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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VII, núm. 146(014), 1 de agosto de 2003

EL PROBLEMA DEL SUELO Y LA VIVIENDA OBRERA EN EL SOCIALISMO NORMALIANO. LA PERSPECTIVA CRITICA DE MAURICE HALBWACHS (1908-1912)

Emilio Martínez Aina López
Universidad de Alicante


El problema del suelo y la vivienda obrera en el socialismo normaliano. La perspectiva crítica de Maurice Halbwachs (1908-1912) (Resumen)

El socialismo normaliano (una corriente intelectual que apoya a Jaurès en la SFIO) presenta sus análisis y propuestas para la administración municipal de París en varias publicaciones. Les Cahiers du socialisme, l'Humanité y La Revue Socialiste recogen las contribuciones más valiosas. En estas publicaciones el sociólogo Maurice Halbwachs muestra el diagnóstico social preciso sobre el problema del suelo, la planificación urbana y la cuestión residencial.

Palabras clave: socialismo normaliano, Maurice Halbwachs, planificación urbana.

Land problems and working class housing in the normalian socialism.  The critical perspective of Maurice Halbwachs (1908-1912) (Abstract)

"Normalianne" socialism (a current of opinion at the very heart of SFIO) set out their analysis and proposals to local administration in several fronts and publications. The most significant contributions figure in Les Cahiers du socialisme, l'Humanité and La Revue Socialiste. There, sociologist Maurice Halbwachs show in his works the social diagnostic about land speculation, housing problem and town planning.

Key words: normalian socialism, Maurice Halbwachs, urban planning.

Crecimiento urbano y perfil del problema de la vivienda en Francia (siglos XIX-XX)

El proceso de urbanización que experimentó la sociedad francesa desde mediados del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX se caracterizó por importantes desequilibrios territoriales, sociales y económicos. Fue sin duda un proceso más tardío que el de Inglaterra, donde la industrialización avanzó más temprano e indujo antes un crecimiento urbano caótico y desenfrenado; comparado con Alemania, su ritmo fue más lento y en consecuencia tardó más en generar una tupida red de ciudades -no siendo ajeno a esto la propia organización política del Estado francés-. Pero independientemente de las diferencias que podamos hallar en su origen y velocidad, allí donde progresó el proceso de urbanización provocó efectos muy parecidos.

Hubo un notable y sostenido trasvase de población del campo hacia las ciudades, que comenzaron a incrementar su tamaño, de forma desigual pero continua. Si en 1811 en Francia eran 422 las poblaciones mayores de 3.000 habitantes, cien años después eran 792, con una población total estimada de 12.375.000 (1). Desde 1831 el crecimiento urbano no dejó de avanzar; y aunque Francia era aún un país de pequeñas ciudades, donde la vida urbana se distinguía mal de la vida rural, la urbanización se afirmaba como una tendencia imparable. París, Lyon, Burdeos y Marsella comenzaron a crecer significativa y rápidamente.

El proceso de urbanización no sólo dio lugar a un cambio en la distribución de la población sobre el territorio sino que también se tradujo paulatinamente en una transformación de la cultura y de la vida cotidiana, cuya base material era muy diferente de las actividades anteriores. Los modos tradicionales de vida, las instituciones que los sostenían, y las cosmologías que encarnaban fueron desplazados poco a poco hasta desaparecer bajo el peso de una nueva forma de existencia, dinámica y adaptativa, que la industrialización y la ciudad exigían. Los procesos de descomposición grupal fueron acompañados en ocasiones de episodios paralelos de desmoralización personal; la progresiva proletarización en un contexto atomizado no impidió la búsqueda de soluciones individuales, a veces mediante comportamientos desviados, típicos de una vida en estado de excepción; y todo ello convivía con los esfuerzos de organización social popular, bien en la tradición revolucionaria francesa, bien en la nueva ideología socialista. El crecimiento urbano estuvo presidido cada vez más por la segregación social, por la especulación del suelo y de las condiciones de alojamiento: falta de servicios urbanos, insalubridad, hacinamiento.... Los pudrideros urbanos populares fueron pasto de las sucesivas epidemias que asolaban las ciudades del XIX, especialmente en los centros industriales.

En La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), F. Engels describe al detalle, a partir de sus propias exploraciones y de los informes de higienistas y reformadores contemporáneos, la difícil supervivencia de la población obrera en los tugurios en que habita. Y la forma en que viven y mueren en los barrios de Manchester, Leeds, etc., expresa muy claramente que no dejan de ser sino población "superflua". La manera en que satisfacen la necesidad de alojamiento no difiere apenas del modo en que satisfacen sus necesidades de alimentación y vestido. La búsqueda de ganancia y el conflicto social preside la vida en la ciudad industrial y gobierna su crecimiento. Años más tarde, en El problema de la vivienda (1872), Engels regresa a la cuestión urbana a propósito de la polémica con Müllberger y los proudhomianos, que no aciertan a subsumir el problema urbano y residencial en la cuestión social. En este texto, en el que no nos vamos a detener, observamos que buena parte de sus observaciones y de sus críticas remiten a la experiencia de la urbanización francesa: la "haussmanización" o el urbanismo de fachada, arquetipo de la intervención del Estado y de la burguesía en la ciudad; los desvaríos utópicos que, como adalides de la buena nueva humanitaria, remiten la revolución a una solución fantástica; las actuaciones entre moralizantes y disciplinares de las "ciudades obreras", que rompen la gestación de la estructura colectiva del proletariado.

En efecto, Francia y su capital en especial son testigos de sucesivos intentos por hacer frente al desarrollo urbano inducido por el crecimiento industrial y comercial capitalista. Sin duda, la operación más conocida es el "embellecimiento estratégico de París" a mediados del siglo XIX, a cargo de Haussmann. Los "percements" (aperturas en el tejido) responden a las necesidades de higiene, circulación y belleza de la ciudad moderna; pero apuntan asimismo a un propósito de segregación y diferenciación del espacio. El centro, sobre el que se ejecutan las obras, los derribos y las aperturas de vías y bulevares, se convierte al cabo de los trabajos en el escenario óptimo (y casi excluyente) para las modalidades de sociabilidad burguesa; salvo algún islote enquistado en el tejido central, los tugurios desaparecen para volver a surgir en la periferia a la que han sido desplazadas las clases populares. Todo el proceso de ordenación va acompañado de una especulación inmobiliaria sin precedentes. Zola perfila esta realidad en varias de sus obras (Thérèse Raquin, Le Ventre de Paris), cuando M. Vautour y Pipelet, los oscuros y cotidianos personajes perfilados por Daumier y Eugène Sue, son parte del paisaje de París.

Como un Jano moderno, la gran ciudad expresa lo mejor y lo peor: de un lado, los escenarios burgueses (nuevas vías, bulevares y galerías donde desplegar la sociabilidad de buen tono); de otro, los tugurios más miserables. En estos pudrideros las sucesivas epidemias de cólera, tifus y otras enfermedades asociadas a las condiciones de vida, alimentación e higiene, asolan la población. Así, la fiebres tifoideas de 1873 y 1882, y las epidemias de cólera del 1832, 1882 y 1892 causaron abundantes víctimas. El cólera de 1832 causó 18.602 muertes en la capital; pero en las zonas más sórdidas la tasa de mortalidad era muy superior (33,38 por ciento) a las de otras zonas más salubres (19,50 por ciento) (2). En 1892 - según observan en su estudio F. y M. Pelloutier (La Vie ouvrière en France, Paris, 1900)- se volvió a comprobar que los distritos populares eran los más afectados, donde las condiciones de alojamiento eran más miserables.
 

Vivienda social y planteamientos de intervención

En este contexto surge la cuestión de la vivienda social. Si en 1850, Louis Lazare refería en La Revue Municipal "Al recorrer la ciudad de París hasta las fortificaciones, hemos registrado 269 callejuelas, enclaves, patios, pasajes o casuchas levantados al margen de cualquier intervención o control municipal. La mayor parte de estas propiedades particulares.... revuelve el estómago" (3); todavía en 1900, F y M.Pellutier podían describir con horror la vivienda obrera: "Entrad ahora en la menos repulsiva de las casas que bordean esas vías. Seréis inmediatamente sofocados por el olor penetrante que se desprende de las letrinas, situadas en medio de cada piso, siempre abiertas, raramente aseadas y que sirven cada una a unas diez o quince personas. La escalera, de 80 a 90 centímetros, parece una tripa, y la oscuridad es allí profundísima incluso a pleno día. Subid ahora; a medida que uno se aproxima al piso superior, un tufo más nauseabundo oprime la garganta y revuelve el estómago: es el aroma de los plomos, situados, como las letrinas al borde de la escalera. Abrid una puerta cualquiera y penetrad: parece que os dais de cabeza en el techo; la triste penumbra y el sucio cielo de invierno reina en cualquier estación en esta morada; el aire es pesado y mefítico y por la ventana entran durante el verano las emanaciones del arroyo. Es el domicilio del trabajador." (4)

El movimiento en pro de la vivienda social, las denominadas habitations à bon marché (HBM) o casas baratas, destinadas a satisfacer las necesidades de alojamiento de las clases desfavorecidas (se evita en la medida de lo posible decir clases trabajadoras o proletariado) se inicia en el siglo XIX a partir de las denuncias de los higienistas y reformadores sociales sobre las condiciones de vida en la ciudad. Los propagandistas de la salud pública, que tan destacado papel desempeñarán en el nacimiento del urbanismo moderno y en las primeras legislaciones sobre la vivienda (ley de 1850 sobre saneamiento de viviendas insalubres, por ejemplo), se aproximan a la noción de vivienda mínima. Ésta vendría dada a partir de una cuantificación del tamaño y número de piezas del alojamiento, de acuerdo con una cubicación del aire que garantizase unas mínimas condiciones higiénicas. Es preciso hacer notar que conforme avanza este movimiento se advierten distintas concepciones e intereses en el modo de lograr los objetivos de la vivienda social. Cómo satisfacer el acceso, en qué extensión y en qué régimen son cuestiones que remiten al universo más amplio del orden social, económico y político en el que la vivienda se inscribe. No siempre es fácil delimitar qué dimensión, si moral, económica o política, prevalece más en el modo de enfocar la cuestión residencial, dado que se trata de planos de un mismo objeto. Dimensión moral: la vivienda es la condición material del hogar, elemento clave de la socialización del individuo en el seno del grupo; la reproducción de los valores y normas de convivencia pasa por la vivienda. La desarticulación, la desviación y los comportamientos asociales en los barrios bajos se atribuyen a las condiciones del alojamiento por la misma razón que los literatos llegan a ver en esos espacios públicos una peculiar sociabilidad no pocas veces mitificada. Como elemento de fijación, la vivienda tiene interés político: no existe mejor control social que la distribución y mantenimiento de la población en mónadas familiares. Dimensión económica: la vivienda asoma su perfil mercantil en una dinámica de crecimiento urbano sustentado en la especulación privada. La burguesía percibirá en la esfera inmobiliaria la posibilidad de extender su valores y sus beneficios.

Una orientación en la que es fácil advertir cómo a la vivienda se le asocian todos esos planos anteriores, aunque resalte sin duda la dimensión política del control social, viene dado por las denominadas ciudades obreras (que en realidad son ciudades patronales), como la famosa operación de Dollfüs en Mulhouse (Alsacia, 1853) a la que seguirían muchas más. Promovidos por los patronos, nacidos en las proximidades de la factoría, estos conjuntos habitacionales son aparentemente una solución de conveniencia mutua: garantizan la presencia más o menos estable de una masa de trabajadores que, a su vez, ve satisfecha la necesidad una vivienda mínima. No obstante, la dependencia y el control social de los trabajadores es aquí mucho más poderoso: los dispositivos espaciales actúan en calidad de sutiles instrumentos disciplinares, como el régimen de propiedad disciplina en otro plano. Trabajo, hogar y manutención quedan a merced de la venia del patrón. El estudio de S. Jonas sobre Mulhouse pone de manifiesto que el salario del jefe de familia resultaba insuficiente para hacer frente las mensualidades: las mujeres y los hijos debían trabajar también para acceder a la propiedad (5).

La disciplina, la fidelidad y el control se advierte asimismo en las realizaciones que parten de la iniciativa del estado, como sucede en la famosa Cité Napoleón (1851), mezcla de principios caritativos, intereses populistas y racionalidad saintsimoniana bajo el prisma de la dominación bonapartista.

La vivienda social es un terreno más que apto para que la vocación filantrópica se afirme sobre la simple caridad. La filantropía se sitúa con claridad al lado de los propagandistas de la higiene pública pero vacila entre las fantasías utópicas (Familisterio de Godin) y el moralismo de raíz conservadora y cristiana. La primera etapa se caracteriza por acciones aisladas que van dando cuerpo a una serie de sociedades anónimas para la construcción de casas colectivas (Rouen, en 1886; Lyon, 1986; París, 1887; Marsella, 1888). Es una tentativa que se mira en la filantropía británica y que es seguida después de un planteamiento de mayor consistencia y alcance: el paternalismo de los católicos-sociales de F. Le Play. Los leplaysianos (la Economía Social, El Museo Social, sección higiene....) sitúan entre sus objetivos acabar con los alojamientos insalubres que minan las condiciones físicas y morales de los desfavorecidos. Lo hace desde ese falso amor que mantiene la distancia y la autoridad, el paternalismo dirigente que afirma su racionalidad superior Coincidiendo con la Exposición Universal de 1889 tiene lugar un Congreso de viviendas baratas -donde la experiencia británica sigue marcando la pauta- del que saldrá la Sociedad francesa de HBM animada por Jules Siegfried y Georges Picot. Para esta sociedad la solución del problema físico del alojamiento es tan importante como la solución del problema social (y moral). Y la vivienda actúa en todos los frentes desde la higiene publica a la paz social. Sus propuestas pasan por (a) el acceso en régimen de propiedad, para evitar la inestabilidad derivada de las oscilaciones de precios y del alquiler, y sobre todo para moralizar al obrero: "La posesión de su propia casa opera sobre él una transformación completa (...) se convierte al obrero en un jefe de familia verdaderamente digno de este nombre, es decir, moral y previsor, arraigado y con autoridad sobre los suyos (...) En verdad, es su casa la que lo 'posee'; lo moraliza, lo asienta y lo transforma" (6); y (b) un diseño de vivienda social preferiblemente de tipo unifamiliar: exaltación moral del hogar, fijación del hombre a la tierra, continuidad volitiva con la inocencia del agro. Pero hay algo más, lo idílico muestra su lado perverso: un dispositivo espacial así favorece la incomunicación entre los miserables. ¿Puede aún extrañar que en el momento de su constitución, la Sociedad francesa de HBM declare como deseable "dificultar la propaganda de las ideas socialistas entre la clase obrera" o que "los planes serán concebidos con la idea de evitar toda ocasión de encuentro entre los habitantes" (7).

Las iniciativas de los leplaysianos, en cualquier caso, irán conformando las aisladas actuaciones sobre la vivienda social, no obstante siempre de mayor calado que las escasas operaciones llevadas a cabo por las cooperativas constituidas ad hoc en calidad de "sociedades de construcción"). Fruto del esfuerzo del movimiento es la Sociedad francesa de HBM, y una ley de iniciativa particular tendente a regular y mejorar la construcción de las viviendas para las familias desfavorecidas, también familias numerosas. La Ley Siegfried (1894) de ayuda a las HBM posibilita la financiación de las cajas de ahorro y depósito. A ésta le siguen la ley Strauss de 1906 que hace obligatorios los "comités de previsión social y patronazgo de las HMB", regulando asimismo la calidad de las viviendas cosntruidas; la ley Ribot de 1908, que aumenta la posibilidad de intervención estatal en la financiación (ayudas a la piedra), que obtendrá una forma más eficiente y lograda en la Ley Bonnevay de 1912. Una ley, esta última, que es mirada por el socialismo normaliano del Sena como una solución parcial en comparación con la reforma propuesta por el socialista Brunet en la Cámara.

La sucesión de leyes en tan poco tiempo es elocuente de por sí; nos informa de su escasa operatividad. Se llevan cabo ciertas realizaciones bajo los auspicios de la SF-HBM (nombrar, cuantía de viviendas), pero los resultados, escasos, están condicionados por una ayuda escasa, apenas simbólica, salvo en París y la zona del Sena (donde se vende suelo público barato a las HBM). Casi todo es iniciativa privada, que discurre entre la fantasía de unos, la caridad de otros y la búsqueda de beneficio de casi todos. De hecho, el crecimiento urbano y la construcción de viviendas opera en manos privadas: los agentes especuladores marcan los tiempos y el desarrollo pese a los "planes" de las autoridades y las necesidades de la población más desfavorecida. La concepción liberal de la vivienda tiende a considerar ésta como una mercancía más, y dentro de esta perspectiva economicista hay que reconocer que la vivienda pobre es incluso más rentable para su arrendador: no sólo es mayor su renta bruta en comparación con su valor, sino mayor su rendimiento por cuanto los gastos de mantenimiento se reducen en su caso al mínimo, lo que no sucede en los barrios ricos.

Fracaso de los proyectos filantrópicos: la realidad capitalista no es discutida, envuelve su actuación y es parte de las propias sociedades de HBM, que han de repartir dividendos. Por eso, frente a los partidarios de dejar la vivienda en manos de los agentes privados, se afirman cada vez con más fuerza los partidarios de la intervención del Estado. Esta orientación es muy cara en el socialismo francés, fuertemente estatalista. La concepción del socialismo, sobre todo en los trabajos del grupo normaliano, llevan la cuestión residencial a la cuestión urbana y social. Se apoya en el reconocimiento del papel que la vivienda tiene en la extensión de la ciudad, en su forma y calidad. Y esto es algo que la propia arquitectura va comprendiendo: la vivienda social ya no será en adelante un artefacto despreciable para el arte de construir -si bien sigue decantándose por la edificación suntuosa de la burguesía-; pero desde el momento en que la arquitectura asume plenamente su función social resulta más fácil su incorporación al urbanismo.
 

El socialismo normaliano y la ciudad: el programa municipalista

En ese contexto, sobre la base de una concepción de la ciudad como bien público, las tesis intervencionistas fueron firmemente defendidas por el movimiento socialista, que veía en esa actuación la posibilidad de limitar el poder de los agentes privados capitalistas en la configuración urbana; además, objeto de reforma social, la vivienda permitiría asegurar el bienestar de la población. No hay que olvidar aquí la vieja tradición proudhomiana y el valor que otorgaba a la vivienda en la emancipación de la clase obrera. Estos planteamientos, que remiten en definitiva el problema residencial a la cuestión urbana, sin perder de vista su vinculación con la reforma social, encontrarían un tratamiento singularmente moderno en los trabajos del Grupo de Estudios Socialistas, en particular en los trabajos del sociólogo Maurice Halbwachs.

El Grupo de Estudios Socialistas (GES), una iniciativa de R. Hertz, A. Thomas y F. Simiand, lo forman unos cuantos socialistas formados en la tradición de la calle Ulm, convertidos a la causa bajo la influencia del célebre bibliotecario de la Escuela Normal Superior, Lucien Her. Muchos de ellos son también durkheimianos, como los citados. El GES se propone participar en el debate público proporcionando claves de análisis y líneas de actuación desde un compromiso político y desde una orientación positiva, todo lo cual termina por dar a sus trabajos un estatuto incierto donde lo normativo se construye sobre lo descriptivo, aunque en absoluto esto les reste vigor y profundidad.

A instancia del GES nacen Les Cahiers du socialisme, una publicación que puede verse como una de las muchas aventuras editoriales de los socialistas normaliens que apoyan la corriente humanista de Jean Jaurés (normaliano, como ellos) en la refundada Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO), frente a la corriente marxista de Jules Guesde. Iniciados en 1908 a la manera de los Fabian Tracts en que se miran, Les Cahiers plantean con "espíritu positivo las cuestiones que interesan a la propaganda y a la acción socialista" (F. Simiand) (8). En ellos -como también viene haciéndose en l'Humanité y en la Revue Socialiste- se desgrana poco a poco el programa del socialismo municipal de la Federación del Sena, particularmente en lo relativo a las cuestiones de suelo, vivienda, alquileres, higiene pública, administración municipal, expropiaciones y espacios libres.

La cuestión urbana está en el núcleo de sus preocupaciones; en realidad resulta difícil abstraerse de los efectos del crecimiento de las grandes ciudades y la emergencia del urbanismo. En 1908, además, el contexto local resulta particularmente importante para el socialismo francés: se trata de un momento en que se debate el futuro de los terrenos que han quedado libres al desafectar las fortificaciones de París y, naturalmente, de una coyuntura en la que se manifiesta la presión de los distintos actores urbanos para expandir el recinto de la ciudad. Junto a ello, el eterno problema de la vivienda social que sigue sin solución. En ese momento se advierte una confluencia de intereses y actores (higienistas, estetas, partidarios de la ordenación racional de la ciudad, municipalistas, socialistas y miembros de la sección de higiene urbana y rural del Museo Social) que desean poner en marcha las reformas sociales y urbanas que la ciudad demanda desde hace tiempo. L'Humanité dedica numerosos artículos a las cuestiones de interés municipal. incluido el mantenimiento de los espacios colectivos. Albert Thomas interviene en el debate desde Les Cahiers con un escrito sobre "Espaces libres et fortifications" (nº 4, 1908). Antes, Germet ha planteado las realizaciones del "socialismo municipal" en el extranjero, la asistencia pública ha sido tratada por Bianconi; las finanzas públicas y el octroi por Séran y la cuestión del alquiler de la vivienda y el problema del suelo es un tema encargado a Maurice Halbwachs (9). En este autor, precisamente, se observa el alcance de una perspectiva más amplia donde el problema de la vivienda se vincula necesariamente a la cuestión del suelo, y en particular al estatuto de este bien bajo el capitalismo.

En 1908 Halbwachs escribe para Les Cahiers un trabajo sobre la problemática fundiaria de las municipalidades; también remite otros escritos breves al diario de Jaures ("La hausse des loyers". L'Humanité 29 de abril de 1908, p. 1; "Le probleme des loyers", L'Humanité 4 de mayo de 1908, p. 3). En 1912, cuando las elecciones municipales están otra vez en el aire, y los problemas siguen siendo los mismos, remite de nuevo unos artículos a l'Humanité de Jaurés y a La Revue Socialiste de A. Thomas sobre el problema de los alquileres y en apoyo del Proyceto Brunet de intervención pública ("Contre le logement cher. Le bilan des sociétés privées, l'Humanité 4 de abril de 1912; "Les loyers à Paris et la hausse des prix", l'Humanité, 7 de abril de 1912; "La hausse des loyers et le project Brunet. Vers la régie directe" , La Revue Socialiste, 325, 15 de enero de 1912) (10).
 

Especulación del suelo, planificación urbana y alojamiento obrero en la perspectiva de M. Halbwachs

El planteamiento de Halbwachs en La politique foncière des municipalités (1908) es deudor de la investigación sobre las expropiaciones y la especulación del suelo en París que viene realizando con motivo de su tesis doctoral. Las leyes del desarrollo urbano se interpretan en los términos de la morfología social y de la sociología económica del círculo de l'Année en el que Halbwachhs se integra hacia 1904. Pero, como ha hecho notar Topalov (1997), junto a esta orientación durkheimiana se observa la presencia de las tesis socialistas sobre la fijación del "alquiler máximo" y la recuperación de las plusvalías y las propuestas de un arte aún en estado de gestación que será conocido poco después como "urbanismo". En su discurso, de hecho, el urbanismo se presenta como un vector posible de reforma social, como un instrumento político excelente en manos del reformador socialista. Ni discurre como el simple ideólogo ni es un investigador de gabinete: desde sus tiempos en la Escuela Normal forma parte del grupo de estudiantes de asistencia social, y después, visita los tugurios de la ciudad (como el de Juana de Arco, el tugurio más famosos de la época, una construcción de casas baratas tipo cuartel que nada ha solucionado para sus habitantes (11)).

El texto permite vislumbrar la capacidad de Halbwachs para proponer sobre la base de un análisis positivo, el diagnóstico preciso y las líneas de actuación y gestión del desarrollo urbano conforme a los principios de justicia social y revolución que postula el grupo socialista normaliano. Pero el inteligente empleo de la retórica revolucionaria apenas logra ocultar un planteamiento de fondo más bien reformista, coherente con el programa del que participa y con las inquietudes a las que responde: la socialización del suelo, las expropiaciones por motivo de interés general, las urgentes reformas de muchos sectores urbanos, el problema de la vivienda en los barrios pobres, las preocupaciones de los municipalistas y de los movimientos higienistas en pro de la ciudad-jardín, etc.

Halbwachs advierte en La politique foncière (1908) que el capitalismo, agente de cambio social y no mera condición, ha transformado las grandes ciudades en contenido, significado y forma. Ni la noción de la ciudad como bien público ni el equilibrio obra-naturaleza forman parte de su patrimonio. Para entonces la ciudad tradicional ya es tan sólo un recuerdo, y las raíces de esa mutación se hallan en gran medida en el hecho de que el suelo urbano se afirma cada vez más como una mercancía, pura y simplemente. Mercancía singular pese a todo, pues se trata de un bien necesario y limitado que es objeto de apropiación y acaparación privada y que, por ende, año tras año, incrementa su valor como consecuencia de la intervención de fuerzas y factores exógenos. "A medida que se construyen nuevas casas y barrios, cada parcela que persiste adquiere un valor creciente. Los espacios sobre los que se erigen las casas representan año tras año más riqueza. Los propietarios de las viejas casas, en los barrios más o menos céntricos, advierten cómo sus bienes se acrecientan cada año sin gastos ni trabajo por su parte, por el mero hecho del crecimiento de la ciudad y de su incremento demográfico" (12). Así sucede en todas las grandes ciudades, como delatan los datos manejados por el autor. Pero en el interior de cada una de ellas el proceso está muy lejos de ser homogéneo: unos barrios sufren más la especulación que otros, y las ganancias y perjuicios que ocasionan tampoco se reparten uniformemente. La valoración del entorno es diferencial y en consecuencia la plusvalía (he aquí la lectura culturalista sobre el uso y precio del suelo). El socialista apenas vacila: la colectividad que crea esa riqueza puede y debe intervenir sobre ella para frenar el lucro ilegítimo y actuar discriminatoriamente en razón de la justicia social."Todos los propietarios de París se han beneficiado de la instalación de estaciones, de la ampliación de las vías públicas, de los trabajos que han embellecido y ordenado mejor la ciudad. Ahora bien, todo esto es obra de la municipalidad, o bien resultado de la actividad colectiva de todos sus habitantes: se trata, pues, de una riqueza creada por los ciudadanos a quienes asiste todo el derecho de reivindicarla" (13).

Del examen histórico practicado se desprende que algunas de las formas articuladas en supuesto provecho de la ciudad, por ejemplo la expropiación con motivo de utilidad pública -que por los principios y fines que enuncia porta consigo la promesa de un cambio radical - no logran satisfacer las esperanzas depositadas. Todo lo contrario, Halbwachs es consciente de que durante en el Segundo Imperio se invirtieron los efectos de la acción o surgieron otros no esperados. ¿A qué responde esta perversión? En primer lugar, es posible que se deba a que el instrumento jurídico de la expropiación, tal como fue concebido por el legislador de 1841, no permitiera su aplicación inmediata y eficiente al suelo urbano, siendo otros sus fines. Pero a la cuestión técnico-legal Halbwachs añade una lectura de tipo estructural: el alineamiento de clase entre el capital y las autoridades locales (el Prefecto es nombrado por el ejecutivo) que deja en suspenso la representación efectiva de los intereses colectivos. Por último, y vinculado a los aspectos técnicos y políticos, Halbwachs advierte una cuestión de procedimiento (que afecta a hechos sustantivos): el proceso se deja en manos de particulares y comisiones de propietarios, muy dados al sofismo fácil, y sobre todo muy celosos de la significación de la propiedad privada. Unos y otros evalúan y dictaminan la pertinencia y coste de la expropiación (que irá a cargo de la ciudad). El universo de la propiedad privada jamás se abandona. A los argumentos audaces sobre la rentabilidad presente y futura de las propiedades fundiarias -un aserto tendente a observar una especie de lucro cesante que en la mayoría de los casos responde a conjeturas remotas o dudosas- se añaden, si es necesario, los aspectos simbólicos y afectivos de la propiedad, siempre y cuando éstos puedan traducirse en un incremento real de las indemnizaciones. Por lo anterior, la mistificación de la propiedad privada no deja de reforzarse a cada instante, y la expropiación refuerza el proceso especulativo. Al cabo, el interés general que motiva la expropiación termina acomodándose a los intereses privados de los propietarios.

De acuerdo con Halbwachs, habría que establecer una diferencia en función de los sectores urbanos en que se actúa: los barrios ricos y los barrios obreros. En los primeros, las intervenciones persiguen adecentar y mejorar el tránsito y el poblamiento, la escenografía y el engranaje de la ciudad burguesa. De este deseo se benefician los especuladores: aquí, las plusvalías diferenciales asociadas al valor de opinión y al del capital invertido se acrecientan. Pero los sectores populares son continentes residuales (de contenidos sociales igualmente residuales), y en consecuencia el valor de los terrenos es menor. La iniciativa privada no responde a sus necesidades, motivo por el que el grupo normaliano aboga por una intervención pública diferenciada, por una discriminación positiva.

Si se compara este discurso con el desplegado en Les expropiations et le prix des terrains à Paris (1860-1900) (1909), su tesis doctoral, es fácil advertir una diferencia sustancial en la calificación del estatuto del especulador. Sin duda, se observa un cambio de registro y un tono diferente en el discurso. Siendo uno el que habla, son dos los que matizan: el científico y el político. En su trabajo científico, la argumentación tendía a presentar al especulador en su funcionalidad positiva al margen de toda consideración moral. El especulador, una fuerza natural más, se adelantaba a las necesidades colectivas, era capaz de leerlas en esos movimientos de población, siempre más eficiente y rápido que las autoridades locales. Sin embargo, en La politique, el discurso otorga mayor peso al enjuiciamiento moral, pues sólo desde ese universo es posible proponer la posibilidad de que la ciudad actúe legítimamente en calidad de agente especulador para el beneficio colectivo. No parece condenarse tanto la institución como su uso, sus fines y sus beneficiarios privados. Lo que parece consustancial en el marco de un sistema socioeconómico basado en la existencia de la propiedad privada, la especulación, es condenada cuando se realiza a expensas de las arcas municipales y de las condiciones de vida de la población (14).

El programa del socialismo normaliano, donde el suelo asume un estatuto público, un carácter social, se propone no acabar con esa riqueza creada sino dominarla para evitar el abuso y la acaparación privada de las plusvalías generadas por la colectividad. Los medios perfilados, que espera respondan a la eficacia y justicia de un movimiento reformista son: impuestos indirectos, la recuperación de inmuebles y muy especialmente el uso, al modo inglés, del arriendo enfitéutico; también la formulación de una normativa urbanística que permita una intervención eficaz y diferencial según los sectores urbanos, además de disponer de fondos para mejorar las condiciones de la población en su conjunto, sobre todo de la clase trabajadora (viviendas, equipamientos, reducción de alquileres, etc.). No sólo se anhela que el espacio urbano no muestre la fragmentación social que avanza con el capitalismo -y que se acentúa también mediante las actuaciones de vivienda social que estigmatizan sectores y pobladores- sino que se ofrecen los medios para lograrlo: los instrumentos de la reforma social, de la terapéutica ambiental. Con ello se apunta a la idea de una ciudad compartida como ámbito de experiencia común.

El socialismo se adelanta ahora a las "necesidades sociales", para conformar su representación de la equidad, habida cuenta de que el especulador no actúa por igual en todos los barrios ni ante todas las demandas y carencias de la población. Los barrios obreros y su población quedan al margen de ese movimiento natural. En parte, por su escaso interés; en parte, también, por la debilidad con que esas demandas se expresan entre la clase obrera. Así, en La classe ouvirère et les niveaux de vie (1913) y después en Analyse des mobiles dominants qui orientent l'activité des individus dans la vie sociales (1938), Halbwachs observa el poco gasto destinado al alojamiento entre los obreros de la gran industria, la escasa necesidad que sienten de mejorar su condición residencial (en tamaño y comodidades). El problema de la vivienda sigue siendo un problema de las clases ilustradas. "Existe una unidad de mercados para los alimentos, y dentro de ciertos límites, para el vestido. Pero no sucede lo mismo para las habitaciones. Existe un mercado de habitaciones ricas o que corresponden a una categoría social elevada, y otro mercado de alojamientos para la clase obrera. (...) Les es más difícil establecer una comparación entre esos pisos y sus alojamientos (...). Por otra parte no existe una gran diferencia, desde el punto de vista de apariencia exterior y lujo relativo, entre los talleres donde trabajan los obreros y los alojamientos en que acostumbran a vivir." (15). De ahí derivan, sin embargo, las dificultades para organizar una vida familiar, el poco tiempo disponible para lograrlo, el desapego hacia el hogar entre la clase obrera. Así, la calle, ese espacio intermedio entre el taller y la casa, se convierte en el medio más natural y agradable para el obrero, que se demora en ella y se deja impresionar por sus imágenes e influencias.

Una política social del suelo debe ir dirigida al bienestar de la población y a asegurar un correcto y equitativo desarrollo urbano, lo que conduce a subsumir en esta problemática la cuestión residencial. La especulación del suelo alimenta la especulación de la vivienda, y viceversa. Esto se observa en la evolución de los alquileres. Halbwachs escribe para l'Humanité de Jaurès y la Revue Socialiste de Thomas una serie de artículos donde examina la situación del alquiler obrero de cara a apoyar las propuestas de intervención del socialismo en materia de política municipal. Hay varios hechos llamativos. Lo más evidente es que el incremento de los alquileres, tal como se desprende de los Livres foncièrs (las estadísticas de la prefectura sobre los valores y revisiones catastrales) crece mucho más deprisa que el incremento de los salarios. Otro hecho significativo es que la rentabilidad de los alojamientos populares, precisamente por su mal estado y la inexistencia de una demanda formalizada, es mucho mayor en términos relativos que la de alojamientos destinados a sectores medios o de clase alta: generan rentas sin apenas costes de mantenimiento, lo que no sucede en los barrios ricos, donde si hay comparación y exigencias. El escrito de Halbwachs (16) en La Revue Socialiste (1912) pone de manifiesto que el alza de precios entre 1900 y 1910 no tiene precedentes; y con todo, el incremento ocurrido entre 1910 y 1911 supera el de la década anterior considerada. La tasa de incremento ha sido mayor cuanto menor el alquiler del alojamiento: un 18,15 por ciento en los alquileres menores de 250 francos; un 15,79 por ciento para las viviendas de 250-500 francos; el 11,47 por ciento en las que se sitúan entre los 500 y los 1000 francos; y tan sólo un 8,37 por ciento para los alquileres correspondientes a las viviendas de clase alta (entre los 1000 a los 2000 francos anuales). El incremento repercute con mayor gravedad sobre los obreros, y en particular entre quienes tienen un salario más bajo. No hay duda de la rentabilidad que esto tiene para los propietarios: un informe de la prefectura realizado sobre una muestra de 2127 viviendas pone de manifiesto que las viviendas menores de 1000 francos produjeron en 1910 una renta de 758.720 francos y un año después una renta de 876.215 francos; es decir, un incremento anual del 16 por ciento. Para comprender íntegramente qué significa y qué consecuencias tiene este incremento de los precios de la vivienda es preciso compararlo con la evolución de los precios en general. Pues bien, si de 1863 a 1900 los precios en general han disminuido y de un índice 100 descienden hasta un índice 76, todo lo contrario tiene lugar para la vivienda que en ese mismo período pasa del 100 al 140. "No hay que engañarse -dice Halbwachs-. Cuando los precios bajan, el dinero aumenta de valor, puesto que la misma suma de dinero alcanza para comprar más mercancías. No sólo, pues, entrego al propietario una mayor suma de dinero que antes, sino que cada pieza de dinero que doy vale más de lo que valía anteriormente. El gana y yo pierdo de dos maneras. Teniendo en cuenta la bajada de los precios, encontramos pues que en realidad los alquileres, de 1863 a 1900, han subido en más del 80 por ciento" (17). Naturalmente, cuando los precios comienzan de nuevo a subir, como sucede a partir de 1900, los alquileres se disparan.

Esta evolución, la fuerza de la opinión pública y las condiciones de las propias viviendas (el Consejo General del Sena estima en París, hacia 1911, seis îlots donde la tasa de mortalidad es alarmante, pues oscila entre 5,82 por ciento y 15,75 por ciento; sólo las 5.263 casas consideradas en esos pudrideros alcanzan el 29,4 por ciento de las muertes de la ciudad) (18) lleva a urgir la intervención de las autoridades. ¿Puede esperarse de la iniciativa privada, beneficiaria de esta situación, un movimiento para aliviarla? No, sin duda; tampoco de las intervenciones aisladas, filantrópicas o cooperativistas, obligadas por disposición legal (las leyes que vimos antes) a recurrir al crédito externo o a la suscripción de obligaciones al modo mercantil. Nada puede solucionar a medio ni largo plazo: al revés, se termina construyendo y alquilando a un precio muy similar o superior al del mercado, porque se parte de esas condiciones en el proceso de producción. El mercado privado del alquiler se encuentra con que la "vivienda social" es casi siempre más cara que los alojamientos que los propietarios ponen a disposición de los obreros, y eso redunda en que les asegura contra la competencia y la bajada de alquileres. La experiencia británica de las Tennats Limited Socities, presentada en el IX Congreso de HBM, muestra que las cooperativas de vivienda sólo pueden tener cierto éxito sobre la base de su control directo y de los préstamos públicos.

De ahí que, en el programa socialista defendido por Halbwachs, los pasos necesarios para solucionar el problema de la vivienda se dirijan hacia la administración directa, la supresión de los intermediarios privados, o dicho de otro modo, hacia la intervención municipal: modificando la legislación anterior y permitiendo la financiación pública de las operaciones de vivienda social. Aquí se inserta la positiva valoración que Halbwachs realiza en la Revue Socialiste a propósito del Proyecto Brunet, presentado por el consejero socialista de Epinettes ante la Cámara del Sena: urgir a la prefectura a solicitar a las autoridades del Estado la adquisición de un préstamo de 200 millones de francos a bajo interés (no superior al 3,6 por ciento) destinado a un programa de viviendas de amplio alcance. La realización escalonada en 10 años permitiría según los cálculos llevar a cabo una operación de alojamiento para 200 mil personas, con precios muy inferiores a los del mercado y de mejor calidad, rompiendo de entrada la dinámica alcista y concurriendo desde los poderes públicos para reducir el margen de maniobra especulativo del mercado privado.

Pero es preciso, insiste el programa municipalista del socialismo normaliano, orientar el gasto público hacia la vivienda, que es en la fecha ridículo en comparación con los presupuestos destinados a vivienda en otros lugares. En el Congreso Internacional de HBM celebrado en Viena en 1912 se pone de manifiesto la mediocre actuación francesa: cuando el County Council de Londres lleva gastado en 1906 unos 122 millones de francos en la ciudad en materia de vivienda social, cuando en 1909 las autoridades de Budapest se endeudan en 10 millones de coronas para construir viviendas de alquiler social, el capital de las sociedades privadas y cooperativas de vivienda en toda Francia apenas alcanza entre líquido e inmobiliario, unos 51 millones de francos (19)

Asumir el papel directo del Estado, de las autoridades municipales en la cuestión residencial es asumirlo igualmente en la cuestión urbana. Una política social del suelo, o dicho de otro modo, una política social de la ciudad pasa por tomar el control de la planificación urbana, otorgar un estatuto social o público al suelo y a la vivienda, (que incluye su financiación) y modificar la legislación que otorga prerrogativas al inversor y al propietario privado contra la colectividad.
 

Conclusión

Son muchos y ciertamente discutibles los frentes abiertos en el programa de Halbwachs y el socialismo normaliano. Siempre sucede con los trabajos pioneros. Nada garantiza, en efecto, que el circuito privado de rentas y plusvalías se debilite al actuar el sector público, si lo hace en calidad de agente en el mercado y no al margen de él. Nada garantiza que el precio del suelo no vaya a seguir incrementándose artificialmente a consecuencia de las intervenciones públicas (el valor de opinión), aunque es muy posible que esos valores se distribuyan más homogéneamente. En otro orden de cuestiones, Halbwachs y el socialismo normaliano adelantan una concepción de la vivienda como bien social indispensable de responsabilidad directa de las autoridades. Y no sólo en cuanto a financiación y control de las operaciones concretas, sino porque insertan esta cuestión en la más amplia concepción de la ordenación urbana y la expansión de la ciudad. Hay aquí una sutil diferenciación entre efectos de la ordenación de los agentes públicos y los efectos de los actores privados en la dinámica de la ciudad.

Así, Halbwachs, adelantado del urbanismo social, asume que las administraciones (preferiblemente socialistas) tendrán que afrontar la experiencia de ese "arte en gestación" que es el urbanismo. A la racionalidad científico-técnica del urbanismo, al intuicionismo y a la concepción artística, debe añadirse la realidad política del urbanismo, esto es, su concepción servicio público. Diseño de la ciudad y gestión de la ciudad, flexible pero con firmeza, conforme al programa de los Cahiers, lejos de un desarrollo a la ventura -tan costoso para la ciudad-. Difícil tarea si es cierto, como el sociólogo ha demostrado, que las "ciudades portan sí las leyes de su propio desarrollo". La experiencia inglesa y alemana, donde el desarrollo urbano está más consolidado, y la legislación urbanística más avanzada, proporcionan guías de la dirección a seguir: regulación de alineaciones y holgura de calles, determinación de las orientaciones de las mismas en un conjunto integrado y dinámico; definición de los sectores urbanos y de su destino urbanístico (específico o general); desarrollo de planteamientos higienistas (aire, luz, zonas verdes, calidad del entorno), en particular en los sectores más castigados, control directo de la vivienda social, etc. Ni los constreñimientos morfologistas del científico ni el rigor normativo del socialista, limitan la imaginación del discurso Halbwachs. En sus textos comienza a explorar, quizá a anunciar, una ciudad moderna, zonificada pero integrada, igualitaria, abierta y plural. Con un guiño a la tradición revolucionaria francesa, hace que las ensoñaciones de Fourier se asomen como sin querer a los Cahiers.
 

Notas

1 Alice Gérard, Yvette Katan et al., (2001), Villes et Sociétés urbaines au XIX siècle, p. 13.

2 GUERRAND, Roger-Henri, "Espacios privados", en ARIÈS,Ph. Y DUBY, G. (dirs.) Historia de la vida privada. Sociedad burguesa: aspectos concretos de la vida privada (vol. 8) ,Barcelona, Taurus, 1991, p.62.

3 Ibídem, p. 60.

4 F. y M. Pelloutier, La Vie ouvrière en France, 1900, reimpr. 1975, p. 230-231 (en Alice Gérad et alii., op. cit., 2001, p.144)

5 GUERRAND, Roger-Henri, "Espacios privados", en ARIÈS,Ph. Y DUBY, G. (dirs.) Historia de la vida privada. Sociedad burguesa: aspectos concretos de la vida privada (vol. 8) ,Barcelona, Taurus, 1991, p.83.

6 Émile Cheysson, discípulo leplaysiano, en L'Économiste français, citado en GUERRAND, Roger-Henri, op. cit. 1991, p.86.

7 MERLIN, P. "Habitations a loyer modéré (HLM)", en MERLIN, P. y CHOAY, F., op. cit., 1986, p. 390. Vid. También en la misma obra la voz "Habitat ouvrier", a cargo de Patrice NOISETTE, p. 389-390.

8 Topalov, Ch. 1997b, p. 130.

9 Sobre esta participación de Les Cahiers en el debate municipal, véase Topalov, op. cit. 1997b.

10 Las fuentes se han extraído del artículo de Topalov, op. cit., 1997b.

11 Halbwachs lleva a cabo sucesivos paseos en la Ciudad Juana de Arco sobre esas fechas, donde realiza observación y obtiene fotografías que emplea como material de documentación. El artículo de Topalov (1997b) las reproduce y toma estos paseos y fotografía como excusa para elaborar un magnífico estudio sobre el discurso del sociólogo-socialista Halbwachs.

12 Halbwachs, La polique foncière, [1908] 1976, p. 177.

13 Ibídem, p. 188

14 Así, en Berlín, según relata Halbwachs en GrossBerlin (1934) la normativa que impide erigir más allá de cinco alturas lleva a construir alojamientos en semisótanos, lejos de cualquier consideración higiénica y moral

15 M. Halbwachs, Las clase sociales [1938], 1950, p. 110-151.

16 Exponemos las cifras del estudio de Halbwachs, "La hausse des loyers et le project Brunet. Vers la régie des habitatiosns", La Revue Socialiste, 325, 1912.

17 M. Halbwachs, "La hausse des loyers à Paris et le projet Brunet. Vers la régie des habitations", La Revue Socialiste, 1912, p. 206

18 Ibídem, p. 207.

19 Ibídem, p. 213.
 

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Ficha bibliográfica:
MARTÍNEZ, E. y LÓPEZ, A. El problema del suelo y la vivienda obrera en el socialismo normaliano. La perspectiva crítica de Maurice Halbwachs (1908-1912). Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146(014). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(014).htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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