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Geo Crítica
Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 203, 15 de diciembre de 2005

LA ORGANIZACIÓN DE LOS ESPACIOS MINEROS DE LA HULLA EN ASTURIAS

Faustino Suárez Antuña
Departamento de Geografía. Universidad de Oviedo
suarezfaustino@uniovi.es

Recibido: 25 de abril de 2005. Devuelto para revisión: 8 de septiembre de 2005. Aceptadp: 6 de octubre de 2005.


La organización de los espacios mineros de la hulla en Asturias (Resumen)

En una región de antigua tradición industrial como es Asturias, la minería del carbón, y aún más la de la hulla, ha sido objeto principal de numerosos trabajos realizados desde muy diferentes disciplinas entre las que destaca la Geografía. No obstante, este trabajo y la tesis doctoral de la que parte, pretenden abordar la cuestión, por un lado, desde un planteamiento general proponiendo una serie de categorías de espacios mineros que contribuyan a un mejor conocimiento de una actividad básica del proceso industrializador; y por otro lado, desde una perspectiva más amplia que permita enfocar el análisis del patrimonio industrial regional en un marco más adecuado para la toma de decisiones. De lo contrario, de la denominación en singular de los espacios mineros, la consecuencia es que todos son iguales y, por tanto, la discrecionalidad en cuanto a su protección seguirá siendo la única realidad.

Palabras clave: espacio de producción, espacio de residencia, patrimonio histórico industrial, Cuenca Hullera Central, Asturias.

The organisation of the fossil coal mining spaces in Asturias (Abstract)

In a region of ancient industrial tradition as it is Asturias, coal mining, and even more fossil coal, has been the point of many essays done from different disciplines among which Geography stands out. However, this essay and doctoral thesis from which it starts, tries to discuss this subject, on the one hand, from a general approach proposing a range of categories of mining spaces which will contribute to a better knowledge of a basic activity of the industrialisation process, and on the other hand, from a wider perspective which allows the analysis of the regional industrial heritage to focus in a more properly context to take decisions. If we do not take into account this fact, the consequence, just from the simple definition of mining spaces, is that all of them are the same and therefore the discretion as regards its protection will continue being the only reality.

Key words: production space, housing space, historic industrial heritage, central fossil coal basin, Asturias.

Asturias es una de las regiones españolas de más antigua tradición industrial gracias, principalmente, al laboreo de sus extensos yacimientos de carbón de hulla que supusieron un factor de localización infranqueable para las empresas siderúrgicas hasta avanzado el siglo XX*. Pero indudablemente, aunque sean estas dos actividades, minería y siderurgia, los dos pilares básicos del proceso industrializador asturiano se trata de realidades muy contrapuestas. En efecto, por cada una de las dos grandes fábricas que controlaron el territorio en las dos cuencas fluviales y mineras principales, el Nalón y el Caudal, el número de minas de carbón es mucho más elevado y, por tanto, la oferta laboral de la minería era mucho mayor que la de la siderurgia interior histórica. El fin del ciclo económico basado en el carbón, materializado en el cierre de la minería y el desmantelamiento de la siderurgia histórica, supuso la crisis de estos territorios donde los lugares de trabajo y vivienda, lejos de estar segregados, formaban un todo. A partir de este momento, los espacios de producción y residencia toman rumbos diferentes: las zonas urbanas de las cuencas, pese a perder población de manera continuada, siguen constituyendo una de las zonas más densamente pobladas de Asturias ya que la cercanía a las áreas más dinámicas del centro de la región y el mantenimiento de una aceptable dotación de servicios atenúa el proceso migratorio que conlleva la severidad de la desindustrialización. Respecto a los espacios de producción, la clausura de las factorías siderúrgicas significó la completa desaparición de las instalaciones fabriles en Mieres y la reutilización parcial de las de Langreo, mientras que, en la minería, el proceso de cierre ha dado como resultado alguna actuación esporádica con fines museísticos y una intensa destrucción. Con estos precedentes históricos y al calor de los procesos más recientes de desindustrialización, la minería del carbón, y aún más la de la hulla, ha sido objeto principal de numerosos trabajos realizados desde muy diferentes disciplinas entre las que destaca la Geografía, cuyos títulos principales quedan referidos en la bibliografía que acompaña este trabajo. Desde la óptica geográfica, los espacios industriales, tengan estos un carácter histórico o sean derivados de procesos más recientes en el tiempo, se han estudiado tanto en función de las pautas de localización de la industria como de la relación de ésta con el desarrollo del espacio urbano. Así, para el caso asturiano, desde fines de la década de los setenta del pasado siglo, contamos con trabajos sobre las principales áreas históricas de asentamiento de la industria o sobre las nuevas pautas y formas de localización de los modernos espacios industriales. Paralelamente, desde hace algunas décadas ha ido tomando auge una nueva línea de investigación que centra su análisis en los restos de la industria: la arqueología industrial. Dejaremos de lado el origen anglosajón del término y su desigual evolución metodológica pero sí que debemos mencionar que en España, salvo casos muy concretos, esta corriente de investigación se ha centrado más en el estudio de los restos de la industrialización integrándolos dentro del concepto de patrimonio que en excavar directamente estos vestigios[1].

Por eso, el término que ha ido cobrando más fuerza para definir lo que se ha venido haciendo en este campo es el de Patrimonio Industrial. En cualquier caso, la idea que dio lugar a esta línea de estudio era que se convirtiera en un amplio foro de intercambio donde profesionales e investigadores procedentes de muy distintas disciplinas analizan las estructuras productivas en relación con el territorio, con los estilos constructivos, con la evolución tecnológica o con el tipo de sociedad a que dio lugar; cualquiera que sea el punto de vista con el que se aborde el estudio del patrimonio industrial siempre existe la intención de salvaguarda de los restos derivados del proceso industrializador.

En el caso de España el punto de arranque de la arqueología industrial se remonta a 1982, coincidiendo con las I Jornadas sobre la Protección y Revalorización del Patrimonio Industrial celebradas en Bilbao, cuando Rafael Aracil señalaba el aceptable retraso que estos estudios llevaban respecto al resto de Europa (Aracil Martí, 1982). En este congreso, se llegó a la conclusión de que este nuevo campo de estudio estaba excesivamente supeditado al resto físico debido a dos factores: por un lado, debido a la juventud de la arqueología industrial, necesitada de acumular experiencias y de ir generando una metodología propia a la par que se comparaban los resultados; por otro, la continua amenaza de destrucción sobre estos elementos, imponía una atención prioritaria al resto físico singular mediante su inventariado y defensa que impedía la plena contextualización de estas piezas. A estas dos razones, que apuntaba Aracil en 1982, del por qué de la supeditación de la nueva disciplina al resto físico, habría que sumar una tercera: el hincapié que la Arqueología Industrial inglesa había hecho desde sus orígenes en el inventario de aquellas piezas singulares que pudieran ser consideradas como Monumento Industrial. Así, la Arqueología Industrial había surgido como una necesidad de registro y preservación de unas estructuras amenazadas de destrucción más que como un deseo inherente de entender el periodo histórico del monumento o del paisaje del que formaba parte (Palmer, 1991: 378 y ss.).

Los veinte años transcurridos desde aquellas jornadas de Bilbao nos otorgan una perspectiva histórica que permite afirmar que los factores arriba señalados, la juventud de la arqueología industrial y la necesidad del inventario frente a la destrucción, no han podido superarse en los niveles que hubieran sido deseables. Esto se ha debido, por una parte, al fuerte impulso urbanizador, al retroceso del sector secundario tradicional y a la inexistencia de un criterio de preservación que ha motivado la desaparición de importantes elementos del patrimonio de la industria; por otra parte, la interdisciplinariedad, que al comienzo era valorada como un factor positivo, específico y diferenciador del nuevo campo de estudio, conllevó el trabajo aislado, el enfoque parcial desde cada disciplina y una excesiva dispersión de los trabajos y planteamientos, lo que ha impedido el establecimiento de una metodología precisa.

En resumen, en torno a la arqueología industrial o el patrimonio industrial, se puede reconocer una gran contradicción en tanto que la ausencia de reconocimiento académico de la nueva disciplina ha impedido la definición de unos objetivos, de una metodología y de unos límites claros. Así, de este campo de estudio, las disciplinas que más se han acercado a él, como la Geografía o la Historia del Arte, mantienen la idea, explícita o implícita, de reconocimiento del valor de una parte fundamental de nuestra historia y la atención a algunas técnicas elementales de campo. El resto, proviene de los objetivos concretos de cada área de estudio que, en el caso de la Geografía, son el análisis del paisaje y de las transformaciones a que la industria dio lugar y que, por tanto, tienen una importancia indiscutible dentro de este campo de investigación.

En este contexto, tanto el que se refiere a la realidad asturiana como el de la Geografía y la Arqueología Industrial, se exige un análisis que clarifique y clasifique los procesos espaciales que dieron lugar a los paisajes mineros asturianos de la hulla como parte fundamental de una reflexión acerca de qué elementos deben ser preservados y por qué; de lo contrario, la falta de criterio y los derribos seguirán siendo el objeto de discusión principal en torno a los espacios industriales históricos y su patrimonio. Así que, este trabajo y la tesis doctoral de la que parte, pretenden abordar la cuestión, por un lado, desde un planteamiento general proponiendo una serie de categorías de espacios mineros que contribuyan a un mejor conocimiento de una actividad básica del proceso industrializador; y por otro lado, desde una perspectiva más amplia que permita enfocar el análisis del patrimonio industrial regional en un marco más adecuado para la toma de decisiones. De lo contrario, de la denominación en singular de los espacios mineros, la consecuencia es que todos son iguales y, por tanto, la discrecionalidad en cuanto a su protección seguirá siendo la única realidad.

Introducción al desarrollo industrial y minero de Asturias

En la década de los cuarenta del siglo diecinueve decía Alejandro Aguado, Marqués de las Marismas y, como veremos, personaje destacado en la historia de la industrialización asturiana, que donde había carbón había de todo. Asturias tenía este mineral así como agua y madera, otros recursos naturales fundamentales para el proceso industrializador. Desde fines del siglo XVIII la conveniencia de emplear el carbón de piedra como sustitutivo del de leña en diversos procesos industriales controlados por el Estado, principalmente las fábricas de armas, era valorado en dos direcciones: por un lado, como modernización de las técnicas de fabricación y, por tanto, como mejora de su capacidad productiva; por otro lado, como incentivo a la apertura de nuevos establecimientos transformadores que, beneficiando las riquezas patrias, indujeran a una industrialización de España a la manera de otros países del continente. Pero la puesta en explotación de los yacimientos carboníferos planteaba complejas cuestiones jurídicas que debían conciliar posturas absolutamente opuestas: por una parte la opinión de Jovellanos (comisionado para inspeccionar las minas asturianas entre 1790 y 1797 que fue nombrado Ministro de Gracia y Justicia), que defendía el carbón como un recurso cuya explotación debía ser libre y, de otra parte, la posición de la Armada que deseaba ver satisfechas sus demandas de mineral sin tener que recurrir constantemente a proveedores externos. Intentando llegar a una postura difícilmente intermedia se constituye en 1792 la compañía de las Reales Minas de Langreo que reservaba para la Marina la explotación de los carbones de las dos laderas del río Nalón a su paso por Langreo. Pero pronto el problema del transporte del carbón hasta el mar con destino a los arsenales de la marina se convierte en un intenso debate entre, nuevamente, Jovellanos que era partidario de una carretera desde Langreo a Gijón y Fernando Casado de Torres, Ingeniero Militar puesto al frente de las minas, que apostaba por canalizar el río Nalón entre Sama y su desembocadura en San Esteban de Pravia. La historia acabó dando la razón al ilustrado gijonés pero el presente, sin dudas, fue de Casado de Torres: realizó las obras de canalización (la Empresa del Nalón como se llamó) por la que a partir de 1793 empezaron a descender chalanas cargadas de mineral que eran fabricadas en unos astilleros Reales creados al efecto en el Alto Nalón, montó un horno de coque y eligió el emplazamiento de la fábrica de armas de Trubia de la que fue nombrado primer director y que recibiría el carbón a través de las barcazas de la Empresa del Nalón. Pero como previera Jovellanos la canalización del río fue titánica, costosa y, finalmente, una riada desbarató la obra en 1801 tras lo que dos años más tarde se abandonaron también las Reales Minas de Langreo cuyos costes de explotación y transporte arrojaban unas ruinosas cuentas.

Con estos antecedentes de negocio y con unas cuencas hulleras donde, además del carbón, coincidían grandes dificultades de comunicaciones el siguiente peldaño en la industrialización asturiana cambia de ámbito pero el objetivo seguía siendo el mismo: la mejora de la capacidad productiva de los arsenales de la Armada y de las fábricas de armas mediante la utilización del carbón de piedra que, a su vez, funcionaría como inductor de cambios en el raquítico tejido industrial del país. Con esta doble finalidad el gobierno de Fernando VII inicia conversaciones con un heterogéneo grupo de personajes entre los que se encuentran acaudalados banqueros e industriales europeos y varios españoles, también de conocida solvencia económica, afincados en Francia y Bélgica, curiosamente y en muchos casos, como consecuencia de las persecuciones absolutistas del rey[2]. La idea es crear un complejo industrial que beneficie los carbones asturianos para utilizarlos en un establecimiento metalúrgico a pie de yacimiento y, también, para suministrarlos a las Reales Fábricas de Armas como las de La Cavada y Liérganes. Para ello se ofrecen excelentes condiciones en relación con las concesiones mineras que llegan a extenderse a media Asturias. Sin embargo la retirada del negocio de uno de sus principales inversionistas, el industrial belga (de origen inglés) John Cockerill, hace que se redimensione el proyecto limitándose a la producción de hulla en espera de mejores momentos, lo que conlleva la reducción de la superficie de la concesión a la zona litoral de Santa María del Mar y Arnao en el concejo de Castrillón. Nace así en 1833 la que luego será la Real Compañía Asturiana de Minas (en adelante Rcam) con capital mayoritariamente belga. Las labores mineras se inician en la zona continental de la concesión prestando una hasta entonces inusitada atención a cuestiones como la planificación del yacimiento (planos de labores, estudios geológicos), las galerías de arranque (relleno, entibación), la ventilación (hogares y chimeneas), la tracción (máquinas de vapor, caballerías) o el transporte (en 1834 comienza a funcionar un ferrocarril con tracción a brazo que conecta la mina con un pequeño embarcadero también en Arnao). En definitiva, la Rcam comienza una explotación en la que el beneficio de los yacimientos superficiales no pusiera en entredicho el desarrollo futuro de los más profundos, lo que en la Ley General de Minas de 1825 quedaba reflejado como una minería “conforme a los principios del arte”. Una referencia esta de la normativa que intentaba poner de manifiesto lo precario y negativo de los sistemas de explotación de los lugareños que ya denunciara, por ejemplo, Carreño y Cañedo (Alférez Mayor de Oviedo, miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y Diputado por el Principado de Asturias) en su ya célebre informe sobre las minas de carbón y otras especies de 1787 cuando describía así los métodos de explotación en las entonces incipientes minas de los concejos de Siero, Bimenes y Langreo:

“Benefician las mismas los naturales con muy poco conocimiento, pues ignorando el cultivo se contentan con irlas descubriendo por encima hasta que hallando mucha tierra sobre ellas las abandonan, de que se siguen gravísimos perjuicios y son el extraer carbón que aun está por hacer y confirmando la experiencia que el más bajo es de la mejor calidad. (...) siendo cierto que una sola [mina] bien cultivada hubiera dado todo el carbón que se extrajo hasta ahora de quinientas. (...) pero sobre todo el mayor y contra quien declama la humanidad son las frecuentes desgracias que acontecen a estos infelices por los trozos de tierra que se desgajan cuando la mina va honda...”.

No obstante, no puede dejarse de lado el hecho de que una de las razones del mantenimiento de estos métodos de explotación era propiamente el sistema de contratación de suministros de carbón por parte del Estado, fundamentalmente desde fines del s. XVIII y con destino a la marina de guerra para la alimentación de los hornos de fundición de hierro empleado como lastre. El proceso era el siguiente: la marina establecía un contrato (contrata) con un comerciante que, si bien en principio realizaba directamente la explotación del yacimiento, acababa recibiendo las producciones que los aldeanos arrancaban de la manera más rápida en diversos lugares según lo descrito en el texto de Carreño y Cañedo. Este sistema de contrata, supeditado a una entrega a corto plazo, impedía un estudio reposado del yacimiento, de sus potencialidades y de las maneras de beneficio, lo que derivaba en que los carboneros locales (las minas de los paisanos en palabras de Coll Martín) mudaran de un afloramiento a otro sin establecer verdaderas estructuras mineras en ninguno de ellos. Pero además, la contrata dificultaba la viabilidad en el negocio de empresas con una intención más nítidamente industrial, como la Rcam, que eran incapaces de aportar una rápida competitividad en el suministro de carbones al contratista principal. Esta incapacidad para una competencia a corto plazo con los pequeños productores locales, (sobre los que aún en fechas tan tardías como 1860 recaía casi la mitad del carbón extraído en Asturias [Coll Martín, 1987: 63]), para atender los contratos públicos y el raquitismo de la demanda interna de carbón hacen que la Rcam busque la diversificación productiva sobre la idea inicial de montar una factoría que aprovechara los carbones de Arnao, unos carbones cuya composición desaconsejaba su utilización en fábricas de hierro pero que sí estaban indicados para multitud de otros procesos metalúrgicos (Ojeda, 1994: 149). Tras un intento de vincularse a la industria metalúrgica del cobre inglesa, enérgicamente rechazado por la Real Sociedad Económica de Amigos del País (Real Sociedad,1833), la empresa belga acaba perfilando de la mano del ingeniero belga Jules Van der Heyden Hauzeur (ligado familiarmente a Nicolás Maximiliano Lesoinne, socio fundador de la compañía) uno de los proyectos industriales más singulares del proceso industrializador asturiano: el zinc. El hecho de que sólo existiera otra fábrica similar en España, en Albacete (Benito del Pozo, 1992: 175), dotaba de una gran oportunidad a un negocio orientado en aquellos momentos a planchas para techumbres, canalones y todo tipo de objetos de ornato. En cuanto a las materias primas, los yacimientos de plomo de Guipúzcoa, y luego los de Reocín en Cantabria surtirían de mineral la planta que debía estar en Arnao, al pie de la mina de carbón, ya que para producir una tonelada de zinc eran necesarias siete y media de carbón. De esta manera, poco tiempo después una nueva pieza industrial aparece en el concejo de Castrillón: la fábrica de zinc. No obstante esto implicó una serie de transformaciones de gran envergadura: para recibir el mineral y para expedir los productos el pequeño embarcadero de Arnao se queda pequeño por lo que se acondiciona un muelle en el extremo norte de la ría de Avilés que se conecta con la planta a través de un ferrocarril de varios kilómetros; para abastecer la nueva fábrica, la mina de Arnao debe incrementar su producción por lo que debe afrontarse la explotación de la parte más rica del yacimiento, la parte submarina. Para atacar este nuevo frente de explotación se construye un pozo de extracción vertical que se convierte en el primero de Asturias, antecediendo en más de medio siglo lo que será el futuro regional de la minería de la hulla.

La experiencia de Arnao nos sirve para mostrar someramente los inicios del panorama industrial minero en Asturias, en tanto que como hemos dicho fue la Real Compañía la primera en explotar de una manera industrial y capitalista las capas de carbón, pero también para exponer una idea que, por conocida y asumida, no deja de ser fundamental para enmarcar el desarrollo industrial de Asturias en los siglos XIX y XX: el factor de localización que supuso el carbón en función de su consumo metalúrgico y siderúrgico. Ahora bien, el caso de Arnao tiene muchas singularidades dentro del panorama hullero e industrial asturiano y nacional.

En una época en la que los estudios geológicos aún no habían clarificado en alguna medida la compleja disposición de los yacimientos asturianos y dado que la zona de Mieres y Langreo seguía con los mismos problemas de comunicaciones, los afloramientos hulleros de la zona de Arnao auguraban un gran beneficio que encajaba de manera ideal con el proyecto de la compañía belga de crear un complejo industrial trasnacional que, por tanto, debía buscar una localización costera. Pero la realidad era bien diferente. La peculiaridad de los yacimientos hulleros de Arnao viene derivada de la existencia de una falla muy tendida que hace cabalgar el Devónico (calizas, areniscas y pizarras) sobre el Estefaniense, que es el que contiene las capas de carbón. Esto hace que la formación Estefaniense constituya un pequeño afloramiento alargado y paralelo al cabalgamiento que reposa discordante sobre los materiales devónicos (Julivert, 1973: 21). Así, el objeto principal de la mina de Arnao, que era la capa homónima, tiene un borde meridional emergido y fuertemente denudado que fue el que abrió las esperanzas del yacimiento y sobre el que se situaron las explotaciones primitivas, primero mediante de galerías de montaña y luego con pozo vertical de extracción, pero para su continuación había que internarse bajo el mar Cantábrico. Así el pozo de Arnao es el primero que se construye en Asturias para el beneficio de las capas de carbón pero también el primero en explotar capas submarinas adentrándose con planos inclinados y pozos más de quinientos metros sobre la línea de costa.

De este modo, para asegurar una producción propia y constante de carbón con destino a la fábrica de zinc, la Real Compañía tuvo que sentar las bases de un nuevo laboreo industrial de la hulla del que no había antecedentes claros en Asturias. Pero además, como consecuencia de los insuficientes estudios geológicos y de la oportunidad que brindaba una localización costera, se decantó por un yacimiento que pronto acabó demostrando una gran complejidad derivada del contacto entre los filones continentales y marinos y para cuya explotación no existían precedentes tecnológicos que optimizaran el recurso. De hecho, entre las incidencias mineras de Arnao reflejadas en los planos de labores y donde se muestra como la mina se centraba ya desde fines del XIX exclusivamente en la parte submarina, son frecuentes los fuegos (derivados de estancamientos de gases y la imposibilidad de una correcta ventilación) y las filtraciones de agua del mar que en 1915 motivaron el cierre de la mina.

En definitiva, la experiencia de Arnao nace en un largo periodo intermedio que va entre el fracasado proyecto de canalización de Casado de Torres y las soluciones que la carretera a Gijón y el Ferrocarril de Langreo otorgan a la cuenca del Nalón, que hizo decantarse a la Real Compañía por un yacimiento que al final demostró su marginalidad tanto en las condiciones geológicas (contacto marino y continental, falla de Arnao) como en productividad (sólo uno de los años de toda su historia productiva superó las sesenta mil toneladas). Pero en cualquier caso Arnao evidenció que un gran complejo industrial podía nacer en Asturias alrededor del carbón pero, como era el planteamiento de fines del XVIII, éste debía estar a pie del yacimiento principal, en las cuencas de los ríos Nalón y Caudal (véase Figura 2). Sin embargo, la necesidad de comunicar la cuenca del Nalón no era vista en un principio como una base sobre la que crear un proyecto industrial regional sino más bien con la intención de dar salida a los carbones langreanos con destino a diversos puntos de consumo exterior. En esta línea, el antiguo proyecto de Jovellanos de una carretera entre Sama y Gijón consigue retomarse, no sin dificultades, de la mano de uno de los hombres más carismáticos del proceso industrializador asturiano: Alejandro Aguado. Como en el caso de alguno de los inversores españoles en el proyecto de la Real Compañía, Aguado había tenido que exiliarse a Francia donde había fundado una de las empresas financieras más importantes de su tiempo, la casa Aguado, que llegó a realizar empréstitos al gobierno de Fernando VII. Esto le valió el nombramiento como Marqués de las Marismas del Guadalquivir y la posibilidad de volver a España donde fundó la sociedad Aguado, Muriel y Compañía para explotar el carbón de una mina cercana al valle principal de la cuenca del Nalón en Asturias. Es entonces cuando percibe la necesidad de una carretera que comunique Langreo con Gijón para desarrollar convenientemente la industria hullera y, recibiendo como subvención los impuestos sobre la sal y el vino de Asturias durante veinte años además de la posibilidad del cobro de un peaje por la utilización de la vía, inicia las obras que quedaron concluidas en 1842. Pero el proyecto industrial de Aguado iba mucho más allá. Consciente del papel del carbón como factor de localización y de la importancia de las infraestructuras de transporte, registró nuevas minas, fundó una nueva Sociedad, la de Minas de carbón de Siero y Langreo, planteó la construcción de unos altos hornos e incluso una nueva y moderna salida al mar en el Musel, en Gijón. Alejandro Aguado hizo renacer las esperanzas de un nuevo progreso sin fin desde su llegada a Gijón; las mismas que se esfumaron dramáticamente con su fulminante muerte en el banquete de bienvenida e inauguración de la carretera Carbonera en 1842.

Dos años más tarde de la muerte de Aguado se obtenía la concesión para proyectar un ferrocarril carbonero desde Langreo a Gijón que acabará cristalizando en el Ferrocarril de Langreo, un proyecto con fuertes apoyos gubernativos y Reales, que empezará a dar servicio en 1852 llegando a Sama en 1856[3]. El Ferrocarril de Langreo supuso el estímulo definitivo para el aprovechamiento de las reservas hulleras de la cuenca del Nalón abriéndose numerosas minas en sus márgenes y siendo el acicate para la aparición de la siderurgia langreana de la Sociedad Duro y Compañía. A partir de este momento el desarrollo minero e industrial de la cuenca del Nalón empieza a tomar rápidamente forma en mayor medida que la del río Caudal donde, pese a la existencia de prometedores referentes anteriores, la ausencia de vías de comunicación demora el afianzamiento de un proyecto industrial capitalista en torno al yacimiento hasta los años setenta del siglo XIX cuando se construye la línea de los Ferrocarriles del Noroeste entre Lena- Oviedo y Gijón (principio del ferrocarril a Castilla).

Las transformaciones inducidas por esta intensa industrialización en el centro de la región asturiana no se circunscribieron sólo a la aparición puntual de instalaciones mineras, fábricas y ferrocarriles, sino que, como cabía esperar, las repercusiones paisajísticas afectaron a todo el territorio, en aquel entonces predominantemente rural, dando lugar a nuevas realidades. Así, en el caso de las aldeas y caserías dispersas por las laderas que flanquean los valles donde se concentró la industria, los cambios derivados de la proximidad de factorías y minas no incidieron tanto en su morfología como en su función, pasando progresivamente de una economía básicamente agroganadera a otra dependiente de las rentas industriales.

Figura 1: El carbón en Asturias.En la imagen se señalan los siguientes municipios para la cuenca del Narcea: 1) Tineo, 2) Allande, 3) Cangas del Narcea, 4) Ibias, y 5) Degaña; para la cuenca central: 1) Castrillón, 2) Gijón, 3) Llanera, 4) Siero, 5) Oviedo, 6) Bimenes, 7) Langreo, 8) Morcín, 9) San Martín del Rey Aurelio, 10) Riosa, 11) Mieres, 12) Laviana, 13) Sobrescobio, 14) Caso, 15) Quirós, 16) Lena, y 17) Aller.
Dos cuencas fluviales concentran la explotación del carbón en Asturias: por un lado, en el occidente interior, la minería de la antracita del Río Narcea. El tipo de minería de esta cuenca no llega a formar grandes espacios de producción y se limita a pequeñas y medianas explotaciones de montaña que, no obstante, tienen vital importancia económica. Así, la concentración de las explotaciones antraciteras en Cangas del Narcea (3) y, sobre todo, en torno a su capital, Cangas, explica el gran desarrollo urbano de esta villa que ejerce como cabecera de todo el área. Sin embargo, la minería también tiene importancia en los concejos de Tineo, Allande, Ibias y Degaña donde ha hecho irrupción el último estadio de la minería del carbón: las cortas a cielo abierto. La minería del Narcea, aún en manos privadas, tuvo un esplendor muy tardío, posterior a la Guerra Civil, ligado a la necesidad de combustible del periodo autárquico y, luego, a la construcción de la planta termo- generadora de Soto de la Barca que sigue siendo el principal cliente de estas explotaciones. Por otro lado, en el centro de la región, la Cuenca Hullera Central de los ríos Nalón y Caudal. La temprana industrialización que experimentó esta zona por la existencia de la hulla ha dado como resultado un área fuertemente urbanizada cuyo espacio central coincide con los municipios de Langreo (7), San Martín del Rey Aurelio (9) y Mieres (11). No obstante, la continuidad del yacimiento hizo que el desarrollo minero afectara a toda una franja de municipios periféricos de este área central donde destacan los concejos de Siero (4), Laviana (12) y Aller (17). Más allá de esta área, destacan los enclaves de Castrillón (1) y Gijón (2).

En el caso de los núcleos preindustriales de fondo de valle, la topografía más favorable y la proximidad a los establecimientos industriales propiciaron tanto el cambio morfológico como el funcional, al reforzarse su condición de centros administrativos y de servicios. La atracción de población ejercida por estos núcleos fue, sin embargo, muy limitada, ya que la primera industrialización asturiana no trajo consigo un proceso inmediato de urbanización y la función residencial siguió recayendo sobre una densa malla de núcleos rurales. Esta situación era debida a que, hasta la Gran Guerra, la escasa promoción de viviendas en las entidades de fondo de valle estuvo dirigida, fundamentalmente, a las clases más pudientes relegando el contingente obrero a las buhardillas y casas alejadas del naciente centro urbano. De este modo, para la población autóctona, la aldea seguía ofreciendo la raigambre de un medio conocido y la posibilidad de complementar las rentas industriales con el mantenimiento de la explotación agropecuaria familiar. Situación radicalmente diferente era la de los obreros inmigrados, que hubieron de decidir entre la miseria habitacional urbana y semiurbana o los espacios marginales de las aldeas.

Finalmente, el desarrollo industrial dio lugar a la aparición de una pieza residencial totalmente nueva y diferenciada de las anteriores en tanto que su promoción derivaba de la política social de las empresas: el poblado. Por lo general, las compañías, eligieron para la localización de sus promociones de empresa espacios cercanos a las instalaciones productivas y para su emplazamiento los fondos de valle, suponiendo este tipo de actuaciones un fuerte contraste con los núcleos de población preexistentes, debido a su rápida construcción, a las nuevas tipologías edificatorias y la regularidad de su plano.

Este modelo de organización del territorio mantuvo sus características fundamentales hasta fines del siglo pasado, si bien experimentó una evolución tendente a la concentración de la población en los núcleos urbanos de fondo de valle. Las migraciones de corto radio desde las aldeas a los núcleos semiurbanos comienzan a darse de manera continuada tras la Primera Guerra Europea, aunque su mayor intensidad no llegará hasta la década de los cincuenta y sesenta, coincidiendo con las grandes promociones estatales de vivienda en el fondo de los valles de los ríos principales. Pero además, el éxodo campo- ciudad, común al resto del país, se vio atenuado o incluso invertido en las áreas industriales del centro de la región en periodos muy concretos, como la fase expansiva de la hulla durante la Autarquía en los que las aldeas asumieron buena parte de la inmigración que los núcleos de fondo de valle no pudieron absorber.

El espacio minero

El paisaje de una explotación minera es, en gran medida, el resultado de la evolución de las técnicas industriales de explotación de los yacimientos de carbón. El punto de inflexión clave en el proceso de trasformación espacial a que dio lugar la minería de la hulla es el cambio del aprovechamiento de las capas de carbón contenidas en los cordales de las cuencas (la minería de montaña) al beneficio de las existentes a cotas más profundas, por debajo del nivel de los valles (minería vertical). Este segundo estadio de la explotación industrial del carbón, caracterizado por los grandes pozos verticales, es el más decisivo de la historia de la minería de la hulla en Asturias en tanto que es la más dilatada en el tiempo, la que mayores producciones ha generado y la que acentuó decisivamente los modos capitalistas del laboreo del mineral. Como consecuencia de todo ello, las transformaciones en el paisaje tuvieron mucha más envergadura que las que se habían dado hasta entonces tanto en los espacios mineros de producción como en los de residencia. Sin embargo, las distintas soluciones y experiencias hacen que los paisajes mineros, aun teniendo una serie de elementos comunes, posean rasgos muy diferentes y, además, que el patrimonio producto de la actividad sea muy rico y diverso.

La minería de montaña

La minería de montaña señala el inicio de un laboreo organizado y planificado de la hulla, distinguiéndose así de las prácticas anteriores caracterizadas por la explotación superficial de las capas de carbón con métodos y prácticas de escasa productividad, ausencia de seguridad o por la ruina progresiva de los yacimientos a causa de las malas prácticas mineras. De este modo, la minería de montaña es el primer estadio de la explotación del carbón con técnicas industriales y modos capitalistas: el laboreo comenzó a estudiarse y planificarse con cuidado en función de los estudios geológicos, se potenciaron los sistemas de registro de propiedades mediante denuncias o concesiones (aspecto desarrollado por la Ley de Minas de 1844) y se levantaron las primeras grandes infraestructuras de extracción y transporte (ferrocarriles, planos inclinados, lavaderos...).

La nueva técnica minera se organizaba mediante galerías horizontales que se internaban en el macizo a diferentes cotas altimétricas desde el arranque de la ladera donde se localizaba el primer piso de explotación conocido como “primero” o, en ocasiones, como socavón. Este primer piso era el inicio de la mina; desde  su interior se hacía un túnel vertical de varias decenas de metros desde donde se volvía a organizar, de dentro a fuera de la montaña, otra galería horizontal y, así, sucesivamente ascendiendo en altitud. Entre las galerías horizontales de cada piso, siguiendo la dirección de las capas de carbón, se creaban los talleres de arranque del mineral que, por gravedad, descendía hasta la galería inferior desde donde se sacaba al exterior en vagonetas tiradas por mulas (véase Figura 3). A su vez, cuando el mineral salía por pisos situados ya en la pendiente de la montaña era necesario trasportar el carbón mediante pequeños ramales, en un principio también con tracción a sangre y luego ya con locomotoras a vapor, hasta planos inclinados que permitían descender los vagones de carbón hasta el fondo de valle. Sin embargo no todos los pisos de explotación eran iguales. Tal y como se ha explicado, el segundo piso de explotación se hacía desde dentro de la montaña hacia fuera de manera que casi nunca trascendía al exterior excepto por un mero agujero con el que dar salida a los estériles del avance de la galería. De este modo, buena parte de las explotaciones mineras en ladera sólo parecen tener pisos de explotación de número impar (primero, tercero, quinto...) siendo la razón de esto el que los correspondientes a números pares solían ser pisos interiores sin reflejo en el exterior. En cuanto a los pisos que salían al exterior, especialmente el primero, en ocasiones eran destacados con una portada de piedra, ladrillo o ambos, que otorgara mayor consistencia a la estructura, en cuyo caso se denominaba como bocamina[4]. La bocamina es el elemento más característico de la minería de montaña y en torno al cual se organizan el resto de servicios que, de este modo, pasan a ser secundarios o auxiliares: la lampistería (lugar donde se guardan y mantienen las lámparas de iluminación personal), la casa de aseo (edificio destinado a la higiene de los trabajadores), las oficinas... Pero una mina de montaña, como su propio nombre indica, estaba localizada en la ladera de un cordal por lo que la pendiente debía ser suavizada con los estériles que el laboreo del carbón arrojaba al exterior y que permitían el asentamiento de estos edificios en torno a lo que pronto se configuró como la pieza central minera: la plaza.

Figura 2: Mapa de la SMDF identificando sus explotaciones mineras y la calidad de los yacimientos carboníferos, 1908. En este mapa la Duro muestra ya cómo el yacimiento hullero más rico se circunscribe al área central de Asturias, especialmente en las cuencas de los ríos Nalón y Caudal. En torno a esta área el yacimiento prosigue pero con unas calidades más bajas.

Fuente: Ojeda, G. Duro Felguera. Historia de una gran empresa industrial, Oviedo: Grupo Duro Felguera, 2000, p. 88.

Pero la minería de montaña no constituyó un factor de atracción de mano de obra inmigrada ni tampoco invirtió en alguna medida el tradicional poblamiento diseminado que caracterizaba el territorio asturiano debido tanto a las discretas dimensiones de las explotaciones como a su localización en las mismas laderas donde se asentaban las aldeas. Por el contrario, la procedencia de los obreros solía ser de las caserías cercanas a las explotaciones lo que facilitó el mantenimiento de la residencia en los núcleos tradicionales y el sostenimiento de la explotación agroganadera familiar dando lugar a la figura del obrero mixto

Figura 3: El laboreo del carbón.

Fuente: Base tomada de Derbyshire Miners Student´s Association,  1983. Modificada por el autor.

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La minería mediante pozo vertical

El cambio más importante en el paisaje minero se deriva de las transformaciones inducidas por el inicio del aprovechamiento de las capas de mineral contenidas por debajo del nivel del fondo de valle mediante pozos verticales de extracción. La técnica de explotación mediante galerías horizontales que siguen las capas de carbón y entre las que se organizan los talleres de arranque se mantuvo respecto a la minería de montaña, pero ahora la entrada a la mina se realiza por un único punto que concentra toda la actividad: el pozo.

La profundización de pozos de extracción abría nuevas y más rentables posibilidades de aprovechamiento de las capas de carbón en tanto que a cotas inferiores éstas tenían mayor potencia y porque la explotación vertical permitía un desarrollo longitudinal de la infraestructura subterránea que posibilitaba cortar las capas en muchos más puntos, horizontal y verticalmente. Sin embargo, no todas las empresas mineras podían asumir las fuertes inversiones que ello suponía, de modo que el acelerado paso de la minería de montaña a la de pozo supuso el declive de las explotaciones en ladera y la progresiva concentración de la estructura empresarial de la hulla en manos de unas pocas empresas con capacidad suficiente como para afrontar el nuevo estadio espacial de la minería del carbón[6]. Por tanto, la nueva intensificación de los modos capitalistas que se produjo en la minería de la hulla asturiana de la mano de los pozos verticales vino derivada, en principio, de la importante amortización de dinero que la creación de un pozo suponía, pero también porque las grandes empresas que salieron fuertemente reforzadas del proceso (especialmente las siderurgias regionales), consolidaban cada vez más la integración horizontal de sus negocios industriales.

Sobre este aspecto cabe hacer una primera distinción de las diferentes tendencias que se perciben al respecto en función del origen de las empresas implicadas en el proceso:

- Empresas de capital regional y centro de consumo principal dentro de Asturias. Es el caso de las grandes sociedades siderúrgicas del momento, como Fábrica de Mieres o, sobre todo, la Sociedad Metalúrgica Duro Felguera (en adelante Smdf) que inicia la explotación de dos pozos en ese momento, el Fondón en el concejo de Langreo y el Sotón en el de San Martín del Rey Aurelio. En estas empresas industriales el carbón producía beneficios tanto a través de su utilización en la fabricación del hierro o del acero, como de la venta de parte de la producción hullera (en un principio sólo la excedente) a otras compañías.

- Empresas de capital extrarregional y centro de consumo principal dentro de Asturias. Es el caso de la Real Compañía Asturiana de Minas, de capital belga, que había realizado el primer pozo asturiano de extracción en Arnao y que, tras la inviabilidad de la mina a comienzos del siglo veinte, adquiere una sociedad en Langreo llamada Carbones de La Nueva con la que profundiza el pozo San Luis en La Nueva. Una parte del carbón se utilizaba, como en el caso anterior, en distintos procesos dentro de la fábrica de zinc en Arnao, y la restante se enviaba a otros centros del grupo industrial, como los de producción de electricidad, o bien se transfería a su agencia de ventas.

- Empresas de capital extrarregional y centro de consumo principal fuera de Asturias. Aquí pueden distinguirse dos pautas: las empresas que mantuvieron sus explotaciones hulleras de Asturias en niveles muy bajos de desarrollo, incluso sin llegar profundizar pozos verticales, y las que sí desarrollaron y modernizaron su tejido productivo, entre las que destaca el ejemplo del grupo belga Solvay. Esta sociedad tenía su gran fábrica cerca de Torrelavega (Cantabria), mientras las minas que suministraban el carbón necesario para la producción de energía estaban en Lieres (Siero).

Obviamente, aún se puede señalar otro tipo más como es el caso de empresas exclusivamente mineras que vendían el carbón a otras sociedades con capital y centros de consumo regional o extrarregional. Por lo general, se trataba de pequeñas explotaciones, aunque algunas llegaron a tener gran desarrollo espacial y altas producciones, pero siempre con una localización muy determinada por las principales vías de comunicación que posibilitaban la inmediata expedición del mineral hacia el puerto.

En cuanto al paisaje minero, hay que señalar que si las nuevas instalaciones dan como resultado una destacada concentración de la actividad hullera en puntos muy concretos del territorio, ésta se producía por lo general a escasos metros de las antiguas minas de montaña. Esta circunstancia permitía a las empresas seguir explotando las mismas capas, ahora en profundidad, manteniendo un notable nivel de producción de carbón durante el periodo de la construcción del pozo y, además, facilitaba la reorganización del personal entre las minas y el pozo a la par que se permitía un mejor control del cierre y recuperación de diversos materiales de las minas de montaña. De este modo, una vez en plena actividad el pozo vertical, el trasvase definitivo de las plantillas de mineros era más rápido y, en cierta medida, menos traumático[7].

Por razones técnicas evidentes, los pozos debían ser emplazados en lugares con una topografía suave donde también podían desarrollar plenamente todo el espacio de producción que ahora debía concentrar los diversos servicios (aseo, madera, expedición de carbón...) que antes estaban dispersos en los diferentes pisos de explotación en la ladera. De este modo las vegas de los ríos cobraron una nueva importancia para la minería concentrando la gran mayoría de los nuevos espacios de producción y las principales redes de comunicaciones por ferrocarril pero también acusaron con prontitud fuertes transformaciones para adecuarlas a la nueva función industrial. Así, la propia dinámica de la profundización de pozos generaba cantidades ingentes de tierra que fue utilizada para regular la pendiente, para ganar espacio desplazando a los ríos y reduciendo sus cauces o para elevar las instalaciones mineras sobre el entorno de manera que el pozo se convierte inmediatamente en una nueva y gran pieza territorial del paisaje de las cuencas.

El espacio de producción

Para organizar el nuevo espacio minero de vega se toma como referente la pequeña plaza de los pisos de montaña que en esta nueva circunstancia aumenta su tamaño y sustituye la bocamina por el pozo vertical como elemento central. Así, el pozo y el embarque, la estructura que permite el acceso a los ascensores mineros conocidos como jaulas, se convierten en el eje de la plaza minera, en torno al cual se localiza el resto de servicios. Muchos de estos ya existían en las explotaciones de montaña pero como consecuencia de la concentración de la actividad en torno a un único punto, el pozo de entrada a la explotación subterránea, asumen más protagonismo dentro del espacio minero: las casas de aseo y lampisterías, que antes se repartían por los diferentes pisos de explotación, pasaron a concentrarse en un único edificio y los talleres y almacenes debían albergar todos los insumos necesarios para todo el pozo. Pero sobre estos hubo una serie de servicios que se vieron singularizados como consecuencia de la concentración de la actividad minera en un solo punto de acceso a la explotación subterránea: la madera, los servicios administrativos y la tracción mecánica de las cargas por el pozo vertical. Todo ello, unido a una lenta pero determinante incorporación de tecnología a la minería hizo que las nuevas unidades de producción hullera experimentaran rápidos y decisivos cambios en su espacio de producción que significaron una fuerte ruptura con los derivados de la minería de montaña.

a) Nuevos y viejos servicios. Los efectos de la concentración de la actividad en la plaza minera

El paso de la minería de montaña, caracterizada espacialmente por la dispersión de los focos de explotación, a la de pozo vertical, que concentró toda la actividad extractiva en torno a un único punto, conllevó la agrupación de los distintos servicios mineros que antes estaban repartidos en los diferentes pisos de la ladera en una única plaza minera. Como ya adelantábamos, tres de ellos destacan por su importancia para la producción de carbón; dos ya estaban presentes en la minería de montaña y cobran protagonismo por la concentración de la actividad, el servicio de la madera y la gestión del pozo, y el tercero, el albergue de la tracción mecánica principal, aparece como consecuencia de la técnica vertical de explotación.

La madera tuvo una importancia fundamental para la minería en tanto que era el elemento sustentante del interior de los talleres de explotación, el posteo, hasta la introducción masiva de la entibación metálica neumática e hidráulica. En la minería de montaña las necesidades de madera para la entibación de las galerías y talleres de arranque de carbón se solventaban con pequeños depósitos en cada piso; depósitos que pasaron a concentrarse en un solo punto en los pozos mineros lo que generó de manera automática una nueva pieza espacial en las unidades mineras verticales: la plaza de la madera. La plaza de la madera adquirió pronto en los pozos un gran desarrollo que permitía tanto el almacenamiento de los troncos como su recepción y preparación para facilitar su utilización en el interior de la mina. La gestión de la plaza de la madera era una cuestión compleja que trajo no pocos quebraderos a las empresas mineras en tanto que un crecimiento desmedido de su superficie podía poner en entredicho la movilidad por el resto de la plaza del pozo (trabajadores, trenes cargados de carbón y otros en vacío...) y porque un constreñimiento del depósito de la madera podía no resultar funcional para las necesidades del pozo, por lo que siempre se intentó que gozara de cierta autonomía del resto de servicios del pozo. De este modo, la madera solía localizarse en espacios de borde pero cercanos al embarque que facilitara su entrada hacia el interior de la mina. La madera se utilizó en la minería del carbón especialmente en las tareas de entibación pero también en la construcción de los numerosos ramales ferroviarios mineros de manera que para atender una demanda en ascenso fueron desarrollándose diversos sistemas de aprovisionamiento entre proveedores y empresas mineras. No obstante, las compañías carboneras también intentaron alcanzar un cierto grado de autosuficiencia en el asunto que, por lo general, no consiguió los objetivos propuestos pero que significó para las comarcas mineras asturianas la introducción experimental de especies foráneas tales como robinias, pináceas y eucaliptos destinadas tanto a la provisión de madera como a fijar los suelos producto de la acumulación de estériles, las escombreras.

El servicio administrativo u oficina de las instalaciones mineras adquiere mayor importancia en los pozos mineros respecto a las explotaciones de montaña en tanto que cada unidad minera pasó a tener su dependencia al efecto, encargada de la confección de las nóminas, del pago de los salarios y del control de gastos generales. En las explotaciones que constituían la totalidad de una empresa minera determinada, como en el caso de las minas de Carbones de La Nueva o incluso en Arnao, el servicio administrativo ya tenía la entidad suficiente para el desempeño de tales funciones, pero en el de las minas de montaña encuadradas en diferentes grupos, caso de las del Sotón en la Smdf, unas pequeñas dependencias cumplían los deberes más esenciales, llevando el grueso de las labores los servicios centrales de la empresa. Con la profundización, la concentración de la explotación del carbón llevó pareja una descentralización de ciertos servicios adquiriendo cada gran unidad minera plena autonomía para ciertos asuntos como la contratación de personal o el pago de los salarios. Paralelamente, las dependencias administrativas experimentan un aumento para atender a estas cuestiones y para albergar a un creciente número de técnicos (ingenieros, capataces, vigilantes, topógrafos...) que se van incorporando a las explotaciones hulleras y que contribuyen a configurar las oficinas como uno de los espacios destacados de la vida diaria del pozo.

No obstante, y pese a esta nueva importancia del aspecto de gestión de la mina, el servicio administrativo no solía contar en esta época con un edificio propio. De nuevo la caña, el pozo vertical, ejerce una fuerte atracción que concentra las diversas funciones en su entorno más inmediato y la dirección y gestión administrativa de la explotación se instala cerca del embarque o, en ocasiones, dentro incluso del edificio destinado a albergar la nueva y moderna maquinaria y que se conoce como casa de máquinas.

Finalmente, uno de los edificios que adquiere mayor importancia dentro de las nuevas explotaciones mineras es la casa de máquinas, que alberga la maquinaria encargada de efectuar la tracción de las cargas por el pozo vertical. La salida del carbón es el fin principal de una instalación minera, por lo que el elemento exterior más directamente relacionado con esta actividad queda singularizado desde un principio. Así, en las explotaciones mineras de montaña el elemento principal son las bocaminas, que en muchos casos se remarcan con portadas de ladrillo o de cantería en cuya clave se representa el anagrama de la empresa u otros símbolos relacionados con la actividad. De este modo el resto de elementos de la explotación quedan en segundo plano, como en una explotación vertical lo hacen respecto al binomio castillete- casa de máquinas. El castillete, la estructura encargada de localizar en el ángulo y altura adecuados las poleas que soportan los cables de los que penden las jaulas de transporte por la caña del pozo, es el elemento de mayor altura en el pozo y por tanto se convierte en la pieza más destacada del paisaje minero; pero cobra importancia paralelamente a la casa de máquinas en tanto que ésta alberga la máquina que ejerce la tracción de los cables de los que cuelgan las jaulas. Debido a esa predominancia de la labor extractiva frente al resto de servicios, que se convierten en auxiliares, la máquina de tracción pasa a recibir el inequívoco nombre de máquina de extracción, que la diferencia del resto de pequeños motores utilizados en el interior o exterior de la explotación. Pero además, la casa de máquinas da cobijo a buena parte de los avances tecnológicos que se aplican en la mina: las máquinas de extracción evolucionan del vapor a electricidad, se introducen las máquinas generadoras de aire comprimido (compresores) y distintos elementos eléctricos, con lo que progresivamente el edificio adquiere mayor importancia en el plano de la explotación. Esto motiva que la casa de máquinas, frente a las reducidas posibilidades del castillete, se convierta pronto en el elemento donde las empresas intervienen estilísticamente para distinguir un pozo determinado a la manera que las portadas de piedra con el emblema de la compañía hacían lo propio en la minería de montaña. De este modo, las casas de máquinas son realmente los edificios que singularizan un pozo minero dando como resultado extraordinarias construcciones industriales donde se conjugan los mensajes simbólicos de potencia industrial, desarrollo y modernidad con referencias arquitectónicas a los orígenes de la compañía. Así, si bien las distintas casas de máquinas tienen una serie de elementos comunes derivados de su función (grandes ventanales para la iluminación, pulcritud en su mantenimiento o el gran porte y solidez del edificio) cada empresa trató de emplear diferentes planteamientos tanto en su diseño como en su organización con lo que se deriva, además, una mayor importancia y diversidad para el patrimonio industrial minero, puesto que la casa de máquinas señala mejor que cualquier otro edificio el estilo propio de cada empresa. De este modo, en la casa de máquinas del pozo San Luis en La Nueva se utilizaron materiales como el zinc que la conectan directamente con la Rcam de la que Carbones de La Nueva era filial; en el pozo Sotón el referente a su casa de máquinas hay que buscarlo en alguno de los edificios de la fábrica siderúrgica de La Felguera, también de la Smdf, mientras que en el pozo de Solvay en Lieres el referente es el estilo de las grandes naves que la empresa construía en la fábrica de Torrelavega, inspiradas, a su vez, en edificios belgas. Por todo ello el castillete, como palanca de acceso al interior, y la casa de máquinas, como elemento que gestiona la mina a través de la máquina de extracción, se convierten en el binomio que organiza la pieza central del pozo en torno a la entrada de la explotación.

En cuanto al resto de servicios, la casa de aseo y la lampistería, exigen para su localización un espacio cercano al pozo vertical, pero tardan en adquirir una entidad suficiente como para ser albergados en un edificio específico. Hasta entonces, compartirán espacio con almacenes o, incluso, con la casa de máquinas. En el caso de los talleres y de la sierra de la madera estos servicios eran localizados en espacios de borde de la plaza y, mediante vías de ferrocarril, comunicados con la boca del pozo.

b) La innovación tecnológica como inductora de cambios en el espacio de producción.

El paso de la minería de montaña a la de pozo vertical no supuso grandes cambios en el modelo de organización de los espacios de producción, que siguieron ordenándose en torno a una plaza que concentraba todos los servicios y cuya centralidad recaía en el acceso al interior de la explotación: la bocamina en las minas de las laderas y el pozo en las explotaciones verticales. Es, en definitiva, una organización espacial que el momento de las profundizaciones resolvió los problemas de vertebración entre los distintos elementos mineros sobre la base de la organización de las explotaciones mineras de montaña, pero debido a su excesiva especialización imposibilitó su evolución y condujo a su colapso y posterior reorganización. Para entender este interesante proceso hay que acudir a la tendencia histórica de la minería de la hulla asturiana de suplir mediante un incremento del factor trabajo sus carencias en la aplicación de capital. Esta circunstancia, que lógicamente conlleva muchos de los problemas estructurales que presenta el subsector, motivó que en el plano espacial el aumento del factor trabajo no tuviera consecuencias directas e inmediatas sobre la plaza minera pero sí que, por el contrario, el más mínimo crecimiento del factor capital a través de inversiones en bienes de equipo generara pronto desequilibrios en el modelo de organización en los espacios de producción que motivaron notables cambios. En cuanto al factor trabajo, esto se debió a la secular dejadez de las empresas mineras en la atención de los servicios básicos de sus trabajadores, manteniendo los espacios de aseo o de las lámparas en sus dimensiones originales pese al constante crecimiento de las plantillas. Por otro lado, en cuanto al factor capital, la rapidez de construcción de los grupos mineros verticales y la comodidad de mantener la dependencia funcional de los servicios auxiliares con una localización inmediata al embarque dio como resultado el macizado de este espacio central de manera que se dificultaba la introducción de nuevos avances tecnológicos. De este modo, cuando en las dos fases expansivas más importantes de la minería de la hulla en Asturias, 1914-1917 (Primera Guerra Mundial) y década de los cincuenta (autarquía española), coincide el crecimiento del factor trabajo con introducciones de capital a través de maquinaria, se produce un aumento de la producción carbonera pero también el colapso de la plaza minera tal y como se venía entendiendo. No obstante, las medidas no se hicieron esperar.

Las empresas con más recursos, especialmente aquellas con una sólida integración vertical como las grandes minero- metalúrgicas regionales, encontraron en el diseño de las estructuras productivas con nuevos planteamientos la solución a buena parte de los problemas, siendo un caso paradigmático de esto la Smdf. La Duro se encontró pronto con que el primero de sus grandes pozos mineros, el Fondón (en el concejo de Langreo), tenía problemas de congestión en su área central por lo que cuando profundiza un nuevo pozo, el Sotón (en el concejo de San Martín del Rey Aurelio), planifica su desarrollo en función de liberar espacio en la plaza: ocupa la parte central de la vega principal del río Nalón desplazando su cauce para disponer de suelo suficiente; realiza dos pozos paralelos (uno principal y otro auxiliar) que quedan envueltos en altura por una estructura metálica que genera un nuevo nivel en el que se alojarán las labores de selección de los carbones y su cargado al ferrocarril; el lavado del carbón y la plaza de la madera se alejan de la boca del pozo centenares de metros (en direcciones opuestas) comunicándose por una densa playa de vías.

Otras compañías optan por definir áreas distintas para los distintos servicios de una explotación minera en función de sus requerimientos de espacio, lo que les permite adaptarse a las condiciones topográficas del terreno y, restringiendo los desplazamientos por el pozo, dividir funcionalmente la plaza minera. Buen ejemplo de esto es el caso de la empresa belga Solvay que con la profundización de su primer pozo en Lieres (concejo de Siero) y aprovechando un fuerte desnivel rompe con la plaza tradicional generando dos ámbitos muy definidos topográfica y funcionalmente: por un lado el superior, destinado en su fachada principal a la gestión de la mina y, en una posición zaguera, a la producción de carbón con el pozo vertical; el inferior, destinado a las labores de la madera y el cargado a los convoyes ferroviarios; y entre ambos, aprovechando el desnivel del terreno, los edificios de selección y lavado del mineral.

Finalmente, un tercer tipo de empresas mineras que introducen cambios en su espacio de producción como consecuencia del macizado de la plaza original son las que optan por introducir leves cambios, sobre todo construyendo un gran edificio que aloje la principal maquinaria, y saltan los límites de la explotación llevando diferentes piezas mineras al resto del territorio. Un caso singular de esto es sin dudas el pozo San Luis, de Carbones de La Nueva, en Langreo. En San Luis las condiciones físicas impuestas por la topografía que generaban una estrecha vega hicieron que el pozo se reservara para la producción de carbón y algunos edificios destinados a la gestión de la mina, a la higiene de los trabajadores y la lampistería. El resto de servicios, aquellos con unas grandes demandas de suelo (parque de madera y el lavadero de carbón) o que podían dar como resultado una congestión de la pequeña plaza (cocheras de ferrocarril, grupo termogenerador y almacenes varios) salen fuera del espacio de producción propiamente dicho y se disponen bien en el núcleo urbano bien en línea a lo largo del valle.

Tras la máquina de extracción el siguiente peldaño en la reorganización de las plazas mineras como consecuencia de la incapacidad de éstas para integrar fácilmente en su plano los avances tecnológicos, viene de la mano de los grupos generadores de aire comprimido, los compresores. El origen de la demanda de aire comprimido en las explotaciones hulleras está en los martillos neumáticos empleados para picar el carbón, conocidos en Asturias desde 1908 y no generalizados hasta después de la guerra civil, desde donde se extendieron a todo tipo de maquinaria en tanto que, como es sabido, el metano desprendido de las capas de hulla (grisú) impide la utilización de motores de explosión en el interior de la mina. Los compresores son unas máquinas complejas, de gran tamaño, que demandan un mantenimiento cuidadoso y que deben estar cercanos a la boca del pozo por donde deben suministrar el aire comprimido (el “viento” en el lenguaje minero, para distinguirlo del circuito general de ventilación) a todos los lugares de la mina. Así, sus requerimientos son muy similares a los de las máquinas de extracción por lo que la opción más usual fue el albergarlos dentro de la casa de máquinas que pasa a adquirir un gran tamaño e importancia al concentrarse en ella la maquinaria más importante de la explotación. Sin embargo, ni el proceso fue inmediato ni todos los pozos estaban preparados para este cambio, de modo que la generalización de los compresores supuso transformaciones de gran importancia que van desde el crecimiento de la pieza central (casa de máquinas- castillete) al nacimiento de nuevos edificios para albergarlos por lo que en muchas explotaciones mineras se intentó hacerlo coincidir con la sustitución de la autogeneración de energía eléctrica por el suministro de fluido a través de las nacientes compañías eléctricas del área central asturiana.

Pero la difusión de los compresores en la minería de la hulla asturiana, además de la importancia en la organización espacial de las explotaciones y de las distintas soluciones adoptadas para su ubicación, nos introduce en otra cuestión si cabe más trascendental pero también escasamente estudiada como es la modernización del equipo productivo a mediados del siglo XX. Como ya se ha visto, la máquina de extracción fue la aplicación del factor capital más importante en la minería de la hulla hasta la llegada de la maquinaria de aire comprimido. Sin embargo se trata de dos procesos radicalmente diferentes. El primero de ellos era una exigencia primordial ya que sin la máquina de extracción no podía existir la minería mediante pozo vertical, pero en cuanto a los compresores el asunto toma un nuevo cariz. Su introducción definitiva se produce en la década de los cincuenta, coincidiendo con el inicio de una etapa más aperturista de la dictadura franquista, que se caracteriza en lo económico por los acuerdos hispanoamericanos de 1953, precedidos por distintas líneas crediticias desde 1949, y el Plan de Nueva Ordenación Económica, conocido como Plan de Estabilización, de 1959[8]. La extensa bibliografía referida al Plan de Estabilización no entra, sin embargo, en grandes detalles respecto a las líneas crediticias de fines de los cuarenta y comienzos de los cincuenta, conocidas genéricamente bajo el nombre de la “ayuda americana”, pese a que parece admitido que, cuando menos, permitió una modernización parcial de los equipos productivos (García Delgado, 1987: 174) o que coadyuvó en el incremento de la renta nacional que se produce en la década de los cincuenta (Tusell, 1975: 432). Así, las discusiones historiográficas se han centrado en la cuantificación, por otra parte no aclarada de forma definitiva, de la ayuda (en torno a 1.200 millones de dólares), en el encaje de las líneas crediticias y de los acuerdos en la situación política del régimen (supeditación a Estados Unidos)o en las condiciones de la misma (exclusivamente dedicada a la compra de materias primas y maquinaria americana); sin embargo, pese a todas estas cuestiones, queda por desgranar la llegada de la ayuda, su naturaleza y su importancia en las distintas empresas[9].

En la minería del carbón y en las empresas siderúrgicas, tan íntimamente relacionadas, se perciben todas estas cuestiones relativas a la importancia de las ayudas americanas en la mejora de los espacios de producción. Por ejemplo, la memoria de la Smdf de 1952 da cuenta de la recepción de un crédito del Eximbank para “la importación de elementos esenciales que no se construyen destinados a incrementar la producción de cok y carbón”[10]. Además, tras décadas de ausencia de inversiones en los pozos, los obsoletos equipos de generación de aire comprimido, incorporados muy escasamente en las explotaciones mineras a fines de la década de los diez, empiezan a ser sustituidos de una manera tan generalizada y con tanta similitud de procedencia que no puede sino entenderse en el marco de estas ayudas: Solvay Lieres (1949), Sotón (1953), San Luis (1949- 1953). Pero además de los compresores, comenzaron a llegar todo tipo de repuestos mineros y novedosas mampostas metálicas de entibación (hasta entonces en Asturias sólo se utilizaba la madera como entibación) que supusieron todo un descubrimiento de las nuevas posibilidades que se abrían a la explotación del carbón más allá de las medidas proteccionistas. Otro hecho singular de la ayuda americana es que para el correcto seguimiento de la ayuda por parte de los técnicos de la embajada norteamericana toda la maquinaria importada con arreglo a estas líneas crediticias debía ser identificada con una chapa en la que bajo las banderas española y americana se entrelazaban dos manos y el mensaje “Usa. La nación amiga”[11]. Así, dejando a un lado el dirigismo y la clara intencionalidad geopolítica o incluso su discrecionalidad, las ayudas y créditos de 1949- 1953, significan para la minería de la hulla un último intento de modernizar el obsoleto equipo productivo en manos privadas[12]. Son, por tanto, un punto intermedio entre las políticas autárquicas de fomento de la industria (herederas de las medidas que venían dándose periódicamente desde fines del siglo XIX) y el anunciado declive definitivo de la minería de la hulla ante el crecimiento de las importaciones de carbón y petróleo de los años sesenta que acabará desembocando en el traspaso de las minas al Estado.

El espacio de residencia

La generalización de la minería subterránea mediante pozo vertical y la consiguiente concentración de la actividad en puntos muy concretos del fondo de valle, indujo también a cambios en la organización de la residencia de los trabajadores. Así como apuntábamos que la minería de montaña, debido a la dispersión de los centros de trabajo, no había estimulado una gran evolución del poblamiento desde las formas más tradicionales, los grandes pozos actuaron como verdaderos motores de la urbanización de las vegas. En efecto,  la secular desigual aplicación del factor trabajo sobre el capital en las minas asturianas se tradujo en una creciente demanda de mano de obra que como ha señalado Maurín Álvarez (1985: 44) ya no podía ser reclutada en exclusividad en las aldeas y pequeños núcleos cercanos al yacimiento por lo que hubo que fomentar la demanda en áreas deprimidas o, directamente, fuera de la región. Una llegada de obreros que, en términos generales, fomentará el desarrollo urbano de las villas del fondo de valle si bien esto no debe ser matizado.La llegada de trabajadores, siempre dependiente de las fases expansivas de la industria hullera, da como resultado cambios importantes en el territorio como consecuencia de las necesidades de alojamiento principalmente. Si por un lado pueden distinguirse dos grandes periodos en lo que se refiere a la problemática de la inmigración (falta de mano de obra y crecimiento limitado hasta el fin de la Gran Guerra en Europa; y el crecimiento explosivo de la población trabajadora durante la autarquía), las actuaciones también pueden resumirse en dos líneas: la empresarial y la estatal.

La llamada de alerta sobre la falta de mano de obra para las minas es una constante a fines del siglo XIX. El ingeniero de minas Francisco Gascúe, en su célebre colección de artículos mineros compilados en 1888, expone cómo en las cuencas hulleras asturianas no se podían alcanzar mayores producciones carboneras debido a dos razones: la falta de consumo interior y la falta de obreros (Gascúe, 1888:105). La primera de ellas, la estrechez de la demanda interna, hacía que la producción hullera tuviera que ser expedida fuera de la cuenca incrementándose los costos por la precariedad de los transportes. Es cierto que la instalación de sendas siderurgias en las cuencas del Nalón (Duro y Compañía) y del Caudal (Fábrica de Mieres) hizo aumentar el consumo interno y que éste se estabilizara, y también que la construcción de las líneas ferroviarias de Langreo, del Noroeste y la del Vasco- Asturiano mejoraron la competencia de los transportes, pero Gascúe no se refiere sólo a esto. Lo que él plantea, como lo hará con renovadas fuerzas otro ingeniero como Luis Adaro poco más tarde, es la creación de un verdadero tejido industrial en las cuencas en torno al carbón. En efecto, los proyectos ferroviarios habían posibilitado una aceptable conexión de alta capacidad con los puertos de embarque pero en la práctica estaban funcionando al servicio de un sistema industrial que se estaba desarrollando fuera de las fronteras regionales en el que Asturias corría el riesgo de especializarse en la obtención de las materias primas energéticas mientras que otras áreas, el País Vasco principalmente, caminaban en la adecuada línea de su transformación final. Y para invertir esta tendencia, según Gascúe y Adaro, se necesitaba racionalizar la estructura de la propiedad minera, caracterizada por un excesivo minifundismo, mejorar la conexión de los grupos hullerros, incentivar su mecanización, asociar siderurgia y minería y buscar nuevos destinos a la producción hullera excedente. En cuanto a la segunda de las razones que exponía Francisco Gascúe para explicar la dificultad del aumento de la producción hullera asturiana, la falta de obreros, señala que la explicación está en los bajos salarios que motivan que una familia no pueda mantenerse sin contar con la explotación agropecuaria familiar. De este modo los salarios, lejos de constituir un aliciente para el asentamiento de mano de obra foránea, mantenían la tradicional emigración de la población hacia Madrid o América. Pero también el mismo autor apunta que de darse la deseada inmigración, las cuencas no tenían capacidad para albergar esa población procedente de áreas deprimidas y, por tanto, notablemente empobrecida. En efecto, tal y como señala Maurín Álvarez para el caso de Laciana en León, el territorio de recepción, en este caso las cuencas mineras centrales asturianas, no tenía infraestructuras adecuadas para el alojamiento y la manutención de esa masa de inmigrantes, ni negociantes en condiciones de ofertar tales requerimientos ni, en suma, disponían los obreros de solvencia aunque la oferta se hubiera producido (Maurín Álvarez, 1985: 44-45). De este modo, cuando empezaron a llegar nuevos brazos a las minas el único alojamiento posible para una gran parte de los recién llegados fue la chabola de la periferia urbana y, en mayor medida, de la zona rural (Fernández García, 1982: 256).

Para este periodo las principales actuaciones en materia de vivienda de los trabajadores vienen de mano de las empresas, distinguiéndose entre aquellas que se inhiben prácticamente del problema, caso de la Duro Felguera pese a los continuos lamentos por falta de mano de obra, y las que ponen en marcha distintas políticas sociales al respecto como Solvay y, de manera más amplia englobando también a los trabajadores de la planta metalúrgica, la Real Compañía Asturiana de Minas. Las tipologías de albergue obrero utilizadas son el cuartel y la vivienda unifamiliar aislada o adosada. El cuartel minero ha sido denominado como un alojamiento colectivo y económico, con una configuración volumétrica a la manera de un prisma alargado, con más de una planta edificada y cubierta a dos aguas (Álvarez Quintana, 1986: 89). En los ejemplos más antiguos, como en Arnao donde se conserva uno de ellos, el acceso a los pisos altos se realizaba por medio de un corredor colectivo que, posteriormente, fue dando paso a una escalera interior como la de los cuarteles de Solvay en Lieres. En la cuenca del Nalón, salvo excepciones puntuales, y tan tardías como la barriada de Uría (años cincuenta del Veinte) en las inmediaciones del pozo San Luis en La Nueva, el cuartel adopta esta segunda modalidad más evolucionada caracterizada por la presencia de una escalera interior que da acceso a los pisos altos (Felgueroso Durán, 1991: 24). La casa unifamiliar aislada o adosada fue otro de los ejemplos más extendidos del alojamiento obrero llegando en ocasiones a denominárseles también como cuarteles cuando formaban un conjunto planificado, por lo general resultante de la promoción empresarial. El caso más interesante de vivienda unifamiliar de empresa lo constituye el de la Real Compañía en Arnao donde aparecen varias tipologías sobre el modelo de casa adosada, destacando la recreación de la casa típica asturiana de la zona (dos alturas con corredor en la superior que no sobresale en planta). En otras ocasiones, que coinciden con una menor implicación empresarial en el problema de la vivienda, la casa unifamiliar responde a auto- promociones de los propios trabajadores que han de elegir  para su emplazamiento los lugares menos aptos para la función residencial, aquellos escasos terrenos del fondo de valle no ocupados por la industria y con menor precio del suelo como márgenes de carreteras, de vías de ferrocarril, cuando no las mismas laderas.

Otro tipo de vivienda son los edificios de pisos que, en un principio, estaban destinados a acoger la amplia categoría socioprofesional denominada como cuadros medios (administrativos, jefes de taller, vigilantes o maquinistas). Destacan en esta categoría el barrio de Urquijo y el Jardín de Santa Ana tanto por el extraordinario tratamiento estético, producto de la intervención del arquitecto Rodríguez Bustelo en su diseño, como por la superficie de la vivienda (ochenta metros cuadrados) y los servicios con que estaban dotadas (agua corriente, luz). Urquijo en La Felguera y el Jardín en El Entrego (San Martín del Rey Aurelio) formaban, junto con el barrio de la Nalona, el programa más brillante de la Smdf en materia de vivienda obrera. De ellos, el barrio de La Nalona, el más netamente obrero y minero de todos al estar cerca del yacimiento del Fondón, no pudo ser concluido hasta varios años después ya con iniciativa estatal (Felgueroso Durán, 1991:34). De hecho, y a diferencia de empresas como Solvay o la Real Compañía, esta circunstancia del intento de construcción de un barrio obrero minero es, prácticamente, la única intervención de la Smdf en la cuestión.

En cualquier caso, la mayor intervención en materia de vivienda se produce de la mano del Estado con la construcción de los grandes polígonos de vivienda obrera, conocidos como barriadas, que vienen a paliar la inhibición de las empresas en el problema de la residencia obrera. Estos grupos obreros, herederos en buena medida de las casas baratas de comienzos del Veinte, alcanzan un gran desarrollo tras la guerra civil convirtiéndose en un excelente instrumento de propaganda en manos del gobierno franquista, si cabe en mayor medida de lo que habían sido en manos de las empresas. En efecto el régimen se propone hacia la opinión pública, de la mano de la vivienda obrera y a través del Instituto Nacional de la Vivienda (INV), de la Obra Sindical del Hogar (OSH) o de los patronatos Francisco Franco y José Antonio, como una válvula correctora y protectora entre las empresas y sus trabajadores con indudables réditos políticos, sociales y, cómo no, de control de las empresas pero ello no puede hacer que se dejen de lado otro tipo de consideraciones, si se quiere más prosaicas, pero cuyos efectos se dejaron sentir rápidamente en las zonas donde la vivienda era un auténtico problema. Efectivamente, la minería de la hulla asturiana conoce durante el periodo autárquico una fase expansiva favorecida por el descenso de las importaciones, por la asignación de cupos de producción a las distintas empresas demandantes de hulla y, en definitiva, gracias a un mercado interior reservado al carbón nacional. Esta situación alentó la llegada de una nueva y mayor oleada de inmigración sin recursos que llega a unas cuencas mineras donde la oferta residencial sigue siendo escasa, con similares problemas de infravivienda y hacinamiento que los mencionados para los años veinte, pero agravados ahora por la miseria generalizada de la posguerra española. Así, los polígonos de promoción oficial de los años cuarenta y cincuenta suponen un alivio para esta situación pero tienen también otras consecuencias de índole urbanística. Su emplazamiento en el fondo de valle supone por un lado la desviación más llamativa respecto a los planes de ensanche que trazados en los años veinte para las villas industriales no habían podido desarrollarse por la falta de capacidad económica de la población obrera; pero, por otro lado, las barriadas señalan el punto de inflexión en la ocupación de estos ensanches de manera que tras ellas irán llegando las promociones privadas de la década de los sesenta, ya en un contexto económico y normativo bien diferente[13].

Finalmente, los polígonos estatales de vivienda tuvieron un efecto más en las comarcas industriales y mineras asturianas como es su indudable relación con el éxodo campo- ciudad que, a una escala local, se produce en estas zonas. Realmente la inexistencia de una oferta residencial en los núcleos de fondo de valle, los más cercanos a los pozos mineros, hizo que una gran parte de la población inmigrada se dirigiera hacia las aldeas preindustriales de las laderas donde aún residían buena parte de los obreros autóctonos. La relativa cercanía a los centros de trabajo y la posibilidad de mantenimiento de una explotación agropecuaria familiar que sirviera de complemento a las rentas industriales (y de resistencia durante los conflictos laborales) había supuesto que la aldea siguiera cumpliendo una importante y arraigada función residencial que con la inmigración de los años cuarenta y cincuenta se intensifica hasta el punto de que construcciones auxiliares del ciclo agroganadero (hórreos, establos, heniles) sean habilitados como vivienda. Así, la construcción de los polígonos de vivienda en el fondo de valle significó la práctica erradicación de esta situación, pero también arrastró consigo un primer contingente local hacia el espacio urbano señalando de este modo la primera bajada de la población autóctona desde las aldeas y el inicio de su definitiva proletarización.

La clasificación de los espacios mineros

Como se ha visto, las explotaciones mineras asturianas del carbón de hulla se componen de un espacio de producción y un espacio de residencia. Igualmente, cada uno de estos espacios tiene una serie de elementos comunes e incluso unas características semejantes. Ahora bien, ¿significa esto que el paisaje resultante de la actividad hullera es siempre uniforme y, por tanto, que nos encontramos ante un único tipo plenamente homogéneo?. Desde luego que no. Las empresas que actuaron en el negocio minero fueron muy diferentes entre sí, tanto como los distintos territorios donde se asentaron y ello ha derivado en que, tras esos rasgos comunes, existan desemejanzas aún mayores. Las similitudes se refieren a la mezcla característica que estos espacios tienen de los usos industriales y residenciales, pero también a la existencia de una serie de elementos comunes tanto a los espacios de producción como de residencia. Así, en los espacios de producción hullera mediante pozo vertical de extracción, el castillete es un referente para todas las explotaciones. En los espacios de residencia, los parecidos entre los distintos paisajes mineros derivan de soluciones semejantes para el albergue de una población obrera que hasta los años setenta del siglo pasado no dejó de incrementarse. Las desemejanzas nacen, por un lado, de la desigual intensidad de la actividad minera en la región, mayor en las vegas de los ríos principales de la Cuenca Hullera Central, y, por otro lado, de las distintas políticas de empresa a la hora de organizar el espacio de producción y de ejercer el control sobre el resto del territorio. Así que las similitudes son sólo aparentes: las estructuras mineras no han sido construidas en serie y, por tanto, tienen singularidades que no deben pasar desapercibidas; los estilos constructivos y los planos de organización varían de un lugar a otro y los poblados de empresa, como los barrios de promoción oficial, no son en absoluto idénticos. De este modo, en función de su localización y de las diferentes políticas de empresa a la hora de organizar sus áreas de producción y de residencia pueden establecerse cuatro modelos de espacio minero de la hulla en Asturias:

- Espacio minero de valle central: aparece localizado en el centro de Asturias, en las cuencas mineras del Nalón y del Caudal. Los espacios de producción, los pozos, se abren en las vegas de los dos ríos principales, ocupando los terrenos más aptos topográficamente, y explotan los paquetes de carbón más importantes. Este modelo constituye el tipo más numeroso, el que cuenta con más instalaciones mineras (algunas aún hoy en día en actividad) y, por tanto, el que ha arrojado el mayor porcentaje de hulla extraída en Asturias. Aquí, antes de la constitución de la empresa estatal Hulleras del Norte S.A (Hunosa), creada en 1967 para hacerse cargo de las principales compañías hulleras, explotaban el yacimiento numerosas empresas mineras entre las que sobresalía una en cada valle: las minero siderúrgicas de Duro Felguera y Fábrica de Mieres. Por tanto, en estos valles centrales al lado de la diversidad de empresas se observa una diversificación de actividades: son los espacios mineros por excelencia, nacidos de la revolución industrial, en los que la fuerza de la mina y de la siderurgia hace que cuaje tempranamente el fenómeno urbano. Las explotaciones hulleras actúan pues como verdadero motor de lo urbano aunque las empresas propietarias centren su principal atención en los aspectos productivos (instalaciones mineras y fabriles, infraestructuras...) y descuiden, en términos relativos, la intervención en la vivienda y los servicios para los trabajadores. El urbanismo y la urbanización se dejan en manos de la iniciativa oficial, de la Administración.

El pozo Sotón, construido por la Smdf a fines de la segunda década del siglo veinte y hoy integrado en Hunosa, es un excelente ejemplo de todo esto y por ello se convierte en el paradigma del modelo de espacio minero de valle central. El Sotón se encuentra en la cuenca del río Nalón, de cuya vega ocupa un importante tramo en el concejo de San Martín del Rey Aurelio. La empresa centró sus esfuerzos en crear un gran espacio de producción muy funcional y de indudable calidad técnica y arquitectónica sin escatimar inversiones, al menos hasta mediado el siglo XX, para la incorporación progresiva de modernas tecnologías. Pero más allá de sus instalaciones la Duro renunció en buena medida al control directo del territorio circundante al desentenderse de una política social de empresa que dotara de vivienda a sus trabajadores. No obstante, hubo dos aspectos que retuvo bajo su vigilancia, como fueron la educación y el aprovisionamiento de productos básicos: las escuelas y los economatos. Duro Felguera era entonces la mayor empresa minero metalúrgica asturiana, siendo el centro de su actividad la fábrica siderúrgica de La Felguera. Desde este punto, el ferrocarril interno de la compañía conectaba las diferentes instalaciones que, además de la fábrica, comprendían una planta de productos refractarios, diversos talleres y almacenes, lavaderos y parques centrales de carbón, una pequeña cementera y dos plantas termogeneradoras. Esta diversificación tuvo una especial incidencia en el caso del concejo de Langreo, pero las actividades de la empresa llegaban también hasta el vecino concejo de San Martín, reservado por la misma a la producción de carbón. Aquí, la presencia de varias instalaciones mineras de la Duro en torno a El Entrego (explotaciones mineras, talleres, almacenes, sierra, lavadero, parque de carbones y una central térmica directamente ligada a la empresa) y la existencia de otras explotaciones hulleras en manos de diversas compañías autónomas, justifica de sobra la extensión del fenómeno urbano sobre la vega del Nalón. Esta creación de ciudad, según una planta propuesta por el Ayuntamiento, se intensificó en la posguerra con una gran presencia de promociones de iniciativa pública a fines de los años cuarenta y los cincuenta, lo que permitió el asentamiento de mano de obra inmigrada y el cambio definitivo de las aldeas por los núcleos urbanos como principal lugar de residencia. Pero además, el pozo Sotón es el único que mantiene su actividad en San Martín, concejo que llegó a tener en funcionamiento al mismo tiempo hasta seis explotaciones verticales de las ocho que se encuentran en sus límites. Este hecho, unido a la larga trayectoria histórica del pozo, hace que se convierta en un referente  de significado indiscutible para observar la influencia de una gran instalación minera en la organización territorial y en el paisaje. El Sotón, por último, representa mucho mejor que otros pozos la secuencia de los cambios técnicos a los largo del siglo veinte lo que le confiere un destacado valor patrimonial tanto bajo el punto de vista arquitectónico como por el valor de la maquinaria que conserva en funcionamiento.

- Espacio minero central de los valles secundarios o laterales. Como breves ramificaciones de los espacios anteriores, se abren lateralmente los valles de diversos afluentes del Nalón y del Caudal, como el Candín y el Samuño en Langreo, el Carrocera en San Martín o como el Turón y el San Juan en Mieres. La continuidad de los yacimientos de carbón en estas áreas dio como resultado la pronta aparición de la minería que, paralelamente al proceso de los valles centrales, se desarrolló con las explotaciones verticales mediante pozo. En estos valles laterales, la escasez de suelo llano no facilitó el asentamiento ni de numerosas empresas mineras ni de industrias transformadoras, de manera que presentan una escasa diversificación productiva y una gran dependencia del laboreo del carbón. Pero además la pequeña vega de estos ríos secundarios obligó a que las piezas mineras se desarrollaran en línea desde los pozos hasta la desembocadura de los ríos, siguiendo las líneas de comunicación y el propio cauce fluvial. En este modelo la presencia de la empresa en la organización del territorio es mayor debido a las características del espacio de producción impuestas por la escasez de suelo llano y a que estas compañías desarrollaron programas de empresa que incluían acción social como, ante todo, la construcción de viviendas para sus trabajadores. Sin embargo, el bajo nivel de diversificación y la dependencia total de la actividad minera dio como resultado que el espacio de residencia no acabara cuajando en ciudad, en sentido estricto, componiendo barriadas entre núcleos rurales: una suerte de mestizaje entre lo rural y lo urbano, en dependencia siempre de las ciudades de la vega principal.

El pozo San Luis, construido en los años veinte por la empresa Carbones de La Nueva y hoy, aunque cerrado, propiedad de Hunosa, es un inmejorable ejemplo donde observar las características del modelo de espacio minero central de los valles laterales. El San Luis se abre sobre la estrecha vega del río Samuño, afluente del Nalón en el concejo de Langreo. La pieza principal del espacio de producción, el pozo, se sitúa en La Nueva; pero el resto de instalaciones (socavón Emilia, plaza de la madera o el lavadero e instalaciones de subproductos del carbón) se van encadenando en línea gracias al ferrocarril desde la explotación minera hasta la misma apertura del valle del Samuño al del Nalón en Ciaño. Además, Carbones de La Nueva fue determinante en la organización del espacio de residencia en tanto que participó en la promoción directa de vivienda para sus trabajadores, lo que dio lugar a la construcción del poblado de La Nueva en cuya plaza central se ubicaron algunas instalaciones de la empresa (central eléctrica) y los equipamientos básicos para los trabajadores (economato, asistencia sanitaria...). El hecho de que Carbones de La Nueva fuera una empresa filial de la Real Compañía Asturiana de Minas, de capital belga y dedicada principalmente a la metalurgia del zinc en Arnao, dio como resultado unas instalaciones de producción muy singulares, entre las que destaca la casa de máquinas del pozo. Sin embargo, el alto valor patrimonial del pozo de Carbones de La Nueva, no se limita sólo a su casa de máquinas sino que, como consecuencia de su desfase tecnológico cuando fue trasferido a Hunosa en 1968, y de la decisión de abandonar la explotación manteniendo las instalaciones como auxiliares del vecino pozo Samuño, mantiene in situ maquinaria de extraordinario valor para la historia industrial de la minería: el castillete conserva la estructura original de perfiles de hierro roblonado y la fantástica máquina de extracción aún está en perfecto estado. Este extraordinario valor patrimonial le confiere al pozo un significado paisajístico excepcional que en estos últimos años se viene utilizando como icono de la minería asturiana del carbón en la proyección cultural y turística.

- Espacio minero periférico o de borde. Este modelo se encuentra localizado en el borde de la Cuenca Hullera Central, en valles estrechos y adyacentes a los anteriores, y se caracteriza porque las empresas monopolizan el poder local y, por tanto, la organización territorial. Para ello, junto con un cuidado espacio de producción, las empresas pudieron desarrollar una amplia política social de tipo paternalista a través de la cual ejercían una estrecha vigilancia del obrero más allá del ámbito laboral: vivienda, abastecimiento, educación, sanidad, ocio y cultura. De este modo, el poblado de empresa se convierte en un adecuado instrumento donde continuar el control del personal obrero que, de esta forma puede hacerse extensivo a toda la familia. Así que en este tipo de organización territorial existe una estrecha relación entre el espacio de producción y el de residencia. La compañía minera carece de competencia: no hay intervención municipal ni en la producción de suelo para los usos empresariales, ni para organizar la distribución de equipamientos o servicios a los trabajadores; tampoco actúan otras empresas del ramo minero (como ocurría en el espacio de los valles laterales) que disputen el yacimiento y su superficie a la empresa previamente establecida. Nadie le discute su poder que sale del ámbito productivo o económico para incrustarse en el social y en el político administrativo.

Dos enclaves destacan en Asturias con estas características: uno en el eje Aller-Ujo, en el límite meridional de la cuenca minera del Caudal, bajo control de la Hullera Española; y otro en Lieres, levantado por el grupo Solvay en el borde septentrional de la Cuenca Hullera Central.

Mucho más desconocido que el ejemplo de la Hullera Española y su célebre poblado de Bustiello, objeto de numerosos estudios, Solvay- Lieres tiene la virtud de reunir en un mismo valle todas las piezas del paisaje minero (pozo, lavadero, poblados, ferrocarril...) lo que le confiere una mayor singularidad y pureza que hace que posea uno de los patrimonios industriales más ricos y diversos de la industrialización asturiana. En Lieres, la empresa belga Solvay compró, ahora hace cien años, unos cotos hulleros para abastecer de combustible la nueva factoría que construía en Torrelavega (Cantabria). Comenzó así a ejecutarse un complejo programa empresarial que tuvo dos ámbitos de actuación muy definidos: el espacio de producción y el de residencia. En el primero, las instalaciones heredadas se actualizaron mediante la construcción de dos pozos verticales de extracción y todos los servicios vinculados al laboreo del carbón. Este crecimiento de la explotación se organizó mediante la definición de dos plazas: una reservada a la gestión y a la producción, y otra dedicada a la selección y lavado del carbón, a su expedición por vía ferroviaria y a la madera de entibación. Por otro lado, el hecho de que la sede central del grupo Solvay estuviera en Bélgica, uno de los países europeos de mayor tradición minera y desde donde se dictaban buena parte de las decisiones de la mina asturiana, tuvo dos efectos directos sobre la modernización del pozo y los consiguientes impactos paisajísticos: la construcción de un castillete de hormigón armado, muy utilizado en Francia y Bélgica pero que es el único de la minería regional; y la instalación de la primera máquina de extracción de polea Koepe, un sistema que acabó generalizándose en Asturias treinta años después de su aplicación en Lieres.

En cuanto al ámbito de la residencia, en Solvay- Lieres la empresa proyectó desde un primer momento la construcción de viviendas para sus trabajadores. Estos proyectos acabaron generando uno de los poblados de empresa más singulares de la región debido a la clara influencia de los modelos centroeuropeos en su arquitectura, lo que significó la aparición de nuevas plantas y alzados, es decir, nuevos paisajes, en el territorio minero de Asturias. Pero la obra de Solvay no se limitó a la construcción de viviendas, sino que se desarrolló en un amplio programa social que comprendía escuelas, iglesia, hospital, economato y un majestuoso casino- cine. A través de estos equipamientos, Solvay ejercía su poder en la organización del territorio, controlaba la alimentación, la salud, el ocio de sus trabajadores y, sobre todo, inducía la educación de sus futuros empleados. Sin embargo, el monopolio de la empresa a la hora de organizar el territorio y la escasa diversidad del modelo, impidieron que estas formas adquirieran un verdadero sentido urbano, quedando integrados los poblados de Solvay en Lieres, con sus huertos y jardines y el esponjamiento de la edificación, en un área de rasgos marcadamente rurales.

- Espacio minero ultraperiférico o exterior. Más allá de la periferia de la Cuenca Hullera Central asturiana la minería del carbón también tuvo una presencia notable en la organización del territorio y en el desarrollo económico de determinados enclaves. De hecho, como hemos visto, fue en una de estas zonas, en Arnao (concejo de Castrillón), donde la minería tomó más prontamente unas características y unos modos de producción netamente industriales y capitalistas. Esta circunstancia, el que en Arnao se inicie el beneficio de la hulla con unas técnicas y unos planteamientos empresariales que adelantan lo que va a ser el desenvolvimiento regional de la industria hullera, es ya de por sí una razón con el suficiente peso como para que se le preste un análisis específico. Pero es que además, Arnao reúne de manera particular las características que definen el modelo de espacio minero ultraperiférico, al que también responde un enclave tan conocido como el de La Camocha, en Gijón.

Los espacios mineros ultraperiféricos asturianos se abren sobre yacimientos litorales y, por tanto, en un medio con unas condiciones topográficas muy diferentes a las de la Cuenca Hullera Central. Además, en este modelo, la cercanía a una ciudad portuaria introduce un factor de diversificación que también se intensifica con la propia naturaleza de las empresas, pero que, en cualquier caso, no impide su aislamiento respecto del resto del territorio. Desde estas características generales, cada una de las áreas industriales mineras de Gijón y Castrillón, evolucionó de forma distinta: Arnao, por su carácter pionero dentro de la industrialización asturiana, acentuó el aislamiento a partir de la diversificación productiva con la metalurgia del zinc y desarrollando una política social que reforzó el control empresarial en la organización del territorio. La Camocha, un siglo después, es un enclave exclusivamente minero en el que las principales actuaciones en materia de vivienda provienen ya de las iniciativas oficiales, y donde la cercana ciudad de Gijón tiene una influencia decisiva y concentra los servicios y equipamientos de los que el entorno de la mina carece. Así, Arnao reúne conjuntamente la singularidad de un temprano proceso industrializador y las características de un modelo de espacio minero ultraperiférico vinculado a la producción de zinc. En Arnao, la intensa presencia de la empresa en el territorio como consecuencia del aislamiento físico y de la diversificación productiva llevada a cabo por la compañía, se fundamentó en la propiedad del suelo del yacimiento y de toda la banda costera que lo separaba del puerto de Avilés. Este era el espacio de su “feudo” del que dispuso sin cortapisas de los poderes públicos.

El resultado es un espacio industrial muy singular, nacido en torno a la primera mina de carbón asturiana explotada con técnicas modernas y desarrollado a partir de la metalurgia del zinc, cuya importancia para el patrimonio industrial es muy alta. Del conjunto de mina y fábrica destacan elementos como el castillete minero, las naves y maquinaria de la fábrica, además de un completo espacio de residencia de empresa convertido en uno de los poblados más interesantes de producción industrial tanto por la diversidad de las formas y funciones, como por su integración en un área rural costera al predominar la tipología de la arquitectura popular asturiana en la mayoría de las viviendas obreras.

Figura 4: Localización en Asturias de los modelos de espacio minero propuestos.

Conclusiones

A lo largo de los epígrafes anteriores hemos intentado mostrar cómo los paisajes mineros de la hulla en Asturias, aun teniendo unas características comunes, son muy diferentes entre sí y cómo éstos diferentes espacios poseen un patrimonio industrial de enorme interés. Un patrimonio industrial que no puede centrarse ni medirse únicamente por el valor estético de unos edificios que, en la mayoría de los casos, actúan como meros contenedores, más o menos bellos, de un auténtico tesoro tecnológico que no puede convertirse en chatarra.

En cuanto a las similitudes, éstas se refieren a la mezcla característica que estos espacios mineros tienen de los usos industriales y residenciales, pero también a la existencia de una serie de elementos comunes tanto a los espacios de producción como de residencia. Así, en los espacios de producción hullera mediante pozo vertical de extracción, el castillete es un referente para todas las explotaciones. En cuanto a los espacios de residencia, los parecidos entre los distintos paisajes mineros derivan de soluciones semejantes para el albergue de una población obrera que hasta los años setenta del siglo pasado no dejó de incrementarse.

Como consecuencia de todo ello, los paisajes mineros tienen una apariencia similar que, sin embargo, encierra grandes diferencias. Estas desemejanzas nacen, por un lado, de la desigual intensidad de la actividad minera en la región, mayor en las vegas de los ríos principales de la Cuenca Hullera Central, y, por otro lado, de las distintas políticas de empresa a la hora de organizar el espacio de producción y de ejercer el control sobre el resto del territorio a través de realizaciones sociales como vivienda, ocio, educación, abastecimiento... Así que las similitudes son sólo aparentes: las estructuras mineras no han sido construidas en serie y, por tanto, tienen singularidades que no deben pasar desapercibidas; los estilos constructivos y los planos de organización varían de un lugar a otro y los poblados de empresa, como los barrios de promoción oficial, no son en absoluto idénticos. Por ello, en función de estas razones, los espacios mineros asturianos resultantes de la actividad extractiva de la hulla mediante pozo vertical, pueden ser agrupados en cuatro modelos: El espacio minero de valle central, localizado en los valles de los dos ríos principales de la Cuenca Hullera Central, el Nalón y el Caudal; el espacio minero central de los valles secundarios o laterales, que aparece en los valles de los afluentes de los ríos principales como en el del Samuño o el Turón; el espacio minero periférico o de borde, que se desarrolla en los límites septentrional y meridional de la Cuenca Hullera Central como Solvay- Lieres y la Hullera Española en el bajo Aller; y el espacio minero ultraperiférico o exterior, que se localiza sobre yacimientos litorales, destacando el valle de Arnao en Castrillón y La Camocha en Gijón.

Notas

* Este artículo parte de la tesis doctoral del autor, defendida en el Departamento de Geografía de la Universidad de Oviedo en septiembre de 2004.

[1] En realidad, si bien es cierto que es el Reino Unido el primero que fija su atención investigadora en los restos de la industrialización, no lo es menos que todo el proceso de difusión y concienciación acerca de estos restos como parte imprescindible para comprender la actividad humana en el territorio tiene varios jalones comenzando por la creación del eco museo industrial Iron Bridge Gorge en Inglaterra en 1968, el centro de archivos históricos del museo alemán de la mina de Bochum en la República Federal Alemana en 1969, la rehabilitación en ese mismo años del Grand Hornu luego convertido en eco museo, el de Le Creusot en 1973 en Francia, el centro de documentación e investigación en Arqueología Industrial de Milán en 1976 y un largo etcétera en el que se debe remarcar la creación en 1978 del TICCIH (The International Committee for the Conservation of Industrial Heritage). Respecto a los llamados padres de la arqueología industrial debe citarse como principales obras de Hudson, K.  Industrial Archaeology, (1963); Archeologists´guide, (1971); A guide to the industrial archaeology of Europe, (1971); World industrial archaeology, (1979). Respecto a Buchanan, A. cabe citar Industrial Archaeology in Britain. Finalmente, debe señalarse que con la apertura del Iron Bridge Gorge, el primer eco museo relacionado con la historia industrial, se inicia la primera publicación periódica sobre el tema, el Journal of Industrial Archaeology, pudiendo citarse sobre este museo el libro de Clarck, C. Iron Bridge Gorge, (1993).

[2] Una interesante revisión de la economía en la época fernandina y los distintos modelos de capitalismo que se van fraguando en la minería durante la década ominosa de su reinado, puede consultarse en Chastagnaret, G. La construcción de una imagen reaccionaria: la política minera de la década ominosa en el espejo liberal, Ayer, 2001, vol. 41, p. 119- 140.

[3] El ferrocarril de Langreo se convirtió así en la cuarta línea española y la tercera de las peninsulares, tras La Habana- El Bejucal, Barcelona- Mataró y Madrid- Aranjuez. El Langreo, a diferencia de las líneas antes mencionadas, fue construido en ancho internacional (1.435 mm.) lo que ha motivado su sistemática exclusión de buena parte de los estudios sobre el desarrollo del ferrocarril en España, más centrados en el ancho ibérico (1.676 mm.). En 1972, siendo la Compañía del Langreo la empresa ferrocarrilera en activo más antigua de las existentes en España, sus concesiones son traspasadas a FEVE que diez años más tarde unifica su ancho con el resto de sus vías métricas. Sobre el ferrocarril de Langreo véase: Flores Suárez, J.M. La Compañía del Ferrocarril de Langreo en Asturias. Estaciones e infraestructuras (1846- 1972), Ediciones Trea, 2004.

[4] En ocasiones, las bocaminas podían ser denominadas de distintas maneras: nombres propios (fundamentalmente de mujer como Isabel o Emilia, en Carbones de La Nueva); nombres de los paquetes carboníferos sobre los que se asentaba la explotación (como la Generala, en las minas de montaña del Sotón, del paquete Generalas); de las capas que explotaba (como las Sallosas, también en las minas de montaña del Sotón); topónimos (Miguelinas, en las minas de montaña de Carbones de La Nueva, o Arnao en las minas de la Rcam en Castrillón) o incluso nombres que hacían referencia a la evolución cronológica de la mina (Sotón antiguo, bocamina Nueva...). Otras veces, sólo se las llamaba según el piso de explotación: socavón, primero, bocamina del tercero...

[5] El obrero mixto, aquel que combinaba el trabajo en la mina con las labores campesinas, fue objeto de numerosas críticas por parte de las empresas mineras. La razón derivaba de que el obrero mixto en estado puro, el de los primeros momentos de la explotación capitalista del carbón, entendía como trabajo principal el campo y la mina como una innovación en cuanto a los trabajos temporales de complemento de las rentas que el campesinado solía hacer en los periodos vacíos de labores agrarias. Esto parecía causar a las empresas grandes perjuicios ya que podían encontrarse periódicamente con una falta de mano de obra que hiciera peligrar la producción de carbón. En cualquier caso, tampoco las empresas pusieron pronto en marcha fórmulas para atajar el problema, manteniendo  las contratas temporales de cuadrillas organizadas de mineros, salarios muy bajos y condiciones muy duras de trabajo. El cambio hacia los pozos verticales conllevó un crecimiento notable de la población urbana, especialmente con población inmigrada, cuya única renta era la industrial- minera, pero también la creación de plantillas más consolidadas y estables, lo que unido a la coetánea fase expansiva de la hulla durante la Gran Guerra europea y el consiguiente crecimiento de los salarios, fue eliminando progresivamente el obrero mixto del panorama minero asturiano.

[6] La profundización de pozos verticales arraigó primero en el valle del Nalón debido a la mayor antigüedad de las explotaciones mineras de montaña. Así, al comienzo de la Guerra Civil Española existían catorce pozos en el Nalón mientras que en el Caudal sólo funcionaba uno, el Santa Bárbara, en el valle de Turón (Estadística Minera y Metalúrgica de España, 1940: 286-287).

[7] Pese a que la bibliografía no ha tratado el tema en ningún modo, las entrevistas con antiguos trabajadores que desempeñaron su labor en minas de montaña antes de incorporarse a pozos verticales siempre ponen de manifiesto la brusquedad del cambio y la tardanza en acostumbrarse al nuevo medio. Se expone así, que las minas de montaña permitían una salida más sencilla para el almuerzo y descanso en el exterior o la mayor sensación de libertad frente a la opresión de sentirse a varios centenares de metros de profundidad y el ahogo de la jaula. Aún en fechas tan tardías como 1946, las memorias de la Sociedad Metalúrgica Duro Felguera exponen “la resistencia de los obreros a decidirse a trabajar en el interior de las minas”. En cualquier caso, también debe tenerse en cuenta la tradicional dificultad de la población obrera minera para adaptarse al cambio, de lo que es un buen ejemplo el rechazo inicial a los martillos neumáticos o a las medidas de seguridad como el casco.

[8]Como es sabido, el llamado Plan de Estabilización no se corresponde en realidad con ningún documento específico. Las líneas maestras están contenidas en el memorando que el Gobierno envió en 1959 al Fondo Monetario Internacional (Fmi) y a la Organización Europea de Cooperación Económica (Oece) (desde 1960 Organización para la Cooperación y el desarrollo Económico Ocde). Tras la aprobación por estas instituciones de la ayuda financiera para su puesta en marcha (Sanz Menéndez, 1997: 129), se aprobó el Decreto- Ley 10/1959, de 21 de julio, de nueva ordenación económica, publicado en el Boletín Oficial del Estado de 22 de julio de ese año. Sobre el Plan de Estabilización la bibliografía es muy extensa: consúltese, por ejemplo, para aclarar de manera sencilla algunas cuestiones básicas Martín Aceña, P.; Comín, F. Ini. 50 años de industrialización en España, Madrid: Espasa Calpe, 1991, p. 118..

[9] De manera muy sucinta, sobre las ayudas y su cuantía, véase García Delgado, 1987; Nadal,  J.; Carreras, A. (coord.). Pautas regionales de la industrialización española. SXIX y XX, Barcelona: Ariel- Historia, 1990; Tamames Gómez, R. Introducción a la economía española, Madrid: Alianza Editorial, 1972; ó Tusell, 1975. Para una visión de las ayudas desde la perspectiva de los logros del régimen, pero con mayor detalle que las anteriores, véase De la Cierva, R.: Historia del franquismo, Barcelona: Planeta, 1978. Finalmente, para una perspectiva de las ayudas dentro de la coyuntura política internacional e interna, véase Portero, F. Franco aislado: la cuestión española (1945- 1950), Madrid: Aguilar, 1989; ó Viñas Martín, A. Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos: bases, ayuda económica, recortes de soberanía, Barcelona: Grijalbo, 1981.

[10] Exinbank es la contracción del Export Import Bank que, junto con el Chase Mahattan eran las dos bancas con las que negociaba el Presidente del Banco Español de Crédito la recepción de las primeras ayudas mencionadas (De la Cierva, 1978: 80- 83). La Duro, además, utilizó la ayuda americana de los Cincuenta para iniciar, incluso, la construcción de nuevos pozos mineros: “el pozo Venturo se construyó utilizando parte de los 723.000 dólares del crédito americano adjudicado a la Smdf en 1953” (Minería y Metalurgia, 1953: 63).

[11] En el texto de los acuerdos, que puede leerse en su integridad en García Nieto, M.C; Donézar, J. La España de Franco 1939- 1975, Madrid: Guadiana de publicaciones, 1975. p. 333- 353, se recoge la preocupación americana porque los bienes y servicios, así como la financiación, se emplearan para el fomento y desarrollo de la industria, la competencia y la productividad de las empresas sin marginaciones conducentes a crear situaciones de monopolio.

[12] España, además del interés económico, tenía otro de mayor importancia para el Régimen de Franco: el respaldo diplomático exterior. Un respaldo diplomático que el Departamento de Estado norteamericano había condicionado a la transformación política, lo que había motivado la exclusión de España del Plan Marshall. No obstante, esta cuestión era causa de fricción entre el Departamento de Estado y el Pentágono, más interesado en observar la oportunidad geoestratégica de Franco frente a la Unión Soviética. Este conflicto de intereses se fue solucionando con el visto bueno del Departamento de Estado americano a conceder créditos comerciales a través de entidades privadas (Chase National Bank, City Bank...), pero nunca públicas, a empresas españolas lo que, en parte, se mantuvo en el aspecto comercial de los acuerdos de 1953. Para estas cuestiones, véase Portero, 1989: 348 y ss. Viñas, 1981: 49 y ss.

[13] Indudablemente no puede señalarse que el proceso de ocupación definitivo de los ensanches en las principales villas de las cuencas mineras venga precedido siempre por la promoción pública de vivienda. A este respecto Fernández García (1982), demuestra cómo en la capital del concejo de Langreo, Sama, la política municipal y los precios del suelo expulsaron las barriadas fuera de los ensanches y del casco urbano. No obstante, también apunta similitudes concretas con el proceso comentado aquí en relación con algunas promociones de casas baratas en el ensanche de 1921 en Sama; viviendas que, muy mermadas en número, aún persisten entre los altos bloques de los años sesenta y setenta.

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Ficha bibliográfica:
SUÁREZ, F. La organización de los espacios mineros de la hulla en Asturias.
Geo Crítica / Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de diciembre de 2005, vol. IX, núm. 203. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-203.htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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