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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XII, núm. 262, 1 de abril de 2008
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]


TIEMPO LIBRE, CIUDAD E HIGIENE. LAS EXPERIENCIAS BALNEARIAS EN ROSARIO, ARGENTINA (1886-1940)

Diego P. Roldán
Universidad Nacional de Rosario, Argentina. CONICET, CESOR
diegrol@hotmail.com

Recibido: 12 de marzo de 2007. Devuelto para revisión: 27 de septiembre de 2007. Aceptado: 17 de enero de 2008.

Tiempo libre, ciudad e higiene. Las experiencias balnearias en Rosario, Argentina (1886-1940) (Resumen)

Este artículo analiza los sentidos que los médicos higienistas atribuyeron, desde fines del siglo XIX, a los espacios balnearios en Rosario. Se efectúa un repertorio de las propiedades terapéuticas asignadas a la combinación de las aguas y el aire para atacar variadas afecciones del cuerpo y la psiquis. Asimismo, se estudian las modificaciones de los espacios balnearios en la primera mitad del siglo XX, al calor de las transformaciones sociales, culturales y urbanas de Rosario. La tensión entre utilidad (higiene) y placer (ocio), que atraviesa a los espacios balnearios desde su nacimiento, es la clave de un argumento que adquiere mayor complejidad al proponer vínculos con la dinámica histórica, social, cultural y urbana de Rosario.

Palabras clave: higienismo, tiempo libre, balnearios, urbano, espacio.

Leisure, city and hygiene.  The spas experiences in Rosario, Argentine (1886-1940) (Abstract)

This article analyzes the senses that the medical hygienists attributed, from end of the 19th century, to the spaces spas.  A repertoire of the therapeutic properties is performed assigned to the combination of the water and the air to attack various affections of the body and the psiquis.  Likewise, they are studied the modifications of the spaces spas in the first half of the 20th century, in the context of the urban, cultural, and social transformations of Rosario city.  The tension among utility (hygiene) and pleasure (leisure) that crosses to the spaces spas since its appearance is the key of an argument that acquires complexity to propose bonds with the urban, cultural, social, and historic dynamics of Rosario city.

Key words: hygienism, leisure, spas, urban, space.

La ciudad de Rosario emerge enclavada en el litoral argentino, una urbe reconocida por su amplio río Paraná, su actividad portuaria, sus dilatadas costas y sus ferrocarriles. Una ciudad engendrada por el proceso de modernización que embargó a la Argentina a fines del siglo XIX. Rosario fue la hija más destacada de la integración de la región litoral y pampeana al capitalismo mundial, a partir de la división internacional del trabajo pautada por el imperialismo. Carente de profundidad histórica, sin orígenes prístinos que evocar, Rosario fue una ciudad crecida sobre las bases de su alentador avance y de un provenir venturoso en la exportación de materias primas y productos semielaborados. Pese a sus magnificas y extensas costas, este pujante núcleo urbano mostró una tenue capacidad para aprovechar los espacios balnearios ofrecidos por el Paraná, dado que el puerto y los ramales e instalaciones ferroviarias ocuparon casi diez kilómetros de una costa en algunos tramos notablemente escarpada. Este rasgo, entre otros, diferencia claramente el despliegue de Rosario y Barcelona, las playas marítimas de esta última fueron utilizadas paralelamente como puerto y balneario, sin que dicha polivalencia de empleo comportara contradicciones marcadas (Tatjer, 1996)[1].

En Rosario, la activación de los balnearios se inició hacia fines del  siglo XIX, paradójicamente, este proceso fue protagonizado por arroyos interiores, quedando desafectado el portentoso Paraná. Por otra parte, la reducida escala de esta experiencia respondió a un conglomerado de propuestas: las prescripciones higiénicas, la trama de la segregación espacial de la ciudad y la búsqueda de la élite local de prácticas que narraran su superioridad sociocultural. El resultado de este conjunto de fuerzas fueron los Baños del Arroyo Saladillo que, desde el extremo sur, dominaron la geografía balnearia de Rosario, entre fines del XIX y los años 1930s. Delimitar los alcances de las distintas agencias que mediaron en la organización de este espacio balneario será el sentido de la primera parte del presente trabajo. La atención se concentrará sobre la competencia, contradicción o complementariedad de las configuraciones de sentido producidas en torno al balneario por los agentes sociales en diversas materializaciones urbanas, discursos y prácticas. Del mismo modo, me ocuparé de recoger los saberes y las articulaciones que sobre estos espacios construyeron el higienismo epidemiológico y, luego, la higiene social. Aunque su influencia en la organización del balneario sólo fuese mediada y no directa.

Durante el siglo XX, el higienismo social, mostró cierta inclinación al aprovechamiento popular e higiénico de los balnearios. Hecho que resultaría contradictorio con el uso y la representación tradicional que se atribuyó al balneario de “El Saladillo”. Al promediar la década del Centenario de la Revolución de Mayo (1910), las páginas de la prensa y el discurso de algunas fuerzas políticas abogaron por la democratización del balneario. A mediados de los años 1930s., estos esfuerzos se coronaron con la municipalización del área.

Paulatinamente, los balnearios se convirtieron en un espacio idóneo para acoger a  agentes sociales diversos, al mismo tiempo sus instalaciones ampliaban su capacidad y diversificaban su localización. Compejizar las vías para comprender este fenómeno es la intención de este trabajo que combina problemáticas atinentes a la higiene, el trabajo, tiempo libre y la historia urbana de Rosario.

Relaciones entre la higiene y el ocio en el Balneario “El Saladillo”

En 1881, Manuel Arijón adquirió 1500 varas de tierra ubicadas al Sur de la ciudad de Rosario, en ese terreno, último de la ciudad que guarda semejanza con los fraccionamientos coloniales, apareció el primer balneario de Rosario. Él área fue dotada de obras camineras y se consagró al cultivo de alfalfa y la cría de animales de corral. Arijón sostuvo el perfil productivo tradicional de la zona, ocupándose de acrecentar las posibilidades de realización de bienes primarios para la exportación. En 1886, agregó a la arraigada especialización del área un nuevo conjunto de instalaciones que brindaban servicios destinados a abastecer la demanda de espacios verdes y prácticas para la distinción social. Manuel Arijón, con la apertura del Balneario de Saladillo, ensayó una estrategia embrionaria de mercantilización del ocio de la élite rosarina, aunque este diseño comercial se hallaba complementado por los presuntos atributos curativos de las aguas del arroyo Saladillo.

Los Baños del Saladillo fueron los primeros y únicos con que contó Rosario que, pese a su envidiable amplitud de costas, no ofrecía a su población siquiera unas pocas playas seguras, debido a su emplazamiento sobre barrancas demasiado escarpadas, a las aguas profundas dedicadas a actividades portuarias y a la ausencia de inversión en estos espacios para la higiene y el ocio[2] .

En términos de infraestructura, el Balneario Saladillo era alimentado a través de una gran compuerta por las aguas del Brazo Norte del arroyo homónimo, que había sido canalizado años atrás para abastecer de agua a los antiguos molinos afincados de la zona. Durante la segunda temporada balnearia (1887), se incrementaron las dimensiones de la pileta, que se hallaba íntegramente revestida de cemento. Además, se anejaron pequeños cuartos, cincuenta y uno en total, también, terminados en cemento y conectados por amplias galerías, dando lugar a un segundo murallón que represaba las aguas utilizadas para baños de inmersión. Un sistema de calderas lograba poner al alcance de los bañistas aguas calientes, que podían emplearse en arreglo a necesidades y gustos (Mikielievich, s/f).

En 1888, Arijón completó la primera parte de su inversión en el balneario. Se levantaron seis viviendas veraniegas en las inmediaciones de las aguas del arroyo. Los notables de la ciudad llegaban a Saladillo debido a las noticias que corrían sobre las propiedades curativas del agua yodada del paraje. La publicidad remarcaba que los apacibles baños tomados en la pileta eran capaces de proporcionar alivio a ciertas dolencias físicas y aportar un regular cuidado de la higiene a quienes gozaran de buena salud[3]. Las posibilidades de pasar una tarde agradable en el balneario brindaron una atmósfera de ocio al área. Allí, la figuración social y el dispendio del capital se convirtieron en pilares de la sociabilidad de la élite. Por lo demás, el paisaje natural, aliviaba la visión agobiada por la homogeneidad del damero rosarino, ofreciendo una plaza para el solaz de los hombres de negocios. No obstante, el acceso a Saladillo no era del todo simple. Los transporte disponibles eran la litera o un pequeño vapor que partían en horas tempranas de la mañana, cualquiera fuera el medio escogido el trayecto era largo, frecuentemente accidentado y fatigoso, dado el carácter estacional y la frecuencia discontinua de los trayectos. Arijón no permaneció indiferente frente a estas dificultades. En 1899 consiguió conectar su establecimiento con el centro de la ciudad a través de una línea de tranway a caballo. Igualmente se aprestó a establecer equipamientos que representaran los estándares de consumo y confort de la elite que arribaba hasta el balneario. En 1891, el empresario construyó, frente a la entrada del balneario, el Restaurant – Buffete y Cafetería de los “Baños del Saladillo”, completando una obra que, en el corto plazo de un lustro, mostraba las posibilidades económicas del establecimiento en la ciudad de Rosario. La erección de las viviendas estivales y los restaurantes estaba dirigida a proporcionar al área servicios consagrados a la elegante asistencia del balneario; el refugio de la élite adoptaba una red de infraestructura que elevaba el comodidad de un grupo social cada vez más exigente, pero, al mismo, tiempo dispuesto a invertir en su distinción social (Bourdieu, 1998; Veblen, 1988).

En Rosario la tradición era inexistente, se trataba de una ciudad sin pasado colonial, emergente de la actividad comercial de los inmigrantes. Consecuentemente, resultaba muy arduo apelar a la ejemplaridad de un estamento más antiguo que el de los hombres de negocios, llegados en la segunda mitad del siglo XIX y que habían amasado fortunas tan rápidas  como abultadas. La ausencia de un pasado, evidenciada en la falta de fecha y de fundador embargó a Rosario de una obsesión por los orígenes que aún hoy no se halla del todo disipada. En Rosario, ciudad puerto producto de la incorporación de Argentina al capitalismo como productora de materias primas, la identidad de la élite era una búsqueda permanente y muchas veces infructuosa, cuyo camino era inestable e indeterminado. No existía un grupo tradicional paradigmático, ni de otro tipo, capaz de persuadir al resto de la sociedad para que reconociera y emulara sus signos de prestigio y distinción. La tarea de construcción y revestimiento de la élite de símbolos de diferenciación capaces de reflejar su status social estuvo atenta a los desarrollos europeos, el vacío debía ser llenado con los productos que atravesaban el océano. Así, los habitantes de la pujante ciudad del Sur de Santa Fe tenían sus ojos apostados en Europa, a la hora de definir las costumbres del veraneo, el deseo por la naturaleza, las formas de habitar en la ciudad, las variantes culturales que aparecen en las lecturas, el lenguaje, los libros sobre formas de comportamiento en sociedad, etc. (Elias, 1996).

Dentro de este conjunto de prácticas importadas, desarrolladas de acuerdo a las posibilidades y con arreglo a los contextos en que se desenvolvía la acción de la élite, los baños de inmersión en aguas curativas tuvieron una importante dimensión y difusión. Las estaciones termales europeas resultaron un modelo para iniciar estas empresas con dispositivos, cuyo carácter moderno resulta a todas vistas innegable. Los procesos europeos de valorización de tierras inmediatas a las costas, de regiones montañosas y de valles interiores se constituyeron en un prototipo inspirador para varias experiencias periféricas, incluidas las argentinas. En este sentido, algunas villas balnearias, como Mar del Plata (Montobani, 1997; Cacopardo, 1996 y 2001), se orientaron hacia la construcción del prototipo admirablemente analizado por Alain Corbin (1993). Mientras, otras formaciones residenciales persistieron en la valoración de tierras rodeadas por las aguas procedentes de ríos y arroyos interiores. Lugares que, particularmente en la provincia de Córdoba, se amalgamaron con paisajes agrestes, marcados por una topografía serrana. El caso al que se consagran estas páginas manifiesta, desde un principio, su aptitud para soldar los usos de estos espacios, y de sus aguas en una mixtura constante y sostenida entre el ocio y la higiene. La experiencia del Balneario de Saladillo ofrece una alternativa bastante clara respecto a la idea de una cesura inevitable entre curación y placer (Gil de Arriba, 2000; Sánchez Ferré, 1992).

Las referencias a las propiedades curativas de las aguas yodadas del arroyo Saladillo son profusas[4]. Este hecho, según la historiografía local, habría determinado la inversión de Manuel Arijón en aquellos terrenos y la posterior inauguración de los baños.

Quizá una escueta revisión biográfica contribuya a comprender los motivos de este negocio. Arijón nació en Cayón, Galicia en 1841. A los catorce años (1856), embarcó con destino a Montevideo en compañía de su padre. Sólo dos años después llegó a Rosario y comenzó a desempeñarse como dependiente en varios almacenes de la ciudad. A comienzos de la década de 1860 adquirió terrenos en Bajo Hondo con la finalidad de producir forrajes y más tarde creó la empresa “La Corina” consagrada a la exportación de alfalfa a Brasil. En 1879, viajó a Galicia y  Francia, en el periplo tuvo oportunidad de visitar los baños de Luzón, a fin de ensayar terapias para aliviar una antigua dolencia. A su regreso a Rosario comenzó a tomar baños en el Arroyo Saladillo, cuya aguas salutíferas podían proporcionarle algún alivio. Sin dudas, los baños de Luzón constituyeron una inspiración duradera en el emprendimiento balneario promovido por Arijón en Rosario, aunque podríamos inquirir sobre las características de este estímulo. ¿Arijón adoptó de Luzón el paradigma curativo estipulado por los baños o, de su visita perduraron las posibilidades crematísticas de esos establecimientos? Posiblemente, convenga preguntarse si esta división higiene / ocio no es una postulación efectuada ex-post por algunos analistas; las prácticas sociales parecen evidenciar que se trató, antes bien, de realidades estrechamente vinculadas.

Posiblemente las propiedades curativas de las aguas del Arroyo Saladillo hayan sido verídicas y se convirtieran en una efectiva fuente de atracción para los potenciales bañistas. Empero, Arijón rápidamente demostró su interés por completar los desarrollos de este espacio con una serie de instalaciones, destinadas al mayor disfrute de los visitantes. El conjunto de edificios levantado sugiere más una actitud cercana a la promoción de prácticas ociosas, que a la pura y simple higiene del cuerpo y la curación de las enfermedades que podían aquejar a los bañistas.

Tempranamente, casi en el momento de la inauguración, la propaganda que se efectuó sobre los baños subrayaba sus enormes comodidades y su indudable prosperidad. Además, se hacía énfasis en las posibilidades que ofrecían, para quienes buscaban en sus aguas la curación a los males del cuerpo y de la psiquis, para los que gozando de buena salud querían elevar su espíritu mediante el contacto con la naturaleza, o para los que deseaban pasar un buen momento a orillas del arroyo y evadirse del verano urbano. En efecto, las aguas de los Baños de Saladillo reconocían un origen natural, en el propio curso del arroyo, embalsado a través de un sistema de portones y esclusas. Los muros y las compuertas eliminaban, para el hombre que vivía en el entorno artificial de la ciudad, la amenaza de la naturaleza libre y sin control. La pileta era cargada con las aguas que venían de kilómetros adentro y cuyo cauce poseía un lecho limoso, rico en arcilla y en yodo. Sin embargo, estas propiedades de composición sólo parecen ser relevantes durante los primeros años y el origen natural de las aguas sometió el uso de la alberca a los vaivenes de las inundaciones y las sequías[5].

Resulta apropiado relevar el ciclo de construcción que se desplegó en torno al ocio en Saladillo, a fin de demarcar indiciariamente las finalidades de esta composición suburbana. La construcción de los baños (1886), de las residencias veraniegas (1888), del Tranway del Saladillo (1889), del Restaurant y Café de los Baños (1891) muestra una fase de edificación que apenas dura un quinquenio, y que fue completada luego de 1905 por la Sociedad Anónima “El Saladillo”, que había adquirido los terrenos de manos de los sucesores de Manuel Arijón[6]. Esta sociedad emprendió las siguientes obras: urbanización de la primera sección del barrio (1906); Tendido del Tranway eléctrico (1908); prolongación de la red de agua corriente (1909); urbanización de la segunda sección (1910). Bajo la propiedad de la Sociedad Parques y Balneario de Saladillo se registró la construcción de un Hotel y Casino de varios pisos (1911). Este abanico de dispositivos habitacionales, urbanizadores y de transportes instalados sobre el terreno evidencia, por un lado, que, en los tramos iniciales, cierto desarrollo urbano puede motorizarse a través de una incipiente mercantilización del ocio de la élite (Uría, 1986). Por otro, el ciclo constructivo encarado por Arijón y completado por la Sociedad de Parques y Balneario de Saladillo, con la instalación del Hotel y el Casino, permite asegurar que las supuestas propiedades curativas de las aguas del arroyo aparecen muy bien disimuladas bajo un proyecto hegemónico. Un diseño de equipamiento urbanístico que pretendía poner en funcionamiento una villa veraniega a fin de satisfacer la distinción social de la élite. Hacia los años 1920s., esta forma de esparcimiento agregaba un contorno que hacía comparable el balneario de Saladillo con la favorecida ciudad de Mar del Plata.

“...dos complementos esenciales de la estación veraniega parece que no han sido suficientes para dar la ilusión de Mar del Plata y entonces lo mismo que en este primer Balneario del Atlántico, se ha añadido en el Barrio Roque Saenz Peña [Saladillo] el placer del juego, que en el símil que hemos traído a colación, resultaría que las ruletas equivalentes en los clubs marplatenses, tienen aquí su modesto equivalente en una que otra casa de juego con apariencia de negocio lícito.”(La Capital, 10/I/1921).

La prueba reunida muestra que los baños de Saladillo están menos ligados a la ciencia médica que sus congéneres europeos. En Europa, particularmente en Inglaterra y Francia, los balnearios presentaban una vinculación directa con los proto-ingenieros hidráulicos y los médicos higienistas (Jarrasse, 2000). En España, las influencias de Priessulz y, especialmente, de Louis Fleury se hicieron sentir tanto en el diseño de los espacios balnearios como en los tratamientos allí suministrados (Rodriguez Sanchez, 2000).

La labor del galeno consistía en certificar “científicamente” la composición química de las aguas, hecho por completo ausente en Saladillo no ha sido posible hallar el desempeño ni asesoramiento de proto-médicos o médicos profesionales en la instalación del balneario. Por el contrario, en los ejemplos europeos se imponían constataciones en torno a la temperatura de las aguas, debido a la popularidad alcanzada por los tratamientos con aguas frías y cálidas, propalados por Sebastián Kneipp (1923) y que estuvieron en la base del surgimiento del naturismo. El higienista debía garantizar que estas propiedades —composición y temperatura— por separado o en combinación resultaban adecuadas para la curación de los enfermos afectados por las más diversas dolencias —dispepsias, migrañas, vómitos, fiebres, reuma, artrosis, gota, etc.[7]

En Europa, los empresarios sabían bien que la participación del médico era indispensable: “Para crear un balneario es preciso saber lanzarlo, hay que interesar en ello al colegio de médicos de París.” (Maupassant, 1978). Mientras, en los parajes del modesto sur rosarino, las testificaciones sobre el carácter curativo de las aguas yodadas eran rubricadas por el saber popular y no estaban recubiertas de la validez científica otorgada por la medicina profesional[8]. Aunque, cabe mentar que las propiedades terapéuticas del yodo estaban ampliamente difundidas en la sociedad, y el rol del saber médico en esto no fue despreciable. Son harto conocidas las propiedades antisépticas, antifúngicas, desinflamatorias, dermatológicas, cardiológicas, descongestivas, de regulación del sistema endocrino y de tratamiento de los desequilibrios en la presión arterial que posee el yodo, muy utilizado en la proto-farmacología de la primera mitad del siglo XX. Del mismo modo, que en otros escenarios se planteaba que las aguas termales estaban dotadas de atributos rayanos en lo milagroso, y que efectivamente nunca llegaban a comprobarse. El yodo era presa de una extensión algo exagerada de sus posibilidades para curar los males del cuerpo y los que afligían al alma, en general anclados en problemas de conducta y decaimiento anímico[9] .

El ejemplo que propone Saladillo indica un entrelazamiento e interconexión entre medicina y placer. Su desarrollo puede concebirse en términos de una ampliación secuencial del espacio de comercialización de servicios alrededor de un balneario, extensión que se profundizó en correlación con su éxito y aceptación social. Sin embargo, no debe olvidarse que el dispositivo del balneario fue el resultado de una importación, la cual se realizó en el momento en que el modelo de la curación empezaba a decaer frente al avance irrefrenable del balneario planificado para el ocio (Hegemann, 1931). Probablemente, el proyecto de estos espacios en Argentina y Uruguay no respondiera a los cánones clásicos de estas instalaciones, e iniciaran su carrera directamente en una empresa que apuntaba a la mercantilización del ocio, sin reparar demasiado en la fase previa dominada por los usos curativos del agua[10]. Este punto de vista resulta relativamente admisible, debido a que en varios experimentos ambas finalidades siguieron conviviendo[11]. El higienismo epidemiológico ofició como disparador de las prácticas balnearias, pero rápidamente se replegó, junto con las epidemias, dando vida a un espacio dominado por el placer, el deseo, la distinción y el ocio.

Precisamente, en 1886 se inauguró la primera temporada balnearia y veraniega de Mar del Plata y el mismo año se iniciaron las actividades del Balneario “El Saladillo”. Mar del Plata aparecía retratada en las noticias porteñas ya vacante de las contradicciones entre la salud y el ocio:

“...a partir de 1888 la prensa de la capital comenzará a hacer constantes y detalladas referencias a Mar del Plata, ya sea como centro balneario o de veraneo, ya sea como lugar donde se desenvuelve una intensa cultura vinculada al ocio, al gasto, al consumo ostensivo, a la nervenleben y a la diferenciación social entre los miembros de la clase alta.” (Montobani, 1997).

Evidentemente, los dos espacios nacieron en un momento similar, aunque presentan aptitudes singulares. Sin embargo, hubo un hecho que medió en la puesta en marcha de ambos proyectos balnearios. Un acontecimiento vinculado con la historia del higienismo y las epidemias puso en contacto dos espacios lejanos y distintos, pero a los que se les asignaba una función análoga. La epidemia de cólera de 1886, a diferencia de la fiebre amarilla que se abatió sobre la capital quince años antes, asoló simultáneamente a Buenos Aires y a Rosario, siendo quizá más contundente en la segunda ciudad (Rodríguez, 1889). En Buenos Aires entre 1886-1887 se registraron 1.163 decesos por cólera sobre una población total de 432.000 habitantes, en Rosario para el mismo período hubo 1.156 muertos con una población de 50.000 habitantes (Prieto, 1996).

El cólera esparció una fiebre higienista que derivó en la organización de la Oficinas de Higiene Municipal de Rosario, paralelamente, los espacios periféricos entraron en valor. Los médicos aconsejaban pasar el verano, momento en que la enfermedad recrudecía particularmente, lejos de la ciudad. Aunque jamás consideraron explícitamente los balnearios como el lugar más adecuado, estas instalaciones frecuentemente se ubicaban en los suburbios[12]. Las zonas cercanas a la ribera gozaban de un clima menos agresivo, las brisas y vientos de estas áreas transportaban un aire fresco y vivificante, la oxigenación era posible. La enorme ventaja de Mar del Plata frente al balneario rosarino era su ubicación a orillas del mar, un lugar privilegiado, cuyas aguas se encontraban a buena temperatura para los amantes de los baños fríos y no sufrían de contaminación alguna. Sin embargo, la epidemia de cólera en Rosario tenía su epicentro en las napas subterráneas, en los pozos mal higienizados, en los conventillos y en los “barrios anti-higiénicos” (Refinería y Talleres). Las aguas de las que hacían uso los pobladores de Rosario aún no eran servidas por el agua corriente y, por supuesto, la ciudad carecía de un sistema de cloacas y de la higiene mínima de las calles[13].

Frente al centro infestado, Saladillo ofrecía una imagen alternativa, un lugar propicio para alejarse de la enfermedad y de los males provocados por esta forma presuntamente “antinatural” de vida que imponía la ciudad. A pesar de las acusaciones hacia las infecciones y los miasmas urbanos, las enfermedades que muchos miembros de la élite pretendían dejar en las aguas del arroyo eran más imaginarias que reales; se demandaba a aquel paraje, ante todo, placer, diversión y distinción social. Intenciones rápida y efectivamente decodificadas por el dueño de las tierras, Manuel Arijón, y que tendrían una perdurable trayectoria en las Sociedades Anónimas que regentearon el balneario hasta promediar los años 1930s.

La ampliación de los usos sociales y nuevos espacios balnearios

¿Qué y para quiénes deben ser los baños y los balnearios? La pregunta podría contestarse rápidamente, revisando las prácticas sociales de fines del siglo XIX y la primera década del siglo XX. La réplica reconoce una enunciación y una intencionalidad compartida por los proyectos de Manuel Arijón y de la Sociedad Anónima “El Saladillo”. En la misma línea, se inscribió la labor administrativa de la Sociedad Anónima de Parques y Balneario de “El Saladillo”, fundada hacia comienzos de la década de 1910. A pesar de la variedad de agentes que participaron del proceso, la percepción y aprovechamiento de los baños resultó relativamente idéntico: los baños debían ser privados y estar destinados a constituirse en la primera plaza para mercantilizar el ocio de los grupos dominantes (Uría, 1986). La élite era el único sector social que gozaba de la exclusividad de placeres saludables, los sectores populares no eran admitidos en los balnearios. En términos de mercado, la demanda de alto nivel estaba satisfecha y, hasta los años 1920s., fue la única deseable para esos espacios y prácticas. Sólo los miembros de la élite podían permitirse partir de la ciudad durante el estío, debido a la posibilidad de abandonar, aun sólo temporalmente, sus ocupaciones cotidianas. El nivel de acumulación material, al mismo tiempo, concedía y exigía el tipo de exhibición propio de los balnearios. Justamente, estos deleites poseían un atractivo extra, un componente trascendental: la distinción social, fundada en la escisión espacial de la élite respecto a los estigmatizados e indeseables sectores populares (Falcón, 1990).

Sin embargo, desde fines del siglo XIX, el higienista Emilio Coni expresó la necesidad de establecer baños populares. Colocar estos establecimientos al alcance de la clase proletaria, según Coni, era una medida higiénica trascendental.

“Casi todas las ciudades de Francia, Inglaterra, Alemania, Austria, Hungría, etc. han utilizado cursos de aguas que las atraviesan, para crear establecimientos públicos de baños, ya sea haciéndolos directamente las municipalidades, ya sea concediéndolos a contratistas particulares. En casi todos los baños se han establecido piscinas de natación, de manera que se añaden los efectos de este benéfico ejercicio.” (Coni, 1897, p. 518)

En Rosario, a fines de la década de 1910, la visión restrictiva del uso de las aguas de los arroyos y de los ríos comenzó a variar[14]. Fundamentalmente, los meses en que las temperaturas arreciaban eran propicios para que la prensa descargara sus críticas sobre el gobierno municipal. Éste no promovía una práctica popular del baño, basada en el establecimiento de amplios balnearios públicos. Desde 1917, los pedidos que La Capital realizó sobre la habilitación de nuevas casas de baños resultaron insistentes. Abiertamente se argumentaba que existía un importante número de rosarinos sin acceso a los balnearios. Precisamente, la marginación de estas prácticas, que básicamente operaba sobre los sectores populares, se debía a que los establecimientos balnearios, por regla general, habían sido diseñados como ambientes para la ostentación y el lujo de las élites. (La Capital, 16/I/1917).

El sentido de estos, todavía imaginarios, baños públicos era bien distinto. En principio, se trataba de sitios patrocinados por las entidades estatales, que permitirían y regularían el acceso de los sectores populares a sus instalaciones. El tiempo libre se ampliaba crecientemente, tras la sanción del descanso dominical (1905), la tendencial reducción de la jornada de trabajo a ocho horas (1929) y la aplicación del sábado inglés (1932). A ojos de los actores hegemónicos, esta problemática ingresaba en la planilla de control de un poder político, por entonces, bastante ineficaz. El despliegue de la regulación social debió aguardar a que prosperaran los reclamos de la sociedad civil en pos de un espacio gratuito para los sectores populares, donde éstos pudieran exponerse a los vivificantes efectos de los rayos del sol, la brisa y el agua, durante los tórridos meses de verano. Los baños, en tales enunciados, se desprendían de su carácter estrictamente placentero, tan apreciado entre la élite; por el contrario, hacia fines de la década de 1910, eran sólo el ámbito para inmersiones higiénicas orientadas por el la limpieza y la reproducción de la fuerza de trabajo.

“Resulta incomprensible que la segunda ciudad de la República, recostada sobre la margen de un gran río, toda una urbe de más de 300.000 habitantes [...] una ciudad eminentemente trabajadora, donde la población obrera suma millares de hombres y mujeres que diariamente acuden a dar vida a las fábricas y talleres, de lamentable aspecto, de no disponer de baños públicos gratuitos y que sus habitantes deban dirigirse al Saladillo, un establecimiento particular, al famoso balneario, para poder bañarse a pesar de contemplar uno de los ríos más grandes del mundo cuyas aguas corren a lo largo de toda la costa de la ciudad.” (La Capital, 16/I/1925).

Sobre el deber ser de los baños agregaba:

“Los baños públicos no son un servicio de lujo, sino de suma necesidad para la conservación de la salud de la población.”

Estas interpelaciones hacían recaer las miradas sobre la inacción del gobierno Municipal. No obstante, al acercarse los primeros años 1920s., algunos ediles manifestaron su preocupación por reactivar el viejo proyecto de construcción del Balneario Municipal del Parque Arroyito. En 1922, el concejal Loza presentó en el recinto una propuesta para expropiar los baños de Saladillo y convertirlos en un balneario municipal público (Diario de Sesiones del Honorable Concejo Deliberante (DS HCD), 04/IV/1922). La presentación fue denegada, apoyándose en las dificultades que este procedimiento acarrearía al erario público, y planteando que existían otras propuestas orientadas a llevar adelante inversiones en este tipo de instalaciones. En ese debate se citó, con particular insistencia, las obras que se llevarían a cabo en Parque Arroyito.

Desde 1920, en ese barrio septentrional de Rosario, funcionaba un discreto balneario municipal. El concejal Dall Orso, al expresar la necesidad de reformar ese espacio, se pronunció respecto al estado del balneario sin rodeos: el complejo tenía cuatro casillas de madera, no poseía ni árboles donde guarecerse del sol ni bancos dispuestos para el descanso del bañista o el paseante. Dall Orso agregaba: “...es una vergüenza que esto lleve el nombre de “Balneario Municipal”, pues sirve para el comentario risueño de un núcleo importante de población que va todos los días a pasear por él” (DS HCD, 21/III/1922). Seguidamente, el concejal peticionó la asignación de fondos del Gobierno Provincial para la financiación de las obras de un “verdadero balneario”[15]. En cambio, la precariedad de las instalaciones emplazadas pudo apenas mejorarse, mediando los esfuerzos de la propia Municipalidad (Pignetto, 1927). La deuda de un balneario realmente popular, una vez más, fue aplazada. En otros espacios, agentes sin el auspicio municipal iniciaron tareas que condujeron a la inauguración de balnearios con las características solicitadas por la prensa.

En 1916, Fernando Pessan promovió la primera urbanización relevante de una fracción del barrio “La Florida”. El suburbio se ubicaba en la zona costera norte, inmediata a Pueblo Alberdi. Promediando los años 1920s., el barrio asistió a un segundo proceso de loteo aún más exitoso que el anterior, llevado adelante, también, por Fernando Pessan[16]. El aviso publicitario que convocaba al remate, ofrecía como atractivo de la zona la intención de construir un paseo público de peculiares características y prolongar la Avenida Costanera (Comisión del Centenario, 1997).

En el plazo de cuatro años, estos proyectos comenzaron a plasmarse de manera desigual en la zona de “La Florida”, en el norte de Rosario. En 1928, la familia Escauriza habilitó un balneario denominado “La Peña”. Por entonces, comenzaron a percibirse las bondades que el río esparcía en aquel paraje. Sin embargo, el establecimiento balneario mantenía un tradicional carácter privado y no franqueaba el acceso a los sectores populares. En consecuencia, la Comisión Vecinal del barrio, fundada en 1927, alentó la concreción del anhelado proyecto de un balneario público. El ambicioso diseño, presentado por la agrupación vecinal, apareció estampado en las páginas de La Capital, a comienzos de la primavera de 1932. En este artículo se utilizaban, nuevamente, los alegatos favorables a la instalación de baños públicos, que fueron moneda corriente en la prensa durante los meses de verano de la década de 1920.

“El público pugna por bañarse desde hace dos años en las aguas de nuestro río y hay peligro que transcurran muchos más sin que lo consiga, porque creemos que estos rumores de Avenidas Costaneras no deben tomarse como un impedimento para que nuestros conciudadanos se vayan acostumbrando humildemente a los baños de playa.” (La Capital, 25/IX/1932).

La comunicación redactada por la Comisión Vecinal apuntaba a destacar las ventajas de “La Florida”, para convertirse en el primer balneario público de la ciudad de Rosario. Asimismo, subrayaba el declive suave en la topografía de las costas, la ausencia de pozos, de corrientes o remansos, la composición arcillosa de la arena, la existencia de un balneario que funcionó con gran éxito entre 1928-1932 y que, por otra parte, contaba con un predio de cuatrocientos metros de frente al río y ciento cincuenta de fondo. Se argumentaba que era la única playa mejorable de la ciudad, dadas sus características topográficas podría reunir las comodidades necesarias para construir una bajada para vehículos, un muelle de pescadores, un parque acuático natural, circuitos para automóviles, estaciones de campig, ramblas, etc.

El balneario presentaba rasgos notablemente diferenciales de su símil instalado en Saladillo. En principio, estaba emplazado sobre las costas del río, permaneciendo las aguas libres de cualquier tipo de barrera de contención o filtro de impurezas. Por otra parte, aprovechaba en mayor medida la playa que aparecía como un dispositivo novedoso e idóneo, no sólo para bañarse sino para mantener relaciones de sociabilidad y aprovechar los efectos del sol, en arreglo con los nuevos discursos higienistas. Los rayos solares comenzaban a abandonar la estigmatización y condena que pesaba sobre sus efectos en la pigmentación de la piel y eran valorados como un inestimable tónico. La infraestructura de los alrededores estaba concentrada en dar comodidad a visitantes ocasionales, mediando la construcción de un paseo con accesos para automóviles, lugares para aparcarlos, atracciones naturales, etc. Este diseño de infraestructura, perfilaba un habitué que poco tenía que ver con los miembros de la élite, frecuentadora de “El Saladillo”. Asimismo, el aspecto ribereño del paseo, su playa recostada sobre el Paraná, emulaba con mayor tino y ventaja la geografía costera marplatense, que imponía lentamente su popularidad frente a los pequeños arroyos de la provincia mediterránea de Córdoba.

La Municipalidad inauguró el Balneario en 1933 (Comisión del Centenario, 1997). Sin embargo, sus instalaciones distaron mucho de las ofrecidas por el proyecto original de la Comisión Vecinal. En pocas palabras, la estructura edilicia y la planificación eran mucho más modestas. En todo caso, hubo que aguardara la década de 1940 para que el equipamiento del Balneario “La Florida” adquiriese un perfil más o menos definitivo.

Para los primeros años de la década de 1930, la Sociedad de Parques y Baños de “El Saladillo” convidaba a los concejales a disfrutar de las comodidades del balneario, al tiempo que solicitaba la exención impositiva. Los motivos expuestos para gozar de este régimen preferencial tenían correlación con un viejo formato de petición de los establecimientos balnearios. Éstos ofrecían la prestación de un servicio gratuito a menores en determinados días de la semana, cumpliendo en cierto modo con una tarea pública y de interés general. El Balneario de “El Saladillo” era cedido, por sus administradores, para que los jóvenes practicaran el saludable ejercicio de la natación desde temprana edad (de 10 a 15 años) sin necesidad de abonar el ingreso. Una propuesta algo mezquina, debido a que el horario liberado para esta actividad se extendía entre las seis y las diez de la mañana. Este punto hacía que la petición no lograra ocultar su sentido lucrativo. La solicitud también recurría al expediente de la comparación con Europa, señalando que en Alemania la natación era obligatoria, debido al benéfico efecto que poseía ese ejercicio en la tonificación del cuerpo y del carácter (Expedientes Terminados Honorable Concejo Deliberante (en adelante ET HCD), noviembre 1931, f. 4848). Puntos de vista que, por cierto, eran compartidos por la Comisión de Higiene del Concejo Deliberante.

“...la práctica de la natación tan indicada para los niños, por tratarse de un ejercicio completo que influye de una manera eficaz en el sistema nervioso y despeja la mente vigorizándolos [...] física y mentalmente.” (ET HCD, noviembre 1931, f. 4853).

Pese a todo lo expresado a favor de la práctica natatoria, los concejales rechazaron la proposición de la Sociedad de Parques y Baños “El Saladillo”, que evidenciaba, casi en un acto de confesión, el mal momento por el que atravesaba su negocio, al tiempo que expresaba las sentidas necesidades de un balneario público para la ciudad. La petición fue descartada en 1934, momento en que se inauguraba, aún precariamente, el balneario de “La Florida”. Los gastos del Municipio se habían orientado hacia la adquisición de las tierras, la instalación de una mínima infraestructura y el mantenimiento del Balneario. La sociedad rosarina, crecientemente masiva, ya contaba con un lugar para ejercitar y apreciar los higiénicos y deportivos beneficios de las actividades que podían realizarse a orillas del Paraná, sin correr riesgo alguno[17].

 La difícil situación económica por la que atravesaba la empresa de los baños de “El Saladillo” obligaba a su disolución. A fines de 1937, el balneario fue adquirido por el Estado Provincial, según lo previsto por la Ley de Parques 2466/36, a partir de entonces, el municipio comenzó a regentearlo y ocuparse de su preservación. Rápidamente, la adquisición de los baños de Saladillo disparó una variedad de proyectos que proponían el mayor aprovechamiento de la zona adyacente a los baños, especificado en la construcción de un “Parque Balneario Saladillo”, ajustado a la Ley Provincial de Parques antes citada (ET HCD, enero-febrero-marzo 1939, f. 319). 

En los primeros años de funcionamiento de los balnearios municipales, “El Saladillo” y “La Florida”, se observa una afluencia de público marcadamente desigual. En razón del notorio predominio que detentaba Saladillo, las instalaciones de “La Florida” fueron ampliadas y modificadas[18]. A los ojos de la sociedad rosarina, la trayectoria de uno y otro balneario eran diferentes. Saladillo todavía usufructuaba de las instalaciones que recordaban sus años de esplendor, mientras que “La Florida” era un espacio nuevo y con un acondicionamiento incompleto. Por lo tanto, los concejales consideraron, a fin de emparejar las recaudaciones, que era imperioso dotar de otros atractivos al desprovisto balneario “La Florida”. Del mismo modo, el gobierno provincial, con la sanción de la Ley de Parques 2466, asumió el compromiso de construir otro espacio semejante en las inmediaciones del postergado Balneario Arroyito. Bajo la nueva denominación de “Parque Ludueña” se ideó un espacio de parque y playa que contaba con una planificación urbana más integral. Estas iniciativas caracterizaron a la intendencia de Miguel Culaciati, quien fue, también, presidente de la Comisión Provincial de Parques (DS HCD, 10/III/1939, p. 141). Durante su mandato se provincializó y luego municipalizó el balneario de Saladillo, se proyectaron reformas en “La Florida” y la construcción de “Parque Ludueña”. No conforme con estos tres espacios balnearios, Culaciati propulsó, en el Parque Norte, recientemente liberado de la construcción de la Estación Monumental del Ferrocarril Central Argentino, la factura de una pileta que bautizó “Estanque para Juegos Infantiles”. Las donaciones de la empresa Angelleri, Jacuzzi y Cía. fueron vitales para llevar a cabo una edificación terminada a principios de enero de 1938, afín a los planteos sobre las bondades aportadas por la natación a la infancia.

Paralelamente, los proyectos de ampliación y de modernización del balneario de Saladillo, en lo referido a la parquización de los terrenos adyacentes y la ampliación de la pileta, fueron desestimados en función del más completo y complejo proyecto, que para la misma época, se llevaba adelante en la zona Noreste de la ciudad. Este espacio se configuró hacia mediados del siglo XX como el área de playas y balnearios más destacada de Rosario.

Las obras del Parque Balneario Ludueña se aprobaron el 17 de julio de 1936, conjuntamente con las del céntrico Parque Belgrano. Se convocó un concurso de proyectos para llevar adelante los trabajos por la suma de $800.000 m/n. A la convocatoria respondieron cinco iniciativas. En la evaluación del Departamentos de Obras Públicas de la Municipalidad de Rosario se enfatizaron consideraciones sobre el lugar de la panorámica del río, la existencia de caminos interiores en el parque y la ubicación de ámbitos para el esparcimiento popular. Las instalaciones que los aspirantes diseñaron poseían diferentes usos y funciones: casino, restaurante, teatro, hotel, estación de piscicultura y toilettes. Es notable que aquellos conjuntos que definían el perfil aristocrático del balneario “El Saladillo” —Hotel y Casino— fueran denostados, por no haberse incluido en las bases, durante la evaluación de los croquis presentados para la construcción del Parque Balneario Ludueña.

Finalmente, el concurso fue adjudicado al proyecto presentado por Luis Constantini e Hijos. En el dictamen, se subraya las condiciones en que se organizaba el espacio del balneario, en términos de su inmejorable recuperación de la vista del río Paraná, la formación de una playa artificial, la construcción paralela al balneario de una gran y moderna pileta natatoria, el emplazamiento de una playa de estacionamiento, la construcción de juegos infantiles y de espacios de esparcimiento popular correctamente comunicados. Los datos evidencian que este parque balneario, financiado por la partida prevista en la Ley Provincial n° 2466 de Parques y Paseos de la Provincia de Santa Fe, poseía enormes dimensiones y llenaba por completo las aspiraciones de baños populares y públicos alimentadas por los habitantes de Rosario desde hacía varias décadas[19].

Conclusiones

En las páginas previas se ha tratado de mostrar cómo se constituyeron los balnearios rosarinos entre fines del siglo XIX y 1940. Se ha constatado que el desarrollo de los balnearios en la ciudad pasó de una primera fase de localización concentrada a un posterior despliegue policéntrico. Esta diversificación de los espacios balnearios fue acompañada por un proceso análogo en las características sociales de los destinatarios y concurrentes de estos espacios. Por otra parte, se ha analizado la influencia que ejercieron los discursos higienistas vinculados a las epidemias y a la reproducción de la fuerza de trabajo en la primera configuración de estos espacios y en la promoción de nuevas experiencias vinculadas a ellos. Del mismo modo, se ha demostrado que los usos y significados vinculados a la higiene y el ocio de los espacios balnearios pudieron complementarse y armonizarse en el despliegue de estos espacios.

La emergencia del balneario ubicado en Saladillo presentó hasta 1910 un eminente carácter elitista. Al promediar esa década, un conocido poema de Alfonsina Storni (1948) advierte sobre la variación de la calidad social de los concurrentes al Balneario de Saladillo. Esta apertura resultó a todas luces insuficiente y fue necesario aguardar a la crisis de 1930 para que Saladillo perdiera definitivamente sus dignidades elitistas[20]. Al mismo tiempo comenzaron a proyectarse nuevos espacios balnearios en la zona Norte de la ciudad, que contaban con una infraestructura moderna y estaban destinados a los sectores populares. En algunos casos la participación del movimiento vecinalista y de la prensa periódica renovó el impulso sobre proyectos que tenían una trayectoria algo más dilatada en las intenciones, poco eficaces, del poder político municipal.

La innovación que aportaron las obras de Parque Ludueña, y la transformación en espacios públicos del Balneario “El Saladillo” y “La Florida” tienen, pese a todo, un carácter relativo. Estos procesos contaron con importantes antecedentes y núcleos de articulación con las décadas de 1920 y 1930. La transformación evidenciada durante la intendencia del Dr. Manuel E. Pignetto, a mediados de los años 1920s., resultó un precedente en el campo de las preocupaciones y las realizaciones del gobierno municipal en materia de equipamiento del territorio, con dispositivos ideados para esparcimiento popular. La sociedad rosarina, censada en más de 350.000 habitantes, poseía un carácter indudablemente masivo. Los entretenimientos y las diversiones no podían seguir, en términos de esta concepción de la política municipal, restringidos a sectores sociales minoritarios. Los sectores populares debían ser integrados en la trama social de la Nación Argentina y los Municipios aparecían como un  dispositivo institucional capaz de asumir parcialmente esta tarea. Del mismo modo, los planes realizados por la intendencia, bajo los auspicios del empréstito provincial de 1922, tendían, al menos en la letra, a mejorar el nivel de vida de los sectores populares y su salud[21], mediante la amalgama que aportaba la medicina, la vivienda higiénica y el deporte[22]. Este tipo de estrategias se prolongaron en el Plan Regulador de 1935 y en los proyectos de organización de la Reserva de Parques Boscosos y Espacios Libres de Rosario, propuesta por el Ing. Juan Devoto hacia 1932 (Pascual y Piccoli, 2007). Cuatro años más tarde, estas tentativas de reforma, que para contar con algún éxito debían ser apoyadas por el gobierno provincial, recibieron el subsidio estipulado por la Ley Provincial 2466 y se materializaron en las modernas instalaciones de Parque Ludueña, actualmente conocido como  Parque Alem.

Tanto cuando los balnearios fueron el espacio idóneo para la socialización de la élite como cuando éstos formaron parte del espectro de prácticas desplegadas por los sectores populares durante su tiempo libre, resultaron  lugares higiénicos más en el ámbito de los discursos construidos desde el poder que en la esfera de las prácticas efectivas de los agentes. También los sectores populares fueron invitados a participar de baños higiénicos, encaminados a eliminar las impurezas y toxinas que produce el trabajo (Mosso, 1893), a disfrutar de la tonificación del aire libre y la luz solar (hábil para el fortalecimiento de los organismos en la lucha contra la tuberculosis), a beneficiarse con los ejercicios de la natación, etc. No obstante, las imágenes que se desprenden de las piletas y los baños de Parque Ludueña, “El Saladillo” y “La Florida” parecen mostrarlos mucho más preocupados por actividades lúdicas y menos comprometidos con un cuidado consciente y sistemático de su salud física.

 

Notas

[1] Es sabido que las relaciones entre Barcelona y Rosario tiene extensos fundamentos hacia fines del siglo XIX. Al descender en la estación de trenes de Rosario, a comienzos del siglo XX, el político socialista Enrique Dickman pronunció una frase destinada a durar: “Rosario es la Barcelona Argentina”. Aunque este pronunciamiento estaba más vinculada a las similitudes del movimiento obrero de ambas ciudades. (Falcón, 2005)

[2] Sólo puede anotarse la excepción que comportaba sobre el área norte, próxima a la jurisdicción municipal, la llamada Isla de los Bañistas.

[3] Así lo afirmó el matutino local La Capital en febrero de 1887, al señalar que “...los baños de agua salada convienen tanto a sanos como a enfermos.”

[4] Hemos encontrado algunas durante los meses estivales de los años inmediatamente posteriores a la inauguración del balneario en los diarios La Capital y El Municipio (1887-88-89).

[5] Las inundaciones eran habituales en los meses estivales, particularmente febrero y las sequías en los meses de primavera, especialmente noviembre. La inundación de febrero de 1910, abril de 1914, se reprodujo en 1919.

[6] Su viuda Fasta Coll de Arijón (n. cc. 1850, Las Pelotas Brasil) y sus hijos vendieron la extensión de tierras a la Sociedad Anóni ma el Saladillo en 1905, ésta a su vez traspasó hacia el centenario (1910) las propiedades del balneario a la Sociedad Anónima de Baños y Parques del Saladillo. Archivo de Protocolos Notariales del Colegio de Escribanos de la Provincia de Santa Fe (ACE), 2° Circunscripción. Tomo correspondiente al Escribano Inocencio Bustos, 1906 y 1910. Agradezco esta información a la Dra. Norma Lanciotti.

[7] Las afecciones renales, digestivas, el reuma, las molestias musculares y óseas de todo tipo, los trastornos anímicos, la debilidad, la infertilidad femenina, los desequilibrios nerviosos y emocionales eran tratados desde el siglo XIX y también durante buena parte del XX por medio de baños termales o de sales minerales. El efecto relajante de lo que se conoce actualmente como hidroterapia es aún hoy predicado por la ciencia médica, que también reconoce una ramificación hacia el entretenimiento y la industria de lo placentero. Especialmente, la hidroterapia está indicada  en enfermedades psciosomáticas. Respecto a la historia de la terapéutica con aguas frías y calientes ver Foucault (1991 y 2004); y para el caso argentino y las enfermedades mentales Vezzetti (1984). Existe una minuciosa revisión de este tipo de tratamientos para el caso Mexicano (Ramos Viesca, 2000).

[8] En su estudio sobre las playas marítimas Corbin (1993) menciona los análisis practicados por el Dr. Balard que detectan la presencia de Yodo y Bromo, minerales que incrementan las cualidades farmacológicas del agua de mar.

[9] Cabría inquirir aquí el tipo de continuidades que se establecen entre las sensibilidades antiguas, que atribuían poderes divinos y milagrosos a las fuentes naturales, y estas nuevas explicaciones científicas que pese a basarse en la veneradas “evidencias” asignaban a esta agua propiedades bastante semejantes, imbuidas, al menos en una primera etapa, de un halo prácticamente rayano en lo mágico BOUZA (1999).

[10] Los estudios de Rodríguez Sánchez (1990) sobre málaga y los de Tatjer (1996) en Barcelona parecen abonar estos planteos.

[11] No obstante la propiedad curativa de las aguas marinas en la debilidad y la tisis habían sido enfatizadas por Arauz (1895) y Coni (1894).

[12] Emilio Coni puso en relación, a través de la gráfica, las variaciones de temperatura y presión atmosférica (fenómenos atmosféricos) con los índices de mortalidad registrados en la ciudad de Buenos Aires durante la epidemia de cólera, en el verano de 1886-1887. La representación gráfica era concluyente, demostraba la directa proporcionalidad de las variables temperatura-humedad y el índice de decesos a causa del cólera (Coni, 1887, p. 90).

[13] El problema del agua potable fue solucionado al año siguiente. La contratación de una empresa que debía servir a Rosario de Aguas Corrientes se convirtió en uno de los emergentes más destacados entre las medidas adoptadas por la Municipalidad tras la epidemia de cólera de 1886. Sin embargo, no se implementó un sistema cloacal, de modo que las problemáticas epidemiológicas no desaparecieron, aunque su intensidad tendió a mermar.

[14] En 1900 se produjo lo que los contemporáneos llamaron coup de chaleur, el 5 de enero de ese año la temperatura trepó hasta los 39,5° C. Esto determinó que al año siguiente se inauguraran tres casas de baños en la ciudad de Rosario, que a todas luces eran insuficientes, ya que la población era de unos 100.000 habitantes. Primer Censo Municipal (1902), pp. 383 y 389.

[15] En los años 1920s., las competencias de la Municipalidad no alcanzaban a la toma de empréstitos públicos, para los cuales debía pedir la autorización o recibirlos directamente del Gobierno Provincial.

[16] Cabe señalar que Alberdi y La Florida fueron incluidos en la jurisdicción provincial de Rosario por ley provincial en 1919.

[17] Es de notar que varias de las comunicaciones que plantean la necesidad de habilitar baños públicos señalan la cantidad de accidentes registrados en la ciudad debido a la imprudencia de los bañistas que se internaban en aguas que no se hallan autorizadas para estas prácticas, provocando así su propia muerte. Costumbres que se creía podrían ser erradicadas definitivamente a partir de la inauguración de un balneario público. (La Capital, 23/01/1927; La Capital, 07/01/1931.)

[18] En 1939 la recaudación de ambos balnearios era notoriamente desigual: “La Florida”: $4.607,40 m/n y “El Saladillo” $11.589,60 m/n. ET HCD, agosto 1939, f. 3476.

[19] Para sólo dar una idea de las dimensiones del proyecto recuperamos los datos que hacen a la instalación del balneario: 206 cabinas de baño, 41 duchas completas, 22 WW CC completos.

[20] De cualquier modo, esta popularización del balneario envolvió a toda el área hacia fines de 1924. La instalación de la planta del Frigorífico Swift difícilmente dejara lugar a la imaginación recreativa propia de un faubourg pensado a la medida de las necesidades de la élite rosarina. (Roldan, 2005)  

[21] El proyecto de “La Vivienda del Trabajador”, si bien no fue iniciativa del intendente, se aprobó durante su mandato aún con algunas objeciones de Pignetto, que, incluso, lo colocan en una mejor situación en tanto defensor de los intereses de los trabajadores. También cabe mencionar el proyecto de una estación Sanitaria ubicada en Barrio Saladillo y la Clínica del Trabajo en el barrio Hospitales. (Pignetto, 1927)

[22] La creación de un Stadium Municipal fue la primera plaza de ejercicios físicos levantada en el país por el gobierno. Su destino eran propagar la cultura física que mejoraría la salud corporal y mental de los sectores populares. También pueden mencionarse las reformas y ampliaciones que realizó en algunas plazas de la ciudad. Pignetto (1927).

 

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© Copyright Diego P. Roldán, 2008.
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