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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VII, núm. 146(067), 1 de agosto de 2003

BARRIOS DE INMIGRANTES Y SEGREGACIÓN SOCIAL EN ARGENTINA: ¿VERDAD O MENTIRA?

Dedier Norberto Marquiegui
Universidad Nacional de Luján, Argentina


Barrios de inmigrantes y segregación social en Argentina ¿verdad o mentira? (Resumen)

La existencia de "barrios étnicos", ligados a las migraciones europeas masivas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX,  amenazó con en algún momento desatar una verdadera tormenta historiográfica en Argentina. Es que, los barrios, cuya existencia era aparentemente el eje de debate, no eran las únicas razones para discutir sino que ese énfasis se debía, como nos proponemos a través de este trabajo demostrar, a la adhesión de los autores  a cosmovisiones, o a opciones teóricas previas,  antes que a una evidencia empírica que, como ahora, reclamaba su atención. Requisito, este último, cuya presencia es cada vez más sentida, en función de la reiterada reaparición, con otros actores,  de fenómenos parecidos que se revelan parte constituyente de nuestra sociedad.

Palabras clave:  inmigración, barrios étnicos, redes sociales, integración social.

Immigrants districts and social segregation in Argentina ¿true or false? (Abstract)

The existence of ethnic neighborhood, linked the massive europeans migrations from the end of 19th Century and beginnings of 20th Century,  threatened in a time to start a true historiography storm in Argentine. The quarter, of which existence the fact is that not only  reason to discuss besides the emphasis ought more the adhesion toward the authors for previous options theory, rather than empirical evidence when, as now, to claim your attention. Requisite every turn more sense for the reiterative reappearance for the phenomena, whit other actors, in the present time.

Key words: immigration, ethnic neighborhood, social network, integration.

Pocos, muy pocos, podían seguramente presagiar, iniciada la década del ochenta, el ardoroso debate a  que, no mucho tiempo después, darían lugar las pioneras páginas sobre pautas residenciales publicadas en el hoy ya clásico trabajo de S. Baily referido al proceso de "ajuste" de los emigrantes europeos arribados a la Argentina desde fines del siglo XIX  (Baily, 1983). Para todos, resultaba demasiado claro en cambio, que la polémica, el verdadero eje de discusión, discurría por otros caminos y que lo que al profesor de Rutgers verdaderamente le interesaba destacar era la existencia en las pampas de una hasta entonces soslayada dimensión de "pluralismo cultural". En continuidad, es cierto, con aquello previamente anticipado por otro autor americano, Mark Szchuman (Szcuhman, 1980), viniendo ambos, por primera vez, a desafiar abiertamente muchas de las premisas contenidas en el predominante modelo del "crisol de razas"(Germani, 1968) que sostenía la amalgama, o más bien la perfecta "fusión", de los todos los componentes inmigrantes de cualquier origen que fueran llegados al país,  que de esa forma se erigieron en la base de una nueva y homogénea sociedad moderna argentina, proporcionando también todos los elementos necesarios para la construcción de lo que aún hoy constituye el "sentido común"(1) de la gente, sobre cómo juzgan que fueron las migraciones o el impacto que tuvieron en el desarrollo ulterior de la nación. No importa ahora todo lo que ese, a poco que se piense seriamente, irrealizable ideal de homogeneidad absoluta tenía de ilusión retrospectiva, o mejor aún debía al proyecto de la Generación del 37 que hizo de la inmigración uno de los fundamentos  para la recuperación de la sociedad y de la república arrasadas por la anarquía que siguió a las guerras de la independencia (Halperín Donghi, 1976), antes que de resultado de un sereno análisis realizado con posterioridad. Se comprenderá entonces, si el objeto buscado era confrontar a la vieja metáfora del "crisol", ahora convertida en teoría, si a Baily no le interesó por ahora detenerse en cuestiones que hacían las veces de indicadores parciales, o de niveles de revalidación empírica, pero que sólo cobraban sentido dentro del esquema de interpretación general que él  proponía como novedad.

Un muy diferente tratamiento, sin embargo, recibiría no mucho después ese mismo tema, en otro artículo redactado por el propio Baily y en donde, luego de comparar los patrones de residencia de los italianos en Buenos Aires y Nueva York, concluía que los inmigrantes de ambas ciudades tendían a radicarse agrupándose en áreas específicas de las dos urbes (Baily, 1985). El trabajo empero, pese a los rasgos originales que presentaba era, en varios sentidos una obra de transición, como lo demuestra su posición de que ese desenlace era el fruto de la confluencia de una serie de factores como el mercado de la vivienda, la localización del trabajo o el costo del transporte, con antecedentes que derivaban de un estructural funcionalismo emparentado con aquel otro propio de la formulación del "crisol de razas" germaniano, y una nueva historia social y cultural, en que las personas eran protagonistas de sus vidas, pero que recién comenzaba a vislumbrarse en su permanente énfasis a la tendencia de los emigrantes por permanecer dentro de ámbitos comunitarios relacionados con sus lugares de  procedencia, su espacio social originario (Morel, 1972; Sturino, 1990ª), y desde donde habían sido guiados hasta aquí por redes de contactos interpersonales, de información y de asistencia, entabladas con amigos y parientes establecidos previamente, en función de estrategias familiares de sobrevivencia y que habían sido las encargadas de proveer todos los recursos, las orientaciones necesarias, el transporte, los medios financieros, el alojamiento y el empleo inicial en el nuevo país, e hicieron posible aminorar los efectos traumáticos del trasvase (MacDonald y MacDonald, 1964), pero que tuvieron secuelas como las de generar áreas de concentración o, en su definición más restringida, barrios étnicos. Por eso mismo, resultará cuando menos curioso notar después, y eso pese a la evidente centralidad que los mecanismos de redes sociales tenían en el desarrollo de todo este argumento, el modo cómo esa comprobación será por sus críticos postergada para dar lugar a la directa negación de que esos enclaves hayan tenido en Argentina alguna vez existencia. Nada diferente sucederá tampoco luego con otros análisis que obraron en su continuidad, como los de Romolo Gandolfo, para quien un barrio étnico "...no es tan sólo el lugar físico donde prevalecen los inmigrantes de un cierto origen nacional o regional, sino  aquel espacio social donde siguen reproduciéndose (y modificándose) las relaciones producidas por las cadenas migratorias" (Gandolfo, 1988). Con lo cual quedaba muy claro, nos parece, que para él no se trataba de un medio estático, imitación a escala local de aquel otro lugar que los emigrantes habían abandonado un día porque, sencillamente, así se lo propusieran, estaban radicados en otro sitio y conviviendo con otras gentes, lo que los obligaba a redefinir su espacio social de pertenencia. Aunque no, se entiende, como quisieron creer aquellos que vieron  en el conventillo, el hábitat  colectivo por excelencia de los emigrantes del Buenos Aires de inicios del siglo XX, la representación física del "crisol" (Korn, 1974), posponiendo los problemas de la integración social para convertirlos en otra clase de conflictos, sino de una constante y necesaria renegociación de los términos en que los emigrantes se percibían, de lo que podía para ellos significar ser  genovés, catalán, vasco o gallego por ejemplo, llegando incluso a la aceptación de identidades en el origen negadas, como las nacionales de las cuáles la italiana es quizás el caso (aunque no el único) más paradigmático, pero que tampoco podían ser interpretadas linealmente como una forzosa asimilación, sino como construcciones mudables que variaban de sentido.

No fue ese el modo, no obstante, como esos trabajos fueron interpretados por sus primeros objetores.  Es que, y pese a algunos  notorios  hallazgos que  podían probablemente encontrarse en ellos y el tema de las cadenas migratorias era uno sin dudas no menor, "los  análisis  tendientes a demostrar concentración étnica en los patrones de residencia son, en cambio, mucho menos convincentes".  Para probarlo, se partía de los estudios de Baily y de Gandolfo, referidos a los emigrantes agnoneses del barrio El Carmen en la ciudad de Buenos Aires, llegándose a la conclusión obviamente de que resultaba muy difícil hallar en ellos nada parecido a las Little Italies norteamericanas. Muy por el contrario, se decía, si algo habían logrado demostrar los autores era que el barrio, lejos de estar habitado únicamente por agnoneses, era una heterogénea amalgama social compuesta por todo tipo de personas, de todas las nacionalidades, de lo que se deducía su improbable condición étnica, propiedad en todo caso sólo reservada para algunos y aislados casos, como puede ser el enclave genovés de La Boca, pero que eran la excepción antes que la regla, razón de la que se infería que muchas de esas proposiciones habían sido el resultado de la anacrónica traslación a la Argentina de modelos pensados para otras situaciones y otros países (Sábato,1990).  Claro que muchas de esas observaciones habían sido ya previstas por Baily, que nunca pretendió encontrar en Buenos Aires a las "pequeñas Italias" de Nueva York,  bajo el improbable supuesto también de que allí vivan solamente italianos, porque si  ese fuera el requisito a cumplir,  no se podría hablar nunca, en ningún caso, de barrios étnicos. Antes bien, nos parece, se empeñó siempre por remarcar las diferencias habidas según las características particulares de cada destino, así como en virtud de las estrategias familiares de sobrevivencia que orientaban en cada caso a las cadenas las cuales, dicho sea de paso, no fueron puestas en conexión con la existencia de áreas de concentración de emigrantes de un origen, llámeselas como se las llame, omisión por la cual, entendemos, se pierde su verdadera razón de ser y una explicación plausible, tal vez, que sirva para dar cuenta de procesos similares, operados después, pero que se reproducen ya fuera de la consideración de las migraciones europeas.  

¿Una cuestión de sentido común?: las razones del  debate

Casa y trabajo eran las primeras necesidades que debía forzosamente cubrir todo emigrante que llegara a un destino potencial como podía ser la Argentina.. Trabajo porque, se suponía, esa era la razón que los había traído aquí,. en busca de obtener los recursos que le permitieran solventar la subsistencia del grupo familiar en el origen hasta su regreso, contribuyendo a llevar alivio a sus miembros cuando su reproducción se viera amenazada, por dificultades transitorias o por situaciones de crisis más duraderas no importa, pero que inevitablemente exigían de todos la realización de esfuerzos para subsanar el momentáneo infortunio, producto acaso de una mala cosecha en las pequeñas y pobres parcelas de las que obtenían sus medios de vida los campesinos o por la creciente ruina de las actividades tradicionales que se insinuaba en los sectores artesanales urbanos o para, cuando las circunstancias empezaran a cambiar y se plantearan de manera más favorable, atreverse a soñar pergeñando con la posibilidad de consolidar sus posiciones, mejorando las condiciones de vida de su entorno originario, a través de la compra y eventual ampliación de sus primitivas propiedades e incluso, en última instancia, si la suerte así lo quería y le hubiera sido en su nueva residencia propicia, como para considerar la conveniencia de traer a los suyos consigo, comenzando por su esposa y sus hijos,  de modo de iniciar en otra parte una nueva vida. Claro que, si son transparentes los motivos que llevaron a los emigrantes a la búsqueda de trabajo, no menos claros parecen ser los móviles que, por otro lado una vez en Argentina, explican la perentoria necesidad que los agobia apenas arribados de acceder a una vivienda, aunque más no sea transitoria y eso porque, además de la natural urgencia que seguramente siente cualquier persona de contar con un cierto refugio, un techo bajo el cual cobijarse y que sea resguardo de su intimidad al final de los días, la distribución geográfica de sus casas, las formas de ocupación por las que toman posesión de ellas, precarias o definitivas, su arquitectura, las modificaciones y/u ampliaciones que introducen y hasta el entorno social que los rodea, mucho nos pueden decir seguramente acerca de sus planes, y sobre su impacto en los medios de recepción y de partida, si estamos atentos y dispuestos para tratar de «leerlos» en esas características (Behar, 1989). Todo lo cual, finalmente, nos conduce a un último problema:  ¿cuáles son las razones por las que una cuestión tan elemental, práctica, inherente a la esfera de la privacidad y de la vida cotidiana, casi de «sentido común» se diría, se pudo llegar a convertir para los estudiosos en una materia teóricamente relevante?.

Las respuestas posibles a este interrogante, como se comprenderá, podrían recorrer una vasta gama de explicaciones, de todos los colores y matices. Convendría igual comenzar por la lección de Carlo Ginzburg, para quien la simplicidad aparente de las cosas no debiera ser nunca razón para descartarlas o para concluir dictaminando sobre su completa irrelevancia, sugiriendo, por el contrario, que es en la opacidad no evidente de las cosas sencillas, en el carácter revelador de los detalles y de nuestros pequeños gestos inconscientes de todos los días, que por rutinarios desechamos, que se nos podría llegar a revelar, es posible que mejor que en cualquier otra clase de actitud formal que cuidadosamente examinemos, las realidades más profundas no perceptibles a primera vista pero que exigen, para alcanzarlas, que nos apartemos de los sistemas o de las impresiones generales dentro de los cuales estamos habituados a pensar y a movernos (Ginzburg, 1994). Sólo así nos será posible acceder a esa «normal excepcionalidad» de la que habla Revel, distinta por supuesto a aquel otro estado de «normalidad»  propia de algunos modelos, pero que de tan rígido termina por obligar a sus adeptos a forzar los hechos para adaptarlos a ellos. Pero no es, si no renunciando a esas certezas que nos será posible entender, incluyendo a los demás, cómo fueron las cosas, de modo de poder concretar ese viejo anhelo perseguido por generaciones enteras de investigadores, en particular aunque no sólo por historiadores como E. P. Thompson, que acariciaron el sueño de crear un modo de reconstrucción que genuinamente pudiera decirse formulado "desde abajo" (Thompson, 1994).

Es que, en cierto sentido y de eso no hay dudas, nadie puede traducir mejor su propia experiencia que los protagonistas de los sucesos, en este caso los inmigrantes, de modo que parecería inútil tratar de fundar una clase de legitimidad que no los interrogue o prescinda de ellos, en  busca de un ideal de «objetividad», o de explicación científica basado en leyes si se prefiere, una especie de física social que se da igual en todas partes, aparándonos en un sentimiento de superioridad, que excluye la subjetividad, y que muy poco tiene de actitud científica cuando, resulta evidente hoy, que aquello que llamamos   "realidad" es una construcción que deberíamos entender tratando de introducir otras perspectivas. La de los actores del proceso, obviamente, primero, antes que ninguna porque, ¿cómo podríamos hablar de formas de sociabilidad inmigrantes sino procuramos mirarla a través de los ojos de los sujetos que estamos analizando?. Procurar, que no es lo mismo que estar en su lugar, como durante tanto tiempo quisieron los antropólogos, por la sencilla razón de que siempre percibiremos las cosas "...por medio de...", es decir construiremos "modelos", "tipos ideales", "descripciones", "representaciones" lo que no puede hacerse, nos parece, si no colocamos las cosas en relación con quienes en su momento las produjeron, o les dieron significado, restituyéndole centralidad a detalles los cuales, desde este punto de vista, podemos «leer» de nueva forma, como un modo de acceder a los grandes procesos, como los problemas de integración que traen consigo  las migraciones, pero que pueden percibirse, no sólo desde las variables cuantificables o el análisis de su impacto en determinados lugares, sino también  en las cuestiones ínfimas, como la disposición interna de las casas en que vivieron, la dosificación y uso que se hace de sus habitaciones, de los sitios de recepción, de los reservados para la alimentación y el aseo del cuerpo, así como los destinados a pasillos y escaleras que delimitan las posibilidades de circulación de objetos e individuos o, finalmente, de los lugares de reunión, dedicados al solaz y al esparcimiento, pero que son  reveladores también de las formas de urbanidad que se propician, y de las que se evaden, es probable que en función de la imagen que los actores tienen de sí mismos y de quienes los rodean (2). Lo que abre un amplio arco de opciones, que por cierto excede largamente los límites de este trabajo, partiendo de la idea de que todo conocimiento que logremos es necesariamente limitado y se ejerce en alusión a una experiencia que nos es ajena, y por lo tanto nos hace conscientes de nuestra propia alteridad respecto a los procesos y personas que estudiamos, a los que accedemos a través de vestigios, ellos mismos engañosos, tratando de recuperarlos a través del diálogo que, con la inevitable mediación de los documentos, entablamos con quienes nunca debieron dejar de ser nuestros principales interlocutores.

Ahora bien, llegados a este punto, si esta pudiera ser tal vez una traducción aceptable de los hechos, pareciera lógico preguntarse porque no han sido esas las premisas que orientaron las indagaciones sobre barrios étnicos con anterioridad producidas?. La respuesta es menos complicada de lo que parece: porque, detrás de esa en apariencia tan modesta asignatura,  lo que estaba en juego en realidad, lo que se discutía, era la pretensión universalista, por cierto nada neutra, de modelos, o de idealizadas formas de pensamiento que aspiran a dar una respuesta unilateral, global y definitiva que explique, a partir de determinados principios, el funcionamiento de las migraciones en su conjunto, sin distingos, sean de donde sean, con el agravante de que muchas veces esos planteos suelen convertirse en razones de identidades de grupos, de "clubes intelectuales" que vienen a consagrar el triunfo de los dogmas, de los lugares comunes aceptados, de los automatismos sin respuesta que, con su inevitable fatalismo epistemológico, terminan por confundir, en la medida que reiteran sin  cesar frases, a  su repetición con la  asunción misma de que se trata de verdades evidentes, o pensándose en todo aquel que no comparte mi punto de vista como mi adversario, o sostenedor de erradas y opuestas posiciones.

Obviamente también, una conciencia crítica que encuentre en todo prejuicios, pero que se considere a sí misma absoluta, peca igualmente de ilusoria. Los conceptos son registros de la realidad, que operan sobre ella a veces modificándola, pero que no deben ser confundidos con ella, como si fueran su encarnación o su transcripción textual en el mejor de los casos. Más bien parecería razonable pensarlos como tipos particulares de representaciones, de categorías siempre provisorias, pero que son referenciales, nos ayudan a organizar nuestros mapas mentales sobre cómo funciona o se podría interpretar el mundo que nos rodea. Por cierto, el hecho de que la historia debe ser constantemente reescrita, por esa temporalidad de los conceptos, no es algo que los historiadores ignoren, aunque tienden demasiado a menudo olvidar en aras de una improbable «naturalización» de una ciencia que se debe redefinir tanto como la sociedad, que es su objeto de análisis. Lo mismo sucede con la geografía y el estudio de los espacios, como los barrios étnicos, que inevitablemente nos hablan de algo más que de los ámbitos a los que aluden. Claro que esa admisión, el reconocimiento de la existencia ya no de un significado sino de significados en plural, producto de la natural polisemia de  las palabras a través de las que denominamos las cosas, pero que pueden ser remodeladas en función el uso que de ellas se hace en cada época y de nuestra convivencia con otros, distintos a nosotros y que pueden definir lo mismo de diferente manera, nos es por cierto fácil, si bien debería llegarse a ella, dejando de calibrar a nuestros interlocutores como amenaza, portadores de potenciales acepciones que rompen la unidad esencial de mi discurso, para pasar a concebirlos como personas ajenas a mi universo de representaciones pero que me podrían ayudar a entender algo que no puedo comprender sin su comparencia aunque eso, decíamos, no es común normalmente. Es que, como la vida misma, la historia nos interesa en la medida en que nos reafirma en lo que sabemos, en nuestro juicio previo sobre cómo debieron haber sido las cosas o nos ayuda a creer, aunque otros piensen distinto, que eso no quiere decir que nuestras ideas sean incorrectas, las únicas «verdaderas», aunque el precio a pagar en términos cognoscitivos, quizás sea demasiado alto.

El itinerario de un problema

El planteamiento que acabamos de realizar puede ser perturbador pero convendría verificar si contribuye a nuestra inteligencia de por qué algo, en apariencia simple, pudo ser percibido de manera tan distinta. Recapitulemos. Cuando Guy Bourdé trató por primera vez de manera concreta el tema, en su conocido libro no por nada titulado Immigration et Urbanization (Bourdé, 1977) lo hizo en el marco de su inscripción en lo mejor de las tradiciones intelectuales que renovaron los estudios sociales en la Argentina de los años sesenta: la teoría del crecimiento económico, el funcionalismo parsoniano, la Escuela de los Annales o de un marxismo aprendido a través de sus inevitables mediaciones francesas, según uno de sus más lúcidos representantes (Halperín Donghi, 1986). De modo que no le resultó difícil colegir que los vínculos que  unieron a esos dos grandes procesos se relacionaban con otro, implícito, el auge del ciclo exportador que, lo mismo que el proceso de emergencia de la gran metrópoli, se explicaba más por esa relación triangular, una especie de círculo hermenéutico del que nada podía escapar; de manera que, cuando hablaba de los problemas que había traído consigo la urbanización lo hacía, no desde la sociedad, sino desde algunas cuestiones funcionales a la línea de interpretación puesta en marcha, y que tenía su punto de encuentro pese a sus evidentes ambigüedades y divergencias en la convicción de la irreversible trend «modernizador» por el había sido ganada la humanidad para siempre, remarcando los aspectos que en ese contexto lo contrariaban como las necesidades de una creciente dotación de servicios y de una infraestructura urbana, las vías de circulación,  las viviendas y la higiene, vistas siempre como componentes de un esquema general en que el "crisol" no era puesto en duda, porque no revestía interés dentro de una trama que uno tiene la  sensación que era el  preanuncio de un final que se conocía. Y en donde los extranjeros desempeñaban "papeles" predeterminados, dentro de una lógica que todo lo tiñe, hasta los aspectos más originales del trabajo, como ese análisis que ensaya a partir del cruce estadístico entre nacionalidades y profesiones, que sugiere la existencia de tensiones pero que, en vez de alumbrar nuevas posibilidades de análisis, presumible y muy rápidamente se disuelve en el marco del proceso de formación de una nueva "conciencia obrera" que los funde, haciendo de la urbe el escenario de las protestas, las prácticas contestatarias y las luchas de clase, manifestación última de los conflictos propios del advenimiento de la "modernidad" deseada. Nada muy diferente tampoco surge del análisis, más matizado es cierto, de ese otro clásico que en su momento fue Buenos Aires: del centro a los barrios deJames Scobie el que, si bien retoma las mismas coordenadas estructurales que guiaron a Bourdé, eso no le impide tener una visión más abarcadora; y en donde esa inmigración, tan omnipresente que parecía imposible decir algo sobre la ciudad sin ella, le franqueó el acceso a la consideración de otras cuestiones humanas, como las condiciones de vida de la gente, la superpoblación del centro, la problemática de los conventillos, y la diferente distribución y acceso a los servicios, así como intentar una caracterización social de sus distintas secciones remarcando el papel de las familias, sobre todo en los barrios alejados de formación reciente, aunque todo ese hálito de vida que se respira termina otra vez por perderse bajo el homogéneo telón de fondo sobre el cual se proyecta esa policromía de la que no se extraen mayores consecuencias.

En definitiva, y de eso no hay dudas, lo que nunca estuvo en juego, en estos primeros trabajos sobre la urbanización inducida por las grandes migraciones, es que ambas siempre eran vistas como derivados de procesos más abarcadores, un epifenómeno de la "modernización" si se prefiere que, bajo la formulación de Gino Germani, estaba sobre todo direccionada a resolver otros problemas, de típica matriz parsoniana, que eran los que verdaderamente lo preocupaban, en particular los  de la transición de la Argentina tradicional a la Argentina moderna. Cuestiones, dicho sea de paso, que si la realidad que le tocaba vivir lo obligaba a retomar con nuevos bríos, ante las tensiones creadas por un proceso de desarrollo inconcluso pero que se debía a toda costa reiniciar por lo que era preciso detectar sus fallos, no costaba reconocer que era continuidad tampoco de aquella otra línea de pensamiento que lo había precedido largamente en el tiempo, la prosecución de una misma lucha, y que no era otra que la de la Generación del 37 cuando, promediando el siglo XIX, propusiera un proyecto de país, destinado a por entero crearlo allí donde antes no lo había. Un proyecto que, sabido es, pivoteaba alrededor de tres ejes: la ocupación efectiva de todo el territorio disponible para la explotación,  las inversiones extranjeras y la entrada masiva de migrantes, que permitirían nuestro ingreso al mercado mundial como proveedores de materias primas. Claro que si los inmigrantes, por un lado, habrían previsiblemente de servir como mano de obra para el crecimiento económico, por el otro también, se los ungió como una ineludible opción para la reforma de una estructura social "tradicional", obsoleta sin dudas, que había sido la piedra angular de la anarquía y de la imposibilidad práctica que afectara a la nación para poder constituirse en estado "moderno", por lo que serían los responsables de la edificación mas no sólo de un mercado interno unificado, sino de igual forma de una sociedad más homogénea, basamento para el futuro establecimiento de la democracia. En otras palabras, traducido en los términos aún vigentes de una economía y una polititología clásicas que, contra toda evidencia, se empeñan todavía en creer que los países son el producto de la imposible convergencia entre "un" espacio que se corresponde con "una" economía, "una" estructura social, "una" política y "una" cultura indivisas, razón por las que resultaba legítimo hablar genéricamente de "inmigrantes", sin distinguir procedencias porque, pensaban en ellos, como en las ciudades, como en agentes y manifestaciones de esa anhelada "modernidad".

Una "modernidad", vale aclararlo, que en nada se relaciona con su sentido etimológico original que la define como aquello que es "de hoy" o "del día de hoy", ni con la existencia de indicadores materiales que ocasionalmente puedan llegar a atestiguar la existencia de manifestaciones de diferentes grados de progreso, porque es graduada en función de la teoría de la "modernización", operando siempre dentro de las reglas del mercado, que no se discuten desde luego, por lo que los flujos tenían que ser estudiados según "causas" y "efectos", conforme al lugar desde donde se las mire,  predominando los análisis que atendían a  los móviles de emigración en el punto de salida o los que hablaban de su forzosa asimilación, en la llegada. Las migracioness eran, entonces, un viaje unidireccional y definitivo en que los individuos al partir, del campo a la ciudad o de uno a otro lado del océano no importa, rompían sus lazos "tradicionales", pasando a adherir a un nuevo sistema de representaciones desde donde se definiría su nueva personalidad social. Una personalidad que, dicho sea de paso, podía y debía medirse a partir de indicadores cuantitativos seleccionados, ajustados a los términos de categorías preestablecidas y que no son otras que aquellas que constituyen el bagaje clásico de la sociología, devenidas luego en aquellas otras socio-económicas con que suelen manejarse las ciencias sociales. Resultado lógico de esta forma de proceder, que enfatiza algunos aspectos a costa de deliberadamente ignorar otros,  la imagen de los inmigrantes que nos llega, semeja al producto de una rara mezcla en que, si por un lado, parecieran ser la encarnación misma de ese homo economicus, arquetipo fiel de los principios de la teoría económica neoliberal, como un individuo hiposocializado que opera  y decide sobre una suerte de vacío social, guiado sólo por su ambición de ganancia y para colmo en posesión de unos criterios de racionalidad y de una información absolutas, por el otro, se lo perfila como aquel otro sujeto hipersocializado, emergente de la sociología industrial anglosajona, que se empeñaba por contraste en destacar, como la previsible secuela de la industrialización, de la crisis del campo y de la emigración que ella desencadena, la declinación de los vínculos personales, "tradicionales", que esa "obligación de irse" conlleva,  pero que tendrá su reemplazo en la nueva situación urbana de acuerdo a criterios comunes de posicionamiento frente al "mundo del trabajo" y el "mercado", más "universales" y propios de la "sociedad moderna" de la que ahora participan, razón por la que se podría casi sin dudas adivinar, automáticamente se diría, el modo cómo se comportarán en el futuro si es que uno conoce las orientaciones como han sido resocializados (Granovetter, 1974). La naturaleza estática de esos rígidos esquemas clasificatorios, más allá de su necesidad, sin embargo, no pareciera ser ciertamente la forma más adecuada para determinar los cambios de posición y las condiciones en que nos sería posible traducir la experiencia de los extranjeros arribados a la Argentina. Sencillamente porque, proceder así significa, desde el punto de vista del oficio, lisa y llanamente, negar la historia, prescindiendo de lo que entendemos debiera ser un ineludible requisito profesional, aunque más no sea para dotar de contenidos concretos a los megaconceptos con los que debatimos, dotándolos de esa  sensata actualidad de la que habitualmente carecen, pero que tendría la ventaja adicional además de, al incluir el punto de vista de los protagonistas de los sucesos  permitirnos, no sólo concebirlos de manera más realista sino, todavía mejor, nos autorizaría además a pensar imaginativamente "con ellos" (Geertz, 1996).

Parecería, por lo tanto, improbable, llegados a esta altura de las circunstancias, continuar avanzando, refiriéndonos a procesos como los de constitución de barrios étnicos, desde la imposición autoritaria de nuestra atalaya intelectual, sin consultar la voz de los inmigrantes; aunque para que esta perspectiva sea posible fue menester en Argentina esperar al renacer de la democracia, por el fin de la represión y de la clausura intelectual impuesta por la dictadura militar hasta inicios de la década de 1980, lo que permitió resurgir no sólo a los estudios migratorios, si no a otros problemas como los de la diversidad, el pluralismo y el respeto por las diferencias. Consecuencia de ese desenlace, asistimos por esos días, a la par que a una extraordinaria multiplicación de los trabajos que se realizaron sobre las migraciones europeas, a un proceso de dilatación y paralela segmentación del campo de indagación se daba aquí lo mismo que en el resto del mundo, y que tuvo como su más visible correlato en el radical vuelco, por el pasaje observado desde los exámenes que aluden a genéricos e imprecisos inmigrantes, herederos de la tradición germaniana, a los estudios sobre colectividades y grupos étnicos particulares que pusieron en descubierto que los emigrantes, antes que diluirse asimilándose en el cuerpo de la sociedad argentina  tendían a persistir en sus hábitos, reteniendo sus identidades; disposición que se manifestaba en el hecho de que ejercían los mismos trabajos, frecuentaban los mismos ámbitos de sociabilidad, pudiéndose identificar áreas de concentración en sus patrones residenciales, y contraían matrimonios endogámicos dentro de sus colectividades, al margen de la fuerte predisposición que evidenciaban por preservar sus idiomas, que hablan hacia el interior de sus familias, sus barrios y comunidades, continuidades por supuesto que no podían aparecer desligadas de sus esfuerzos por crear todo un aparato institucional, asistencial y educativo, en definitiva inclinado a los mismos fines (Devoto, 1992).

Obviamente, semejante reversión de perspectivas, del ideal de la moderna y homogénea sociedad argentina creada por el "crisol de razas" a la súbita aparición de una antes poco menos que impensada estructura mosaica, no podía dejar de provocar reacciones y controversias. Una crítica, en todo caso, que si en principio parecía estar dirigida hacia la  profunda reconversión, en los métodos de trabajo y en las fuentes que la renovación trajo consigo, por el desplazamiento y pérdida de centralidad de las explicaciones exclusivamente económicas de las conductas sociales por el rotundo fracaso de sus capacidades predictivas que se evidenció en las décadas del ochenta y del noventa, hacia una nueva historia social, cultural y antropológica, y de la macro a una microhistoria que se proponía recuperar la experiencia vivida por los propios protagonistas, antes bien se dedicó a embestir, según hemos visto, contra lo que, para nosotros, constituía una de las mayores virtudes de los nuevos enfoques, esto es la  consistencia de las pruebas que esgrimían. Debilidad de la que, para quienes se les oponían, los barrios étnicos constituían quizás el mejor ejemplo aunque, en realidad, antes que enfatizar el recurso a una clase de información (extraída de fuentes uninominales como los registros de embarque, planillas censales, actas de sucesos vitales de las parroquias y registros civiles o libros de socios de las mutuales extranjeras pero también cualitativas, que aspiraban a recuperar los acontecimientos de la vida cotidiana, desde la prensa, los registros notariales, la literatura, la correspondencia, memorias y diarios de viaje de los emigrantes, o a las entrevistas orales en el caso de los muchos que todavía quedan vivos) y a un modo de exposición al que después, varios de sus primitivos censores terminarían por abrazar como fervorosamente suyo, el argumento hacía sobre todo hincapié en como, al proceder de esta forma, los estudios migratorios parcelaban  la "natural" unidad de lo real, aunque nos estemos refiriendo a una realidad de cuya artificialidad y carácter construido ya nos hemos hablado en otra páginas. Por otro lado, nos parece cuando menos dudoso pensar que, lo que  los estudios  migratorios pudieron haber traído consigo pudo significar algo así como el triunfo del fragmento, o más directamente aún pudo haber incitado al descuido o al  abandono en el análisis de esas propiedades «objetivas» que al parecer definirían ab aeterno el comportamiento de la gente sino que,  más modestamente quizás, lo que se buscó hacer fue replegarse para después volver a encarar los problemas generales, mas no calibrando su significación desde el presente o desde los valores que hoy consideramos deseables, sino desde el cabal conocimiento de lo que tratamos ubicado en el contexto de los usos de la época y de la sociedades que en su momento les dieron vida. O también porque, en definitiva, de ser correcta esa presunción, tampoco podríamos hablar, como de hecho hacemos todos los días, de una historia o una geografía económicas, de una historia de las mujeres, de la cultura, los sectores populares o las clases obreras, en la medida que son recortes que deberían justificarse su pertinencia o por qué son más importantes que otros. Más razonables, en cambio, parecen aquellas observaciones, que atacan la "moda" de los escritos monográficos los que, aspirando a refutar las rigideces de los modelos estructuralistas de los sesenta, terminaron por compartir sus mismas inclinaciones, haciendo de su tarea una desesperada búsqueda de indicadores (de especialización profesional, de selección matrimonial, de pautas residenciales) que terminaban por tener siempre los mismos y repetitivos resultados,  reincidiendo en su esquematismo, lo que los hacía perder buena parte de su capacidad crítica y desconstructiva y su objetivo primario que, se suponía, había sido  el de alumbrar perspectivas que por definición se le oponían (Ramella, 1994).

Muy contrario, si algún mérito se le pudiera llegar a reconocer a la nueva línea propiciada éste sin dudas residiría, y eso al margen de hacer visibles los límites pero también los méritos de las teorías que las precedieron, no tanto en encontrar por doquier nichos laborales de inmigrantes procedentes de lugares específicos, que respondían a sus contactos pero también a estrategias empresariales que muy bien  supieron aprovechar sus redes en su beneficio, ni en los hallazgos que se producían de uno, dos o cien barrios étnicos, sino en que, que, interesados como estaban  por restituir el protagonismo a los emigrantes, en un proceso cuya comprensión se había desplegado antes sin su comparencia, por reponerlos en su condición de seres racionales, de sujetos activos, en palabras de Devoto, capaces de formu­lar estrate­gias de adaptación y supervivencia en con­textos de cambios macro estructura­les,  parecería lógica la opción de tratar de reconstruir esa experiencia repitiendo su mismo itinerario, recuperando sus prácticas, sus redes sociales con parientes y amigos razón última de sus comportamientos, así como los procesos de "reinvención" de la identidad que su condición de recién llegados impone, que habilitaría nuevas formas de registro las que, sin prescindir de nada, nos dirían mucho más sobre sus vidas, haciendo posible una perspectiva de continuidad, pero que dotaría de sentido a realidades para aceptarlas o para negarlas, como esas tan discutidas concentraciones llamadas "barrios étnicos".

Conclusiones

Finalmente, ¿existieron o no los barrios étnicos y, si existieron, por qué permanecieron ocultos tanto tiempo?. Una primera respuesta posible haría énfasis en el hecho de que nos fácil negar aquello que se despliega ante nuestros ojos, a menos que los cerremos claro está, razón por la que, precisamente, si la cuestión ha ido ganando visibilidad hoy y hasta recobrado pertinencia como tema de debate es porque resulta complicado recorrer zonas de la ciudad de Buenos Aires como el barrio de Floresta, o de otras ciudades de las provincias del interior, sin toparse con los signos visibles de una diversidad  manifiesta, en los extraños escritos e idiomas que dominan sus calles, o en los rasgos de sus gentes, así como en el  rápido ascenso por el que asumieron el riguroso control de ramas de actividades que requieren de no bajos niveles de inversión, como es el caso de los chinos y coreanos en sus áreas de influencia de la Capital, y en donde la población local con la que conviven no ha registrado niveles semejantes de concentración. Tampoco es sencillo no escuchar las denuncias de las comunidades latinoamericanas, peruanas o bolivianas por ejemplo, sobre las formas viles de trabajo que les impone su informal integración a las textiles coreanas, ligadas a redes de comercialización cada vez más extendidas por lo demás, lo que trajo aparejado dificultades de diverso tipo, ligadas a la de convivencia, edilicias, de acceso a viviendas, referentes a condiciones de subsistencia y de salubridad, hasta de explotación de unos por otros, pero que no pueden seriamente soslayarse porque afectan, con alteración de todos, la calidad de vida de grupos o sectores sociales enteros de la ciudad.

Habría que aclarar, sin embargo, que el reconocimiento actual de esos problemas no necesariamente conlleva una idéntica actitud retrospectiva aunque no resulta demasiado aventurado pensar que, en las diferentes condiciones materiales y de desempeño económico que prevalecían en un país todavía muy lejano a la fulminante crisis que atraviesa en la actualidad, y dada las masividad de los flujos, la proliferación de esta clase de situaciones se debió ver por lógica enormemente favorecida; aunque los vestigios que después llegaron hasta nosotros, sean escasos y fragmentarios como siempre, e indiquen que lo que pasó aquí en nada se pareció a los ghettos estadounidenses, cosa que nunca estuvo en discusión nos parece, por lo menos para aquellos que plantearon sus puntos de vista desde posiciones sensatas, lo mismo que las inferencias por la nacionalidad de los iniciadores de esta línea de trabajos en el país los que, si es probable que no podían dejar de ser sensible a las preocupaciones de sus ámbitos académicos de procedencia y encontraran en ellos una fuente de inspiración sin dudas, parece cuando menos exagerado hacerlos responsables de la anacrónica traslación a la Argentina de modelos acuñados para analizar la realidad de otras partes, y mucho más a quienes adoptaron en parte sus métodos y fuentes de referencia en busca de pistas y formas de trabajo que no existían para abordar problemas que no podían encontrar anclaje en tradiciones intelectuales desde las cuales era evidente no se podía ya dar cuenta de ellas. La acusación debiera ser en todo caso  relativizada en función de los resultados y de las cada vez mayores evidencias empíricas acumuladas, que en un sin fin de trabajos aluden a la presencia de numerosos barrios étnicos, agrupaciones de inmigrantes, o "lugares comunitarios" como han sido rebautizados recientemente, que señalan la existencia de una cuestión, llámesela como se la llame, pues no se trata de una cuestión terminológica, aunque creemos, precisamente, que una de las explicaciones plausibles de esa negativa tenaz reside precisamente en la  irritación que genera el uso de la palabra "etnicidad" en círculos asimilacionistas. Una incomodidad, que semeja a la que en los países del norte provoca hoy el término "raza" pero que aquí no resulta perturbador porque remite a la extendida ilusión de la sociedad, homogénea e inclusiva formulada en la teoría del "crisol", que fusionó a los inmigrantes haciendo de ellos argentinos o lo resuelve, en otro registro de lectura,  admitiendo la heterogeneidad pero viéndola como manifestación parcial, y hasta amenaza, de una realidad subyacente más profunda, como sostienen no casualmente desde los extremos del arco ideológico Sartori y Zizek (Jameson y Zizek, 1998, Sartori, 2001).. El problema es que, aún suponiendo que el "destino" de los inmigrantes sea asimilarse, no es lo mismo para un historiador llegar a ese desenlace por cualquier camino, por lo que la razón del fracaso de las corrientes tradicionales reside en la excesiva confianza que depositan en la exactitud de sus presupuestos sobre cómo debiera funcionar el mundo, lo que no podía tener sobre sus descripciones sino consecuencias funestas. En definitiva, parafraseando a Geertz (Geertz, 1996b), es probable que los desafíos que trae consigo la diversidad sean sin dudas interesantes, y hasta dignos de ser analizados cuando se manifiestan, donde las encontraron los antropólogos, en la lejanía que impone la distancia, pero se tornan enojosos cuando se manifiestan en el seno de nuestra propia sociedad, amenazando nuestro entendimiento, nuestras definiciones y el sentido absolutista con que estamos acostumbrados  a interpretara el mundo
 

Notas

(1) Pareciera innecesario advertir, o por lo menos eso esperamos, hasta qué punto no adherimos a esa  definición de «sentido común» que se desprende de su acepción popular y lo considera como un precipitado de «saberes», de verdades evidentes, de "realidades" que se manifiestan por su sola presencia y que son tan contundentes que no necesitan de confirmaciones para que se admita su existencia. Mucho más pertinente, en cambio, nos parece comprenderlo del  modo como lo hace Geertz, es decir como un conjunto organizado de pensamiento especulativo, históricamente construido, de  intencionadas interpretaciones o sistemas de ideas que tiene su lugar dentro de una  cosmovisión predeterminada y que   en ese marco que se entienden, asumiendo los prejuicios con que han sido elaborados y no espontánea y libremente como  se supone, como si fuera parte de ese difuso legado caracterizado bajo el genérico rótulo de «memoria  colectiva» (Geertz, 1994)

(2) En ese dirección deberíamos aclarar que, si bien, la analogía de "la vida como texto" propia de la antropología interpretativa de raíz geertziana (Geertz, 1994)  ha tenido aplicación en temas como el que trabajamos a partir de los estudios de Ruth Behar, que sostiene la posibilidad de que una ciudad, un pueblo, un lugar, puedan ser en el espacio leídos (Behar, 1989), podrían  considerarse antecedentes, desde otro punto de vista, los estudios de Michelle Perrot sobre el hábitat urbano, formulados desde la perspectiva de la Escuela de los Annales franceses (Perrot, 1990).
 

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© Copyright Dedier Norberto Marquiegui, 2003
© Copyright Scripta Nova, 2003

 

Ficha bibliográfica:
MARQUIEGUI, D. N. Barrios de inmigrantes y segregación social en Argentina ¿verdad o mentira?. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146(067). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(067).htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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