habitantes permanecían en ellos. Los medios de transporte eran muy reducidos. Sólo en el curso del siglo XIX es cuando la unidad de París sustituye la diversidad y el relativo aislamiento de los barrios, mediante intensas corrientes circulatorias que ponen en constante relación las partes más alejadas de la ciudad.

Por lo demás, desde el momento en que las mayores metrópolis modernas se desarrollan y se forman a partir de ciudades de por sí ya importantes en épocas anteriores, se llega a una situación en que los diversos y sucesivos tipos de ciudades se superponen y se funden, pero de tal manera que la organización más moderna absorbe a las precedentes y las asimila a su estructura. Es cierto que esta asimilación permite que se conserven perfectamente elementos de las ciudades anteriores, e incluso los antiguos vínculos entre esos elementos, presentes y reconocibles en la nueva ciudad.

En otros términos, en la morfología de cualquier gran ciudad de nuestros países existen diversos sistemas estrechamente asociados, del mismo modo que lo están los distintos sistemas de un organismo. Como tejidos pertenecientes a épocas diferentes. En primer lugar, en la mayor parte de los casos tenemos la ciudad religiosa. Sin remontarnos hasta la antigüedad, señalemos que en la Edad Media y bajo el Antiguo Régimen los centros de la actividad religiosa que eran por entonces las ciudades ofrecían dos aspectos: comprendían en su recinto los santuarios, los lugares consagrados, los lugares santos hacia los que en determinadas fechas afluían las masas; pero también eran la sede donde residían los altos dignatarios y todo el personal encargado de la celebración del culto y de la administración del clero. Por otra parte, en contacto con los poderes políticos, con las capas más elevadas del mundo social, en relación con él, el clero adquiere más autoridad y un mayor prestigio.

Pero a medida que la población aumenta y se concentra, la ciudad religiosa se adapta a la nueva estructura. Se despoja progresivamente de sus atribuciones temporales a las que corresponden otros órganos de la ciudad -aunque guarda por lo demás un dominio propio durante mucho tiempo: los lugares de culto, la catedral y sus dependencias, los edificios y espacios conventuales, los hospicios. Pero el resto se seculariza.

Es como si la ciudad religiosa se encogiera y se replegara sobre sí misma en ciertos barrios en los que se conserva aún el aspecto de las calles y de las casas típico de las pequeñas ciudades de antaño, más recogidas y menos ruidosas, como si esos barrios sólo fueran, en la gran ciudad moderna, la prolongación del campo y de medios urbanos en contacto con el agro: estructuras sociales y modos de asentamiento humano solidarios de las antiguas creencias.

En nuestras modernas aglomeraciones es posible descubrir también las huellas de una ciudad política (incluso de varias) de otro tiempo. Marcos de la administración comunal (ayuntamientos, etc.), que después pasan a ser de la administración nacional. Por ejemplo, las antiguas capitales de los estados, sobre cuyo emplazamiento se congregan y yuxtaponen los palacios y las cortes de reyes, príncipes y altos dignatarios, las supremas magistraturas, los ministerios, las sedes de todas las grandes administraciones, más tarde las asambleas legislativas, y en consecuencia un grupo más extenso de funcionarios que en cualquier otra parte. En la actualidad, la ciudad gubernamental, la ciudad administrativa, persiste en nuestras grandes metrópolis modernas; pero, o bien se encuentra aislada en un barrio, como un órgano cuyo lugar se ha limitado, o bien sus miembros se encuentran dispersos, a semejanza de la política misma, cubierta y arrastrada por otras corrientes.

El aspecto económico de la vida urbana ha pasado también allí (quizá sobre todo ahí) a un primer plano. A este respecto, las ciudades se diferencian unas de otras: ciudades de consumo y ciudades de producción, ciudades de lujo, ciudades residenciales, de funcionarios y rentistas, ciudades comerciales y de industria artesanal, de fabricantes de alta cualificación, y ciudades obreras donde calles y barrios se adaptan a talleres, fábricas, al aparato técnico de la producción. En las grandes ciudades todo esto es posible encontrarlo en parte; pero también existen grandes bancos de depósito y emisión, bolsas de valores y de mercancías, oficinas donde se asientan los directores y los representantes de las empresas más activas, los grandes almacenes, las tiendas de lujo, los hoteles cosmopolitas e incluso también los diarios que conforman la opinión pública, las agencias de información y de propaganda.

Toda la moderna civilización económica ha adoptado la forma de una civilización urbana, una civilización de grandes ciudades. Tanto las aglomeraciones industriales creadas a partir de fragmentos cerca de las fábricas como los barrios comerciales y obreros, que rodean y sumergen las viejas ciudades, responden al mismo tipo de estructura; son la prolongación de las grandes ciudades en las regiones del tipo antiguo, e incluso en medio del campo.

Es cierto que hay todavía algo más que esos vestigios religiosos, esos elementos de vida política y esos aparatos económicos: está la vida urbana en sí misma, tal como se organiza en las grandes ciudades de ese género; el hecho de que individuos, familias y grupos se hayan fijado e instalado allí desde hace tiempo, habiendo tomado de algún modo la forma del asentamiento urbano del que forman parte, participando desde hace tiempo en todos los campos de actividad, en todos los modos de satisfacción de las necesidades que comportan e incitan las grandes ciudades.

Descartes observaba que "esas antiguas ciudades que no siendo originalmente sino aldeas se han convertido en el curso del tiempo en grandes ciudades, están de ordinario tan mal compuestas, en comparación con esas plazas regulares que un ingeniero traza a su fantasía en la llanura, que se diría que es la fortuna (el azar) más que la voluntad de algunos hombres haciendo uso de la razón lo que las ha dispuesto de tal modo"(ii). Habría así dos tipos de ciudades: unas serían en gran medida el resultado de circunstancias ligadas al tiempo y a los lugares, cuya configuración actual no podría comprenderse sino a condición de distinguir en ella todos los estratos sucesivos, incluso los más superficiales; otras manifestarían un diseño racional, confeccionado por uno o varios arquitectos competentes, y responderían a las necesidades del momento, que en la actualidad son las necesidades del comercio y de la industria, predominantes en efecto para nosotros.

A pesar de esto, veamos cuál es el problema esencial que se plantea en esas grandes ciudades desde el instante en que se constituyen partiendo de tipos estructurales muy diferentes. París (y, en verdad, también otras capitales europeas) poseía una antigua configuración que era el resultado de todo un pasado histórico. Constituía un conjunto de partes unidas en principio unas a otras por un lazo bastante débil que poco a poco adquirieron conciencia de su unidad. Bajo la presión de una población más numerosa y móvil fue preciso crear nuevas vías más amplias, largas y mejor coordinadas, considerando no obstante sus tradicionales usos. Se trataba de adaptar el antiguo e irregular viario, que a pesar de ello prefiguraba un marco vivo y resistente, a una población más homogénea cuyos elementos pasan a encontrarse fundidos entonces en una masa colectiva más uniforme.

Reparemos ahora en una gran aglomeración americana, Chicago. Una ciudad inmensa, trazada y construida en cincuenta años sobre un terreno llano, en un suelo virgen. Una creación artificial, voluntaria y casi brutal. Todo en ella se ha sacrificado al crecimiento, a la rapidez y a la facilidad de la circulación. Un marco regular y geométrico, hecho de calles rectilíneas, indefinidas, que se cortan en ángulo recto. El diseño del viario se ha trazado desde el primer momento, como un proyecto de conjunto; a continuación se han construido las casas mediante bloques estrechamente ceñidos al centro, pero muy a menudo con grandes espacios vacíos. La ciudad espera y llama a los habitantes, sin plegarse a sus prácticas e imponiéndoles las que derivan de su propia estructura.

Sin embargo, se tiene la impresión de que la estructura de Chicago parece muy accidentada y variada, y que a pesar de las vías directas, los barrios están posiblemente más separados y aislados que en París, sobre todo si no olvidamos que con una población apenas más numerosa, esta ciudad ocupa una superficie seis veces más extensa.

Esto es lo que hace difícil armonizar dos tipos de estructura que responden a necesidades distintas y casi opuestas, un asentamiento urbano que es como un organismo, y un asentamiento industrial junto con la población obrera que se reúne en él, tanto más cuanto que una gran parte de esos obreros son inmigrantes.

Aquí observamos con claridad cómo la unidad de esas grandísimas ciudades está condicionada por la rapidez desigual de su formación. En vez de una serie de barrios yuxtapuestos, advertimos una sucesión de capas sociales superpuestas. Pero las más sedimentadas, las más estables, las que constituyen realmente el corazón y la sustancia del organismo urbano, quedan por debajo de las otras, que las cubren e impiden ver. Esas otras capas (obreros, inmigrantes, etc.) que quedan en el exterior, en realidad y a pesar de las apariencias, más o menos alejadas de la zona auténticamente orgánica e interna, son más móviles y están menos atadas a la ciudad aun cuando se encuentren incluidas en su recinto. Sólo penetran en ella con lentitud y no participan sino desigualmente de su vida general.



Notas

(i) "La structure morphologique des grandes villes". Ponencia de Maurice Halbwachs recogida en las Actas del XIV Congreso Internacional de Sociología, Instituto de Investigaciones Sociales de Rumanía, Bucarest, 1939, p. 22-27. Traducción al español de Emilio Martínez, profesor titular de Sociología Urbana, Universidad de Alicante.

(ii) Incluimos la referencia completa del Discours de la méthode de R. Descartes (1637) donde puede leerse lo siguiente: "Se ve, en efecto, que los edificios que ha emprendido y acabado un solo arquitecto suelen ser más bellos y mejor ordenados que aquellos otros que varios han tratado de restaurar, sirviéndose de antiguos muros construidos para otros fines. Esas viejas ciudades que no fueron al principio sino aldeas y que con el transcurso del tiempo se convirtieron en grandes ciudades, están ordinariamente muy mal trazadas si las comparamos con esas plazas regulares que un ingeniero diseña a su gusto en una llanura; y, aunque considerando sus edificios uno por uno, encontrásemos a menudo en ellos tanto o más arte que en los de las ciudades nuevas, sin embargo, viendo cómo están dispuestos -aquí uno grande, allí uno pequeño- y cuán tortuosas y desiguales son por esta causa las calles, diríase que es más bien el azar, y no por la voluntad de unos hombres provistos de razón, el que los ha dispuesto así" (Discurso del método, edición y traducción de Risieri Frondizi, Madrid: Alianza, 1982)..



© Copyright Emilio Martínez y Aina López, 2002
© Copyright Scripta Nova, 2002

Ficha bibliográfica:
MARTÍNEZ, E., LÓPEZ, A.
El desarrollo de la morfología social y la interpretación de las grandes ciudades. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales, Universidad de Barcelona, vol. VI, núm. 111, 15 de abril de 2002. www.ub.es/geocrit/sn/sn-112.htm [ ISSN: 1138-9788]


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