Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788.
Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XI, núm. 245 (61), 1 de agosto de 2007
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

Número extraordinario dedicado al IX Coloquio de Geocritica

EL PAPEL DE LA CULTURA EN EL CAMBIO ECONÓMICO Y LA PROMOCIÓN DE LAS CIUDADES. EL CASO DE PHILADELPHIA

Joan Ganau
Departament de Geografia i Sociologia
Universitat de Lleida, España
ganau@geosoc.udl.cat


El papel de la cultura en el cambio económico y la promoción de las ciudades. El caso de Philadelphia (Resumen)

El objetivo la comunicación es analizar la evolución la cultura ha tenido en la política de las ciudades y su estrecha relación con la imagen y la promoción exterior de éstas. Para ello se toma como caso de estudio la ciudad de Philadelphia (USA) en los últimos 20 años: una ciudad que, en buena medida gracias a una decidida apuesta por la promoción de las artes, ha logrado un profundo cambio de imagen, consiguiendo revitalizar su centro y convertirse de forma creciente en destino turístico y en residencia de lo que ha venido en denominarse la clase creativa. La conclusión del estudio es que la cultura ha pasado de ser considerada sólo como un instrumento para mejorar la imagen de la ciudad. La cultura se ha convertido en un objetivo en sí mismo, que ayuda a la atracción de nuevas actividades. Por un lado, por su impacto directo en la economía local y en la venida de visitantes. Por otro lado, el surgimiento de nuevas pautas de localización empresarial ha situado la oferta cultural en una nueva forma de ventaja competitiva.

Palabras clave: política cultural, renovación urbana, ciudades creativas, Philadelphia, turismo urbano


The role of culture in economic change and housing development in cities: the case of Philadelphia (Abstract)

This presentation analyses the evolving role of culture in making urban policy and its close relationship with the external images projected by cities. It focuses on the specific case of Philadelphia (USA) and its evolution over the last 20 years. Thanks, to a large extent, to a decision to promote the arts, this city has managed to reinvent its image, revitalize its central area and convert itself into an increasingly popular tourist destination and place of residence for the so-called “creative class”. The conclusion drawn from this study is that culture should no longer be considered as simply an instrument for improving the image of the city. Culture has effectively become an objective in itself and can be used to attract new activities. On one hand, it can have a direct impact upon the local economy and attract visitors. On the other, the emergence of new influences governing industrial location have given cities offering cultural and artistic facilities a new source of competitive advantage.

Key words: cultural policy, urban regeneration, creative cities, Philadelphia, urban tourism.


“The biggest problem that Philadelphia
must overcome is not that of a negative
image, but that a non-image”
Destination Philadelphia, 1993.

En 1981, un periódico de Philadephia se quejaba amargamente de la imagen negativa que proyectaba la ciudad. Unos días antes, una ballena que se había adentrado en el Delawere quedó varada cerca de Philadelphia. El demoledor titular que ofrecía un diario de New Jersey era: “Whale sees Philadelphia and dies”. El Philadelphia Magazine  utiltilizaba la noticia para que reconocer que, en efecto, la ciudad tenía un grave problema de imagen[1].

Casi 25 años más tarde, la revista National Geographical Traveler dedicaba un extenso reportaje a Philadelphia, a la que nominaba como la “Next Great American City”. El artículo, tuvo un gran eco en los medios de comunicación estadounidenses. Según escribían, si los años sesenta habían visto el despegar de San Francisco, los setenta habían sido la década de Dallas y Houston, los 80 la de Miami, y en los 90 se había afianzado Seattle, la ciudad estadounidense mejor situada en la primera década del siglo era Philadelphia.

Entre ambas opiniones tan extremas sobre la misma ciudad, la distancia no es solo temporal. Durante las dos últimas décadas, Philadelphia ha realizado un importante esfuerzo para, a la vez, mejorar su situación económica y social y relanzar su imagen. Como analizaremos en este artículo la cultura ha sido un elemento clave en todo este proceso.

La cultura como elemento de desarrollo y renovación urbana

En los últimos años, la cultura ha ido ocupando un lugar cada vez más central en el desarrollo de las ciudades. Desde los años ochenta fue utilizada de forma creciente como instrumento de renovación urbana[2].

La cultura y las artes han tenido, en general, buena prensa y la inversión en ellas ha sido vista como un acto positivo por los ciudadanos. Las opiniones públicas contrarias a la construcción de equipamentos culturales y artísticos o a las programaciones culturales son muy infrecuentes. Por ello, los poderes locales han encontrado en las artes y la cultura, un instrumento ideal para la revitalización de las ciudades[3].

Pero lo que inicialmente fue utilizado como un medio, ha acabado convirtiéndose, en ocasiones, en un fin. La construcción de equipamientos culturales no solo favorece la recuperación de centros degradados y la vigorización de zonas comerciales y de ocio. Por un lado, también constituye un factor clave para la atracción del turismo urbano. En la búsqueda de alternativas postindustriales a las viejas industrias en crisis, muchas ciudades han encontrado en el turismo, si no el motor principal, sí una ayuda importante para sus maltrechas economias. La necesidad de crear nuevos atractivos ha convertido la cultura y el espectáculo en un valioso aliado.

Por otro lado, la revitalización asociada a la cultura no es solamente física o económica. Otros aspectos más intangibles como la misma imagen de la ciudad van íntimamente ligados a los valores culturales. La percepción exterior positiva de una ciudad es una cualidad imprescindible para conseguir atraer visitantes, turistas, clientes e inversores. Y, de la misma, cualquier imagen proyectada hacia el exterior, tiene obligatoriamente un impacto destacable en la percepción interior de las ciudades. Los elementos culturales, ya sean elitistas o populares, van íntimamente ligados a estas imágenes y percepciones.

La imagen de muchas ciudades con un fuerte pasado industrial, era ciertamente negativa en los años ochenta: desde Glasgow a Barcelona, de Bilbao a Turín o de Detroit a Philadelphia. En el camino emprendido por estas ciudades, buscando lo que ha venido a llamarse un “renacimiento urbano”, las políticas culturales han tenido un papel predominante[4].

Pero es que, además, los procesos de deslocalización económica han ido afianzando una nueva economia urbana en la que únicamente aquellas actividades con un alto valor añadido resultan competitivas. Los cambios en las pautas de localización económica han sido profundos. Las ventajas no son sólo locacionales, ni tan solo de las comunicaciones ni del precio y disponibilidad de suelo. En lo que ha venido a llamarse economía creativa, cada vez más, la potencialidad de desarrollo de una ciudad proviene de la formación y la creatividad de sus habitantes y trabajadores[5]. En este contexto, una ciudad sin una oferta cultural mínimamente atractiva, raramente será capaz de atraer –ni tan solo retener– a aquellos trabajadores necesarios para generar un tejido empresarial creativamente competitivo.

Philadelphia: el declive de una ciudad industrial

Philadelphia fue la primera capital de los Estados Unidos y el lugar donde se proclamó la independencia del país en 1776. Se trata, pues, de una de las ciudades norteamericanas con una trayectoria histórica más dilatada.

Durante el siglo XIX, el puerto fluvial en el Delaware propició una rápida industrialización. Sobre la base de la industria naval, siderúrgica, metalúrgica y de transformación (química, téxtil, automóbil…), la prosperidad de Philadelphia aumentó durante la primera mitad del siglo XX. En 1950, la ciudad superaba los dos millones de habitantes y atraía a numerosos inmigrantes. La inmigración europea llegaba procedente de Italia, Alemania, Polonia y otros países del viejo continente. También, como otras ciudades del nordeste y de los grandes lagos, en los años centrales del siglo pasado acogió a una numerosa población afroamericana procedente de los estados del sur.

A partir de los años sesenta, Philadelphia inició un crisis, que se agravó aun más en la década siguiente[6]. El declive demográfico es un buen síntoma de los problemas de la ciudad. En treinta años Philadelphia perdió cerca de 400.000 habitantes, y en 1980, ya ni llegaba los 1,7 millones de habitantes. En los años siguientes, aunque más lentamente, la perdida demográfica continuó hasta situarse en 1.517.000 habitantes en el censo de 2000. Este descenso demográfico fue acompañado (o provocado, según se mire) por una implacable pérdida de puestos de trabajo. Frente a los 1,15 millones de 1970, en 1995 no llegaban a 800.000 las personas que trabajaban en la ciudad.

Paralelamente, como en el resto de ciudades norteamericanas, se iba produciendo un imparable proceso de suburbanización. La región metropolitana de Philadelphia se iba extendiendo por los condados próximos de Pennsylvania y los limítrofes de New Jersey. Frente a la pérdida de población de la ciudad central, el área metropolitana ganaba en extensión, población y actividad económica hasta convertirse, con más de 5 millones de habitantes, en la quinta metropolis americana.

Pero estas migraciones residenciales comportaron profundos cambios en Philadelphia. En primer lugar, se produjo un cambio en su composición étnica. La gran mayoría de población que se trasladó a vivir a los suburbios residenciales era población blanca. Ésta se redujo a la mitad, pasando de unos 1,3 millones en 1970 a 650.000 en 2000. Por el contrario, la población negra se mantuvo estable, alrededor de los 650.000 habitantes.

Evidentemente, bajo este comportamiento diferencial de los grupos étnicos subyacen unas profundas desigualdades sociales. Las rentas más altas abandonaban la ciudad con la misma intensidad con la que iban apareciendo barrios marginales y ghettos. En los años setenta los conflictos raciales en Philadelphia fueron noticia en diversas ocasiones.

La distribución actual sitúa, practicamente, una igualdad entre población blanca y afroamericana residente en la ciudad (42,5 por ciento para cada grupo), además de 8,5 por ciento de población hispana, llegada en su mayoría más recientemente. Este proceso de sustitución trajo consigo la concentración en la ciudad central de las rentas más bajas (aquéllas que no podían abandonarla) y una situación con extensos barrios que mantenían elevados índices de pobreza, marginalidad y delicuencia. La crisis económica, el paro y la pérdida de poder adquisitivo agravaron, en los años ochenta esta situación.

Como resultado, también el centro de la ciudad sufrió un progresivo abandono. Las actividades económicas, comerciales y culturales que le habían dado vida, iban languideciendo y la imagen de una zona peligrosa y poco atractiva se imponía en la percepción que los habitantes de Philadelphia y su área metropolitana tenían de su centro urbano. Los esfuerzos de Central Philadeldelphia Development Corporation (CPDC) para mantener limpia la zona y mejorar la seguridad, no eran valorados por los ciudadanos.

La imagen de Philadelphia: un lastre para el desarrollo

La anécdota sobre ballena que moría al ver Philadelphia, no es más que un reflejo de la imagen que transmitía la ciudad y, sobre todo, de la que sus mismos habitantes tenían de ella. Philip Stevick[7], a partir del análisis de las descripciones externas de la ciudad, ha puesto de relieve el gran contraste de opiniones existentes sobre la ciudad. A lo largo del siglo XX, junto a descripciones elogiosas, abundan otras en las que la ciudad era presentada com monótona y poco interesante; sus habitantes eran presentados como apáticos e indolentes. Incluso, en las primeras décadas del siglo XX, Philadelphia se convirtió en objeto de numerosas bromas sobre la escasa actividad de la ciudad[8]. En la misma línea, a menudo ha sido atribuïda a los habitantes de Philadelphia una falta de confianza en las posibilidades de la propia ciudad: lo que ha venido a denominar-se “Philly disease”[9].

En los años setenta se realizaron algunos intentos para cambiar esta imagen negativa de la ciudad. Se encargó una campaña al publicista Elliott Curson (quien diseñó las primeras campañas de Ronald Reagan como político) para mejorar la autoimagen de los habitantes de Philadelphia. El eslógan elegido: “Philadelphia isn’t as bad as Philadelphians think it is”, generó muchas críticas en la ciudad, y la campaña finalmente fue retirada porque se consideró que contribuía a reforzar aun más los aspectos negativos de su imagen. En los años ochenta se realizaron otras campañas, como la que intentaba atraer visitantes a la ciudad: “Philadelphia Style: come and get it” que tuvo un éxito muy escaso.

A principios de los noventa, The Philadelphia Inquirer publicaba un extenso artículo sobre las claves de la imagen de la ciudad[10]. Se basaba en una encuesta telefónica realizada a 500 personas del área metropolitan por una empresa de marketing, y en entrevistas de los redactores. Aunque reconocían que no era estadísticamente representativa, si que consideraban que ofrecía un retrato bastante aproximado de la percepción de la ciudad.

Las únicas valoraciones positivas en las que coincidían más de la mitad de los encuestados se limitaban a los atractivos históricos, los espectáculos culturales, los museos, y los eventos deportivos de los equipos locales. Pero el resto de los aspectos de la ciudad eran percibidos de forma mayoritariamente negativa. Así, sólo tres de cada diez personas consideraban una experiencia agradable ir de compras al centro, la situación de parques y jardines era positiva para el 20 por ciento. Los resultados más bajos los obtenían los políticos y la seguridad ciudadana (4 por ciento).

Pero, tal vez lo más preocupante era que tan sólo el 10 por ciento de los encuestados se consideraban “orgullosos” de la calidad de vida de la ciudad. Esta falta de autoestima constrastaba, por ejempleo, con la opinión de personas foráneas que se habían trasladado a vivir a Philadelphia quienes, en general, tenían una consideración mucho más positiva que los nacidos en al ciudad.

De hecho, la situación no era muy diferente a lo que ocurría en muchas otras ciudades norteamericanas de la costa este. La valoración de la ciudad central había bajado en picado, en favor de los suburbios. Las visitas a los centros, vistos como sucios e inseguros, se habían vuelto infrecuentes. Lentamente, la sociedad civil comenzó a reaccionar. Por ejemplo, en Philadelphia, que a veces era apodada “Filthypheldia[11], a mediados de los ochenta se creó la organización Philapride, con el doble objetivo de contribuir a mejorar la limpieza de la ciudad (siguiendo el ejemplo de las vecinas Pittsburgh y Baltimore) y de aumentar el orgullo de vivir en la ciudad y pertenecer a la comunidad. Pronto, los poderes locales empezaron a trabajar en la misma dirección.

Liderazago municipal y apuesta por la cultura

Desde los años setenta, alcaldes de Philadelphia, como F. Rizzo[12] o W. Goode, habían mantenido políticas erráticas, sin un modelo claro de ciudad y con consecuencias nefastas en las finanzas municipales. En las elecciones de 1991, el triunfo de Edward Rendell significó un importante cambio que ayudó a fijar un rumbo para la ciudad.

Ed Rendell, un judio demócrata de origen neoyorquino, consiguió ejercer un importante liderazgo en la ciudad de los cuaqueros. Su mandato, hasta que en 1999 fue elegido gobernador de Pennsylvania (en 1996 conseguió nuevamente la reelección como alcalde), ha sido considerado ejemplar, en diversos sentidos[13]. No en vano, el vicepresidente Al Gore, se refirió a él como el mejor alcalde del país, ya durante su primer mandato[14].

Pero cualquier iniciativa que decidiese emprender el nuevo gobierno, topaba con el tremendo déficit municipal, que ascendía a 1.246 millones de dólares[15]. Para dar una idea, la cifra era mayor que todo el presupuesto anual de Boston o Houston. Sin duda, no era la única ciudad americana que se encontraba con problemas similares. Los recortes en los impuestos que los gobiernos neoliberales republicanos habían aplicado en los años ochenta, llevaron a muchas ciudades estadounidenses al borde de la quiebra.

En el caso de Philadelphia, la situación era especialmente dramática. El ayuntamiento estaba prácticamente en bancarrota y no contaba con recursos ni para pagar a sus funcionarios.  En un principio, las líneas generales del mandato de Rendell –con las que se había presentado y ganado las elecciones–, fueron bastante continuistas respecto a las que se habían desarrollado hasta entonces.

Por un lado, se trataba de mantener los puestos de trabajo de la industria, atrayendo nuevas empresas y revitalizando las existentes, como por ejemplo los astilleros. Por otro lado, aumentar los puestos de trabajo en el sector terciario. En este sentido, la principal apuesta era la construcció del Convention Center, diseñado en los años ochenta y que se encontraba en construcción. Pero de forma alguna entraba en los planes de Rendell convertir la cultura en uno de los motores principales de Philadelphia y, al mismo tiempo, en un eje fundamental de su mandato. De hecho, para Rendell, hombre más aficionado al baseball que a la ópera o al teatro, la cultura no constituía una prioridad.

Sin embargo, desde hacía algunos años, la cultura iba cobrando importancia. Al igual que en otras ciudades, Philadelphia había desarrollado su propio proyecto cultural. Su origen se remonta a finales de los años setenta, cuando el Center Philadelphia Development Corporation (CPDC) comenzó a diseñar el embrión de lo que acabaría siendo “the Avenue of Arts”. A grandes rasgos se trataba de transformar el South Broad Street, una calle muy céntrica, junto al ayuntamiento, pero abandonada desde hacía años, en una avenida vinculada a la cultura y las artes.

Por un lado, muchos de los equipamientos culturales de la ciudad habían quedado obsoletos, o se encontraban en mal estado. La lista era importante. La encabezaban la prestigiosa Philadelphia Orchestra (fundada en 1900, y durante aquellos años dirigida por Ricardo Muti), que no disponía de un local digno para su calidad y la Academy of Music, el teatro de la ópera, fundado en 1857, que necesitaba una profunda renovación. También el Wilma Theater, ubicado en un pequeño local desde 1973, precisaba de unas nuevas instalaciones, al igual que otras instituciones culturales y artísticas, como el Shubert Theater.

Por otro lado, el CPDC pretendía la renovación de esta parte de la ciudad mediante la creación de un eje, un cluster cultural y artístico en la avenida más céntrica de la ciudad. El modelo a imitar más citado en aquellos años era el Lincoln Center for the Performing Arts de New York. Este gran complejo, construido en los años sesenta, tuvo una gran repercusión en la renovación del Upper West Side de Manhattan y, al mismo tiempo se convirtió en un importante atractor de visitantes y generador de riqueza para la ciudad. Aunque Philadelphia no miraba solamente a New York. Otros ejemplos de ciudades vecinas, que habían apostado por el arte, como el Kennedy Center en Washington, o por otras estrategias de renovación, com el puerto de Baltimore, estaban en la punta de mira de los planificadores de Philadelphia.

Realmente, los equipamientos culturales de Philadelphia habían llegado a un punto de importante deterioro. Hacía, por ejemplo, sesenta años que no se inauguraba ningún teatro. Un estudio realizado en 1991 entre las 15 mayores ciudades norteamericanas sobre la oferta cultural, situaba a Philadelphia en el último lugar. Incluso la denostada Cleveland –para bochorno de la prensa de Philadelphia– presentaba una actividad que duplicaba la de Philadelphia[16].

Pero el déficit que arrastraban las arcas municipales frenaban cualquier intento de iniciar una empresa cuyo coste final se situaría por encima de los 200 millones de dólares.

En este contexto, es especialmente relevante la decisión de E. Rendell en los primeros meses de su mandato. Rendell había creado una oficina para la promoción de las artes, dirigida por su amiga Diane Dalto. Lo que debía ser un pequeño comisionado de promoción cultural, alcanzó un fuerza difícil de prever sobre la política de la ciudad. Primero la oficina de D. Dalto y, poco después, la William Penn Foundation, lograron convencer a Rendell del acierto de invertir en cultura y artes[17]. La posibilidad de atracción de turismo y, de paso, de nuevas industrias fue un importante aliciente para tomar la decisión.

Pero el principal escollo continuaba siendo el presupuesto. En los primeros meses de 1992, se dedicaron muchos esfuerzos a la recaudación de fondos para iniciar la construcción de la Avenue of Arts. En mayo del mismo año, Rendell afirmaba encontrarse satisfecho de haber llegado a reunir 500.000 dólares. Esta cifra (que da idea de las dificultades iniciales) era considerada por el alcalde suficiente para el arranque del proyecto, durante los dos próximos años[18].

Pero las principales inversiones comenzaban a llegar, por un lado, de las mismas entidades artísticas y culturales privadas que estaban inmersas en el proyecto de situarse en el proyecto situándose en el South Broad St.. La lista comenzaba a ser extensa: el Arts Bank (teatro, ya en construcción, tenía previsto invertri 3,6 millones de dólares), el Brandywine Workshop (organización de artes gráficas), Clef Club Jazz (2,5 millones de dólares), High School for the Creative and Performing Arts (19,2 millones de dólares). El Philadelphia Drama Guild y el Pennsylvania Ballet tenían previsto levantar sendos teatros. Finalmente, la completaban las principales operaciones de la Avenue of Arts: el Wilma Theater, con 300 localidades, el Philadelphia Orchestra Hall, con 2.800 localidades y la renovación de la histórica Academy of Music, con 2.900 asientos.

En diciembre de 1992, Jeremy Alvarez, director del CPDC, estimaba en 268 millones de dólares el coste total de la operación. De éstos, se calculaba que 88 millones serían aportados por el Estado de Pennsylvania, otros 80 se podrían recaudar de donaciones particulares (por ejemplo, la fundación del millonario Walter Annenberg ya se había comprometido a aportar 20 millones) y otros 100 millones deberían ser conseguidos por el ayuntamiento[19].

Las aportaciones de los presupuestos estatales fueron, en efecto, fundamentales para poder iniciar el proyecto. A finales de 1992, el gobierno de Pennsylvania había prometido 72 millones de dólares (35 de los cuales irían destinados al nuevo auditorio) que pronto aumentaron a 90 millones.

Finalmente el ansiado proyecto de convertir una zona céntrica pero degradada e insegura, en el eje cultural y de la vida nocturna de la ciudad, comenzaba a tomar forma. Para coordinar las actuaciones que se llevaban a cabo, en junio de 1993 se creó Avenue of Arts Inc., una organización sin ánimo de lucro, que todavía hoy se encarga de gestionar el proyecto. En los primeros momentos, una de las personas más activas en esta organización fue Midge Rendell, la esposa del alcalde, quien también tuvo un papel destacado en la priorización del proyecto[20]. La Avenue of Arts Inc se financiaría, en los primeros años a partir de los ingresos de las principales entidades de la avenida, como el Wilma Theater, el Kimmel Center o el Clef Club and Freedom Theater. Sus principales funciones serían la planificación y desarrollo del proyecto, la promoción de las actividades y el mantenimiento del espacio público de la avenida.

El desarrollo turístico como opción de futuro

Paralelamente al arranque de la Avenue of Arts, la Philadelphia City Planning Comission elaboraba un documento con el doble objetivo de mejorar la imagen de la ciudad e incentivar la atracción de turistas: Destination Philadelphia: A strategic plan for the visitor industry.

La introducción del documento contenía toda una declaración de principios al presentar Barcelona como modelo a imitar. La ciudad catalana, mediante los Juego Olímpicos de 1992 acababa de presentarse al mundo como una ciudad moderna y con numerosos atractivos turísticos. La comparación entre Barcelona y Philadelphia podía establecerse fácilmente a partir del tamaño. Pero los autores se centraban sobre todo, en su característica de clásicas “segundas ciudades” (no capitales de Estado, pero ciudades con atractivos y con un gran dinamismo). Bajo esta misma consideración incluían otras ciudades tan variadas como Florencia, San Petersburgo o Kyoto.

Sin embargo, mientras las otras ciudades contaban con atractivos históricos o naturales y habían conseguido atraer a importantes segmentos de turistas, en el caso de Philadelphia, estaba casi todo por hacer. Primero era necesario encontrar qué especifidades de la ciudad debían ser potenciadas para situarse como un producto en el mercado turístico interno e internacional. En segundo lugar, transformar Philadelphia en un destino turístico importante; una tarea que, ya se advertía de inicio, no sería ni fácil ni barata.

Los beneficios que esta transformación conllevarían eran claros: un crecimiento constante y a largo plazo basado en la atracción de viajeros y turistas, la llegada de nuevos ingresos directos a la ciudad y su área, y la creación de puestos de trabajo a partir de una actividad que, como la turística, requiere una mano de obra intensiva. Con estos objetivos, era necesario definir los puntos fuertes de Philadelphia frente a los que consideraban sus competidores más directos: Baltimore, Boston y New York.

Tradicionalmente, Philadelphia había contado con un excelente atractivo turístico: el Independence Hall, con la Liberty Bell y el área histórica que lo rodea. Además, contaba con el recién acabado Pennsylvania Convention Center, la obra más emblemática proyectada en la ciudad en los años ochenta (cuyo coste había superado los 500 millones de dólares) y que esperaban convertir en un importante dinamizador económico de la ciudad y su entorno.

Pero, al mismo tiempo, en esta búsqueda de una estrategia para la atracción de turistas, Philadelphia debía superar diversos déficits que arrastraba. En primer lugar, la falta de plazas hoteleras (4 habitacions por cada mil habitantes, frente a 16 en San Francisco o 21 en Atlanta). En segundo lugar, la competencia de las ciudades próximas, especialmente Washington y New York. Situada en el corredor entre ambas ciudades, casi a mitad de camino, Philadelphia tenía posibilidades de aprovechar su localización. Pero, hasta entonces, le había sido muy difícil evitar los viajes de un día y conseguir que los turistas pernoctaran en la ciudad. En tercer lugar, hacía falta convertir el patrimonio histórico de la ciudad en un paquete turístico fácilmente identificable y atractivo para el visitante.

Aunque, sin duda, tal como reconocían, el principal problema de Philadelphia era de imagen. Por un lado, debido a un fenómeno más general, característico de la sociedad norteamericana, que raramente se produce en Europa: el rechazo a las grandes ciudades como destino turístico. A menudo son asociadas (y más en aquellos años) a crimen, pobreza, marginación y, en definitiva, a sensación de inseguridad. Frente a esto, destinos como Disney World o parques temáticos de la índole más diversa (incluido Las Vegas) eran –y todavía son– los preferidos del turismo interior[21].

Pero es que, por otro lado, Philadelphia poseía, en sí misma, una imagen negativa. Un estudio realizado para el citado Destination Philadelphia, entre 50 destinos turísticos de Estado Unidos, situaba a Philadelphia en posiciones poco esperanzadoras. Únicamente en aspectos como los precios baratos, la fácil accesibilidad y los restaurantes estaba situada entre los veinte mejores. En cambio, eran más las respuestas en que los encuestados colocaban a Philadelphia en los tres o cuatro últimos lugares: la amabilidad de sus habitantes, la consideración de un lugar romántico, de una buena destinación familiar, la inseguridad y la delincuencia o el clima, eran valorados de una forma especialmente negativa.

El documento establecía un detallado plan estratégico que pretendía redefinir la imagen de Philadelphia tanto para la atracción de visitantes como de cara a los propios residentes. Entre las medidas más destacadas que proponía, se pueden citar:

- Apoyar la celebración de eventos existentes (com la Mummers’ Parade o la Army/Navy Game) y pensar en la creación de otros nuevos,

- Combinar la atracción de Philadelphia con otras zonas cercanas con potencial turístico, como podría ser el país de los Amish, en el mismo estado de Pennsylvania, a pocos quilómetros d ela ciudad.

- Convertir la potencialidad de su localización, en el corredor Boston–New York–Washington, en una fortaleza, consiguiendo que los visitantes pernoctaran en la ciudad.

- Potenciar la imagen de Philadelphia como ciudad de congresos y convenciones, aprovechando los equipamientos existentes.

- Mejorar aspectos infraestructurales, desde la mejora de las comunicaciones para llegar a la ciudad, hasta el aumento de las plazas hoteleras.

- Aprovechar el entorno potencialmente agradable del centro histórico. La trama ortogonal diseñada por William Penn en el siglo XVII ofrecía aun la posibilidad de ser una zona preferentemente peatonal, con un entorno agradable, del cual pocas ciudades norteamericanas pueden disponer. La apuesta por potenciar este uso cívico del espacio urbano, combinado con una amplia oferta de tiendas y de locales de ocio, podía ser uno de los principales atractivos de Philadelphia.

- Completar el proyecto de la Avenue of Arts. Este punto se consideraba clave, primero, para poder dotar de equipamientos suficientes a la ciudad, que pudiesen ofrecer espectáculos atractivos. Pero al mismo tiempo se advertía sobre el hecho que los edificios no eran suficientes. Era necesario también una programación estable, continuada y atractiva que contribuyese a la llegada de visitantes. Cabe recordar, en este sentido, que en aquellos años, entre las quince mayores ciudades de los Estados Unidos, Philadelphia era, con diferencia, la que menos espectáculos artísticos programaba, y la que menos entradas vendía en las taquillas.

Así pues, entre 1992 y 1993, se comenzaron a tejir los mimbres que en la próxima década deberían permitir iniciar un renacimiento urbano de Philadelphia. Las líneas estaban bastante claras, el dinero iba fluyendo con mayor o menor generosidad y las obras de la Avenue of Arts iban dando cobrando forma.

En 1996, se produjo un nuevo salto cualitativo con la creación de la Greater Philadelphia Tourism Marketing Corporation, justo en el inicio del segundo mandato de Ed Rendell. Era la culminación lógica del trabajo iniciado en los años anteriores. Su directora fue Meryl Levitz, con una dilatada experiencia en el Convention and Visitors Bureau. El trabajo de esta entidad fue estrechamente vinculado con otros organismos como la Avenue of Arts Inc. y la Greater Philadelphia Cultural Alliance.

Se trataba de completar la transformación de Philadelphia, generando una nueva imagen de la ciudad, promocionando los cambios que se estaban realizando y proponiendo otros. El primer gran éxito fue la exposición organizada en 1996 sobre Cezanne, en el Museum of Art, que fue visitada por más de medio millón de personas, superando todas las expectativas[22]. Philadelphia comenzaba a aparecer en los medios de comunicación por temas relacionados con el arte.

En 1997 se inició una masiva campaña de publicidad en los medios de comunicación que con el lema “The place that loves you back”. En dos años se invirtieron 5,2 millones de dólares en publicidad que, según calculaba el GPTMC, había conseguido atraer a 3,2 millones de habitantes. Entre 1997 y 2000 se construyeron nuevos hoteles, pasando de una oferta media diaria de 23.500 a 29.500 habitaciones (muchas de ellas en hoteles de gran calidad)[23].

Paralelamente se iba avanzando en la construcción de los equipamientos de la Avenue of Arts. En 1995 se inauguraba el Philadelphia Clef Club of Jazz and Performing Arts, en 1996 levantaban el telón el Freedom Theatre y el Wilma Theatre. En 1998, se completaba la primera etapa de renovación del Metropolitan Opera House. En 1999 abría sus puertas el Prince Music Theater y en 2001, cuarenta mil personas acudían a la inauguración de la joya de la avenida: el Kimmel Center for the Perfoming Arts, magnífico edificio diseñado por Rafael Viñoly. Al mismo tiempo, se habían ido realizando importantes mejoras de urbanización y embellecimiento del entorno y se había conseguido que se instalasen hoteles y restaurantes en la zona. El proyecto de Avenue of Arts comenzaba a completarse.

El mismo 2001, se lanzaba una nueva campaña publicitaria para la atracción de más turistas, con el lema: “Philly’s more fun when you sleep over”. El objetivo era claro: se había conseguido aumentar el número de visitantes, pero era necesario incrementar sus gastos en Philadelphia, de aquí que claramente fuera dirigida a que los turistas pernoctaran en la ciudad. No sólo los hoteles se verían beneficiados. También los espectáculos artísticos, los restaurantes y, en general, la vida nocturna de la ciudad se enriquecería con estos nuevos habitantes temporales.

Finalmente, también en estos años se finalizaba la reordenación del complejo del Independence Visitors Center y el Liberty Bell Center. Desde las intervenciones que se habían realizado en estos dos monumentos históricos –los principales de la ciudad– con motivo del bicentenario de 1976, habían permanecido casi olvidados. A finales de los años noventa fueron objeto de una intervención no exenta de polémica (por otro lado, difícil de evitar dado la fuerte carga simbólica de este lugar) que permitió una mayor afluencia de público.

Todos estos esfuerzos habían conseguido, finalmente, canviar la imagen de Philadelphia hasta convertirla en un destino turístico importante. Según datos de GPTMC, en 2005, el área metropolitana de Philadelphia había alcanzado los 27,3 millones de visitantes: 7,2 por negocios y convenciones y 20 por turismo de ocio. De estos últimos, 8,3 millones habían dormido en la ciudad (un 50 por ciento más que en 1997). Según datos del mismo organismo, cada dólar invertido invertido en publicidad había generado 185 dólares de ingresos. En global, en 2005, el impacto económico (directo e indirecto) del turismo en Philadelphia y su área metropolitana se calcula que fue de 10.000 millones de dólares y daba empleo a 127.000 personas.

En esta ocasión, Philadelphia sí salía airosa de las comparaciones. En 2003, había alcanzado los 17,9 millones de visitantes, frente a los 16,5 millones de Chicago, los 11 de Washington o los 9,8 de Boston. Además, el crecimiento en el último año era el mayor de las grandes ciudades norteamericanas.

La historia de Philadelphia: un balance

No cabe duda de que el proceso vivido por Philadelphia a lo largo de estos años, ha traído importantes beneficios a la ciudad. Pero, al mismo tiempo, Philadelphia continúa arrastrando graves problemas sociales y económicos que la conversión hacia una ciudad terciaria no ha podido solucionar. Esta nueva “historia de Philadelphia” presenta, pues, un balance general positivo, aunque con importantes lagunas, con muchas dudas y, sobre todo, con una buena esperanza de futuro para la ciudad.

Los aspectos positivos

Ante todo, debe remarcarse el indiscutible éxito de la Avenue of Arts, que ha contribuido a impulsar una importante regeneración del centro de la ciudad. De hecho, este modelo se había aplicado hasta ahora en la parte sur de Broad Street. Hace pocos años años, se ha proyectado su extensión hacia el sector norte, siguiendo la misma calle[24]. Pero mientras la zona sur está arropada, al este, por una importante zona comercial y, al oeste, por el sector histórico-turístico de la ciudad, en la parte norte, que durante años ha constituïdo un ghetto de población negra, los problemas para conseguir el éxito con una operación similar serán bastantes mayores.

En segundo lugar, debe reconocerse que se produjeron una serie de factores coyunturales que permitieron desplegar este modelo de ciudad. Pero, con los años, han ido despareciendo. Por un lado, la figura del alcalde Rendell, cuyo carisma, capacidad de liderazgo y de convicción fueron claves para el desarrollo del proyecto. Desde su posición actual de presidente del estado de Pennsylvania ha podido tutorar, pero ya no liderar, el proceso. Por el contrario, las políticas de su sucesor, John Street, han seguido otros caminos. En ningún caso cortó los procesos ya iniciados, pero su confianza en el proyecto de una ciudad donde la cultura y las artes ocuparan un lugar primordial, ha sido muy menor. Recientemente, por ejemplo, un estudio de la Rand Corporation, ha situado como uno de los puntos débiles en la situación de las artes y la cultura en Philadelphia, precisamente la supresión en 2004 de la Office of Arts and Culture que se había creado ya en los años ochenta[25].

Por otro lado, en esta aventura tuvo una gran importancia la coyuntura político-económica de la norteamérica de los noventa. Así, la excelente posición de Ed Rendell dentro del partido demócrata (cuando dejó la alcaldía fue para ocupar el cargo de director del comité nacional del partido) le sirvió para moverse fácilmente en los despachos de Harrisburg y Washington, buscando apoyos que de otro modo hubiera sido más difícil de conseguir. Y al mismo tiempo, el fuerte crecimiento experimentado por la economía en los años de la adminsitración Clinton, fue un excelente aliado para conseguir las inversiones y los fondos necesarios.

En este sentido, deben tenerse siempre muy presentes las grandes diferencias existentes en todo lo referente a la financiación de la cultura y las artes en Europa y Estados Unidos. Mientras en el viejo continente, son los fondos públicos los que, en gran medida cubren las inversiones (sobre todo las más emblemáticas), en Estados Unidos, la dependencia del capital privado es casi total Esto obliga, por un lado, a garantizar rentabilidades y a fiscalizar al máximo las inversiones. Pero al mismo tiempo, lleva a una intensa colaboración público-privada en la que los mecenazgos son fundamentales. O, dicho de otro modo, obliga a los poderes públicos a buscar soluciones en el sector privado. Concretamente en Philadelphia, es una buena muestra el caso del auditorio. Acabó llamándose Kimmel Center porque el millonario Sidney Kimmel donó más de 15 millones de dólares para su terminación. También en su interior se encuentra una sala denominada Verizon (una de las principales compañias telefónicas) por motivos similares.

En lo referente al turismo, ya nos hemos referido al fuerte aumento, tanto de visitantes, como de ingresos. Esto ha tenido, obviamente, una gran repercusión en los impuestos municipales. En 2005, las actividades turísticas reportaron a las arcas municipales de Philadelphia un total de 1.380 millones de dólares. Puede servir de referencia recordar que es una cifra superior al déficit con que se encontró Rendell al ocupar el cargo.

La insistente persistencia de la realidad

Pero, como hemos dicho, a pesar del éxito, Philadelphia continúa siendo una ciudad que conserva viejos y graves problemas. Los indicadores adversos son numerosos. En primer lugar, aunque se ha ralentizado, todavía no se ha podido frenar la marcha de población hacia los condados residenciales vecinos (en 2005 la población había bajado a 1.463.000 habitantes) y también ha perdido 37.000 puestos de trabajo entre 2000 y 2005. Con todo, es cierto que, sobre todo en el centro, se está produciendo un interesante proceso de inmigración (especialmente de jóvenes), que en algunos casos tiene visos de gentrificación.

En segundo lugar, Philadelphia se mantiene en unos niveles de ingresos familiares cercanos a la media de Estados Unidos. En 2004 se situaban en 43.000$. Pero estos ingresos se encuentran fuertemente segregados. El índice de disimilaridad de Philadelphia es de los más altos de las grandes ciudades norteamericanas. Los ingresos medios de las familias de población negra o hispana suponen solamente el 60 por ciento o 70 por ciento de las familias blancas. A su vez, los índices de delincuencia, aunque han bajado sensiblemente en los últimos años se mantienen relativamente elevados[26].

Un tercer problema importante es la baja proporción de población graduada. A pesar de los esfuerzos realizados en los últimos años, solamente el 20 por ciento de la población mayor de 25 años poseía, como mínimo, el grado de bachelor. Estas cifras son la mitad que en Atlanta o Boston e inferiores a las vecinas Baltimore (24 por ciento) y Pittsburgh (34 por ciento). De las ciudades analizadas en el estudio de Withing y Proscio (2007), solamente Cleveland (14 por ciento) y Detroit (11 por ciento) presentan unas cifras desesperanzadamente peores. Y, nuevamente, las diferencias por grupos sociales vuelven a ser importantes. Mientras la población blanca se acerca al 30 por ciento, en el caso de afroamericanos e hispanos, el numero de adultos que han obtenido un título es únicamente del diez por ciento.

Como señalan McCarthy, Ondaatge y Novak (2007), teniendo en cuenta que la ciudad cuenta con excelentes universidades, como la Pennsylvania University o la Temple University, donde se gradúan cada año miles de alumnos provinientes de otros lugares, estas cifras son sorprendentes. La causa puede ser doble: por los déficits del sistema socioeducativo y, también, por la marcha de graduados hacia otras ciudades.

Dudas respecto al proceso

Un tercer punto en el que vale la pena detenerse a reflexionar es en los protagonistas del cambio, y sus repercusiones. Algunas cuestiones dependen de la óptica y los valores desde donde se enfoquen, otras preguntas reclaman investigaciones posteriores.

Así, una primera cuestión a plantear es la oportunidad de invertir importantes sumas de dinero en equipamientos culturales en una ciudad con graves déficits de igualdad social. En este sentido cabe decir que, a pesar de la aparente contradicción, existen motivos de peso que pueden ayudar a justificarlo. Un argumento son los efectos multiplicadores que estas inversiones tienen en la economía local y otro es que, como ha demostrado M. Stern (2002), en aquellas zonas de la ciudad donde existe una mayor actividad cultural, los índices de pobreza son sensiblemente menores. Las actividades artísticas y culturales posee también un importante efecto de mejora social. Precisamente por ello, una de las críticas más frecuentes a las inversiones realizadas en Philadelphia, como en otras ciudes, es la concentración excesiva de las inversiones en unos pocos equipamientos, que impiden el surgimiento y la continuidad de otras muchas entidades existentes en la ciudad[27].

Una segunda reflexión proviene de la valoración del turismo como tabla salvadora de algunas economías urbanas. Aunque es cierto que los beneficios que suele reportar son importantes, cabe plantearse temas como los efectos negativos y las externalidades que generan este turismo o el tipo de empleo que suele ir asociado a la actividad turística: en muchos casos de baja cualificación y, por lo tanto, con sueldo bajos y una importante precariedad[28].

Otro aspecto importante a valorar son los procesos de renovación urbana ligados a las inversiones en equipamientos artísticos. La recuperación de espacios degradados genera importantes plusvalias que generalmente son captadas por inversores privados. Además, la ya citada dependencia del capital privado sitúa a los poderes locales en una posición especialmente difícil para que estas plusvalías reviertan directa o indirectamente en las arcas municipales.

Factores de esperanza

Con todo ya hemos avanzado que el balance debe ser positivo. Es ampliamente reconocido el resurgimiento de Philadelphia en los últimos años. En verano de 2005, The New York Times  se refería al proceso de Brooklynization que se estaba produciendo en Philadelphia[29]. La noticia recogía la cada vez más frecuente emigración de artistas neoyorkinos hacia la vecina Philly. El proceso recordaba, en cierto modo, lo que había ocurrido en los años sesenta con el barrio de Brooklyn, en cuyas casas se habían refugiado muchos artistas incapaces de hacer frente a los altos precios residenciales de Manhattan. Ahora, los precios son ya prohibitivos en todo New York, y estos artistas jóvenes, se han ido a instalar a una ciudad próxima que ofrece vivienda a un precio más asequible y –aquí viene la novedad– un ambiente cultural y artístico suficientemente atractivo.

En efecto, el esfuerzo de Philadelphia por cambiar su imagen y reconvertir el páramo cultural que había devenido el centro de la ciudad, en un espacio vibrante con suficiente atractivo para jóvenes artistas y profesionales permite mirar el futuro con esperanza. En las nuevas economías urbanas, las oportunidades de crecimiento provienen cada vez más de la formación y creatividad de sus habitantes que de las ventajas locacionales o la disponibilidad de suelo industrial. En este contexto, la posibilidad de contar con un ambiente cultural que pueda resultar atractivo a los jovenes creativos, capaz de generar empresas y puestos de trabajo en sectores de alto valor añadido: bien sean culturales, tenológicos, educativos o relacionados con la medicina (los denominados “eds and meds”) sitúa a Philadephia en una situación excelente de cara al futuro, muy diferente de aquella ciudad que hacía perecer ballenas con solo ser avistada.

 

Notas

[1] “What you see is what you get”, Philadelphia Magazine, Enero 1981, p. 17.

[2] Bianchini y Parkinson, 1993; Zukin, 1995. Para un versión crítica: Miles, 2005.

[3] Storm, 2002, Kemp, 2004.

[4] Evans., 2000.

[5] Florida, 2002 y 2005, Landry, 2000.

[6] Beauregard, 1989.

[7] Stevick, 1996.

[8] Stevick, 1996, p. 120, cita, por ejemplo, la frase atribuïda al prestigioso crítico de arte de New York, William Archer: “Mr. So-and-so has three daughters: two alive and one in Philadelphia”.

[9] McCarthy, Ondaatje, Novak, 2007, p. 77.

[10] Wiegand, G. Phila pride? Get real. This city isn’t buying, Philadelphia Inquirer, 26/07/1992.

[11] De “filthy”: sucio, mugriento. “Sprucing up Philadelphia”, The New York Times, 24 noviembre 1985

[12] Paolantonio, 1993.

[13] Bissinger, 1999.

[14] Literalmente, “America’s Mayor”. Por otro lado, Rendel figuró siempre entre los alcaldes más valorados de las grandes ciudades americanas. Forma parte de los que se han venido a denominar como “messiah mayors” (Judd, 2000, p. 951),

[15] Bissinger, 1999, p. 30.

[16] Valdes, L.; Hine, T. New plan for a new concert hall arts center proposed for S. Broad St., Philadelphia Inquirer, 15 agosto 1991

[17] Comentado por Diane Dalto al autor en una entrevista.

[18] Salisbury, S. “Progress lurches up Broad st. The dance of development is picking up. The avenue of the arts is beginning to bud”, The Philadephia Inquirer, 10 mayo 1993.

[19]  Davies, D. “$20m grant for Arts Avenue”, Philadelphia Daily News, 11 de diciembre 1992.

[20]  Ella misma declaraba mostraba su sorpresa sobre lo rápido que se habían solucionado las cosas, después de 10 años de espera: “Ten years, and all of a sudden between November and January it's on track. You guys are incredible. Oh, there's been a lull of 24 1/2 days. I can't believe it!". Salisbury, S. “Progress lurches up Broad st. The dance of development is picking up. The avenue of the arts is beginning to bud”, The Philadephia Inquirer, 10 mayo 1993.

[21] Es lo que Judd, 2000, llamó “the tourist bubble”.

[22] La exposición, la primera que se realizaba sobre este pintor desde hacía 60 años, fue anunciada ya por Rendell en 1993 (Boasberg, L. “Rendell On Cezanne, State Of The Arts”,  The Philadelphia Inquirer, 9 diciembre 1993. Respecto al gran éxito, ciertamente inesperado, que tuvo la exposición, The New York Times atribuía al vicepresidente del Philadelphia Convention and Visitors Bureau, la frase que aquel había sido el mejor verano para Philadelphia desde el de 1800, cuando se instaló allí la capital de la nación (Collins, G. “Cezanne Gives a Boost To Philadelphia Tourism”, 25 de agosto 1996.

[23]GPTMC, 2001.

[24]Philadelphia City Planning Commission, 2005.

[25] McCarthy, Ondaatje, Novak, 2007. Además, el carisma de Street ha sido muy menor al de su antecesor. En 2005, la revista Time lo nombró uno de los tres peores alcaldes de estados unidos (juntamente con el de Baltimore y Atlanta). Citado por Whiting, Proscio, 2007, p. 13

[26]Tatian, Kingsley, Hendley, 2007; Withing y Proscio, 2007. Estos datos deben ser contemplados en el marco de las grandes ciudades norteamericanas, donde los problemas de segregación y pobreza han crecido, en muchos casos, durante los últimos años.

[27]Greater Philadelphia Cultural Alliance, 1998.

[28]Fainstein, 2002.

[29]Pressler, J. Philadelphia story: the next borough, The New York Times, 14 agosto 2005.

 

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© Copyright Joan Ganau, 2007
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Ficha bibliográfica:

GANAU, Joan. El papel de la cultura en el cambio económico y la promoción de las ciudades. El caso de Philadelphia. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2007, vol. XI, núm. 245 (61). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-24561.htm> [ISSN: 1138-9788]


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