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Geo Crítica
Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 195, 15 de agosto de 2005

LA CUARENTENA EN QUEBEC Y EL PLAN PREVENTIVO DE WILLIAM MARSDEN (1832-1866)
Quim Bonastra
Universitat de Barcelona
quimbonastra@hotmail.com

Resumen

En el Québec previo a la Confederación Canadiense, la organización de la cuarentena contra las epidemias podía definirse por su carácter improvisado y provisional, atribuible a menudo a una falta de confianza en la etiología contagiosa de las enfermedades epidémicas. En este contexto aparecieron soluciones alternativas a la cuarentena tal y cómo estaba organizada en la Grosse-Île, la más elaborada fue la del doctor William Marsden. Veremos pues las concepciones acerca de la etiología del cólera en Québec, incluidas las del doctor William Mardsen; por otra parte se analizará, de manera general, los fundamentos del sistema de cuarentena, la cuarentena tal y cómo se operaba en la Grosse-Île antes de la Confederación Canadiense así como la solución alternativa propuesta por dicho médico.

Palabras clave: lazareto, cuarentena, cólera, Québec, Grosse-Île.

Abstract

In the Quebec previous to the Canadian Confederation, the organization of the quarantine against the epidemics could be defined by their unexpected and provisional character, attributable often to a lack of confidence in the contagious etiology of epidemic diseases. In this context alternative quarantine solutions appeared to this organized in the Grosse-Île, the most elaborated was the one of Doctor William Marsden. We will see the conceptions about the etiology of the cholera in Québec, including those of doctor William Mardsen; on the other hand it will be analyzed, in a general way, the foundations of the quarantine system, the quarantine as it was operated in the Grosse-Île before the Canadian Confederation as well as the alternative solution proposed by this doctor.

Keywords: quarantine station, quarantine, cholera, Québec, Grosse-Île.

Résumé

Dans le Québec d'avant la Confédération, l'organisation de la quarantaine contre les épidémies pouvait se définir par son caractère improvisé et provisoire, le plus souvent attribuable à un manque de confiance dans l'étiologie contagieuse des maladies épidémiques. C'est dans ce contexte que sont apparues des solutions alternatives à la quarantaine organisée à Grosse-Île, comme celle du docteur William Mardsen. Cet article traite des conceptions entourant l'étiologie du choléra au Québec, y compris celle du Dr Marsden. On y analyse par ailleurs de façon générale les fondements du système de quarantaine, la quarantaine telle qu'organisée à Grosse-Île avant la Confédération, de même que la solution alternative mise de l'avant par le Dr. Marsden.

Mots clés: lazaret, quarantaine, choléra, Québec, Grosse-Île.

La historiografía sobre la cuarentena en el Québec decimonónico se ha centrado básicamente en la Grosse-Île como puerta de entrada de inmigrantes en Canadá. Poca atención se ha prestado a los aspectos morfológicos de esta estación de cuarentena, o lazareto. Este olvido se debe quizás a la falta de planificación en la construcción del lazareto de Grosse-Île antes de la Confederación Canadiense, que explicaremos más adelante.

En este artículo presento un plan alternativo a dicho lazareto propuesto por el Dr. William Marsden en 1866 y que éste publicó en dos artículos aparecidos en revistas médicas canadienses. El “descubrimiento” de estos artículos es el fruto de un vaciado exhaustivo de todas las revistas médicas canadienses hasta finales del siglo XIX realizada por mí mismo.

De este modo mostraré cómo la ejecución de la cuarentena en el Québec no se apoyaba solamente en argumentos de índole sanitaria y cómo, a pesar de esto, existía un debate acerca de cómo debía realizarse su práctica.

Sobre las cuarentenas y los lazaretos

El sistema cuarentenario, cuya piedra maestra es el lazareto, fue fundado con ocasión de la peste que asoló el occidente del mundo conocido en el siglo XIV y sus operaciones fueron perfilándose y afinándose hasta finales del siglo XIX, en que dicha institución pasó a un segundo plano como sistema preventivo contra las enfermedades infecciosas. La puesta en marcha de instrumentos preventivos daba respuesta en esa época a la aparición de enfermedades generales para las que la terapéutica se demostraba insuficiente en muchas ocasiones, aunque la aplicación de éstos ha continuado hasta nuestros días en las políticas de salud pública. De este modo, se creó toda una serie de dispositivos basados en las diferentes explicaciones etiológicas[1] de todo este amplio periodo. Entre ellos se encuentra la cuarentena, que fue durante todo el periodo prebacteriológico la única tecnología sanitaria capaz de garantizar de algún modo la seguridad de los territorios y las ciudades contra la importación de epidemias.

Así pues, dicho sistema en lugar de cerrar las puertas de la ciudad ante el peligro epidémico, les aplica un filtro —el lazareto— cuya función es impedir la entrada del morbo sin que esto suponga una total interrupción de las comunicaciones. Este dispositivo se fundó sobre una constelación de saberes médicos, adquiridos empíricamente, mezclados con creencias populares y estaba basado en una exclusión y secuestro durante un cierto tiempo de personas y bienes dependiendo de su lugar de procedencia, y estado sanitario. El paso de la defensa —basado en la exclusión total de las comunicaciones— a la prevención, que intenta construir un filtro, se funda en la categorización de sospechosos frente a la evidencia de la enfermedad.

Se construyeron pues tres categorías de elementos susceptibles cuyo control era de máxima importancia para el funcionamiento del sistema, de este modo pasaban a ser sospechosos los individuos, los bienes y también los otros países, regiones o ciudades. La eficacia y aplicación del plan cuarentenario estaban fundados en el control riguroso de las tres categorías, puesto que la enfermedad, procedente de un lugar infestado, podía llegar en cualquier momento transportada por los individuos y las mercancías proveniente de éste.

El factor temporal desempeñaba en este rompecabezas cuarentenario un papel del mayor interés, la constatación de un tiempo de incubación de la enfermedad en el portador del mal contagioso, durante el cual la apariencia era de salud, ayudó a la construcción de un sistema basado no solamente en la prevención de la evidencia de la enfermedad, sino que también se extendía a la posibilidad de ésta. Un individuo portador, en apariencia sano, desarrollaba el mal al cabo de unos días, sin la convicción de este hecho la cuarentena se veía privada de todo su sentido, la única providencia a seguir sería la localización del enfermo y su exclusión hasta el restablecimiento o la muerte. La existencia del periodo de incubación igualaba a todos los hombres y mercancías ante el establecimiento cuarentenario, todos eran posibles portadores y debían demostrar que no eran sospechosos, previo paso de un periodo de tiempo.

Individuos, bienes y lugares

Las situaciones de riesgo epidémico provocaban en el imaginario colectivo la representación de peligros y diferentes grupos de personas, bienes y lugares se convirtieron en sospechosos de portar el mal epidémico. Fabre nos dice que “La peur de l’autre se trouve exacerbée au moment des épisodes de contagion: aucune culture, aucune société n’y échappe”[2]. En las diferentes culturas y momentos este otro ha sido encarnado por grupos muy diversos que vamos a analizar con relación al sistema cuarentenario.

La relajación de las cuarentenas entrañaba la posibilidad de importación de epidemias. Es por eso que todos los individuos debían ser necesariamente sospechosos ante los ojos de las autoridades cuarentenarias. Todas las personas fueron, a partir de la instauración de las primeras cuarentenas, sistemáticamente aisladas durante un periodo determinado para asegurarse de que no eran portadoras de la enfermedad.

Cuando el individuo cuarentenable formaba parte de un grupo en cierto modo homogéneo, como podían ser los peregrinos o los emigrantes, la situación se tornaba más compleja y el individuo perdía su personalidad propia, siendo tratado como parte del grupo fueran cuales fueran sus circunstancias personales.

Un buen ejemplo de esto era la peregrinación anual a La Meca. Cada año miles de creyentes musulmanes partían de todo el Islam hacia Hejaz, la Tierra Santa. La experiencia de alguna epidemia en la Tierra Santa y el hecho que las zonas por las que discurría la peregrinación fueran primero consideradas los focos iniciales de la peste, y más tarde las rutas de invasión del cólera la convirtieron en un peligro en sí misma. Muestra de ello fue, por ejemplo, la interdicción de las zonas de procedencia hacia la peregrinación durante siglos.

Otro grupo considerado como un peligro eran los emigrantes. En países y colonias como los Estados Unidos de América, Canadá o Australia, el fin de las guerras napoleónicas significó el principio de sucesivas oleadas de inmigración desde la metrópolis, y más tarde desde toda Europa. En este proceso se juntaban la necesidad de poblar vastos países con colonos, y el miedo al peligro que estas ingentes cantidades de personas representaban por su pobreza, por la situación sanitaria europea, y por las condiciones sanitarias del viaje.

Las tesis de Fracastoro en el siglo XVI, no hicieron otra cosa que reforzar esta idea de los bienes como vehículos de la enfermedad. Su definición del contagio indirecto mediante fomites avalaba esta idea. La regulación del tráfico de mercancías era de vital importancia para la profilaxis de las epidemias. Desde bien temprano se pusieron en marcha mecanismos cuyo fin era purificarlas, ya fuera mediante la simple aireación y exposición al sol, o a través de operaciones más complicadas. Dos factores entraban en juego en este principio, la capacidad de recepción que tenían éstas del elemento contagioso, y el tiempo que podían conservar su influencia.

Poco a poco los métodos de “purificación” de las mercancías se tornaron más elaborados y se iba basando cada vez más en los avances que ofrecía la ciencia médica y sus subsidiarias[3].

El sistema cuarentenario ejercía su poder directo sobre personas y mercancías. Indirectamente, la extensión de éste era mucho más amplia, desplegándose hasta territorios por diversas razones considerados como insalubres. Los lugares en que reinaba una enfermedad eran considerados un peligro para los demás. El progresivo crecimiento de la navegación que estaba en base de la extensión de la peste negra no haría más que avalar esta idea. El puerto o zona infestada debía ser separado, los navíos que procedían de él, puestos en cuarentena con sus tripulantes y cargamento. Esta práctica estuvo presente desde el inicio de la peste en el siglo XIV hasta, al menos, el final del siglo XIX.

A principios siglo XVII en que la construcción de lazaretos en Europa, iniciada con el advenimiento de la peste tres siglos antes, tomó una fuerza renovada, se dio una concienciación entre los puertos europeos de que la peste era permanente en el Levante y la Berbería[4]. El conocimiento las zonas afectadas por las epidemias se fundaba sobre una red de información sanitaria que ayudó a construir la idea de que una enfermedad era permanente en un lugar. Esta percepción marcaría de manera importante la institucionalización del sistema cuarentenario. La existencia de lugares permanentemente afectados comportaba la necesidad de perennidad en el funcionamiento de éste y reforzaba la institución, obligada a mantener una mirada vigilante y continuada sobre un peligro que se revelaba permanente.

Esta evidencia no implicaba solamente una vigilancia de los lugares considerados focos de pestilencia sino también de aquellos con los que estos mantuviesen relaciones. El intercambio entre los puertos se debía hacer de manera segura y siguiendo las reglas de prevención so pena de entrar a formar parte de los puertos sospechosos.

El sistema cuarentenario

El sistema cuarentenario necesitaba un establecimiento especializado que cumpliese la premisas espacio-temporales que hemos descrito, el lazareto, o más bien una red de lazaretos para controlar las epidemias e impedir su propagación[5].

La maquinaria de la cuarentena necesitaba otro instrumento esencial que podemos denominar diplomacia sanitaria. Se trataba de una red de informadores que daban fe del estado sanitario del puerto de origen, así como del de la tripulación y mercancía en el momento de partida. Estos informadores eran a menudo los cónsules en la plaza del lugar de destino del barco, en el caso en que éste no existiera, se podía acudir a las autoridades locales o a alguien de confianza designado por el país de destino. Todas estas informaciones iban reflejadas en un documento denominado patente de sanidad, éstas podían ser generalmente de tres tipos, limpias, tocadas y sucias, dependiendo de si existían epidemias en el puerto de origen en el momento de partir, de si se habían producido muertes de enfermedades pestilenciales a bordo, de si el barco había tocado puertos infestados, o sospechosos, durante el trayecto, pero también del origen de las mercancías, de su naturaleza o de que éstas hubiesen sido expurgadas antes o durante el trayecto, etc.

El edificio o recinto del lazareto[6] debía observar unos requisitos determinados para poder cumplir su cometido con garantías[7], de este modo debía encontrarse en un lugar separado, para evitar el libre contacto con la ciudad o territorio al que este servía. Una isla, un recinto amurallado o ambas cosas a la vez eran las tres opciones más típicas, su finalidad era impedir los contactos del exterior con el interior y viceversa. Debía tener diferentes departamentos para alojar a los individuos y mercancías cuarentenadas según la patente con la que estos viajaban, así como un espacio suficiente para el anclaje y desinfección de los barcos, si procedía. Los diferentes departamentos, que a menudo llevaban el nombre de la patente que alojaban y que podían variar en número según el lazareto, debían estar concienzudamente separados los unos de los otros, para evitar el contacto de sus huéspedes y la propagación de la enfermedad. Asimismo, el interior de cada sección debía tener espacio suficiente para albergar a los tripulantes y las mercancías en lugares separados. Igualmente en el interior de cada departamento se debía segregar espacialmente a los internos, puesto que de nada servía la cuarentena si se mezclaban aquellos que estaban acabando el periodo de secuestro con los que acababan de llegar y eran, por tanto, sospechosos.

La etiología del cólera en el Quebec de mediados del siglo XIX

La aparición del cólera en el Bajo Canadá a partir de 1832 no dejó a los médicos indiferentes, su advenimiento abrió un debate acerca de sus causas y su posible contagiosidad. La tarea no era fácil puesto que la medicina del momento no estaba preparada para desentrañar su funcionamiento y su patrón de propagación planteaba más preguntas que repuestas ofrecía.

Las diferentes corrientes etiológicas de la época intentaron explicar el nuevo morbo, solamente conocido en occidente por los médicos militares ingleses destacados en la India. De este modo convivieron en el Quebec varias explicaciones etiológicas cuyos límites fueron a menudo difusos y cuya resolución marcaría necesariamente las acciones a emprender para evitar el desarrollo del cólera.

Las doctrinas conocidas como aeristas, infeccionistas o miasmáticas, consideraban las epidemias producidas por una alteración del aire causada por emanaciones provenientes de materias orgánicas en descomposición en lugares insalubres y, a una escala más amplia, a las anómalas perturbaciones del aire atmosférico. Por otra parte existían las doctrinas contagionistas que consideraban las enfermedades generales causadas por un principio morbífico que se reproducía en el organismo y podía transmitirse ya fuera directamente por contacto cutáneo, inoculación o excoriación, ya fuera indirectamente a través de objetos contaminados, agua aire, etc.[8] Entre éstas dos existía una posición intermedia conocida como contagionismo contingente, cuya exégesis de la enfermedad combinaba de diferentes maneras ambas explicaciones aceptando normalmente la idea de contagio ayudado por la atmósfera u otros vectores como causas segundas[9].

La adopción de una u otra explicación estaba estrechamente relacionada con las medidas preventivas que se ponían en marcha contra las epidemias. De este modo desde el aerismo, teniendo en cuenta que buscaba en el medio ambiente las causas de las enfermedades, se proponían acciones destinadas a erradicar de este medio los agentes causantes de la insalubridad[10]. Por su lado, el contagionismo, proponía providencias de aislamiento.

Las explicaciones aeristas estuvieron en boga entre un buen número de médicos quebequeses desde 1826[11] hasta más o menos 1870[12]. Sin embargo, como nota Goulet[13], las teorías, sin duda demasiado amplias, según las cuales los cambios en la atmósfera eran la causa de las enfermedades epidémicas fueron poco a poco restringiéndose. Hacia mediados de siglo varios autores se centraron más en las condiciones del aire de las ciudades que se veía corrompido por la acumulación de desechos humanos, animales y vegetales. Este cambio no era fortuito puesto que ya desde la segunda epidemia de cólera (1834) algunos habían constatado la mayor mortalidad en las ciudades que en el campo[14], y tenían en cuenta la relación entre suciedad y enfermedad.

La experiencia de las epidemias convenció a un buen número de médicos de la contagiosidad del cólera, sobre todo a partir de la segunda epidemia, pero la falta de pruebas y los problemas epistemológicos planteados por una etiología contagiosa del morbo no eran concluyentes, cosa que ayudó a que sus voces se vieran en cierto modo acalladas. Por un lado el patrón de despliegue de la enfermedad hacía sospechar que se trataba de una enfermedad “epidémica”[15], ya que ésta aparecía a la vez en diferentes puntos de la ciudad y no seguía una progresión en forma de mancha de aceite; en segundo lugar porque el contacto de los sanos con los enfermos no aseguraba la contracción del mal. Por otro lado hay que tener en cuenta que el Central Board of Health de Londres apoyaba las hipótesis miasmáticas, como había tenido ocasión de demostrar en las dos primeras Conferencias Sanitarias Internacionales[16]. Éste podía imponer directivas sanitarias a la colonia, cosa que hizo, según Goulet[17], que las hipótesis contagionistas quedasen de algún modo ocultadas, al menos en el terreno de lo práctico.

Entre estas dos posiciones, más o menos distanciadas, apareció con fuerza, sobre todo a partir de mediados de siglo, la hipótesis del contagionismo contingente, aunque esto no significa que esta explicación de la etiología de las enfermedades no existiese anteriormente. En esta visión se producía una mezcla de las concepciones reseñadas en la que el contagio se aceptaba bajo una serie de supuestos en los que era de gran importancia la concurrencia del medio ambiente físico y social. Así pues, bastantes médicos reconocían que el agente morbífico se reproducía en el individuo enfermo, pero que para comunicarlo, necesitaba de un vector ambiental, normalmente el aire atmosférico[18]. Por otra parte se barajaba también la hipótesis que el cólera, siendo esencialmente no contagioso, podía, bajo determinadas circunstancias relacionadas con el entorno y de predisposición personal, adquirir esta propiedad.

El pensamiento etiológico de William Marsden

Pocas cosas se conocen de la vida de William Marsden, sabemos que nació en Inglaterra en 1807 y emigró con sus padres a Canadá a la pronta edad de 5 años. Estudió medicina en Londres, como muchos de sus colegas canadienses, hicieron en esta época graduándose en 1830. En este momento debió entrar en contacto con todas las ideas que se estaban gestando en Europa sobre los lazaretos, especialmente la memoria sobre los lazaretos firmada por Hély d’Oissel[19] que tanto influiría en su plan de cuarentena para el cólera. Poco después volvió a la ciudad de Québec dónde desempeñó su carrera profesional hasta su muerte en 1885. Marsden fue una médico muy implicado en la vida asociativa de su profesión, desempeñando el cargo de presidente del College of Physicians and Surgeons of Lower Canada y de la Dominion Medical Association. También ocupó puestos de responsabilidad en instituciones médicas de su ciudad como la presidencia del comité del Marine Hospital. Escribió varios textos médicos relacionados con el cólera.

El Dr. Marsden fue uno de los médicos canadienses que tuvo claro desde el principio que el cólera era una enfermedad contagiosa y que, por esta razón, debían establecerse rígidas medidas para pararla. Sus ideas sobre la etiología de dicha enfermedad fueron cambiando con el tiempo e intentaremos exponerlas en este apartado.

A partir de 1849, Marsden empezó una campaña para convencer a sus colegas de que el cólera era contagioso y que se extendía por contacto directo o indirecto de persona a persona. Según Bilson, tomó el modelo de la viruela y la peste para explicar que su despliegue se operaba a través de un virus o miasma exhalado por la víctima[20].

En 1855 explicaba muy claramente la propagación del cólera a través de la emigración en una carta enviada a una revista médica montrealesa[21]. Afirmaba que la epidemia seguía la senda de la inmigración; que en los puertos sanos a los que llegaban barcos en los que hubiera estallado el cólera durante el viaje éste se manifestaba a partir de su arribada; que en los países en los que la epidemia aún no había existido, aparecía después del desembarco de pasajeros provenientes de un lugar en el que el morbo asiático reinara en el momento de la partida. Del mismo modo, las partes de un territorio serían sucesivamente visitadas por la pestilencia, a partir de la introducción de extranjeros apestados.

Siguiendo las conclusiones del informe presentado por Alexandre Moreau de Jonnès al Conseil Supérieur de Santé de Francia[22], opinaba que el cólera pestilencial provenía de un germen o principio sui generis, y que se propagaba, como la peste, por las comunicaciones mediatas o inmediatas con los individuos infectados, es decir por contacto directo o a través de los objetos personales siendo el aire atmosférico impotente para propagarlo a distancia; y apostillaba “ce qui constitue le caractère propre et essentiel des maladies épidémiques dont les causes résident dans l’atmosphère[23]. En cuanto al avance del morbo de un lugar a otro opinaba que aparecía solamente en los lugares en que se realizaban las dichas relaciones y que éste era importado de un sitio a otro por los barcos de guerra, los navíos de comercio, las embarcaciones de pasajeros, las caravanas, las carretas, los cuerpos del ejército, las tropas de peregrinos y fugitivos e individuos aislados. Así, se esparcía a bordo de los barcos por las relaciones de sus tripulantes con individuos y cosas infectadas y era posteriormente introducido por éstos en los puertos de destino y escalas, siguiendo a los hombres en todas sus comunicaciones y propagándose a una velocidad proporcional a la actividad de las relaciones sociales y económicas. Añadía que éste entraba constantemente en un país por la parte de sus fronteras en relación con otros países infectados y que se introducía en una ciudad por los barrios cuyos habitantes estuviesen en relación con lugares infestados[24].

Aunque no hiciera referencias directas al vector hídrico[25] en la transmisión del cólera, en los artículos en los que describía su plan de cuarentena para esta enfermedad, concedía especial importancia a que un flujo continuo de agua corriera por los water closets, por los receptáculos de aguas sucias y el alcantarillado de su lazareto. Como no añadía nada más a este respecto, es de suponer que aceptara, o bien la posibilidad de que éstas fueran un foco de infección en sí, siguiendo de algún modo las teorías miasmáticas, o bien la capacidad de que las deyecciones y aguas sucias de la limpieza de los efectos de los pasajeros, en contacto, por medio de filtraciones, hacia los depósitos de agua potable, de producir el cólera.

La Grosse-Île y la prevención de las epidemias en Quebec

Ya hemos explicado en otra parte cómo, en materia de salud pública y prevención de las epidemias, Quebec se caracterizó durante una buena parte del siglo XIX por la improvisación y la transitoriedad de las medidas dictadas a tal efecto[26].

En el plano legal, la aplicación de la cuarentena en el territorio de Quebec parece que casi en todo momento estuvo asegurada por leyes que permitían a las autoridades la puesta en marcha de las providencias de aislamiento. La ley de la cuarentena de 1795[27], fue el marco legal sobre el que, hasta 1853 y con una serie de cambios, se apoyó toda la actividad en el periodo. En el marco de ésta se sancionó en 1832 la ley que proporcionaba a la colonia el lazareto de Grosse-Île[28] y que, de algún modo, regulaba los mínimos de la cuarentena. En 1853 se dictó una nueva ley de cuarentena que incluía y fundía todas las enmiendas realizadas a la antigua ley de 1795[29], aunque ésta continuó siendo un reglamento de mínimos que no difería mucho de la anterior.

En el aspecto de funcionamiento de la cuarentena, el panorama era menos halagüeño. Antes del establecimiento de la Grosse-Île, que suponía la centralización de la acogida de los inmigrantes enfermos, estas operaciones se caracterizaban por su dispersión y exigüidad. En 1817 abrió sus puertas el Hôpital des Emigrés[30], que sirvió como primer lazareto para los inmigrantes contagiados. Estaba emplazado en una pequeña isla situada al nordeste de la isla de Orleans, la Île-aux-Ruaux, y que cerró poco más tarde. A este le siguieron otro Hôpital des Emigrés y el Hôpital temporaire des fièvres erigidos en Quebec y sus inmediaciones en los años siguientes.

La instalación de una estación de cuarentena en Grosse-Île, permitía controlar el estado sanitario de los crecientes flujos de inmigración. De todos modos la operación de la cuarentena –a causa de la improvisación unas veces, otras por la falta de voluntad política[31] y otras por el desbordamiento de la estación en años de especial circulación de inmigrantes– dejaba mucho que desear. El Bureau de Santé de Québec, que redactó las reglas de cuarentena, distinguía entre los barcos provenientes de puertos infectados, que cumplían una cuarentena de tres días; barcos con enfermedades a bordo durante el trayecto, que debían ser limpiados antes de continuar el viaje; y navíos con el cólera a bordo durante el viaje, en cuyo caso debían cumplir una cuarentena de quince días si llegaban a puerto sin enfermos o de treinta si llegaban con casos del morbo. Por otra parte, a pesar de que se construyó un hospital y varios hangares para dar cobijo a los enfermos, no se previó la separación de los pasajeros de los diferentes barcos, posibilitando la libre comunicación entre ellos y haciendo el sistema totalmente permeable[32].

La cuarentena de Grosse-Île, tal como estaba planteada, era totalmente ineficaz en su cometido, hasta después de la epidemia de tifus en 1847 no se modificó la manera de acoger a los inmigrantes, dividiéndose la estación en tres sectores, quedando el sector este para los enfermos, el centro para la administración y el oeste para los sanos. En principio esta providencia aseguraba una mayor eficacia de las operaciones, pero la imposibilidad de distinguir a los portadores aún sanos y el hecho de que en los diferentes sectores existiese aún una cierta mezcla de individuos, hacía de la estación un instrumento insuficiente para frenar y evitar la entrada de epidemias en territorio canadiense.

Para acabar, conviene señalar que hasta la Confederación la estación de cuarentena de la Grosse-Île nunca cumplió el cometido de los lazaretos tal y como los hemos descrito en el apartado anterior. Desde 1832, y a la vista del fracaso que significó la estación de la Grosse-Île, no se creyó conveniente invertir más de lo necesario en ella, puesto que, a los ojos de las autoridades, dicho lazareto no serviría para más que como una escala en la que los viajeros debían lavar su ropa y evitar así la virulencia de la epidemia que, según las doctrinas aeristas sería ya inevitable.

De este modo, concluimos que desde las esferas de poder no se creyó en general en la utilidad de la cuarentena, motivo que hizo que la Grosse-Île fuera un establecimiento obsoleto desde su fundación. Esta situación no empezó a cambiar hasta los años posteriores a la epidemia de tifus de 1847 en que se dividió el lazareto en tres sectores, aunque los verdaderos cambios vendrían después de la Confederación en que el cambio de paradigma etiológico, el relevo generacional y la considerable mejora de las infraestructuras la convirtieron en una tecnología más eficaz[33].

El plan preventivo de Marsden

A la vista de lo explicado, no era raro que se levantaran voces en contra de la situación del lazareto de la Grosse-Île, una de ellas fue la de William Marsden que ya había denunciado hacía tiempo “the absolute inefficiency of the quarantine station, either at the time of its organisation or at any period since[34].

El plan de cuarentena que explicaremos intentaba dar respuesta a la petición del médico residente de la Comisión Sanitaria del puerto de Nueva York –el Dr. Lewis A. Sayre– que pedía al gobierno de los Estados Unidos que reflexionase sobre la cuarentena con el fin de reforzar la uniformidad en su aplicación. Este requerimiento, desarrollado en el informe anual a la comisión sanitaria nacional estadounidense, era también extensible al Canadá y al resto de las provincias británicas[35]. En el momento de su publicación en dos revistas médicas canadienses[36], éste había sido ya presentado, según Marsden, a varias personalidades científicas, que lo habían recibido favorablemente, entre ellos el Dr. Sayre, que lo consideraba “el mejor que había examinado”[37].

Éste[38] estaba fundado sobre el principio “que le choléra est une maladie portable, contrôlable et communicable, et que comme la peste, elle peut être transmise et communiquée par les personnes et par les effets”[39]. Este precepto era la base de la estación de cuarentena propuesta por Marsden que, aunque ideado para la Grosse-Île, tenía vocación de lazareto modelo para el cólera, adaptable a cualquier otro emplazamiento y pudiendo ser disminuido o ampliado según las necesidades[40]. De este modo postulaba la “communication complètement interdite pour une courte période d’avec les personnes venant de l’étranger et soupçonnées d’être infectées; et une désinfection complète, et entière de leurs effets personnels”[41].

El proyecto de Marsden estaba basado en el modelo de lazareto pabellonario que se había adoptado en algunos países europeos a partir de finales del setecientos, momento en que, con el incendio del Hôtel-Dieu de Paris como detonante, se produjo una importante revisión de las infraestructuras hospitalarias. La tipología surgida del debate sobre la erección del nuevo Hôtel-Dieu se apoyaba en tres aspectos fundamentales: por un lado en la conservación del aire puro en el interior del recinto y de la salubridad en general; por otro, la separación de los diferentes tipos de enfermos, además de los diferentes servicios del hospital; finalmente, ponía especial énfasis en la circulación y en los flujos internos del hospital. Con estas premisas se proyectaron al mismo tiempo hospitales y lazaretos, buenos ejemplos de los segundos son el de Mahón, el nuevo Hôpital Caroline en Marsella o el lazareto Marie-Thérèse en las inmediaciones de Burdeos[42].

En el aspecto formal el lazareto debía contar con tres secciones o departamentos distintos, separados el uno del otro por un cordón o terreno neutro de unos cien pies de ancho y bordeados por una valla de al menos siete pies de alto. Cada uno de los departamentos podría ser subdividido según las necesidades requeridas intentando adecuarse al plano adjunto.

 

 

Figura 1. Plano del lazareto del Dr. Marsden.
Fuente: Marsden, William. Plan of Quarantaine for Cholera. Canada Medical Journal and Monthly Record of Medical and Surgical Science 2 (1866): p. 338.

El primer departamento, llamado Departamento del Hospital, acogería a los enfermos y contaría con tres hospitales, aparte de un cobertizo para los convalecientes, cada uno de estos locales, debía estar rodeado de una valla de al menos siete pies de altura. Del mismo modo, todas las subdivisiones efectuadas en los otros departamentos, se encontrarían rodeadas por una valla de las mismas dimensiones. El primer hospital, denominado Hospital del Cólera, serviría para los casos de cólera confirmado; el segundo, u Hospital de la Colerina, estaría dedicado a enfermos presentando síntomas precursores del cólera; el Hospital General daría abrigo a todos los enfermos de otras afecciones, pero procedentes de barcos infectados o arribados a la estación con casos de cólera a bordo. La sección central o Departamento de Cuarentena Primaria, serviría para aquellos que, no estando enfermos, hubieran llegado en un barco con casos de cólera. El Departamento de Cuarentena Final, o departamento sano, acomodaría a todos aquellos provenientes del departamento de cuarentena primaria, después de ser limpiados, lavados y desinfectados. Éste departamento y el del hospital, estarían comunicados por un pasillo de al menos treinta pies de ancho que serviría para el retorno de los pasajeros que durante su fase final de cuarentena presentaran indicios de tener que volver a empezar el proceso.

Para asegurar el aislamiento de los tres sectores estarían comunicados por una red telegráfica que ahorraría contactos innecesarios.

Deberían existir dos muelles aptos para el desembarco y reembarco de los pasajeros, el primero situado delante del departamento central y lo más cerca posible de la sección del hospital, el segundo delante de la sección final, situado en el lado más lejano de la sección de cuarentena primaria.

El plan añadía como detalle adicional importante la instalación de una corriente continua de agua en los excusados, los receptáculos de aguas sucias y las alcantarillas que se descargarían por sí mismas durante la marea baja; del mismo modo preveía la utilización de desinfectantes.

El funcionamiento de la estación estaría regido por unas normas igual de claras. Los barcos en procedencia de lugares conocidos por estar infectados por el cólera o no, llegando sin casos de esta enfermedad debían anclar delante del muelle de la estación sana. El oficial médico de esta sección estaría en posición de descargarlos de la cuarentena o de detenerlos si encontrara razones suficientes para ello.

Todos los barcos originarios de puertos infectados, teniendo o habiendo tenido casos de cólera a bordo, anclarían enfrente del sector central. Los pasajeros y sus efectos debían desembarcar en el muelle de esta parcela. De allí los enfermos serían llevados hacia la zona del hospital, trasladados en literas y depositados en el centro del terreno neutro entre los dos primeros departamentos. Aquellos que realizaran el transporte deberían entonces retirarse hacia la sección de cuarentena primaria –en el caso que fuesen mozos del lazareto– o hacia el barco –si éstos fueran marineros. Allí los enfermos serían recogidos por los trabajadores de la sección hospitalaria e internados en el hospital correspondiente a su estado. Todas las tareas de abastecimiento de esta sección se llevarían a término del mismo modo que acabamos de describir para los enfermos. Terminada la dolencia estos pasarían al edificio de convalecientes durante al menos cuatro días, antes de ser trasladados al sector de cuarentena primaria.

Los pasajeros sanos, procedentes de dichos barcos, debían ser internados directamente en esta última sección en uno de los locales asignados específicamente para ellos. Cada caso debía ser sometido allí a una inspección y, tanto las personas como sus efectos, sujetos a limpieza, lavado y desinfección. Allí la cuarentena a cumplir sería de cuatro días y, al cabo de este tiempo, aquellos que continuaran en estado de salud pasarían a la sección siguiente. Durante este tiempo cambiarían diariamente de habitación ocupando un total de cuatro diferentes. Medidas, todas, aplicables a los provenientes de la sección primera. En el caso en que alguna de las personas internas en esta sección cayese enfermo durante su estancia pasaría, desde la aparición de los primeros síntomas, al departamento del hospital.

Finalizada la cuarentena primaria, los internos debían trasladarse a la sección final, dónde cumplirían un aislamiento adicional de seis días; salvo aquellos que hubieran pasado anteriormente por el departamento del hospital, en cuyo caso serían solamente dos días de separación suplementaria. Transcurrido este tiempo los segregados serían descargados del encierro y transportados fuera del lazareto, operación que se realizaría solamente desde el muelle situado delante de esta sección. Obviamente, cualquier interno con algún síntoma precursor del cólera u otra enfermedad sería trasladado inmediatamente a la sección del hospital y comenzaría de nuevo la operación.

El plan preveía también penas para los que incumplieran las normas de aislamiento. Aquellos que fuesen encontrados en contacto con otros a quienes les restara un periodo superior de cuarentena, deberían automáticamente ser detenidas en el departamento en el que hubieran sido encontrados infringiendo las normas, o en el que decidiese el oficial médico a cargo o el superintendente de la estación, dependiendo de la naturaleza del contacto. Para los asalariados del lazareto, además de la cuarentena, este hecho podía significar la pérdida del empleo y del sueldo.

Conclusiones

El plan preventivo de Marsden ponía de relieve la incapacidad, tras treinta y cuatro años de la primera visita del cólera a Canadá, de crear en la colonia un lazareto apto para parar los ataques de esta enfermedad. La planificación de la cuarentena en la Grosse-Île no había sabido dar respuesta al creciente problema relacionado con la importación de enfermedades colectivas causadas por la inmigración. En primer lugar a causa del apoyo de la mayoría del cuerpo médico a las teorías aeristas, en boga hasta la década de 1870 y aceptadas por las autoridades. Por otra parte era debido a una falta de organización de la estación de cuarentena, motivada por la improvisación en el funcionamiento y la falta de instalaciones adecuadas a su cometido.

Marsden había luchado toda su carrera para poner de relieve la contagiosidad del cólera y había criticado en varias ocasiones el funcionamiento de la Grosse-Île. Su proyecto de cuarentena intentaba dar solución a las limitaciones del sistema canadiense de prevención. De este modo dejaba muy claro que el periodo máximo de incubación del cólera era de diez días, después de los cuales no había peligro de desarrollar la enfermedad. Sobre la base de este hecho, sumado al de su contagiosidad, establecía un sistema en el que el tiempo máximo de estancia en el lazareto, en el caso de que no hubiese síntomas de enfermedad, eran estos diez días. También solucionaba la urgencia de incomunicación dentro del establecimiento con sus tres departamentos separados, la rotación de barracones, la escrupulosa separación de los emigrantes por orden de llegada y de barco y la previsión de las eventualidades durante el cumplimiento del secuestro impidiendo todo contacto. De algún modo se daba cuenta de la importancia del vector hídrico en la propagación y transmisión del cólera y dictaba providencias en este sentido.

La conveniencia de las propuestas de Marsden creemos que ha quedado ampliamente demostrada, es bien patente que acortaba la estancia en el lazareto a la vez que aseguraba realmente la incomunicación de los internos y evitaba encuentros no deseados en el interior del recinto; su trascendencia es más difícil de dilucidar. Está claro que en el aspecto formal no se adoptó ni en Canadá ni en los Estados Unidos, países en los que se estaba desarrollando lo que hemos llamado lazareto de corte paisajista[43]. Por lo demás, a partir de 1866, año en que se publicó el plan de cuarentena de Marsden, una conferencia sobre el cólera celebrada en Ottawa, aceptaba la contagiosidad del cólera, considerando que podía desplegarse a través de las personas, efectos y mercancías y que transportado por el aire y corrientes de agua podía hacer saltos de varios cientos de millas. Según esta idea de despliegue epidémico el cólera no podía ser prevenido por medio de las cuarentenas, aunque el lazareto sería útil para retardar y limitar la entrada del morbo. Se tendría que esperar hasta la década siguiente para que la cuarentena fuera considerada un instrumento eficiente en la prevención de dicha enfermedad en Canadá.

 

Notas

1. Veremos más abajo el complicado mosaico de explicaciones que se dieron en el Québec decimonónico sobre las causas y la propagación del cólera. Este debate existió en la medicina occidental para otras enfermedades epidémicas como la peste o la fiebre amarilla.

2. (Fabre, 1998, p. 87).

3. La aireación e inmersión en el agua de las mercancías dio paso a las fumigaciones propuestas desde la química. Más adelante, la tecnología del vapor tornarían más efectivos los métodos de purificación.

4. (Panzac, 1986, p. 31).

5. Esta red de lazaretos de algún modo tendrá un impacto territorial importante puesto que acrecentará la importancia de aquellos puertos que los posean. En algunos casos como el de Francia, los únicos puertos a los que les estaba permitido recibir navíos directamente desde los países musulmanes eran los de Marsella y Tolón. En el caso de que un barco fuera a otro destino que los designados por las autoridades, debía haber cumplido la cuarentena en un de los puertos consignados. Esto significaba que se debía vigilar la costa para evitar los intentos de trampa de los recalcitrantes, que podían ser alejados a cañonazos. Para este particular ver (Panzac, 1986, p. 33, 39).

6. Pueden verse numerosos planos de lazaretos así como explicaciones de su funcionamiento en (Bussolin, 1881); (Howard, 1791). En estos momentos me encuentro en la etapa final de redacción de mi tesis doctoral en la que consagro algunos capítulos a la morfología de los lazaretos y en el que adjunto varias decenas de planos.

7. A partir del siglo XV aparecieron diversos modelos de lazaretos que reproducían de algún modo las tendencias tanto arquitectónicas como científicas de las diferentes épocas. De todos modos la forma del edificio o emplazamiento estaría en función de variables espaciales como el sitio disponible, la forma de la costa o la capacidad o ganas de las ciudades y estados de invertir en este tipo de infraestructuras. De manera sucinta podemos adelantar las cuatro grandes taxonomías de lazaretos que, a mi entender, podemos encontrar y de las cuales hago un análisis detallado en mi tesis: (1) el lazareto renacentista cuyos máximos exponentes fueron el de Milán y el Lazzaretto Vecchio de Venecia; (2) el lazareto ilustrado, con una variante clasicista como los lazaretos de Ancona o de La Spezia y una variante imbuida por la arquitectura de la Revolución francesa; (3) el lazareto pabellonario, predominante en Europa a partir de finales del setecientos, muestra de ello fueron de Mahón y el Hôpital Caroline de Marsella; (4) el lazareto paisajista, aparecido en Norteamérica en el siglo XIX y a medio camino entre el modelo pabellonario y las formas derivadas de la arquitectura romántica desarrollada a partir del primer tercio de esa centuria, buenos ejemplos serían la estación de Cuarentena de Partridge Island en Saint John (N.B.) o el mismo lazareto de Grosse-Île a partir de su reestructuración después de la Confederación Canadiense. Además de estos lazaretos que hemos podido incluir en tipologías más o menos rígidas, existieron un gran número que no respondían a ninguna de estas grandes clases.

8. (Goulet, 1992, p. 79-80)

9. Una amplia y detallada explicación de la convivencia de estas tres posiciones en la medicina inglesa de mediados del ochocientos puede encontrarse en la conocida obra de Pelling (Pelling, 1978), en ella se muestra que la mayoría de médicos ingleses de ese periodo adoptaron posturas derivadas del contagionismo contingente.

10. Estos agentes insalubres, que podían aparecer en el terreno físico como en el social, tenían que desaparecer del medio para que éste se conservara sano. Esto dio lugar a campañas que surgían de una concepción muy concreta del espacio físico, un ideal de ciudad o de territorio, en los que el orden y la limpieza debían tender a una mejora de las condiciones de vida. De este modo se desinfectaban y fumigaban los lugares infectados, se desecaban los lugares húmedos fuente de putrefacción, se recogían las basuras, pero también se diseñaba una nueva ciudad dotada de calles anchas en las que entrara el sol y circulara el aire, provista de alcantarillas, etc. En el plano social, la metáfora física era fácilmente aplicable, por lo que se intentaba erradicar del seno de la sociedad lo que era percibido como una podredumbre moral encarnada en el vicio, la prostitución, el alcoholismo, la vagancia y ¿por qué no? la revolución y la desobediencia.

11. Es el momento de decir que el cuerpo médico quebequés de principios de siglo no brillaba por su aportación de ideas originales, sus opiniones médicas estaban basadas, como nota Bilson, en la lectura de autores europeos, así modificaban las ideas preexistentes sobre la base de sus observaciones en la práctica. (Bilson, 1977, p. 124). La primera fecha coincide con la aparición de la primera revista médica canadiense, Journal de Médecine de Québec¸ en el que su editor Xavier Tessier intentó construir una topografía médica de la provincia a la manera en que lo había hecho Vicq d’Azyr en Francia a finales del siglo anterior. Ver a este respecto (Keel et Keating, 1995, pp. 35-59). Para la encuesta de Vicq d’Azir ver (Desaive, 1972).

12. Aunque ya en el siglo XVIII el médico del rey y botánico Jean-François Gaultier (que estuvo en Québec entre 1742 y 1756) había realizado numerosas observaciones que ponían de relieve la relación entre el clima y la etiología de las enfermedades, que recogió en sus obras de observaciones botánico-meteorológicas. Sobre este autor ver (Wien, 1999).

13. (Goulet, 1992, p. 90).

14. William Kelly, un cirujano de la Royal Navy, en una conferencia leída ante la Literary and Historical Society of Quebec, mostraba que la tasa de mortalidad era el doble en las ciudades que en el campo, y la atribuía a una mala gestión en la limpieza de la ciudad y en el aprovisionamiento de agua. Ver (Kelly, 1834).

15. Utilizo aquí “epidémica” en el sentido de enfermedad general propiciada por causas ambientales, siguiendo la nomenclatura de la época.

16. En la Primera Conferencia, celebrada en París en 1851, uno de los representantes ingleses promulgó un encendido discurso contra las ideas de contagio en estos términos “contagion is not a fact, but an hypotesis invented to explain a number of facts that, without this hypotesis would be inexplicable”. Ante la resolución de la Conferencia de que el cólera sería una de las enfermedades sometidas a cuarentena, Gran Bretaña no ratificó el acuerdo de ley internacional propuesto. Durante la segunda Conferencia (París 1859) el delegado británico reclamaba que el cólera fuera borrado de la lista de  enfermedades cuarentenables. Ver (Howard-Jones, 1975, p. 14, 20); (Schepin et Yermakov, 1991, p. 71).

17. (Goulet, 1992, p. 106).

18. El vector hídrico, verdadera línea de expansión de la enfermedad, promulgado por John Snow a finales de la década de los cuarenta en Londres, tuvo en esta época muy pocos seguidores en Québec, a pesar de que varios de sus artículos habían sido publicados en The Medical Chronicle en 1855-56. Durante la segunda Conferencia Sanitaria Internacional, tanto sus trabajos como los de Filippo Pacini, que en 1854 había conseguido localizar el vibrión causante del cólera, fueron ignorados y no se les tuvo en consideración. Ver (Howard-Jones, 1975, p. 20).

19. (Hély d’Oissel, Abdon-Patrocle, 1822), en ella se presenta el modelo de lazaretos pabellonarios diseñados por los arquitectos Jean-Antoine Alavoine y Etienne-Hippolyte Godde siguiendo los principios dictados por los miembros de la comisión presidida por un filántropo, el baron Joseph-Marie de Gérando y formada por Abdon-Patrocle Hély d‘Oissel, consejero de estado, por Pierre-François Keraudren —médico e inspector general del servicio de salud de la marina— por el economista Alexandre Moreau de Jonnès y por el intendente de sanidad de Marsella, Majastre.

20. (Bilson, 1980, p. 153). Ver (Marsden, 1849, p. 197-198).

21. (Marsden, 1855, p. 409-412).

22. (Moreau de Jonnès, 1831), se trata de uno de los integrantes de la comisión sanitaria encargada de estudio de la instalación de nuevos lazaretos en Francia presidida por Joseph-Marie de Gérando nueve años antes.

23. (Marsden, William. 1866c, p. 154-155).

24. Ibidem.

25. El primer médico canadiense en manifestarse a favor del vector hídrico del cólera fue, como indica Goulet, el Dr. R.T. Godfrey, con motivo de una conferencia ante la Montreal Medico-Chirurgical Society en 1863, ver (Goulet, 1992, p. 117). En 1866 publicó un artículo en el que explicaba el modo de prevención de esta enfermedad y en el que sostenía: “cholera is is propagated and spread principally through water, which has been contaminated by diseased egesta from a cholera patient”. (Godfrey, 1866, p. 343-345). Anteriormente el mismo Marsden había considerado merecedor de la más seria consideración un artículo aparecido en el Edinburgh Medical Journal en diciembre de 1855 firmado por el Dr. W.P. Allison y titulado “On communicability of Cholera by dejections”. Pero no se extendía mucho en el tema. Ver (Marsden, 1856, p. 327-330).

26. (Bonastra, 2000, p. 13-23).

27. Acte pour obliger les bâtiments et vaisseaux venant des places infectées de peste ou aucune fièvre pestilentielle, de faire la quarantaine et pour empecher la communication d’icelles dans cette province. 35e Geo. III. cap. 5. Ésta daba poderes al gobernador para proclamar la cuarentena cuando creyese que existía peligro, de hacerla cumplir a los marineros y pasajeros de navíos con enfermedades contagiosas en un lugar que él designara, para contratar médicos o cirujanos visitadores de dichos navíos y para evitar las comunicaciones de éstos con otros. Todos los buques arribados después de la proclamación de la cuarentena tenían la obligación de presentar un informe indicando el lugar de procedencia, la naturaleza de la carga, el recorrido y escalas, la salud a bordo, el número de muertos y otras informaciones pertinentes. Del mismo modo le autorizaba a usar el cañón con los barcos que intentaran evitar el reconocimiento, a multar a los que intentasen burlar de algún modo el procedimiento y a dictar la pena de muerte para el patrón que, proveniente de un lugar infestado por la peste u otra enfermedad pestilencial, escondiera casos de enfermedad a bordo.

28. Acte pour l’établissement de bureaux sanitaires en cette province et pour mettre en force un système effectif de quarantaine. 2e Guil.IV.cap.16.

29. Acte pour amender et refondre les lois relatives aux Émigrés et à la Quarantaine. 16e Vict.cap.86.

30. Ver (Goulet et Paradis, 1992, p. 67).

31. No vamos a entrar en este tema puesto que nos alejaría del fin de este artículo. Para más informaciones relacionadas remitimos al lector a los trabajos de Bilson: (Bilson, 1977, p. 105-119); (Bilson, 1980).

32. Ver (Bilson, 1980, p. 8, 10).

33. Ver al respecto (Bilson, 1985).

34. (Marsden, 1855, p. 412). Ver también (Marsden, 1856) donde arremete contra el sistema cuarentenario canadiense por haber fallado totalmente en sus objetivos.

35. (Marsden, 1866b, p. 338).

36. (Marsden, 1866b); (Marsden, 1866a, p. 132-135).

37. (Marsden, 1866b, p. 338).

38. Toda la descripción del plan de cuarentena del Dr. Marsden se encuentra en los dos artículos citados, siendo idénticos en su contenido, salvo en la introducción.

39. (Marsden, 1866a, p. 132).

40. (Marsden, 1866b, p. 338).

41. (Marsden, 1866a, p.132).

42. De ellos y de la génesis del hospital pabellonario doy cuenta en mi tesis doctoral. Para más información sobre estos lazaretos franceses ver (Laget, Pierre-Louis, 2002)

43. Ver nota nº 7.

 

Bibliografía

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Acte pour l’établissement de bureaux sanitaires en cette province et pour mettre en force un système effectif de quarantaine. 2e Guil.IV. cap.16. (Statuts de la Province du Bas-Canada, 1832)

Acte pour obliger les bâtiments et vaisseaux venant des places infectées de peste ou aucune fièvre pestilentielle, de faire la quarantaine et pour empêcher la communication de celles-ci dans cette province. Ley 35e Geo III. cap. 5. (Statuts de la Province du Bas-Canada, 1795)

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Ficha bibliográfica:
BONASTRA, Q. La cuarentena en Quebec y el plan preventivo de William Marsden (1832-1866).
Geo Crítica / Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de agostode 2005, vol. IX, núm. 195. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-195.htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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