Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 194 (39), 1 de agosto de 2005

 

CENTROS HISTÓRICOS ¿HERENCIA DEL PASADO O CONSTRUCCIÓN DEL PRESENTE? AGENTES DETONADORES DE UN NUEVO ESQUEMA DE CIUDAD

 

Salvador García Espinosa

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

E-mail: salgaes@yahoo.com

 


Centros históricos ¿herencia del pasado o construcción del presente? Agentes detonadores de un nuevo esquema de ciudad (Resumen)

A partir de 1980 se observa un marcado interés por la conservación del patrimonio edificado en los centros urbanos de ciudades de origen novohispano, que ha llevado a la realización de obras y acciones sobre el patrimonio urbano-arquitectónico tendientes a privilegiar el factor histórico, sobre factores económicos, religiosos, políticos y administrativos sobre los cuales se sustenta la centralidad urbana. Por ello, el artículo ubica el análisis de los centros históricos desde una perspectiva global de la ciudad, bajo la cual resultan ser pieza clave para el sustento de políticas de planificación urbana que han comenzado a gestar un nuevo esquema de ciudad “policéntrica”, además de propiciar una nueva visión en lo concerniente a la administración y de gestión del desarrollo urbano a través de patronatos, fideicomisos y consejos cuyas atribuciones resultan siempre cuestionables. Bajo esta perspectiva, el concepto mismo de centro histórico, como elemento de la estructura urbana distinto al de centro urbano, obliga a cuestionarse ¿Son los centros históricos una herencia del pasado o una construcción del presente?

 

Palabras clave: centro histórico, México, estructura urbana, patrimonio cultural.


Historic centers.  Legacy of the past or construction of the present.  Detonators of a new scheme of city. (Abstract)

Since the 1980’s there has been a notable interest in the conservation of built heritage in the urban centers of Mexican colonial cities which has led to the implementation of projects and actions directly on urban and architectural heritage.  These projects and actions have tended to privilege historical factors over others such as the economic, religious, political or administrative factors that sustain urban centrality.  Taking this into account, this paper analyzes historical centers  in Mexico from the global perspective of the city recognizing the fact that they play a key role in sustaining the policies of urban planning that have begun to generate a new scheme of a multi-centered city as well as in propitiating a new vision with regards to administration and management of urban development through the establishment of citizen’s groups, trusts and councils whose responsibilities and attributions are often vague.  From this perspective even the concept of historic district or center, as an element of the urban structure different from that of urban center, leads us to ask whether historic centers are a legacy of the past or a construction of the present.

 

Key words:  historic center, Mexico, urban structure, cultural heritage


 

Introducción

 

Gran parte de las ciudades de México enfrentan en la actualidad una transformación en su estructura urbana que permite ser identificada como la gestación de un nuevo modelo de ciudad, al pasar de un esquema monocéntrico a uno policéntrico; dentro del cual los centros urbanos bajo su carácter histórico adquieren un papel protagónico.

 

A diferencia del proceso tradicional de crecimiento que venían presentando las ciudades basado en la migración de zonas rurales a urbanas y que ha propiciado que la población urbana en México pase de tan sólo una décima parte a principios de 1900, a dos terceras partes en el 2003 (Garza, 2003); dicho proceso migratorio en conjunción con la diversidad de políticas de concentración industrial ha dado origen a grandes conglomerados urbanos (Unikel, 1976; Pradilla, 1993) en los que las políticas urbanas se caracterizaron por un marcado énfasis sobre modelos de expansión urbana; y que, hoy en día, ante la disminución de los índices migratorios provenientes de las zonas rurales, la política urbana prioritaria resulta ser la regeneración de zonas deterioradas o bien la consolidación de aquellas zonas que no ofrecen calidad de vida a sus habitantes.

 

Lo anterior resulta claramente observable si se considera que los instrumentos de planificación urbana desarrollados en México desde 1970 manifiestan una clara necesidad por controlar un crecimiento acelerado y prever el crecimiento futuro de las ciudades; de ahí que su estrategia principal consistiera en la creación de nuevas zonas para urbanizar. A partir de la década de 1980, las políticas urbanas presentan un cambio significativo, al incorporar aspectos puntuales sobre los centros urbanos, de manera particular en aquellas ciudades, que por su origen novohispano, contaban con un patrimonio edificado de gran valor cultural y por lo tanto, de un potencial turístico.

 

A estas ciudades (Morelia, Guanajuato, Puebla,  Querétaro, San Luís Potosí, Ciudad de México y Guadalajara) localizadas en la parte central del país e incluso dentro de las estrategias turísticas se les denomina “ciudades coloniales” y se caracterizan entre otros aspectos por contar con:

 

a)      Una estructura monocéntrica, en donde se concentra la sede de los poderes político, religioso y económico, éste último por concentrar los principales establecimientos comerciales.

b)      Alta densidad de edificaciones de valor patrimonial histórico y artístico de los siglos XVIII, XIX y XX.

c)      Una traza urbana que aún mantiene características formales correspondientes al momento de la fundación de la ciudad.

 

Los aspectos anteriores adquieren una función de condicionantes a partir de las cuales desde 1980, las políticas urbanas sobre la ciudad comienzan a redefinir a los centros urbanos como centros históricos y son objeto de acciones que se califican como de rehabilitación, rescate, renovación y demás términos alusivos a un interés primordial: la conservación del patrimonio edificado y la puesta en valor de dichas zonas centrales, que durante las tres décadas anteriores habían permanecido inmersas en un proceso de deterioro. Claro está, que las intervenciones sobre los centros históricos en virtud de coincidir, en el caso mexicano con el centro urbano, tienen un impacto significativo sobre la estructura urbana en general (García, 2004).

 

 

Origen del esquema monocéntrico

 

A partir del momento mismo de su fundación, las ciudades coloniales, han presentado de forma general un mismo proceso de crecimiento y desarrollo (López, 1996) en donde pese a diferencias particulares, en lo que respecta a su temporalidad, pueden identificarse las siguientes etapas:

 

·                    Su trazo y fundación a partir de un espacio central, generalmente una plaza, alrededor de la cual se instalarán las principales residencias y sede de los poderes religioso y político.

·                    La conformación de pueblos de indios que por su cercanía con la ciudad, propiciarán la extensión del núcleo fundacional virreinal al convertirse en barrios; etapa a partir de la cuál el crecimiento de la ciudad se logra a partir de la simple prolongación de las calles.

·                    Surgimiento de las “colonias” a principios del siglo XIX y la primera mitad del XX, en donde a diferencia de los barrios, se caracterizan por el  uso habitacional como predominante, situación que acentuó la dependencia hacia el  centro urbano en términos de la concentración de servicios y equipamientos.

·                    Desarrollo de “fraccionamientos”, que a diferencia de la etapa anterior, además de los usos habitacionales generaron áreas comerciales, algunas de las cuales han llegado en la actualidad, a minimizar la dependencia de estas nuevas zonas de la ciudad para con el centro histórico.

 

Para la Ciudad de México, Puebla, Guadalajara y Guanajuato, de forma paralela a esta última etapa, en la actualidad puede identificarse un proceso de metropolización en virtud de la cercanía con localidades menores. Sin embargo en cualquiera de los casos, la centralidad[1] que ostenta el núcleo urbano resulta indiscutible, al menos hasta principios de la década de 1990.

 

Los centros urbanos

Resulta conveniente profundizar en algunos aspectos generales que ilustren la situación que guardaban los centros urbanos, antes de que se privilegiara su componente histórico, que ahora permite definirlos como centros históricos. Hacia finales del siglo XIX, en el caso de la Ciudad de México (Segurajáuregui, 1990), en otros casos, como el de Morelia, hasta 1940 (Vargas, 2001); 1930 para el caso de Puebla (Terán, 1996); se inicia la construcción de las colonias[1],  tanto para obreros y trabajadores de bajos ingresos, como para aquellos miembros de una elite, que ostentaba los mayores ingresos.

 

El proceso de segregación socioespacial incentivado con el surgimiento de las colonias, propicia que algunos habitantes del centro urbano, optaran por cambiar su residencia hacia las nuevas colonias -que además dicho sea de paso, se promocionaban como la llegada de la modernidad- y optando por rentar sus propiedades ante la presión inmobiliaria que generó el incremento de usos comerciales o habitacionales en esquemas de vecindad; factores que sin duda parecen haber iniciado un proceso de deterioro espacial y funcional, ya que el desplazamiento de los grupos económicamente más poderosos, hacia nuevas áreas de crecimiento, re-orienta las inversiones pública y privada fuera de la zona centro.

 

El desinterés surgido por las zonas centrales, pese a la disponibilidad de infraestructura y equipamiento instalados, llevó a considerarlos nodos conflictivos para la integración funcional de la “nueva ciudad”; situación manifiesta claramente en planteamientos urbanísticos de libramientos viales o circuitos periféricos que garantizaban la integración de las nuevas áreas de crecimiento sin tener que circular por los centros urbanos.

 

El cambio en los patrones de movilidad de la población y la progresiva construcción de colonias y fraccionamientos demandó la conformación de zonas comerciales y de servicios, que estratégicamente localizadas, pudieran cubrir las necesidades de la población, a fin de que no se trasladara al centro. Situación ésta que agudizó la problemática de los centros urbanos, al verse marginados del consumo de buena parte de la población, llegando a finales de la década de 1980 a caracterizarse, entre otros aspectos, por el deterioro en las edificaciones, la proliferación de comercio informal, hacinamiento y proliferación de viviendas en vecindad, inseguridad y otros tantos factores que propiciaron un agudo deterioro en la calidad del ambiente urbano.

 

El cambio de paradigma sobre el patrimonio edificado

 

Si bien los paradigmas iniciales de la conservación representados por Ruskin y Viollet-Le-Duc durante el siglo XIX, se enfocaban a los aspectos materiales y estilísticos, éstos evolucionaron y permitieron que tiempo después, Gustavo Giovannoni; (Castillo, 1997) bajo el concepto de “entorno” impulsara un consenso indiscutible en términos de que la conservación del patrimonio cultural edificado no debe limitarse a inmuebles monumentales, sino debiera incluir la conservación de edificaciones no monumentales, pero que en conjunto conforman contextos históricos. En México, la conservación del patrimonio inició con un criterio meramente temporal que privilegió la conservación del patrimonio arqueológico (Florescano, 1980) y evolucionó hacia la inclusión de valores artísticos y monumentales, hasta llegar en la actualidad, a sustentar el interés patrimonial, en función de aquello que se ubica como testimonio de la cultura y que encuentra su concreción material más acabada en  los contextos urbano-arquitectónicos denominados centros históricos, como reflejo mismo del crisol cultural que representa la conjunción de edificaciones que datan del siglo XVII al XX.

 

Es preciso mencionar que la estructura urbano-arquitectónica en la zona centro de las ciudades coloniales, presenta innumerables adecuaciones y transformaciones producto de la demanda por albergar aquellos establecimientos como oficinas administrativas de gobierno, equipamientos de abasto, educación, salud, etc.,, así, como del actuar bajo el paradigma del monumento, que si bien propició la destrucción de gran parte de la arquitectura de contexto, también es cierto que garantizó en buena medida la vigencia de una estructura urbano-arquitectónica producto del pasado, como soporte de dinámicas urbanas siempre contemporáneas.

 

Como era de esperarse, el cambio de paradigma en el ámbito de la restauración –del monumento al testimonio cultural- para el caso de México enfrentó a una serie de obstáculos que dilataron su materialización en los instrumentos legales; ya que, si bien desde 1960 da inicio la preocupación por parte del Estado de conservarlos y restaurarlos (Lombardo, 1997) como consecuencia de la reunión del ICOMOS celebrada en Gibbio, Italia, esta nueva visión, demandaba pasar de los tradicionales procesos de catalogación y declaratorias de inmuebles relevantes, a declaratorias de zonas de monumentos[2]y más aún, la incorporación de aspectos de restauración en los instrumentos de planificación y administración urbana.

 

Planificación y Restauración habían permanecido aisladas en la práctica y hasta se ubicaban como disciplinas contradictorias, en virtud de que la primera se caracterizaba por fomentar un proceso expansionista en las ciudades, o bien, recurrentemente se proponían acciones sobre zonas centrales tendientes a una modificación significativa de la traza urbana, en aras de garantizar su integración urbana para con el resto de la ciudad. Así ocurrió en la ciudad de Guadalajara (Vázquez,  1999), donde la ampliación de vialidades y la construcción de plazas implicó la destrucción de un significativo número de inmuebles patrimoniales en perfecto estado de conservación. Por su parte, la Restauración constituía una práctica casi exclusiva del Estado, enfocada a la adecuación de inmuebles de su propiedad y albergar usos culturales y administrativos. Esta práctica ha demostrar su ineficiencia para crear sinergias de conservación, además de obligar a intervenciones recurrentes sobre los mismos inmuebles, sin considerar acciones sobre el entorno urbano inmediato.

 

Bajo este escenario, hacia finales de la década de 1980, surge la necesidad de instrumentar acciones de intervenciones sobre los centros urbanos tendientes a revalorar el patrimonio histórico existente, dando origen a un sinnúmero de planteamiento urbanos, que eran definidos bajo connotaciones de rescate, rehabilitación, renovación, reactivación o cualquier otro calificativo referente a la conservación del patrimonio edificado, que además de manifestar propuestas conceptuales y metodológicas distintas, evidenciaban intereses diversos sobre el aprovechamiento del patrimonio urbano-arquitectónico.

 

Indiscutible, resulta el hecho de aceptar que los centros históricos, son antes que nada, centros urbanos y por lo tanto se encuentran sujetos a procesos de transformación, e insistir en su carácter histórico se asume bajo dos vertientes distintas:

 

·            Como una iniciativa, que propicia un final a dicha transformación por considerar que atenta contra la conservación del patrimonio. Oportuno resulta señalar que          en algunas ciudades como Morelia[3], el patrimonio edificado actual se conservó, en mayor medida, como consecuencia de la falta de inversiones que demandaran la destrucción del mismo, los casos contrarios son los de ciudades como Guadalajara[4], León o Querétaro.

 

·       Asumiendo su transformación; donde privilegiar la conservación del patrimonio urbano-arquitectónico sólo constituye otra acción tendiente a lograr la vigencia dentro de la estructura urbana actual, pero ahora ya no en términos comerciales o administrativos, sino turísticos y culturales. 

 

En ambos casos, pero particularmente bajo la segunda posición, resulta inevitable cuestionarse ¿Hacia dónde se dirige la conservación de los centros históricos? Y ¿Hacia dónde se orienta la ciudad con la conservación de los centros históricos?

 

 

Los centros históricos

 

Jorge Hardoy (1981), define a los centros históricos, “…como todos aquellos asentamientos humanos vivos, fuertemente condicionados por una estructura física proveniente del pasado…”; sin embargo, en el caso de las ciudades mexicanas, privilegiar el carácter histórico de la estructura urbano-arquitectónica de los Centros, permite identificar tres aspectos relevantes:

 

·                Carácter temporal, incentivado por las investigaciones históricas en donde el marcado carácter artístico sobre la historia de la ciudad que presenta a los Centros Históricos como la culminación de un proceso; visión bajo la cual, dicho proceso no sólo se interrumpe, sino que pretende detenerse, generalmente en aquellos momentos históricos considerados como épocas de bonanza económica. En palabras de García Canclini (1994), correspondería a “[...] una tendencia aristocraticotradicionalista, cuyo rasgo común es una visión  metafísica, ahistórica de la humanidad, cuyas manifestaciones superiores se habrían desvanecido y sobrevivirían hoy sólo en los bienes que los rememoran”.  Un ejemplo de lo anterior, es el recurrente y marcado interés observable en el centro histórico de Morelia o la Ciudad de México, por re-crear un ambiente de la época porfirista[2], a través de vehículos para el recorrido turístico que simulan los tranvías utilizados en dicha época, así como algunos establecimientos comerciales en los que el personal viste de acuerdo a la moda de principios del siglo XX. Todo ello, bajo el imaginario, de que constituyó una época de mayor progreso y bonanza para México.

 

·                Dimensión territorial, que en términos de los centros históricos, ha llevado a una delimitación siempre cuestionable, sustentada en una mezcla de aspectos históricos y estéticos, como sustento de una política cultural de conservación. Se considera que ha existido un abuso por parte de los instrumentos de planeación urbana, que han fermentado que bajo la figura de programas parciales[5], se acentúe el aislamiento territorial de los centros históricos con respecto a la ciudad. Lo anterior, propicia que al concebir a los centros históricos como zonas particulares, se  instrumentan acciones de intervención que ignoran, en la mayoría de los casos, su interrelación con el resto de la ciudad, como si la problemática que presentan no tuviera relación alguna con el resto de la ciudad.

 

·                Intensidad de uso, En el caso mexicano, predomina la postura de considerar que el uso intensivo y excesivo por parte de los habitantes de una ciudad, atenta contra la conservación del patrimonio edificado. Bajo este principio, de manera recurrente, se busca garantizar la conservación del patrimonio edificado a partir de la reubicación de equipamientos públicos como oficinas administrativas y centrales de transporte que se considera provocan un uso intensivo –no deseado- de las zonas centrales; lo que sin duda atenta contra su esencia misma de centralidad, basada fundamentalmente por la concentración de actividades administrativas, económicas, religiosas y simbólicas (Castells, 1974).

 

Los factores anteriores, no sólo aíslan, delimitan y caracterizan a los centros urbanos bajo un enfoque histórico-patrimonial, sino que además construyen un nuevo elemento dentro de la estructura urbana de las ciudades y permiten afirmar que privilegiar el carácter histórico de los centros urbanos, demanda en principio, disgregar los factores de centralidad. En este sentido, el concepto mismo de centro histórico, como postura ante los centros urbanos, resulta sumamente contemporáneo y permite ubicarlo más como una creación del presente, que como herencia del pasado. Así lo  demuestra el hecho de que los primeros centros históricos mexicanos inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial (Cuadro Nº 1) corresponden a 1987.

 

 

                                                               Cuadro Nº 1

Centros históricos de México que se encuentran inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial

Sitio inscrito

Fecha de inscripción

Centro histórico de la Ciudad de México y Xochimilco

1987

Centro histórico de Oaxaca y zona arqueológica de Monte Albán

1987

Centro histórico de Puebla

1987

Centro histórico de Guanajuato y minas adyacentes

1988

Centro histórico de Morelia

1991

Centro histórico de Zacatecas

1993

Zona de monumentos históricos de Querétaro

1996

Zona de monumentos históricos de Tlacotalpan

1998

Centro fortificado de Campeche

2002

Fuente: www.unesco.org

 

Si se acepta que el centro histórico, como concepto, resulta ser un elemento contemporáneo dentro de la estructura urbana de la ciudad de origen novohispano, resulta conveniente orientar la discusión hacia sus posibles impactos e implicaciones que sobre la estructura urbana de la ciudad generan. En principio, la misma fragmentación de los componentes de centralidad que demanda la conformación de centros históricos, permite ubicarlos como elementos detonadores de un modelo de ciudad policéntrico.

 

 

Hacia un nuevo modelo de ciudad

Resulta difícil atribuir a un solo factor el cambio en la estructura urbana de cualquier ciudad, más aún de un conjunto de ciudades que de manera simultánea parece experimentar un proceso similar de transición, de un esquema monocéntrico, hacia uno policéntrico. Por ello, es preciso señalar, aunque de forma breve, que junto con el interés surgido por la conservación del patrimonio urbano-arquitectónico en los centros históricos, se considera que han contribuido los siguientes factores:

 

·                  Un acelerado crecimiento urbano en la mayoría de las ciudades medias en México, que durante la década de 1980 propició las tendencias de crecimiento urbano sobre suelo agrícola, cuyo régimen de propiedad ejidal[3], imposibilitaba su comercialización inmobiliaria, situación que propició entre otros aspectos, un replanteamiento de los esquemas de planeación urbana, a fin de disminuir la tendencia expansionista y buscar alternativas de redensificación sobre aquellas zonas, que como los centros urbanos, contaban con infraestructura y servicios sub-utilizados. Sin embargo, esta tendencia no logró consolidar un proceso de redensificación urbana debido a la pronta modificación constitucional[6] para la des-incorporación del régimen ejidal.

 

·                 El deterioro en las finanzas nacionales, consecuencia de la crisis económica acontecida a mediados de la década de 1980, que obligó a gobierno y los habitantes, a eficientar las inversiones buscando una mayor rentabilidad, razón que incentivó el revaloración de aquellas zonas de la ciudad que contaban con servicios, equipamientos e infraestructura y que de una u otra forma se consideraban sub-utilizadas, como era el caso de los centros históricos, los viejos complejos industriales y equipamientos significativos como estaciones de ferrocarril, entre otros.

 

·                    A nivel mundial, durante los 80´s, se observa un incremento significativo en la dinámica turística, de forma particular en lo concerniente al llamado  “turismo cultural”, dentro del cual, un detonador indiscutible resulta ser la inscripción de centros y conjuntos históricos en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Y es una de las principales razones por las que se considera que México promueve la inscripción de varios de sus centros históricos. De hecho de los 24 sitios mexicanos que forman parte del Patrimonio Mundial, el mayor porcentaje (40%) corresponden a centros históricos y zonas de monumentos, destacando los de las ciudades de México, Puebla, Morelia, Oaxaca, Zacatecas y Querétaro.

 

La consolidación de los centros históricos adquiere relevancia como gestor de un nuevo esquema de ciudad, en términos funcionales, debido a la reorientación de actividades hacia otras zonas de la ciudad como es el caso de los equipamientos político-administrativos o económico-financieros y demás establecimientos que parecen considerarse incompatibles con el modelo de centro histórico que se persigue. Así lo demuestra, el hecho de que en casi la totalidad de los centros históricos se han aplicado acciones urbanas que contemplan la reubicación de equipamientos como oficinas administrativas gubernamentales, centrales camioneras, centros financieros o de abasto, etcétera; con la finalidad de disminuir la intensidad de uso de los centros históricos. Y son estas reubicaciones, las que han incentivado la consolidación de subcentros urbanos, que a partir de una mayor concentración de usos comerciales y de servicios, impactan los patrones de movilidad intraurbana existentes hasta hace algunos años.

 

Ejemplo de lo anterior, lo constituye el complejo Santa Fé en la Ciudad de México, donde la concentración de complejos bancarios comienza a desplazar la centralidad financiera que todavía hoy en día parece existir en el actual centro histórico. De forma similar en Querétaro y Morelia la reubicación de oficinas administrativas fuera de la zona central ha desplazado buena parte del carácter administrativo que propiciaba que acudieran a ella un sinnúmero de habitantes.

 

La relación temporal de los instrumentos de planeación urbana desarrollados en México, ilustran de forma objetiva lo anterior; los primeros Programas de Desarrollo Urbano sobre ciudades de origen novohispano, realizados hasta mediados de 1980; no contemplaban acciones particulares sobre los centros urbanos y las propuestas sobre la estructura urbana se limitaban a plantear uno o dos sub-centros urbanos, dependiendo del tamaño de ciudad y reconocían el papel del centro urbano como sustento nodal de la estructura urbana. Después,  hacia finales de 1980, los instrumentos de planeación sobre centros históricos presentan dos modificaciones sustantivas en términos de la estructura urbana:

 

·            Una zonificación primaria que integra la propuesta de varios sub-centros urbanos de carácter comercial, administrativo y hasta metropolitano, en función de los equipamientos que se pretenden realizar en determinadas zonas o bien hacia donde se espera reubicar algunos de los existentes en los centros históricos.

·            Se propone y expresa, la intención de conformar un esquema de ciudad policéntrica o en el mejor de los casos basada en una centralidad exclusivamente histórica y simbólica del llamado centro urbano.

 

Sin duda alguna que los aspectos anteriores conllevan a una serie de implicaciones sociales, no ignoradas, toda vez que subyace detrás de estas acciones de reubicación, el marcado interés por disminuir la intensidad de uso por parte de los habitantes de la ciudad del centro histórico y así dar cabida a la conservación del patrimonio edificado, además de integrarlos de lleno a la dinámica global del llamado turismo cultural. Sin duda alguna, privilegiar el factor histórico sobre los demás componentes de la centralidad, facilita el aprovechamiento del potencial turístico que representa el patrimonio cultural edificado,.situación que si bien  propicia la vinculación entre un desarrollo local basado preponderantemente en la cultura como elemento de desarrollo y la tendencia global del llamado turismo cultural, corre el riesgo de propiciar la fractura de estructuras sociales y generar un proceso de  gentrificación[7] como parte inherente de las acciones de mejoramiento.

 

Ante los posibles efectos negativos que han generado las acciones de intervención en los centros históricos, se identifica un doble discurso, que en un sentido contiene la preocupación por mantener una dinámica social característica de las zonas centrales, lo que sin duda incluye vivienda para todos los niveles económicos de la población; al mismo tiempo se incentivan acciones que manifiestan un privilegio a la dinámica turística. Si se observa lo ocurrido en algunos centros turísticos de playa, se puede afirmar que la preocupación por la estructura social, termina por sucumbir ante los intereses turísticos. Claro esta, que para el caso de los centros históricos esto implicaría un impacto sobre la relación individuo- patrimonio-identidad- y que en estudios recientes ya se ubica como un referente de la memoria colectiva y no como producto de la experiencia individual (Rosas, 1998; García, 2002).

 

Ahora bien, en un inicio el proceso de planeación sobre los centros históricos, se enfocó, ante la carencia de experiencias locales, a la búsqueda de modelos exitosos en otros países. Sin embargo, con el tiempo, se evidenció que no existen tipos ideales en la rehabilitación de los centros históricos y más que en las estrategias urbana, su éxito radicaba en el proceso administrativo bajo el cual se habían realizado las acciones. Bajo esta base surgen propuestas sobre patronatos, fideicomisos, consejos y demás figuras jurídicas a las que se les atribuyen funciones administrativas, que además de evidenciar la imposibilidad de los gobiernos locales para garantizar la conservación del patrimonio edificado, han conformado verdaderas estructuras paralelas de poder a la administración local.

 

Los retos del nuevo esquema

 

Conviene plantear, a manera de reflexiones finales, con el riesgo que implica el hecho de considerar que recién inicia el proceso aquí planteado, algunos aspectos que se identifican como retos por resolver, si se pretende que la nueva estructura contribuya no sólo a la conservación del patrimonio edificado, sino a una mayor calidad de vida de los habitantes de las ciudades.

 

El primero de ellos es superar los inconvenientes que presenta en la actualidad, el proceso de descentralización en relación al uso y disfrute por parte de los propios habitantes de la ciudad y su patrimonio cultural edificado. En este sentido, se asume erróneamente que la rehabilitación del patrimonio edificado en zonas centrales conlleva de forma implícita, una rehabilitación urbana en términos sociales y económicos; supuesto falso que ha quedado por demás evidenciado en el proceso de gentrificación y que vislumbra el riesgo de convertir a los centros históricos como sectores carentes de una estructura social local, que contrarreste la excesiva dinámica turística.

 

Las políticas sobre centros históricos constituyen una prioridad para el gobierno federal y los gobiernos locales y como tal, su principal reto es lograr que no se convierta a las zonas históricas prescindibles dentro de la estructura urbana, como ha ocurrido con algunos barrios en distintas ciudades. Para ello, se demanda de su integración física y funcional con las nuevas áreas de crecimiento, siendo que en casi todas las ciudades, los centros urbanos se ven rodeados de extensas zonas de origen habitacional, que ante la falta de efectividad en políticas de control urbano, no terminan por definir su vocación y albergan por igual comercios, equipamientos  y servicios de toda índole lo que ha llevado a una saturación vial, escasez de estacionamientos, incapacidad en la infraestructura básica y demás factores que ahora se tendrían que enfocar desde la nueva perspectiva polícéntrica.

 

La dinámica turística sobre los centros históricos, es previsible que llegue a propiciar una interrelación a nivel regional e incluso internacional, con centros históricos de otras ciudades, de hecho, en las ciudades de Morelia, Guanajuato y Querétaro cada vez se presentan más acciones de promoción turística en conjunto bajo el esquema de complementariedad y no competencia como tradicionalmente se venía presentando. Sin embargo, el reto consiste en la búsqueda constante de un equilibrio “interno” de la ciudad, ya que se corre el riesgo de generar vinculaciones interregionales a nivel de centros históricos de otras ciudades, a grado tal, que la orientación de su vocación dependa más de factores externos, que internos y particulares de la ciudad de la cual forman parte.

 

Por último,  conviene señalar que la generación de una nueva estructura de ciudad basada consciente, o inconscientemente en un interés por participar de la dinámica global del turismo cultural, resulta altamente riesgosa para la dinámica socioeconómica del país en general y de los centros históricos en particular.

 

Notas



[1] Las colonias a diferencia de los barrios, presentan un uso predominantemente habitacional y esquemas de lotificación tipo de acuerdo a los intereses del propietario o promotor inmobiliario, propiciando una segregación socio espacial de los habitantes de la ciudad, de acuerdo a su capacidad para adquirir suelo o vivienda a un determinado precio. 

[2] Se le denomina así al periodo presidencial del general Porfirio Díaz que inicia en 1877 y finaliza en 1911, tan solo con una interrupción de 1880 a1884, tiempo en el cuál fungió como Secretario de Fomento. Su política de apertura a las inversiones extranjeras incentivó un la transformación de la ciudad en términos de la modernización de servicios urbanos, infraestructura, etc. 

[3] Este régimen, constituye una modalidad de propiedad sobre grandes extensiones, que si bien tienen el dominio de la tierra, la Constitución limitaba su comercialización dado el carácter común de la propiedad.



[1] Se entiende por centralidad el espacio que se caracteriza por atraer determinados flujos de población o actividades económicas de otros puntos ubicados en el espacio externo a ellos. (Palomares: 2003).

 

[2] De acuerdo el máximo instrumento jurídico sobre el patrimonio edificado en México, la Declaratoria de Zona de Monumentos se realiza por el Presidente de la República y constituye la figura de protección sobre el patrimonio urbano-arquitectónico de acuerdo con la Ley Federal sobre Zonas y Monumentos Arqueológicos, Artísticos e Históricos,  decretada en 1972.

 

[3] A diferencia de otras ciudades, en el centro histórico de Morelia se presenta la construcción de un hotel de 8 niveles, de estilo funcionalista que en su momento constituyó un icono de las tendencias vanguardistas de la época.

 

[4] El caso más ilustrativo de este tipo de intervenciones lo constituye la construcción de la “Plaza Garibaldi” que implico la demolición de un sinnúmero de inmuebles del siglo XIX en perfecto estado de conservación.

 

[5] En el caso del centro histórico de Morelia, esta delimitación y separación con respecto a la ciudad, se acentúa al incluir un área de “transición”, cuya superficie es prácticamente igual a la de la Zona de Monumentos. (265 Has. y 216 Has. Respectivamente).

 

[6] La reforma al Artículo 27 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, se realizó el 7 de noviembre de 1991.

 

[7] El término de gentrification, tiene su origen en la palabra inglesa gentry utilizada para designar a la burguesía inglesa, en la actualidad denota un proceso de migración de personas de clase media y alta a zonas recientemente rehabilitadas. 

 

8En el caso de México los periodos del gobierno federal son de seis años, a nivel estatal de cuatro y el municipal de tres años, lo que sin duda en el caso de la mayoría de las ciudades constituye un obstáculo para el seguimiento de programas de mediano y largo plazo.

 

 

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Ficha bibliográfica:

GARCÍA, S. Centros históricos ¿herencia del pasado o construcción del presente? Agentes detonadores de un nuevo esquema de ciudad. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2005, vol. IX, núm. 194 (39). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-39.htm> [ISSN: 1138-9788]

 

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