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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XI, núm. 231, 1 de febrero de 2007
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]


CHIMENEAS EN LA ALDEA: LAS TRANSFORMACIONES INDUCIDAS POR LA INSTALACIÓN DE NESTLÉ EN LA PENILLA DE CAYÓN (CANTABRIA), 1902-1935

José Sierra Álvarez
jose.sierra@unican.es

Manuel Corbera Millán
manuel.corbera@unican.es
Departamento de Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio. Universidad de Cantabria

Recibido: 14 de septiembre de 2006. Devuelto para revisión: 2 de noviembre de 2006. Aceptado: 29 de enero de 2007

Resumen:

En 1905 se instala en un pequeño pueblo de la marina de Cantabria –La Penilla de Cayón- la que entonces era la más importante industria lechera de España, la central suiza Nestlé. La envergadura y rapidez de los cambios inducidos transformaron no sólo la comarca inmediata, sino prácticamente toda la región en apenas 30 años. Cambios que afectaron a la orientación económica (especialización en ganado vacuno de producción láctea, introducción de nuevas razas), a la formación social (fin de las comunidades campesinas y consolidación de la pequeña producción familiar) y al paisaje (apropiación de comunales y difusión del poblamiento disperso en la marina). La empresa, desde el principio, intentó controlar a su favor el proceso de cambio, sobre todo en lo que hace a la orientación de la producción y a los precios, tratando de imponer su monopolio y la integración vertical de los productores.

Palabras clave: industria láctea, ganadería, espacios rurales, industrialización rural.

Abstract

In 1905 the most important industry milkmaid in Spain was settles in a small village of Cantabria (Penilla of Cayón): the Swiss Nestlé. Important changes were induced speedy and not only the immediate district, but practically the whole region was transformed in hardly 30 years: Changes in the economic orientation (specialization in milky production, introduction of new bovine races), in the social formation (end of the rural communities and consolidation of the small family production) and changes in the landscape (communal appropriation and diffusion of the dispersed settlement pattern). From the beginning, the company attempted to control the process of these changes to its own profit mainly that related to the orientation of the production and to the prices trying to impose its monopoly and the vertical integration of the producers.

Key words: milky industry, cattle raising, rural spaces, rural industrialization.

Desde que un excelente conocedor de la ganadería de Cantabria escribiese en 1945 que "deudora es la Montaña a la Nestlé de haber hecho posible la transformación de la raquítica vaca indígena existente a principios de siglo [...] por la magnífica 'pinta' de origen holandés" (Arche, 1945, p. 83), afirmar la importancia que para la economía regional habría de tener la instalación de Nestlé en La Penilla en 1905 ha llegado a convertirse, con motivo, en un auténtico tópico de la bibliografía. "Verdadero hito en la evolución de la producción agropecuaria montañesa" (Barrón, 1992, p. 312), "el hecho más trascendente de la historia de nuestra industria láctea" (Casado, 2000, p. 21), el "modelo industrial" seguido por el capital regional en el sector (Ortega, 1986, p. 200): con tales palabras, en efecto, y con otras similares, ha sido valorada la herencia de aquel primero y heroico establecimiento[1].

A esa escala de análisis, la regional, la historia de Nestlé nos es relativamente bien conocida (Nestlé, 1980; Villa, 1991; Puente, 1992, p. 169-194; Casado, 1992, p. 66-75). Menos lo es, sin embargo, la problemática de las vías concretas a través de las cuales Nestlé hubo de contribuir muy poderosamente a reorganizar económica, social y territorialmente el espacio a la escala de la comarca en la que se implantó hace ahora cien años. Una primera aproximación a ese haz de cuestiones constituye precisamente el objeto de las páginas que siguen, al menos hasta finales del primer tercio del siglo XX, cuando la crisis de los años treinta, con la guerra de la leche y la aparición en Renedo de Piélagos de la fábrica creada por los Sindicatos Agrícolas Montañeses, hubo de venir a reordenar el sector a escala regional (Pérez, 1996; Hoyo, 1998, p. 105-123), y cuando la propia Nestlé había definido y consolidado ya, a lo largo de todo un tercio de siglo, el modelo estratégico que habría de permitirle, tras el difícil paréntesis de la Guerra Civil, su formidable expansión posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Para ello, tendremos que, en primer lugar, identificar las tendencias actuantes en la comarca en el período del entresiglos, en vísperas, pues, de la implantación de 1905; analizar, en segundo lugar, la estrategia empresarial diseñada e implementada por Néstlé en su primer tercio de vida, tanto en materia de localización como de aprovechamiento de los recursos y de gestión de la competencia; y, finalmente, acercarnos a la consideración de algunas de las transformaciones inducidas por la fábrica de La Penilla a las escalas local y comarcal.

El valle del Pisueña en vísperas de la implantación

Con algunos muy notables precedentes desde mediados del siglo XIX, el proceso de industrialización láctea en Cantabria parece haber experimentado su arranque definitivo en los últimos años del siglo XIX, y muy especialmente a lo largo del primer tercio del siguiente, con "una espectacular multiplicación de industrias" en el sector (Ortega, 1986, p.188-190). Los años del cambio de siglo, en efecto, no sólo asistirán al surgimiento de toda una nueva generación de instalaciones al respecto, sino también a la configuración de todo un modelo estructural de industrialización láctea regional. Así, si hasta ese fin-de-siècle el sector aparecía reducido a un puñado de instalaciones en la rama de fabricación de productos lácteos (quesos y mantecas), a partir de esos años comenzarán a surgir también empresas y establecimientos actuantes en la rama de la leche industrializada,[2] tanto en lo que se refiere a la leche en fresco como en lo que hace a los productos dietéticos.[3]

En lo que a esta última orientación se refiere, y al menos desde 1888, existía en Santander un depósito de harinas lacteadas Nestlé, a cargo de Francisco Lastra (Casado, 2000, p. 67).[4] Y en 1901, seguramente a consecuencia del incremento de la demanda nacional al respecto, parece haberse instalado en la misma ciudad la fábrica de harinas lacteadas de Augusto Miranda (Barrón, 1992, p. 312),[5] para la cual disponemos de una relativamente detallada descripción en 1904, cuando su producto estrella, la harina lacteada Bebé, fabricada con "los más modernos aparatos mecánicos" y, al parecer, en régimen de "la más escrupulosa limpieza y desinfección", se exportaba al resto de España y a los mercados americanos (Memoria, 1905, p. 37-38).[6]

Tal será, el sectorial, uno de los contextos en el que entender el establecimiento de Nestlé en La Penilla. El otro, como más arriba se apuntaba, habrá de ser el comarcal, entendido aquí como el acotado al valle del Pisueña, en sus municipios de Castañeda, Santa María de Cayón, Saro, Selaya, Villacarriedo y Villafufre. La consideración de las tendencias y coyuntura que la definían en vísperas de la implantación de Nestlé resulta inexcusable para el objeto de este trabajo, por cuanto habrá de permitirnos identificar y valorar los procesos desencadenados por ésta.

En el tramo final del siglo XIX, y al igual que la mayor parte de la región, la comarca del Pisueña se caracterizaba por una decidida orientación pecuaria, en la que el ganado vacuno resultaba claramente dominante (Cuadro 1[7]). No se trataba en modo alguno de una evolución reciente, sino de la profundización de una tendencia apreciable ya a mediados del siglo XVIII, y acelerada a lo largo de la segunda mitad de la centuria siguiente. Entre 1865 y 1891, en efecto, el vacuno del partido judicial de Villacarriedo habría crecido en un 43 por ciento, algo por encima del crecimiento experimentado por el ovino, que lo habría hecho en un 42 por ciento (Corbera, 1989)[8].

 

Cuadro 1
Ganado, por especies. Comarca del Pisueña (menos Selaya), 1891 (en %)

Municipio

Caprino

Ovino

Vacuno

Castañeda

11,2

20,9

61,2

Santa María de Cayón

8,5

21,1

64

Villafufre

14,5

33,1

50,2

Saro

20,1

38,6

41,3

Villacarriedo

8,2

38,3

53,5

Fuente: Elaboración propia a partir de Nueva, 1892.

 

Por lo demás, y a lo largo de todo el siglo XIX (e incluso desde antes), el conjunto de la comarca había venido comportándose como receptora de explotaciones pasiegas procedentes del sur, especialmente por lo que hace al municipio de Selaya, pero también, aunque en menor medida, a los más bajos. Al filo de 1885, en Santa María de Cayón, por ejemplo, existían ya 31 cabañas con sus prados cerrados en anillo, cuyos propietarios llevaban en su mayor parte apellidos genuinamente pasiegos (Corbera, 1989, p. 595). Habitualmente precedida de la adquisición de una porción de monte (que los pueblos o los municipios sacaban a la venta para sufragar gastos extraordinarios de la comunidad), esta migración invernal de gentes pasiegas hacia las áreas más bajas será la principal responsable de la introducción en la comarca de prácticas y orientaciones lecheras que, más arriba, en los Montes de Pas, no eran ya en modo alguno novedosas (sus raíces, en efecto, pueden rastrearse desde la Baja Edad Media), pero que, desde mediados del siglo XIX, se habían visto reforzadas por la introducción de razas exóticas (primero la suiza o pardo-alpina y, más tarde, la holandesa o frisona) cuyas aptitudes lecheras alcanzaban rendimientos desconocidos en el país. Esa circunstancia habría de permitir a los ganaderos pasiegos especializarse progresivamente en la recría de vacas lecheras con destino a las vaquerías del entorno de las grandes ciudades (Santander, Bilbao, Zaragoza y Madrid) (Terán, 1947).

Con todo, esa orientación netamente lechera parece haber sido muy minoritaria en el valle del Pisueña de finales del siglo XIX, aún dominado por una orientación vacuna tradicional de carne y trabajo, a pesar de que algunos -realmente muy pocos- propietarios locales, animados sin duda por el ejemplo pasiego, hubiesen comenzado a ensayar una transformación de su cabaña sobre la base de la importación esporádica y ocasional de ganado suizo y holandés (Puente, 1992, p. 143 y 167). De ello da cuenta, por lo demás, el sólo incipiente proceso de creación de prados de siega a costa del monte. En Santa María de Cayón, por ejemplo, si bien es cierto que la superficie total de los comunales se había reducido en casi un tercio entre 1753 y 1885, permitiendo que la superficie de prados aumentase en un 179 por ciento (en tanto que las tierras de labor no experimentaron pérdidas superficiales significativas, y sí un notable incremento de los rendimientos [Corbera, 1989, p. 602]), no lo es menos que ese incremento de los prados sólo explica algo menos de la mitad de la reducción de los montes comunales, pues el cuarenta por ciento del espacio privatizado correspondía aún a suertes de helguero o rozada, fincas dedicadas a la obtención del abono necesario para la recuperación de la fertilidad en las tierras de labor.[9] En cualquier caso, la pratificación, muy limitada, venía siendo protagonizada por los ya mencionados pasiegos invernantes de las tierras altas y por algunos grandes propietarios locales. Pero es que incluso éstos (los que disponían de explotaciones de más de siete hectáreas), destinaban a prados, en el caso de Santa María de Cayón, algo menos de la mitad (el cuarenta por ciento) de la superficie total de sus haciendas, dedicando aproximadamente la quinta parte a labor y, el resto, a erial, frente a una estructura de cuarenta, cuarenta y veinte por ciento, respectivamente, en el caso de los propietarios más pequeños, con explotaciones de menos de 1,25 hectáreas.

Por su parte, la estructura de la propiedad no parece haber facilitado precisamente la intensificación ganadera. En Santa María de Cayón, por ejemplo, un sesenta por ciento de los propietarios tenían menos de 1,25 hectáreas en 1885, reuniendo tan sólo el 11,5 por ciento del total de la tierra, un 43,5 por ciento de la cual estaba en manos del seis por ciento de propietarios que superaban las siete hectáreas (Corbera, 1989, p. 599). En tales condiciones, las de un sistema económico en el que la explotación campesina aparecía funcionalmente configurada como unidad generadora de renta de la tierra y del ganado, de interés de los préstamos y de reposición de la fuerza de trabajo, la reproducción de la formación social dependía inexorablemente del mantenimiento de un terrazgo estrecho y de unos comunales extensos (Corbera, 1989; Ortega, 1991).

La insuficiencia estructural de las explotaciones campesinas derivada de esa situación parece haber obligado de antiguo a los campesinos a complementar sus rentas con ingresos exteriores procedentes de actividades que difícilmente encontraban en los horizontes locales, toda vez que, al filo de 1904, el trabajo no agrario del valle del Pisueña parece haber sido muy exiguo, de poco más de sesenta empleos agrupados en pequeñísimos establecimientos (molinos harineros, herrerías, panaderías, zapaterías, etc.), entre los que únicamente descollaban una tenería, una "fábrica de jabón" (seguramente vinculada técnicamente con la primera) y otra de harinas en Selaya, con cinco, cuatro y tres trabajadores, respectivamente, además de -y ello habrá de interesarnos más adelante- dos "fábricas de quesos y mantecas" (y no ya simples "queserías"), una también en Selaya, con cuatro trabajadores, y otra en Esles, con otros cuatro (Memoria, 1905; Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 24 y 27-VII-1904).[10] No es de extrañar, pues, que en Santa María de Cayón, por ejemplo, el 95 por ciento de los ocupados en 1895, excluidos los "propietarios", se declarasen "labradores" (Archivo Municipal de Santa María de Cayón, Lista de vecinos de este término municipal comprendidos en la definitiva de electores, 1895).

Si no encontraban en sus lugares la demanda de trabajo necesaria para complementar sus rentas, los campesinos del Pisueña, como los de otras comarcas de la región, no parecen haber dudado en buscarla fuera, bajo la forma de emigración estacional durante los tiempos bajos del calendario agrario. Al menos, así parece deducirse del elevado volumen de ausentes temporales en los censos de la segunda mitad del siglo XIX y, sobre todo, del vaciamiento, igualmente temporal, de los grupos de edad comprendidos entre los veinte y los cuarenta años y, en menor medida, entre los cuarenta y los sesenta, especialmente por lo que hace a los varones (Figura 1).

 

Figura 1. Población de derecho, por edades. Santa María de Cayón, 1857 y 1877.
Elaboración propia a partir de Censo de la población de los años correspondientes. Dibujó: Julián Alonso del Val.

 

En todo caso, la dinámica poblacional de la comarca venía mostrando una tendencia estable -e incluso ligeramente regresiva- a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX (Cuadro 2). Si es cierto, en efecto, que la población del conjunto del valle del Pisueña experimentó un levísimo crecimiento, no es menos cierto, en efecto, que la mayor parte de sus municipios perdieron efectivos, especialmente los más altos (a excepción de Selaya, probablemente por el aporte de población pasiega), al tiempo que los más bajos experimentaban un crecimiento apreciable, especialmente en el caso de Santa María de Cayón, cuyas mejores condiciones ambientales para la actividad agropecuaria y su igualmente mejor inserción en las redes de comunicación parecen haber propiciado un mayor dinamismo general, observable, por ejemplo, en la construcción en 1904 de un edificio destinado al mercado de los viernes (al lado de la estación de Sarón del ferrocarril de El Astillero-Ontaneda y en el cruce de las carreteras de Guarnizo a Villacarriedo y de Torrelavega a La Cavada), o en alguna iniciativa empresarial en el campo de los transportes, como la surgida en 1903, que habría de dar lugar a la actual de Hermanos Laredo (La Atalaya, 7-I-1905; El Exportador Digital, nº 67, 2003. www.el-exportador. com).

Cuadro 2
Población de hecho, por municipios. Comarca del Pisueña, 1857-1897 (índice 100 en 1857)

Municipio

1857

1877

1887

1897

Castañeda

100

102

110

107

Santa María de Cayón

100

124

130

133

Saro

100

87

81

82

Selaya

100

106

103

108

Villacarriedo

100

95

96

96

Villafufre

100

105

96

95

TOTAL

100

105

105

106

Fuente: Censo de la población de los años correspondientes.

 

Precisamente en Santa María de Cayón se ubicaba, como más arriba se ha apuntado, una de las dos instalaciones de transformados lácteos existentes en la comarca. Si la de Selaya, y de acuerdo con informaciones orales, debía de haber sido creada por Adolfo Sainz-Pardo Fernández y trabajaba con técnicos españoles (Casado, 2000, p. 64), la de Esles, fundada seguramente en 1896 por Salvador Gutiérrez Mier, José Saro Barreda y Pedro Saro Sierra (Sierra, 1982, vol 3, p. 240), se encontraba dirigida por un técnico suizo. Al filo de septiembre de 1900, se presentaba en la Exposición Regional de Industrias como La Española, de Saro, Hijo y Compañía, único expositor del ramo de quesos, al que el plumífero de turno calificaba de "industria importantísima de la Montaña", con mercado nacional y extranjero (Boletín de Comercio, 7 y 12-IX-1900; Cueto, 1996).[11] Al parecer, fabricaba unos 5.000 kilogramos anuales de queso (nata, bola, gruyère y port-salut) y 2.000 de manteca (Memoria, 1905, p. 36), excluidos de los mercados extranjeros por razón de su calidad no uniforme (Casado, 2000, p. 63).[12]

Muy cerca de ella, a poco más de siete kilómetros, en La Penilla, un núcleo cuya población no alcanzaba los doscientos habitantes en 1900 (Figura 2), será donde haya de tener lugar el desembarco de Nestlé.

 

Figura 2. Población de hecho, por núcleos. Castañeda y Santa María de Cayón, 1900.
Elaboración propia a partir de Nomenclátor de la población, 1900. Dibujó: Julián Alonso del Val.

 

La definición de un modelo empresarial

De acuerdo con lo poco que sabemos acerca de la petite histoire de su arribo a España y, más precisamente, a La Penilla (Nestlé, 1980; Sierra, 1982, p. 87-88; Casado, 2000, p. 67), el representante de Nestlé en España, el sevillano Ruiz (en otros lugares, Martínez) Barreto, habría pedido a dos técnicos suizos de la santanderina fábrica de cervezas de La Cruz Blanca un informe acerca de las posibilidades de instalación de la firma en España.[13] Sea como fuere, y ante lo que debió de ser un dictamen favorable, Ruiz Barreto habría elevado una propuesta en firme a Vevey -en 1902, según la bibliografía al uso-, lo que parece haber conducido a una visita a España del inspector general Strosisch, quien se habría mostrado favorable a la iniciativa.

Más allá de la anécdota, y por lo que se refiere al proceso de elaboración de una estrategia locacional que conduciría al grupo suizo a instalarse en La Penilla, no nos queda otra posibilidad, al menos sin acceso a los archivos de la empresa -lo que, por lo demás, suele ser habitual-, que la de la especulación hipotética. Por lo que hace a la elección de España, todo parece sugerir que lo que debió de mover a la empresa suiza a plantearse tal posibilidad hubo de ser "la gran demanda existente de harinas lacteadas y las dificultades cada vez mayores para su importación" (Casado, 2000, p. 67).[14] Esas dificultades se habían iniciado con el viraje proteccionista que supuso el arancel de 31 de diciembre de 1891, que habría de acentuarse aún más tras el desastre del 98, con el nuevo arancel de 1906. En lo que se refiere a la opción por Cantabria (y no, por ejemplo, por los entornos urbanos en los que cabe suponer mayor la demanda, y sobre todo más rápidamente creciente, al menos con anterioridad a la difusión de los procedimientos fabriles de obtención de hielo artificial [Ràfols, 2000]), Puente ha apuntado convincentemente algunos de los factores que pudieron influir en la oleada de inversiones en el sector en Cantabria procedentes de ámbitos suprarregionales: los precios de la leche, inferiores a los de Asturias, y un comparativamente superior rendimiento lechero en las comarcas centrales y orientales de la región, favorecido por la temprana introducción de razas vacunas extranjeras de dedicación lechera (Puente, 1992, p. 178-190). No obstante, esas acertadas consideraciones acerca de la búsqueda de la proximidad a las áreas de suministro de la principal y más pesada materia prima deben ser complementadas y ponderadas con una valoración más precisa de las posibilidades de acceso a otras materias primas o fuentes de energía (como el agua), del factor transporte, del mercado de trabajo o de la viabilidad de adquirir en la cantidad suficiente el suelo necesario para la instalación.[15] Al menos en la zona que, a comienzos del siglo, se encontraba más avanzada en el proceso de reorientación ganadera hacia el vacuno de leche (aunque, como hemos visto, principalmente hacia la recría), sólo la franja más baja, especialmente en el tramo inferior del valle del Pisueña, reunía todas las condiciones apuntadas, toda vez que los Montes de Pas propiamente dichos, pioneros en tal reorientación, debieron verse excluidos por razón de dificultades de transporte de los productos. Por lo demás, esa franja aparecía ya para entonces parcialmente recorrida por el ferrocarril de El Astillero a Ontaneda, inaugurado el 9 de julio de 1902 (que tenía estación en Sarón, barrio de La Abadilla, y apeadero en La Penilla-La Cueva) y conectado con Santander a través de un convenio con el Santander-Bilbao (López, 1985, p. 31), y por la carretera de Torrelavega a La Cavada (Figura 3).

 

Figura 3. La comarca del Pisueña a comienzos del siglo XX. Reproducción parcial de Mapa de la provincia de Santander. Santander: Imp. y lit. de F. Fons, 1898 (corregido en 1906.
[Clicar sobre el recuadro para ampliarlo]

 

La elección de una posición concreta en el interior de esa franja no debió de ser cosa fácil. Y son esas probables dudas las que seguramente permiten entender el equívoco generado por la Memoria... sobre la industria de 1904, fecha de inicio de las obras. En ella, y tras referirse a la de harinas lacteadas de Santander, se mencionaba que "otra fábrica de esta clase se está montando actualmente en Castañeda" (Memoria, 1905, p. 18); pero lo cierto es que de la tal fábrica no vuelve a tenerse noticia. Bien es verdad que pudiera tratarse de alguna iniciativa empresarial que se hubiese visto abortada por la propia -y demasiado próxima- instalación de Nestlé. Pero lo más probable -y lo justificaremos más adelante- es que se tratase de la propia Nestlé, con lo que la noticia mencionada no sería otra cosa que un error motivado por la discreción de la empresa suiza en sus primeros pasos, indicativo seguramente de una estrategia de prospección a escala comarcal. Todavía en el terreno de las hipótesis, sería en la aproximación a esa escala en la que factores menores como el acceso al agua o al suelo habrían de resultar cruciales (Nestlé, 1980, p. 3). Como cruciales debieron de ser al respecto los buenos oficios del entonces alcalde del municipio de Santa María de Cayón, José García Fernández (Casado, 2000, p. 67).[16] La cosa, por lo demás, no era infrecuente. Precisamente el mismo año -aunque en una rama industrial, la química de base, muy diferente-, la otra gran empresa extranjera instalada por entonces en Cantabria, Solvay et Compagnie, se enfrentaba a problemas muy similares, abordados sobre la base de "una estrategia basada en la ocultación del objetivo real, y de la propia entidad de la empresa, por un lado; y por otro, en lograr la colaboración de los sectores sociales de mayor influencia, en orden a facilitar y gestionar la adquisición de los terrenos y crear una imagen favorable en la opinión" (Ortega, 1986, p. 186).

De todo ello, de la discreción y del diplomático vencimiento de las posibles resistencias a escala local parece haberse encargado desde el comienzo Laurent Pfersich Wüscher, empleado de la sociedad Henri Nestlé y de Auguste Roussy, bajo cuya razón social, la última, parece haber girado la empresa en sus primeros años de presencia productiva en España.[17] Debió haberlas, resistencias. Y muy especialmente, como cabía esperar, desde la fábrica de Esles, seguramente desde antes incluso de la construcción de la fábrica (Puente, 1992, p. 182): "Se desconfía de ellos [de los suizos]; se difunden rumores [...]; en el pueblo se les mira de soslayo y los indianos del lugar, siempre influyentes, trabajan contra los intereses de la empresa", escribe un periodista Pero seguramente no sólo ellos. Al lector no habrá dejado de sorprenderle que en la razón social de la fábrica de Esles no figurase en 1900 (y, tampoco, claro está, en 1904), el abogado Salvador Gutiérrez Mier, "un idealista con sentido práctico" (Sierra, 1982, vol 1, p. 88 y 23) y uno de los pioneros en la introducción de razas extranjeras en la región (Puente, 1992, p. 171).[18] Para entonces, en efecto, debía de haberse convertido en albacea de los hermanos Bernaldo de Quirós y, en tanto que tal, e "interpretando el espíritu del testamento" (Sierra, 1982, vol 1, p. 23),[19] iniciaba en 1904 la creación de la escuela de enseñanzas agrícolas que, tres años más tarde, en 1907, habría de sostener la fábrica de quesos y mantecas de Cóbreces, quizás una simple transferencia de capacidades desde Esles.[20] Esa iniciativa, de corte netamente católico-social,[21] permite sugerir retrospectivamente la hipótesis de que la campaña desatada contra Nestlé procediese precisamente de ese entramado ideológico y empresarial. Un Pedro Revuelta Saro, vecino de Esles, aparece, en efecto, en las listas de autorizados de la peregrinación obrera a Roma organizada en 1894 por el segundo Marqués de Comillas (Bastante, 1986, p. 340). Al filo de 1904, por lo demás, existía en Santa María de Cayón un café perteneciente a un primerizo, y hasta ahora desconocido, círculo católico de obreros (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 27-VII-1904), cuya existencia difícilmente podría no estar vinculada con la poderosa familia González-Camino, cuya casona, desde las alturas de Esles, debía de arrojar su sombra sobre el conjunto del valle. El padre, Francisco González-Camino y García de la Concha, enriquecido en Cuba (y, por ello, "representante prototípico del indiano emprendedor decimonónico"), era a la sazón, en efecto, "uno de los empresarios más dinámicos de la economía regional" (Gran Enciclopedia de Cantabria. Santander: Cantabria, X, anexo 2, p. 96-97; Hoyo, 1998, 2). Pero será su hijo, Francisco González-Camino y Bolívar, encargado de la gestión de los negocios familiares tras la muerte del primero en 1904, el que aparezca muy tempranamente vinculado con el emergente catolicismo social: como promotor del sindicato católico agrícola de Esles, fundado el 10 de octubre de 1908 y, ese mismo día, integrado en la recién creada Federación Montañesa Agrícola, ante la que González-Camino actuaría de representante (Bastante, 1986, p. 272-273). Su probable, aunque no documentada, relación con Salvador Gutiérrez Mier en el marco de la fábrica de quesos de Esles se habría visto reforzada a comienzos del siglo por su común orientación ideológica: en 1907, Gutiérrez Mier, en efecto, realizaba un donativo al recién creado sindicato católico agrícola de Mazcuerras para adquirir máquinas de picar escajo y tallos secos de maíz. Por lo demás, y actuando ya en Cóbreces, resulta muy improbable que no tuviese algo que ver con la fundación, el 10 de mayo de 1908, del sindicato de Alfoz de Lloredo. En todo caso, debió de ser así como, en la campaña contra la instalación de Nestlé, hubieron de darse la mano los más arriba mencionados "indianos del lugar", por un lado, y "el Instituto Quirós, que intentaba frenar el impulso de la fábrica" suiza, por otro (Bastante, 1986, p 257 y 265).

Sea como fuese, lo cierto es que la fábrica se construyó y echó a andar, iniciando la recogida de leche en 1905, el mismo año en que la sociedad Henri Nestlé y la Anglo-Swiss Condensed Milk Company establecían una asociación, tras un largo período de feroz competencia.

El hecho de tratarse de un establecimiento perteneciente a un gran grupo empresarial de rango transnacional no parece haber ahorrado al de La Penilla el diseño e implementación de una estrategia específica tendente a hacerse un hueco a escala regional. Y ello, por lo demás, en un contexto de dura y creciente competencia interempresarial por el acopio de una materia prima, la leche en fresco, que en la Cantabria de la época -e incluso a la escala de la comarca- parece haber sido al comienzo un recurso escaso y poco elástico, dada la dominante, y ya señalada, orientación de las explotaciones ganaderas hacia las dedicaciones mixtas de trabajo y carne o, en menor medida, de recría de animales lecheros con destino a vaquerías periurbanas. Identificar los rasgos mayores de esa estrategia de gestión de la competencia es el objeto de las líneas que siguen.

A Nestlé, por lo demás, la cosa debió de planteársele con una especial acuidad, dada la nítida y reiterada orientación hacia el pago de precios particularmente bajos -inicialmente los más bajos de la región-, sólo circunstancialmente elevados para poder competir a escala local con la fábrica de quesos de Esles, que parece haberse visto abocada al cierre en 1907 (Puente, 1992, p. 180 y 182). A escala regional, sin embargo, la competencia con otras empresas, fuesen las de quesos y mantecas (y muy especialmente, desde 1908, la de Cóbreces) o fuesen las de comercialización de leche en fresco (y muy especialmente, desde el comienzo, las de ubicación torrelaveguense (Casado, 1995, p. 31-37; Casado, 2000, p. 127-139), parece haberse resuelto, en lo que se refiere a las respectivas áreas de recogida, mediante alguna suerte de pacto tácito entre las empresas del sector, tendente a evitar el desencadenamiento de una guerra de precios.[22] Con todo, la gran ganadora en ese proceso hubo de ser indiscutiblemente Nestlé, sin duda la mayor recolectora de leche a lo largo de todo el período aquí considerado (Arche, 1945, p. 84-92; Villa, 1991, p. 31 y 50; Casado, 2000, p. 69-70, 131, 159 y 176).

Diferente parece haber sido la política de Nestlé en lo que se refiere a la gestión de la competencia en materia de comercialización de sus productos. Al respecto, una primera línea estratégica parece haber sido la de la diversificación de éstos, iniciando la fabricación de leche condensada en 1917,[23] la de chocolates en 1928 (ese mismo año, el grupo Nestlé constituía la Sociedad Española de Chocolates, SA, con un capital de 501.000 pesetas), la de leche acidificada Eledón en 1932 e incluso la de queso de bola en 1933 (Villa, 1991, p. 23-25 y 38-44; Casado, 2000, p. 72 y 73). Y el otro gran eje estratégico a este respecto parece haber sido, desde 1930, el de las participaciones o absorciones de competidores menos poderosos, especialmente desde que la constitución de Nestlé Anónima Española de Productos Alimenticios en 1920 hubo de prestarle base jurídica propia.[24] En lo que se refiere a las harinas lacteadas, ni la fábrica santanderina de Miranda (de la que, aparte de su ya mencionada fundación en 1901, no se vuelve a tener noticia, lo que sugiere su rápido eclipsamiento), ni tampoco la reinosana de Alonso (todavía activa en 1925) parecen haber preocupado especialmente a Nestlé. No así, sin embargo, la torrelaveguense Sociedad Lechera Montañesa, que comenzará a fabricar leche condensada y harina lacteada en 1926. La amenaza que ello parece haber significado para Nestlé, no sólo desde el flanco de la recogida de leche (y su posible incidencia en el alza de los precios), sinó también desde el de los productos, hubo de saldarse con su absorción en 1930, tres años después de la desaparición de la otra empresa torrelaveguense, la Sociedad de Industrias Lácteas, que había iniciado la producción de su propia leche condensada en 1916, en el marco del incremento de la demanda favorecido por la Primera Guerra Mundial (Casado, 2000, p. 23-25, 53, 72 y 136-137). Por su parte, y tras el incendio sufrido por su establecimiento en 1929, Granja Poch se reconstituirá como sociedad anónima en 1933, con una participación de Nestlé del 49 por ciento del capital, lo que, además de limitar, también aquí, la competencia en materia de recogida, habría de permitr a ésta adentrarse en el entonces muy floreciente ramo de los quesos (Casado, 2000, p. 28, 73 y 130).

A través de todas esas vías, y al filo de comienzos de la década de los años treinta, el conglomerado Nestlé se había configurado pues como la empresa láctea más poderosa de la región, alzándose hasta "una situación de monopolio industrial en la provincia" (Ortega, 1990, p. 93). Un monopolio, ciertamente, sólo amenazado por el surgimiento por tales de años de la empresa cooperativa de los Sindicatos Agrícolas Montañeses (SAM), impulsada por la Federación Montañesa Católico-Agraria, vinculada con la Confederación Nacional Católico-Agraria. Más allá de las interpretaciones habituales, que la presentan como una respuesta directa a la crisis de superproducción lechera iniciada en el invierno de 1929-30 (Arche, 1945, p. 91; Doaso, 1947, p. 25; Casado, 2000, p. 146, El Diario Montañés, 27-IV-1930), la idea germinal, de 1928 (Bastante, 1986, p. 208), parece haber sido la de organizar una así llamada Sección de Ventas en Común para abastecimiento de leche a Madrid. De su vocación convencionalmente empresarial, da buena cuenta el que todavía en la primavera de 1930, la documentación de la federación se refiriese a que "es inútil fijar de antemano el precio de la leche"; o que sólo en fecha tan tardía como noviembre de 1931, cuando la guerra de la leche se había hecho ya plenamente visible, la documentación católico-agraria mencionase como objetivo expreso del proyecto el acabar con las tasas (estacionales, especialmente en primavera y verano) que las empresas del sector, y especialmente la poderosa Nestlé, se habían visto obligadas a imponer a los proveedores en materia de recogida de leche (Rodríguez, 1990, p. 10). Sólo a partir de entonces, en efecto, un proyecto originariamente empresarial pasaría a legitimarse ideológica y políticamente en términos de acción social católica, en un contexto, además, de radical cambio de régimen político.[25]

Por lo que aquí nos interesa, el sólo anuncio del proyecto de lo que habría de ser SAM, efectuado en la primavera de 1929 (su aprobación oficial habría de esperar hasta mediados de julio) hizo subir los precios de la leche al proveedor de 25 a 30 céntimos (Arche, 1945, p. 94), lo que no podía dejar indiferente a Nestlé. Seguramente conscientes de ello, y una vez finalizada la fábrica de Renedo de Piélagos el 29 de marzo de 1932, en plena crisis de superproducción, y enviadas las primeras remesas de leche pasteurizada a Madrid en agosto, los promotores de SAM debieron de reunirse con los directivos de Nestlé a fin de tranquilizar a la empresa suiza acerca de sus intenciones: a pesar de que su área de recogida entraba en parcial colisión con la de Nestlé,[26] lo que obviamente significaba incremento de la competencia en materia de entrantes, sus proyecto era el de limitarse a la comercialización de leche, sin prolongar aquella competencia hasta la fabricación de derivados (Casado, 2000, p. 150). La reacción de Nestlé parece haberse desplegado sobre varios registros simultáneamente: desde la puntual subida del precio de la leche hasta la adquisición de ésta a asociados de la cooperativa durante el invierno (y la negativa a hacerlo en primavera y verano), pasando por lo que, desde los ambientes católico-agrarios, parece haber sido calificado de una campaña en su contra: "Que se nos respete, por lo cual no hemos de tolerar que algunos agentes de esa importante Sociedad [...] aprovechen su relación con los actuales proveedores para desacreditar ante éstos a los dirigentes de la Federación Montañesa Católico-Agraria. [...] No hemos de tolerar que por personas dependientes de la Nestlé se gaste el tiempo en desprestigiar a los elementos directivos de la Cooperativa en formación" (Villa, 1991, p. 35; Rodríguez, 1990, p. 52 y 60). Así las cosas, y tras una fallida propuesta de fusión por parte de Granja Poch, anterior a su ya mencionada penetración por Nestlé (Rodríguez, 1990, p. 52), el contexto político y social habría de cambiar sustancialmente. A escala nacional, el triunfo de las derechas en las legislativas de noviembre de 1933 habría de catapultar a la Confederación Nacional Católico-Agraria, como es sabido, hacia la lucha abiertamente política: "Nos sumamos [...] francamente al bloque antimarxista", es decir, a la Condeferación Española de Derechas Autónomas (Castillo, 1979, p. 364-365). Su reflejo a escala regional será el movimiento de las Casas Campesinas, sindicatos agrarios de clase promovidos desde la órbita socialista que aspiraban a desbancar la influencia de los católicos y a subir el precio de la leche al proveedor. En ese nuevo contexto, el enfrentamiento entre Nestlé y SAM se verá profundamente reconducido. Es verdad que, al filo de 1935, en efecto, y aprovechando la al parecer pésima situación financiera de SAM, Nestlé y Granja Poch, ya asociadas, lanzarán una propuesta de absorción (Rodríguez, 1990, p. 63-73), justo en el momento en el que la cooperativa, violentando sus expresos proyectos anteriores, iniciaba la producción de leche condensada (Arche, 1945, p. 92; Casado, 2000, p. 28). Pero no es menos cierto que las cosas hubieron de desbordar el marco regional y resolverse en Madrid, en las más altas instancias políticas. Habrá de ser nada menos que el poderoso Gil Robles, en efecto, quien haga de mediador entre ambas empresas y reconvierta el conflicto empresarial entre ambas firmas en una suerte de asociación política frente al adversario social (Rodríguez, 1990, p. 64-65). Al menos el diputado socialista por Santander Bruno Alonso así parece haberlo entendido en 1935: "A través de ese pacto de Sam y La Penilla, parece que quiera afirmarse una influencia política, para seguir sometiendo a los campesinos al odioso y ancestral caciquismo" (La Región, 20-XI-1935; Alonso, 1994). Pero no parece haber sido muy diferente la percepción de un testigo privilegiado de aquellas negociaciones, el gran ganadero Ernesto Alday, promotor en enero de 1935 del centrista Sindicato Montañés de Productores de Leche: “Amigos oficiosos de ambos bandos –escribirá posteriormente- buscaron una plausible aproximación de ganaderos y transformadores, a la que también invitaba el funcionamiento y desarrollo de las tristemente célebres Casas del Pueblo Campesinas, […] que ya empezaban a sacar sus negras uñas” (Alday, 1954, p. 68-69).[27]

Por esa paradójica vía, que llevaba a Nestlé a asociarse con el catolicismo social con el que, treinta años antes, había debido enfrentarse a propósito de la fábrica de quesos de Esles, el sector de la industria láctea regional quedaba bicéfalamente configurado para las décadas siguientes, especialmente desde que, tras la caída de Santander en manos de los alzados contra la República, la fábrica de Renedo recibiese, en septiembre de 1937, el encargo de abastecer de leche condensada a las tropas (Rodríguez, 1990, p. 74-75).

Algunos procesos de reorganización local

La adquisición de suelo para las instalaciones hubo de constituir la primera gran vía de impacto territorial del establecimiento de Nestlé en La Penilla. Al respecto, el proceso parece haber sido dilatado en el tiempo y sometido a un ritmo sincopado, sin duda en relación con las propias exigencias derivadas de las ampliaciones consecuentes a la estrategia de diversificación productiva más arriba apuntada.

La primera arremetida parece haber tenido lugar entre mediados de febrero y mediados de abril de 1904, cuando la sociedad Henri Nestlé, a través de Pfersich, y seguramente apoyada por agentes locales, estuvo en condiciones de convencer a 25 propietarios para que le vendiesen 8.556 metros cuadrados de huerta destinados a la construcción de la fábrica, además de otros 2.455 correspondientes a un futuro ramal ferroviario de la línea El Astillero-Ontaneda. En octubre de ese mismo año, la sociedad adquiría además los 3.280 metros cuadrados correspondientes al caz y socaz de la derivación de aguas necesaria para abastecer de fuerza motriz a la fábrica, así como nada menos que otros 13.538 de prado con árboles, configurando con ello una propiedad compacta de 27.829 metros cuadrados en los sitios de La Agüera, Las Cavadas, El Borredo, Las Arrotizas, la Vega de Allende, las llosas de delante y detrás del Molino y el pago de El Bucio en la mies de San Antonio.[28] Seguramente en relación con las ampliaciones exigidas por el inicio de la fabricación de leche condensada, a ese coto redondo vendrían a añadirse, entre 1916 y 1920, otras 63 fincas de prado adquiridas de nuevo por Pfersich, en nombre ahora de Auguste Roussy, y ubicadas en las llosas de Entrambaspuentes y de la Puente, y en los sitios de Ojo de la Mar, Las Corbas y La Jayuela, todo lo cual elevaba la parcela de Nestlé, ya jurídicamente agregada, hasta un total de nada menos que 77.226 metros cuadrados.[29] La ulterior instalación de la fábrica de chocolates, de 1928, no parece haber significado una consecuente ampliación, sino más bien una segregación del inmenso espacio de reserva a favor de la Sociedad Española de Chocolates, SA, a la que la ya para entonces Nestlé AEPA cedía igualmente servidumbre de paso por sus tierras.[30]

Como no podía ser menos dada la dimensión de la parcela, debió de iniciarse ahí ese peculiar proceso de geminación de caracteriza hoy al núcleo de La Penilla, bien perceptible ya en 1928 (Figura 4) y magníficamente evocado por Sierra: "El pueblo de La Penilla se fue estirando de norte a sur, atraído por la masa arquitectónica de la fábrica de Nestlé, como atrae a los niños la presencia de un ser extraño [...] al que se acercan tímidamente hasta sentirse protegidos por su colosal figura" (Sierra, 1982, vol. III, p. 86).

 

Figura 4. El núcleo de La Penilla en 1928. Archivo del Instituto Geográfico Nacional, Planos de población.

 

Por su parte, y de acuerdo con un proyecto arquitectónico que, por el momento, no nos es dado conocer, esa inmensa parcela, correspondiente a algunas de las tierras más productivas del lugar, hubo de comenzar bien pronto a verse cubierta de edificaciones. Una descripción de 1906 nos permite, pese a todo, acercarnos a la primera instalación, formada por cuatro recintos. El mayor, de 1.371 metros cuadrados, correspondía a la fábrica propiamente dicha (Figura 5), un rectángulo de 56 por 22,1 metros al que se adosaban dos alas salientes: una, al norte, de 9,5 por 7,15 metros, destinado a lechería, y el otro, al oeste, de 11 por 5,9 metros, que albergaba la turbina y la sala de máquinas de la central eléctrica. Su planta de sótano albergaba la bodega, los hornos y la turbina; la baja alojaba la lechería, la sala de envases, la sala de hojalatería y las oficinas (en su fachada norte), la hojalatería y el taller mecánico (en su fachada este), y el almacén de hojalata, la sala de construcción de cajas de madera, un segundo horno, la sala de calderas, la chimenea, la panadería, la sala de molinos y el almacén de azúcar (en sus fachadas sur y oeste); la planta principal alojaba cuatro viviendas y otras dependencias y, por fin, la planta segunda y última albergaba almacenes, maquinaria y depósito de agua. Al norte del edificio principal, y separado de él, se hallaba entonces otro de sólo planta baja (de 11,5 por 4,5 metros, lo que hacía un total de 52,75 metros cuadrados) y destino desconocido; y, al sur, e igualmente aislados, una tejavana de diez por siete metros, destinada a carbonera, y unos retretes de 4,5 por 2,8 metros (Registro de la Propiedad de Villacarriedo, libro 533 [=Cayón 52], f. 203-206.).

 

Figura 5. La instalación inicial de Nestlé en La Penilla. Reproducido a partir de Casado, Siglo..., op. cit.

 

Tras la tierra, el agua. Y en lo que a este aspecto se refiere, habremos de toparnos de nuevo con la discreción -si es que no opacidad- inicial de la empresa. En la primavera de 1904, un tal Modesto Martín de Córdoba, en nombre y representación de Dimas Pedro Barreda, al parecer "vecino de La Penilla", solicitaba nada menos que 2.000 litros de agua por segundo, "derivados del río Pisueña en término de aquel pueblo", a fin de llevar a cabo "una modificación de las [obras] correspondientes á un molino de propiedad del peticionario", las cuales se efectuarían en terrenos de su propiedad (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 6-IV-1904). Lo sorprendente del caso es que ni el uno ni el otro aparecen ni en las listas de contribuyentes de Santa María de Cayón ni en las de posibles jurados del partido judicial de Villacarriedo (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 10-XII-1904 y 6-III-1905);[31] y el segundo tampoco lo hace como propietario del único molino existente en La Penilla ni en la Memoria... de 1904 (en cuyo lugar lo hace Cesáreo Ortiz) ni en la relación de contribuyentes por industria de ese mismo año (en que aparece Francisco Penagos Molino) (Memoria, 1905, p. 170 y Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 27-VII-1904) lo que parece sugerir una muy rápida transferencia de los derechos sobre el agua a través de personas interpuestas. Para terminar de rematar el embrollo, unos meses más tarde, el mismo agente, en representación esta vez de Epifanio de la Gándara (que figura como propietario de un molino en el municipio de Castañeda en 1904 (Memoria, 1905, p. 168), pero no aparece en la relación municipal de contribuyentes por industria), solicitaba 1.200 litros en relación con unas obras que "se reducirán -también aquí- á las modificaciones necesarias en un antiguo molino, propiedad del peticionario, no afectando ninguna de esas obras á terreno de dominio público" (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 2-VII-1904). Esta última petición no parece haber tenido continuidad, evocando tan sólo la estrategia de prospección comarcal de los inversores que sugería la más arriba mencionada noticia referente a un proyecto de fábrica de harinas lacteadas precisamente en Castañeda. La que, sin embargo, sí habrá de prosperar será la primera. A finales de 1904, en efecto, el gobernador de la provincia concedía lo solicitado, pero no a Dimas -y ni siquiera a Modesto- sino a... "la Sociedad Henri Nestte [sic] de Verey [sic] (Suiza)", y no para reformas en un viejo molino sino... "como fuerza motriz para diversos usos industriales", de acuerdo con dos proyectos del ingeniero Francisco Casals firmados en Santander el 14 de febrero y el 7 de mayo... ¡de 1902! (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 25-XI-1904; El Diario Montañés, 28-IX-1904),[32] lo que, de paso, permite sostener sin excesiva audacia que la estrategia de Nestlé de ubicación en La Penilla hubo de iniciarse, muy cautelosamente, con cierta anterioridad a la hasta ahora considerada. Por lo demás, sabemos que fue a Cesáreo Ortiz -y no a Dimas Pedro Barreda ni a Francisco Penagos Molino- a quien Nestlé hubo de comprar el cauce, que en 1906 había sido ya reconstruido en cemento y con unas dimensiones de 820 metros de longitud por cuatro de anchura (Registro de la Propiedad de Villacarriedo, libro 533 [=Cayón 52], f. 203-206).

El plano de 1928 recoge, con la fidelidad que su escala permite, esa formidable entrada de agua al recinto de la fábrica. Como también la otra gran flecha, el ramal ferroviario que habría de permitir, al reducir los puntos de ruptura de carga, minorar la incidencia de los costes de transporte en los unitarios de producción. El consejo de administración de la compañía del ferrocarril de El Astillero a Ontaneda, tras recordar póstumamente a Francisco González-Camino padre, "alma y presidente de la Sociedad", daba cuenta a la junta general de accionistas del 27 de marzo de 1905 de que, "estimando conveniente el Consejo la proposición de la importante sociedad 'Nestlé', que establece una fábrica en las inmediaciones de La Cueva, Penilla, se extendió un ramal de vía de 420 metros hasta la fábrica" (El Diario Montañés, 29-III-1905). Y con el mismo objetivo de mejorar los accesos la empresa construyó un puente nuevo sobre la carretera concejil de La Agüera (Registro de la Propiedad de Villacarriedo, libro 533 [=Cayón 52], f. 203-206).

La impronta física de la nueva empresa no podía sino doblarse en el espacio social, y más concretamente en el mercado de trabajo local. Al respecto, las informaciones disponibles acerca del empleo directo generado por el establecimiento de Nestlé resultan, pese a su carácter fragmentario, extraordinariamente elocuentes, especialmente si se contrastan con la situación previa delineada más arriba. De acuerdo con datos de la propia empresa, sabemos que su plantilla habría pasado de la treintena de empleos del año 1905-06 a los 113 de 1928-30, a los 185 de 1938 y a los 357 de 1940 (Nestlé, 1980, p. 10). Más allá del valor cuantitativo de tales magnitudes (a las que habría que añadir el empleo generado por la red de inspectores y recogedores), conviene apuntar aquí algunos procesos cualitativos de interés, como la formación de una muy peculiar colonia suiza en la aldea de La Penilla, la al parecer importante proporción de mujeres en esa plantilla (imposible de precisar por el momento[33]) o, tal vez sobre todo, el crecimiento del empleo asalariado, directa o indirectamente vinculado con Nestlé, en la estructura ocupacional de la población activa municipal. Para mediados de los años treinta, en efecto, esa estructura había cambiado sustancialmente (Cuadro 3). A la pérdida sustancial del peso relativo de los activos que se declaraban ganaderos, que ya no alcanzaban ni siquiera la mitad del total, venía a corresponderse un crecimiento muy notable de los asalariados, representados sobre todo, pero no únicamente, por los que se decían jornaleros, obreros, empleados y trabajadores del servicio doméstico. Además, aunque se mantenía un número considerable de vecinos que se declaraban propietarios -en buena parte rentistas-, aparecían también otras categorías nuevas como las de comerciantes e industriales, que ilustran con claridad el cambio social experimentado. Por lo que hace al empleo femenino, resulta bien elocuente que casi la cuarta parte del empleo asalariado municipal se correspondiese con mujeres[34].

Cuadro 3
Población activa, por ocupación. Santa María de Cayón, 1935

Ocupación

Número

%

Labradores-ganaderos

491

44,3

Jornaleros

67

6,0

Obreros

173

15,6

Empleados

73

6,6

Servicio doméstico

107

9,7

Oficios manuales

61

5,5

Servicios profesionales

46

4,2

Comerciantes

34

3,1

Industriales

15

1,4

Propietarios

37

3,3

Curas

4

0,4

TOTAL

1108

100,0

Fuente: Elaboración propia a partir de Archivo Municipal de Santa María de Cayón, Padrón municipal de habitantes, 1935.

 

Conviene, sin embargo, matizar considerablemente la imagen que tales números contribuyen a dibujar. En primer lugar, y a pesar de que lo esencial del empleo asalariado remitía a la demanda de trabajo generada por Nestlé, una parte no despreciable del mismo parece corresponderse con demandas extralocales: de las no alejadas minas del macizo de la sierra de Cabarga (Minería, 1999; Cueto, 2001; Cueto, 2002), de la industria del arco meridional de la bahía santanderina (Historia, 1994) -e incluso de Torrelavega- o, en el caso, del servicio doméstico, de ciudades como Santander y Madrid, hasta el punto de que, del total de empleadas en esta última actividad, casi la mitad se encontraba en tal situación. Por lo demás, y en segundo lugar, un análisis intrafamiliar de las ocupaciones declaradas en el Padrón municipal de habitantes permite intuir, en efecto, que una parte sustancial de los empleos asalariados en los sectores no agrarios de la economía local se correspondían con situaciones de combinación familiar de actividades intersectoriales. Porque el asalariado, al igual que el que ejercía un oficio manual (e incluso algunos de los que se declaraban industriales o comerciantes), no eran sino campesinos que complementaban con su empleo exterior o con su oficio las rentas de una explotación ganadera atendida en buena parte por la esposa y los hijos, lo que vendría a restaurar la importancia de la ganadería en la dinámica económica de la comunidad campesina.

Sea como fuere, y como no podía ser de otro modo, la estructura del poblamiento parece haber experimentado una considerable transformación. De acuerdo con las informaciones al respecto del Nomenclátor de población de los años correspondientes, entre 1900 y 1930, la inmensa mayoría de los núcleos de población de la comarca, especialmente los de los municipios más altos, perdieron población o, en todo caso crecieron de acuerdo con porcentajes muy bajos, inferiores por lo general al quince por ciento a lo largo de una treintena de años. En contrapartida, la mayor parte de los núcleos de los dos municipios más bajos presentarán saldos poblacionales positivos (Figura 6), destacando con mucho aquellos más directamente vinculados con la reorganización del mercado de trabajo inducida por Nestlé: La Cueva, en Castañeda, y La Abadilla (especialmente en su barrio de Sarón, sede del mercado de ganado y cruce de las carreteras de Guarnizo a Villacarriedo y de Torrelavega a La Cavada) y, sobre todo, La Penilla, en Santa María de Cayón.

 

Figura 6. Crecimiento de la población de hecho, por núcleos. Castañeda y Santa María de Cayón, 1900-1930.
Elaboración propia a partir de Nomenclátor de la población de los años correspondientes. Dibujó: Julián Alonso del Val.

 

La gran transformación

Pero será en el ámbito específicamente ganadero en donde los procesos de cambio desencadenados por la implantación de Nestlé presenten un mayor alcance. Como ya se ha señalado, esas transformaciones desbordaron con mucho los marcos locales y comarcales. Pero no es menos cierto que será la comarca del Pisueña, como área más próxima al principal centro regional de demanda industrial de leche, la que experimente esos cambios más intensamente y, sobre todo, más temprana y rápidamente. Apenas treinta años después de la instalación de la fábrica suiza, en efecto, casi la totalidad del ganado vacuno de la comarca pertenecía a las razas foráneas especializadas en producción de leche, y mayoritariamente -como es lógico, dada su proximidad a Montes de Pas, ámbito especializado en su recría- a la holandesa (Cuadro 4).

 

Cuadro 4
Ganado vacuno, por especies. Comarca del Pisueña, 1938

Municipio

Holandesas

Suizas

Total

% holandesas

% lecheras

Castañeda

728

50

838

86,9

92,8

Santa María de Cayón

3.734

71

3.805

98,1

100,0

Saro

743

0

743

100,0

100,0

Selaya

1.900

0

1.900

100,0

100,0

Villacarriedo

3.352

6

3.391

98,8

99,0

Villafufre

1.050

0

1.332

78,8

78,8

TOTAL

11.507

127

12.009

95,8

96,9

Fuente: Archivo particular de Manuel Corbera, Censo ganadero, 1938.

 

En rigor, ese proceso de sustitución se había producido ya bastante antes. En 1919, por ejemplo, y con motivo de una exposición de ganados celebrada en el mercado de Sarón, la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander afirmaba en su memoria anual que "la enorme riqueza ganadera acumulada en aquella comarca, en la que casi sin excepción, se cría la vaca holandesa en excelentes condiciones de finura, calidad y esmerado trato, [...] indica a donde podrá llegarse el día que los ganaderos se corrijan de algunos pequeños defectos de selección" (Memoria de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, 1919, p. 6). Y aún tendríamos que remontarnos algunos años antes para buscar, no los orígenes del cambio -que se encuentran, como más arriba se apuntaba, en los finales de la centuria anterior- sinó la vertiginosa transformación que arrinconó a las razas locales y cubrió las explotaciones de vacas pinta. Así, pues, la verdadera transformación de la cabaña de la comarca se debió producir, en efecto, en muy pocos años, y tuvo como determinante principal el incremento en la demanda de leche de Nestlé.

Ciertamente, y como más arriba se apuntaba, ya antes de la llegada de la fábrica a La Penilla, y durante los primeros años de su funcionamiento, no dejaba de haber algunas vacas holandesas pertenecientes a explotaciones pasiegas, dedicadas sobre todo a la recría, que proporcionaban un excedente de leche a las fábricas de quesos, particularmente a la ya conocida de Esles, a la que también surtían explotaciones que aún no se habían especializado en la producción de leche. En ese contexto, la llegada de Nestlé hubo de suponer una nueva demanda próxima de leche que, a pesar de los bajos precios que pagaba en esos años (entre diez y doce céntimos en 1905), no pudo por menos de incentivar la producción de algunas explotaciones de los municipios de Santa María de Cayón y Castañeda, únicos en los que la fábrica estableció sus primeros puestos de recogida. Su incidencia, en todo caso, hubo de ser muy reducida, toda vez que ambos municipios contaban por entonces con más de ochocientos ganaderos en total, y que el número de proveedores de la fábrica en 1915 no llegaba al veinte por ciento de esa cifra (Cuadro 5). Pese al carácter no enteramente consistente de las informaciones, no parece caber duda del volumen limitado de la leche recogida durante la primera década de existencia de la fábrica, como tampoco del número de proveedores, lo que parece sugerir que, para esa fecha de 1915, aún no debía de haberse producido una transformación total en las explotaciones ganaderas.

 

Cuadro 5
Leche recogida y proveedores.
Fábrica de Nestlé en La Penilla, 1905-1935

Año

Litros*

Litros**

1905

105.000

132.000

1910

275.000

167.000

1915

414.000

225.000

1920

8.344.000

7.200.000

1925

20.000.000

18.000.000

1930

40.000.000

31.000.000

1935  

30.000.000

Fuentes: Alday, 1958, p. 52 (litros*), y Arche, 1945, p. 84 (litros** y proveedores).[35]

 

Ésta, la gran transformación habría de producirse más bien a lo largo del cuarto lustro del siglo, en el marco de la ya señalada coyuntura propiciada por la interrupción de las importaciones de productos lácteos a resultas de la Primera Guerra Mundial. El probable incremento de la producción de harinas lacteadas y, desde 1917, la ya conocida diversificación de la producción hacia la leche condensada debieron de incrementar muy notablemente la demanda de leche, obligando a la fábrica a recurrir a un número muy superior de proveedores. Al respecto, el salto operado entre tan sólo 1915 y 1920 resulta formidable, el mayor de la historia de la empresa en el período aquí considerado. Ello parece haber sido llevado a cabo sobre la base de una no menos formidable ampliación del área de recogida, quizás, es cierto, a resultas de una estrategia de elusión de una excesiva dependencia territorial (y, con ella, de una política de precios bajos), pero seguramente también como consecuencia de que el incremento de la demanda de leche llegaba en un momento, en buena parte sobrevenido, en el que la capacidad de oferta de los ganaderos continuaba siendo limitada y rígida. Por más que desconozcamos los precios efectivamente pagados al productor, no cabe sino suponer que algo tuvieron que elevarse a fin de captar nuevos proveedores en un contexto, además, de incremento de la competencia por el recurso, a resultas de la aparición de empresas como Granja Poch o Sociedad de Industrias Lácteas. Por más que esa casi obligada subida del precio haya sido pequeña (a fin, claro está, de no gravar en demasía la incidencia de los acrecidos costes de transporte sobre los finales), parece haber resultado suficientemente remuneradora para los ganaderos. Así al menos habría de considerarlo, andando el tiempo, José Antonio Quijano, presidente de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, en el recurso que ésta envió al Ministro de Trabajo en 1932 para oponerse a los precios establecidos por el Jurado Mixto Lechero (Boletín de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, XII-1932, p. 8). Sea como fuese, lo cierto es que esa ampliación extensiva del área de recogida debió de incentivar la acelerada transformación intensiva de las explotaciones, hasta tal punto de que, al finalizar la guerra, existía ya un excedente de producción láctea que preocupaba a las asociaciones de ganaderos: "El aumento de razas lecheras en la ganadería -se escribía en 1919- ha centuplicado la producción de leche y, aunque el consumo de ésta ha crecido también en gran proporción, no es aún suficiente para enjugar un sobrante de aquel producto que tenemos necesidad de aprovechar o en la cría de terneros, no siempre asequible a la intermitente producción de estos pequeños ganaderos, o en la elaboración de quesos, mantecas, etc, que puede llegar a constituir una verdadera e importante industria provincial de no escasos rendimientos" (Memoria de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, 1919, p. 9). A lo largo de la década de los años veinte, ese excedente parece haber sido absorbido en su mayor parte por la demanda de Nestlé (que en esos años multiplicará por 4,5 el volumen de leche drenada, y por 3,5 el número de proveedores, al tiempo que continuará ampliando aún más su área de recogida), pero también por otras empresas, viejas o de nueva creación.

Todo ello contribuirá a la completa especialización de las explotaciones ganaderas de la mitad oriental de la región, y muy particularmente de la comarca del Pisueña. Una especialización en ganadería vacuna de leche que se orientó sobre todo al abastecimiento de las industrias de trasformación y exportación, lo que condujo a las explotaciones a una situación de fuerte dependencia. La relación de los proveedores con las centrales lecheras, y muy particularmente con Nestlé, acabó resolviéndose, en efecto, en una suerte de integración vertical en la que intuimos que los agentes recolectores de leche debieron de desempeñar un papel decisivo, que apenas podrá ser abordado aquí. Por más que sólo como un tímido fulgor, su específico perfil se nos había aparecido ya más arriba a propósito del conflicto entre Nestlé y SAM. Es el momento ahora de recogerlo con algo más de atención, por más que el asunto, seguramente crucial y necesitado de una aproximación monográfica, no pueda ser abordado aquí en detalle. A juzgar por varios testimonios, los recogedores de cada zona parecen haber desempeñado, en las estrategias empresariales de las empresas lácteas, un papel de charnela polivalente, sin el cual difícilmente nos resultaría entendible la dimensión concreta de las transformaciones ganaderas inducidas en última instancia por aquéllas: a su específica función logística, en efecto, habrían añadido las de captadores de nuevos proveedores de las fábricas e impulsores de nuevas prácticas en las explotaciones (especialmente en materia de introducción de nuevas razas, de piensos, de abonos químicos, etcétera), todo lo cual debió de permitirles configurarse en gestores de una no por impalpable menos poderosa red que, al menos en algunas ocasiones, parece haber justificado su percepción como agentes extorsionadores de los ganaderos. En una carta de 1928 dirigida a los directores de varias empresas lácteas (entre las cuales, y dada su para entonces posición hegemónica en el sector, no podía faltar Nestlé), el presidente de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander proponía, en el marco de un proyecto de entendimiento en el conflicto que, por el precio de la leche, comenzaba entonces a abrirse, la absoluta necesidad de asegurar la "independencia de los recogedores de las distintas zonas, siendo de notar que otra cosa lleva al productor a una verdadera esclavitud, que le obliga a una sumisión incondicional de su vida privada y hasta ciudadana, pues son muchos los casos en que estos recogedores, que tienen en la mano la vida económica de los proveedores, les venden abonos, semillas y no pocos hasta el alimento de sus familias, obligándoles a ser sus clientes ante el miedo a perder la única fuente de sus ingresos".[36] Casi un año más tarde, la real orden de 13 de septiembre de 1929 por la que se creaban las Juntas Provinciales de Fomento Lechero de Santander y Oviedo prohibía explícitamente "realizar la recogida y transporte de la leche y ejercer funciones de intermediarios a todos aquellos que provean a los ganaderos de piensos, abonos, semillas, máquinas, alimentos y vestidos y, en general, productos para el desarrollo de su vida y de su industria, bien que se les ceda al contado o a crédito, salvo el caso de que esa función la realicen las Asociaciones, Sindicatos o Cooperativas constituidas por los ganaderos mismos" (Boletín de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, IX-1929, p. 6) . Y es que las explotaciones ganaderas no sólo habían cambiado sustancialmente por la introducción de razas exóticas especializadas en la producción de leche. Esa misma especialización, así como la subordinación a los ingresos que la venta de la leche les producía, parece haberlos obligado a un mayor grado de intensificación en las prácticas de manejo ganadero y, con ellas, a una creciente dependencia de nuevos inputs externos a la explotación.

El nuevo ganado, en efecto, precisaba de una alimentación más abundante y más rica, que ya no podía depender, como venía ocurriendo hasta entonces, de los pastos comunales. Fue entonces cuando se produjo el verdadero asalto a los comunales. Las apropiaciones y cerramientos, y la creación de nuevos prados alcanzaron dimensiones desconocidas en un plazo muy corto de tiempo. Refiriéndose al primer tercio de vida de Nestlé en La Penilla, Doaso apuntaba el ritmo vertiginoso de los cambios paisajísticos: "los aldeanos [...] roturaban apresuradamente los eriales y montes del común, creaban praderas, recriaban terneras, compraban vacas" (Doaso, 1947, p.25). Considerémoslo con un cierto detalle.

En efecto, una parte muy considerable de los comunales debió de apropiarse y pratificarse en los primeros años de la gran transformación, pero el proceso continuó al menos durante todo el primer tercio del Novecientos e incluso durante la inmediata posguerra, si bien entonces con un marcado signo político, y sin apenas protagonismo campesino (Ortega, 1991, p. 169). Y quizás con un pico muy marcado en la década de los veinte. José Gómez y de Mazarrasa, asesor letrado de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, escribía en 1931 que "de hace diez años a esta parte, la fisonomía del campo montañés ha variado por completo. Montes calvos, que sólo daban helechos y escajos, son actualmente un conjunto de prados, todos hermosos y florecientes, en los que pacen las vacas a la vista de sus propietarios, que han edificado allí sus casas y las cabañas de sus ganados" (Boletín de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, IX-1931, p. 3). Pero ya al comenzar la década de los veinte, el asalto a los comunales debía de haber alcanzado dimensiones suficientes como para que el gobierno de la dictadura de Primo de Rivera se viese inclinado a regularizar las roturaciones arbitrarias mediante el real decreto de 1 de diciembre de 1923, que se refería sólo a los montes del Estado y a los propios y comunes de los pueblos, quedando exceptuados aquellos otros declarados -o pendientes de declaración- de utilidad pública, también conocidos como montes de fomento. La norma, reiterada por plazo de un año en 1930 (R.D. de 23-XII), reconocía como legítimos propietarios a los roturadores que, con anterioridad a aquella fecha, estuviera en posesión de los terrenos por más de un año y un día, previo pago del precio fijado por los peritos de Hacienda. En todo caso, la exclusión de los montes de utilidad pública mantuvo en la ilegalidad a buen número de roturadores en Cantabria y en la propia comarca. De ahí que continuasen las reivindicaciones de las asociaciones ganaderas para lograr igualmente la legalización de las roturaciones sobre estos espacios (González, 1947).[37] En 1932, finalmente, una orden del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio abría la posibilidad de legitimar estas ocupaciones, declarándolas intransferibles, si bien estableciendo la posibilidad de prorrogarse -en caso de defunción- en uno de los herederos legítimos.

Carecemos de informaciones por el momento para valorar con precisión las proporciones de la apropiación de comunales en la comarca del Pisueña durante esos años. No obstante, y para el caso de Santa María de Cayón, basta comparar la superficie de propiedad privada proporcionada por el amillaramiento de 1885 con la del catastro de rústica de 1958 para percibir las dimensiones del proceso (Cuadro 6). En un período mucho más reducido de tiempo, de casi la mitad, el incremento de la propiedad privada fue casi igual entre 1753 y 1885 que entre 1885 y 1958, quedando reducida la propiedad pública, en esta última fecha, a tan sólo un 31 por ciento de la superficie total catastrada. Pero lo más significativo es que, además, fue la superficie dedicada a prado la que experimentó el mayor incremento en este último período. Si la superficie de propiedad privada aumentó, en efecto, en torno a un cincuenta por ciento, la dedicada a prado lo hizo en casi un 135 por ciento, pasando de no suponer siquiera la mitad de las tierras privadas en 1885 a suponer casi las tres cuartas partes en la última fecha (y ello sobre una superficie total mucho mayor). Un incremento que no sólo se debió a las nuevas roturaciones, sino también a la reducción de la superficie dedicada a cultivo y a la práctica desaparición de las parcelas de erial hasta entonces reservadas a la fabricación de abono.

 

Cuadro 6
Superficie de propiedad privada,
por dedicaciones (en Ha)
Santa María de Cayón, 1753, 1885 y 1958

Dedicación

1753

1885

1958

Tierra de cultivo

461,0449

451,8909

299,3396

Prado

299,9449

836,1967

1965,0310

Erial-pastizal

17,1751

429,1794

13,9320

Monte

-

49,4434

358,1180

Otros

   

5,7380

Fuentes: Elaboración propia a partir de Libros-raíz del Catastro de Ensenada (1753); Archivo Municipal de Santa María de Cayón, Padrón general de la riqueza inmueble, cultivo y ganadería de este distrito, según los datos que arroja el amillaramiento que ha venido rigiendo hasta el 30 de junio de 1885; y Catastro de Rústica, 1958.

 

La tenaza de más prados y, consecuentemente, menos superficies dedicadas a la extracción de abonos orgánicos revela elocuentemente la más arriba mencionada dependencia creciente de las explotaciones respecto de los entrantes externos. Las nuevas parcelas reducidas a prado e incorporadas a la explotación exigían de cantidades mayores de abono que, sin embargo, ahora debían ser adquiridas en el mercado. Y otro tanto parece haber ocurrido con las semillas, con los piensos -imprescindibles para completar la alimentación de ese nuevo ganado mucho más exigente, sobre todo si se quería que produjese más leche y más rica en grasa- y con las vacunas y medicinas que frecuentemente demandaban los animales, dados los mayores requerimientos al respecto de las razas foráneas especializadas. Así, de la misma manera que las explotaciones dependían de los ingresos metálicos que les proporcionaba la venta de su leche, cuyos principales clientes eran las industrias, se veían obligadas a invertir una parte sustancial de esos ingresos en la adquisición de todos esos inputs.

Como no podía ser de otro modo, esa situación de doble dependencia de las explotaciones, respecto de la industria transformadora o exportadora y respecto de los proveedores de entrantes, debió de reducir considerablemente su capacidad de resistencia. Por eso, la caída del precio de la leche y el establecimiento de tasas de recogida a finales de los años veinte, a resultas de la crisis internacional y de la acumulación de excedentes en los almacenes de Nestlé y de Sociedad Lechera Montañesa, para entonces ya absorbida por la primera, no pudieron por menos de producir un fuerte impacto en las explotaciones, tanto más cuanto que los precios de los inputs, no sólo no bajaron, sino que siguieron incrementándose. La virulencia que en esos años adoptó la llamada guerra de la leche debe ser entendida precisamente en ese contexto.

Un contexto, el de la precariedad campesina plenamente integrada en el mercado, que puede ser cabalmente entendido sobre la base del cálculo microeconómico que la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander llevaba a cabo en 1932, tomando como base unos precios al proveedor de treinta céntimos por litro en los seis meses de verano, y de cuarenta en los seis de invierno, superiores a los entonces vigentes (de 28 céntimos en verano y de treinta en invierno), fijados ese mismo año por el Jurado Mixto Lechero  (Boletín de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, XII-1932, p. 4). Tomando como tipo un ganadero con cinco vacas en producción y cuatro hectáreas de prado y labor, los gastos anuales "irreductibles" venían a ser de 3.030 pesetas, que resultaban de la suma de 500, correspondientes a los costes de los abonos químicos (en el supuesto de que la mitad de la fertilización se hiciese con estiércol producido en la propia explotación); 730, correspondientes a "pienso o turtó" (a razón de un kilogramo por cabeza y día y un precio en el mercado de 40 céntimos); 100, correspondientes al seguro de ganado y gastos de veterinario, medicinas y desinfectantes (a razón de veinte pesetas por cabeza); 450, correspondientes al interés al seis por ciento del valor de las cinco vacas (a razón de 1.500 pesetas por res); y, finalmente, 1.250, correspondientes a la renta del establo y de la finca (a razón de 250 pesetas por hectárea, lo que equivalía a menos de cinco por carro, la medida de superficie usual en la comarca). Por su parte, los ingresos no iban más allá de 4.769,50 pesetas, resultado de la suma del precio en el mercado de cuatro terneros que, a razón de 75 por cabeza, no pasaban de 300 pesetas; y, sobre todo, de las ventas de la leche, 4.469,50 pesetas, que resultaban, por su lado, de la adición de las 1.921,50 correspondientes a la temporada de verano y las 2.548 de la de invierno (y ello teniendo en cuenta los descansos de sesenta días entre parto y parto y, sobre todo, suponiendo  "una magnífica producción" total de 2.555 litros anuales, lo que significaría una media anual de 35 litros diarios por explotación, que "pocas cuadras" estaban en condiciones de alcanzar). Aún así, el "beneficio líquido anual" se quedaba reducido a 1.739,50 pesetas, las cuales, divididas entre los 365 días del año, significaban "un jornal diario de 4,75 pesetas para mantener a toda la familia empleada en el cuidado del ganado y cubrir sus necesidades".

Un beneficio ciertamente demasiado reducido, que cabe suponer rozase los límites de la simple precariedad en los meses de invierno. Conviene subrayar además que el cálculo reposaba en unas condiciones de rendimientos, por un lado, y de precios de la leche, por otro, que, como se cuidaba de señalar el autor de la hipótesis, no eran las más habituales: más altas en el caso de los primeros, pero también más altas en el caso de los segundos. Pero es que el tipo de explotación elegido para el cálculo no parece tampoco corresponderse enteramente con la realidad. Si, en efecto, tomamos como muestra el caso del municipio de Castañeda, la estructura por tamaños de las cuadras (Cuadro 7), revela que, de los 215 ganaderos entonces existente, 92 (es decir, nada menos que casi el 43 por ciento del total) tenían menos de cinco vacas en producción, lo que, dada la inelasticidad de algunos de los items de los costes, sugiere unos beneficios netamente insuficientes, que debieron venir, por otra parte, a reforzar la necesidad campesina de recurrir a las rentas complementarias procedentes del exterior de la propia explotación.

Cuadro 7
Explotaciones ganaderas,
por tamaños (en número de vacas)
Castañeda, 1937

Tamaño

Explotaciones

%

menos de 5

92

42,8

de 5 a 10

86

40,0

de 11 a 20

34

15,8

de 20 y más

3

1,4

TOTAL

215

100,0

Fuente: Archivo particular de Manuel Corbera, Censo ganadero de Castañeda, 1937.

 

Desde una perspectiva ganadera, pues, la situación había cambiado muy sustancialmente a lo largo del primer tercio del siglo XX, pero manteniendo algunos rasgos estructurales de subordinación. La plena y, como hemos visto, muy rápida integración capitalista de las economías campesinas de la comarca parece haber permitido que los campesinos dispusiesen de más tierras en propiedad (sobre la base, ya lo hemos señalado, del asalto individualizado a los comunales) y que manejasen más dinero líquido (sobre la base, como también se ha dicho, de los ingresos procedentes de la venta de la leche). Pero no es menos cierto que ese tránsito desde una economía de renta hacia una economía agroindustrial no hubo de significar una minoración de su dependencia estructural: si antes, en efecto, se veían atados a los propietarios de la tierra y del ganado, al prestamista rural tradicional y a las exigencias de la pluriactividad estacional fuera de sus valles, ahora, sin haberse liberado enteramente de las urgencias de la renta de la tierra y del ganado, se veían estrechamente subordinados a las estrategias de las centrales lecheras, a las redes de intermediación de los suministradores de inputs, al crédito moderno y al mercado de trabajo asalariado no agrario.

Desde la llegada de Nestlé a La Penilla hace ahora cien años, y a lo largo del primer tercio del siglo XX, todo cambió, pues, en la comarca del Pisueña, de la economía a la población y del espacio físico al paisaje social, poniendo las bases de un modelo, el implementado por aquella industria primisecular, que, andando el tiempo, habría de definir al conjunto de la región.

 

Notas

[1] Con leves modificaciones, el texto que sigue estaba destinado en origen a formar parte de un libro conmemorativo de los cien años de la presencia de Nestlé en España. La empresa, sin embargo, no consideró adecuada su publicación.

[2] Utilizamos aquí la diferenciación entre leche industrializada y productos lácteos propuesta en Pérez, 1986, p. 135-136.

[3] "Amamantada de las ubres de esta ganadería vive una importante industria transformadora que realiza la triple función de fabricar leche condensada, en polvo, productos dietéticos, exportar leche pasteurizada o concentrada a Madrid y fabricar queso y manteca" (Arche, 1945, p. 83). Véanse también, siguiendo en este punto al anterior, Ortega, 1986, p. 234; y Puente, 1992, p. 172-174.

[4] Desde al menos 1879, Nestlé comercializaba sus harinas lacteadas en España, a través del acuerdo establecido entre un exportador jerezano de vinos y los representantes londinenses de la empresa suiza. Por lo demás, ya en fecha tan temprana como 1870, Henri Nestlé daba a la luz, en la parisina imprenta de A. Michels, un folleto en castellano titulado Harina lacteada Nestlé: Memoria sobre la nutrición de los niños de corta edad, obviamente destinado a mercado español e hispanoamericano.

[5] Del crecimiento de la demanda interior de harinas lacteadas da buena cuenta, además de la propia instalación de La Penilla, el establecimiento de la fábrica de Alonso en Reinosa, precisamente por los mismos años. Un anuncio publicitario puede verse en La Tierruca, 1906. La de Santander, la de Reinosa y la propia Nestlé serán "de los primeros fabricantes de este producto en España" (Casado, 2000, p. 208).

[6] Varias estampillas publicitarias de la época, vistas en el mercado madrileño de antigüedades, nos informan de que la fábrica de Miranda tenía representante permanente en Madrid, en la calle de Lagasca.

[7] En el cuadro, se ha prescindido de algunas especies marginales, lo que explica que la suma municipal de los porcentajes no resulte igual a cien.

[8] En la época, el partido judicial de Villacarriedo no incluía a Selaya, pero sí a los municipios de la comarca del Pisueña y a los de Luena, Puente Viesgo, San Pedro del Romeral, San Roque de Riomiera, Santiurde de Toranzo y Vega de Pas.

[9] En un documento del Ayuntamiento de Castañeda de la primera mitad del siglo XIX se puede reconocer esta costumbre de reparto en suertes de los eriales, primer paso para su posterior privatización (Ortega, 1991, p. 167).

[10] La tenería de Selaya existía ya en 1885 (La Gaceta Industrial, 1885, p. 236). El establecimiento de La Pasiega en Vega de Carriedo, fundado diez años antes (en 1894) y atendido por técnicos italianos, debía de haber desaparecido para entonces. Su director-gerente había sido Francisco Lastra (Casado, 2000, p. 63), ¿tal vez el mismo que tuviese en Santander el depósito de harina lacteada años antes?

[11] En la relación municipal de contribuyentes por industria aparecía como "José Saro y Barreda é hijos" (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 27-VII-1904).

[12] En la época, parece que tan sólo los quesos de Campoo conseguían enviar algunas partidas a Méjico y Cuba (Portillo, 1904, p. 18).

[13] Sorprende en principio que, al efecto, no hubiese recurrido al técnico igualmente suizo que, según ya sabemos, se encontraba al frente de la fábrica de quesos de Esles. Con todo, a su nacionalidad, y seguramente al renombre alcanzado a resultas de los galardones obtenidos por las cervezas santanderinos en varios certámenes nacionales e internacionales, los técnicos de La Cruz Blanca podían haber añadido la circunstancia de su conocimiento de alguno de los procesos necesarios para el tratamiento de la leche. En su fábrica, en efecto, se elaboraba igualmente hielo, amén de que las botellas eran pasteurizadas (Santander fabril: La Cruz Blanca. El Liberal, 19-IX-1899). Lo cierto, sin embargo, es que los tales técnicos no son mencionados ni en ese reportaje, ni en el titulado "Santander industrial" publicado en La Gaceta Industrial, 1885, p. 237; y ni siquiera en la muy cuidadosa al respecto Memoria de 1904, en donde las dos fábricas de cervezas santanderinas entonces existentes sumaban un empleo total de 83 hombres y 50 mujeres, todos españoles (Memoria, 1905, p. 108-109).

[14] Lamentablemente, las partidas del arancel de las estadísticas oficiales de comercio exterior de los años del entresiglos no permiten discriminar la evolución de las importaciones de harinas lacteadas.

[15] Así, por ejemplo, parece sugerirlo la combinación de factores de localización señalada por los promotores de la fábrica de SAM un par de décadas más tarde: "La elección del terreno para situar la fábrica -habría de escribir un cercano protagonista de la operación- fue un asunto que mereció todo nuestro cuidado. Y así, pensamos que había de reunir por lo menos las condiciones necesarias: tener cerca el ferrocarril, inmediata la carretera, mejor si ésta era de primer orden y agua abundante o río cercano" ( J. Cereceda. Borrador para una historia de la SAM en su 25º aniversario. Archivo de SAM [Renedo de Piélagos], inédito, p. 38-39; cit. en Rodríguez, 1990, p. 33).

[16] En las elecciones legislativas limpias de 1903, el encasillado caciquista parece haber funcionado a la perfección en el municipio: 63 votos para el viejo conservador Viesca, 76 para el conservador regeneracionista Hontoria y 63 para el liberal Garnica (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 29-IV-1903). En las de 1905, los republicanos denunciaron "la no apertura de los colegios electorales en el ayuntamiento de Santa María de Cayón" (Garrido, 1990, p. 44).

[17] En lo que se refiere a la razón social de la empresa actuante en La Penilla, existe una cierta confusión en la bibliografía disponible. Doaso menciona que inicialmente se trataba de A. Roussy, "incorporada muy pronto a la Sociedad Nestlé (anglosuiza)" (Doaso, 1947, p. 27). Por su parte, Arche (1945, p. 83) y, tras él, otros varios autores (por ejemplo, Casado, 2000., p. 67-68) no mencionan en absoluto a Roussy. Puente (1991, p. 179-180) sugiere que "la inscripción a nombre de Roussy no es más que una estrategia de la gran empresa suiza para mantener en secreto su presencia". Al respecto, las cosas continúan sin aparecer con toda la claridad deseable. Como más adelante se verá, en las gestiones previas a la instalación (adquisición de suelo y de derechos de uso del agua, así como en lo referente al ramal ferroviario), y a pesar de llevarlas a cabo en ocasiones a través de personas interpuestas, será la sociedad Henri Nestlé la que aparezca expresamente. No es menos cierto, sin embargo, que el 11 de mayo de 1906, un año después de la fusión entre Henri Nestlé y la Anglo-Swiss Condensed Milk Company, la finca entonces propiedad de Nestlé, con sus construcciones y sus derechos de aguas, será vendida en 90.000 pesetas por Louis Ferrier Crespon, suizo, apoderado de la sociedad Henri Nestlé (mediante poder dado en Vevey el 5 de abril de ese mismo año) y vecino ya de La Penilla, a Auguste Roussy Aguet, representado ante un notario de La Abadilla por Laurent Pfersich. Véase Registro de la Propiedad de Villacarriedo, libro 533 (=Cayón 52), f. 203-206. Lo sorprendente es que Roussy aparece allí como persona física, y no como representante de Nestlé, siendo como era consejero de la empresa y, desde hacía un año, presidente del consejo de la sociedad fusionada. ¿Es que se pretendía con ello mantener la la fábrica de La Penilla al margen del acuerdo entre Nestlé y la Anglo-Swiss? Por lo demás, y como veremos, en calidad de persona física participará Roussy igualmente, quince años más tarde, en la formación de Nestlé Anónima Española de Productos Alimenticios (Harrisson, 1983, p. 68; Villa, 1991, p. 8).

[18] Refiriéndose a él, escribirá más tarde un buen conocedor del asunto (que en 1903 lo había visitado en su casa solariega de Mazcuerras): "Entre los beneméritos precursores del actual desenvolvimiento ganadero [...], hemos de señalar a aquel gran patricio, abogado esclarecido [...] tan persuadido de la eficaz influencia que las industrias lecheras habrían de tener en [...] la ganadería montañesa" (Doaso, 1947, p. 24).

[19] Al parecer, el testamento de Antonio y Manuel, de 1899, mandaba fundar en el pueblo de Cóbreces una comunidad trapense vinculada a la "enseñanza agrícola con arreglo a los adelantos modernos" (Casado, 2000, p. 116).

[20] Era seguramente él quien se escondía bajo el neutro ropaje de "representante de la fundación de don Antonio Bernaldo de Quirós" que, muy a comienzos de 1905, pedía al ayuntamiento de Alfoz de Lloredo el aprovechamiento de un manantial de aguas enclavado en el común del pueblo, "las que se propone utilizar en las necesidades de la Escuela y Granja agrícolas que [...] se viene estableciendo" (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 21-I-1905). Por lo demás, y por esas mismas fechas, el personaje se integraba en otra gran iniciativa lechera, la de La Universal Exportadora, primera empresa cántabra de exportación de leche en fresco hacia Madrid (Puente, 1992, p. 183-184; Ortega, 1986, p. 199-200; El Diario Montañés, 7-X-1905).

[21] Al parecer, la fábrica de Cóbreces habría de anunciarse en un muy beligerante semanario católico de Torrelavega (Casado, 2000, p. 117).

[22] A partir de las minuciosas informaciones al respecto de Arche (1945, p. 84, 89 y 90), Puente (1992, p. 182-185) ha llevado a cabo una convincente cartografía evolutiva de tales áreas. Desde finales de la década de los años veinte, Nestlé extenderá su área de recogida hacia el País Vasco, lo que le llevará en 1929-30 a la construcción de una nueva planta en Udalla (Ampuero), destinada a la concentración de la leche recogida en ese ámbito (Casado, 2000, p. 185, Sierra Álvarez, 1998, p. 315).

[23] Otras fuentes señalan la fecha de 1910 (Casado, 2000, p. 71). La muy peculiar coyuntura de la Primera Guerra Mundial parece haber sido "un moment privilégié d'expansion pour le groupe Nestlé" (Harrisson, 1983,  p. 69).

[24] Sobre la base de un capital de dos millones de pesetas (repartidas en cuatrocientas acciones de quinientas pesetas cada una), de las cuales las tres cuartas partes correspondían a la empresa de La Penilla, esa constitución tuvo lugar en Barcelona, el 17 de septiembre de 1920 (Cagal, 1986, p. 5). En ella, Roussy, representado por Pfersich, aportaba la parcela y construcciones de La Penilla (valoradas en 250.000 pesetas), la maquinaria, utillaje y mobiliario (100.000) y, sobre todo, las materias primas entonces existentes en la fábrica (1.150.000). Véase Registro de la Propiedad de Villacarriedo, libro 600 (=Cayón 58), f. 107-111. Por su parte, Nestlé-Anglo Swiss (Cham y Vevey, Suiza) retenía 400.000 pesetas de capital en concepto de cesión de los derechos de uso de las marcas, Alfred Liotard Vogt (París) 50.000, Gustave Aguet (Londres) 25.000, Fred H. Page (Cham, Suiza) 10.000 y Vicente Coma Ferrer (Blanes, Barcelona) 15.000. A excepción de Roussy y Coma, los demás aparecían representados por René Brègre y Breger (Neuilly-sur-Seine, Francia).

[25] A la semana de proclamarse la República, el presidente de la Confederación Nacional Católico-Agraria, José María Gil Robles, convocaba la XV asamblea confederal. A ella hubo de asistir, por la federación de Santander, su consiliario Lauro Fernández, alma de la iniciativa SAM y, ese mismo año, diputado en las Cortes Constituyentes (Castillo, 1979, p. 361-363).

[26] Ya el área inicial, limitada a los municipios de Piélagos, Bezana, Miengo y Camargo (Arche, 1945, p. 99), entraba en contradicción, en efecto, con la de Nestlé y la de su, ya para entonces, filial Sociedad Lechera Montañesa (Puente, 1992, p. 183 y 185).

[27] El papel de Gil Robles apenas se oculta bajo la alusión críptica a que “los señores fabricantes de productos lácteos tenían entonces gran amistad y contacto con una elevadísima personalidad estatal” (p. 131).

[28] Las adquisiciones -mediante contrato privado las primeras, y ante notario santanderino las segundas- fueron registradas por Pfersich, tras el preceptivo trámite ante el Juzgado Municipal, el 7 de marzo de 1906 (Registro de la Propiedad de Villacarriedo, libro 533 [=Cayón 52], f. 203-206).

[29] La agregación se registra el 31 de agosto de 1920 (Registro de la Propiedad de Villacarriedo, libro 600 [=Cayón 58], f. 101-112, y 618 [=Cayón 60], f. 32-33). Para las fechas de adquisición, libro 600, f. 38-100.

[30] La autorización de venta del consejo directivo de Nestlé AEPA es de 16 de julio de 1927, y la inscripción registral, de 21 de agosto de 1928 (Registro de la Propiedad de Villacarriedo, libros 600 [=Cayón 58], f. 111-112, y 618 [=Cayón 60], f. 32-33).

[31] Por tales años, un Pablo M. de Córdova se anunciaba habitualmente como habilitado de clases pasivas con domicilio en Santander, en El Diario Montañés.

[32] Nestlé habría de presentar en la Jefatura de Obras Públicas "un plano acompañado de su memoria explicativa del modelo que habrá de establecerse en la toma de aguas", y las obras, de acuerdo con la legislación vigente, deberían iniciarse dentro del plazo de dos meses a partir de la fecha de publicación. Andando el tiempo, el ingeniero industrial Francisco Casals Bertrán habría de recoger su larga experiencia profesional en un Tratado práctico de ingeniería. Barcelona: Imp. Elzeviriana, 1933.

[33]  Las fotografías del precioso folleto Una visita a las fábricas Nestlé, editado por la empresa en 1939, no deja lugar a dudas acerca de esa presencia femenina, especialmente en los talleres de fabricación de botes y de envasado automático. El folleto, por lo demás, describe con precisión las secuencias técnicas de fabricación.

[34]  En sus recuerdos, dos trabajadoras ingresadas en la fábrica en los años treinta hacen referencia a la práctica habitual de despedir a las mujeres cuando se casaban y, en su caso, readmitirlas de viudas (Falagán, 2005).

[35] Aunque no hemos querido renunciar a la presentación de los datos de Alday, consideramos más fiables los aportados por Arche, seguramente obtenidos de la propia empresa.

[36] La carta libraba de responsabilidad en el conflicto a la dirección de las fábricas, dada la organización que entonces existía (Boletín de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, XI-1928, p. 1). Alday recordaba igualmente el papel del “medidor –en cuya tienda solían tener [los ganaderos] copioso saldo en contra” (1954, p. 68).

[37] Escribía José Gómez y de Mazarrasa: "Creemos que sería conveniente nombrar otro Comité de roturadores de Fomento, para que, repitiendo los trabajos que se realizaron en 1923, y con el apoyo resuelto de la Asociación general de Ganaderos, podamos conseguir el mismo resultado. Pero sin apremios, sin prisas, porque cuanto más tiempo pase y más se roture, el problema se agudizará cada vez más; dejará de ser problema, y tendrá una más fácil solución" (Boletín de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, septiembre, 1931, p. 4).

 

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© Copyright José Sierra Álvarez y Manuel Corbera Millán, 2007.
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Ficha bibliográfica:
SIERRA, J.; CORBERA, M. Chimeneas en la aldea: las transformaciones inducidas por la instalación de Nestlé en La Penilla de Cayón (Cantabria), 1902-1935. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de febrero de 2007, vol. XI, núm. 231 <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-231.htm> [ISSN: 1138-9788]

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