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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. X, núm. 218 (58), 1 de agosto de 2006 

EL MAPA DEL NORTE DE MARRUECOS A ESCALA 1:500.000
Y LA CONFERENCIA DE ALGECIRAS DE 1906

Luis Urteaga

Departamento de Geografía Humana.
Universidad de Barcelona



 
El mapa del norte de Marruecos a escala 1:500.000 y la Conferencia de Algeciras de 1906 (Resumen)
La publicación del Mapa de la parte Norte de Marruecos a escala 1:500.000 tiene un significado especial dentro de la cartografía colonial española. Se trata del primer documento cartográfico relativo a Marruecos editado por el Depósito de la Guerra, y marca un punto de inflexión en la práctica cartográfica seguida hasta entonces por esta institución: de la absoluta reserva respecto a los mapas del Magreb se pasó a la máxima publicidad. Se estudia el proceso de formación de este mapa, y se analiza su lugar dentro de la cartografía militar española.

Palabras clave: Historia de la cartografía; cartografía colonial; Marruecos; Conferencia de Algeciras


 
The North Morocco’s map at a scale 1:500.000 and the Algeciras Conference of 1906 (Abstract)
The publication of the North Morocco’s map at a scale 1:500.000 has a special meaning within the Spanish colonial cartography. It was the first cartographic document devoted to Morocco to be published by the War Office, and marked the start of a new stage on the War Office mapmaking practice: from the secrecy to the maximum publicity. This paper will examine the compilation of the aforementioned map, and discuss his place within the Spanish military cartography.

Key words: History of cartography; Colonial cartography; Morocco; Algeciras Conference.



 

Los mapas tienen un poder retórico singular: permiten decir cosas que los políticos –y los diplomáticos- no quieren hacer públicas directamente. Al propio tiempo, sin embargo, guardan celosamente silencios y secretos (Harley, 2001). El Mapa de la parte Norte de Marruecos participa de esta dualidad. Impreso a finales de 1905, su simple exhibición pública en Algeciras actuó como heraldo de las pretensiones coloniales españolas. Y ello antes de que la entidad colonial (el Protectorado de España en Marruecos) fuese proclamada en la arena internacional, y bastante antes de que adquiriese su forma territorial completa. Simultáneamente, los mapas sirvieron para moldear el modo en que los colonizadores pudieron imaginar sus dominios, y los colonizados visualizar nuevas realidades geográficas (Anderson, 2003).

¿Cómo se formó el citado mapa? ¿se derivó de levantamientos sobre el terreno, o se compiló empleando fuentes diversas? ¿cuáles fueron realmente esas fuentes? ¿por qué se hizo, y por qué se publicó? Tales son las preguntas que pretende responder este trabajo, que forma parte de un proyecto de investigación cuyo objeto es analizar la cartografía española dedicada a Marruecos (cf. Nadal, Urteaga y Muro, 2001; Urteaga, Nadal y Muro, 2003; Urteaga, Nadal y Muro, 2004; Urteaga, 2006).

La formación y distribución del mapa del norte de Marruecos a escala 1:500.000 tiene un especial significado dentro de la cartografía colonial española. Se trata del primer documento cartográfico relativo a Marruecos que vio la luz. Tras su publicación, el Depósito de la Guerra inició una fase de difusión de fondos cartográficos relativos al Magreb que hasta entonces se habían considerado reservados. Este trabajo se divide en cuatro partes. La primera describe el juego de alianzas geopolíticas que, a comienzos del siglo XX, forzaron a un cambio en la política española respecto a Marruecos. El Mapa de la parte Norte de Marruecos documenta gráficamente este cambio; la segunda parte analiza el proceso de su levantamiento e identifica a sus artífices. En la tercera se describe con brevedad la negociación diplomática que condujo al reparto de Marruecos en dos áreas de influencia que serían dominadas respectivamente por Francia y España. La última sección da cuenta de la transformación del mapa en emblema del nuevo proyecto colonial.
 

España en la telaraña del colonialismo

Tras su derrota frente a los Estados Unidos de América, en 1898, España se había visto apeada de su vieja condición de potencia imperial. Sin embargo, el país siguió enredado en la telaraña del colonialismo. Las expediciones realizadas al golfo de Guinea durante el último cuarto del siglo XIX, y los negocios emprendidos por algunas compañías comerciales establecidas en la zona, habían derivado en extensas reclamaciones territoriales sobre la región de río Muni. La irreflexiva proclamación, en 1884, de un protectorado sobre las costas del Sahara, había creado la expectativa de establecer una colonia en África occidental. A su vez, una incesante propaganda neocolonial, mantenía viva la quimera de una fácil penetración en el Imperio de Marruecos.

Una línea tradicional de interpretación histórica, que a menudo se reproduce en la literatura geográfica, sugiere que, tras la crisis finisecular, el gobierno español buscó activamente en África una compensación a la pérdida de las posesiones de Ultramar. Un nuevo imperio en África vendría a ser, desde esta perspectiva, un bálsamo para restañar las heridas internas y un medio para restaurar el prestigio internacional perdido. Esta interpretación, sin embargo, subestima notablemente el impacto del Desastre de 1898.

Las guerras de Cuba y Filipinas provocaron un enorme daño humano, económico y moral. La flota de guerra quedó casi completamente aniquilada. El ejército sufrió más de 60.000 bajas, la mayoría efecto de las enfermedades. Los militares salieron traumatizados tras la derrota y desacreditados ante la opinión pública. Su primera preocupación, más que nuevas aventuras, debió ser la de reorganizar las fuerzas armadas y dar alguna salida a un numeroso contingente de licenciados forzosos. La debilidad mostrada en el terreno militar creó una aguda sensación de inseguridad en el plano estratégico. Durante el curso de la guerra, la diplomacia española no logró romper el aislamiento internacional de España. Gran Bretaña prestó un discreto apoyo a los Estados Unidos, y países considerados otrora aliados, como Austria o Francia, se mantuvieron al margen del conflicto. En un contexto de agudas tensiones internacionales, de reforzamiento del imperialismo y de alianzas muy volátiles, resulta difícil de creer que los gobernantes españoles estuviesen dispuestos a lanzarse a nuevas empresas en África.

Estudios recientes en el campo de las relaciones internacionales [1] sugieren más bien la explicación contraria. Si España se vio progresivamente implicada en el avispero marroquí fue mas una consecuencia de su debilidad estratégica que el resultado de un propósito imperial deliberado. Uno de los efectos más claros de la crisis de 1898 fue la pérdida de iniciativa de España en el terreno internacional. A partir de entonces los responsables de la diplomacia española debieron ir a remolque de las potencias europeas, actuando como acólitos de sus intereses. En el caso de Marruecos, en concreto, España debió actuar como un socio subordinado de Gran Bretaña y Francia.

El papel de España en el nuevo sistema de relaciones internacionales que se forjó a comienzos del siglo XX estuvo unido al resultado de la vieja rivalidad imperial entre Gran Bretaña y Francia. Tras haber logrado el control de Egipto, los británicos trataron de establecer un eje norte-sur en África que iba desde El Cairo hasta Ciudad de El Cabo. Francia, por su parte, ambicionaba construir un eje este-oeste, que debía ir de Mauritania hasta el mar Rojo [2] . El choque entre ambas estrategias imperiales se produjo en 1898, sobre territorio sudanés, al sur de Egipto. Francia vivió su pequeño “desastre del 98” en Fachoda (Sudán). Confrontados a la amenaza de una guerra frontal con Gran Bretaña, los franceses se vieron obligados a abandonar Sudán, y cualquier tentación de interferir los planes británicos en la zona del mar Rojo. En las negociaciones subsiguientes entre ambas potencias, Francia adoptó un enfoque mucho más realista. Así lo describe un experto en la historia del colonialismo:

“Tras Fachoda se creó un nuevo consenso en la política francesa en África. En adelante, la principal ambición colonialista ya no consistirá en reconquistar la influencia francesa en Egipto, sino en unir los territorios franceses en África Occidental y Central. En este planteamiento, Egipto ya no desempeñaba un papel relevante, pero Marruecos sí. Así se originaron nuevas posibilidades para el trueque y, por tanto, nuevas oportunidades para la diplomacia” [3] .

En concreto, Francia se vio progresivamente forzada a dirigir sus intereses coloniales hacia el Magreb y África ecuatorial, dejando manos libres a Gran Bretaña en el este y el sur del continente. Pese a eventuales altibajos, las relaciones franco-británicas fueron estrechándose hasta concluir en la “Entente Cordial” de 1904. Dentro de este reparto de esferas de influencia, la diplomacia francesa acometió a partir de 1900 una serie de negociaciones que pretendían consolidar la posición de Francia sobre un enorme arco que comprendía desde Túnez hasta Gabón. Dentro de ese arco quedaban comprendidas las reivindicaciones territoriales de España en el golfo de Guinea y en el Sahara occidental.

Las aspiraciones neocoloniales españolas fueron, en cierto modo, la primera víctima de esta reordenación de la política francesa. Tras unas rápidas negociaciones conducidas por Théophile Delcassé, ministro francés de Negocios Extranjeros, y Fernando León y Castillo, embajador de España en París, el gobierno español aceptó la firma de un tratado, el 27 de junio de 1900, en que se demarcaban las colonias españolas en África occidental. El convenio hispano-francés confirmaba las posesiones españolas del Sahara y Guinea (aunque sensiblemente disminuidas), otorgaba una cierta garantía estratégica a la defensa de las islas Canarias, y, sobre todo, suponía para España salir del aislamiento internacional en una coyuntura muy difícil [4] .

El tratado de 1900 constituyó la antesala de una compleja negociación bilateral respecto a Marruecos. En este caso, sin embargo, el acuerdo resultará mucho más difícil. Francia, que ya poseía Argelia y Túnez, pretendía extender su influencia hacia el Magreb occidental haciéndose con el control del territorio marroquí al sur de la depresión de Taza. Para atraer al gobierno español hacia su posición, la diplomacia francesa ofreció en negociaciones secretas un reparto de Marruecos en el que a España se le asignaba la zona septentrional del Imperio, al norte del río Sebú, incluyendo las ciudades de Fez, Taza y Uazzan [5] . Francia, por su parte, se reservaba el corazón del Imperio, desde el río Sebú hasta Agadir.

Las citadas negociaciones, mantenidas en 1901 y 1902, no llegaron a buen puerto. El gobierno español, consciente de su debilidad en la arena internacional, no se atrevió a dar el paso de pactar el reparto de Marruecos sin la aquiescencia de Gran Bretaña. Era lo lógico. Londres no hubiera aceptado ningún acuerdo que pusiera en peligro la seguridad del estrecho de Gibraltar, o que lesionase sus propios intereses comerciales en Marruecos. Es muy posible, por otra parte, que Francia pensase exactamente lo mismo. Al tiempo que mercadeaba secretamente con España, la diplomacia francesa mantenía un canal de negociación abierto con los británicos. Un diplomático, Alfonso de la Serna, ha sugerido recientemente que en aquél episodio, España fue utilizada meramente como un “instrumento pasivo” [6] .

Sea como fuere, los verdaderos protagonistas en el reparto de Marruecos iban a ser Francia y Gran Bretaña. Los contactos diplomáticos entre Londres y París acabaron desembocando en la Declaración anglo-francesa del 8 de abril de 1904, que puso fin a veinte años de competencia colonial, y sentó las bases para la distribución de zonas de influencia al sur del Mediterráneo. El citado acuerdo apuntaba directamente a Marruecos y Egipto, e indirectamente a España. En su virtud, Francia obtuvo libertad de acción en el Magreb, y Gran Bretaña otro tanto en Egipto. La declaración garantizaba el principio de libertad comercial en los citados países africanos y consagraba la libre navegación por el Canal de Suez y por el estrecho de Gibraltar. A tal efecto, Francia y Gran Bretaña convenían “en no permitir que se levantasen fortificaciones u obras estratégicas cualesquiera en la parte de la costa marroquí, comprendida entre Melilla y las alturas que dominan la orilla derecha del Sebú” [7] . En el mismo convenio se exponía que ambas potencias, “inspirándose en sus sentimientos de sincera amistad con España, toman en especial consideración los intereses que este país deriva de su posición geográfica y de sus posesiones territoriales en la costa marroquí del Mediterráneo”. A tal efecto, se acordaba que el gobierno francés debía concertarse con el gobierno de España, comunicando puntualmente al gobierno británico las condiciones de un eventual acuerdo.

El pacto franco-británico de 1904 tenía una serie de cláusulas secretas, una de ellas se refiere explícitamente a los intereses españoles. Reza así: “Ambos gobiernos convienen en que una cierta extensión de territorio marroquí adyacente a Melilla, Ceuta y demás presidios, debe caer dentro de la esfera de influencia española el día en que el Sultán deje de ejercer sobre ellas su autoridad, y que la administración desde la costa de Melilla hasta las alturas de la orilla derecha del Sebú debe confiarse exclusivamente a España”. Sin embargo, para ello España debía dar previamente su adhesión formal a las disposiciones del acuerdo anglo-francés, y comprometerse, además, “a no enajenar todo o parte de los territorios colocados bajo su autoridad o en su esfera de influencia”.

En suma, en la primavera de 1904 España fue invitada a participar en un subsistema imperial de alianzas, cuya parte rectora eran Francia y Gran Bretaña. Francia, a su vez, se encargaba de fijar el subreparto de Marruecos con España. La propia debilidad de España constituía una buena garantía tanto para británicos como para franceses. La presencia española en el norte de Marruecos aportaba un freno potencial al expansionismo francés en el Magreb. Al propio tiempo, aseguraba que ninguna de las dos potencias controlase directamente el lado africano del estrecho de Gibraltar.
 

El mapa del norte de Marruecos

 
Hasta el año 1904 la política oficial de España respecto a Marruecos había sido el mantenimiento del statu quo, y por tanto, la defensa teórica de la unidad y soberanía del Imperio alauí. Sin embargo, tal política había sido compatible con un sostenido esfuerzo de información sobre la realidad territorial de Marruecos. En 1882 el Depósito de la Guerra había enviado a Marruecos una comisión de cartógrafos del Estado Mayor, con la misión de levantar cartas itinerarias y topográficas y formar los planos de las ciudades del Imperio. La citada Comisión de Marruecos trabajó discreta y eficazmente: en dos décadas de actividad logró concluir la formación de los planos de las principales ciudades marroquíes (Urteaga, Nadal y Muro, 2004), y efectuó el levantamiento topográfico del sector nordoccidental del Imperio a escala 1:50.000 (Urteaga, 2006). El área cartografiada a la citada escala, que comprende desde la desembocadura del río Lau al curso bajo del Sebú, resulta reveladora (ver figura 1). Los cartógrafos españoles trabajaron exclusivamente sobre el gran arco litoral del noroeste del Imperio, siguiendo un orden geográfico de norte a sur en la ejecución de los levantamientos. Las operaciones se limitaron a las regiones de Anyera y el Garb, sin extenderse, en ningún caso, hacia la región montañosa del Rif. Los mapas producto de estos levantamientos a gran escala se mantuvieron manuscritos y secretos en los archivos del Depósito de la Guerra en Madrid.
Figura 1
Levantamientos topográficos a escala 1:50.000 ejecutados por la Comisión de Estado Mayor en Marruecos (1893-1901).
Relieve representado mediante curvas de nivel equidistantes 20 metros
.


Fuente: Elaboración propia a partir de Estado Mayor Central, 1948. Diseño gráfico de José Ignacio Muro.

En un momento que no puedo determinar, pero que debió ser en las primeras semanas de 1904, el Depósito de la Guerra ordenó al teniente coronel de Estado Mayor Eduardo Álvarez Ardanuy (1849-1925), jefe por entonces de la Comisión de Marruecos, la formación del un mapa del norte de Marruecos a escala 1:500.000. El citado mapa tiene una notable importancia: se trataba de representar todo el sector septentrional del Imperio, incluyendo el macizo del Rif, un área nunca pisada por los cartógrafos militares.

Álvarez Ardanuy dejó de lado cualquier otro proyecto, y se puso manos a la obra con sus inmediatos colaboradores: el comandante de Estado Mayor Luis León Apalategui (1861-?), y el capitán Máximo Aza Álvarez (1871-1911). El objetivo que se marcaron era el siguiente: “Reunir y concordar en un mapa de conjunto todos los trabajos hechos hasta el día por el Cuerpo de Estado Mayor, y los publicados hasta la fecha por entidades, cartógrafos y viajeros, referentes a esta parte tan interesante del Imperio, completando unos y otros con noticias y reseñas tomadas directamente de los naturales del país” [8] . Se trataba, en suma, de efectuar una carta de síntesis que forzosamente debía combinar elementos muy heterogéneos.

El método de trabajo inicial consistió en adoptar como base los mapas formados previamente por la propia Comisión de Marruecos, y supeditar todo lo demás a lo ya realizado [9] . La costa, que había sido levantada desde el uad Lau hasta Rabat por los cartógrafos españoles, pudo adaptarse y encajarse, sin corrección alguna, sobre la cuadrícula en la que se situaron los puntos principales a partir de sus coordenadas geográficas. El trazado costero del resto del litoral mediterráneo, desde el río Lau hasta el cabo de Agua, fue delineado a partir de las cartas hidrográficas suministradas por la Dirección de Hidrografía.

La planimetría del mapa resultó mucho más difícil de obtener. El relleno planimétrico de la zona situada al oeste de una línea que partiendo del uad Lau se dirige a poniente, y luego al sur hasta alcanzar Mexra el Ksir sobre el curso del Sebú, pudo efectuarse con garantías. Sobre ese territorio occidental se habían efectuado los levantamientos a 1:50.000 (ver figura 1). En cambio, toda la extensa zona oriental, correspondiente al macizo del Rif, planteaba notables dificultades. No había mapas españoles del área rifeña, y la cartografía extranjera era escasa y poco fiable. Según confesión de los propios cartógrafos:

“Desde la aparición del mapa general del Imperio en escala de 1:1.000.000, publicado en 1897 por el distinguido cartógrafo francés R. de la Flotte de Roquevaire, sólo un viajero, el marqués de Segonzac, pudo en 1899-1901 atravesar el Rif y el país de los Yebala; sus trabajos son los únicos datos topográficos que tienen algún valor” [10] .

Desdichadamente, el marqués de Segonzac se había limitado a efectuar dos rápidos itinerarios: el primero desde Fez a Melilla por la cuenca del Kert, y el segundo de Melilla a Uazzan, por el valle del Uarga. En consecuencia el relleno de tres cuartas partes del mapa requirió una cuidadosa labor de armonización y encaje de elementos muy heterogéneos. Vale la pena detenerse en la metodología empleada para ello.

El territorio del norte de Marruecos se dividió en tres zonas distintas. Para la zona occidental (Anyera y el Garb), tal como ya se ha indicado, se utilizaron los levantamientos sobre el terreno a escala 1:50.000 y 1:100.000 que estaban en manos de la Comisión de Marruecos. Respecto a la zona oriental (área de Quebdana y el curso inferior del río Muluya) se efectuó una compilación de fuentes impresas, principalmente cartografía francesa y trabajos de viajeros. Para la extensa zona central, es decir el área montañosa del Rif, no había ningún elemento de apoyo; ni bueno ni malo. En consecuencia, los cartógrafos españoles debieron recurrir a un levantamiento del Rif “por noticias”.

La Comisión de Estado Mayor contaba con una partida auxiliar, integrada por soldados nativos de Marruecos. Las funciones de esta partida auxiliar eran diversas: escolta, tareas de apoyo en los levantamientos sobre el terreno, y funciones de intérprete. Cuatro de estos auxiliares, que estaban adscritos de modo permanente a la comisión, el sargento Jamed Ben Jujamed, y los soldados Abd-al-lah Ben Alí, Amar Ben Mohamed Saidi y Mojtar Ben Mohamed Jarari, eran oriundos del Rif (Álvarez Ardanuy, Léon Apalategui y Aza Álvarez, 1904a). A partir de los datos suministrados por ellos, se pudo formar un croquis del territorio comprendido entre los ríos en-Bades y Nekor, ocupado por cabilas de Beni-Ittef, Bokkoia y Beni Urriaguel. El citado croquis, a escala 1:100.000 [11] , sirvió posteriormente para efectuar el relleno de la zona central del Rif a escala 1:500.000.

Ahora bien, ¿cómo se formó exactamente el croquis del área rifeña? Un extenso informe, remitido a Madrid en julio de 1904 (Álvarez Ardanuy, Léon Apalategui y Aza Álvarez, 1904b), permite reconstruir el sorprendente procedimiento. Los problemas que había que resolver eran diversos. El primero de ellos era, naturalmente, la orientación. Así lo refieren los comisionados:

“Antes de comenzar los interrogatorios a los diversos individuos que suministraron datos, fue preciso instruirles en la orientación, empleando no los puntos cardinales que muchos de ellos desconocen y no es fácil hacerles comprender, sino la nomenclatura y dirección de los vientos reinantes en el país, direcciones fijas muy conocidas de la gente del campo y a las cuales se referían los demás rumbos, que como luego veremos eran a cada momento comprobados” [12] .

Además de la orientación, una de las mayores dificultades con que tropezaron los cartógrafos fue la apreciación de las distancias. “En Marruecos -explican los comisionados- no se conocen unidades lineales, los moros aprecian las distancias por el tiempo empleado en recorrerlas que como es sabido depende de la naturaleza del terreno y del vehículo empleado, y si además tenemos en cuenta que la casi totalidad de los indígenas no poseen relojes y solo conocen con aproximación relativa las horas de sus cotidianas oraciones, se comprenderá que la apreciación del tiempo tiene que ser muy defectuosa y en su consecuencia el camino recorrido tiene una medida muy elástica. Por estas circunstancias no es raro encontrar dos individuos que aprecien una misma distancia con una diferencia de dos o más horas” [13] . El único modo para intentar paliar esta dificultad fue recurriendo a una sistemática comparación de distancias que eran familiares tanto para los cartógrafos como para los informantes nativos.

Una vez lograda cierta armonía en la determinación de los rumbos y en la apreciación de las distancias se procedió a la formación de una red de itinerarios, que partiendo del litoral seguían los principales caminos y cursos de agua. Este paso era el más crítico de todos, y el que podía dar origen a los mayores errores cartográficos. Así se relata el procedimiento en las fuentes españolas:

“Los itinerarios fueron hechos haciendo a los individuos viajar mentalmente de un punto a otro, orientados en la forma que hemos dicho y anotando gráficamente y por escrito con gran minuciosidad todos los accidentes naturales y artificiales existentes sobre el eje y en una zona de flanqueo variable según el terreno y los conocimientos del individuo. Repetido el viaje en sentido inverso y aclaradas las contradicciones que pudieran resultar de la comparación de ambos descriptivos, se repetía el mismo itinerario por otro u otros individuos separadamente, recurriendo en caso de divergencia entre unos y otros a un careo para ponerlos de acuerdo” [14] .

Naturalmente, el procedimiento indicado requería un sinnúmero de horas de trabajo, y una atención extrema para poder detectar las discrepancias entre los distintos informadores. A fin de contar con algún elemento de control, se recurrió al contraste de la información mediante una especie de tablero de simulación:

“El complemento de este sistema [la formación de itinerarios], era una reconstitución material de la zona hecha sobre un tablero, en el cual por medio de cuerdas, garbanzos y papeles con los que se representaban los ríos, caminos, poblados y montañas, eran colocados por los mismos individuos en sus posiciones relativas” [15]

Si la representación de la hidrografía y los caminos del Rif ofrecieron innumerables dudas, otro tanto ocurrió a la hora de situar los grupos humanos. Así lo expresan los cartógrafos: “La situación relativa de las kábilas en el mapa ha sido sin duda una de las mayores dificultades con las que hemos tropezado en su confección. Reina un verdadero caos en el conjunto de trabajos que hemos tenido a la vista, y en regiones bastante conocidas, se cometen sobre este punto grandes errores” [16] .

Pese a todas estas dificultades, Álvarez Ardanuy y sus colaboradores lograron construir una carta del norte de Marruecos a escala 1:500.000, que, en opinión de un experto cartógrafo, el teniente coronel Manuel García-Baquero, es muy superior a todos los existentes en aquella época [17] . El mapa fue dibujado por el maestro de taller Gonzalo García Brit, sobre una hoja de 112 por 68 cm. Comprende desde los 2º 20’ este a los 4º oeste del meridiano de Madrid, y desde los 33º 20’ de latitud sur hasta los 36º 20’ norte [18] , incluyendo, por tanto, no sólo la cadena montañosa del Rif, sino también las tierras fértiles del valle de Fez, sobre las que el gobierno español mantenía pretensiones (figura 2). El 28 de abril de 1904 Álvarez Ardanuy envió una nota al Depósito de la Guerra anunciando que se había finalizado el dibujo del relieve del mapa. Unas semanas más tarde, el 23 de mayo, se remitía a Madrid el mapa manuscrito acabado [19] .

Figura 2
Mapa de la parte Norte de Marruecos. Por la Comisión del Cuerpo de E.M. del Ejército.
Escala 1:500.000. Tánger, 23 de mayo de 1904. Manuscrito


 Fuente: Cortesía del Centro Geográfico del Ejército.

Las negociaciones con Francia

La primera función del mapa que analizamos fue la de servir como documento de trabajo en una nueva tanda de conversaciones respecto al futuro de Marruecos. Durante el verano de 1904 la diplomacia española y la francesa negociaron un convenio sobre el reparto de áreas de influencia en el Magreb, que en la práctica establecía la partición del territorio marroquí entre los dos países. En esta tanda de negociaciones Francia redujo considerablemente las ofertas que había avanzado tres años atrás, en particular la posible cesión a España de la ciudad de Fez y el pasillo de Taza. El gobierno español acabó por acceder, conformándose con una estrecha franja territorial de poco más de 20.000 kilómetros cuadrados en el norte de Marruecos, a cambio de algunas compensaciones en los territorios de Ifni y el Sahara.

Tras muchos tiras y aflojas [20] , el 3 de octubre de 1904 el ministro francés Delcassé y el embajador español León y Castillo firmaron un convenio secreto que especificaba las aspiraciones de España en Marruecos que Francia estaba dispuesta a respaldar [21] . El citado convenio constituye, a todos los efectos, la base de los tratados de 1912 que acabarían por consumar el reparto del territorio marroquí entre Francia y España. Vale la pena por ello detenerse con cierto detalle en su contenido.

El convenio hispano francés de 1904 se adhiere formalmente a la declaración franco-inglesa de 8 de abril de aquél mismo año. En este sentido, España acepta el papel de socio subalterno en el reparto previo que las grandes potencias habían pactado. Ni unos ni otros tenían, naturalmente, ningún título de soberanía sobre el territorio marroquí. En el lenguaje cínico que utiliza la diplomacia se señaló que España podría ejercitar libremente su acción en las regiones de su “área de influencia”, dándose la siguiente situación hipotética: “En el caso de que estado político de Marruecos y el Gobierno xerifiano no pudieran ya subsistir o si por debilidad de ese Gobierno y por su impotencia persistente para afirmar la seguridad y el orden público, o por cualquier otra causa que se haga constar de común acuerdo, el mantenimiento del statu quo fuera imposible” (Convenio hispano-francés de 1904, art. 3º).

Ahora bien, la acción española quedaba en todo caso supeditada al acuerdo previo con Francia. Y España, al propio tiempo, se comprometía a no enajenar ni ceder bajo ninguna forma, ni siquiera a título temporal, los territorios señalados como su esfera de influencia.

Tal “esfera de influencia” se acota en tres regiones distintas. La primera es la franja septentrional de Marruecos limitada al norte por la línea de costa que va desde la desembocadura del Muluya, en el Mediterráneo, hasta el Atlántico a la altura del paralelo 35º norte. Esta franja queda limitada al sur por una línea que, arrancando del paralelo citado, corre hacia el este pasando al sur de Alcazarquivir, y al norte de Uazzan, Fez y Taza, hasta alcanzar el río Muluya que constituye la frontera occidental. Dentro de esta franja septentrional está enclavada la ciudad de Tánger, que queda excluida del convenio, ya que deberá conservar “el carácter especial que le dan la presencia del cuerpo diplomático y sus instituciones municipales y sanitarias”. Dicho en claro, por imposición británica, Tánger y su alfoz deberán asumir el carácter de área internacional.

La segunda región concedida a España se sitúa al sur de Marruecos, en el territorio de Ifni. Esta región no se delimita con precisión. Tan sólo se dice que el establecimiento de Ifni “no se extenderá mas allá del curso del río Taserault, desde su nacimiento hasta su confluencia con el río Mesa, y el curso del río Mesa desde su confluencia hasta el mar” (Convenio hispano-francés de 1904, art. 4º).

La tercera, finalmente, es el territorio sahariano, que ya había sido objeto del acuerdo bilateral hispano-francés de 1900. El convenio de 1904 renueva los términos de aquél acuerdo y, además, Francia reconoce al gobierno español plena libertad de acción sobre la región comprendida entre los grados 26 y 27 40’ de latitud norte y el meridiano 11º oeste de París, que, supuestamente, “están fuera del territorio marroquí”.

En definitiva, en el otoño de 1904 el gobierno español ató su suerte a la agresiva política expansionista francesa en el Magreb. Recibió a cambio garantías de un trozo adicional de desierto al norte de Río de Oro, y una hipotética ampliación del área reivindicada en Ifni. También recibió un regalo envenenado: la zona quebrada y desconocida del Rif, habitada por bereberes que no aceptaban la autoridad del Sultán.

Sebastian Balfour sugiere que Antonio Maura y José Canalejas, líderes respectivamente del partido conservador y del partido liberal que se turnaban en el poder en Madrid, eran conscientes de los peligros que podía acarrear la implicación española en Marruecos [22] . Si aceptaron la alianza con Francia y Gran Bretaña fue por considerar que cualquier otra opción estratégica, por ejemplo un acuerdo con Alemania, habría sido potencialmente más peligrosa todavía. Teóricamente, la entente con Francia permitiría mantener una sólida posición en Marruecos, y conjurar los peligros del aislamiento internacional. La aceptación de hipotéticas responsabilidades sobre la región del Rif constituiría un mal menor: al menos permitía establecer un continuo territorial entre Ceuta y Melilla.


Del secreto a la propaganda

El convenio hispano-francés de otoño de 1904 no fue comunicado nunca al sultán Mulay Abdelaziz, ni al gobierno de Marruecos, y se mantuvo secreto hasta 1912. Sin embargo, el gobierno español pronto dio muestras públicas de su disposición a tomar parte en el reparto de Marruecos. Una prueba de ello es la difusión pública del mapa del norte Marruecos, al que se agregaron los límites fronterizos acordados con Francia.

A la altura de 1905 la autoridad del sultán estaba desmoronándose, víctima de la penetración colonial y de la propia crisis interna. Los arreglos entre Francia y Gran Bretaña, y entre Francia y España, despertaron los recelos y la oposición de Alemania, que había quedado fuera de juego en Marruecos. En marzo de 1905 el emperador alemán Guillermo II hizo una calculada visita a Tánger, manteniendo una entrevista con el sultán. La diplomacia alemana aprovechó esta visita para lanzar una campaña internacional teóricamente en apoyo de la soberanía e integridad de Marruecos, cuyo objetivo básico era contrarrestar la influencia de la entente franco-británica. El desafío alemán desembocó en la convocatoria de una conferencia internacional, que tendría lugar en Algeciras entre enero y abril de 1906.

En la Conferencia de Algeciras tomaron parte representantes de Alemania, Bélgica, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Países Bajos, Portugal, Rusia y Suecia, además de España, que actuaba como país anfitrión, y Marruecos, al que se reservó el papel de convidado de piedra. La representación diplomática española estuvo presidida por el ministro de Estado, Duque de Almodóvar del Río, actuando como asesor el teniente coronel Eduardo Álvarez Ardanuy [23] .

La apertura de la conferencia fue precisamente la ocasión elegida para dar difusión pública al mapa formado en 1904 por la Comisión de Marruecos. El 13 de enero de 1906 el Ministerio de la Guerra aprobó la distribución del Mapa de la parte Norte de Marruecos publicado a escala 1:500.000. La impresión del mapa, que tuvo una tirada inicial de 2.500 ejemplares, se había efectuado en noviembre de 1905, en los talleres del Depósito de la Guerra. El citado mapa es idéntico al que habían dibujado Álvarez Ardanuy, Luis León Apalategui y Máximo Aza, pero con una importante diferencia: una ancha línea bicolor, verde y violeta, que ocuparía no menos de dos kilómetros sobre el terreno, indica la línea fronteriza pactada con Francia que separa las “zonas de influencia” respectivas en Marruecos, y el límite de la zona internacional de Tánger [24] (ver figura 3).

Figura 3
Mapa de la parte Norte de Marruecos. Por la Comisión del Cuerpo de E.M. del Ejército.
Escala 1:500.000. Publicado en 1905. Talleres del Depósito de la Guerra


Fuente: Cortesía del Centro Geográfico del Ejército.


La publicación de este mapa constituye el primer reconocimiento público de las actividades desarrolladas en Marruecos por la Comisión del Cuerpo de Estado Mayor, que hasta entonces se habían mantenido en secreto. Constituye también una representación en toda regla de las aspiraciones imperiales de España. El mapa del norte de Marruecos causó una notable impresión en Algeciras. Los cartógrafos habían hecho muy bien su trabajo. La hábil figuración del relieve, y la distribución relativamente uniforme de la toponimia, ofrecen un aspecto sumamente tranquilizador. Al fin, alguien parecía saber de que hablaba, al hablar de Marruecos. En Algeciras el único que conocía los silencios del mapa, y los secretos de su formación, era el teniente coronel Eduardo Álvarez Ardanuy. Pero no estaba allí para explicarlos. Su misión era justo la contraria: actuaba como consejero de la legación diplomática española. Los diplomáticos presentes de la Conferencia de Algeciras ignoraban el ingenioso juego de itinerarios mentales, cuerdas, garbanzos y papeles, que se habían empleado para formar la carta. De haberlo conocido se hubiera erosionado bastante la pretensión española de administrar el norte del territorio marroquí. Pero el mapa en si mismo, con su apariencia neutra y científica, constituía una poderosa herramienta de propaganda. El Depósito de la Guerra sacó lecciones rápidamente. A partir de 1906 decidió dar a la imprenta una buena parte de la cartografía que había formado la Comisión de Marruecos en los decenios precedentes (cf. Urteaga, 2006).

La Conferencia de Algeciras no zanjó la partición de Marruecos, pero abrió paso a un proceso en el que la anexión colonial se transformó en un objetivo político explícito. La diplomacia alemana perdió el pulso que mantenía con Francia y Gran Bretaña, y quedó completamente aislada en el curso de las negociaciones (Wesseling, 1999). Los representantes marroquíes poco pudieron hacer excepto manifestar su protesta. El desenlace de la conferencia supuso la definitiva internacionalización de la cuestión marroquí, y el establecimiento de una tutela doble, francesa y española, sobre la autoridad del sultán. El establecimiento formal del Protectorado de Marruecos se demoró hasta 1912.

El Mapa de la parte Norte de Marruecos se presentó ante el público, por primera vez, en 1906. No sería la última. En 1909 se efectuó una nueva impresión, de 2.000 ejemplares, y en 1912 fue reeditado de nuevo, a la misma escala y con un formato ligeramente menor, aunque sin indicar fecha de impresión [25] (figura 4). En adelante seguirían nuevas reimpresiones, en 1913, 1914 y 1915, hasta alcanzar un tiraje total de 8.500 ejemplares, que se vendían al precio de dos pesetas [26] . Fue, con gran diferencia el más difundido de los mapas editados por el Depósito de la Guerra: un verdadero emblema de las ambiciones coloniales desatadas a comienzos del siglo XX.

Figura 4
Mapa de la parte Norte de Marruecos. Por la Comisión del Cuerpo de E. M. del Ejército.
Escala 1:500.000. Talleres del Depósito de la Guerra

Fuente: Cortesía del Arxiu de la Cambra de Comerç, Industria i Navegació de Barcelona.

Conclusión

La cartografía colonial desempeñó funciones muy diversas, que una historiografía crítica puede ayudar a esclarecer. Los mapas coloniales, por una parte, sirvieron para funciones militares y estratégicas, la primera de las cuales fue seguramente la demarcación de las fronteras de los nuevos territorios. Sin embargo, tal como ha señalado agudamente Benedict Anderson, en la cartografía colonial los mapas anticiparon la realidad; es decir, ayudaron a crearla. Los mapas, en particular los mapas a pequeña y mediana escala que representaban los nuevos espacios coloniales, actuaron como modelo y como emblema. Legitimaron las pretensiones imperiales; hicieron creíble el afán de administrar nuevos territorios, permitieron visualizar el objeto del deseo.

El Mapa de la parte Norte de Marruecos, formado a toda prisa en la primavera de 1904, constituye una buena ilustración de las tesis de Anderson. La necesidad de representar territorios no reconocidos previamente, ni siquiera superficialmente, forzó a los cartógrafos de la Comisión de Maruecos combinar fuentes diversas, y a buscar soluciones muy heterodoxas para poder efectuar el relleno planimétrico. El resultado cartográfico, en consecuencia, adolece de graves lagunas e imprecisiones. Pese a todo, el mapa tuvo una difusión masiva. Fue reiteradamente impreso por el Depósito de la Guerra, y marcó una divisoria en la práctica de la cartografía militar española dedicada a Marruecos.

Agradecimientos

Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación SEJ2005-0790-C02-01/GEOG, financiado por la Dirección General de Investigación. Luis Magallanes, director técnico del Archivo del Centro Geográfico del Ejército, me dio a conocer el informe de Eduardo Álvarez Ardanuy, Luis León Apalategui y Máximo Aza Álvarez (1904), en el que explican el proceso de formación del croquis de la región del Rif. Quiero agradecer la amable colaboración del geógrafo Héctor Mendoza Vargas, que llamó mi atención sobre la obra de Benedict Anderson.
 

Notas

[1] Señaladamente Balfour, 1997 y 1999.

[2] Cf. Balfour, 1999 y Wesseling, 1999.

[3] Wesseling, 1999, 317.

[4] Balfour, 1999, 16.
 
[5] Campoamor, 1951.
 
[6] Serna, 2001, 205.
 
[7] Declaración entre Gran Bretaña y Francia acerca de Egipto y Marruecos, firmada en Londres el 8 de abril de 1904. Artículo 7. Reproducida en Cagigas, 1952, págs. 117-119.
 
[8] Álvarez Ardanuy, León Apalategui y Aza Álvarez, 1904a, sin paginar.
 
[9] Puede encontrarse una relación de la cartografía formada hasta 1904 por la Comisión de Marruecos en Urteaga, 2006.
 
[10] Álvarez Ardanuy, León Apalategui y Aza Álvarez, 1904a.
 
[11] Marruecos. Kábilas rifeñas de Beni Iftef, Bokkoia y Beni Uariaguel. Croquis formado por noticias y datos adquiridos por la Comisión del Cuerpo de Estado Mayor del Ejército. El Teniente Coronel de E.M. Jefe de la Comisión, Eduardo Álvarez Ardanuy, El Comandante de E.M. Luis León, El Capitán de E.M. Máximo Aza. Tánger, 28 de julio de 1904. Escala 1:100.000. 1 hoja manuscrita a color de 87x70 cm. Dibujado a plumilla en tinta negra, azul y roja. Relieve representado por normales. Tabla de signos convencionales indicando cabilas y núcleos de población. CGEM (Aq-T8-C2,76).
 
[12] Álvarez Ardanuy, Léon Apalategui y Aza Álvarez, 1904b, sin paginar.
 
[13] Álvarez Ardanuy, Léon Apalategui y Aza Álvarez, 1904b, sin paginar.
 
[14] Álvarez Ardanuy, Léon Apalategui y Aza Álvarez, 1904b, sin paginar.
 
[15] Álvarez Ardanuy, Léon Apalategui y Aza Álvarez, 1904b, sin paginar.
 
[16] Álvarez Ardanuy, León Apalategui y Aza Álvarez, 1904a.
 
[17] García-Baquero, 1966, 25.
 
[18] Mapa de la parte Norte de Marruecos. Por la Comisión del Cuerpo de E.M. del Ejército. Tánger, 23 de mayo de 1904. Escala 1:500.000. Firmado y rubricado por el Teniente Coronel Eduardo Álvarez Ardanuy, El Comandante de E.M. Luis León y el Capitán de E.M. Máximo Aza. Advertencias de los autores sobre la construcción del mapa: “Para la construcción del presente mapa se han utilizado los trabajos de campo efectuados por el siguiente personal del Cuerpo de E.M. del Ejército: Jáudenes, Galbis, Gómez Jordana, Corso, Marenco, Verda, Álvarez y Ardanuy, Villarreal, Cuesta, Alvarado, Herrera y Aza; los publicados por el Depósito Hidrográfico español; y se han tenido presentes: el mapa de Beaudoin; las cartas del Servicio Geográfico del Ejército francés; la de R. De Flotte; los trabajos de Colville, Chavagnac, Delbrel, Duvergier, Foucauld, R. de la Martiniére, Roulieras, Renon, Segonzac, Tissot, Arteche y Coello”. 1 hoja de 112x68 cm. Manuscrito a color sobre papel Canson. Orografía por sombreado. Sin altimetría. Escala gráfica y numérica. Longitudes referidas al meridiano de Madrid. Tres recuadros dedicados a: Signos convencionales; Abreviaturas y significado de las palabras árabes y rifeñas más usadas y Distribución de las kábilas. CGEM (Aq-T8-C1,29).
 
[19] Estado Mayor Central. Servicio Geográfico del Ejército. Archivo de Mapas, 1947.
 
[20] El curso de las negociaciones puede seguirse en Reparaz, 1920.
 
[21] Convenio hispano-francés, firmado en París el 3 de octubre de 1904. Reproducido en Cagigas, 1952, págs. 139-142.
 
[22] Balfour, 1997 y 1999.
 
[23] AGMS, Leg. A-692.
 
[24] Mapa de la parte Norte de Marruecos. Por la Comisión del Cuerpo de E.M. del Ejército. Escala 1:500.000. Publicado en 1905. Talleres del Depósito de la Guerra. 1 hoja de 112x68 cm., litografiada a 5 colores. Longitudes referidas al meridiano de Madrid. CGEM (Aq-T8-C1,30).
 
[25] Mapa de la parte Norte de Marruecos. Por la Comisión del Cuerpo de E. M. del Ejército. Escala 1:500.000. Talleres del Depósito de la Guerra. 1 hoja de 88x29 cm. impresa a 4 colores. [Sin fecha de impresión] (ACCB).
 
[26] Estado Mayor Central. Servicio Geográfico del Ejército. Archivo de Planos (1947).
 

Fuentes y bibliografía


a) Fuentes inéditas

ÁLVAREZ ARDANUY, Eduardo; LEÓN APALATEGUI, Luis y AZA ÁLVAREZ, Máximo (1904a). Mapa del Norte de Marruecos. Escala 1:500.000. Confeccionado por la Comisión del Cuerpo de E.M. del Ejército con datos existentes en la misma. Tánger, 23 de mayo de 1904. Ms., sin paginar. CGEM (C-5-I,21).

ÁLVAREZ ARDANUY, Eduardo; LEÓN APALATEGUI, Luis y AZA ÁLVAREZ, Máximo (1904b). Marruecos. Kábilas rifeñas de Beni-Ittef, Bokkóia y Beni Uariaguel. Croquis formado con noticias y datos adquiridos por la Comisión del Cuerpo de E.M. del Ejército. Escalas 1:100.000 y 1:200.000. Informe que acompaña al croquis. Tánger, 28 de julio de 1904. Ms., sin paginar. CGEM (Archivo de Planos. Sección nº 5).

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Ficha bibliográfica:
 
URTEAGA, L. El mapa del norte de Marruecos a escala 1:500.000 y la Conferencia de Algeciras de 1906. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales.  Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2006, vol. X, núm. 218 (58). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-58.htm> [ISSN: 1138-9788]