REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. X, núm. 218 (84), 1 de agosto de 2006 |
RUMBOS DE COMERCIO EN LAS CALLES:
FRAGMENTACIÓN
ESPACIAL EN LA CIUDAD DE MÉXICO
A COMIENZOS DEL
SIGLO XX
El profuso número de vendimias, servicios y diversiones callejeras ha sido una característica de la vida diaria de las calles de la ciudad de México. Durante las primeras décadas del siglo XX, estas actividades se concentraron alrededor de zonas comerciales o de importante concentración humana, tales como mercados, estaciones de ferrocarril y de tranvía y sitios muy concurridos. Testimonios de viajeros, funcionarios públicos y documentos guardados en los archivos de las instancias de administración de mercados coinciden en señalar estas zonas como núcleos de actividad comercial.
La concentración de población generada por el aumento de la circulación de personas y vehículos en las vías públicas fue causa de numerosas dificultades para las autoridades en su intento de hacer cumplir las normas de ordenamiento urbano. La diversidad creciente de actores sociales contribuyó a complejizar las relaciones sociales en este período. Alrededor de los mercados, por ejemplo, no sólo hacían presencia quienes ofrecían mercancías y servicios, sino numerosos delincuentes y también los representantes de las autoridades: policías, recaudadores, inspectores de salubridad, entre otros funcionarios gubernamentales. Estos últimos también laboraban en las calles ejerciendo su papel de garantes de las numerosas normas expedidas como reglamentos urbanos.
La distribución espacial de las actividades económicas en estos espacios públicos brinda información importante para establecer algunos patrones de la búsqueda de subsistencia y del tipo de interrelaciones sociales que generaron los vendedores, prestadores de servicios y artistas en las calles de la capital mexicana. En adelante, vamos a centrar la atención en la relación entre estas actividades en las calles y la consolidación de rumbos comerciales en cercanías de los mercados establecidos en edificios construidos y administrados por el gobierno de la ciudad, así como en calles muy concurridas en cercanías de los lugares más simbólicos de la capital.
A partir de una muestra de vendedores en las calles, trataremos de identificar las zonas donde vivían y la relación entre sitios de trabajo y de alojamiento. El propósito es explicar la consolidación “rumbos” urbanos populares con argumentos que superen los estereotipos construidos con base en dos de las preocupaciones que prevalecieron para analizar este fenómeno: la “incivilización” de sus prácticas sociales y el problema higiénico. Intentaremos sustentar cómo este tipo de actividades son una muestra más del proceso de fragmentación generado con el crecimiento urbano y poblacional, de una parte, y de la segregación espacial que conllevó, de otra parte.
Sin
pretender desconocer los problemas de salubridad y de control social, queremos
subrayar en este artículo el ámbito de construcción
del espacio social en medio del avance de la modernización física
y urbanística de zonas centrales de la ciudad y de la consolidación
de un nuevo modelo de ciudad. A continuación, vamos a presentar
una conceptualización sobre los rumbos y la fragmentación
urbana como base para analizar la consolidación de rumbos comerciales
en la ciudad de México al comenzar el siglo XX.[1]
El concepto de rumbo en la historia urbana de México
Pablo Piccato ha sugerido que desde finales del siglo XIX los habitantes de la capital no tenían una idea de ciudad como un espacio centralizado sino como un grupo de “rumbos”, como un espacio fragmentado. Piccato llega a esta conclusión a partir del análisis de varios hechos que se presentaron en estas décadas, tales como el intento porfiriano de cambio de nomenclatura o la superación de los tradicionales límites de la urbe que marcaban la viejas garitas de cobro de aduanas.[2] Al relacionar este tipo de hechos urbanísticos con la voz de los sectores populares presente en documentos de los archivos judiciales en las primeras décadas del siglo XX, Piccato ha señalado que esta fragmentación es una característica urbana presente en la ciudad desde comienzos del siglo XX, producto de una rápida expansión del área construida de la vieja ciudad. Asimismo, el autor sustenta —con base en crónicas y otros testimonios de contemporáneos— que la destrucción simbólica de los márgenes de la ciudad también fue consecuencia de la llegada de un número mayor de inmigrantes rurales. Los recién llegados lograron una integración más rápida que en otros tiempos cuando la presencia de extraños había sido menos visible en la pequeña ciudad.
Otros hechos de la historia política apoyan esta hipótesis sobre un cambio en la percepción del espacio urbano en la ciudad de México. En primer lugar, nos referimos a la desaparición de la figura de los pueblos de indios en el marco institucional de la administración urbana desde la década de 1860. Si bien, este hecho no conllevaba que sus habitantes abandonaran su identidad como pobladores de los antiguos barrios de indios de las parcialidades de Santiago Tlatelolco y San Juan Tenochtitlan, sí eliminaba su régimen especial de gobierno y su estatus. La supresión de la división parroquial también contribuyó a una modificación en la percepción de la ciudad, aunada a la ampliación del área urbana. Estos barrios y pueblos de indios, entonces, dejaron de tener un régimen especial y unos límites precisos y, en ocasiones, ampliaron su espacio vital con los nuevos fraccionamientos que se construyeron en estos años.[3]
Otros rumbos también se habían construido como imágenes colectivas de ubicación desde la Colonia y se reforzaron aún más desde las últimas décadas del siglo XIX y al comienzo del XX. Es el caso de los alrededores del mercado La Merced que desde tiempos de la Nueva España se consolidó como un núcleo comercial. A finales del siglo XIX, esta zona fortaleció su imagen con la construcción de un edificio para este fin. Uno de los estudios precursores sobre la historia y el carácter comercial de la zona de La Merced es el trabajo de Enrique Valencia (1965), quien señaló que desde 1870 la transformación de la ciudad, producto de las leyes de desamortización y la nueva estructura administrativa, rompió la vieja división de la ciudad en parroquias y generó un cambio en las funciones urbanas de varios sectores de la ciudad.[4] Este último hecho favoreció la formación de nuevos marcos y fronteras de los “rumbos urbanos”, como una expresión del espacio vital de sus pobladores.
Tendremos oportunidad de abundar más sobre estas hipótesis en los siguientes apartados. Por ahora, nos interesa subrayar que hemos llegado a la misma conclusión acerca de la existencia de rumbos, a partir de la revisión de fuentes documentales sobre la vida en las calles en las tres primeras décadas del siglo XX. Para quienes trabajaban y vivían las calles, la ciudad se restringía a una pequeña área urbana, que en la mayoría de casos no sobrepasaba un rango de cinco manzanas.[5]
Hablaremos de rumbos comerciales, entonces, para referirnos a esas zonas de la ciudad que centralizaron las actividades de compra venta de artículos básicos y concentraron un alto número de vendedores y de prestadores de servicios en las calles. Dichos rumbos se constituyeron en referentes de la función comercial en la ciudad. Esta consideración se basa, tanto en los presupuestos históricos de un rompimiento de la división administrativa tradicional, como en la teoría geográfica aplicada a las ciudades y, en particular, en los estudios de geografía urbana que han abordado la construcción de imágenes mentales de la ciudad. Sobre este aspecto, por ejemplo, el estudio clásico de Kevin Lynch ha subrayado el papel de las representaciones mentales del espacio urbano como orientadores del conocimiento de la ciudad que, por supuesto, es fragmentario y depende de la experiencia personal y de las interrelaciones que establezcan los individuos o las colectividades.[6] Como el concepto mismo de barrio, los rumbos no son estructuras espaciales estables sino que tienen una movilidad constante de acuerdo con la vida social y económica. Para los investigadores se constituyen en marcos espaciales que permiten el estudio de dinámicas particulares, tanto de las sociabilidades como de los procesos de inclusión y exclusión social.[7]
No
creemos que, en todos los casos, la noción de rumbo haya reemplazado
a las ideas de barrio o pueblo en algunas zonas tradicionales de la ciudad
(como Tepito, Santa Ana o Tlaltelolco). Sin embargo, consideramos que se
constituyeron en referentes espaciales, en especial en algunas áreas
de intensa actividad comercial. En adelante, vamos a centrar nuestra atención
en presentar la idea de rumbo a partir de la relación entre lugares
de trabajo y de habitación de quienes buscaban su sobrevivencia
en las vías públicas de la ciudad, de aquellos trabajadores
en las calles que no tenían un gran capital ni un tipo de comercio
de expansión.
Zonas de mercado y de abasto
Una de las novedades de la modernización de la ciudad entre 1900 y 1930 fue la aparición de un corredor de comercio de productos importados y de lujo para sectores altos y medios, en grandes tiendas como El Puerto de Liverpool o El Palacio de Hierro o en almacenes especializados localizados en las principales calles al poniente del Zócalo. Este corredor se ubicaba en la zona que se había convertido en uno de los focos principales de la reforma urbanística porfiriana ubicada en las calles que unían el Zócalo y la Alameda (Madero, Cinco de Mayo, Tacuba y Venustiano Carranza).[8] Sin embargo, los alrededores de los mercados aún concentraban el abasto y una buena parte de la actividad comercial de la ciudad, como había ocurrido en la Colonia y desde tiempos del proceso centralizador de México Tenochtitlan.
Al iniciar el siglo XX había aumentado el número de mercados con la construcción de nuevas edificaciones en puntos más alejados de los tradicionales sitios dedicados al abasto cercanos a los canales al sur de la mancha urbana. Las inmediaciones de los 14 mercados existentes en 1900, no sólo en su interior, aglutinaban una gran actividad. De forma paralela a la extensión del área urbana, la aparición de nuevos mercados generó una dispersión de la actividad comercial que hasta mediados del siglo XIX se había ubicado en los mercados cercanos al Zócalo. Este es un proceso en el que confluyeron la formación de colonias para sectores medios y altos al Poniente, la densificación de la población en ciertas zonas centrales de la antigua traza, así como a la aparición de nuevas colonias y barrios sin ninguna planeación y con deficientes o inexistentes servicios urbanos al norte y al oriente de la ciudad. La ubicación espacial del comercio hace parte de una fragmentación creciente y de una nueva disposición de las funciones urbanas.
Desde tiempos prehispánicos, Tenochtitlan concentraba gran parte del comercio del imperio azteca. Aparte del mercado de Tlaltelolco, escenario de los intercambios más importantes, había alguna actividad comercial en los cuatro callpullis en que, según los investigadores, se dividía la población de la ciudad. Este modelo de mercado centralizado no tuvo cambios significativos en tiempos coloniales en cuanto a su estructura general. Eso sí, en estos siglos hubo un desplazamiento espacial, así como un cambio en el tipo de productos y en el intercambio comercial que se realizaba.[9]
Sin lugar a dudas, la actividad comercial de la capital de la Nueva España se concentró en torno a la Plaza Mayor. Allí se realizaba la venta de alimentos y de otras mercancías, como ropa o artículos de lujo. Los mercados de El Parián, el Portal de Mercaderes y El Volador se localizaron en sus costados, e incluso, el primero de ellos ocupó casi la tercera parte de la superficie actual del Zócalo. En el siglo XVIII, el Parián fue innovador al reunir los antiguos cajones de madera en un edificio a donde llegaba buena parte de las mercancías procedentes del gremio de Tratantes de Filipinas. En los primeros años de este mercado, las tiendas o cajones fueron utilizadas por comerciantes de diversa escala social como almacén, bodega, habitación, establo, cocina o taller.[10]
La ubicación de la función comercial en los alrededores del Zócalo comenzó a cambiar, de forma lenta y con muchos contratiempos, desde mediados del siglo XIX. Una de las dificultades para emplazar nuevos sitios de abastecimiento tenía que ver con el rompimiento del modelo establecido en la ciudad. Los alimentos llegaban procedentes del sur del valle a través de los canales y acequias hasta bien avanzado el siglo XIX. Aunque algunos canales ya se habían desecado, durante este siglo los alimentos tenían como último puerto en su viaje lacustre el puente de Roldán, a unas pocas cuadras al oriente de la Plaza Mayor y en donde se estableció el mercado de la Merced en la segunda mitad de esta centuria. Desde el mencionado puente se distribuían las mercancías hacia el Volador y, cuando este dejó de funcionar, hacia la Merced. A su vez, desde el mercado central se distribuía el abasto hacia los mercados más pequeños en rumbos más lejanos. Aunque también había expendios minoristas y pequeñas tiendas en la ciudad, esta modalidad de comercio no era la más extendida. Por el contrario, los pocos mercados continuaban cumpliendo esta función a pesar de las dificultades para movilizar los alimentos y las resistencias para aceptar nuevos mercados.
La historiografía sobre los mercados en el siglo XIX[11] asegura que la importancia de la Merced como centro de abastecimiento determinó la consolidación del oriente del Zócalo como la zona principal de abasto al final de esta centuria. Paulatinamente, allí se fue concentrando una gran actividad en un área más extendida que en tiempos coloniales. En esta zona ubicada a unas cinco cuadras del Zócalo, los usos residenciales de sectores medios cedieron su lugar al comercio y a la habitación de muchos recién llegados, como lo subrayan las crónicas de la época. Con el crecimiento urbano y a pesar de los reiterados intentos de concentrar estas actividades en locales, la tradicional venta en las calles continuó siendo abundante en esta zona amplia entre la Merced y el Zócalo.
Como parte de sus esfuerzos por reglamentar diversos ámbitos de la vida de la capital mexicana, el gobierno de Porfirio Díaz formó la Comisión de Mejoras y Construcción de Mercados, que laboró entre 1901 y 1903 y fue presidida por el ingeniero Miguel Ángel de Quevedo.
Bajo las directrices trazadas por esta comisión, se reformaron los mercados de San Lucas, Santa Ana y 2 de Abril, y se mejoraron los de La Merced y San Juan o Iturbide. Si bien los mercados de La Merced y San Juan eran de reciente construcción, adolecían de varios defectos de acuerdo con la opinión de la mencionada Comisión, en particular, la insuficiencia de espacio para albergar no sólo el creciente número de vendedores sino de compradores.[12] Estos dos mercados concentraban a la mayor parte de locatarios de la ciudad. No es casual en el caso del primero por estar en cercanías de una zona que, ya lo decíamos, se fue constituyendo en uno de los núcleos comerciales de la ciudad en el siglo XX.
A estos cinco mercados, se sumaban otros siete de importancia en esta ciudad de casi 400,000 habitantes: San Cosme, Martínez de la Torre, Santa Catarina, el del Canal de Chalco (mencionado indistintamente por otras fuentes como de la Viga o de Jamaica), el mercado principal o "Ex Volador", el de las Flores (en el jardín de la Corregidora), el de Libros (en un local “medio oculto por los últimos árboles del lindo Jardín del Atrio”[13] de la Catedral) y El Baratillo (en Tepito). Además en 1903, la Administración de Rastros y Mercados señalaba la existencia de cinco mercados más en la Plazuela de Belem, la Rinconada de Don Toribio, la Plazuela de la Palma, la Plazuela San Antonio Tomatlán y la Plazuela de Tepito.[14] En las fuentes hay una insistencia en la necesidad de ampliación de los mercados y en la existencia de mercados improvisados en plazas o en otros espacios públicos.
De acuerdo con las recomendaciones de la Comisión de 1903, los puestos de ropa o de otros objetos que no fueran alimentos tenían permiso de ubicarse en las afueras; sin embargo, la venta en la calle no se restringió a este tipo de mercancías. La venta de alimentos preparados y de frutas, verduras y hasta carne, siguió teniendo como escenario a las calles. La inauguración del la Lagunilla en 1904 fue en su momento la principal esperanza para enfrentar este problema de ordenamiento del comercio, pero la ilusión duró poco tiempo. Unos días antes de su apertura, la Administración de Rastros y Mercados continuaba insistiendo en la falta de capacidad de los mercados para albergar a los comerciantes en su interior.[15] Junto con el Baratillo y el mercado de Tepito, esta zona se consolidó en las primeras décadas del siglo XX en otro de las “rumbos” del comercio popular en la calle.[16]
Estas
zonas comerciales continuaron mezclando funciones de mercado y habitación,
como ocurría en el Parián en tiempos coloniales. Si bien
dentro de las edificaciones de los mercados se prohibió esta práctica,
trabajo y vivienda aparecen contiguos en determinados rumbos de la ciudad,
según las fuentes que consultamos, aunque en barracas de las calles
también pernoctaban algunos vendedores.
Los “rumbos” comerciales
Ya hemos señalado la zona de la Merced como uno de los principales núcleos de actividad comercial. Como se puede observar en el plano,[17] este rumbo cubría una zona que iba desde los alrededores del mercado, siguiendo la calle Puente de Roldán hasta las orillas de los canales, en particular de La Viga, convertido en un muelle donde se compraban al por mayor las mercancías provenientes de la zona sur. La zona incluso comprendía otros mercados más pequeños ubicados en las cercanías, como el mercado de San Lucas, inaugurado en pleno porfiriato, el 18 de septiembre de 1889.[18]
La Merced limitaba con el costado oriental del Zócalo, tradicional zona comercial de la ciudad. Como se puede apreciar en el plano cubría gran parte de la zona central de la 2ª Demarcación. En sus alrededores se concentraba una diversidad de vendedores, algunas calles estaban llenas de puestos fijos y semifijos y, en la mayoría de ellos se agrupaba por tipo de venta. Por ejemplo, en 1918 los vendedores de ropa se situaban en la 8ª y la 9ª calles de Capuchinas y la 5ª de Jesús María, a solo una cuadra al poniente del mercado de la Merced.[19] En los marcos de estas vías también se emplazaban locales comerciantes de este género.
Para quien recorra hoy en día el sector, seguramente esta ubicación de diversos géneros comerciales por calles no sería nada raro. En esta época resultaba novedosa dicha especialización espacial. La especialización por áreas, según los testimonios que brindan las fuentes, es contemporánea a la descentralización de los mercados ocurrida en las últimas décadas del siglo XIX, cuando se construyeron edificios para mercados como San Lucas, Santa Catarina, 2 de abril o Martínez de la Torre.
A
pesar de que los canales se fueron retirando de las inmediaciones del centro
y de la zona de la Merced, hacia este sector continuó confluyendo
el transporte de productos agrícolas que se vendían a más
bajo precio en las orillas de los canales. A finales de la primera década
del siglo XX, las autoridades del Consejo Superior de Distrito se refirieron
al establecimiento de barracas en un mercado improvisado cerca del puesto
de Jamaica en uno de los márgenes del canal, cerca del lugar hacia
donde se había trasladado el desembarcadero. Desde allí,
por la calzada de la Viga o por la calzada de Guerrero, los mercaderes
y los cargadores llevaban los productos hacia los mercados y principalmente
hacia la zona de la Merced. Un inspector de policía señalaba
en 1908:
“… es conveniente dejar el mercado de que se trata en el lugar donde el público y los comerciantes lo han formado desde hace muchos años, que es en el punto llamado Jamaica en la Calzada de la Viga y ni en Santa Crucita, al que concurren los vecinos de los barrios de San Francisquito, la Magdalena Mixihuca y Santa Crucita, así como las canoas que procedentes de Santa Anita, Ixtacalco y Xochimilco surten de verduras y legumbres á todos los mercados desde que el Canal se ha ido retirando del centro de la ciudad. Pero como es cierto que el citado sitio en que está el mercado, que es la berma Poniente del Canal se ha hecho peligroso desde el establecimiento de los tranvías eléctricos, puede trasladarse ventajosamente al lado oriente del mismo lugar, pues entonces las mercancías desembarcadas podrán trasladarse por la calzada de Guerrero al mercado de la Merced y el centro de la ciudad, evitando así el peligro de los tranvías y dejando expedita la Calzada de la Viga, sobre todo en días de paseo”.[20]
En su primer reglamento expedido en enero de este año se recordaba que la construcción de este mercado era congruente con el reglamento expedido por Revillagigedo para el Volador, según el cual además de la necesidad de un mercado principal en el centro de la ciudad, habría otros menores “para el mejor y más cómodo surtimiento del público, sólo en ellos deberán venderse los comestibles[…] quedan desde luego prohibidos los puestos sueltos en otros parajes”[26].Según Yoma y Martos, en 1799, siguiendo las indicaciones de Revillagigedo, se hizo el primer proyecto de “división de mercados”, que buscaba crear cuatro mercados “iguales en importancia y calidad, en cada uno de los cuatro rumbos de la ciudad. Los mercados que se propusieron fueron Santa Catarina, La Cruz del Factor, Las Vizcaínas y Loreto”. Este proyecto no tuvo éxito pues los comerciantes y los compradores siguieron acudiendo al Volador.[27] Sólo un siglo después se consolidó este proyecto de descentralización de los mercados y el mercado de Iturbide fue una de sus primeras manifestaciones.
Estaba en un área de gran afluencia al sur de la Alameda y en cercanías de importantes centros de actividad de la ciudad, como el cuartel de Peredo o la plaza de Vizcaínas, en una zona comercial y de talleres y fábricas. Sus alrededores se constituyeron en otro de los rumbos preferidos para todo tipo de vendimias. Además, la permanencia de un tianguis de indígenas en el costado sur del mercado era otro de los polos de atracción de esta área comercial.
Los dos núcleos restantes que hemos establecido están ubicados en la zona norponiente de la municipalidad, en las colonias Guerrero y Santa María de la Ribera, las cuales se establecieron en la segunda mitad del siglo XIX y especialmente en el período de la República Restaurada para alojar, respectivamente, a sectores obreros y sectores medios.[31] La primera de ellas fue inaugurada oficialmente el 5 de mayo de 1874. Su fraccionador y dueño de la hacienda, Rafael Martínez de la Torre, encontró sustento a su pretensión de crear una colonia para obreros en el proyecto del presidente Sebastián Lerdo de Tejada de apoyar organizaciones de obreros, conocidas como círculos de obreros.[32]
En la Guerrero aparece otro núcleo comercial alrededor del mercado Martínez de la Torre, construido en 1895 muy cerca de la estación de Buenavista y reconstruido en 1906.[33] Este núcleo estaba relacionado con mercados cercanos, como el antiguo Baratillo ubicado en la Plaza de Jardín. En este mismo lugar, “al viento”, se había emplazado en 1859 a los locatarios trasladados del mercado de Villamil, el cual se ocupaba un terreno muy cercano a la actual plaza Garibaldi donde se construyó el mercado 2 de abril a finales de siglo. Esta zona también estaba poblada por muchos vendedores ambulantes que a diario se estacionaban en los puntos cercanos a la estación del ferrocarril, a cada uno de estos mercados y al costado norte de la Alameda, el principal jardín de la ciudad.
En el extremo norponiente y más específicamente en cercanías de las colonias Santa María y San Rafael, se construyó el mercado de San Cosme, inaugurado el 15 de septiembre de 1888 y ampliado en 1902,[34] sobre la Ribera del mismo nombre que era la línea fronteriza entre estas dos colonias.
Finalmente, consideramos un nuevo núcleo en los alrededores del mercado Juárez, el último mercado porfiriano, situado en el límite oriental de la colonia Roma. En esta zona también consideramos los numerosos puestos ambulantes sobre la avenida Chapultepec; como se puede observar en el plano, estaban en la vía que conducía hacia el bosque del mismo nombre, desde las inmediaciones de este último mercado. Juárez es el último centro de actividad comercial que hemos considerado con base en la revisión de varios volúmenes de licencias concedidas por la administración de la ciudad, así como numerosos expedientes e informes de los inspectores, gendarmes, policías, entre otros funcionarios.
Esta sectorización nos será útil para relacionar la fragmentación de la actividad comercial con las condiciones de habitación y trabajo de los trabajadores callejeros, quienes buscaban el sustento en las calles y, con esta intención, buscaron ubicarse en zonas donde tuvieran mayor demanda sus actividades de venta de mercancías, de prestación de servicios o de atracción a los transeúntes para sus espectáculos.
Ubicación espacial y lugares de concentración
Otras calzadas importantes con presencia de tranvías, como San Juan de Letrán, Niño Perdido, Ayuntamiento, San Felipe Neri (llamada desde los años 20 República del Salvador), San Agustín (conocida como Avenida Uruguay) y Cinco de Febrero también tienen un buen número de vendedores.
A pesar de coincidir con algunas vías de este transporte masivo urbano, llama la atención que otras calles donde también cruzaba el “carro del diablo” no tuvieran el mismo número de vendedores, en particular, aquellas en donde se establecieron los principales comercios de lujo de la ciudad en la zona ubicada entre el Zócalo y la Alameda. Nos referimos a calles como Madero y Cinco de Mayo, consideradas desde finales del Porfiriato como las vías más elegantes de esta zona central, así como a las primeras calles de Capuchinas, en donde se establecieron muchos comerciantes mayoristas de la colonia sirio libanesa, quienes colocaron un reloj en el cruce con Bolívar para el centenario de la independencia de 1921 por considerar esta calle como el "centro del comercio de la Nación" de gran importancia por "los establecimientos bancarios y los negocios mercantiles de mayor renombre".[40] Sobre esta vía se habían establecido también los primeros grandes almacenes de comerciantes italianos y franceses. Estas calles sólo eran cerradas en tiempos de fiestas, como el aniversario de la independencia, cuando se establecieron puestos provisionales a lo largo de vías como Cinco de Mayo.
La ubicación espacial y la fragmentación de estas zonas centrales nos lleva a plantear como hipótesis que la consolidación de unas avenidas y bulevares como símbolos del progreso y la civilización urbana porfirianas generó un desplazamiento del reiterado “desorden urbano” a zonas aledañas. Podríamos pensar que a estas grandes avenidas se les concedió la función de ser espacios para la circulación peatonal de las élites. Por su parte, las calles atestadas de vendedores por donde pasaban las líneas del tranvía se convertían en un espectáculo que se observaba desde un mirador privilegiado, desde un mirador en movimiento: el tranvía, el automóvil y luego los autobuses públicos.
Vale la pena subrayar que había calles y plazas con muy alta concentración de vendedores. La calle 8ª de Capuchinas junto a la Merced, la calle de Bugambilia en inmediaciones de la Estación de Buenavista, o la Plaza Bartolomé de las Casas en Tepito estaban totalmente invadidas por puestos fijos y semifijos. Otras calles apenas tenían hileras de puestos en las banquetas, es el caso de Ayuntamiento en cercanías del mercado Martínez de la Torre. Había banquetas donde sólo se ubicaban vendedores con mantas o sombras que se levantaban rápidamente; es el caso de la calle Brasil. El tipo de infraestructura del puesto también correspondía al lugar donde se ubicaba.
Según
estos registros que hemos revisado, la mayor parte de los vendedores vivía
muy cerca de los lugares solicitados para ubicar sus puestos, como puede
percibirse en la Figura 1. En ellos también puede observarse el
número de vendedores con puestos en los rumbos que hemos establecido
con base en la concentración de estas actividades en la muestra
estudiada.
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Allende |
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Ambulante |
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Buenavista y Guerrero |
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Chapultepec |
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Merced |
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San Cosme |
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San Juan y Doctores |
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Santo Domingo |
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Tepito |
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Zona de lujo |
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Fuente: AHDF, VP, vol. 1979-1994.
Figura 1
Zonas de influencia de mercados en la Ciudad de México, 1916-1918
Ni público ni privado. A modo de conclusión
Con base en la sistematización de 298 registros de licencias, hemos podido relacionar el mundo del trabajo y de la habitación en la ciudad de México y la consolidación de rumbos comerciales que también se constituyeron en el espacio vital para un buen número de habitantes dedicados a actividades de subsistencia en las calles, tales como, la venta callejera en puestos fijos, semifijos y ambulantes, la prestación de servicios y los espectáculos en las vías públicas. Hemos comprobado la alta concentración de estos actores sociales en núcleos espaciales, la mayoría de ellos alrededor de los mercados, plazas, estaciones de tranvía o de ferrocarriles, así como en las calles muy transitadas.
Con base en esta sistematización de información, podemos observar la consolidación espacial de “rumbos” comerciales en medio del crecimiento urbano, del aumento de población y de la agudización del problema de vivienda en la capital mexicana.
De un lado, es importante puntualizar que si bien la fragmentación espacial fue una consecuencia de la modernización de la ciudad, la existencia de zonas comerciales consolidó formas de vida tradicionales en las que no había fronteras precisas entre los espacios privados y públicos. Esta separación ha sido referida en varios estudios como una característica específica de las formas modernas urbanas con base en textos literarios que exaltaron la vida moderna, como varias de las obras de Baudelaire, o los estudios de la sociología urbana de estas primeras décadas del siglo XX. Georg Simmel había insistido en que la agudización sensorial producía otro tipo de experiencia urbana con una mayor separación de ámbitos privados y públicos y en donde las calles se convertían en un espacio de liberación y expresión de la libertad personal.
La conjugación de funciones de trabajo y vivienda en estos núcleos comerciales, así como los testimonios que hemos podido hallar sobre la vivencia de las calles como una extensión de la vivienda,[44] nos lleva a considerar que este tipo de experiencia no era una característica para los vendedores de las calles de la ciudad de México a comienzos del siglo XX, así como para buena parte de los sectores populares que vivían en vecindades, nuevas urbanizaciones marginales o en alojamientos populares.
Este modelo —donde no había barreras tajantes entre el interior y el exterior, entre lo público y lo privado, y en donde trabajo y espacio de tránsito se mezclaban—, consideramos, posibilitaba una mayor interacción, solidaridad entre pares y, por lo tanto, más oportunidades de sobrevivencia en medio de condiciones adversas. Asimismo, la densificación de habitaciones en una misma vivienda, habitación o cuarto de dormitorio como parte de un proceso acelerado de estratificación del espacio urbano, permitió la permanencia de formas de vida comunitarias. En las fuentes, encontramos información fehaciente para respaldar este argumento. Un alto número de vendedores realizaba sus actividades de subsistencia frente a su casa o en un radio que no superaba las 3 o 4 manzanas a la redonda del lugar de habitación. También encontramos grupos de mujeres o de hombres que vivían en una misma vecindad y vendían el mismo tipo de mercancía, hecho que permitía la manifestación conjunta en defensa de sus formas de vida, tal como ocurrió en momentos críticos. Hemos encontrado en los archivos numerosos testimonios en los que grupos de hombres o mujeres que viven y trabajan en estos rumbos, defienden colectivamente su posibilidad de sobrevivencia a partir de este tipo de actividades.
Para los fines del presente trabajo, nos interesa recalcar que en este período se consolidaron diversos rumbos comerciales que apoyaron una vivencia fragmentada de la ciudad, fragmentada por las tendencias en la ubicación de lugares de trabajo y vivienda. De esta manera, se fue diluyendo la centralidad de la actividad comercial que había caracterizado a la ciudad de México.
Notas
Bibliografía
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