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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VII, núm. 147, 15 de agosto de 2003

ALMACENES DE PÓLVORA Y EXPLOSIVOS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX. UN ESTUDIO TIPOLÓGICO

Ana María Benedicto Justo
Historiadora del Arte
anabenjus@hotmail.com


Almacenes de pólvora y explosivos en la segunda mitad del siglo XIX. Un estudio tipológico (Resumen)

Estudio generalsobre la tipología de polvorines militares en España a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Estructurado en seis apartados, los dos primeros se centran en las condiciones especiales que debían tenerse en cuenta en la construcción y disposición de sus elementos. El tercer apartado analiza las principales disposiciones legales referentes a estos edificios que se dictaron en España en el mismo periodo, encaminadas por lo general a la protección de la población local y otras condiciones de seguridad, dada la naturaleza peligrosa de las pólvoras y explosivos. En los últimos tres apartados se revisa su evolución a través de los principales modelos europeos, las propuestas más destacables de los Ingenieros militares españoles y la solución adoptada en el Polvorín de Taco (Santa Cruz de Tenerife), modelo excelentemente conservado de esta tipología.

Palabras clave: polvorines, construcciones militares en España, legislación española sobre pólvora y explosivos, almacenes de pólvora y explosivos, patrimonio industrial.


Gunpowder and explosives warehouses in the second half of the XIX century. A model study (Abstract)

General study about military powder magazines in Spain along the second half of the XIX century. Structured in six sections, the first and the second deal with the special disposition and building conditions of it’s elements. The third section analyses the main legal dispositions relating to these buildings that were dictated in Spain at the same period, guided in general to the protection of the local population and other security conditions, due to the dangerous nature of gunpowder and explosives. In the last three sections their evolution is revised through the main European models, the Spanish military engineers most prominent proposals and the solution adopted in Taco’s powder magazine, excellently preserved model of this type.

Key words: powder magazines, military constructions in Spain, spanish legislation on gunpowder and explosives, gunpowder and explosives warehouses, industrial heritage.


El siglo XIX es un siglo nutrido en el estudio e investigación de las tipologías arquitectónicas, cuyo debate teórico y conceptual ya se había iniciado en el siglo anterior. A lo largo del XIX, pero sobre todo en su segunda mitad, van surgiendo nuevas tipologías arquitectónicas destinadas a satisfacer las necesidades generadas por las profundas transformaciones sociales, económicas y políticas del periodo, al mismo tiempo que  evolucionan y se transforman otras tipologías favorecidas por los avances en el campo de las ciencias y las técnicas. En este sentido y tanto en Europa como en España, los ingenieros militares desempeñaron un importante papel en el estudio, investigación, aplicación  y evolución de las tipologías relacionadas con la ocupación colectiva y la defensa, siendo pioneros en la aplicación de numerosos sistemas (constructivos, de ventilación, calefacción, saneamiento, etc.) en edificios militares que extendieron luego su aplicación al ámbito civil por su eficaz resultado. En íntima relación con la organización defensiva del país, los polvorines desempeñaban un papel fundamental por su función y contenido, pues además de almacenar las provisiones establecidas para una determinada plaza, debían hacerlo cumpliendo unas condiciones especiales en su construcción que eliminaran la posibilidad de explosión o de inutilización de los materiales, ya fuera por efecto del fuego o la humedad, lo que supondría dejar a la plaza sin municiones para defenderse frente a un ataque enemigo. Por este motivo, en la mayoría de los países los almacenes de pólvoras y explosivos han sido objeto de numerosos estudios por parte de oficiales del los cuerpos de Ingenieros y de Artillería, encaminados a mejorar sus sistemas de construcción y acondicionamiento. En España, los principales estudios sobre este tipo de edificios fueron publicados en el Memorial de Cuerpo de Ingenieros del Ejército, entre 1847 y 1900, cuya revisión sirve de base a este artículo. Por otro lado, un estudio más minucioso de algunos de los sistemas de acondicionamiento propuestos podría abrir nuevas vías de aplicación dentro de los presupuestos de la arquitectura bioclimática.

Desde el invento de la pólvora y su empleo para las bocas de fuego en la segunda mitad del siglo XIV, es natural que existiera la idea de almacenarla, aunque probablemente no sería en lugares especiales, en su mayoría sótanos de castillo o de palacios particulares. Cabe suponer que la experiencia de voladuras y explosiones[1], y así lo demuestra la historia de la fortificación, hizo que poco a poco se adoptaran sistemas especiales para el almacenamiento y conservación de las provisiones de guerra. La escuela de fortificación italiana los coloca debajo de los caballeros[2] y formados por una bóveda de cañón seguido, y en la fortificación alemana, Speckle sitúa al lado de las casamatas de los baluartes espacios abovedados dedicados a tal objeto, manifestando ya por entonces en su tratado sobre Arquitectura de las fortalezas[3], que los almacenes de pólvora debían colocarse detrás de los baluartes, en pequeñas torres aisladas, evitando los grandes almacenes por el peligro que conllevaban. En 1698, el célebre ingeniero Vauban fue encargado de completar y reformar las defensas de la plaza de Neufbrisach, y construyó en el centro de las torres defensivas de cada saliente y debajo de su terraplén, un gran espacio abovedado con destino exclusivo al emplazamiento de las pólvoras. Cormongtaingne los sitúa debajo de los caballeros, Belidor los separa, haciéndolos aislados y de planta rectangular; Montalembert, en el sistema atenazado aprovecha la torre de la tenaza menos atacada para almacén, y finalmente, Bousmard, Carnot y otros no hacen sino seguir con ligeras variaciones las ideas de sus antecesores, aplicando para almacenes los espacios abovedados y las casamatas, a las que el ilustre general Carnot alude en su obra Defensas de las plazas fuertes[4] diciendo que “tienen otra cualidad que las hace muy apreciables: la de servir de subterráneos para almacenes, pues la carencia de estos es defecto de que pecan la mayor parte de nuestras plazas”.  Sin embargo, en general, el nivel de acondicionamiento de estos espacios y construcciones no iba más allá de evitar que fuesen destruidos por el fuego enemigo, no construyéndolos más que en los puntos fortificados.

Figura 1. Polvorín modelo Belidor.

No será hasta finales del siglo XVIII y comienzos del XIX cuando se comienza a mostrar una mayor preocupación tanto por el acondicionamiento del local como por la preservación de las pólvoras en condiciones de utilidad. Los primeros almacenes de pólvora que figuran como edificio especial y sin formar parte de otra construcción, datan de principios de siglo y fueron los llamados Belidor (figura 1)[5], de planta rectangular, con bóveda de cañón seguido trasdosada con un enorme caballete de mampostería y contrafuertes exteriores. Estos edificios solían construirse aislados y sus principales inconvenientes eran que evitaban la circulación del aire alrededor del edificio y además detenían los proyectiles, que al explotar, los destruían junto con el muro. El deseo de mejorar estas condiciones y dar menor desarrollo a los edificios hizo que se construyeran los contrafuertes al interior, lo cual reducía la capacidad de almacenaje de las pólvoras y además presentaba el inconveniente añadido de que la humedad se concentraba en las numerosas aristas interiores creadas con esta disposición, no tardando mucho en deteriorar las pólvoras. Por todo esto fueron desapareciendo estas disposiciones con contrafuertes y hasta mediados del siglo XIX se construyeron los almacenes rectangulares de  estribo de un solo espesor, cubiertos con un cañón seguido de bóveda circular, cerrando los testeros con gruesos muros. La cimentación se ejecutaba sobre bóvedas escarzanas, cuyo trasdós era horizontal, formado de hormigón y casquijo, y encima una gruesa capa de asfalto u otra materia bituminosa, capa que seguía al exterior para prevenir las humedades del almacén. Los pisos se entarimaban con madera de encina perfectamente curada cuando el terreno era húmedo, y solado o baldosado en caso contrario. Desde mediados de siglo, especialmente en el último tercio, se proponen nuevos modelos de edificios cada vez más especializados.

Condiciones generales

En este periodo, la situación de guerra precisaba el consumo de una enorme cantidad de pólvoras, altos explosivos, municiones y artificios, y siendo necesaria su fabricación en tiempo de paz, se imponía la construcción de almacenes especiales que, además de conservarlos en buen estado, evitasen las explosiones fortuitas o intencionadas o mitigasen sus efectos en caso de producirse. La clasificación y nombre que se daba a estos almacenes a finales del siglo XIX, así como su organización y distribución, esta en función de que su objeto fuese almacenar pólvora, proyectiles cargados u ordinarios, o cartucherías que sirviesen para surtir una plaza de guerra, a las tropas de un cuerpo de ejército o conservar los productos de las fábricas. Los primeros almacenes son los que existían en las propias fábricas, que por su condición sólo guardaban pólvoras, unas épocas en grandes cantidades y otras en pequeñas, pero con entradas y salidas frecuentes. Esto requería que sus locales fuesen amplios, con buena ventilación e iluminación, subdivididos por clases de pólvoras y a bastante distancia de las demás dependencias de la fábrica. De las fábricas, la pólvora se destinaba a las plazas de guerra y los centros artilleros, bien para conservarla o confeccionar cartuchería, rellenar proyectiles u otros artificios, que una vez hechos pasaban a los almacenes correspondientes de los cuerpos de ejército. Estos son los llamados almacenes “de depósito”, que necesitaban ser suficientemente grandes para contener todos los elementos citados; su objeto era surtir a otros almacenes de menor capacidad, los depósitos “de aprovisionamiento”, que alimentaban a las baterías de las plazas y costas, los fuertes y las tropas de campaña. La situación de estos almacenes era muy variable: unas veces aislados, otras adosados al terraplén o bien bajo él, siendo lo más importante que estuvieran bien defendidos de los tiros y proyectiles del enemigo.

Centrándonos en el tipo de almacenes de construcción y cubierta ordinaria[6] que formaban parte integrante de los parques de Artillería o que se construían dentro de las fábricas de pólvora o de municiones, o en un punto suficientemente alejado del  posible teatro de la guerra, los programas de necesidades a que debían responder estos depósitos eran redactados por las Juntas locales de defensa y armamento, o, en su defecto,  por las Comisiones mixtas de Artillería e Ingenieros, encargadas de determinar el número de almacenes, la capacidad de los mismos y la clase de pólvoras y municiones que habían de conservarse, siempre en armonía con el artillado y necesidades de las plazas de guerra más próximas. La explosión de las pólvoras y explosivos, o su alteración, que las inutiliza o las hace más aptas para producir una explosión espontánea, podía ser debida a la acción directa del fuego, a rozamientos, choques o vibraciones, o a la influencia de la humedad y del calor, causantes de la inestabilidad física y química de dichos productos.

En consecuencia, para evitar peligrosos accidentes, estos polvorines o almacenes de pólvora y explosivos debían cumplir una serie de condiciones concretas, siendo la primera de ellas la de mantenerse perfectamente secos en su interior, y por tanto, evitar cualquier tipo de humedad, ya procediera del terreno o fuera debida a la condensación del vapor acuoso que penetraba con el aire exterior. Esta era una de las condiciones más importantes, pues la humedad resultaba especialmente perjudicial para la buena conservación de toda clase de explosivos, principalmente para las pólvoras ordinarias y los explosivos de seguridad a base de nitrato sódico o amónico. Pero la sequedad atmosférica tampoco era conveniente, pues el aire resecaba la pólvora quitándole sus efectos balísticos. La humedad conveniente se aceptaba en 45º a 55º del higrómetro de Saussure. Una segunda condición era mantener la temperatura interior lo más constante que fuera posible. Algunos autores determinan unos límites de 28-30º en los días más calurosos y de 4º en los más fríos, mientras para otros están entre los 35º y 8º.

Además, en la construcción debían adoptarse las debidas precauciones para prevenir toda probabilidad de fuego y para evitar los efectos de los choques o rozamientos que pudieran provocar detonaciones. Fundamental era la preservación de estos edificios de los agentes eléctricos empleando un buen sistema de pararrayos, aunque su implantación no fue generalizada hasta las últimas décadas del siglo. No era menos importante un buen sistema de ventilación y medios de dar fácil salida a los gases en caso de explosión, además de emplearse almacenes distintos para las pólvoras y los altos explosivos, evitando así que la explosión en uno de los almacenes afectase a los productos contenidos en el otro.

Por otra parte, la explosión espontánea o intencionada de las sustancias almacenadas podía producir la proyección de los materiales de construcción, así como una onda expansiva que causara daños en las edificaciones próximas. Para atenuar estos efectos, se tenía el recurso de la construcción de polvorines subterráneos, enterrando el almacén lo bastante para que quedase cubierto con una capa de tierra de suficiente espesor. Sin embargo, tal solución no resultaba práctica porque los espesores de tierra necesarios eran enormes en cuanto la cantidad de explosivos excedía de 10.000 kilos, obligando además a guardar las cargas de forma alargada, en un intento de reducir espesores, por lo que resultaban almacenes de una longitud excesiva. Para atenuar los efectos de una explosión, el tipo de almacén erigido sobre el terreno debía construirse con paredes de poco espesor y materiales ligeros, y rodearse, además, de una cerca de tierra lo bastante elevada para atenuar los efectos de proyección, situándose a 2 kilómetros como mínimo de la población, y a 1 kilómetro de los caminos más próximos[7].

Disposición y construcción

Los almacenes de pólvora y explosivos solían construirse de una o de dos plantas como máximo, aunque hacia finales de siglo se había generalizado el de una sola planta que evitaba el transporte de sustancias peligrosas por escaleras. En general, era más conveniente construir varios almacenes pequeños que uno grande, disponiendo los primeros aislados unos de otros por traveses de tierra, tan altos o más que los almacenes. Para mayor seguridad, podía rodearse el grupo de edificios por una cerca general de tierra o fábrica que evitase la entrada de personas extrañas. Las dimensiones de los locales dependían de la cantidad de pólvora o municiones almacenada y de la disposición en que se colocaban los proyectiles o los empaques, por lo que cantidad y dimensiones era un dato necesario para proyectar el almacén.

Las cajas que contenían pólvora ordinaria, dinamita o trilita se colocaban en filas superpuestas, apoyando la primera sobre dos viguetas o polines de madera y colocando otras dos entre fila y fila. Anteriormente se colocaban en nichos practicados en las paredes, pero el sistema se desechó por no permitir la circulación de aire alrededor de los empaques, siendo lo mejor colocar las cajas en estanterías de madera, cuya altura total debía ser menor de dos metros, y con una profundidad suficiente para colocar dos cajas puestas a tizón y separadas una de otra 2 o 3 cm. Los proyectiles macizos podían conservarse bajo un tinglado, y para el almacenamiento de proyectiles cargados solían adoptarse dos disposiciones: según lo dispuesto por una circular de la Dirección de Artillería, debían conservarse en almacenes, colocándolos horizontalmente sobre una plataforma de madera dura, en tantas pilas como permitiera la capacidad del local. Las ojivas de una pila se colocaban en contacto con los culotes de la inmediata y se separaban los lechos de cada fila por varillas de hierro; la forma de la pila podía ser cualquiera, pero su altura no había de exceder el metro y medio. Los proyectiles de la Artillería ligera de campaña se conservaban con su cartucho metálico, colocándolos en estanterías especiales de madera cuyos listones tenían un avellanado para apoyar las puntas de las ojivas, quedando luego el conjunto encerrado en un armario de madera.

Determinada la forma y tamaño de las estanterías, se tenía en cuenta que entre ellas debían dejarse pasos de anchura suficiente para que pudieran circular las angarillas y fueran fáciles y cómodas las operaciones de carga y descarga de las cajas. Estos pasos centrales no debían tener menos de metro y medio de ancho, ni menos de setenta centímetros en  los pegados a las paredes. Sabiendo ya que las dimensiones más convenientes de los almacenes dependían del material y de la cantidad de él que hubiera que guardar, el ancho del local solía oscilar entre 6 y 10 metros, aunque no convenía que excediera de 8 metros, pues para mayores luces se necesitaban armaduras de cubierta más costosas. En cuanto a la altura del cielo raso, bastaba que fuera de 3,50 a 4,50 metros, y respecto a las normas higiénicas, dado que en estos edificios no vivían personas, el cubo de aire era siempre suficiente, ya que las sustancias conservadas no debían desprender gases, prueba evidente de su mal estado.

La forma de la planta adoptada dependía del lugar donde se proyectase colocar el almacén. La mayor parte de los situados fuera de recintos fortificados, en terrenos más bien baratos de adquirir y a los que se exigía economía en la construcción, suelen ser de planta rectangular, aunque también se admitían la elíptica, la circular y la anular. La de más fácil construcción es la primera, pues la mano de obra tanto para elevar los muros como en la constitución de sus cubiertas, fueran  bóvedas o cerchas, no precisaba en general el empleo de operarios especializados. Los demás tipos presentaban inconvenientes en cuanto a construcción y eficacia de almacenaje, así como que los movimientos de material de carga y descarga se efectuaban con dificultad, exponiéndose a que los operarios pudieran chocar o rozar los empaques contra las paredes y pilas. Todo almacén necesitaba, además, una habitación independiente cuyo objeto era no sólo la conservación de las angarillas, alpargatas y demás útiles de limpieza y precaución, sino facilitar las maniobras de entrada y salida de material, favoreciendo su vigilancia al evitar la acumulación de personas en la puerta del almacén. A este antealmacén debían concurrir las puertas del almacén y las que servían para soluciones de ventilación; en el caso de que se conservasen sustancias distintas en un mismo edificio pero en locales separados, se recomendaba que también los antealmacenes fueran varios. El paso debía tener de tres a cuatro metros de ancho como mínimo, a fin de que pudieran cruzarse fácilmente dos parejas con angarillas, hubiera espacio para los jefes y vigilantes de servicio y no ocurrieran choques ni entorpecimientos de las faenas que fueran causa de sucesos desgraciados.

Otra de las condiciones que debían cumplir estos edificios era tener un buen sistema de luces, ya fueran naturales o artificiales. En los almacenes de “depósito” la luz natural se procuraba por medio de ventanas al exterior o al interior, por un corredor central, debiendo ser pocas pero las suficientes para que en el interior se trabajase con comodidad y pudieran leerse fácilmente los rótulos y precintos de las cajas. Las ventanas que daban al exterior debían ser dobles, la exterior de madera y la interior de cristal, ambas abriendo al exterior y procurando que su cierre fuera lo más hermético posible. Las que daban al interior, sólo vidrieras, debían cerrar perfectamente y además tener los cristales pintados de blanco, para que el sol, a través de ellos, no pudiera hacer el efecto de una lente. Podían adoptarse los tipos de ventanas que se quisieran, siempre que fueran suficientemente resistentes y con cierre hermético. La Comisión del Cuerpo de Ingenieros dedicada al estudio y propuesta de tipos de construcciones militares[8], propuso varios modelos y generalizó uno, aunque se podían adoptar otras, procurando siempre que estuviesen compuestas del menor número posible de elementos y uniones. Su situación debía ser elevada para que fuera difícil llegar a ellas, y además, porque unidas a los ventiladores que debía llevar el almacén, ayudaban a la renovación del aire cuando era preciso. El principal objeto en la colocación de estas ventanas era evitar que cualquier posibilidad de fuego pudiera introducirse en el edificio, ya fuera fortuita o intencionada. En cuanto a las puertas, debían ser fuertes y abrir al exterior. Las puertas de entrada al edificio debían situarse en el testero más resguardado del edificio y en forma tal que si atravesara la puerta un proyectil no pudiera penetrar en el almacén, y al lado opuesto de la dirección de los vientos reinantes, que podían arrastrar chispas de fuego de casas o dependencias próximas. Los herrajes que en su uso pudieran producir rozamientos como goznes, bisagras, pestillos y cerraduras, debían ser de bronce, cobre o latón, aunque las cerraduras también podían ser de hierro, siempre que estuviesen pintadas al óleo o cubiertas de pellejo.

En los alrededores del almacén no convenía colocar árboles muy cercanos a los muros de cerca, por ser sus raíces foco de humedad, además del inconveniente de que, si eran elevados, impedían el soleamiento de las paredes del almacén, con lo cual se mantenía la humedad en el aire. Tampoco debían permitirse las hierbas, que al igual que las hojas caídas de los árboles se secaban en la época de calor pudiendo dar lugar a incendios; para ello se esparcía ceniza o se regaba con ácidos que impedían su crecimiento. No se aconsejaba que existiesen en las cercanías masas metálicas, tales como parques de proyectiles o bocas de fuego, ni que hubiera en su proximidad líneas telegráficas o telefónicas. Las garitas de los centinelas se colocaban a unos 20 pasos del muro y frente a los ángulos, de modo que aún metido en ella, el centinela quedase mirando dos lados del muro y al edificio; estos centinelas no debían llevar sobre sí municiones ni cargado el fusil, evitando así que por cualquier circunstancia pudiera disparárseles.

Para que la vigilancia del edificio fuera completa, se rodeaba de un muro de cerca de seguridad que creaba un camino de ronda en el espacio interior. Su espesor debía ser en consonancia a la longitud y altura, debiendo separarse del almacén lo bastante para que el aire no quedase detenido y el sol pudiera bañar la fachada. El muro de cerca debía ser de una altura suficiente para que un hombre ágil no pudiera subirse, terminándolo con pinchos o trozos de cristal. No se permitía que nadie estacionase en sus cercanías ni hacer nada que pudiera ser causa de su destrucción; este muro sólo tenía una puerta colocada frente al camino de ronda, que nunca debía corresponderse en eje con la puerta o puertas del almacén. También en el camino de ronda era preciso extirpar hierbas y el piso debía estar bien afirmado y sin desigualdades que pudieran dar lugar a tropiezos o caídas durante el transporte de material, además de hacerse con pendiente hacia la alcantarilla o pozo para la rápida evacuación de las aguas, y de un ancho que permitiese el cruce de dos angarillas sin riesgo de choques con los muros o entre sí, estando prohibida la permanencia de operarios en estos pasos.

Por otra parte, resultaba indispensable que estos almacenes aislados y a bastante distancia de otros grupos de edificios estuviesen vigilados por tropas que necesitaban viviendas o lo que se conoce como Cuerpo de guardia. Este edificio debía asentarse a un mínimo de 50 metros de la cerca que rodea a los almacenes y a sotavento de los mismos, con objeto de evitar que una chispa de la cocina, de un brasero o de un cigarro pudiera ser llevada por el viento hasta los polvorines. Los locales que solían constituir el alojamiento eran: un dormitorio colectivo o cuerpo de guardia de tropa, un cuarto para el sargento, otro para un oficial con retrete anejo, una cocina y retretes generales. En el mismo edificio podía ser necesario disponer uno o dos locales para el encargado del almacén y otra habitación contigua para depósito de efectos y materiales. La garita del centinela se colocaba, en cambio, junto a la cerca, exteriormente a la misma pero suficientemente elevada para facilitar la vigilancia.

Medios para evitar el fuego.

Estos almacenes especiales debían ser defendidos de sus dos enemigos principales, el fuego y la humedad, y para conseguirlo, además de estudiar su buena situación y orientación, era preciso construirlos con materiales apropiados o preparados para adquirir condiciones de incombustibilidad, y disponer los edificios de manera que dificultasen toda posible introducción del fuego dentro del almacén. Una vez que el fuego entraba en contacto con los envases, resultaba difícil evitar que el calor produjese la voladura, por lo que se propusieron distintos medios para evitar la propagación. Unos consistían en prevenir el peligro mezclando las pólvoras con otros cuerpos que retrasasen la inflamación, como salitre, grafito, cristal pulverizado, etc., lo que suponía tener que tamizar la pólvora cuando se quería hacer uso de ella en su verdadero estado. Otro medio ensayado para modificar la propagación fue el uso de agua con cloruro de magnesio, que con el calor desprende cloro gaseoso, un gas que extingue el fuego por ser obstáculo para la combustión. Pero antes que tener que recurrir a extinguir el fuego, convenía impedir su entrada procurando, como propone Cazorla en el modelo expuesto en sus Consideraciones...[9], no colocar huecos ni ventanas al exterior, tomando el aire y la luz de patios o corredores interiores. O también, según propuesta del general Cerero en su memoria sobre la Ineficacia de los medios de ventilación...[10], cerrando los huecos exterior e interiormente con telas metálicas, y cubriéndolos por fuera con una pantalla semicircular de palastro. Las distintas disposiciones empleadas para las bocas de ventilación, si bien no ayudaban a la entrada del aire, reunían condiciones para impedir la del fuego, siempre que se empleasen telas metálicas en sus aberturas.

Pero si se quería hacer incombustible el edificio, era necesario además, que los materiales que lo formasen lo fueran igualmente. No sólo se defendían del fuego las armaduras, puertas y ventanas, sino también los pisos, muros y demás elementos, eligiendo materiales a propósito. Lo más aceptado era el uso de hierro fundido en aquellos elementos que iban a sufrir compresión, el de hierro forjado o laminado en los pisos y elementos sujetos a flexión, el uso de hormigón o ladrillo en los muros y el de piedra en los adornos, quedando la madera limitada a la construcción de puertas, ventanas y estanterías.

También era preciso dotar al almacén de pararrayos, colocados sobre postes de madera fuera del edificio principal. Un pararrayos es una barra metálica que se eleva sobre los edificios y desciende sin solución de continuidad hasta el agua de un pozo o suelo húmedo; la parte que sobresale del tejado es la aguja, terminada por una pequeña punta de platino, y lo demás es conductor. Si el edificio armado de pararrayos tenía piezas metálicas grandes, como láminas de plomo que recubren la hilera, o barras de hierro para asegurar su solidez, era necesario hacerlas comunicar todas con el conductor. La instalación de estos elementos en los almacenes de pólvora y en las fábricas requería un mayor cuidado en evitar la más ligera solución de continuidad y establecer una comunicación perfecta entre la aguja y el suelo, pues si fuese defectuosa, daría lugar a chispas que podrían incendiar el polvorín en suspensión en el aire, por lo que resultaba más prudente no colocar las agujas sobre los mismos edificios, sino sobre mástiles que estuvieran separados de ellos.

El primer ingeniero español en abordar la aplicación de pararrayos en los almacenes de pólvora fue Saturnino Rueda “a fin de hacer desaparecer esta prevención tan infundada que contra ellos se tiene, y de apreciar en su justo valor los buenos servicios que pueden prestar”, puesto que a mediados del siglo XIX, la aplicación de pararrayos a los edificios “no merece de muchos la mayor aceptación, mirándose por algunos de estos no solamente como nulo su empleo, sino también hasta perjudicial”[11]. Las instrucciones más aceptadas en lo referente a estos elementos en los almacenes de pólvora son las redactadas por la Academia de Ciencias de París en enero de 1867[12], con motivo de una consulta elevada por el ministro de la Guerra. En su instrucción, se opta por la situación aislada del edificio, en apoyos independientes y unidos al muro de cerca o fuera de éste, por lo expuestos que estarían en caso de reparaciones, sobre todo al hacer las soldaduras. La distancia a que se debían colocar dependía de la zona que tuvieran que proteger, siendo en general suficientes tres o cuatro pararrayos: dos próximos a los ángulos del muro de cerca de uno de los lados mayores, el más expuesto a las tormentas, y otros dos en el lado opuesto o en el centro, en el caso de que fueran tres. Cuando había varias agujas se unían por sus pies por medio de un conductor situado casi al nivel del suelo y metido en una canal; este conductor, llamado “de circunvalación”, convenía que estuviese al descubierto, tapándose sólo la parte colocada frente a la puerta del edificio. Para mejor conservación de los cables o barras de hierro, éstos se galvanizaban y a ser posible, se hacían de una pieza, evitando en ellos las uniones. Para el contacto con tierra, lo mejor era una plancha de cobre de un metro cuadrado de superficie como mínimo, y además, todas las piezas metálicas de cierta importancia que existiesen en el interior del edificio debían ponerse en comunicación con los conductores de los pararrayos más próximos. Por último, era preciso que estuviesen siempre en buen estado y vigilados constantemente, existiendo en la época varios aparatos para efectuar estos reconocimientos, como el de Cauderay, el de Hoyer y Glanh, o el de Michel, entre otros. Cabe decir que algunos de los miembros de la comisión de la Academia[13] reunida para la redacción de esta Instrucción…, aprobaron la parte teórica de la misma, aunque juzgando “…que la ejecución de algunas de las disposiciones que recomienda la Comisión, no obtendrán por completo el fin propuesto y presentarán inconvenientes prácticos...”[14].

El alumbrado artificial solía hacerse desde el exterior por medio de reflectores, enviando los rayos de luz a través de gruesos cristales fijos en la pared. La luz eléctrica con lámparas de incandescencia se aplicaba algunas veces pero con algunas precauciones, como que los conductores de cobre fueran dentro de tubos de plomo, forrados a su vez de madera. Se situaban en galerías exteriores al almacén y se llevaban por distinto sitio el conductor de ida y de vuelta. Las lámparas se disponían detrás de los cristales, lo mismo que las luces ordinarias, y se introducían en recipientes llenos de agua para evitar que el hilo quedase incandescente un solo momento en caso de rotura de la bombilla. Finalmente, como nunca eran excesivas las precauciones adoptadas para evitar las explosiones, y en los almacenes de pólvora ordinaria podía producirse la inflamación del polvorín por las chispas que se desprenden al rozar el hierro con hierro o con materiales pétreos de excesiva dureza, se proscribía en estos edificios el uso del clavazón y de los herrajes de cierre y cuelga ordinarios, adoptándose los de bronce, cobre o latón.

Medios de preservar los almacenes de la humedad.

La humedad, como el fuego, era uno de los principales enemigos de un almacén de pólvoras y al estudio de las condiciones y sistemas para combatirla daban los ingenieros gran importancia en la elaboración de sus proyectos. La humedad podía penetrar en los locales de varias maneras: desde el terreno, ascendiendo por capilaridad a través de los materiales de construcción; desde las cubiertas o fachadas durante la lluvia y, finalmente, con el aire exterior saturado de vapor acuoso que, al encontrar en el interior una temperatura más elevada, asciende hasta la parte alta, se enfría en contacto con la cubierta y se condensa, cayendo en gotas de agua sobre el suelo del almacén. Para evitar la humedad del terreno se elegía el asentamiento del edificio en terreno permeable, alejado de bosques, corrientes de agua, plantaciones o cualquier otro foco de humedad. Como no siempre era posible elegir la posición y clase de terreno que más convenía, se recurría a medios artificiales, como emplear los materiales menos porosos, para que coadyuvasen a impedir los inconvenientes que pudiera presentar la mala condición del lugar aceptado. Los materiales considerados menos absorbentes en la época eran el gres, las baldosas, los ladrillos, las tajas, las piedras asperón, las losas de cemento, las piedras duras y los buenos hormigones. La humedad produce en los materiales efectos diversos y era conveniente conocerlos para dar mejor idea de su aplicación. La falta de luz y de ventilación, si se conserva humedad, producen la fermentación y desarrollo de hongos y microorganismos que se introducían en las maderas causando su destrucción, y los metales se oxidaban en su superficie, corroyéndose poco a poco hasta su completa inutilización si no se los pintaba con sustancias grasientas u oleaginosas, o bien se envolvían en cemento evitándoles el contacto con el aire. Las tejas, si eran de buena fabricación y se evitaba que se cubrieran de musgo, no dejaban traspasar la humedad.

Entre los medios empleados para combatir la humedad cuando no era posible usar materiales completamente impermeables, el estudio de la cimentación era quizá el más importante, pues bien hecha impedía que la humedad penetrase por el suelo, que es por donde solía producirse en la mayor parte de los casos. El uso de buenos hormigones y avenamientos sencillos eran garantías suficientes de sequedad. De los avenamientos, el más práctico era el empleo de tubos de alfarería hechos a propósito, que se colocaban alrededor de los muros y recogían las aguas que pudieran depositarse, desaguándolas en pozos o alcantarillas separadas de la edificación. Estos tubos eran de distintas formas, aunque los más aceptados eran los de forma ojival o hechos con losas de ladrillo o piedras en seco (figura 2)[15], dejando bastantes huecos entre ellas. El empleo de cimentaciones de hormigón hidráulico con capa aislante de fieltro asfaltado daba muy buen resultado, por ser materiales idóneos para interponer entre los muros o debajo del pavimento de los sótanos.

Figura 2. Modelos de avenamientos.

Los pisos se elevaban sobre el nivel del suelo, y el empleo del hormigón era más efectivo si en estos sótanos se establecían corrientes de aire producidas por medios artificiales o con ventanas colocadas a distintas alturas y con diferente orientación. Las bóvedas hechas con cemento resultaban impermeables, lo mismo que los pisos construidos con viguetas de hierro y bovedillas, siempre que éstas estuviesen enlucidas de cemento y las viguetas pintadas. Cuando en la parte exterior y cimientos de los edificios abovedados no se tomaban toda clase de precauciones para que la humedad no los invadiese, era preciso organizar los paramentos interiores para impedir que aquella penetrase, dado que la mampostería es muy buena conductora del calor estando húmeda, haciendo el efecto de un condensador de vapor. Para evitar esto, el procedimiento era aislar la superficie del macizo de mampostería que esta en contacto con el aire forrando las bóvedas y muros con una envuelta mala conductora del calor que no permitiese el paso del agua. Con este objeto se empleaban ladrillos huecos de dos o más canales que se colocaban de modo que se correspondiesen los huecos, constituyendo así verdaderos tubos de avenamiento. Cada arco va unido al siguiente con cemento, de forma tal que las juntas no se correspondan, y después se retundían las uniones y se terminaba dando una capa de cemento al paramento interior. Este sistema presentaba la ventaja de que ejecutando primero estos arcos, luego servían de cerchas para la constitución posterior de la bóveda.

Por otra parte, las cubiertas podían ser causa de penetración de agua de lluvia si no reunían buenas condiciones. Para lograrlas, se adoptaba una inclinación mínima de 33º para las vertientes de la cubierta,  constituyendo ésta última con tejas planas o lomudas. Su enlace debía ser lo más justo posible pero sin materiales que exigiesen clavos o tornillos para su sujeción, pues su empleo era la causa de muchas de las goteras que aparecían al poco tiempo, sobre todo en las cubiertas de pizarra, que quedaron proscritas en estos edificios. Las cubiertas metálicas tenían el defecto de favorecer temperaturas extremas y necesitaban para sus reposiciones y arreglos el empleo del fuego, por lo que tampoco eran adecuadas para estos edificios. Debía cuidarse de dar el ancho suficiente a las canales y procurar que fueran perfectas sus uniones con las bajadas, cuyo pie se continuaba hasta la canal de desagüe al pozo o alcantarilla, debiendo colocarse siempre al exterior, nunca embutidas en la pared. Además, la conveniencia de evitar la acción del aire húmedo exigía que estos almacenes se situasen en sitios elevados donde el trabajo de los vientos dominantes secase la atmósfera, pues era conocido que la energía del viento tenía influencia en la cantidad de vapor de agua que se depositaba, aumentando la humedad si decrece la fuerza y disminuyéndola en caso contrario.

Por último, la condensación del vapor acuoso del aire húmedo exterior no podía evitarse más que con el empleo de materiales poco conductores del calor, asegurando una temperatura constante en el interior y, sobre todo, con la ayuda de una ventilación natural enérgica. La renovación de aire de las habitaciones requiere tres condiciones: un lugar por el que entre el aire, otro por donde salga y una fuerza que lo ponga en movimiento. En la ventilación natural esa fuerza son las corrientes producidas por las diferencias de temperatura. El sistema de chimeneas ventiladoras en lo alto del techo para tomar aire nuevo o devolver el viciado era el más utilizado, además de la apertura de respiraderos o aspilleras en las paredes de fachada. Los procedimientos de ventilación artificial producida por un foco de calor resultaban inadmisibles en estos locales, y el empleo de motores eléctricos que hicieran funcionar ventiladores de aspiración o impulsión era un procedimiento sumamente costoso y no absolutamente exento de peligro.

Condicionantes legales en la construcción de polvorines.

En España, a finales del siglo XIX se puede decir que no existía precepto legal que determinara las condiciones a que debían someterse las industrias y almacenamientos que por su naturaleza especial, fueran un constante desasosiego o un peligro para los habitantes de una localidad. Únicamente preceptos aislados y disposiciones de las Ordenanzas municipales determinan imperfectamente las reglas a que habían de sujetarse las construcciones que revistan este carácter. No existiendo precepto legislativo ni reglamentario, la materia vigente en la última década del siglo era la contenida en las Reales órdenes de 11 de enero de 1865 y 7 de octubre de 1886 que, con carácter de generalidad, establecían las condiciones de emplazamiento y de construcción de los establecimientos denominados peligrosos. Por otro lado, las reglas de policía urbana afectaban al interés general y social, y habían de ser observadas por todos, como así lo dispone la Real orden de 22 de diciembre de 1880 en cuanto a los edificios destinados al Ejército, pues la autoridad militar precisaba ponerse en relación con la municipal para acomodarse a las disposiciones relativas a la urbanización y seguridad[16].

La Real orden de 11 de enero de 1865 sobre “fábricas de pólvora y toda clase de sustancias explosivas”[17], determina una serie de reglas a las que debían sujetarse la fabricación de pólvora y sustancias explosivas, su almacenaje y expedición. Entre ellas, cabe destacar que su establecimiento precisaba del permiso del Gobernador de la provincia, situándose a dos kilómetros de las poblaciones y a uno de los caminos públicos; que debían construirse de un solo piso, con muros del menor grueso posible. Los almacenes tenían que estar aislados del resto de las dependencias y resguardados por un muro de tierra de dos metros de altura y situado a seis de las paredes de cada edificio, encontrándose estos provistos de pararrayos. Debían también estar rodeados a una distancia de trescientos metros de hitos o mojones con un rótulo que avisase de la fabricación o almacenaje de pólvora. La Real orden de 7 de octubre de 1886, también “sobre pólvora y materias explosivas”, incide sobre todo en la cuestión de las autorizaciones y licencias para verificar, almacenar, vender o exponer a la venta pólvora u otras sustancias explosivas de cualquier clase.

En la Real orden de 22 de diciembre de 1880 para “la aplicación de las disposiciones de policía urbana a las construcciones militares dentro de las poblaciones, y edificación por los Ayuntamientos o particulares en zonas polémicas de los puntos fortificados, y en todos los terrenos sobre que tiene dicho ramo impuestas servidumbres”, los edificios peligrosos son tratados en su artículo 8º: “ en cuya clase se comprenda los hospitales y las factorías de provisiones y utensilios destinadas a contener gran cantidad de materias fácilmente inflamables y los almacenes de pólvora, aún cuando éstos hayan de construirse a distancia considerable de la población, antes de formar el proyecto se dará conocimiento a la Autoridad local de la situación elegida, y en el caso de no conformarse, se procederá para llegar a la avenencia o superior resolución....”[18].

Por otro lado, en la Real orden de 8 de enero de 1884 sobre “prohibición de establecer dentro de las poblaciones establecimientos insalubres y peligrosos”, planteaba que las autoridades alentasen y facilitasen el planteamiento y desarrollo de industrias útiles, pero recalcando que al resolver estos expedientes se debían dejar a salvo los derechos de los particulares y las corporaciones, y en su artículo 3º especifica que “las Autoridades solamente podrán prohibir las instalaciones de los establecimientos industriales dentro de las poblaciones en los casos siguientes: Primero. Cuando la industria pueda perjudicar a la salud pública; Segundo. Si hubiese peligro de incendio; Tercero. Si leyes anteriores a ésta disposición taxativamente lo prohibiesen”. Y el artículo 4º reza que “no se podrá impedir la instalación de los establecimientos industriales fuera de las poblaciones con las garantías y precauciones debidas”[19].

Las Ordenanzas municipales de Madrid[20], además de las anteriores Reales órdenes, se ocupan con detenimiento de estas clases de establecimientos, clasificándolos en grupos o categorías, señalando los trámites para obtener la licencia y los puntos de la población donde pueden establecerse, etc. En definitiva, todas las reglas de policía sanitaria urbana para evitar que se produjesen alteraciones en la salud pública o perjuicios en las personas y en la propiedad, constituyendo la especialidad en esta materia. El Capítulo XII de estas ordenanzas se refiere a los “Almacenes de materias inflamables, explosivas e incómodas”[21], y en sus artículos dispone que estos depósitos se hallen siempre en edificios aislados sin permitirse la construcción de habitaciones o viviendas sobre los mismos bajo ningún pretexto (art. 354); y que deben cumplir ciertas reglas enumeradas en su art. 365, como establecerse en recinto cerrado por muro de fábrica de 2,80 metros de altura, que el pavimento del depósito debía ser de losa, baldosa o cemento, con pendientes y regueras dispuestas de manera que los líquidos que se derramen puedan conducirse a cisternas o depósitos, así como que sean construidos con materiales incombustibles sin ningún piso encima, con buena luz directa, gran ventilación y lumbreras en la cubierta, prohibiéndose en ellos introducir fuego, luces o cerillas, así como fumar, etc.

En cuanto a materias explosivas, se tratan específicamente en los artículos 369 y 370. El primero determina que “los depósitos de toda materia detonante o fulminante de cualquier naturaleza que sea, especialmente los depósitos de fulminato de mercurio, de picrato de potasa, de nitrato de metilo, de nitro, bencina, nitroglicerina y derivados, dinamita, pólvora ordinaria y de algodón pólvora, quedan incluidos en el primer grupo de establecimientos peligrosos, y están sometidos en su instalación y régimen al reglamento especial de materias explosivas”[22]. El segundo se refiere a las fábricas de cal, yeso, teja y ladrillos, y establece que estos almacenes contenidos en los dos artículos deben establecerse fuera del radio de la población.

Modelos  de polvorín en Europa

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, los polvorines construidos y aceptados por las distintas naciones europeas presentan una gran variedad en forma y disposición, por lo que este apartado sólo se centra en los tipos reglamentarios de cada país y en las aportaciones más destacables de algunos de los ingenieros militares europeos. Entre los modelos presentados, se ha dedicado un examen más detenido a los franceses, dado que la distribución y detalles de interior de los almacenes aislados coinciden, con ligeras variantes, con los aceptados en España por la citada Comisión de 1847.

En Francia, los almacenes de depósito eran de dos clases, grandes y pequeños, según sirvieran para guardar de 70.000 a 80.000 k. o de 50.000 k. para abajo; los había de uno y de dos pisos, siendo los últimos los más aceptados, por ser mayor su capacidad en cuanto a superficie y, en consecuencia, más económicos. Las figuras representadas corresponden al corte longitudinal y transversal de los grandes de dos pisos (figura 3)[23], de igual forma y distribución, que sólo se diferenciaban de éstos en que en lugar de una fila de pies derechos llevaban dos, por su mayor anchura. Para evitar la humedad, estaban separados del suelo natural por bóvedas y cubiertos con otra de cañón seguido, a prueba de bomba. Los muros eran de un espesor y el almacén estaba rodeado de una cerca, a una distancia de tres metros. Si estaban adosados al terraplén el lado o lados que en él se apoyaban, se hacía una galería abovedada que servía para proporcionar ventilación y fáciles comunicaciones, cercándolas con buenas puertas en las que se dejaban bocas para que el aire entrara sin dificultad y pasara a los respiraderos del almacén.

Figura 3. Modelos franceses de polvorín de una y dos plantas.

El general Goury extendió este procedimiento en la plaza de Lyon, colocando al lado de los estribos galerías apuntadas del ancho necesario para que pudiera transitar un hombre, a la que igualmente daban los ventiladores y compuertas. El objeto de éstas, que han conservado el nombre de su iniciador, era impedir la acción directa de la lluvia y que los malintencionados no pudieran introducir animales con artificios incendiarios en el interior, así como evitar la humedad directa de las tierras adosadas en los almacenes colocados en el interior de los terraplenes,. Para defenderlos de los efectos del rayo, llevaban pararrayos, aislados del edificio en un principio y más tarde sobre el mismo almacén, empotrados en la boca y colocados en el centro del edificio. Los barriles se colocaban en filas sencillas o dobles de dos, tres o cuatro de altura, según fueran de 50 o 100 k. Las dimensiones de los almacenes eran de 8’30 m. de ancho para los grandes y 5’60 m. los pequeños, incluyendo una calle central de 0’90, los 3 m. de la doble hilera de barriles y un pasillo de 0’85 entre barriles y la pared. La longitud era proporcional al número de barriles que se quisiera guardar, y la altura desde el intradós de la clave al tablero del piso bajo era, para los almacenes grandes de 7’35 m. con entresuelo y 4’68 m. sin él,  y de 6 m. los pequeños con entresuelo y 3’51 m. los que no lo tenían. El espesor de los muros era generalmente de 1’30 m., y el paramento interior de los muros tenía una salida de 0’25 al llegar al entresuelo, con objeto de que se apoyasen sobre ella las viguetas. La cimentación se hacía en escalones y las bóvedas rebajadas que sostenían el piso, tenían de 0’30 a 0’35 m. de espesor en la clave. Para evitar la humedad se asfaltaban todos los pavimentos exteriores e interiores de las mismas. Ya se ha dicho que se cubría el edificio por un cañón seguido, a prueba de bomba, de un metro de espesor en la clave. El trasdós estaba formado por dos planos inclinados y defendido de la humedad por una capa de hormigón de 0’05 de grueso, colocando sobre este las tierras. La montera se ponía sobre dados de mampostería, que se construían al mismo tiempo que la bóveda.

Para el ingreso en el edificio no solía haber más que una entrada situada en el testero que ofreciera menos peligro, de 2 m. de alta y 1’20 m. de ancha; las ventanas, eran de 1’20 m. por 1’10 m., unas y otras compuestas de dos órdenes de tablas forradas interiormente, bien de palastro pintado al óleo o de cobre, el material propio de las cerraduras, goznes, cerrojos y demás detalles metálicos. No estaba permitido el empleo de materiales absorbentes de la humedad, y para evitar esto se enlucía todo el edificio con una mezcla hidráulica en el exterior, y en el interior se hacía un zócalo de cemento solo sin arena de 1 a 1’50 m. Los pisos se entarimaban con madera de encina o solados y embaldosados; lo primero, si el terreno era húmedo. Cuando se empleaba este sistema, colocaban dados de piedra sobre el trasdós de las bóvedas que servían de apoyo a las vigas del piso, espaciadas a 1’20 o 1’50 m. sobre éstas. Las viguetas se colocaban a claro y lleno, y encima el doble entarimado formado por tablas de 2’5 cm. de grueso las inferiores y 3 cm. las superiores, unidas a ranura y lengüeta y sujetas con clavazón de cobre y cabeza perdida. El entarimado no tocaba las paredes y para cerrar el espacio se colocaban unos listones achaflanados que servían de guardapolvos. Para airear y conservar las maderas de los pisos se abrían en cada testero cuatro respiraderos de 0’20 m. de ancho.

Los ventiladores del almacén tenían 0’10 x 0’50 m. al exterior, aumentando sus dimensiones en el interior en 2 cm., dispuestos a una altura sobre el piso de 1 a 1’50 m. y a una distancia de 3 a 4 m. unos de otros, procurando que no se correspondieran los de un frente con los del opuesto. Existían además, dos escotillas para el servicio, por las que se bajaban los barriles empleando poleas sujetas en ganchos incrustados en el intradós. Los pararrayos defendían por cada metro de altura un radio de dos metros, y sus conductores iban a parar a un pozo colocado en el camino de ronda, de un diámetro interior de 0’80 m. El camino interior tenía tres metros de ancho y el suelo, con una pendiente de 1/20, vertía las aguas a una regata situada al lado opuesto de los muros del almacén. La puerta del muro de cerca se situaba a un lado en el eje de uno de los caminos y en el mismo testero que la puerta del edificio, con unas dimensiones de 1’80 m. de ancho por 2’70 m. de alto; en caso de guerra, se blindaba la puerta del almacén, dándole para ello doble espesor al muro del recinto que estaba en frente para que sirviera de apoyo y resistiese el empuje de las viguetas.

Estos tipos fueron reglamentarios desde 1848 como abovedados, aunque se intentó modificarlos y se propuso, prevaleciendo algún tiempo, la idea de construir almacenes superpuestos: el superior, no a prueba, para conservar las pólvoras en tiempo de paz y con buenas condiciones de ventilación, y el inferior, abovedado, bajo la superficie del terreno a 2’50 m. de profundidad, destinado al tiempo de guerra. Aunque la idea era aceptable en cuanto a la protección de los inferiores contra los proyectiles enemigos, no lo era para la conservación de las pólvoras, además de su difícil aplicación en terrenos en que el nivel del agua fuera superior al piso del almacén. A finales del siglo XIX se consideraban dos modelos, uno para paz y otro para guerra. El llamado nuevo para plazas de guerra, destinado a una capacidad de 100.000 k., lo mismo podía ser construido bajo un macizo aislado que bajo las tierras del terraplén. Tenía 6 m. de ancho y 4’75 m. de altura bajo la clave, y las cajas se colocaban según el eje de la bóveda, dejando paso en medio y a cada uno de los lados de la galería circundante. Esta galería servía de aislante de la humedad producida por el contacto de las tierras, así como para la vigilancia y fácil comunicación de la cámara destinada a las lámparas, reflectores y chimeneas de ventilación, permitiendo circular el aire. Para preservarlo de la humedad del suelo, estaban construidos sobre bovedillas que servían de apoyo del piso y formaban una cámara aisladora. Al lado de la entrada existía un vestíbulo empleado como cuarto de distribución, evitando así que entraran en el almacén personas distintas a los encargados del servicio; a este vestíbulo daban también las galerías de comunicación. La iluminación se obtenía con lámparas de potente reflector, colocadas en nichos abiertos en el muro posterior del almacén. Todo ello se encontraba en una habitación especial llamada cámara de iluminación, con su correspondiente chimenea. La ventilación se producía por tres chimeneas, colocadas dos en las esquinas posteriores de los corredores del almacén y otra en el centro de la cámara de ventilación.

Los almacenes de depósito conocidos como modelo de 1873 son los destinados al aprovisionamiento de los cuerpos del ejército en tiempo de paz, en los que se guardaban cajas con pólvoras, cartuchería de instrucción y la necesaria en caso de movilizar las tropas. De esta clase de almacenes había dos tipos, el grande y el pequeño; el primero (figura 4)[24] tenía unas dimensiones de 19’30 m. de largo, 11’40 m. de ancho y una altura de 11’42 m. desde el piso del almacén; el pequeño medía 21’85 m. de largo, 8’45 m. de ancho y 10’64 m. de altura total desde el terreno natural. La cubierta era de teja plana. La ventilación era natural por medio de ventanas cuya forma y cierre era análogo a los tipos antiguos, como también las trampas y medios auxiliares para la bajada de barriles o cajas.

Figura 4. Polvorín de paz, conocido como modelo de 1873. Planta y perfiles.

Los almacenes para cajas o municiones preparadas (figura 5)[25] eran de un piso, de 11’10 m. de alto y 8’80 m. de ancho. Como puede verse en el dibujo, se componían de dos o varias naves adosadas y comunicadas unas con otras. El piso solía ser de asfalto u hormigón, sobre bovedillas. Cuando era necesario realizar los almacenes bajo la roca, se empleaban los llamados cavernas (figura 6)[26], aislados de las paredes del túnel por los corredores naturales y por la cubierta. El suelo era de hormigón y el piso de madera impregnada de bolthar, y estaba sostenido por muretes de mampostería. La ventilación e iluminación era análoga a la ya descrita para los de tiempo de guerra.

Figura 5. Almacén para cajas.

 

Figura 6. Tipo de almacén llamado caverna. Planta y perfiles.

 

En Alemania, se profesaba el principio de que los depósitos fueran numerosos y de dos clases, de paz y de guerra. Los primeros se situaban fuera del recinto de las plazas y eran blockhaus de mampostería que se construían en las golas de las obras destacadas o en los frentes de ataque, pero en condiciones tales que al llegar el momento de una guerra y quitar su contenido sirviesen como reducto y para alojamiento de tropa. El glacis es el sitio donde en la mayoría de los casos los establecían, y calculaban el número de ellos para que contuviesen todas las pólvoras y municiones de artillería, pero separadas unas de otras. Los almacenes de tiempo de guerra se colocaban en el interior de la plaza, bajo las obras de fortificación, que se llenan de provisiones al ponerse en estado de defensa, y se dividen en “principales o de reserva” y “secundarios o de consumo”.

Los principales o de reserva (figura 7)[27] eran de fábrica, blindados o abovedados y con una capacidad de 150.000 k., rodeados y envueltos de grueso espesor de tierras. Los construían en paz y los dejaban completamente preparados, sobre todo los situados en las plazas fronterizas. Se componían del almacén propiamente dicho, con un pequeño vestíbulo que sirve de antealmacén al que se entraba por un corredor que se cubría y blindaba en caso de guerra, sirviendo en paz para dar mejor ventilación y luz al interior. Los muros estaban separados de las tierras por una galería abovedada que servía para la vigilancia y colocación de las lámparas con sus reflectores metálicos que hacían penetrar la luz por aberturas sólo en una de las paredes, cerradas por cristales de 1cm. de espesor y por ventanas correderas en la galería. La ventilación se obtenía con ventiladores hechos en el muro opuesto al de las lámparas y una gran chimenea en el corredor posterior, tomando el aire exterior por los establecidos a la altura del arranque de las bóvedas. En los de paz, las puertas se cerraban con rastrillos y se ventilaba abriendo las ventanas del frente posterior, a cuya altura se conservaba un conducto que atravesaba el muro y el espesor de las tierras. La planta era rectangular y los muros con contrafuertes; el piso se colocaba sobre macizos de mampostería y era hueco para que circulase el aire e iba cubierto con tabla. Las dimensiones solían ser 10’40 m. de ancho entre muros y 6 m. entre contrafuertes y 3 m. de altura hasta el arranque de la bóveda; la longitud era proporcional a la cantidad de provisiones que se hubieran de guardar. Los almacenes de las fábricas eran de madera y cubierta ligera, con paredes interiores preservadas de la humedad por medio de una capa de pintura y la entrada se situaba generalmente mirando hacia el Este. El edificio iba rodeado, además, de un foso y de una terraza.

Figura 7. Modelo alemán de almacén principal o de reserva. Planta y corte transversal.

De los secundarios o de consumo existían tantos como frentes, y además, cada obra destacada tenía también el suyo. Contenían el aprovisionamiento señalado para el armamento de seguridad, aumentando en caso de sitio con las dotaciones reglamentarias. Para este objeto se aplicaban las casamatas existentes debajo del terraplén del recinto, y en estas las que estuviesen al lado de las poternas del saliente y de la cortina. En caso de que no existiesen locales a propósito o fueran necesarios para alojamiento u otros usos, se construían de fábrica o de madera en los traveses en capital, en cuyo caso se establecían dos: uno en la cabeza para el consumo y el otro en la cola para la preparación de cartuchos, saquetes, etc., separados por un gran macizo de tierras. La ventilación e iluminación se disponía de una manera parecida a los principales, estableciendo galerías y haciendo desembocar la chimenea al pie del talud interior del parapeto, quedando así siempre resguardada de los tiros enemigos. La iluminación se producía por lámparas vigiladas desde el corredor. Todos ellos llevaban pararrayos de los formados por red metálica sin empleo de puntas, introduciéndose los alambres a bastante profundidad de los terraplenes.

En Austria se hacía la misma división que en Alemania: de paz y de guerra. Los primeros eran blockhaus de madera situados fuera de la plaza, y los segundos, en su interior, estaban hechos de mampostería o de fábrica. Había tres tipos: el de tierras adosadas a tres lados (figura 8)[28], en el que la galería de ventilación e iluminación era independiente del almacén y se entraba por puertas especiales situadas en los lados opuestos a la principal. El aire entraba por otras pequeñas galerías ubicadas a los costados y tenían en la puerta de acceso A un vestíbulo seguido de un antealmacén, y su salida se obtenía por varias chimeneas B colocadas en los corredores y en comunicación con el almacén, de unos 25m. de largo, más lo necesario para el vestíbulo y antealmacén, que aumentaba unos 8m., de 6’50 de ancho y 1’50 de altura hasta el arranque de la bóveda, siendo el corredor de 1m.

Figura 8. Modelo de tierras adosadas a tres lados. Planta y perfil.

El modelo de tierras adosadas en dos lados (figura 9)[29] era de contrafuertes y entre cada dos llevaba su correspondiente ventana, que daba a un patio defendido por un macizo de tierra. La galería y chimenea de ventilación se situaban en los costados adosados a las tierras, y el ingreso se hacía, lo mismo que en los anteriores, por un vestíbulo y un antealmacén, siendo las dimensiones también las mismas.

Figura 9. Modelo de tierras adosadas a dos lados. Planta y perfil.

Por último, el de tierras adosadas que le cubren por completo (figura 10)[30] sigue los mismos principios que los otros dos y sólo se diferencia de ellos en que el almacén se dividía en dos por medio de una galería central. Los almacenes aislados iban colocados en los baluartes vacíos o en obras espaciosas, tales como los frentes que estaban menos expuestos al ataque, pero siempre resguardados en toda su altura por las crestas de las obras que se encontrasen delante contra los fuegos directos. Cuando el terraplén era bajo, se abría delante del muro del almacén correspondiente al talud interior un antefoso.

Figura 10. Modelo de tierras adosadas que cubren por completo. Planta y perfiles.

En Bélgica[31] los almacenes eran de dos clases: de depósito, que eran los que conservaban las pólvoras y municiones en tiempo de paz, y los de aprovisionamiento, que las guardaban en el momento de un sitio para satisfacer las necesidades de las baterías durante varios días. El tipo más generalizado de depósito (figura 11)[32] era el compuesto de dos locales abovedados contiguos que comunicaban con otro en la fachada que servía de antealmacén, al que se accedía por un vestíbulo. De éste partía una galería que rodeaba el edificio, ensanchándose en la parte posterior para formar la cámara de iluminación, donde estaban los nichos para el alumbrado y las chimeneas de ventilación. Todo el edificio estaba sustentado por sótanos abovedados; como comunicación entre la galería y el antealmacén existían dos puertas y otra para pasar desde el vestíbulo, y el antealmacén tenía cuatro ventanas con todos sus requisitos de seguridad. En la galería posterior, que era cámara de iluminación, existían chimeneas para desahogar el humo y mantener corrientes de aire en ella; una puerta la hacía independiente, y en ella se hallaban los nichos para las lámparas cerrados con grueso cristal; a cada lado existían respiraderos cerrados con placas agujereadas. Los muros tenían ventiladores en forma de aspillera, cerrados igualmente con planchas agujereadas que recogían el aire de la galería, siendo la de la derecha independiente y adquiriendo aquel del exterior por una ventana con verja que daba a la fachada. Otra semejante comunicaba con el vestíbulo, permitiendo la entrada del aire en el de la izquierda.

Figura 11. Tipo más generalizado de almacén de depósito en Bélgica. Planta y perfil.

Para vigilar los sótanos existían trampas con cubierta agujereada, obteniendo la ventilación por tragaluces acodados abiertos en la fachada. La disposición del piso se componía de placas de zinc, debajo una capa de arcilla, un solado de baldosa y el todo sobre una tongada de escorias de carbón y ceniza. Sus dimensiones eran de 5 m. de ancho para cada local y 4’40 m. de altura hasta la clave. Los almacenes blindados estaban cubiertos con viguetas de hierro rellenas de hormigón y una capa de lo mismo encima, y sobre esta una capa de tierra de cuatro a cinco pies. En el espesor de los pies derechos, y otras veces colocando paralelamente a ellos un tabique de ladrillo, se formaba una canal de 14 a 28 cm. de ancho que desembocaba en el porche o vestíbulo que precedía al almacén y permitía además la circulación del aire. Por último, cuando los almacenes estaban, como los de los fuertes del campo atrincherado de Amberes, al lado de las poternas que conducen a las semicaponeras[33], el almacén estaba rodeado por una canal de comunicación independiente de la cámara de iluminación y situada al lado opuesto del antealmacén. Sus dimensiones eran 5’50 m. de ancho y 3’50 m. de altura bajo la clave, dependiendo siempre la longitud de la capacidad a que estaban destinados.

En Rusia, a consecuencia de los desastrosos accidentes ocurridos en los almacenes de pólvora durante el sitito de Sebastopol, los ingenieros rusos adoptaron, con ligeras variantes, los propuestos por el ingeniero español Saturnino Rueda[34], de forma circular, pero en vez de cerca se edificaba una galería de ventilación al exterior, siguiendo el sistema del general Goury, cubriendo luego el todo con una masa de tierras. La superficie de estos terraplenes al exterior era sumamente inclinada para que rodaran los proyectiles, efectuando su explosión lejos del almacén y fuera del alcance de las mamposterías. Además de los circulares, los construían también rectangulares y redondeados en sus extremos en culo de horno (figura 12)[35]. Las galerías alrededor del almacén prestaban ventilación y luz a través de unos mechinales en los que se podían colocar faroles, además de pequeñas ventanas al exterior para la renovación del aire.

Figura 12. Modelo de polvorín utilizado en Rusia, con extremo en culo de horno.

En Inglaterra, los almacenes calificados “de paz” eran grandes almacenes de mampostería divididos en varios compartimentos. Los barriles se apilaban sobre piezas transversales de madera y el transporte en el interior se hacía por medio de un carrito que avanzaba sobre carriles de bronce. En las plazas de guerra usaban casamatas abovedadas, de disposición análoga a los tipos antiguos de Francia.

Otros muchos proyectos fueron ideados por ingenieros y artilleros de distinto origen para tratar de proponer las mejores soluciones, como por ejemplo, el almacén propuesto por el comandante de Artillería francés Mareschal en 1842, llamado “de cierre hermético”, que comparó con los entonces existentes para demostrar que era más económico y de mejor resultado. Los ventiladores se suprimían, así como sótanos, tejados y pararrayos, constituyendo el edificio todo en piedra por una bóveda de cañón seguido, y para evitar los efectos de la humedad se enlucían los paramentos de un preparado de brea. El piso se elevaba un poco sobre el terreno natural, formado por una buena capa de arena, sobre ella un macizo de hormigón y encima las viguetas que sustentaban el entarimado. De este modo, con cerrar la puerta única herméticamente con tiras de caucho y no abrir el almacén más que en tiempo seco, el comandante podía haber conseguido transformar algunos locales inútiles en almacenes propios para la conservación de pólvoras.

El oficial de Ingenieros inglés W. Innes era otro de los partidarios del sistema hermético, practicado en Halifax, plaza de guerra de Nueva Escocia, en vista de sus experiencias en los almacenes del fuerte Charlotte y del Ogilvie en noviembre de 1867. En estos almacenes, cuya disposición puede verse en el dibujo (figura 13)[36], el sistema no resultaba tan puro como en el de Mareschal,  puesto que  admite la galería, aunque  ésta sin comunicación con el almacén. Su modelo estaba construido todo de hormigón, piso, muros y bóveda, formando un cajón impermeable. Por su parte, el capitán de Ingenieros español Sr. Rubio, siguiendo las ideas de los anteriores y fundándose en que la humedad sería mayor cuanto más veces se renovase el aire del local si la temperatura exterior era más elevada que en el interior y el estado higrométrico de la atmósfera era elevado, era también partidario de los repuestos herméticos. Pero esta teoría no resultaba en la práctica tan exacta, ya que despreciaba el calor que cedía el aire cada vez que atravesaba el almacén, llegando un momento en que podían no diferenciarse las temperaturas del exterior y el interior, caso en el que variarían los datos del problema. Otro modelo de almacén propuesto por el capitán Rubio se explica en el apartado dedicado a las aportaciones militares españolas en el estudio de este tipo de edificios. Por último, el mayor de Ingenieros holandés Mr. Merkes, creyó resolver el problema con los almacenes de doble planta panóptica con contrafuertes al interior (figura 14)[37], sobre los que construye arcadas y el todo cubierto por bóveda cilíndrica y dos culotes esféricos en los extremos. Los ventiladores desembocaban en los huecos entre los contrafuertes, y rodeaba el edificio de una cerca colocando en el interior el Cuerpo de guardia y el pararrayos en el lado opuesto, sobre un pozo. Finalmente, circundaba el total de los edificios con cipreses para impedir la acción de las cargas eléctricas de la atmósfera.

Figura 13. Tipo hermético.

 

Figura 14. Modelo de Mr. Merkes. Planta y perfiles.

En España, el gobierno ordenó en 1847 que una Comisión de oficiales del Cuerpo de  Ingenieros hiciese un estudio de los tipos de edificios militares que el Cuerpo estaba encargado de construir, incluyendo en ellos los almacenes de pólvora[38]. En 1849 propusieron varios tipos: Para 1.250 quintales de capacidad, por ejemplo se presentó un modelo análogo al francés[39] en planta y de dos pisos, y para una capacidad de 616 quintales, el modelo es de un solo piso, con contrafuertes interiores y bóveda ojival. Presentaron además dos modelos a situar bajo los terraplenes: el primero con el eje paralelo a la dirección del parapeto, estableciendo la galería de ventilación con bóveda ojival y efectuándose aquella por medio de ventiladores sin recodo, a la altura del arranque de la bóveda; el otro modelo tiene el eje perpendicular a la dirección del parapeto y en lo demás es igual al anterior. Para evitar la acción de la humedad el piso se elevaba sobre el suelo natural y al sótano resultante iban a parar respiraderos en ángulo que establecían las corrientes de aire.

Uno de los proyectos dignos de tenerse en cuenta es el del ya citado capitán de Ingenieros español don Saturnino Rueda[40], que consiste en reemplazar la planta rectangular por la circular (figura 15)[41]. Su primera idea fue cubrirlo con una bóveda esférica, pero su gran peralte e inconvenientes como ser fácilmente visibles y de difícil construcción, le hicieron reemplazar aquella planta por la anular apoyada en un pilar central.

Figura 15. Modelo circular de Saturnino Rueda. Planta y perfiles.

Por otra parte, el general Cerero[42], acepta las ideas de Rueda, pero convirtiendo el poste central en patio interior cubierto con bóveda esférica (figura 16)[43]  de mayor peralte que la anular, y en la que hay cuatro ventanas que al tiempo que dan luz al patio, facilitan la ventilación.

Figura 16. Modelo del general Cerero.

El oficial de Ingenieros Emilio Cazorla, en sus Consideraciones...[44] además de una gran variedad de datos comparativos y detalles históricos, acepta la planta rectangular con corredor central que sirve para dar luces interiores al edificio y propone dos tipos, uno para paz y otro para guerra. Los primeros son de dos pisos con corredor central, rodeados de un muro de cerca de altura suficiente para que sea de difícil escalada; el piso del camino de ronda, que esta medio metro más bajo que el del almacén, se construye en pendiente para que corran las aguas con facilidad. La entrada se hace a un vestíbulo que tiene igual altura que el corredor, al que dan las ventanas que proporcionan luz y ventilación al interior. Puertas y ventanas son de doble forro, con fuertes  rejas al exterior y alambradas de latón al interior. La cubierta es de teja plana, las cimentaciones son hidráulicas y todas las maderas se pintan al óleo. En los de tiempo de guerra, considerando que la principal condición que debían cumplir era la de tener resistencia suficiente para aguantar el  choque de los proyectiles enemigos, propone como solución las bóvedas de cañón seguido (figura 17)[45], que tienen la ventaja de no tener que contar con la naturaleza del terreno, puesto que uniendo los pies de los muros con un arco invertido, la transformaban en una construcción monolítica, útil siempre, y más, según su autor, en los países sujetos a terremotos.

Figura 17. Tipo de bóvedas de cañón seguido.

                     

El capitán Mariano Rubio[46] propuso un tipo de almacén para los ordinarios de las plazas de guerra (figura 18)[47], en los que parece aumentar la eficacia por el empleo atinado de la galería de ventilación que los pone en contacto con el aire exterior en verano, cerrando la entrada del frío en invierno. De esta forma podía mantenerse la temperatura del interior lo más alta y constante posible, y para que se reflejase se dispone que las paredes divisorias entre el almacén y la galería fuesen delgadas para que se transmitiesen las   variaciones  con  facilidad  y evitar que el aire interior pasase al estado de saturación, depositándose entonces la humedad. El almacén propiamente dicho solo se abría en días buenos y su construcción debía llevarse a cabo con los materiales menos porosos.

Figura 18. Modelo propuesto por el capitán Rubio.

Por otro lado, la Marina usaba otro tipo de almacén para guardar su material en los barcos, conocido con el nombre de pañol. Las dificultades de conservación de las pólvoras en tierra se multiplican en el mar, donde la humedad y el calor eran mayores, por lo que se recurre principalmente al empleo de envases especiales de cobre llamados jarras y potentes aparatos ventiladores. Los pañoles se colocaban bajo la línea de flotación y a cubierto de los tiros del enemigo; estaban cerrados por muros de ladrillo forrados de tablas por ambos lados, hechos impermeables y en lo posible incombustibles, al revestirlos con planchas de zinc exteriormente y de plomo en el interior. Se procuraba que quedasen independientes y lo más separados de las máquinas y calderas. Para el caso de que se iniciara un incendio, llevaban grifos que comunicaban con unos tubos que tomaban el agua de mar para anegar rápidamente el almacén en caso necesario.

Por último cabe citar el modelo de polvorín propuesto por el General Marvá[48]. En dicho modelo (figura 19)[49], el local interior destinado a almacenar los explosivos tiene un envolvente lateral y superior, y esta rodeado por una cámara de aire formada por los pasillos laterales y por el espacio comprendido entre la bóveda y la cubierta. El conjunto del almacén esta formado por un armazón de hierro compuesto de cerchas, puentes y viguetas. Este armazón esta forrado por tabiquería de media asta al exterior, y por panderetes de materiales ligeros y de escasa conductibilidad térmica en las paredes interiores y techo. Una ventilación enérgica y natural se obtiene por medio de un doble orden de aspilleras, abiertas en los tabiques de fachada e interiores sin que se correspondan, y por ventiladores situados en la parte superior de la bóveda y techo.

Figura 19. Modelo del general Marvá: planta y perfil.

El suelo del interior del almacén, elevado en medio metro por lo menos sobre el suelo de los pasillos y el terreno exterior, podía formarse de uno de los modos siguientes: de macizo de hormigón de cemento, de bóvedas de ladrillo o de suelo de viguetas de doble T, descansando sobre muretes de ladrillo. En todos los casos, cualquiera que fuera el procedimiento de construcción aceptado, el pavimento se constituía de una capa aisladora térmica de losas de corcho comprimido de 3 a 5 cm. de espesor, y encima una capa de asfalto de 2 a 3 cm., que formaba el verdadero pavimento del almacén. La losa o ladrillos de corcho comprimido se podía sustituir por una especie de hormigón hecho con trozos menudos de corcho.

El muro exterior era de ladrillo hueco, con juntas retundidas. El zócalo, pilastras y plinto superior, se disponen con el espesor de un asta, y los entrepaños de media asta. Los tabiques interiores son dos panderetes que comprenden a las jambas o pies derechos de hierro laminado de las cerchas. En cuanto al tabique del lado interior del almacén, el autor propone diferentes modos de hacerlo: de ladrillo de corcho de 3 a 5 cm. de espesor; este material, ligero y excelente aislante del calor, admitía el tendido de yeso y se expendía en grandes baldosones cuadrados de hasta medio metro de lado, e incluso mayores, que se ponían en el tabique verticalmente o a espejo. También se podía hacer de rasilla hueca, y en ambos casos citados, los dos panderetes se enlazaban por verdugadas de ladrillo de corcho en el primer caso y de rasilla en el segundo, a distancias prudenciales, quedando siempre entre los dos panderetes un espacio hueco o cámara de aire aislante del calor. Por último, un tercer modo era que sobre el panderete interior, de rasilla hueca, se intercalaban nudillos de madera y se clavaban placas de uralita de 3 mm de espesor. Por orden de economía, era más barata la segunda forma, luego la primera y después la tercera.

En lo que se refiere al techo del almacén, entre los hierros curvos que forman el intradós de las cerchas se colocaban horizontalmente, de una a otra, hierros de sección _I_. Entre éstos se voltea la bóveda del techo, formando una primera tabica de rasilla hueca sobre la que, en el trasdós, se forma una segunda tabica de ladrillo de corcho, y en el trasdós de ésta se enluce de mortero de cemento. De este modo, aunque el tejado del almacén tuviera alguna gotera, se aseguraba la impermeabilidad del espacio interior. El techo del pasillo va colocado a la altura de los pequeños puentes de hierro horizontales que unen las jambas exterior e interior de las cerchas, y se hace de falsete de enlatado cubierto con tendido de yeso. La cubierta es de teja, siendo preferible la lomuda, tomada con barro y mortero y asentada sobre enlatado.

Para la ventilación se establecen en la pared exterior aspilleras de ventilación en dos órdenes, y en el tabique interior otras que no se corresponden con las anteriores, debiendo estar unas y otras cerradas con rejilla metálica de alambre de cobre. Además, de la línea horizontal de la clave de la bóveda interior del almacén, parten los tubos de los ventiladores, que se elevan sobre el caballete del tejado. El alumbrado con luz artificial podía hacerse desde el pasillo que rodea la cámara interior del almacén, sin necesidad de penetrar en él. Los pararrayos se colocan en el exterior del almacén. Existe, además, una plataforma exterior que tiene por objeto facilitar la carga y descarga de las cajas de explosivo, con pavimento de asfalto al nivel del piso del interior del almacén y cubierta, prolongación de la del almacén, soportada por columnas. Va situada en el medio de uno de los lados mayores del almacén, aunque puede también hacerse que el muro exterior tenga dos puertas y en el tabique interior una, colocada enfrente del entrepaño de las dos anteriores. La cerca de tierra es un terraplén de un metro de espesor en la coronación y ataludado con el natural, según la clase de tierras. Su altura había de ser igual o mayor que la de la bóveda del almacén, siendo preferible que la altura total de la cerca rebase la del almacén por lo menos en medio metro. Una pequeña excavación en el glacis, del patio interior, que sirve para alejar las aguas del almacén, suministra parte de las tierras para dicho terraplén, y el resto se toma de un foso exterior. Se cuida de atender cuidadosamente el dar fácil y pronta salida a las aguas de lluvia que pudieran caer sobre el patio interior y a las del foso exterior. La cerca de tierra tiene, en planta, la forma rectangular, practicándose cerca de uno de sus ángulos la cortadura que ha de dar paso al patio interior, de modo que la fábrica del almacén no se descubra desde el exterior.

El Polvorín de Taco, en San Cristóbal de La Laguna (Tenerife)

El Polvorín de Taco es una construcción de la última década del siglo XIX. Corresponde a la categoría de almacén de depósito, es decir, los que debían tener mayor capacidad y es el segundo construido en la isla de Tenerife para recibir la nueva dotación de pólvoras a la plaza. El primer polvorín de la isla fue el conocido con el nombre de El Confitero, en la carretera de La Cuesta-Taco, que al estar actualmente demolido, convierte al Polvorín de Taco en el único almacén de pólvora del siglo XIX existente en las islas, constituyendo un ejemplo del polvorín-tipo de esta época.

El proyecto del Polvorín de Taco fue redactado en abril de 1893 y aprobado por R.O. de 7 de julio del mismo año. La necesidad del proyecto se genera a partir de la aprobación de la Memoria del Anteproyecto de Defensa de este Archipiélago R.O. de 12 de septiembre de 1889, en la que se dotaba a la plaza de Santa Cruz de Tenerife con una serie de obras de defensa permanente y una dotación de pólvoras y explosivos para surtir a las mismas que precisaba, y así se proponía en la misma Memoria, la construcción de otro almacén especial de depósito para dichas municiones. A comienzos de 1893, el anuncio de la dotación de nuevas partidas de pólvora y municiones confirmó que se carecía del lugar adecuado para almacenarlas, y se aceleraron los procedimientos para la redacción del proyecto y construcción del nuevo almacén. El proyecto[50] fue encargado a la Comandancia de Obras de Santa Cruz de Tenerife y fue redactado por el Capitán de Ingenieros D. Luis Durango, quien en 1892 se había encargado también de la redacción de un proyecto para un almacén de pólvora en Las Palmas de Gran Canaria, el cual sirvió de modelo para el de la plaza de Santa Cruz de Tenerife. 

En cuanto al emplazamiento, se escogió el que actualmente ocupa por estar en comunicación con el otro polvorín del Confitero, a unos 1.100 m. y a 8.000 de la plaza, y por estar cubierto de los tiros del mar no sólo por su elevación sobre el nivel del mismo, de unos 400 m, sino también por la montaña de Ofra y Taco, que servía de pantalla natural entre los dos almacenes independientemente de su distancia, para que en el caso de la voladura de uno no afectara al otro. Este emplazamiento presentaba además varias ventajas, como la buena comunicación con la plaza por la carretera del sur de la isla, y por consiguiente, facilidad en el servicio; otra ventaja era la de encontrarse en el terreno roca dura bajo una capa de tierra de 0´80 m de espesor por término medio, lo que reportaba economías en la construcción al requerir los cimientos poca profundidad. También la de ser superficie de terreno plana, teniendo de N. a S. una pendiente uniforme que no llegaba a 1/25, circunstancia que además de facilitar la salida directa de las aguas y el movimiento de tierra necesario para formar el terraplén del camino, ofrecía la posibilidad de que en el mismo emplazamiento de la obra se pudiera explotar la piedra para la construcción de muros, circunstancia ventajosa para economizar el valor del acarreo, que dada la distancia a la plaza sería de bastante  entidad.

La solución propuesta por el capitán Durango para este polvorín es bastante sencilla y se reduce a aplicar a un almacén de construcción ligera, las ideas expuestas para los repuestos subterráneos por el ya citado oficial del Cuerpo Mariano Rubio[51], que consiste en interponer una masa de aire entre el almacén y el exterior construyendo al efecto galerías y bóvedas tabicadas, disponiendo los ventiladores de manera que no estén en contacto directo con los departamentos de las pólvoras y terminando los tabiques  y  las  bóvedas  que forman el  verdadero almacén antes que el resto de la construcción. El Almacén de pólvora (figura 20)[52], proyectado para una capacidad de 110.000 a 120.000 k. es en su conjunto un rectángulo dividido en dos semialmacenes por un muro de traviesa y encerrado o aislado por otro de cerca a 2’40 m. de distancia. Los perímetros de estos semialmacenes los constituyen tabiques reforzados con pies derechos de ladrillos que sirven de estribos a unas ligeras bóvedas tabicadas que cierran aquellos, cuyos empujes son transmitidos a los muros exteriores por medio de arcos de ladrillo. Entre los tabiques y los muros exteriores quedan unas galerías que en su parte más estrecha, o sea delante de los pies derechos, tienen 0’70 metros de ancho.

En uno de los testeros del muro de cerca se abren dos puertas de entrada y frente de ellas, se abren otras dos de ingreso al almacén, a las que se accede por medio de escaleras que salvan la diferencia de nivel entre el piso del almacén y el  terreno natural.  Por estas últimas puertas se pasa a un antealmacén, separado de los semialmacenes por un muro que se levanta hasta la cubierta; en éste y frente a las anteriores, se abren dos puertas que dan acceso a los semialmacenes (figura 21)[53]. En los testeros del fondo de los semialmacenes, hay practicados tres huecos de ventana en cada uno, con sus vidrieras y rejas, y, correspondiendo a éstos, otros tres en el muro exterior del almacén, igualmente con vidrieras y además rejas de hierro y marcos con telas metálicas. El piso del almacén, elevado sobre el terreno natural, es de hormigón hidráulico, sentado sobre un relleno de piedra en seco de modo que los intersticios que queden entre las piedras vengan a formar una cámara de aire análoga a la de las galerías. En cuanto a la vigilancia del almacén, se colocaron dos garitas en los extremos de una de las diagonales, situándolas en los límites de la zona de resguardo.

Figura 21. Perfil transversal del Polvorín de Taco.

En los muros del almacén se abren cuatro ventiladores de 0’40 m. de lado en cuadro, los cuales corren por debajo del piso del almacén, atravesándolo en toda su anchura, a fin de dar entrada al aire tanto si viene de un lado como de otro; en éstos hay 16 conductores verticales que corresponden a las galerías longitudinales formadas por los muros del almacén y los tabiques de los semialmacenes, en número de cuatro a cada una. Dichos ventiladores son de forma rectilínea, pero las bocas de entrada del aire situadas en el paramento exterior de los muros llevan puertas para poderlas abrir o cerrar, según convenga, y las de salida del mismo, en el paramento interior, marcos con tela metálica; en los de los conductores que dan a las galerías se colocarán rejillas de cobre amarillo, porque como se pisará sobre ellas, necesitan ser resistentes. Para la renovación del aire interior de los semialmacenes, se disponen dos ventiladores en cada uno abiertos en el muro y a los lados de los huecos de entrada, con su puerta al exterior y rejilla al interior. Las puertas de todos los ventiladores debían llevar cerraduras que pudieran abrirse con una sola llave.

Las cubiertas están constituidas en cada semialmacén por una armadura de madera de pino tea compuesta de pares, tornapuntas, tirantes y pendolones, correas y cabios, y sobre éstos dos capas de loseta hidráulica; los faldones vierten las aguas directamente sobre canalones de hormigón hidráulico y por bajantes de tubos de barro a las atarjeas que las conducen a un aljibe situado en la parte posterior del almacén. Las aguas del pasillo alrededor del almacén van a parar  a una regata revestida de hormigón y construida al pie del muro de cerca, y de ésta al interior por medio de machos abiertos sencillamente en el terreno. El Polvorín de Taco cuenta con cuatro pararrayos emplazados en el exterior del edificio, encastrados en los lados más largos del muro de cerca, edificio, siguiendo en este punto las instrucciones redactadas por la Academia de Ciencias de París, ya comentadas en el apartado dedicado a las condiciones generales de estos edificios. 

Para la comunicación entre la carretera y el almacén se planea un camino ordinario de tres metros de anchura, cuyo terraplén podía formarse con el resultado de las excavaciones para los cimientos de los muros de almacén así como de desmontes hechos a ambos lados del camino. La entrada la constituye un afirmado de piedra partida y tierra, con una pendiente longitudinal de un 10%; dicha comunicación termina en una pequeña plazoleta situada delante del almacén, de la extensión necesaria para que dos carros pudieran cargar a la vez y hacer sus maniobras con entera independencia. En el arranque del camino, por la parte de la carretera y en una extensión de unos 14 m, iban revestidos los taludes con muros de piedra en seco, construyendo sobre los mismos dos pretiles de defensa.

Con fachada a la carretera y separado de la misma por una faja o paseo de dos metros de ancho, se encuentra el Cuerpo de guardia, que consta de dos plantas o pisos. La planta baja se componía en origen de dormitorio de tropa, cocina, letrina y escalera de comunicación entre aquellas; todas las habitaciones tienen puertas de salida a un patio en cuyo centro está situado el aljibe, de igual capacidad que el del almacén, el cual recibe las aguas de la cubierta por medio de bajantes y atarjeas. La planta alta contiene el vestíbulo al que se da acceso desde la carretera por medio de una escalera. A la derecha de aquel se dispusieron las habitaciones para el oficial de guardia, letrina y cocina, y a la izquierda los cuartos del sargento y de efectos de artillería, así como la escalera; las habitaciones de fachada tienen puertas que dan salida a una galería o suelo voladizo. Los huecos de luz del cuerpo de guardia tienen ventanas en la parte de fachada y marcos de luz con vidrieras en las restantes. En las dos construcciones, la del almacén y la del cuerpo de guardia, impera el estilo sobrio, pulido y desprovisto de ornato propio de la arquitectura militar de la segunda mitad del siglo XIX, utilizando sólo obras de ornamentación en el cuerpo de guardia, y éstas se reducen a las jambas, dinteles y repisas de los huecos que son de cantería, y a una sencilla cornisa y un cordón en el parapeto de cubierta.

En cuanto a la consecución de una temperatura constante en el interior del almacén, el autor propone tener cerrados los ventiladores en invierno, evitando así que la temperatura interior descienda al penetrar el aire más frío del exterior; esto permitía por otro lado caldearla fácilmente en verano, mediante la apertura de los mismos ventiladores, pero para evitar que a la vez que el aire caliente, pudiera transmitirse el vapor de agua en él contenido a través de los tabiques de las galerías, éstos debían fabricarse y enlucirse con mortero hidráulico, lo mismo que las bóvedas, a fin de anular su porosidad. Condición fundamental era que los tabiques y bóvedas que formasen los departamentos de las pólvoras se construyeran  antes que el resto de las obras, a fin de que secasen primero y se pudiera utilizar el almacén al terminarse aquellos o poco después. Esta forma y disposición de las obras presentaba la ventaja de que la clase de construcción y materiales de los tabiques y bóvedas de los semialmacenes, no exigirían reparaciones como otros en los muros exteriores y cubiertas o en los pararrayos, y en el caso de existir alguna gotera en las cubiertas no caería el agua sobre las pólvoras por impedírselo las bóvedas.

Por lo que respecta a clases de construcción y materiales, los muros tanto del almacén como del cuerpo de guardia son de mampostería ordinaria, y los ángulos de encuentro y crucetas de tres en tres metros, de mampostería concertada. Los enlucidos en general son de morteros ordinarios y lechadas de cal común, aunque los zócalos de los muros de almacén, el de terraplén del cuerpo de guardia y los de cierre de los aljibes y pozos de los pararrayos, se construyen y enlucen con mortero hidráulico. En los tabiques, se hace uso de la media cítara para los tabiques de los semialmacenes y departamentos de las pólvoras, reforzándolos de dos en dos metros con pies derechos de un ladrillo de espesor y uno y medio de ancho. En éstos se apoyan una serie de arcos rebajados 1/8, de medio ladrillo de espesor y uno de ancho enrasados en nivel. Los ladrillos se sientan sobre tendeles de mortero hidráulico y se enlucen con lo mismo para anular su permeabilidad como se ha indicado antes. Igualmente son de media citara  los tabiques de división en la planta baja del cuerpo de guardia y los que corresponden en la planta alta, excepto los de la crujía de fachada, que son de entramado de madera y yeso para que no carguen sobre el envigado del piso.

Las bóvedas de los semialmacenes se forman de dos capas de rasilla unidas entre sí por tendeles de mortero hidráulico y se enlucen con igual material a fin de anular, como en los tabiques de los mismos, la porosidad. Las bóvedas de los pozos de letrinas y aljibes lo mismo que los estribos, con revestimientos de hormigón hidráulico, pues además de su economía y sencillez, este material era recomendada en obras subterráneas por adquirir mayor consistencia con el transcurso del tiempo. El piso del almacén es de hormigón hidráulico sobre un relleno de piedra en seco, cuyos intersticios forman una especie de cámara de aire. Esta clase de construcción, además de un menor costo que la de entarimado y que la de losa, presentaba la ventaja de ser más compacta y evitar por consiguiente la infiltración de la humedad. También se hacen de hormigón hidráulico los pisos de todas las dependencias del cuerpo de guardia, para que no se infiltre el agua de los baldeos, lavados y demás. En las habitaciones de fachada del oficial se coloca entarimado sobre ristreles de madera. El piso del patio del cuerpo de guardia es de adoquinado, y el del corredor o pasillo que queda entre el muro de cerca y los del almacén, así como la plazoleta delante de éste, se hacen de afirmado de tierra arcillosa y arena convenientemente resistentes y dispuestos con la inclinación necesaria para la pronta salida de las aguas sin formar baches; el piso del camino se propone de tierra y piedra partida.

Alrededor de los muros del almacén se coloca una acera de hormigón hidráulico para evitar que las aguas de lluvia, al caer sobre el terreno o con más o menos fuerza debida a la pendiente del mismo, descame el terreno próximo a los cimientos de los muros, formándose surcos o baches que pudieran ocasionar el estancamiento de las aguas. Las escaleras de subida al almacén, las de acceso al cuerpo de guardia desde la carretera y al patio del mismo desde el terreno natural, y las de acceso a la letrina de tropa y al pasillo frente a la escalera de comunicación entre las dos plantas, se construyen de peldaños de cantería basáltica, y la de comunicación entre las dos plantas de madera. En cuanto a las puertas y ventanas, se forman con madera de pino de riga, para ser más resistentes, y para los tableros de pino blanco, menos pesado, consiguiendo así la necesaria solidez y la conveniente ligereza en las hojas, que así no trabajan excesivamente en los herrajes de colgar. Todas las puertas, ventanas, vidrieras y demás tienen las dimensiones de los vanos. Los herrajes de seguridad del cuerpo de guardia, son en su mayor parte de hierro forjado en la localidad, que en palabras del autor “aunque no tengan las bellezas de los de fuera, son más sólidos y sencillos”[54], y los herrajes de colgar son de hierro fundido, que tienen más reforzado el nudillo, y por consiguiente resultan más duraderos. Los herrajes de las puertas, ventanas, etc. del almacén son de cobre amarillo, menos oxidable.

Dado que la madera de tea en las islas, por efecto de su abundante empleo en años anteriores, no sólo escaseaba sino que por causa de esta escasez había adquirido precios elevados y con tendencia a serlo cada vez más, el autor del proyecto se decidió por hacer uso de viguetas de doble T para los entramados de piso y las cubiertas en el cuerpo de guardia, que es el único edificio que los lleva. En cuanto a las cubiertas, se adoptaron dos clases de cubierta: de armadura de madera de pino tea para el almacén y de azotea para el cuerpo de guardia. Sobre las correas y cabios de las primeras, y sobre el forjado de bovedilla de ladrillo de los envigados del segundo se sientan dos capas de loseta hidráulica de 0’20 x 0’20 m., unidas entre sí por mortero ordinario en la cubierta del almacén, e igual número de baldosín en la del cuerpo de guardia. Se adoptó esta clase de cubierta por reunir las ventajas de ser más resistente, carecer de porosidad, tener poco peso, formar superficie plana y por consiguiente, repartirse su carga con más uniformidad, además de ser material de fabricación local.

El estado de conservación en el que se encuentra el almacén de pólvora es muy bueno, mientras que el del cuerpo de guardia podría calificarse de regular. No falta ninguna de las partes constituyentes y originales de las dos construcciones, y las únicas obras que han sufrido son las propias de entretenimiento y de poca importancia, como enlucidos, cambio de puertas y ventanas, pintados, etc. El edificio tiene un indudable valor arquitectónico al reunir las singulares condiciones a que han de atenerse estas construcciones, e histórico, al estar íntimamente relacionado con las estructuras y organización defensiva del archipiélago. Por otro lado,  la escasez de la tipología en las islas y la conservación de las características y aspecto originales, le otorgan al Polvorín de Taco un alto interés patrimonial, habiéndose iniciado ya los trámites precisos para su correcta catalogación, protección y conservación.

 

Notas

[1] El general Marvá cita en su trabajo las voladuras ocurridas en las baterías de Marsella en 1533, en Bude en 1540, en Rhëinberg en 1597, en Wolgast en 1624 y la del sitio de Gandía en 1667, en que voló un polvorín subterráneo haciendo saltar el baluarte viejo, y más modernamente, la del sitio de Almeida (Portugal) en 1810, en que voló el almacén de pólvoras del castillo.

[2] Obra de fortificación defensiva, interior y bastante elevada sobre otras de una plaza, para protegerlas mejor con sus fuegos  o dominarlas si las ocupase el enemigo.

[3] Citado en Marvá, 1900, p. 69.

[4] Obra de 1812 citada en Cazorla, 1872, p. 9.

[5] Marvá, 1900, p. 70.

[6] Hay otros depósitos que, por formar parte de obras de fortificación, precisaban  tener una cubierta a prueba, es decir, organizada en condiciones de resistir la acción destructora de los proyectiles de la artillería enemiga..

[7] Reclamaciones por la existencia de almacenes cerca del casco de las ciudades se podrían citar muchos, pero destaca la del vecindario de Cádiz, que por reiteradas instancias de su municipio consiguió que se desalojasen y logró en 1862 que se construyeran dos fuera del recinto y a unos 2 kilómetros de este para que no peligrasen ni las fortificaciones ni las casas, siendo de los primeros que en España se han hecho aislados, de construcción ligera y cubierta ordinaria.

[8] Creada por Real orden de 4 de febrero de 1847.

[9] Cazorla, 1872.

[10] Cerero, 1869.

[11] Rueda, 1855, p. 6. Para abordar este tema, el autor cita la obra del inglés Mr. W. Show Harris On the nature of thunders forms, ando n the jeans of protecting buildings and shipping against the destructive effects of lightning.

[12] Nueva Instrucción sobre la construcción de pararrayos. Traducción del periódico francés titulado Actas de la Academia de Ciencias, Memorial de Ingenieros, 1867.

[13] Compuesta por los señores Bequerel, Babinet, Duhamel, Fizeau, Regnault, el Mariscal Vaillant y  Poullet, secreterio y redactor de la Instrucción.

[14] Nueva Instrucción sobre la construcción de pararrayos. 1867, p. 31.

[15] Marvá, 1900, p. 131.

[16] En la elaboración de este apartado se ha consultado la obra Tratado de Arquitectura Legal, de Manuel Martínez Ángel y Ricardo Oyuelos Pérez, editado por la Imprenta Fernando Rojas, Madrid, 1894.

[17] Martínez Ángel y Oyuelos Pérez, 1894, p. 531.

[18]  Martínez Ángel y Oyuelos Pérez, 1894, p. 449.

[19] Martínez Ángel y Oyuelos Pérez, 1894, p. 523.

[20] Aprobadas el 12 de mayo de 1892 y vigentes desde el 15 de agosto del mismo año.

[21] Martínez Ángel y Oyuelos Pérez, 1894, p. 539.

[22] Debe referirse a la Real orden de 11 de enero de 1865 y de 7 de octubre de 1886. Martínez Ángel y Oyuelos Pérez, 1894, p. 543.

[23] Cazorla, 1872, lam. 1.

[24] Marvá, 1900, pp. 77 y 78.

[25] Marvá, 1900, p. 79.

[26] Marvá, 1900, p. 80.

[27] Marvá, 1900, pp. 54 y 55.

[28] Marvá, 1900, p. 83.

[29] Marvá, 1900, p. 55.

[30] Marvá, 1900, p. 85.

[31] Con respecto a las experiencias hechas en Bélgica, José María Aparici publica un artículo en la Revista del Memoria de Ingenierosl en el que traduce el artículo publicado por el Mayor de Ingenieros P. Van den Bagaert en el tomo segundo de la Revue Belge d´art, de sciences et de technologie militaires, corespondiente al año 1879.

[32] Aparici, 1879, p.141.

[33] Galería o casamata colocada en sitios diversos para el flanqueo de un foso del cuerpo de plaza.

[34] Rueda, 1855.

[35] Cazorla, 1872, lam. 2.

[36] Marvá, 1900, p. 92.

[37] Cazorla, 1872, lam. 1.

[38] AA.VV.: Estudio de edificios militares por la comisión creada con este objeto por Real orden de 4 de febrero de 1847,  1847.

[39] Valdés, 1860.

[40] Memoria sobre los almacenes de pólvora... 1855, op. cit.

[41] Cazorla, 1872, lam. 1.

[42] Noticia sobre la ineficacia.., 1869, op cit..

[43] Cazorla, 1872, lam. 2.

[44] Consideraciones sobre almacenes de pólvora... 1872, op. cit.

[45] Cazorla, 1872, lam. 3.

[46] Rubio, 1891, pp. 326, 349 y 383.

[47] Rubio, 1891, lam. 1ª.

[48] Descrito en Marvá, 1903.

[49] Marvá, 1900, pp. 238 y 240.

[50]Memoria descriptiva del proyecto de un nuevo almacén de pólvora en esta plaza. Comandancia de Ingenieros de Santa Cruz de Tenerife. Plaza de Santa Cruz de Tenerife. Firmada por el Capitán de Ingenieros Luis Durango y el Coronel de la Comandancia De Ingenieros Tomás Clavijo con fecha 5 de abril de 1893, aprobada por R.O. de 3 de julio de 1893.

[51] Rubio, 1891, op. cit.

[52] Memoria descriptiva del proyecto de un nuevo almacén de pólvora en esta plaza. 1893. Archivo de la Comandancia de Obras de Santa Cruz de Tenerife, papeles por ordenar.

[53] Memoria descriptiva del proyecto de un nuevo almacén de pólvora en esta plaza. 1893. Archivo de la Comandancia de Obras de Santa Cruz de Tenerife, papeles por ordenar.

[54]Memoria descriptiva del proyecto…., 1893. Archivo de la Comandancia de Obras de Santa Cruz de Tenerife, papeles por ordenar.

 

Bibliografía

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Ficha bibliográfica:
BENEDICTO, A. M.
Almacenes de pólvora y explosivos en la segunda mitad del siglo XIX. Un estudio tipológico. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 147. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-147.htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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