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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XIII, núm. 302, 20 de octubre de 2009
[Nueva serie de Geo Crítica.
Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

SOCIEDAD Y SEQUÍA EN UN TERRITORIO INSULAR (EL HIERRO, CANARIAS)

Carlos Santiago Martín Fernández
Departamento de Geografía – Universidad de La Laguna
csmartin@ull.es

Recibido: 27 de octubre de 2008. Devuelto para revisión: 4 de diciembre de 2008. Aceptado: 26 de marzo de 2009.


Sociedad y sequía en un territorio insular (El Hierro, Canarias) (Resumen)

Por motivos socioeconómicos, la isla de El Hierro (Islas Canarias) ha sido considerada como un territorio marginado, “la Cenicienta del archipiélago canario” para algunos autores. Esta opinión se ha basado en un modelo interpretativo de su atraso socioeconómico centrado de manera preferente en la falta de agua, más en concreto en la impo­sibilidad de proveerse de agua de lluvia o sequía climática. Esta particular versión hídrica de sus males se matiza, en algunas interpretaciones, con el añadido de su juventud geológica, desde el momento en que se comprueba estadísticamente que sus valores plu­viométricos son semejantes a los de otras islas y que éstas presentan desarrollos socieoconómicos diferentes.

Estamos entonces ante un análisis particular que sitúa el problema del subdesarrollo en el bi­nomio escasez de lluvia y suelos permeables. Una singularidad, la herreña, que construirá el modelo explicativo de su desarrollo social y territo­rial hasta periodos recientes, en el que la prospección de pozos y la desalación han resuelto definitivamente el problema.

Es objeto del presente trabajo proponer una explicación a la realidad social y geográfica de la isla de El Hierro desde un enfoque crítico, llamando la atención sobre determinados comportamientos sociales de apropiación y utilización arbitraria de los recursos naturales como auténticos protagonistas de su histórico estancamiento socioterritorial.

Palabras clave: sequía, deforestación, control social, El Hierro (Canarias).

Society and drought in an insular territory (Island of El Hierro, Canaries) (Abstract)

By socioeconomic reasons, the island of El Hierro (Canary Islands) has been considered like a marginalized territory, “the Cinderella of the Canary Archipelago” for some authors. This opinion has been based on an interpretative model of its socioeconomic delay centered of a preferential way in the lack of water, in particular on the impossibility to obtain rainwater or climatic drought. This particular hydric version of its evils is retouched, in some interpretations, with the addition of its geologic youth, from the moment at which statistically it is verified that their pluviometric values are similar to those of other islands and that these display different socioeconomic developments.

The aim of this work is to propose an explanation to the social and geographic reality of the island of El Hierro from a critical approach, focusing attention on certain social behaviors of appropriation and arbitrary use of the natural resources like authentic protagonists of its historical socio-territorial stagnation.

Key words: Drought, deforestation, social control, El Hierro (Canary Islands).

No existe una definición universalmente considerada para el término «sequía». La bibliografía consultada viene a plantear el fenómeno como la ausencia de agua por la falta de lluvia, que, unido a otros factores físicos (temperaturas, evaporación, escorrentía, etc.), desencadenan unas consecuencias inmediatas, como es la carencia de humedad en el suelo o la disminución de las reservas, En definitiva, un descenso general de la disponibilidad de agua, que genera toda una serie de problemas para satisfacer las necesidades humanas y ambientales habituales en un territorio (López Bermúdez 1985; Pérez Cuevas 1988; López Bermúdez 1997; Marcos Valiente 2001; García Prats 2006; ONS 2008).

Con esta definición, más o menos general, enfrentamos nuestra investigación sobre una zona tradicionalmente apreciada como seca, siendo ésta, con ciertos matices, el único condicionante de su secular subdesarrollo (Alonso Luengo 1947; Afonso 1953; Hernández y Niebla 1985, entre otros)[1].

Para contestar a la pregunta de si residía en la naturaleza la causa del atraso herreño y si las estructuras socioterritoriales particulares respondían exclusivamente a unas difíciles condiciones naturales, la mayoría de los autores alegan que la sequía y la falta de suelos han sido las razones fundamentales del atraso. Pero nosotros observamos una isla no menos húmeda que el resto de las Canarias[2].

Los trabajos de la Dra. Marzol Jaén (1987) relativos a la clasificación de los años en función del total pluviométrico nos vienen a decir que, entre 1950 y 1980, existían una serie de años aislados que, en función de las precipitaciones, fueron secos o muy secos para el conjunto del Archipiélago, concretamente los años 1961, 1966, 1973, 1974 y 1975. Años que coinciden con los secos o muy secos para la isla de El Hierro. Ahora bien, la Isla intercala estos años malos con otros que fueron lluviosos o muy lluviosos: 1962, 1965, 1968, 1969, 1970, 1972 y 1979 (Marzol 1987, p. 366-367 y fig. 60). Por tanto, estábamos ante períodos deficientes en precipitaciones (los años de seca, virados o ruínes, para los herreños), que se revelaban como un obstáculo generador de crisis coyunturales, intercalados entre períodos lluviosos (los años de la avenida, el del ciclón). Eran, por consiguiente, años malos en cuanto a precipitaciones dentro de un conjunto regular para el Archipiélago.

El concepto estaba bien empleado al referirse a una coyuntura anómala dentro de los valores de precipitaciones normales en un área. Ahora bien, ¿cómo se convierte una anomalía en la base explicativa de una situación económica estructural? El análisis de los procesos migratorios y de la prensa revela que incluso los años lluviosos fueron épocas de pobreza.    

Este artículo propone una explicación a esa interrogante planteando la hipótesis de que las sequías no son un fenómeno exclusivamente físico y que la interpretación de lo acontecido en las situaciones de escasez de agua debe de enfrentarse de manera dialéctica, es decir, integrando tanto las variables naturales como las sociales, pues se trata de un proceso donde la acción humana condiciona de forma severa la evolución de determinadas componentes naturales.  

Climatología y geología

El predominio de los vientos alisios del NE, originados por el Anticiclón de las Azores y la corriente fría de Canarias, hacen que la troposfera inferior en nuestra latitud presente la característica de distribuirse altitudinalmente en una capa inferior, húmeda y fresca. Esta capa se satura de humedad durante su recorrido oceánico y pierde temperatura, alcanzando de forma variable, diaria y estacionalmente, la zona inferior de la troposfera. Por encima de esta capa se superpone otra, que, al estar en altura y no entrar en contacto con la masa oceánica, se muestra por el contrario cálida y seca. En la zona de contacto entre ambas capas, se produce una inversión térmica de subsidencia que obstaculiza los movimientos convectivos del aire.

Desde el nivel de contacto con la superficie del mar se produce un ascenso de aire húmedo, que, al reducir con ello la temperatura, estimula la condensación del vapor de agua e inicia el mecanismo de formación de las nubes. Pero, el ascenso del aire de las capas inferiores cesa bruscamente en el nivel de inversión térmica, que actúa como techo o tapadera interrumpiendo el desarrollo vertical de la nubosidad y, por tanto, impidiendo la precipitación. En este fenómeno, tiene un papel crucial el relieve insular y el obstáculo que éste interpone en el recorrido de los alisios. La isla actúa como barrera orográfica que favorece el ascenso del aire de la capa inferior por la fachada de barlovento hasta el nivel de la inversión térmica, sufriendo un enfriamiento adiabático y permitiendo la condensación de unas nubes que, impedidas en su desarrollo vertical, se acumulan horizontalmente abrazando las laderas de las islas que posean altitudes superiores a 1.000 m.

El resultado final es la formación de un manto de estratocúmulos, conocido popularmente como “mar de nubes”, que se muestra absolutamente determinante en el clima insular, pues genera en barlovento nie­blas en sus cumbres y lluvia horizontal en “medianías” (por encima de los 750 m), al entrar en contacto con super­ficies frías (hojas de árboles, rocas, etc.). Por su parte, en el sotavento insular la masa húmeda se ve dominada por el efecto Föhn, fijando un clima seco y cálido en esta ver­tiente (Dorta 1996; Marzol 2000; Olcina Cantos 2001, p. 220-221).

 

Figura 1. Esquema en sección del alisio superior e inferior.
Fuente: Morales Matos y Santana Santana, 2005.

 

Cuando se rompe esta habitual condición climática e irrumpen masas de aire po­lar en nuestra latitud (frentes fríos o gotas frías), el trastoque de la condición habitual permite que se establezcan situaciones de convergencia y aparezcan entonces precipita­ciones intensas.

En invierno, por influencia del viento del Oeste, masas de aire de las altas latitudes se desplazan hacia el Sur y afectan a la Isla convertidas en borrascas del frente polar. La presencia de aire frío y húmedo en la capa superior del alisio provoca la desaparición momentánea de la inversión térmica, generándose la posibilidad de ascensos de aire o fenómenos convectivos que dan lugar a la formación de nubes de desarrollo vertical y a precipitaciones abundantes.

Por su parte, el establecimiento de una “gota fría” o depresión fría en altura se produce por la lle­gada al Archipiélago de una masa fría en niveles altos de la atmósfera, mientras que en las capas bajas las condiciones pueden ser indefinidas o incluso anticiclónicas. La aparición de estas bajísimas temperaturas en al­tura, que contrastan con las cálidas de la superficie terrestre, junto a la ausencia de la in­versión térmica, provoca que surjan nubes de importante desarrollo vertical. La situa­ción culmina regularmente con lluvias generalizadas, mientras que las temperaturas sólo presentan descensos significativos en las cumbres.

Pero, con mucho, el fenómeno que más influencia tiene en la provisión de llu­vias en la isla de El Hierro está relacionado con la llegada de borrascas atlánticas proce­dentes del sur de las Azores (con vientos del SO y O). De manera ocasional aparecen estos fenómenos en épocas invernales, que hacen que desciendan ligeramente las tempe­raturas en todos los niveles de la troposfera, además de generalizar las lluvias.

Otra distorsión del régimen habitual de alisios es la invasión de aire seco, ca­liente y saturado de polvo procedente del E, S y SE (“levante”), con consecuencias ab­solutamente diferentes a las anteriores. La instalación en la parte occidental del desierto de Sahara de una baja presión térmica, originada por el recalentamiento de la superficie del desierto, hace que el aire sahariano alcance Canarias y re­emplace al habi­tual alisio. Se reconocen entonces períodos de altas temperaturas, lumi­nosidad baja por la acción del polvo en suspensión y vientos fuertes que devastan los cultivos.

Con todo, la situación más habitual para la isla de El Hierro es aquella dominada por los vientos húmedos y frescos de componente NE que, al chocar en las vertientes enfrentadas a su acción con el accidentado relieve insular, se elevan y condensan, pro­duciendo una constante nubosidad en los niveles medios y altos, precipitando en forma de llovizna o lluvia horizontal, nieblas o –si seguimos la denominación herreña– en forma de “lluvia rociada”.

La situación combinada de los aspectos dinámicos descritos (situación y poten­cia del anticiclón de las Azores y las borrascas templadas) junto a aspectos geográficos locales (altitud y orientación) explican los distintos contrastes climáticos existen­tes en la Isla.

El primer contraste insular tiene lugar entre la zona sep­tentrional y húmeda expuesta al alisio y la zona meridional y seca al abrigo de estos vientos dominantes. El hecho de que la condensación de la humedad se produzca por el enfriamiento por ascenso de la capa inferior húmeda del alisio tras su choque con el re­lieve, relaciona estrechamente la altitud con el carácter zonal de la capa húmeda y fresca del alisio. Esta situación nos explica los distintos pisos con diferentes climas. De esta forma, se distingue en barlovento una zona, por debajo del “mar de nubes”, de clima moderadamente cálido y escasa pluviometría (300 mm/año), y una zona alta, húmeda, donde la acción del “mar de nubes”, casi permanente, genera mayores precipitaciones (la horizontal incluida) y temperaturas más bajas.

Desde las laderas de El Golfo en Frontera (NW), donde el mar de nubes es casi una constante, pa­sando por las llanuras del Nisdafe, al oeste de Valverde, observamos una situación si­milar caracterizada por el beneficio de las nieblas. Éstas van progresivamente disipán­dose una vez que se pasa la hilera de cumbres de Los Lomos (NE) en dirección a La Dehesa (SW).

Esta influencia de las brumas se deja sentir aun en la ladera opuesta, donde el mar de nubes desborda afectando parte de esta vertiente, razón por la cual las cotas su­periores y parcialmente las medias en la vertiente de sotavento gozan de un clima mode­radamente fresco, aunque con precipitaciones más bajas que las registradas a barlo­vento. A partir de los 800 m en la ladera de sotavento, por el efecto Föhn, las nubes se disipan y desaparece la influencia húmeda de los alisios. Se inicia entonces el área in­sular meridional, más seca, al estar exenta de la acción húmeda de los vientos alisios.

Los datos referentes a las precipitaciones atestiguan numéricamente la importan­cia del fenómeno anteriormente descrito. La máxima precipitación (600-700 mm/año de media) se registra en la zona de Valverde, Nisdafe y en la línea de cumbres del es­carpe de El Golfo. Por su parte, la mínima aparece en La Restinga, en la zona suroeste (150-200 mm/año de media). Entre estos dos puntos tenemos distintos valores que están en relación con la acción del alisio. Es de destacar la importancia de la “lluvia horizontal”, que alcanza valores significativos en zonas en torno a los 500-1.200 m, de los que no contamos con datos precisos para la Isla[3].

 

Figura 2. Mapa de precipitaciones medias anuales.
Fuente: Martín Fernández 2006.

 

Desde el punto de vista geológico, hay un dato que es de notable importancia: la isla de El Hierro es la más reciente del archipiélago canario. Su formación, enteramente cuaternaria (apenas poco más de 1 millón de años), se caracteriza en su fase inicial por la acción de los empujes intraoceánicos, que la hicieron emerger sobre el nivel del mar. A continuación, a través del apilamiento progresivo de materiales volcáni­cos procedentes de infinidad de erupciones, se construyó, casi sin descanso, el actual edificio insular, que desde sus zonas de base, a nivel de los fondos oceánicos, hasta las partes cumbreras presenta una altitud en torno a los 3.000-5.000 metros de pro­fundidad.

Dos aspectos entonces caracterizan la geología de El Hierro y ambos tendrán un papel fundamental en su comportamiento hidrogeológico. Por un lado, su origen reciente y, por otro, la continuidad de la actividad volcánica, casi sin periodos de descanso. Ambas situaciones han convertido la Isla en un edificio de conos de cenizas y productos de emisión (“una gran piconera”, según algunos autores). Estos materiales, por su juventud, muestran escasa alteración y compactación en su superficie, cuestión que los hace sumamente porosos. Por sus grietas y huecos se infiltran casi íntegramente sus aguas pluviales, siendo ésta la causa de la acusada permeabilidad de su superficie, situación que encarecerá el embalse masivo de las aguas de lluvia y obligará a depender de sus recursos subterráneos.

 

Figura 3. Topográfico de El Hierro.
Fuente: Grafcan 1996. (Elaboración: García Cruz, J. I.).

 

El hecho de no haber tenido intervalos prolongados de inactividad entre erupciones ha dificultado que el subsuelo herreño pueda igualmente verse alterado y compac­tado. Por tanto, a nivel subterráneo se reproduce una situación similar a la registrada en superficie. El volcanismo reciente y sin períodos de calma ha limitado la formación de las características discontinuidades que tan significativas son para la permeabilidad y consecuente retención de agua. De esta forma, la inexistencia de tales discontinuidades verticales permeables hace que el agua, que se infiltra casi por completo, tienda a bajar hasta los niveles profundos (acuífero insular) con suma rapidez (Navarro Latorre y Soler Liceras 1995). Esta situación explica la escasez de nacientes registrados en la Isla y la consideración de muchos de ellos como “hilillos de agua” en determinados períodos próximos a las lluvias[4].

Descripciones antiguas y referencias contradictorias a la humedad insular

Con el conocimiento de los datos físicos mostrados en el epígrafe anterior, procedimos a consultar las fuentes que nos describían la Isla. En la bibliografía consultada contrastaban las descripciones contemporáneas, aquellas realizadas a partir del siglo XVIII, de las anteriores a esta fecha. Para las fuentes contemporáneas, es in­dudable que la Isla era seca, argumentando esta situación en una mezcla de caracteres climáticos y geológicos particulares. Pero esta versión descriptiva de la sequía herreña se difuminaba a medida que nos alejábamos del presente. Escudriñando las fuentes documentales sobre El Hierro, encontramos opiniones contrarias a la habitual versión de isla seca. Esto nos llevó a consultar todas las fuentes documentales posibles, extractando las características ambientales recogidas en los textos.

Las fuentes bibliográficas sobre la isla de El Hierro (crónicas, libros de viajes, prensa, informes, etc.) nos presentan una opinión contrastada en torno a sus caracteres ambientales. De una parte, están los textos más antiguos que nos describen una isla húmeda como consecuencia de la acción del relieve y la vegetación sobre el mar de nu­bes del alisio. Relatan estos autores las notables consecuencias que esta situación tiene para la por entonces poblada vegetación, así como los efectos directos que ambas situaciones producen en la provisión de agua para su población. Valgan de ejemplo las referencias que desde el mundo clásico se han hecho a la Isla, caso de las de «[...] Estacio Seboso, geógrafo, la llama Pluvialia, y el rey Juba la llamó Ombrión, vocablo griego que quiere decir “agua llovediza”, que es lo mismo que Pluvialia; los cuales nombres refiere Plinio en su Natural Historia [...]» (Abreu Galindo (ca. 1590) 1977, p. 82).

Como veremos más adelante, frente a estos autores clásicos, otros más modernos, situados cronológicamente con anterioridad al s. XVIII, ponderan la importancia de las precipitaciones y señalan la escasez de manantiales constantes, aunque no dudan en destacar la relevancia de sus nieblas, en cuanto a aportes y efectos en la fertilidad de sus tierras, así como en el mantenimiento de la vegetación. Por su parte, otros, para el mismo periodo, describen la escasez de agua, a distinto nivel, señalando los pobres esfuerzos por solventar esta si­tuación mediante la construcción de aljibes, maretas y pozos costeros. Concluyen estos autores que es ésta la causa principal de su ruina económica y pobreza social.

Esta consideración final, la más extendida como sabemos, no es con mucho la prin­cipal entre las descripciones realizadas sobre la Isla. El habitual cuadro de penurias hídricas es un rasgo que comienza a ser característico a partir del siglo XVIII, coinci­dente con las primeras consecuencias ambientales del proceso de deforestación insular acaecido durante los siglos XVI y XVII, que truncó la forma histórica de provisión de agua de los herreños: charcos, aprovechamiento de los contados manantiales y pozos costeros salobres (Martín Fernández 2008). Junto a la deforestación habría que añadir la acción del sobrepastoreo y, sobre todo, la escasa atención prestada a la general aplicación de medios técni­cos para combatir los problemas hídricos. De esta forma, a medida que avanzamos cro­nológicamente en las referencias documentales y los efectos de las talas masivas son mayores y la acción del pastoreo se intensifica, aparecen con nitidez claros efectos ne­gativos. Estas acciones influyen grandemente en la cantidad de agua recogida en char­cos o albercas y en la disminución del caudal de los nacientes, efectos éstos que pasan a registrarse de forma única en las distintas descripciones. Se toma por tanto un efecto de carácter físico, pero que es consecuencia de una determinada acción humana sobre el medio, como causa general del problema.

Demostrar el carácter social de las des­venturas herreñas no fue tarea fácil. Si bien es cierto que no tenemos excesivas referencias documentales, sobre todo aquellas específicamente referidas a sus caracte­rísticas climato­lógicas en períodos anteriores al siglo XX, en el cúmulo de indicaciones históricas recogi­das obtenemos suficientes, aunque vagas e imprecisas reseñas que nos hablan de: «este país es muy sano, el Valle del Golfo delicioso y las llanuras de Nisda­fes sobremanera fér­tiles» (Viera y Clavijo (1776) 1951, II, p. 473); «goza de un clima benigno y saludable» (Carballo  Wangüemert 1862, p. 342); «en la isla de El Hierro se disfruta de un clima suave, sano y apreciable, y una temperatura muy benigna» (Busto Blanco 1864, p. 513).

No faltan, con la misma vaguedad, las referencias que nos apuntan como aspec­tos característicos de su clima la humedad e incluso la lluvia: «su clima es saludable, pero en invierno se  presenta un tanto frío y húmedo a causa de la niebla casi constante que envuelve su atmósfera en dicha estación» (González 1902, p. 107); «la isla es fresca y lluviosa [...] y debido a la [...] frondosidad [...], el clima de Hierro es comparable con los más divulgados de otras regiones favorecidas por la Naturaleza. No oscilando la tempe­ratura sino en algunos grados, recomendamos la estancia al viajero en esta Isla por no denotarse humedad en su terreno a pesar del frío ligero que es peculiar al Hierro...» (ABC 1913, p. 4); «el clima es frío en la estación invernal y, en general, benigno y sano; de la región de El Golfo es caluroso en verano y templado en invierno [...]. Santa María de Valverde, Villa Capital [...] tiene un clima frío en el invierno y agrada­ble en verano [...]» (Delgado 1927, p. 88); «es de clima fresco y lluvioso y cuenta con unos bosques muy frondosos» (Jiménez 1927, p. 41).

Esta visión sana, o específicamente lluviosa y húmeda, se confirma en las aún más precisas descripciones que desde el siglo XIV se vienen realizando sobre su vegeta­ción. Desde antes de la Conquista, en los viajes de exploración de los franceses a Cana­rias se dice:

Por la parte del mar el terreno es muy malo en una franja de una legua, pero ascendiendo al centro país, que es muy elevado, las tierras son hermosas y agradables, pobladas de arboledas densas como bosques y verdes en todas las estaciones, y de más de cien mil pinos, la mayoría tan gruesos que dos hombres no conseguirían abarcarlos con los brazos. Las aguas son buenas y abundantes y la tierra es idónea para cultivar y alimentar bien a todos los animales; hay gran abundancia de habas y de cereales y un número increíble de codornices; llueve a menudo y el lugar es bueno para la vidriería, pues hay muchos helechos (LC (ms. G, fol. 19v.) 2003, p. 77 y (ms. B, fol. 29) 2003, p. 260).

El país es alto y bastante llano, cubierto de grandes arboledas de pinos y laureles de un grosor y una altura prodigiosos; las tierras son buenas para los cereales, las vides y to­dos los cultivos; en ellas se encuentran muchos otros árboles que dan diversos frutos. También hay halcones, gavilanes, alondras y gran abundancia de codornices, así como una clase de pájaros que tienen plumas de faisán y el tamaño de un papagayo, con una cresta sobre la cabeza como los pavos, y levantan poco el vuelo. Las aguas son buenas y hay abundancia de animales [...] (LC (ms. G, fol. 33) 2003, p. 130).

Parece que no hay duda de que para los escritores del siglo XV la isla de El Hierro era al menos frondosa, conforme a lo citado líneas atrás en Le Canarien. La frondosidad, como sabemos, se debe a la influencia del mar de nubes sobre la vegetación. Este pro­ceso ha sido contemporáneamente estudiado por botánicos y biogeógrafos. De igual forma han sido estudiadas las características que presentaron en su día zonas en la ac­tualidad desprovistas de vegetación [Arco Aguilar (1990); Barquín (1972, p. 10-24); Fernán­dez-Pello (1989); Hernández Padrón (1985, p. 77-111); Santos Guerra (1976, p. 249-261); Santos Guerra (1980); Kämmer (1976); Schmid (1976) y Parsons (1981)].

De la importancia del mar de nubes sobre la vegetación, así como sobre la magni­tud que en su día tuvo la vegetación herreña, valga la siguiente referencia: «El monte del Risco, del pago del Golfo [...] tiene una legua de alto [...]. Este risco es todo vestido de arboleda, como el camino de Taganana, [...]. Sin embargo de la falta de agua de que carece, es tal la frescura que se crían todas las mieses [...] y las cañas huecas son tan populosas como si las regasen [...]» (Darias Padrón 1942: 91).

En fechas paralelas, otros autores reconocen que «El Hierro [...] es tierra que tiene muy buena montaña y muy fértil de pinos, y así se hace en ella mucha pez» (Marco Dorta 1943: 204). Como vemos, registran un paisaje insular de zonas húmedas, es decir, unos y otros nos están describiendo los diferentes pisos de vegetación en el que no falta el piso estrictamente húmedo.

De entre todos los autores estudiados es J. de Abreu Galindo, a finales de esta cen­turia (ca. 1590), quien mejor describe este fenómeno climático derivado de su parti­cularidad orográfica: «Una legua desde la mar es de riscos y pedregales, pero, andada la legua, es tierra llana, poblada de mucha arboleda, como son pinos, brezos, sebinas [sic], palos blancos, laureles, adernos, barbuzanos, aceviños, mocanes, escobones, retamas y algunas palmas. No produce esta tierra dragos» (Abreu (ca. 1590, I, 17) 1977, p. 83).

Gaspar Frutuoso, hacia 1590, refiriéndose a una punta próxima a La Estaca, dice: «[...] a Ponte Verde, que se mostra asim por ter en sí altos e verdes feitos e gamoes e outras verduras, antes de entrar nos pinhais que por esta parte do Norte e Noroeste sao mui es­pessos» (Frutuoso 1966, p. 145). En 1678, el sacerdote José de Sosa en su Topografía nos vincula vagamente y por pri­mera vez el clima y la vegetación con el recurso agua. Señala el clérigo la ausencia de aguas superficiales, pero dice que ésta se compensa con la humedad atmosférica: «Es esta ysla de el Hierro muy seca sin tener agua corriente, empero es muy fructifera por ser humeda y fresca y estar mas serca al Norte (Sosa (1678-1685, I, 1, p. 31v.) 1994, p. 86)». Pedro A. del Castillo [(ca. 1737) 1960, p. 2401] destaca que «el terreno es fertilísimo y húmedo, con que se pro­ducen los mejores pastos de estas islas».

Tierra húmeda, brumosa y frondosa. El Hierro es por tanto desde muy antiguo re­conocido como un lugar especialmente ligado a la precipitación de nieblas, de las que recibe un provecho social, compensándose de esta forma los aportes que la hidrología le limita en forma de nacientes. Esta última cuestión es tratada con anterioridad al siglo XVIII, con más o menos acierto, en la abundante documentación sobre El Garoé (Hernández Gutiérrez 1998; Martín Fernández 2006 y Sánchez García 2007). Espe­cíficamente, autores como Fernández de Oviedo (1535) nos comentan: «La isla de El Hierro no tiene agua dulce de río, ni fuente, ni lago, ni poço [...] pero [...] todos los días del mundo la provee Dios de agua celestial no lloviendo [...]» (Fernández de Oviedo 1959, p. 35 y ss.). Fr. Bartolomé de Las Casas, entre 1540 y 1550, dice: «Llueve a sus tiempos en esta Isla, y para recoger el agua llovediza tienen los vecinos hechas algunas lagunillas en muchas partes de la Isla, donde recogen las lluvias, y desto beben mucha parte del año hombres y ganados; y cuando se les acaba el agua llovediza tienen recurso al agua del estanque que ha goteado el árbol [...]» (Casas 1956, p. 110-111). Abreu Ga­lindo, hacia 1590, se pronuncia en estos términos: «Las aguas de esta isla son pocas, aunque algunos escritores, tratando desta isla, la hacen tan estéril de agua, que afirman no haber otra agua en toda la isla, si no es la que destila del árbol, que tienen mucha guarda» (Abreu (ca. 1590, I, 17) 1977, p. 83). Mientras el P. Alonso García en 1610 dice: «los naturales [...] tienen muchos estanques de agua del cielo» (Rumeu 1943, p. 341). Un Derrotero de finales del siglo XVII describe de esta forma la situación: «carece de agua manantial que se pueda beber, y por esta causa se suele la gente sustentar con lo que destilan de día los árboles del rocío de la noche [...]» (Castillo (ca. 1737) 1960, p. 2405). Mientras en el siglo XIX, al viajero Carballo Wangüemert no deja de extrañarle cómo: «[...] a pesar de la falta de riego, el suelo de la Isla es de los más fértiles de Canarias: las montañas con sus bosques de árboles, atraen tal masa de vapores que humedecen y fertilizan ex­traordinariamente el suelo [...]» (Carballo 1862, p. 342-343).

En las postrimerías del siglo XIX, Puerta Canseco (1897, p. 90-91) describe el pro­ceso en unas pocas líneas: «Escasean los manantiales, pero a causa de su mucho arbo­lado son frecuentes las lluvias, cuyas aguas se recogen y guardan para el abasto en las grandes cisternas que hay a propósito cerca de Valverde [...]».

La influencia del monte en la provisión de agua

Es prácticamente indiscutible la influencia que la cobertera vegetal tiene en el ciclo hidrológico:

En los ecosistemas forestales la cobertera arbórea tiene una influencia considerable sobre este ciclo. En ella se intercepta y se evapora hacia la atmósfera una parte del agua de precipitación. El agua no interceptada se infiltra en el suelo y corre por la superficie del mismo. Una parte de infiltración es retenida en el suelo y puede posteriormente llegar hasta la superficie por capilaridad y ser casi evaporada. Otra parte es tomada por las raíces de las plantas, la cual es transportada hasta las hojas y transportada a la atmósfera. Cuando la fracción de agua de lluvia infiltrada en el suelo sobrepasa la capacidad del mismo máxima, el agua percola hasta la capa acuífera a la cual recarga pudiendo acceder de nuevo allí a la vegetación […] no percola hacia el acuífero más que una porción del agua que llueve, siendo esta dependiente de la cubierta vegetal. Todo cambio en la cubierta puede causar diferencias en la recogida de agua en cuencas, afectando a la hidrología local en términos de volúmenes y tiempos de escorrentía […] (Aboal 1998, p. 2).

Dentro de lo que los botánicos e hidrólogos denominan entradas, es decir, las canti­dades en milímetros (mm) que alimentan el ciclo hídrico, distinguimos dos grandes grupos: de un lado están las precipitaciones (para El Hierro sólo lluvia) y, por otro, las nieblas o aportes atmosféricos de gotitas de pequeño diámetro, transportadas por el viento y de­positadas en las plantas u otros obstáculos que les ofrezcan resistencia. Ambos aportes contactan con la cubierta y fluyen por gravedad por ramas y troncos, depositándose en el suelo circundante, en una función que se denomina escurrido cortical. Ésta presenta notables diferencias según las distintas especies, siendo mayor o menor en relación con su morfología, rugosidad del tronco y ramas o el ángulo de la planta en relación con la horizontal[5].

Por otra parte, la influencia de la superficie vegetal en el balance hídrico es igual­mente importante como obstáculo frente a la acción de la lluvia. Destaca en su fun­ción primaria de amortiguación del impacto, además de recortar posteriormente el fe­nómeno de arrollada, ambas cuestiones de notable influjo en la acción erosiva sobre la capa edáfica[6].

La masa forestal, por último, actúa de auténtico parasol, produciendo la sombra necesaria para que se produzca una relativa resistencia a la evaporación de la humedad contenida en su interior. Esta situación mantiene un volumen importante de humedad en el interior de un contexto boscoso y permite que el agua caída se mantenga más tiempo en el ciclo hídrico, con el consiguiente mayor aprovechamiento añadido. Si este mayor volu­men de agua se vincula a la existencia en ambientes boscosos de suelos con alto contenido en humus que incrementan la infiltración, tenemos que en zonas boscosas el volumen de humedad es mayor que en zonas despobladas de vegetación[7]. Una circunstancia que aumenta si apreciamos la influencia del bosque en relación con el fenómeno de captación de nieblas. Hay que tener en cuenta que para que se produzca la precipita­ción de nieblas, aparte de la existencia de humedad, viento y temperatura, es imprescin­dible una superficie, con determinado perfil y tamaño, a una cierta altitud y orientación, para que ésta finalmente ejerza su función de obstáculo. Las masas forestales situadas en zonas de pendientes pronunciadas, en cauces y laderas de barrancos estrechos, se convierten entonces en perfectos captadores naturales de la precipitación de niebla.

La importancia de la precipitación horizontal como componente final del volumen de recursos hídricos disponibles es un aspecto indiscutible. El debate científico está en la consideración de las zonas boscosas como superiores en los valores de agua captada en relación con los datos a cielo abierto. La inexistencia de estudios precisos para El Hierro nos ha llevado a barajar una hipótesis basada en los planteamientos descritos para otras islas, generales para todo el Archipiélago o estimativos para áreas sobre datos generales[8].

 

Cuadro 1.
Cocientes de lluvia horizontal/abierta

Cociente

Tipo monte

Autor

Año

3.15

Pinar

Cevallos y Ortuño

1952

3.18

Pinar

Cevallos y Ortuño

1952

4,8

Laurisilva

Kämmer

1974

1,2

Laurisilva

Kämmer

1974

< 1

Laurisilva

Kämmer

1974

3.4

Pinar

ICONA

1985

1.76

Sabinar

ICONA

1985

3.7

Laurisilva

ICONA

1985

1.09

Laurisilva

ICONA

1985

0.86

Laurisilva

ICONA

1985

3.3

Pinar

ICONA

1985

0.8

Laurisilva

ICONA

1985

1.87

Pinar

ICONA

1985

Fuente: Castilla (1994, p. 208).

 

L. Cevallos y F. Ortuño (1952) fueron de los primeros investigadores que dieron cuenta de la decisiva importancia de la humedad atmosférica del alisio en la configuración de la vegetación de las Canarias occidentales[9]. Estos autores señalan que la precipitación horizontal supone un total anual en torno al triple de las precipitaciones normales (3.000 mm anuales). Por su parte, F. Kämmer (1974) matiza esta referencia señalando que su importancia es relativa en la laurisilva (300 mm anuales), siendo supe­rior los aportes (2.500 mm anuales) en el bosque de pinos[10].

Para Ceballos y Ortuño (1952, p. 421), «la influencia del arbolado puede consi­derarse como fundamental en el régimen de precipitaciones, entendiéndose éstas en su sentido amplio, esto es, no refiriéndose sólo a las lluvias propiamente dichas, sino a los totales de agua atmosférica que de una u otra manera se deposita en el suelo». Para Castilla Gutiérrez (1994, p. 205), estos aportes procedentes de la lluvia horizontal «explica­rían la existencia de manantiales y cursos de agua […] especialmente en la laurisilva». Mientras que para Santana Pérez (1987, p. 30) estos aportes son igualmente decisivos: «la precipitación normal caída en zonas despejadas de arbolado no justifica los numerosos manantiales naturales que brotan en las laderas y barrancos de nuestros montes» y sólo se podrían explicar por las contribuciones de la lluvia horizontal a capas impermeables aisladas o acuíferos colgados.

Un cálculo estimativo del incremento de captación debido a la lluvia horizontal en Canarias nos dice que «la precipitación de niebla tiene un peso importante en el aporte hídrico de las Islas, con cifras superiores al 20 % de la correspondiente al total de la precipitación de lluvia abierta» (Castilla 1994, p. 220-222). La estimación específicamente referida a El Hierro, sobre una superficie de pinares en el Norte (en torno a 800 hectáreas), registra que el 26 % de la cifra total de precipitación anual (600 mm) co­rrespondería a los aportes de la lluvia horizontal (Castilla 1994, p. 220-222).

 

Figura 4. Vegetación potencial de El Hierro.
Fuente: Arco Aguilar 2006.

 

Por tanto, mientras se mantuvo una cubierta vegetal potente se produjo una impor­tante retención de humedad, que acumulada en aljibes, maretas, eres[11] y guásimos[12], junto con la acción de nacientes y pozos, permitió cubrir las necesidades hídricas de la población insular de entonces[13]. Es más, podría llegar a considerarse que una capa de vegetación mayor a la actual contribuiría a la existencia no sólo de unos aportes superio­res procedentes de la lluvia horizontal, sino además a un mayor volumen de agua en los nacientes conocidos[14], así como a una cantidad de nacientes superior a la actual, muchos de ellos irreconocibles hoy en día y que se secaron tras el proceso de deforestación[15]. Al respecto, la siguiente cita podría ser explicativa de esta cuestión: «[...] por el fondo de sus barrancos corrían, entre frescas enramadas, algunos arroyos de clarísimas aguas. Mucho ha cambiado en el día de hoy, en que [...] sus fuentes se han secado casi por com­pleto» (Chil y Naranjo 1876-1891, II, p. 136).

La destrucción del monte herreño y sus efectos sobre los recursos hídricos

Esta situación parece cambiar coincidiendo con el incremento de la producción insular de productos impermeables naturales y listones de madera para barcos y viviendas, así como todo un conjunto de material forestal para los ingenios azucareros gome­ros, la construcción de útiles agrícolas y la elaboración de carbón y leña[16].

Esta intensa explotación del bosque supuso la merma de los mismos y provocó un importante retroceso superficial, así como un notable empobrecimiento florístico que derivó en un cambio ecológico trascendental. Para calibrar su alcance, valga la siguiente referencia de Viera y Clavijo:

En El Hierro como consta en documentos antiguos, florecía [a mediados del siglo XVII] un largo comercio de madera, brea y pez de pino, fáciles producciones de sus es­pesos bosques que había en ella, según dice D. Bartolomé del Castillo en su papel La Langosta en El Hierro [...]. Ya veremos en la Historia Natural y Económica de esta Isla cuanta es la espesura de los montes, cubiertos de pinos, brezos, hayas, sabi­nas, acebi­ños, mocaneros; cuánta lozanía de sus árboles [...] (Viera y Clavijo (1776) 1950, p. 407).

Este mismo autor, en su Diccionario de Historia Natural de 1799, además de señalarnos los árboles y plantas más destacados de la Isla, insiste en la frondosidad y ruina posterior de sus montes:

Una de las cosas que más debieron encantar a los primeros descubridores y conquistadores de las Canarias [...] fueron aquellas selvas dilatadas de árboles singulares y siempre verdes que con espesura cubrían las Islas [...] casi desde las orillas del mar hasta las cumbres, pero ya conquistadas y pobladas empezaron a ir a menos: por una parte los desmontes para cultivar las “datas” de los terrenos y por otra la fábrica de casas y barcos [...] todo contribuyó a la ruina de dichos bosques. La Isla de El Hierro entabló desde luego un tráfico considerable de sus palos blancos, barbuzanos, viñátigos, etc; es verdad que entonces había algunas Ordenanzas relativas a la conservación de los montes, las que observan con rigor; más al presente, estos mismos bosques se hallan talados y las Ordenanzas dormidas [...] (Viera y Clavijo (1799) apud Castillo 1960, p. 2407).

Las referencias de Viera nos permiten conocer cómo la explotación forestal del señorío fue masiva, tanto en el piso dominado por la unidad vegetal pinar (brea y pez) como en otros caracterizados por el fayal-brezal y sabinar (carbón, leña, etc.)[17] .

Sabemos por estudios históricos que el monte, originariamente comunal, fue pro­gresivamente apropiado, primero por los señores, apoyándose en derechos contraídos y su autoridad, de los que extraían recursos a través de arriendos, licencias y capa­citaciones. El alejamiento señorial favoreció la acción ilegal y las tierras de monte fue­ron progresivamente roturadas y vendida su madera «clandestinamente, especialmente por parte de los económicamente más poderosos» (Díaz Padilla y Rodríguez Yanes 1990, p. 408). De esta forma, en 1637 decía al respecto el licenciado González Perera, a la sazón juez de residencia: «[...] cada uno desmonta y roza donde, cuando y cuanto le parece» (Díaz Padilla y Rodríguez Yanes 1990, p. 409). Esta estrategia desplegada sobre el medio obligó al señorío a nombrar guardas y al deber de satisfacer el preceptivo pago de penas de 60 mrs. y cárcel a quien deforestara el monte: «Esta medida parecía diri­gida, dada la cuantía de la sanción pecuaria, a disuadir al pueblo llano, pues difícilmente podía actuar como freno a los poderosos, que considerarían irrisoria la multa y ampa­rándose en su condición foral o cargos podían eludir la ejecución de una pena» (Díaz Padilla y Rodríguez Yanes 1990, p. 409).

Sobre la trascendencia de este fenómeno, Dacio Darias resalta sobremanera lo si­guiente:

Los montes y dehesas eran de la exclusiva propiedad de los Condes de La Gomera [...] los Condes fueron cediendo poco a poco la propiedad territorial de los montes a los habitantes de la Isla [...]. Consta la tradición que en los comienzos de su población europea semicircundaban a Valverde espesos bosques que en forma de media luna la aprisionaban por todas partes menos por oriente [...] y no presentaba la desnudez actual [...] estaba entonces su quebrado suelo revestido con la pompa perfumada de una flora silvestre y arcádica [...]. La ignorancia [...] de la economía forestal [...] a través de los años ha transformado en una comarca triste y aduaresca casi lo que fue encanto para la vista [...]. En tiempos remotos comerciaba la Isla valiéndose de productos forestales que rendían sus espesos bosques, tales como brea, pez y madera [...] (Darias Padrón 1929, p. 106, 215, 227, 230, 265-266, 307).

Esta importancia de la actividad industrial maderera está suficientemente docu­mentada por la Dra. Díaz Padilla, quien señala múltiples contratos de explotación entre los siglos XVI y XVII, destacando la excepción fiscal de quintos por la producción de pez y brea, así como el traslado de maestros especialistas desde las islas centrales a El Hierro para allí realizar navíos de gran porte (Díaz Padilla y Rodríguez Yanes 1990, p. 411-412). Viera y Clavijo por su parte (1942, p. 130) nos dice sobre la Brea: «este ramo de industria, todavía mal perfeccionada, es común en […] El Hierro, donde la que no se consume en la carena de los barcos de la pesca y tráfico se exporta en considerables partidas para España y otros países». De esta forma, la sobreexplotación maderera, el hambre de tierras y el aprove­chamiento vecinal eliminaron buena parte de la cubierta vegetal insular. Con ello dis­minuyó notablemente la resistencia al paso de la humedad y la función colectora de la vegetación. La actividad ganadera sobre este espacio anteriormente forestal acabó de culminar el proceso de empobrecimiento vegetal y edáfico[18].

Este proceso histórico de deforestación fue continuado contemporáneamente, esta vez bajo la dirección y provecho de los nuevos propietarios herreños, quienes en el transcurso de los siglos posteriores al desmembramiento del señorío continuaron con la explotación masiva del monte[19]:

La explotación de la madera de los montes de la Isla ha sido un hecho constante a lo largo de la historia. Tuvo gran importancia en los primeros momentos del siglo, dándose la circunstancia de que eran demasiados frecuentes los incendios en los montes, la mayoría provocados, para permitir que dicha madera quemada fuera subastada, dándose la casualidad de que todos los remates de madera eran concedidos al jefe político de la Isla Guillermo Cejas Espinosa, el cual posteriormente realizaba todo tipo de negocios con la madera obtenida [...] (Acosta Padrón 2003, p. 276).

La prensa también se hizo eco de los constantes destrozos realizados, haciendo igualmente partícipes a los sectores dominantes de la política herreña:

Ya estamos en el verano, y ya empiezan los incendios a recordarnos a los herreños, que pronto, muy pronto nos hemos de quedar sin arbolado y sin montes, y, por tanto, sin lluvias y sin aire fresco que respirar.

Pero no tenemos de que quejarnos; pues tal es la “protección” que nuestras autoridades “dispensan”  al monte y al arbolado, que sabemos que hace tiempo vino al Sr. Alcalde una circular instándole para que formara una junta local, que se dedicara a un asunto de tanto interés como es el proteger y propagar el arbolado, y hay muchos Sres. Concejales, que ni siquiera han oído hablar de esto.

¿Pero cómo van a enterarse, cuando son ellos y sus allegados, según rumor público, los primeros que siembran y mandan a sembrar, en las partes del monte abonadas por el incendio? [...]

Da lástima ver el estado del antes hermoso bosque de pinos, denominado el “Pinar”; en él ya no se encuentra un solo pino a que pueda dársele este nombre, pues el hacha y el fuego se han encargado de hacerlos desaparecer. Unos convertidos en maderas, se encuentran en las casas de algunos honrados vecinos de esta isla, que creen tal vez, que en ninguna otra parte prestarían mejor servicio; y otros yacen reducidos a cenizas por los continuos e intencionales incendios (DV 1904, p. 1).

En 1920, la prensa se expresa en los mismos términos:

En épocas pretéritas casi todo el suelo montaraz de la isla de El Hierro estaba cubierto de bosques [...]. No siempre ha actuado en este Peñón el buen sentido y la presión patriótica. De no sabemos cuanto tiempo para acá, bien sea por la excesiva protección de las antiguas ordenanzas municipales concedían al ganado, bien por la rapacidad desaprensiva de algunos propietarios, cuyas fincas lindaban con el predio forestal público, ya por las roturaciones y cortas fraudulentas unas cohonestadas otras por necesidades no siempre bien justificadas, ya en fin por la desidia e ignorancia general, unidas a las garrulerías de una desafortunada política caciquil que todo lo tolera por la imposición de la recluta de votos, es lo cierto que los montes de esta isla se han quedado reducidos a su más insignificante extensión, sobre todo el pinar, destinado a desaparecer en breve plazo, según opinión de algún técnico, por no existir pinos jóvenes que reemplacen a los seculares a causa del pastoreo y los plantíos abusivos [...]

Las consecuencias de tan funesta, mal orientada y destructora labor [...] las estamos padeciendo los herreños con esas lamentables sequías que traen el agotamiento de nuestros aljibes y charcas, la disminución de nuestras escasas fuentes y esas lluvias que, por su condición de torrenciales, llevan al mar nuestras grandes porciones de tierras labrantías, disminuyendo la fertilidad de nuestros campos [...] (Armiche 1920).

Tal era el abuso ejercido sobre los recursos forestales herreños, que en 1925:

El Hierro se muere de sed con bastante frecuencia, debido a la escasez de lluvias. Dicen, los que entienden de estas cosas, que en los pueblos donde no hay arbolado las lluvias no les dejan sus tesoros.

Si esto es verdad y en la pobre isla de El Hierro sigue en auge la orgía del carboneo no pasarán muchos años sin que perezcamos de sed y hasta pudiera suceder que llegase un día en que nuestros alimentos cotidianos tuviéramos que guisarlos usando combustibles importados de otras islas.

Por los embarcaderos de “Punta Grande” se han embarcado hace poco tiempo en un solo viaje más de 600 sacos de carbón. Por la Restinga se han embarcado también al­gunos centenares de sacos, y hace pocos días en el barco “De Fla” y embarcados por la “Punta de Palo” salieron de la isla 790 sacos de este combustible [...] (LM 1925).

Durante la década de los años treinta y, en especial, en los cuarenta, el carboneo fue extraordinariamente intenso, carbón que en gran medida se vendía en Tenerife y Gran Canaria[20]. Pero se observan profundas contradicciones entre la realidad y los discur­sos oficiales.

En la década de los años treinta, el Ayuntamiento de Valverde, y una década más tarde el de Frontera, reguló por tipos los productos forestales que podían ser objeto de explotación vecinal. Esta medida pretendía gestionar unos recursos de los que las autoridades sacaron durante años considerables beneficios a través de subastas y em­plearon a trabajadores en épocas de crisis[21].

Por sus efectos directos en la captación de nieblas, las roturaciones, la sobreactivi­dad maderera y ganadera trastocaron el modelo tradicional de obtención de agua por la población herreña.

El control social de los recursos hídricos y su influencia socioeconómica

Una vez rota la forma de aprovechamiento vía lluvia horizontal, tras la desapari­ción de buena parte de su cubierta vegetal y deteriorados muchos de sus tradicionales nacientes, la Isla quedó a expensas de las aguas pluviales (sujetas a irregularidad) y a la extracción de sus aguas subterráneas. En este momento la descripción causal de la geología herreña completa, dentro de las causas naturales, el discurso exclusivamente climático justificativo de su atraso económico. De esta forma, en las postrimerías del siglo XVIII y plenamente en los siglos XIX y XX es cuando se construye de forma definitiva el mito de la sequía herreña como causa principal de todos sus males. La bibliografía de esta época olvida de manera definitiva la influencia húmeda del alisio sobre su vegeta­ción, ya por entonces muy deteriorada o desaparecida, y se centra en el lamento y peti­ción de recursos económicos por su condición de isla atmosféricamente seca. No debe­mos olvidar que nos encontramos en los siglos XIX y XX, en el que la opción del rega­dío comienza a ser la exclusiva apuesta general para el desarrollo del Archipiélago. Es por ello que en paralelo a la descripción de sus desgracias se articulan todo tipo de peti­ciones sobre obras, como pozos y presas que mitiguen la situación de pobreza hídrica, a la par que un grupo contado de herreños solicita que la Isla no quede ajena al modelo agroexportador en forma de regadío.

Los documentos, a partir de esta fecha, se centran en describir la existencia de na­cientes en Azofa, Puerto Naos, Binto, Risco de Jinama o Juan Hacil y, los más descritos, Sabinosa y Los Llanillos: «Sabinosa, de agua medicinal para sus habitantes, y el de Los Llanillos siempre clara y fresca pero que de ninguno de ellos se emplea para riego» (Valverde Álvarez 1887, p. 857). La retirada de la cubierta vegetal repercutió en los aportes de estos nacientes escasos para esta época, donde destaca la ausencia de muchos anteriormente citados, sin duda ya secos o con exiguo caudal. En veinticuatro horas, «la isla posee 10 fuentes que producen 10 pipas» (Olive 1865, p. 518). Además, junto al pro­blema de la cantidad está el de la calidad.

Por razones geológicas, como sabemos, en la Isla se producen procesos de conta­minación natural característicos en áreas de volcanismo reciente. Éstos traen noci­vas consecuencias en la calidad de sus aguas. De esta forma, las descripciones nos co­mentan cómo «sale caliente, exhala edor sulfuroso y tiene sabor picante» (Lobo 1860, p. 89).

Anulada la posibilidad de aprovechamientos de sus aguas basales y mermados sus nacientes, el sistema más habitual de captación de las aguas pluviales, tanto en los hogares como el campo, será la recogida en depósitos (aljibes). Por último, habría que hacer mención a los pozos costeros construidos desde la Conquista, de gran calidad y valor para esta época, aun cuando su calidad (salobre) fuera muy mala.

 

Cuadro 2.
Producción de agua  (s. XIX)

Tipo

Número

Producción (pipas)[22]

Maretas

4

11

Cisternas

733

24.000

Pozos

8

500

Total

745

24.511

Fuente: Olive (1865). Elaboración propia.

 

Esta precaria disponibilidad se controla y distribuye según determinados intere­ses, siendo éste el germen del proceso contemporáneo de la sequía herreña[23]. Esta situa­ción llamó la atención de múltiples estudios y viajeros, así el historiador Viera y Clavijo (1942, p. 14) dice: «aguas: y si las de Lanzarote, Fuerteventura y Hierro, donde son más escasas las fuentes, ya que no emprendiesen la explotación de estas, a lo menos construyesen maretas públicas, en lugar de disipar el dinero y recursos en festejos y proyectos de lujo, tendrían agua potable para evitar la sed y consecuente emigración».

Desde el principio de la edad contemporánea, la cuestión de la carencia de aguas entró en el juego de pugnas entre fracciones de la clase dominante herreña. Distintos grupos dominantes pugnaban por el control absoluto del recurso agua, pues de su dominio dependía en gran medida su poder insular. Todo el siglo XIX y buena parte del XX se produce un intento infructuoso por romper una situación de sequía “socialmente pro­vocada”. Valga la siguiente referencia:

La indolencia, malicia o falta de ilustrado patriotismo de los magnates del Hierro se vio manifestada el año 1846. Estuvo allí confinado un Señor Coronel peninsular cuyo nombre no recordamos; y como notase la escasez extraordinaria de agua para beber, les propuso se construyesen un albercón o mareta pública donde recoger las lluvias. Objetósele, que no había fondos, y expresó que fuese por medio de suscripción entre los pudientes, y el dicho Coronel ofrecía desde luego 50 duros aunque mero transeúnte. Pretestósele, que no había sitio suficiente, tanto para el aljibe, como para la cogido de aguas que era preciso fuese larga. Y acaeciendo esta última conversación el Gobernador de Armas de la Isla paseándose en la Plaza de la Parroquia cuyos techos son grandes y limpios, miró el Coronel hacia la iglesia y dijo: he aquí remediada la dificultad las aguas caen sobre los techos y ahora se desperdician, servirán de limpia acogida encaminándola al punto donde quiera que se construya el albercón. Y cuando creyó que el Gobernador se alegraría al considerar vencido aquel grave inconveniente, le observó desconcertado, sin atinar modular respuesta. Entonces el Coronel comprendió, que la codicia era la causa de la sed de los habitantes por cuanto los ricos le venden el agua que recogen en sus aljibes particulares. El expresado oficial hablaba pestes de los referidos magnates (Álvarez Rixo (1860), apud Hernández Gutiérrez 1998, p. 114).

El papel del agua como instrumento de control social y el negocio que suponía en períodos de crisis se observa claramente en los inicios del siglo XX[24]. De esta forma, enseguida que aparecía un año seco, o simplemente de pocas lluvias, se comienza a im­plorar socorro, no teniendo en cuenta que en períodos lluviosos anteriores se deja que el agua corra por los barrancos hasta el mar, sin que se articulen medidas en el interior de la Isla para retenerla y almacenarla.

En el pleno del Cabildo Insular celebrado el día 18 de junio de 1911, en medio de una de tantas sequías que de continuo recibía la Isla, se comenta lo siguiente:

El Señor Primer Teniente de Alcalde D. Sebastián Ayala Blanich, haciendo uso de la palabra expuso: Que dada la calamitosa situación porque desgraciadamente atraviesa en la actualidad, con motivo de la falta de lluvias esta Isla, hasta el punto de carecerse del agua necesaria para atender el abasto público, y en vista de que la recogida en los depósitos de Tefirabe y Los Lomos es ya muy escasa y muchos los individuos que por el contrario con recursos se han acopiado de la misma, depositándolas en sus respectivos aljibes, proponía para evitar abusos de tal índole y en beneficio de tantas familias que por carecer de los expresados recursos, no pueden trasladar más que puramente la necesaria para su consumo diario, se tome acuerdo sobre el particular, encaminado a evitar el que llegue un día en que por falta de un artículo de absoluta e indispensable necesidad como es el agua, sucumban de sed muchos infelices y otros se vean precisados a abandonar su hogar y aumentar la emigración constante [...] se acordó por unanimidad: Que no se permita sacar agua de los depósitos se Tifirabe, Charcos de Los Lomos, Tejegüete y Barranco del Tejal [Valverde], así como tampoco de ningún manantial, a ningún vecino que se le justifique tenga agua en su  aljibe; que igualmente se prohíba trasladar agua de los depósitos de referencia a ningún individuo aun cuando éstos aleguen corresponderle o tener derecho a la propiedad de alguno de aquellos, sin antes justificarlo en forma ante esta Corporación, para lo cual se conceden quince días y que trascurrido que sea este plazo se declaren públicos, como del común de los vecinos, todos aquellos charcos que no tengan dueño reconocido y se hallen abandonados, procediéndose en su virtud a limpiarlos y destupirlos  vecinalmente (Acosta Padrón 2003, p. 410-411).

Paralelamente a la escasez se abandonan infinidad de albercas, charcos, etc., que durante siglos se fueron construyendo en la Isla, y se especula con el agua existente:

Cualquiera creerá, y es perfectamente lógico suponerlo, que hemos hecho más charcos o depósitos iguales; pues ¡no Señor! ¡ni siquiera limpiarlos! Hasta el punto en que no sabemos ni donde están muchos de ellos.

El “no pidas a nadie lo que no puedas obtener con tu trabajo” no vale nada, no dice nada para nosotros.

¡Limpiarlos!. ¡Destupirlos!. ¡Para trabajar para el público, los arreglo para mí y me los cojo!, dicen muchos. [...]

Y así es; se apropian de los depósitos los hacen suyos, y luego nos venden el agua a 1,50 el barril de 33 litros, frescos como lechugas, y sin que nuestras autoridades se preocupen como deben de ese legado de los viejos.

Pero nos gusta corearnos: ¡que nos manden papas!, ¡que nos manden millo!, ¡Aquí no hay quien no sepa pedir! [...]

Trabajemos; limpiemos esos charcos que nuestros padres nos legaran; impidamos que unos cuantos despreocupados se queden con ellos; ¡qué son públicos todos! Y dejemos la limosna para los impedidos para el trabajo [...] (Sánchez 1919, p. 3).

Se refiere esta última parte de la cita a los donativos, en metálico o en especie, que, procedentes tanto de otras islas como de América, engrosaban las arcas municipa­les. Junto a los donativos tampoco faltaron las súplicas institucionales, como la reali­zada al Rey, por medio del coronel Severiano Martínez Anido (Acosta 2003, p. 411).

La situación parecía tener atisbos de solución cuando una sociedad de accionis­tas, a principios del siglo XX (1912), pretende acabar con la escasez hídrica invirtiendo primero en investigación y luego en perforación para extraer agua del subsuelo. En ese momento, se abre un importante conflicto en el seno de los grupos de poder herreños, que se convierte en una realidad cuando, sin auxilio oficial, el 4 de marzo de 1914 «dan con la esquiva vena líquida a una profundidad de 51 metros» (Darias 1920, p. 1). El éxito que supone la extracción de agua potable alarma a los sectores detentadores del poder y se entabla una dura pugna, donde los recursos acuíferos asumen el papel protagonista:

¡Agua, agua!, los días 13,14 y 15 han sido clementes con nosotros, pues durante los mismos han caído copiosas lluvias […] Terminó pues el negocio de los vendedores de agua y renace la esperanza de que este año cosechemos patatas y cereales para nuestras necesidades […] No queremos terminar sin hacer presente a la Comunidad “El Agua Nueva” el eterno agradecimiento del vecindario que durante la sequía que acaba de terminar se surtió de agua en su pozo por un estupendo tan pequeño que ni siquiera cubría los gastos. Estos comuneros se parecen a los que pedían dos pesetas por cada ¡33 litros!  (Sánchez 1919, p. 3).

La no dependencia de las lluvias y la aparición de medios de producción no con­trolados por el sector de poder tradicional repercuten en la vida cotidiana y en los secto­res productivos de la Isla:

Creemos también, que el Alcalde debiera velar porque esos desalmados, que teniendo agua en sus casas, van por ella a los depósitos públicos para venderla luego al precio que les da la gana, sufran el continuo castigo.

En cuanto a que no hay agua, parécenos que es exagerar un poquitín. ¿Qué no abunda?, bueno, pero desde que la Comunidad “El Agua Nueva” ha puesto su pozo a disposición del público para mientras dure la sequía, ésta virtualmente desaparece (Sánchez 1919, p. 3).

En el desarrollo de esta actividad agrícola de regadío interviene de una manera de­cisiva la política herreña. La importancia radica en la capacidad de un grupo político concreto (los considerados como republicanos) para controlar las instituciones herreñas. Valga como ejemplo lo siguiente: tanto el empuje inicial del regadío (constitución de la Sociedad Agua Nueva) como en la obtención de agua, coinciden con el período político en que sus principales accionistas (destacadas figuras del republicanismo herreño) tie­nen capacidad de decisión en la política local. Una vez que esta facción política pierde el poder, los contrarios, y ahora dominantes, acuden entonces, en su afán por eliminar ese elemento perturbador de su control socieconómico, a ahogar económicamente a la Sociedad Hidráulica impidiendo la comercialización de sus producciones (tomates fun­damentalmente) y retrasando las necesarias inversiones públicas en vías de comunica­ción indispensables para que los tomates de El Golfo pudiesen llegar a sus lugares de des­tino, los puertos de Santa Cruz de Tenerife y de La Luz en Gran Canaria. La situación fue tal que, aun existiendo un pozo en plena actividad, la Isla, incomunicada interior­mente, siguió padeciendo carencias, como la acontecida en 1921.

De esta forma, en 1921, periodo seco, vuelven a establecerse medidas regulado­ras del consumo vecinal de agua, tales como:

1. En Los Lomos, sólo se pueden sacar tres barriles diarios por familia.
2. Se prohíbe obtener agua de los Charcos Públicos a aquellos que dispongan de aljibe.
3. Se prohíbe dar de beber a los caballos y ganados en la Fuente de San Lázaro.
4. Se prohíbe utilizar el agua para el consumo de las albercas destinadas a abrevaderos (Acosta Padrón 2003, p. 414).

En 1925 (dictadura de Primo de Rivera), momento de dominio pleno del bloque conservador e inmovilista en materia socieconómica, se dice lo siguiente: «[...] Nada sabemos mejorar ni aprove­char: me refiero al Pozo de Agua Nueva, riqueza que estamos perdiendo y que a nin­guno se nos ocurre tomar ejemplos de sus islas hermanas del florecimiento de sus pue­blos que no descansan en mejorar sus propiedades y fomentar la exportación a los puertos nacionales y extranjeros labrándose un porvenir» (Armiche 1925).

En mayo de 1925 acude a la Isla una delegación de la empresa agroexportadora inglesa Fyffes Ltd.[25], quien, una vez remontada la crisis exportadora derivada de la gue­rra europea de 1914, retoma con intensidad sus contratos con propietarios en distintas islas del Archipiélago[26]. Su misión consiste en examinar los terrenos y el agua de Agua Nueva. Los propietarios de las en torno a 50 fanegadas les reciben con los brazos abiertos, pues ya pasan once años desde la obtención de agua y sus producciones, por avatares internos, no han supuesto beneficio alguno. Al respecto publican el siguiente artículo, del cual extractamos lo siguiente:

En el correo del día 15 llegaron a esta isla, procedentes de Tenerife y por cuenta de la Casa Fuerte establecida en aquella Isla Fyffes Ltd. D. Aureliano López Ozegura jefe de la requerida casa en la sucursal del Puerto de La Cruz, D. José Hernández práctico en cultivos y alumbramientos de aguas y D. Adrián Vega mecánico electricista (promotor de este viaje) con el fin de examinar los terrenos de Agua Nueva, situación del pozo en ellos abierto y probabilidad de otros alumbramientos de aguas.

Para demostrar la importancia que reviste, no para El Golfo, sino para El Hierro en general el que una casa fuerte como la que nos ocupa emprenda la explotación y aprovechamiento de las aguas [...] utilizándolas para riego de nuestros productivos terrenos, no necesitamos gran esfuerzo, basta fijarnos en la actividad, movimiento y riqueza de los pueblos de las demás islas que ya tienen establecido el riego en sus plantaciones especialmente en las de plátanos y tomates, que constituyen el ramo mayor de la riqueza agrícola de Canarias.

Por ello para poder ver convertida  la islita pobre de nuestros cariños en país próspero y floreciente, necesitamos no ser egoístas desde el primer momento, necesitamos dar toda clase de facilidades a quienes buscando, como es natural, su propia utilidad, han de marcar la vida sedentaria y lánguida del Hierro, convirtiéndose en una efemérides que bien pudiéramos llamar gloriosa ya que nos hará resucitar a una vida de riquezas y movimiento.

¿Qué nos ha producido los terrenos que por ahora quiere explotar esta casa? Nada o casi nada. Por tanto debemos hasta ofrecerlos gratis unos cuantos años para que los cultive y explote y encontrarlos pasados estos con unas propiedades que seguramente han de cuadruplicar su valor. Además como esta Casa ofrece en arrendamiento cincuenta pesetas por fanegada nos resulta que dichos terrenos durante la vigencia del contrato, que lo ofrecen por diez y ocho años, nos estarán produciendo tanto, o quizás más, de lo actualmente producen  (AI 1925).

Esta nueva solución obtuvo la consiguiente reacción por parte de aquellos que, apostando por el inmovilismo, mantenían sus privilegios:

Sin embargo unos cuantos zánganos a quienes ya conocen los herreños (en toda colmena los ha de haber) no olvidándose todavía de sus funestos procedimientos hacen propaganda en contra y hasta han llegado a aconsejar a varios terratenientes de aquella zona, a unos que no contrataran, y a otros que ya había ofrecido sus tierras que retiraran sus ofrecimientos. A estos desautorizados por la conciencia ciudadana debiera relegarse al olvido no sólo de la vida pública, cosa que ya se habían ganado, sino también de la vida privada por su falta de sentimientos morales (AI 1925).

A pesar de los contactos comerciales no volvemos a tener noticias del pozo de Agua Nueva hasta 1948, cuando acontece el episodio más dramático que se recuerda en la etapa contemporánea en la Isla, la Seca del 48. La fatalidad sufrida ese año ha que­dado marcada en la conciencia de los herreños –que la vivieron con tanta penuria– que la fecha se individualizó como el “año de la seca”.

En el año 1948 coinciden una serie de acontecimientos no exclusivamente climáti­cos que explican la crisis. Ésta se debe a un conjunto de razones entre las que en­contramos las naturales. El año 1946 fue escaso en lluvias, en 1947 no llovió nada y lo mismo sucedió en 1948. Pero a estos aspectos naturales, más o menos regulares en los ciclos de carencias y escasez de aportes pluviométricos tan característicos del clima ca­nario, se le unieron una serie de factores igualmente decisivos, éstos de carácter social. Estamos en los llamados “años difíciles” de la posguerra, donde a la represión fascista se le mezcla el hambre y el racionamiento de los principales productos alimenticios. Estos aspectos sociales acabaron por marcar de una manera concluyente un destino fatal para muchos herreños.

Argumenta la dramática situación, la siguiente cita:

Debido a la continua y pertinaz sequía que sufrió esta Isla en el año 1947, acrecentada notablemente en el año 1948, hasta el punto de tener que traer agua de Santa Cruz de Tenerife, en los vapores-correos, para el abastecimiento de estos vecinos, lo cual supuso un sacrificio económico de gran importancia para la Hacienda Insular, fue de todo punto imposible a este Cabildo ejecutar obras de sus fondos propios, pues a consecuencia de la sequía, que sembró la desolación y miseria en todos los hogares isleños, hubo que acudir al Gobierno, incluso embarcando a Madrid, el entonces Presidente de este Organismo, D. Juan Sánchez de la Barreda, a impetrar auxilio económico con que remediar en lo posible tan caótica situación, jamás conocida en esta Isla, y gracias a la favorable acogida de que fue objeto el portavoz de la desventura de estos habitantes, por los Ministerios de la Gobernación y Obras Públicas, concediéndose créditos para la construcción de obras que aún siguen resolviendo tan prolongado situación, y por el Ministerio de Marina, ordenando el que se nos condujese agua desde Santa Cruz de Tenerife en los barcos aljibes de que dispone la Base Naval de la Región, para atender el abastecimiento público, se pudo resolver el paro y la miseria que se produjo a consecuencia de tal situación, ya que la agricultura y la ganadería que, como se ha dicho, constituye la principal fuente de riqueza de esta Isla, fue completamente nula en producción durante el pasado año de 1948, pues las tierras permanecieron infecundas y la ganadería sufrió una merma muy considerable ya que por falta de pastos y de agua, muchas cabezas de ganado murieron de hambre y sed y otra parte fue exportada con carácter de urgencia, por temor a que corriesen la misma suerte, con destino al abastecimiento de las demás Islas de este Archipiélago (Acosta Padrón 2003, p. 416-417).

Dos aspectos de interés en la cita anterior reflejan, una vez más, el peso de los as­pectos sociales en una supuesta calamidad natural. Por un lado, como se observa, no aparecen en ningún momento en estas súplicas infraestructuras que permitan reconvertir su estructura productiva y doten, independientemente de aspectos meteorológicos y de una manera definitiva, de agua a la Isla. La principal reclamación es la realización de obras públicas (caminos vecinales) para dar trabajo a los parados, que permitiera man­tener a una población que en masa emigraba legalmente a Tenerife, Gran Canaria e, ile­galmente, a América.

Igualmente destacar cómo, a pesar de existir una gran miseria en el interior de la Isla, la “Seca del 48” no paralizó la exportación de carne a las islas centrales. El Hierro mantuvo en todo este periodo de miseria unas remesas que, aunque mermadas por la mala situación interna, no dejaron de engrosar los suministros de los mercados de las islas capitalinas.

Con el hambre se agudizan las solicitudes de ayuda por parte de las principales ins­tituciones insulares. Incluso se produjo el traslado a Madrid de las autoridades civiles y religiosas de El Hierro, para una vez allí presionar de manera más efectiva en los dis­tintos organismos pertinentes. Contaron estas autoridades con el apoyo del ministro de la Gobernación, el canario Blas Pérez González. Su media­ción se concretó en ayudas económicas, visto bueno para la construcción de un Hospi­tal, creación de la Estafeta de Correos, así como algo muy habitual, la típica visita de inspección para estudiar en persona el problema, esta vez por parte del Subdirector Ge­neral de Regiones Devastadas (Acosta Padrón 2003, p. 420).

Tal y como se puede observar, nada se hace referente a paliar su principal pro­blema. Es más, por estos años se niega la posibilidad de alumbramientos de aguas, des­considerando la Corporación Insular la solicitud presentada por la Comunidad Nuestra Señora de Los Reyes para proceder a la ejecución de una galería en la Isla. El Cabildo, por unanimidad, resolvió: «no considerar de interés lo propuesto por la citada Comuni­dad ya que el problema de obras hidráulicas en esta Isla quedará resuelto una vez eje­cutadas las previstas en el Proyecto de Plan de Ordenación Económico-Social elevado a la Presidencia del Gobierno como consecuencia de haber sido Adoptada la Isla por S.E. el Jefe del Estado […]» (Libro de Actas,  Sesión del 7-IV-1952).

Consideraciones finales

De lo expuesto con anterioridad se demuestra cuáles han sido los elementos, las estructuras, acciones y fenómenos que han guiado históricamente el problema de la es­casez de agua en El Hierro. Partiendo de la base de que la relación hombre-naturaleza es recíproca, que aisladamente no tenía ningún sentido la consideración de ambas entidades, advertimos cómo la Historia de El Hierro (proceso histórico natural) ha sido una búsqueda constante de instrumentos y formas de establecer relaciones con la naturaleza, a través del desarrollo de las fuerzas productivas. El hecho de que la sociedad controle y regule intencionalmente el proceso de trabajo hace que todos aquellos elementos que participan en el proceso productivo, el objeto sobre el cual se trabaja, los medios con que se trabaja y la actividad humana utilizada en el proceso se integren en un devenir social.

Por tanto, la dialéctica hombre/naturaleza en El Hierro no se resuelve sobre condi­ciones independientes de las personas, no se explica la orientación y el marco de su actividad por condiciones naturales, de desarrollo tecnológico general, etc., sino que lo que hizo que El Hierro se mantuviese en las condiciones de atraso descritas fueron factores vinculados a la actividad humana y su manera de actuar. Se debe, entonces, no tanto a la naturaleza como a la conciencia y voluntad de la clase dirigente herreña en obtener un fin preciso, el beneficio económico y social.

Lo acontecido en El Hierro tiene que ver, por un lado, con la acción transforma­dora del hombre en la naturaleza. Relación mediada por la organización social, que con unos intereses específicos no manejó de manera consecuente el medio natural para la satisfacción de las necesidades herreñas, sino que, como relación consciente en el marco de una acción económica precisa, realizó una acción expoliadora y depredadora que en el transcurso de los siglos trajo notables consecuencias ambientales y económicas. La obtención de productos forestales con destino al comercio interinsular prescindió en la práctica, y en su lógica del beneficio, de los efectos y de las consecuencias sociales y naturales en el territorio herreño, rompiendo la tradicional relación entre hombre y natu­raleza ejecutada en El Hierro.

Las consecuencias sufridas en El Hierro nos señalan cómo el hombre no do­mina la naturaleza como alguien que es extraño a la misma, sino que por el con­trario forma parte de ella, y que todo nuestro supuesto dominio sobre la naturaleza y la ventaja que supuestamente podríamos llevar, en tanto que seres conscientes, se deshace en el momento en que nuestros actos de producción desatienden las leyes generales naturales.

Ahora bien, la intervención del hombre sobre el medio y las consecuencias que de ello se derivan no son hechos o fenómenos aislados, sino que acontecen dentro de un continuo temporal. Es preciso entonces conocer las relaciones en su movimiento, en su dinamismo, teniendo en cuenta que la acción del sistema social está ligada a su historia y los tipos de organización que el grupo adopta en un momento específico. En El Hie­rro, la ruptura señorial y su paso a otra de dominación de ciertos grupos locales no eli­minó la continuada relación hombre/naturaleza caracterizada por la expropiación y de­predación de los recursos forestales. Ahora bien, sí añadió, junto a la ya descrita acción de despojo de sus recursos naturales, unas formas de relaciones específicas vinculadas al control social de las fuentes de extracción y al control de la tecnología, para adquirir nuevas capacidades de producción y trabajo.

El agua, que constituye un elemento vital en los procesos naturales, y que por este motivo se prefigura como un instrumento fundamental de la producción, primó en la organización del espacio, al permitir el establecimiento de unos nuevos cultivos y usos frente a otros. Pero junto a esto, por su naturaleza escasa, se convirtió igualmente en una extraordinaria plataforma de poder para las clases dominantes, orientando éstos su dominio o control sobre la vida económica in­sular. Por este motivo tampoco podemos concurrir a la explicación acudiendo a factores naturales, pues igualmente serán subjetivos los que actúan sobre el desarrollo social; además, estos últimos serán decisivos elevándose como fuerza singular en el período más contemporáneo.

Esta situación de control manifiesto de los recursos hidráulicos fue en determina­dos momentos excepcionalmente subvertida. La naturaleza antagónica de la superestructura herreña, en su relación con la base económica, explica las tentativas de cambio producidas en el contexto social herreño para romper con las formas de control social sobre los recursos. La derrota de estas posiciones reformistas, representadas en los intentos de incorporar a El Hierro al regadío, paralizó la transformación que tendía a convertir a la Isla en una realidad semejante a la desplegada en las otras del Archipié­lago.

Por tanto, podemos concluir que, tanto en lo referente a la destrucción progre­siva del monte herreño y, directamente, de sus fuentes de provisión de agua, como en el control social que se ejerce sobre los recursos acuíferos insulares, por encima de su­puestas leyes naturales se sitúan una serie de leyes socioeconómicas que son las que han regido el proceso dialéctico hombre/naturaleza en El Hierro. En este sentido, la dialéc­tica hombre/naturaleza se resolvió en El Hierro, de manera premeditada, en beneficio de unos precisos intereses sociales y no tanto como consecuencia de la adaptación a unas circunstancias dadas, pues la supuesta libertad humana en la toma de decisiones, en cuanto a la relación hombre/medio, quedó condicionada por las formas de producción implantadas en El Hierro durante siglos.

 

Notas

[1] La isla de El Hierro es la más meridional y occidental del archipiélago canario. Posee una superficie de 269 km2 y su economía se ha basado, desde la colonización europea hasta hace apenas dos décadas, en el sector primario. Con una producción básicamente de subsistencia, y con un reducido número de productos para la exportación, la precaria articulación de sus sectores económicos y la dependencia exterior conforman sus caracteres económicos. Ahora bien, se trata de una subordinación respecto a las islas centrales o capitalinas (Tenerife y Gran Canaria), antes que la típica extraversión que caracteriza la economía del Archipiélago, fundada en la agricultura de exportación hacia mercados internacionales.

[2] Para El Hierro, coincidimos con el profesor Olcina Cantos (2001): «La percepción de la sequía como tal no depende sólo de la merma de precitaciones, sino que viene condicionada por la adaptación que el hombre ha realizado sobre el medio ordenando los usos del suelo para poder resistir las épocas secas». «La percepción del hecho climático resulta netamente acrecentada cuando sobre los recursos de agua aportados por las lluvias, gravitan intereses humanos que exceden de las posibilidades que dichos recursos permiten» (Olcina Cantos y Rico Amorós 1994:11).

[3] Según la Dra. Laura Fernández Pello, las “precipitaciones ocultas” en la Isla pueden alcanzar 300 milímetros (Fernández-Pello Martín 1993: 991) Ver más adelante las estimaciones en relación a su influencia en la vegetación e hidrología insulares.

[4] En algunas ocasiones existen capas de material impermeable por encima del nivel freático o acuíferos colgados. El agua que se infiltra queda atrapada en esta capa formando una bolsa de agua de espesor reducido, que sólo se alimenta después de una recarga (Muñoz Carpena y Ritter Rodríguez 2005: 263)

[5]  El estudio del escurrido cortical de 30 árboles muestra dio como resultado que el volumen total anual en litros varía según las especies: «E. Arbórea: 1.020 l.; I. Canariensis: 1.940 l.; I. Perado: 579 l.; L. Azorica: 2.293,8 l; M. Faya: 3.503 l. y P. Indica: 4.243 l» (Aboal 1998: 25 y 41).

[6]  «Se produjo un incendio en las cumbres del monte del Golfo; las hayas, animadas por los brezos y el fuerte verano, ardieron con fuerza y sin tregua como antorcha reluciente en las laderas infranqueables desde Jinama hasta la carretera de la Montaña Roja [...] Cuando la materia combustible llegó a su fin, dejó el paisaje tétrico, negro, con el olor a ceniza en el Valle. Después llegó fuerte el invierno y las nubes negras presagiaron lo peor. Ladera abajo corrieron, llenos de agua y barro, los barrancos y un ruido ensordecedor con destellos de relámpagos [...] Varios metros de tierra cubrieron la carretera, los viñedos y las huertas [...] El Ayuntamiento, la zona de Los Morales y cercanías hasta una parte de Tigaday está construido sobre los metros de tierra depositada por los barrancos y en su cauce...» (León Padrón 2002: 9).

[7] Para el estudio entre superficies boscosas (parámetros de luz, viento, humedad, temperatura, evapotranspiración y precipitaciones, comparativamente) y superficies desprovistas de vegetación, ver Ascham et al. (1994: 125-141). Una clasificación sobre la presencia de la precipitación de niebla en los bosques la encontramos en Santana Pérez (1990: 68).

[8]  El ICONA en los años 80 obtuvo en El Hierro los siguientes datos: en La Dehesa, a 1.000 m de altitud, en junio colectaron 28,7 l/m2 con el pluviómetro y 116,5 l/m2 con captanieblas; en la Cruz de Los Reyes, a 1.360 m. de altitud, orientado al Norte, en febrero se registraron 28 l/m2 medidos con el pluviómetro y >47 l/m2 con el captanieblas (Marzol Jaén 1987:109).  La empresa canaria Aguas del Garoé, S.L., medalla de oro en la Feria de Invenciones de Suiza 2005, ha experimentado con sus equipos optimizados de captura de agua atmosférica en la isla de El Hierro, obteniendo un techo máximo de captura de 20 l/m2 en 5 horas de bruma sin lluvia en la Cruz de Los Humilladeros (NW) de la isla de El Hierro. Agradecemos a D. Carlos Sánchez la referencia. Al respecto, consultar también los trabajos de la profesora Victoria Marzol Jaén sobre Tenerife, pero extrapolables a una isla montañosa como El Hierro (Marzol, 2003).

[9]  «Unos hechos cuyo conocimiento son de pleno dominio público en estas islas, no sólo de sus habitantes actuales, sino también de sus más remotos pobladores. En este sentido la toponimia local ha sido bien elocuente, adscribiendo nombres muy expresivos a numerosos montes y bosques, que acreditan un profundo convencimiento en la influencia del arbolado en relación con las aguas […]: Aguamansa, Aguagarcía, Madre del Agua…» (Ceballos y Ortuño 1952: 423).

[10] Para un estudio preciso sobre los valores de la precipitación de nieblas en diferentes tipos de ecosistemas, situación, orientación y altitud, ver Gómez González (2003: 234-246).

[11]  Depósitos naturales o artificiales realizados sobre rocas impermeables en los fondos de barrancos.

[12] Cavidades realizadas en el tronco de los árboles, en la unión del gajo más grueso con el tronco, para recoger y almacenar el agua proveniente de la lluvia horizontal que destilaban las hojas.

[13] 300 vecinos en 1590 según referencia expresa de Abreu Galindo, 600 vecinos en 1629 según las Sinodales del obispo Cámara y Murga, 3.091 habitantes en 1680 según el censo del obispo Bartolomé García Jiménez, 511 vecinos en 1737 según las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas y 4.040 habitantes en 1787 según el censo de Floridablanca. Recordemos la equivalencia de 5 habitantes por cada vecino. Para un desarrollo más preciso de todo este proceso sociodemográfico, ver Martin Fernández (2006: 52-60).

[14] Sobre la influencia en los nacientes de agua en diferentes partes del planeta, ver Acosta Baladon (1996).

[15] Al respecto, señalar que las descripciones consultadas nos citan la existencia de nacientes como: Los Llanos, Las Norias, El Lapio o Hapio, Las Fuentecillas, Antón Hernández, El Lomo, Tejidote, Carotean o Carcasgua en Los Lomos, Salvajonque, etc., todos ellos prácticamente irreconocibles en el trabajo de campo efectuado en la Isla, y que probablemente existieron en tanto disfrutaron de los aportes que la vegetación existente en la zona lograba captar.

[16] Manifestaciones similares son explicadas en: Santana Santana (1986); Luis González (1994); Valladares Bethencourt (1995). Así mismo, destacar las referencias personales aportadas por el Dr. Luis González en torno a este fenómeno en Tenerife.

[17] «La explotación de pez en los pinares canarios [...] era una actividad enormemente destructiva» (Luis González 1994: 269).

[18] El geólogo Pedro Padrón destaca en su Tesis Doctoral la erosión hídrica como uno de los dos  procesos, junto a la salinización-sodificación como consecuencia del regadío contemporáneo, que mayor incidencia tiene en la degradación de los suelos herreños. Al respecto, comenta: «los valores más altos del índice de erosividad utilizado se obtienen para las zonas de cumbre y meseta central y en menor medida para las zonas de altitud de la vertiente de sotavento […] los problemas de gravedad surgen en el caso de manipulación antrópica de la vegetación natural: deforestaciones y repoblaciones con especies agresivas de crecimiento rápido […] cuando la vegetación se sustituye por un pastizal, desaparece rápidamente el horizonte de acumulación de hojarasca y el resultado es el rápido acarcavamiento después de erosionarse el horizonte superficial» (Padrón 1993: 273-275).

[19] Unas veces a través de subastas, a precios irrisorios y con denuncias de fraudes, y otras veces por apropiación indebida, se produjo un progresivo traspaso de los terrenos forestales comunales a particulares, quienes proceden tanto a cortar y vender la madera y derivados del monte, como a la puesta en producción agrícola y ganadera de los antiguos espacios forestales.

[20] «Sí, arriba hubo mucha gente cortando latas, en La Helechera, y ahí es donde cortaron. Dicen que era pa’sacarlas pa´fuera, pál tomate, pa´llevarlas ellos dicen […] Lo exportaban, eso fue en el 48, y lo compraba el padre de Julín, el de Frontera, para embarque, por La Estaca […]» (Machín Álamo 2002: 73-74).

[21] «Quienes, procedentes de otras tierras, lleguen en estos días a nuestra isla y empiecen por el ver el muelle del puerto de la Estaca ocupado en su mayor parte por grandes pilas de pinocha [...] todas las semanas los barcos que van transportando ese producto forestal a los puertos de otras islas, principalmente a Tenerife [...] pinocha, producto utilizado con dos fines, la nueva para el empaquetado de frutas, plátanos especialmente, y la vieja para abonos orgánicos. Este año, pobre en frutos, a causa de una larga sequía, ha sido esa hoja del pino lo único que se ha exportado de la isla, con subastas que han proporcionado más que regulares entradas a los Ayuntamientos, ocupación a los camiones y trabajo a los obreros, así como también a los que estiban y cargan en el puerto» (Padilla 1967).

[22] 1 pipa = 12 barriles = 480 litros de equivalencia métrica aproximada (González 1991: 183)

[23] El reparto del agua nunca fue equitativo. Urtusaústegui señala cómo los charcos eran «una alhaja más digna de aprecio que la mejor heredad». Los charcos fueron objeto de reparto, e incluso de aquellos públicos «se daba 7 botijas a cada vecino, cantidad distinta a la entregada a los señores y gente principal». «Todos los vecinos que podían procurar tener un estanque de madera en sus casas, recogiendo el agua invernal para todo el año, pues el agua se vende como en otras partes el vino» (Díaz Padilla y Rodríguez Yanes 1990: 204-209).

[24] El pleno del Ayuntamiento de Valverde recuerda en 1900, ante la continua apropiación clandestina del agua, que los charcos de Los Lomos son de utilidad pública, y que para su utilización hay que seguir las ordenanzas municipales al respecto.

[25] «Los trabajos preliminares realizados en El Hierro por la importante casa Fyffes Limited para establecer en él los cultivos del plátano y del tomate, debidos son también a la iniciativa entusiasta de este herreño [se refiere a D. José Reboso Ayala] a quien debemos agradecer cuanto por la tierra haga; ya que con ello mejora el concepto que de algunos paisanos notables hemos formado, como excelentes gandules y singulares vampiros, que han vivido eternamente del fiado, del sablazo y de las suculentas migajas proporcionadas por la cuchipandas de la funesta política, de cuyo campo han establecido su tienda de negocios para desplumar a los incautos y poder vivir fastuosamente por medios poco  limpios» (Percance 1925).

[26] Para la producción, la multinacional frutera Fyffes Ltd. facilitaba semillas, abonos e insecticidas a los campesinos y adquiría el tomate a un precio previamente acordado en pequeños locales donde realizaba la recepción y selección previa a su envío a Europa. Sobre la importancia de estas compañías en el desarrollo de la producción agrícola y el tráfico mercantil entre Canarias y Europa, ver Morales Matos y Santana Santana (2005).

 

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Ficha bibliográfica:

MARTÍN FERNÁNDEZ, Carlos Santiago. Sociedad y sequía en un territorio insular (El Hierro, Canarias). Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 20 de octubre de 2009, vol. XIII, nº 302. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-302.htm>. [ISSN: 1138-9788].


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