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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VIII, núm. 170 (50), 1 de agosto de 2004
 

CIBERDEMOCRACIA: NO


Francisco J. Tapiador
Departamento de Geografía Humana
Universidad de Barcelona



Ciberdemocracia: no (Resumen)

Esta ponencia señala algunos elementos en apoyo de la tesis de que la ciberdemocracia, esto es, el ejercicio del sufragio directo mediante sistemas de información, presenta un ratio riesgo/beneficio demasiado alto para las democracias parlamentarias europeas. Los elementos principales de la argumentación son que se presta a una fácil manipulación por parte de las tendencias totalitarias, favorece la demagogia, y entorpece la toma de las complejas decisiones que requiere la política contemporánea. Por estas razones, se sostiene que la ciberdemocracia presenta escasos beneficios sociales en relación a los enormes perjuicios que puede ocasionar, por lo que debe ser evitada.

Palabras-clave: Ciberdemocracia, democracia parlamentaria



Cyber-democracy: no (Abstract)

Cyber-democracy is the use of information systems for direct voting. This short paper support the idea that cyber-democracy presents a large risk/benefit ratio for the European parliamentary democracies, and thus should be avoided. It is argued that cyber-democracy can be easily manipulated for totalitarian purposes, favors demagogy and hinder modern complex political decision-making, without providing significant advantages for society.

Key words: Cyber-democracy, E-democracy, parlamentarism



La ciberdemocracia se define como el ejercicio del derecho de sufragio directo mediante sistemas de información (cfr. Cebrián 1998, Tsagarousianou et al. 1998). Sus defensores sostienen que este nuevo método de democracia directa representa una mejora sobre la democracia representativa, al involucrar al ciudadano en la toma de decisiones políticas, evitando la apatía actual (McCullagh 2003), y que el desarrollo de la ciberdemocracia supone una profundización en la democracia.

La tesis de este artículo es la contraria: se sostiene que la ciberdemocracia, lejos de avanzar en el estado de derecho, lo pone en peligro, debilitándolo ante sus principales amenazas. Para defender este planteamiento se presentan una serie de razones cualquiera de la cuales, por separado, implica un ratio riesgo/beneficio tan alto para la democracias parlamentarias europeas (DPEs) que impide que la ciberdemocracia se pueda presentar como una alternativa de decisión política. La conclusión es que la ciberdemocracia debería ser cuidadosamente evitada en la DPE: su generalización supondría una erosión de las libertades individuales, y un riesgo innecesario para la sociedad.

Razón primera: Las posibilidades de manipulación

La mayor debilidad que presenta la ciberdemocracia reside en su fácil manipulación por las tendencias totalitarias. Esta manipulación cuenta con una doble vertiente.

En primer lugar, el voto electrónico permite el seguimiento de la decisión del votante: el mismo proceso de identificación personal remota para el ejercicio del sufragio permite que sea posible conocer qué ha votado cada ciudadano. Si bien se sostiene que los sistemas criptográficos asegurarían la privacidad, se olvida que dichos medios técnicos, aún asegurando su fiabilidad en márgenes razonables, están inevitablemente controlados por el estado -por lo tanto, por el gobierno de turno- con lo que las posibilidades de control social, fraude, e ingeniería electoral aumentarían [1]. Ello sin contar los medios de espionaje electrónico -tipo ECHELON (European Parliament 1999)- con que puedan contar otros estados con tecnologías de la información más avanzadas, y que podrían servir para desestabilizar gobiernos extranjeros (cfr. European Parliament 2001).

En el sistema actual, no es concebible un sistema de espionaje electoral suficientemente avanzado como para controlar todos los colegios electorales, menos aún por un gobierno extranjero. Con la ciberdemocracia, sin embargo, sería muy sencillo centralizar toda la información en un punto, y hacerlo de manera secreta. En términos físicos, un voto electrónico es una cadena de bytes que viaja por una red siguiendo un protocolo, encapsulado con una clave criptográfica que no es completamente segura. Es cierto que para romper los algoritmos basados en las propiedades de la factorización se requieren unos medios técnicos descomunales, lo que en la práctica supone que el tiempo requerido para decodificar el mensaje sea mayor que la fecha de caducidad de la clave y/o el mensaje, pero también  es cierto que todo el proceso se basa en nuestros algoritmos de factorización no son lo suficientemente rápidos. No es descabellado pensar que algún día se consiga un algoritmo más avanzado, y que dicho descubrimiento se mantenga en secreto: teniendo en cuenta la inversión actual en criptografía y el lógico interés de este campo de investigación, es posible que algún centro de investigación consiga pronto un algoritmo más efectivo.

Si este descubrimiento se pusiera al servicio de gobiernos o servicios poco escrupulosos con las libertades individuales, estaríamos ante una situación en la que alguien sería capaz de conocer el voto de cada uno de los ciudadanos, lo que te otorgaría un poder indeseable. Aún para datos desagregados anonimizados (microdatos censales) el uso de los sistemas de información ya ayuda a políticos poco escrupulosos con las tradiciones democráticas ya sea a la segregación postelectoral directa [2], o, de una manera más sutil, a utilizar el gerrymandering (cfr. Microsoft 2004) en la demarcación de distritos en sistemas de elección proporcional. Con datos personales, el proceso se agravaría hasta lo insoportable.

La segunda vertiente de la posible manipulación de la ciberdemocracia es más peligrosa aún. La ruptura del proceso de cifrado podría servir para cambiar el voto y quebrantar así la voluntad popular. El sistema actual, por el contrario, no permite tal manipulación. El momento en que una persona elige una papeleta en la intimidad de la cabina y la introduce en un sobre no es fácilmente manipulable: el colegio electoral cuenta con mecanismos tales como la presencia de interventores de cada uno de los partidos que concurren a la elección [3]. La identificación para ejercer el derecho al voto es independiente de la elección anterior, y las papeletas no pueden ser por lo tanto investigadas [4]. El sistema es lento, pero poco vulnerable [5]. La ciberdemocracia podría ser rápida, pero tremendamente vulnerable. Curiosamente, en el proceso electoral de las DPE, el colegio electoral, siendo un espacio público, es un ámbito que otorga más privacidad que el propio hogar.

Este discurso puede parecer excesivamente precavido o exagerado, pero se olvida con frecuencia que la democracia y el régimen de libertades de que disfrutamos en las DPE no es, en absoluto, irreversible.  La posibilidad de una involución es real, ya fuera como consecuencia de acontecimientos excepcionales o utilizando acontecimientos excepcionales como excusa para limitar las libertades por parte de grupos determinados. Las sociedades libres deben actuar con anticipación para protegerse de su secuestro, y en ese sentido, asegurar que los sistemas de información no puedan ser utilizadas con fines antidemocráticos es una necesidad. Esta razón, la de la posiblidad de manipulación tecnológica, es una razón suficiente para que la ciberdemocracia haya de ser evitada, pero aún es posible aportar información adicional en el mismo sentido.

Razón segunda: el fomento de la demagogia

Esta razón en contra de la ciberdemocracia ha sido ya explorada en otros lugares (e.g. Poster 1997, Silió 2003).

Los apóstoles de la ciberdemocracia han querido ver en la generalización de las tecnologías de la información un medio para elevar en nivel cultural de la sociedad y con ello su capacidad de tomar decisiones informadas, lo que conduciría a una sociedad ilustrada en la que el ciudadano ejercería un voto mucho más cualificado que en la actualidad. El argumento recuerda a aquellas grandes ideas en los comienzos de la televisión, cuando se ponderaban las posibilidades culturales del nuevo medio en términos de "la universidad en el salón". Es fácil, siguiendo el devenir de la televisión, reírse de aquellas pretensiones bienintencionadas, pero es necesario recordar que el que un vehículo cultural exista y sea adecuado no quiere decir que vaya a ser bien utilizado. ¿Cuántos de los que se dicen interesados en el medio ambiente han leído las conclusiones de los expertos en lo relativo al cambio climático, disponible en la internet? ¿Cuántos utilizan las bibliotecas públicas para formarse una opinión? ¿Cuántos leen más de un periódico al día, o contrastan los contenidos de los artículos? Los que defienden a la ciberdemocracia en el marco de una sociedad de la información olvidan que la capacidad tecnológica no tiene nada que ver con un buen uso de la misma. Recordando a Pascal, "educa hombres sin religión y obtendrás demonios muy inteligentes". Prescindiendo de la intención clerical de la frase, si el desarrollo de las capacidades tecnológicas de los ciudadanos no se acompaña de una educación humanística y científica, se estará creando una sociedad que confunde la desconfianza paranoica y el ingenio con la crítica y la inteligencia. Y esta sociedad es la más manipulable que pueda existir hoy (cfr. Habermas 1974).

Además, un sistema en el que la reflexión no preceda al voto está condenado a ser campo abonado para la demagogia, que aprovecha los mecanismos más primitivos del ser humano para forzarle a ejecutar una acción que no se fundamente en un proceso racional de toma de decisiones ponderadas sino en sus instintos. La jornada de reflexión de la democracia representativa no puede ser trasladada con facilidad al ámbito de la internet: se da la circunstancia de que el mismo vehículo de información, la red, es el que se utiliza para la votación. La posibilidad de la compra de votos y de coacciones, además, estaría siempre abierta.

Razón tercera: el entorpecimiento de la toma de decisiones

La última razón para que la ciberdemocracia haya de ser evitada es de índole práctica. La ciberdemocracia supone implícitamente que nuestras sociedades post-industriales se pueden regir por los mismos principios que ámbitos pequeños de decisión, como eran las polis griegas.

Aquí, el elemento subyacente al concepto de ciberdemocracia es la búsqueda del asambleísmo, de la participación directa de todo el cuerpo electoral en la toma de decisiones políticas. La polis griega presofística podía, tal vez, regirse mediante tal  sistema de decisión paritaria, pero gobernar un país moderno mediante tal sistema es imposible, y supone una trivialización de la decisión democrática moderna. La mayoría de las decisiones importantes que han de tomarse requieren de un sistema efectivo de delegación de poderes que asegure tanto su independencia como su representatividad y capacidad de actuar. Las decisiones importantes son complejas y requieren el concurso de opiniones cualificadas que hayan tenido en cuenta toda la información relevante al problema. Introducir un elemento de persuasión, por otra parte, sacrificaría un análisis objetivo por la mercadotecnia, e impediría que las decisiones a largo plazo, que son las que conforman las políticas estructurales, se pudieran llevar a la práctica.

Las decisiones políticas no tienen por que ser ni sencillas, ni populares, ni evidentes para todos [6]: la decisión de Churchill de entrar en guerra con Alemania fue una decisión estratégica acertada, aunque impopular. Aumentar los impuestos mediante referenda tiene pocas posibilidades de prosperar, por más que todos comprendamos que las carreteras y la seguridad social han de ser pagadas por alguien, por no hablar de aumentar el gasto en I+D+I, cuyos beneficios no son tan evidentes para un gran sector de la población. Si este tipo de decisiones se dejaran a la opinión pública (que es en lo que se convertiría el cuerpo electoral en una ciberdemocracia), se daría pábulo a que la publicidad y la demagogia tomaran un protagonismo indeseable en las políticas (cfr. Kamper y Snijkers 2003)

En realidad, la posibilidad de establecer una ciberdemocracia real sólo se sostiene cuando no se considera en toda su extensión. ¿Sería posible una ciberdemocracia para todos los poderes del estado? No para el ejecutivo: la política estratégica ha de tener en cuenta elementos de inteligencia que no pueden ser públicos; es natural y beneficioso que no todo el mundo posea toda la información necesaria para la toma de decisiones. Por otro lado, decisiones difíciles como la subida de impuestos o las políticas regionales de cohesión se verían afectadas por una democracia directa.
Tampoco sería posible aplicarla al poder legislativo: las leyes han de ser aprobadas en un marco (el parlamento) donde es posible el debate según unas reglas que aseguren un tratamiento justo de todos los puntos de vista. Internet no es el foro adecuado para tales debates, no sólo por el corte sociológico de sus usuarios, poco interesados en asuntos de política pública (White 1997, Kohut 2000), sino porque el diálogo no está marcado por unas reglas que intentan evitar los abusos y favorecer los puntos de vista diversos de los ciudadanos. Desde luego, la ciberdemocracia tampoco podría ser aplicada en el poder judicial: por muy democrática que sea la ley de Lynch, casi todo el mundo estará de acuerdo que la ciberdemocracia aplicada al poder judicial nos retrotraería a una sociedad opresiva.

Podría argüirseno obstante, que la ciberdemocracia tiene su campo de acción natural en el ámbito local. Pero incluso allí subsisten los mismos problemas: la trivialización de la decisión ciudadana -dada la importancia que el ser humano otorga a lo que nada le cuesta-, la posibilidad de manipulación (demagogia, fraude directo, nominalización del voto), y el uso del plebiscito como coartada democrática de un régimen totalitario. Sin embargo, algunos autores sostiene que es necesaria una mayor investigación para conocer los efectos de esta nueva tendencia (Whyte y MacIntosh 2002).

Conclusiones: la vigencia de la democracia parlamentaria

La democracia conlleva una responsabilidad personal: el voto. Una de la conquistas de la democracia parlamentaria moderna es el sufragio universal y secreto para la elección de representantes (junto con la de la abolición de la gratuidad de los cargos representativos [7]), y estos logros deben ser protegidos de una manera casi sagrada, pues en ellos se fundamenta el estado de libertad, prosperidad y cultura de las DPEs modernas.

El colegio electoral es un ámbito protegido en el que se puede ejercer la libertad de voto con las suficientes garantías. La ciberdemocracia presenta al hecho físico de ir a votar como una incomodidad evitable, obviando el hecho de que representa una celebración pública de la vida democrática y, sobre todo, una garantía de libertad.

Una de las salvaguardas de la democracia es que el sistema electoral facilite el cambio de gobierno: el gobierno cuenta siempre con medios a su disposición para ejercer la tiranía, y la tendencia al totalitarismo siempre está presente en el ejercicio del poder. En este sentido es sorprendente que la ciberdemocracia sea considerada como una demanda progresista/liberal, cuando en realidad favorece a los sectores más reaccionarios.

El sistema parlamentario cuenta con mecanismos de control refinados a lo largo de siglos [8] y que, a pesar de presentar fallos, han permitido una expansión sin precedentes de las libertades (con sus altibajos) en los años posteriores a la segunda guerra mundial. La democracia parlamentaria continúa siendo el peor sistema exceptuando a todos los demás, como sentenció Churchill. Su funcionamiento puede ser mejorado notablemente (listas abiertas, mayor control parlamentario, independencia real de los tres poderes), pero su sustitución o reforma hacia un sistema de democracia directa presenta tantos inconvenientes, y un riesgo tan elevado para las libertades, que debe ser evitado cuidadosamente.

Otro aspecto diferente es el uso de los sistemas de información para conocer la opinión de los ciudadanos que quieran expresar sus ideas, o para que participen en el proceso de toma de decisiones (OCDE 2004) en cuyo caso los sistemas de información sí que pueden resultar un elemento útil en la profundización democrática (Chadwick 2003).

Notas

[1] La experiencia española con la ley de protección de datos (Ley 15/1999) es esclarecedora de la falta de control sobre nuestras libertades a que nos puede conducir la ciberdemocracia. La poca sensibilidad del legislador al permitir el mecanismo de acción afirmativa para que los datos personales no sean utilizados comercialmente permite que ciertas empresas hayan conseguido formar ingentes volúmenes de información personal que hoy sólo sirven para que nuestros correos se llenen de circulares, pero que podrían ser un mecanismo no sólo de segregación, sino de fraude: cientos de personas de entre los miembros más vulnerables de la sociedad (personas sin estudios, por ejemplo) son elegidas por empresas poco escrupulosas como objetivo telefónico para negocios dudosos del tipo propiedades compartidas o seguros innecesarios presentados como obligatorios.

[2] Es notable el caso de las elecciones en la China nacionalista, en las que el candidato oficial, en una campaña electoral de los noventa, amenazaba a los distritos hostiles a su candidatura con recortes en las inversiones. Aterra pensar qué podría conseguir un político de tal talante en una ciberdemocracia plena.

[3] Una razón adicional es que un intento de controlar todos los colegios electorales, o un número significativo de los mismos, requería del concurso de muchas personas, lo que disminuiría a casi cero las probabilidades de que la conspiración se mantuviera en secreto. Un argumento heurístico conduce a una hipótesis de las conspiraciones que afirma que la probabilidad de que una conspiración se mantenga en secreto es p(x)=2·exp(-0.6932x), donde x es el número de personas involucradas.

[4] Siendo excesivamente escrupuloso, se podría afirmar que las papeletas contienen trazas (como el ADN o las huellas dactilares) que permitirían una eventual violación del secreto, pero no es razonable suponer que alguien pueda coordinar una operación para analizar todos los sufragios, y además, mantenerla en secreto (véase nota anterior). El que todas las cabinas electorales contaran con sistemas de vigilancia avanzados entra también en el terreno de la irrealidad. Por el contrario, procesar e investigar varios millones de votos electrónicos es sencillo, y está desde luego al alcance de cualquier gobierno que ponga a punto un sistema de ciberdemocracia.

[5] Un ejemplo que aparentemente contradice esta afirmación es el caso paradigmático de la manipulación de los procesos electorales por el caciquismo de la restauración española, en la que se procedía a amañar los resultados de las elecciones para perpetuar el turnismo entre los dos grandes partidos (Valera Ortega 1986). Pero debe recordarse que el caciquismo es un fenómeno propio de sociedades rurales poco avanzadas. En cualquier caso, el argumento ofrece una razón a fortiori en contra de la ciberdemocracia: ¿qué hubiera conseguido Romanones hoy, con el ordenador del Ministerio del Interior?.

[6] Argumento que, curiosamente, ha sido recientemente utilizado para justificar la guerra de Irak, olvidando que la decisión de Churchill se basó más en principios morales y de necesidad real de defensa que en la apatía y el miedo de la sociedad que dirigía en aquel momento. La decisión actual, por el contrario, se basó  en intereses personales barnizados de razón de estado, no en una legitimidad moral inexistente ante la falta de una resolución de la ONU.

[7] Históricamente, el Tercer Estado sólo consigue una representación efectiva en los Estados Generales cuando sus representantes no tienen que hacer frente a los gastos de desplazarse a París de su bolsillo, algo que sólo los otros dos estamentos, la nobleza y el clero, podían permitirse. Para los que en la línea de defender la ciberdemocracia como democracia directa afirman que los cargos políticos deberían ser gratuitos, recordarles que personajes como Hitler se apresuraron a declarar la gratuidad de su magistratura.

[8] Desde que los ingleses asentaron el sistema parlamentario obligando al príncipe Juan a firmar la Carta Magna, y la aseguraron decapitando a Carlos I, el parlamentarismo ha demostrado ser una forma estable de gobierno que ha sido capaz de ofrecer prosperidad y resolver sus propias contradicciones de una manera relativamente pacífica.

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© Copyright Francisco Javier Tapiador,  2004
© Copyright Scripta Nova, 2004

Ficha bibliográfica:

TAPIADOR, F.J. Ciberdemocracia: no. Geo Crítica / Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2004, vol. VIII, núm. 170-50. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-170-50.htm> [ISSN: 1138-9788]
 

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