Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 194 (55), 1 de agosto de 2005

 

LAS PUERTAS DE LA “MICROCIUDAD” DE MÉXICO Y LA ECOLOGÍA DEL MIEDO[1]

 

Pedro Lina Manjares

Doctor en Estudios Urbanos por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, Francia. Centro Interdisciplinario en Investigaciones y Estudios sobre Medio Ambiente y Desarrollo CIIEMAD INSTITUTO POLITÉCNICO NACIONAL

E-mail: linapedro@hotmail.com

 


Las puertas de la “microciudad” de México y la ecología del miedo (Resumen)

La Ciudad de México es un espacio metropolitano de intensos intercambios económicos, sociales, políticos y culturales, que expresa fuertes contradicciones, como la inseguridad: traducida a la violencia, asaltos, secuestros y homicidios, que aumentan cada vez más. Los habitantes de las diferentes clases sociales expresan su miedo a vivir en la ciudad. Y a pesar de los altos índices de desempleo y de personas sin techo, la ciudad sigue siendo una mejor opción de oportunidades de empleo, educación, salud y vivienda, con respecto a la miseria en el campo y la vida rural. La marcada inequidad de la distribución de la riqueza crea fuertes desigualdades sociales, haciendo que la ciudad se vuelva cada vez más insegura. Las diferentes clases y sectores sociales adoptan “estrategias de seguridad” y tecnologías en acorde con sus posibilidades. Los habitantes construyen sus búnkers, “cercando sus barrios” y “enrejando las entradas” a las calles, buscando recogerse y protegerse de la violencia; se crean “puertas de la microciudad”,   pensando en “espacios seguros”, espacios vigilados como una obsesión por la seguridad personal y la búsqueda por el aislamiento social. Desde los barrios más exclusivos hasta los barrios comunes y corrientes expresan esta búsqueda de la seguridad, creando una ecología humana del miedo, un miedo de vivir en la ciudad.  

 

Palabras claves: Inseguridad, Ecología del miedo, Puertas de la microciudad


The doors of the "microcity" of Mexico and the ecology of the fear (Abstract)

Mexico City it’s a metropolitan space of intense interchanges: economic, social, politician and cultural, which express forts contradictions, like insecurity: translated to violence, assaults, kidnappings and homicides, which increase more and more. The different social class habitants express their fear to live in the city; in spite of the high unemployment index and people without roof over his head, the city continues being the best option for employment opportunities, education, health and housing, with respect to the misery in the field and the rural life. The noticeable inequity of wealth distribution creates forts social inequalities, causing that the city becomes unsafe more and more. The different class and social sectors adopts "strategies of security" and technologies in agreed with their possibilities. The inhabitants construct bunkers by themselves "surrounding its districts" and "putting iron bars on the entrances" to the streets, looking for shelter and to protect themselves of violence; "doors of the microcity" are created, thinking about "safe spaces", spaces watched like an obsession over personal security and the search over social isolation. From the most exclusive districts until the common districts they express this search of security, creating a human ecology of fear, a fear to live in the city.  

 

Key words: Insecurity, Ecology of fear, Doors of the microcity.


 

De la ecología humana a la ecología del miedo y su territorio

Si bien la ecología, como parte de la biología observa las interrelaciones de los organismos entre sí y con su medio (Castro, 2004), entonces la ecología humana se podría identificar como las relaciones funcionales de las comunidades humanas en un proceso de adaptación biológico al medio ambiente . Y por lo tanto, en ese proceso de interrelaciones, además de la biológica, se dan las relaciones como seres sociales; de entre las cuales se llega a manifestar, un miedo a la ciudad, a lo urbano; a la concentración poblacional, a las fricciones sociales que le hacen ver en peligro de vida por la delincuencia que le puede afectar; este estado de inseguridad que forma parte del medio en que se desenvuelve da forma a una ecología del miedo.

 

Desde esta perspectiva, si la ecología humana es organizada por fuerzas biológicas de invasión, competencia, descendencia y simbiosis; observando determinantes ecológicos como los ingresos, valor del suelo, clase y raza, añadiendo un factor nuevo y decisivo: el miedo (Davis, 2001); entonces la relación que se establece entre las clases sociales, es en una lucha por la supervivencia de los más fuertes, separándose de una forma física entre ellas mismas, como lo muestra los diferentes tipos de alojamiento.   

 

En particular, algunos habitantes de la Ciudad de México tienden a recluirse en sus casas, buscando una “protección” que les ofrezca una “tranquilidad”, para ello han venido construyendo bardas y rejas que “aíslan” su morada con respecto a las calles y demás espacios públicos donde se lleva a cabo hechos peligrosos relacionados con el narcotráfico, linchamientos de personas, fuga de presidiarios, muertes en las cárceles, peleas políticas electorales, secuestros “expres”, crisis de empleo. La vida cotidiana la llevan a cabo con una atención a la delincuencia, dependiendo de la clase social a la que se pertenece. Se podría traducir a un “miedo” de vivir en la urbe. Los altos niveles de agresión social y ambiental que se presentan en los espacios públicos protagonizan espacios de delincuencia, asesinato, robo, secuestro, soborno; creándose territorios bien definidos de una ecología del miedo.

 

La Ciudad de México es un territorio particular o una combinación de territorios, y quizá más que eso: controla otros territorios. Ella reposa sobre un medio ambiente citadino sometiendo a violentas transformaciones a su medio ambiente socio-urbano; incluso domina los territorios lejanos del campo y lo rural; lugar de donde provienen los alimentos, materia prima y población, que son los actores de transformación de los espacios naturales, en otro tipo de espacios artificiales como edificios, plazas, calles, casas, carreteras, servicios, vestido, muebles, etcétera.

 

La urbe se organiza en un territorio compuesto por un sistema de relaciones sociales, culturales, políticas y administrativas, configurando un paisaje ambiental entre la naturaleza transformada y las actividades del ser humano. En ella se da una lucha a diferentes dimensiones y niveles, para tener una calidad de vida suficiente para la vida urbana; la búsqueda continua de empleo, servicios, vivienda, transporte, diversión, salud, son parte de una multiplicidad de territorios que dan forma a la ciudad. Como espacio de intensos intercambios expresa fuertes contradicciones, como la inseguridad, traducida a la violencia que aumentan cada vez más. Los habitantes de las diferentes clases sociales expresan su miedo a vivir en la ciudad. Los altos índices de desempleo y de personas sin techo en la Ciudad de México con respecto a las ciudades medias y metrópolis que la entornan, sigue siendo una mejor opción de oportunidad con respecto a la miseria en el campo y la vida rural.

 

El mismo territorio refleja una marcada inequidad de la distribución de la riqueza, creando fuertes desigualdades sociales, y haciendo que la ciudad se vuelva cada vez más insegura. De ello resulta, que las diferentes clases y sectores sociales adopten “estrategias de seguridad” y tecnologías en acorde con sus posibilidades. Los habitantes construyen sus “fortalezas”, “cercando sus barrios” y “enrejando las entradas” a las calles, buscando recogerse y protegerse de la violencia. Se crean unas puertas que hacen de la urbe, una ciudad micro fragmentada: una “microciudad”. Se piensa en “espacios seguros”, “espacios vigilados” como una obsesión por la seguridad personal y la búsqueda por el aislamiento social.

 

 Desde los barrios más exclusivos hasta los barrios comunes y corrientes expresan esta búsqueda de la seguridad, creando una ecología humana del miedo, un miedo de vivir en la ciudad. Es así que la ciudad se fragmenta, y desconfía de los veinte millones de vecinos que comparten el espacio de la Ciudad de México. 

 

 

Las murallas y rejas del miedo

 

En todo el territorio de la Ciudad de México se multiplican los casos de las microciudades, citemos en caso de la colonia Torres Lindavista, situada al norte del Distrito Federal, y enclavada entre el campus del Instituto Politécnico Nacional de Zacatenco, la Zona Industrial de Vallejo y un Centro Comercial. Esta colonia como otras tantas de la misma zona comenzaron a crear barrios exclusivos, en los años 1970, al cerrar su perímetro con bardas y permitir la entrada y salida de sus habitantes a través de un control de caseta con un vigilante de servicio de día y de noche. La razón de este amurallado se debía a que sus habitantes de una clase media alta, al ausentarse de su domicilio, eran asaltadas su casas por ladrones que estudiaban sus movimientos cotidianos. De regreso a su casa encontraban sus hogares desprovistos de bienes materiales que le caracterizaban como clase media. Sin embargo, estos eran casos un tanto aislados y raros por decirlos de alguna manera.

 

Más tarde en los años 1980 y 90, las colonias aledañas comenzaron a reproducir el esquema de “enrejamiento” de la entrada a sus calles, apropiándose de los espacios públicos de una manera ilegal. El Estado al mostrarse incapaz de resolver la delincuencia relacionada con robos y agresiones, optaron por dejar que esto se multiplicara, de tal forma que si en los años 1970 se tenían tan solo una colonia “privada” en las siguientes dos décadas se multiplicaron exponencialmente; haciendo de las calles un espacio privado por el cual sólo los habitante podrían hacer uso. Las calles se volvieron como un lugar prohibido para los que circulaban y vivían afuera: un espacio privado al cual no se tendría acceso. Y para los de adentro un espacio de seguridad para sus familias y bienes materiales.  En todo caso, para los habitantes de paso solo pensaban que se trataba de una excentricidad o exageración que correspondía a la pedantería de la clase social media. La renta de suelo era una de alas más elevadas de la zona, y por lo tanto bien cotizada.

 

Con la crisis económica de los años 1980 y 1990 las clase social media perdió muchas de sus oportunidades sociales, que le permitían tener acceso a servicios y formas de vida cómodas, por lo que algunas se trasladaron a las periferias inmediatas de la creciente Ciudad de México, buscando espacios seguros, que sin embargo se tornaban tan frágiles como el sus lugares céntricos. Al mismo tiempo, las clases sociales más desprotegidas se hacían más pobres, sin embargo compartían espacios con las clases sociales medias del lugar, ya que en esos años se multiplicaron las zonas de servicios comerciales y diversión, además de la proximidad de la siempre activa zona industrial.

 

Es en los años 1990 y 2000 se vive la cara más fuerte de la pobreza y el desempleo: el robo armado y el secuestro. La delincuencia organizada acosaba a las clases sociales más altas y a la misma clase media, y de igual manera no se escapaba al habitante de escasos recursos que viaja en autobuses y taxis. Las espacios públicos se volvieron inseguros, la misma gente es asaltada a la salida de su casa, que a la salida del trabajo y en el trayecto del su hogar al trabajo. La inseguridad es una de las características más preocupantes del habitante de la Ciudad de México, que ha buscado “resguardarse” aunque sea en las calles más inmediatas a su hogar.

 

Es así que, se ven multiplicarse las calles enrejadas, a todos los niveles de clases sociales; los mismos barrios populares en un intento de encontrar su seguridad han intentado cerrar sus calles con una caseta de vigilancia; la cual no tiene éxito, pues el costo económico para pagar a un vigilante no es accesible a su economía, menos aun equipo de cámaras o electrónico que le pudiese avisar o proteger de la delincuencias que le merodea.

 

El aumento de delincuentes sobrepaso la capacidad de los reclusorios, los crujías para cuatro personas se volvieron lugar para veintiocho personas; la mayoría de ellos por personas recluidas por asalto armado y asesinato. Lo cual coincide con las altas estadísticas de robos de automóviles, robos en cajeros automáticos, secuestros y sobornos. Por un lado las huelgas de hambre, las fugas y rebeliones en los reclusorios se volvieron comunes, mientras que por otro lado, los asesinatos por defenderse de un asalto en la vía pública se incrementaron. No hay persona que pueda decir, que uno de sus familiares o conocido haya sufrido un asalto que lo ha dejado impactado económica y psicológicamente, ya sea por despojo de bienes materiales o por la propia vida.       

 

En este contexto , es que se hace de la gran urbe una fragmentación de espacios, de microciudades, por murallas imaginarias ¿Qué tanto puede impedir una reja a media calle, que las personas sean asaltados, cuando el peligro existe en los espacios que están más allá de su hogar? Otra cuestión que se vive es el saber que el gobierno capitalino es incapaz de ofrecer un grado de seguridad en la ciudad, sobre todo por la presencia del narcomenudeo en las escuelas, mercados y centros comerciales, y en las propias calles de los barrios. Es en las unidades habitacionales que se vive la guerra entre la policía y el narcotraficante, lugares que antes se consideraban seguros hoy en día se han vuelto de peligro.

 

La Ciudad de México, sufre una implosión social que crea un medio ecológico del miedo, en términos de que la sociedad interactúa como organismos biológicos y sociales y crean y reproducen su medio ambiente, a través de espacios de miedo, que recuerdan a los barrios latinos, negros en Nueva York, así como los barrios árabes y negros en París. En una forma marginal del espacio urbano que añade a su medio ambiente la ecología humana del miedo. Habría que imaginar la forma en que la ciudad alivie, conserve y preserve su propio ecosistema social  porque de ello depende la vida de los próximos veinticinco millones de habitantes de la urbe de los años 2015. Un futro inmediato que reclama la sustentabilidad ecológica humana, para que las generaciones actuales tengan que decir a las generaciones venideras, que se ha luchado por una ciudad más justa y equitativa, y accesible a todas las clases sociales.  Decir a nuestros hijos de nuestros hijos que vivimos una ecología del miedo para dar paso a una ecología de la seguridad (Lina, 2005)       

 

 

El paradigma del ambiente: la contaminación del miedo

 

La Ciudad de México es el resultado de una compleja forma de vida que ha evolucionado de la condición rural a la urbana, resultado de la historia de una sociedad que ha buscado el desarrollo a través de la industrialización, a partir de los años 1970, en el medio natural del Valle de México. De hecho, el proceso de industrialización y su interacción con el medio natural ha transformado sensiblemente los elementos ecológicos, en el conjunto físico de la ciudad.

 

A través de sus actividades productivas, resultado de los factores económicos del capitalismo en su fase globalizadota, hoy por hoy, la metrópoli de la Ciudad de México hace sentir sobre sus habitantes el deterioro y disfuncionamiento de su medio ambiente, social y ecológicamente; manifestándose, particularmente en la contaminación del aire, el agua, los suelos; y a estos se agrega la contaminación del miedo. Este último es el sensible cotidiano colectivo que se manifiesta, por los accidentes, la violencia y la inseguridad: aspectos antípodas del desarrollo humano y medio ambiente. 

 

La inseguridad en tanto que expresión del miedo, no es atendida por la política en general y en particular por la política ambiental; se atraviesa por una crisis urbano ecológica: los gobernantes de la gran ciudad han perdido toda credibilidad, pues se sigue abandonando el desarrollo social, por los intereses del poder. La gran población de más de veinte millones de habitantes saben que no habrá futuro, si no se resuelve, de la mejor manera, la crisis política que está dando al traste con la gobernabilidad metropolitana. La exhibición del tráfico de influencias, muestra veladamente el origen y destino de los recursos económicos que genera la Ciudad de México; y de su orientación, a la especulación y beneficio del desarrollo urbano para los políticos y empresarios. Los partidos en turno, han mostrado sus deficiencias por llevar una gobernabilidad, a la altura de la equidad social que se requiere; ante una población que ve acrecentar los precios de los productos primarios y más elementales para la vida urbana; ante un creciente desempleo, que obliga a multiplicarse el mercado informal, la inseguridad y la violencia, tanto en los centros urbanos como en sus periferias; y ante la creciente deuda externa, que cada día pertenece a los capitales extranjeros.         

 

Está demostrado que la Ciudad de México es un territorio que se ha transformado aceleradamente, por el acaparamiento de las mejores tierras y terrenos, por especuladores, funcionarios y empresarios. Desde hace seis siglos, la capital experimenta violentos cambios en su morfología social, política y urbana,  manifestándose en cambios drásticos en su demografía; y paralelamente, en el raquítico desarrollo social, cultural y ambiental; y de esto, no se escapa la educación, la tecnología y la ciencia. En este sentido, se observa una diferenciación extrema en la gobernabilidad del territorio; como el nuevo Santa Fe, destinado a la “modernización” procurada por la “mundialización” de los negocios; y en contraste, a la marginación social y económica de iztapalapa y chimalhuacan, destinada a concentrar altas densidades de población popular. Los dos extremos de las clases sociales, donde sus actores sociales se expresan de diferente forma, ante las practicas de la gobernabilidad.

 

Así, la cuestión que se plantea es saber ¿Cuáles serían las características de la gobernabilidad de la Ciudad de México, en los próximos tiempos, cuando se logre superar la crisis existencial de la política, si es que se logra superar? Desde esta perspectiva, algunos efectos podrían hacerse sentir, como alternativa, en las jurisdicciones locales de la Zona metropolitana del Valle de México. Se trataría de  una pronunciación por la transparencia de enlaces políticos económicos locales. Esto es, que los territorios se jerarquicen, ejerciendo practicas políticas de integración metropolitana, bajo los mismos cánones, orientando el proceso democrático de  la gobernabilidad.

 

Es pertinente, comenzar a construir un presente y futuro, vistos desde diferentes perspectivas y matices; atendiendo las fragmentaciones sociales, funcionales, espaciales y ambientales, que repercuten en la vida cotidiana. Es necesario, por lo tanto, crear una visión estratégica, de la Ciudad de México; en el sentido de un desarrollo urbano, ante todo, sustentable; es decir, hacer de la ciudad un espacio habitable, competitivo, financiable, bien administrado y bien gobernado; esto, para garantizar una mejor calidad de vida segura y bella; sin riesgos ambientales. De ahí, la importancia de la presencia de los líderes urbanos, surgidos de un consenso político, para mejorar el desarrollo en los sectores del comercio, la industria, el turismo y el transporte.  

 

Los fuertes cambios económicos en el mundo y en México han creado una crisis social que se manifiesta por el aumento alarmante de la inseguridad. Ahora, no sólo la prioridad inquietante de los mexicanos es el desempleo y la pobreza, sino la misma inseguridad que se vive en los lugares públicos y privados; esto trae consecuencias graves, ya que se cancelan proyectos de desarrollo social, económico y ambiental. En este sentido es importante reivindicar el rol de las políticas urbanas sobre el derecho a vivir en una ciudad sustentablemente segura. 

 

Para los veinte millones de habitantes de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México - compartida territorialmente por el Distrito Federal, capital del país, y los Municipios Conurbados del Estado de México - es imperativo que se mantenga la seguridad de los habitantes, como parte de los derechos humanos contra la inseguridad y la pobreza. Estamos en una época en que los problemas y contradicciones se resuelven en las ciudades, por ser el lugar de la presencia histórica de la centralidad y concentración de las fuerzas productivas de la sociedad; donde se tiene lugar las tomas de decisiones económicas y políticas.

 

La concentración de actividades sociales, comerciales, educativas e industriales son generadoras de riqueza, pero también de pobreza, donde los espacios públicos ya no se distingue por su localización geográfica y social, sino por el nivel del riesgo a los asaltos y secuestros. Efectivamente, los espacios públicos en las colonias populares, clase medieras y ricas son lugares de alto riesgo, ya que se pone en peligro la salud de sus habitantes, por la delincuencia misma, que lejos de disminuir aumenta cada día. En este sentido, los habitantes de las ciudad son los más indicados para saber sobre las prioridades más urgentes, en relación al grado de satisfacción que le produce vivir en su barrio, colonia, ciudad.

 

Como punto de referencia, citemos el caso de algunas ciudades europeas como Paris, Barcelona, Londres y Berlín, en materia del interés por la atención de la inseguridad - en una encuesta realizada por la UNESCO, para el Banco Santander (García,  Rueda, 1999) - se observó que la gentes se pronunciaron en primer lugar por los problemas del medio ambiente; en segundo lugar, por la circulación y el transporte; en cuarta preocupación, por la inseguridad; en quinto y sexto, por la vivienda; y en un séptimo lugar, el empleo. Mientras que en la Ciudad de México las dos prioridades causantes es el desempleo y la inseguridad.     

 

En el 2004, en una gran marcha de miles de capitalinos, en el centro de la ciudad, se manifestó contra la violencia, la inseguridad y la corrupción; gritando su entera preocupación por una ciudad que se está volviendo insegura a niveles alarmantes. Ante la impasibilidad de los gobernantes del país y la capital, la sociedad civil ha comenzado a tomar conciencia de su rol, en estos momentos críticos de la economía y social que se vive México. Bajo esta perspectiva, nace la necesidad de fundamentar el “derecho de justicia social contra la inseguridad”, es decir un derecho a un desarrollo urbano sano y equitativo. Es el momento de comenzar una “cultura jurídica social”, que permita los cambios sociales, políticos y económicos, que sean imperativos para hacer frente al reto de la renovación entre el hombre y la sociedad. Por lo tanto, el “acceso a la justicia contra la inseguridad” se debe también, así mismo, a un derecho al medio sano y seguro de la ciudad.

 

 

Repensar la ciudad: por una ética de la sustentabilidad ecológica humana

 

La degradación ambiental en el la Ciudad de México es observable en los efectos causados por la inseguridad, desde hace años se sabe, de forma general, las medidas que se han tomando para hacer de la casa, del hogar, un lugar de seguridad, de refugio; enclaustrándose en un territorio delimitado por bardas, y rejas, que intentan crear una atmósfera de seguridad para quienes viven ahí. Esto cuestiona conscientemente sobre la “sustentabilidad humana”; el sentido de saber los efectos reales de la degradación del medio ambiente (Lina, 2005).

 

Es perceptible, por lo tanto, la necesidad de sentar nuevas bases morales, espirituales del desarrollo humano en la ciudad, apelando a una ética moral, apoyada en una sustentabilidad humana; que asuma el reto de cambiar profundamente los valores sociales de producción. En este sentido, la compleja relación entre medio ambiente y desarrollo se explica a partir de la noción de “sustentabilidad”, como una percepción integradora; como un concepto referido a la capacidad de un sistema para mantener su productividad; como un criterio ecológico con respecto a los sistemas naturales; como un concepto que incorpora la dimensión ambiental que incluye los criterios económicos, sociales y culturales; en suma, como un principio específico que permite conseguir el fin último de lo que se quiere.

 

Entenderlo de esta manera, nos lleva a concebir a la “sustentabilidad humana”, en el sentido de una relación determinada por un sistema de referencia, caracterizado por el objeto y sujeto de estudio, y de los objetivos que se persigue; así podemos decir que para la Ciudad de México del siglo XXI, se aspira a la “sustentabilidad de la ciudad”, a la “sustentabilidad del desarrollo urbano”, a la “sustentabilidad del desarrollo regional”, y por esencia a la “sustentabilidad del ser humano”. Por lo mismo, la sustentabilidad como principio no es sinónimo de “desarrollo sustentable”; más bien este ultimo, es un pronunciamiento sobre un proceso abierto que se va enriqueciendo a sí mismo progresivamente, abarcando las exigencias de la ética de equidad social para la conservación de la diversidad cultural y biológica. Sea pues ésta, una visión de una particular para hacer de la Ciudad de México una ciudad de equidad social y ambiental, que contemple sus dimensiones múltiples con valores solidarios con la forma de vida urbana que hará frente a un futuro en coevolución con la naturaleza.   

 

El futuro de la Ciudad de México se juega en varios frentes: uno de ellos es el combate contra el deterioro de su medio ambiente y su compatibilidad con el proceso de metropolización. La ciudad seguirá creciendo: la inmigración a la urbe acrecentará las periferias; las actividades comerciales, de negocios y servicios en el Centro metropolitano continuaran expulsando a sus habitantes hacia las periferias; la construcción masiva de vivienda en suelos agrícolas y reservas territoriales, seguirá llevando a los ciudadanos hacia las periferias, proliferando las “ciudades dormitorios”; las vialidades y transportes hacen más largos los recorridos en tiempo y costos para los usuarios - en su mayoría los sectores sociales más desprotegidos económicamente. Por ello es necesario repensar la metrópoli, para hacerla más humana, más ecológica; repensarla hacia un plan de acción hacia la sustentabilidad urbana; repensarla más digna para el actual y futuro “urbanita”, en equilibrio con su medio ambiente.

 

Resulta imperativo, el diseño de la Ciudad de México sustentable como la columna vertebral del desarrollo económico metropolitano y regional. Sin duda el reto es difícil, por el hecho de que la Ciudad de México entraña cincuenta años de una planificación urbana acelerada y fragmentada en grandes zonas de actividades “funcionales”: al centro, las zonas de comercio y negocios; al norte, la industria; al sur, los servicios como las universidades y hospitales; al este y oeste, las zonas de vivienda; y en las periferias las zonas de vivienda popular. La misma extensa red vial y de transportes colectivos resultan insuficientes y deficientes, para movilizar cotidianamente más de 28 millones de desplazamientos diarios, que tienen como motivo ir del hogar a los lugares de trabajo, de estudio y de recreación y servicios. En suma, el diseño de este gigantesco “zoning” resulta inoperante ante la visión de la sustentabilidad,

 

La planificación de este “funcionalismo”, en medio siglo, ha creado un modelo de ciudad que cada día imposibilita la vida urbana. Pareciera que se ha abandonado voluntariamente al desarrollo urbano orgánico, ecológico. El hecho de que la ciudad se haya concebido y segmentada en grandes porciones territoriales “funcionales” como el industrial, el residencial, el comercial y el universitario, hace que los individuos tomen más de una mitad de su tiempo libre, para reencontrarse con otros habitantes compatibles a sus actividades. En los espacios sociales del gigantesco zoning sólo se permite que se encuentran de una manera monofuncional, es decir, sólo tienen contacto los empleados con los empleados, los obreros con los obreros, los estudiantes con los estudiantes.

 

La alternativa está en crear espacios o áreas plurifuncionales, que procuren un enriquecimiento multivariado e ilimitado de contactos personales y humanos;  alimentando la heterogeneidad y relaciones sociales y culturales de la población. Para ello, la Ciudad de México, debe luchar contra la inseguridad, insuficiencia e ineficiencia de los servicios urbanos, a través de una ciudad democrática. Será importante, por lo tanto, el rol de las políticas urbanas comprometidas con la construcción de un sistema económico sustentable. Así, resulta necesario repensar la ciudad como la “ciudad sustentable”.   

 

 

La ciudad como ecosistema urbano

 

El modo de vida en la ciudad se construye en interacción entre grupos sociales relativamente homogéneos e integrados, en una contradictoria relación con el medio ambiente. En este caso el miedo a la ciudad es un estado latente de las grandes aglomeraciones urbanas, que se manifiesta en esa fragmentación espacial de las microciudades. Desde esta visión, la ciudad sigue siendo un medio ecológico que lleva en sus entrañas  la razón d el diversidad  y de las densidades de población y de condiciones de vida específicas, por ello es posible concebir a la ciudad como un ecosistema urbano abierto.

 

Actualmente, las políticas urbanas atraviesan por una grave crisis, en un escenario de desprestigio de la política nacional y de los gobiernos del Distrito Federal  y el Estado de México. Mientras que la metrópoli se enfrenta a serios problemas de inseguridad y deterioro ambiental. En un desprestigio mutuo entre los partidos políticos, por su “pelea” por el poder, se observa el relego de políticas relacionadas con el interés de millones de habitantes, en materia de un desarrollo urbano sustentable y su relación con la preservación de los recurso naturales como el aire, el agua y el suelo.

 

Si ubicamos a la política ambiental como expresión de un ecosistema urbano, caracterizado por comunidades vivientes que conviven con factores no vivos asociados, y que están, físicamente forzadas en el espacio; entonces entenderíamos que los seres humanos son los que no sólo predominan en este espacio, sino que orientan y ocupan un medio físico natural y urbano, el cual va transformando a través de sus actividades. Esto es, en intercambios de energía, materia e información. En este sentido, la cuestión que se plantea es que los ecosistemas urbanos (Ramoneda, 1998) son el gran volumen de energía exomática (que circula por fuera de los organismos vivos) y que permite hacer funcionar el sistema, y que permite a su vez explotar otros ecosistemas ubicados a distancias cercanas y medianamente alejadas; como los caracterizados por los centros urbanos, centros urbano-rural, periferias, ciudades pequeñas, ciudades medias y metrópolis, zonas verdes y de protección ecológica, zonas cultivables, zonas agrícolas y ganaderas.     

 

Las políticas urbanas distraen su atención de esta relación sociedad-naturaleza, postergando su intervención en la solución directa a los problemas de contaminación; minimizan y adaptan la idea del desarrollo sustentable sin responder a altura del compromiso que permitiría la preservación del medio ambiente de las generaciones actuales, y no toman mucho menos en cuenta a las generaciones futuras. Desde esta perspectiva, el desarrollo sustentable debería ser la elección de las políticas urbanas, de todos los partidos políticos, basado en un desarrollo económico suficiente.

 

En términos más específicos la ciudad se concibe como un sistema ecológico-económico global; como un sistema cerrado en el intercambio de materia, y abierto en el de energía,. Esto es, que los seres humanos que habitan la ciudad utilizan recursos que no son hasta cierto punto renovables - porque son limitados - para producir servicios como por ejemplo el agua.

 

Ahora bien, para que el ecosistema urbano se sostenga indefinidamente por si mismo, es necesario que los recursos renovables no se utilicen más rápidamente que su capacidad para regenerarse; y que los recursos no renovables no deben usarse más allá de su capacidad de restitución; y sobre todo que la contaminación no alcance niveles superiores a la capacidad del ecosistema para absorberlos. Aquí la pregunta es saber si la inseguridad, traducida a la ecología del miedo es posible ser transformada bajo la mirada del ecosistema urbano, que la podría considerar parte de él pero en medida racional, que permita una vida digna en la Ciudad.

 

La respuesta está en que las políticas urbanas se comprometan con el “desarrollo urbano sustentable” evitando que no se sobrepase la capacidad de carga del ecosistema urbano; y esto se refiere a que debe considerarse los límites de la expansión física de la urbanización y su implicación con la población máxima que podría soportar indefinidamente un hábitat, y con una fuerte relación con la producción de los bienes y servicios necesarios. Esto, sin perjudicar la productividad del ecosistema en que se asienta la población metropolitana. Así ¿Podríamos aspirar verdaderamente a un desarrollo sustentable? Quizá sea esto posible, cuando las políticas sean creíbles por ser consecuentes con los intereses de la gran población. 

 

 

La calle sin rejas: el espacio público de todos

 

La calle, libre por donde se puede circular a toda hora es el ideal de los elementos urbanos que permite al común de la gente tener una forma de usar sus espacios públicos, en una recreación que va desde lo individual hasta lo familiar. Sin duda alguna, estos espacios urbanos son parte sustancial del desarrollo humano de los habitantes de la ciudad, y en la cual se encuentra localizadas las zonas de reencuentro de las personas y de la alta calidad ambiental. Si bien estos espacios se han vuelto una especie de microciudades, es necesario otorgarle una cultura de conservación ambiental. Evocar y concretar el espacio de la calle, como una forma de integración social, que alberga a un número considerable de transeúntes, como niños, jóvenes, ancianos y amas de casa; es dar vida a la ciudad. Y es al ciudadano en buscar las formas de seguridad, protegiéndose contra la delincuencia, el trafico de drogas: la solución no son los linchamientos de personas, pues se llega a formar parte de la ingobernabilidad. En este sentido, el gobierno de la ciudad debe contribuir por crear espacios seguros por policías integralmente incorporados al ambiente social; bajo un perfil de colaboración y no de extorsión y corrupción contra los propios habitantes.

 

A las calles con rejas y amuralladas deben sustituirle los lugares de áreas morales (Fijalkow, 2002) donde se observe un espacio publico de reencuentro de diferentes maneras de vivir lo urbano. Se trata así, de otorgar a los grupos sociales, sitios de tránsito y comunicación humana con libertad; deseando el contacto con la naturaleza humana para liberar las presiones y tensiones de la vida diaria. Que se logre un lugar de reencuentro al aire libre, celebrando festividades y reuniones; con razones culturales. Es por ello, que se deben buscar alternativas para conservar y renovar las calles, que cada día necesitan dar una respuesta a las demandas de la sociedad urbana.

 

En este sentido, el aspecto cultural es esencial, si en lugar de considerarnos unos “enemigos” de la calle, nos concebirnos como “amigos protectores”, entonces cambiaría nuestra visión para con los espacios vitales que nos ofrecen los espacios públicos. En otras palabras, nos vendría bien fomentar una “cultura de conservación humana ecológica” de calles, avenidas, camellones, jardines, plazas y callejones”; en el entendido de que todos necesitamos de todos, para proteger nuestros lugares de residencia, de hogar, de morada en la ciudad; de esos lugares más populares para recreación de millones de habitantes de la ciudad. Es bueno entender que en la misma calles, se encuentran ecosistemas, fauna y flora, que son vitales para nuestro medio ambiente del cual dependemos. Es bueno comprender que es fundamental la salvaguarda de nuestro medio ambiente, como parte sustantiva del desarrollo urbano de nuestra Ciudad de México. Y sin duda alguna, sería bueno que los administraciones delegacionales, municipales, estatales y nacionales coincidieran en que es pertinente crear una “política urbana de apoyo al ecosistema de la calle”, como una de las acciones concretas para el desarrollo humano en la ciudad.

 

Al respecto, nuestros gobernantes siguen sosteniendo, después de medio siglo, la premisa de que el aumento del producto interno bruto (PIB) reduce la pobreza e incrementa el bienestar general de la población, sin embargo la realidad ha mostrado que las acciones para alcanzar el desarrollo a través de una mayor producción, no corresponde al crecimiento de la pobreza. Esto es porque, por un lado se tenía un acelerado incremento de la producción de bienes y servicios, mientras que por otro lado, la distribución de los beneficios generados por el crecimiento lejos de reducir la pobreza, la aumentaba. Se trata del paradigma del desarrollo humano expresado en el territorio de la ciudad y el campo.    

 

Este modelo se enfrenta a una contradicción ya que el desarrollo humano, entendido en su sentido más amplio, de lo social, económico, político y cultural persigue la ampliación de las “capacidades” de las personas; es decir, que la gente disponga de una mayor gama de posibilidades económicas y sociales, que se tradujeran a una vida digna y más larga. Y si bien es cierto que el aumento en la producción de artículos de consumo puede contribuir a aumentar las capacidades humanas, también es cierto que no todas las clases sociales tienen acceso a estos artículos de consumo. En este sentido, el concepto de “desarrollo humano” derriba al PIB como el principal indicador del desarrollo,  cuestionando el supuesto de que la acumulación del capital físico es una forma de medir el desarrollo. Desde esta perspectiva, entendemos al desarrollo humano como un principio que prioriza la acumulación del capital humano.

 

De aquí se desprende que el capital humano como gasto en educación, en investigación y desarrollo, servicios de salud, programas de alimentación, programas de planificación familiar, podría producir rendimientos económicos igual o más altos que los que se obtiene con la inversión del capital físico como instalaciones industriales y bienes de equipo. Si es así, entonces porqué no pensar que para alcanzar un desarrollo urbano sustentable de las ciudades es necesario visualizar prioritariamente el desarrollo humano, en base a la inversión del capital humano; colocando a las personas como el centro del objeto de las políticas de desarrollo sustentable. ¿Es posible, por lo tanto, apostar al capital humano para reducir la pobreza, la inseguridad, el deterioro ambiental y alcanzar el desarrollo, en lugar de apostar al capital físico generador del aumento de la producción de bienes de consumo? Tal ves, la interpretación de la idea de la ecología del miedo podría se una forma de comprender que debiésemos caminar hacia una ecología humana sustentable, para un presente siglo, donde la preocupación fundamental es la pobreza, el desempleo y la inseguridad. 

 

 

Notas

 

[1] El presente trabajo es parte de los resultados de los proyectos de investigación que integran el programa de Investigación “Transformaciones territoriales, desarrollo y medio ambiente en la Zona Metropolitana del Valle de México“ apoyado por la Coordinación General de Estudios e Investigación del Instituto Politécnico Nacional.  

 

 

Bibliografía

 

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LINA MANJARREZ, P. Sustentabilidad de la planificación territorial de desarrollo y medio ambiente de la Zona Metropolitana del Valle de México en la Región Centro del País” proyecto de investigación en  Transformaciones territoriales, desarrollo y medio ambiente en la zona metropolitana del valle de México Programa de investigación CGPI, IPN. 2005.

 

 

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© Copyright Scripta Nova, 2005

 

Ficha bibliográfica:

LINA, P. Sobre Las puertas de la “microciudad” de México y la ecología del miedo. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2005, vol. IX, núm. 194 (55). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-55.htm> [ISSN: 1138-9788]

 

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