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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XIV, núm. 329, 10 de julio de 2010
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

PATRÓN TERRITORIAL Y CONFORMACIÓN DEL RIESGO EN ESPACIOS PERIURBANOS. EL CASO DE LA PERIFERIA ESTE DE LA CIUDAD DE MÁLAGA

María Jesús Perles Roselló
Departamento de Geografía – Universidad de Málaga
mjperles@uma.es

Matías Mérida Rodríguez
Departamento de Geografía – Universidad de Málaga
mmerida@uma.es

Recibido: 30 de abril de 2009. Devuelto para revisión: 20 de julio de 2009. Aceptado: 19 de noviembre de 2009.

Patrón territorial y conformación del riesgo en espacios periurbanos. El caso de la periferia Este de la ciudad de Málaga (Resumen)

Los espacios periurbanos presentan características morfológicas y funcionales que singularizan la producción del riesgo. Se analizan las particularidades del riesgo en los espacios periurbanos, utilizando como caso de estudio la periferia oriental de la ciudad de Málaga. Se parte de una concepción del riesgo como un fenómeno territorial, en el que los impactos son consecuencia de las interrelaciones espaciales y temporales entre los distintos elementos y factores que componen el territorio, sean estos de carácter natural o humano. Se señalan los elementos del patrón morfológico periurbano que inciden en la peligrosidad y en la vulnerabilidad frente al riesgo, y se identifican los aspectos de la dinámica funcional periurbana que condicionan la generación del riesgo. La caracterización del ámbito periurbano como contexto de riesgo constituye el punto de partida para una adaptación de las metodologías de análisis del riesgo a este espacio singular de carácter complejo y dinámico.

Palabras clave: patrón territorial periurbano, riesgo, Málaga.

Territorial pattern and risk generation in peri-urban areas. The case of the Eastern outskirts of the city of Malaga (Abstract)

Peri-urban areas present morphological and functional features which single out the production of risk. The peculiarities of risk are analysed in the peri-urban areas, taking the Eastern outskirts of the city of Málaga as the focus of the study. The notion of risk is understood as a territorial phenomenon so much so that impacts are the consequence of the spatial and temporal interrelationships among the different elements and factors which constitute the territory, whether it be natural or human nature. The elements of the peri-urban morphological pattern which have an impact on the dangerousness and vulnerability concerning the risk are pointed out. Besides, the aspects of the peri-urban functional dynamics which determine the generation of risk are identified. Therefore, the singularity of the peri-urban area is taken under a context of risk. It can be said that it constitutes the starting point for an adaptation of the risk analysis methodologies to this complex and dynamic peculiar field.

Key words: peri-urban territorial pattern, risk, Málaga.

Los distintos enfoques de estudio del riesgo han generado perspectivas diversas del espacio con el que el riesgo se relaciona, el espacio de riesgo. La diversidad de procedencias disciplinares y epistemológicas en los trabajos sobre el riesgo ha generado un panorama dispar sobre la cuestión de su zonificación, sin que el tema haya quedado consensuado en la mayoría de los casos (Perles et al., 2008). En la actualidad, la profusión de normativas relativas al riesgo y a la ordenación del territorio que apoyan la elaboración de cartografías de riesgos (Ley del Suelo Estatal, R. D. Legislativo 2/2008 y equivalentes autonómicas; Directiva Europea de Inundaciones 60/2007) propician el tránsito hacia la aplicación, mediante la delimitación de unidades de riesgo en el territorio. La fase aplicada de evaluación del riesgo ha de concretarse en documentos cartográficos que exigen criterios concretos de delimitación de las zonas, y opciones disyuntivas de orientación física o social del riesgo siguen marcando los resultados finales de la evaluación del mismo.

Desde una perspectiva geográfica, esta coyuntura sugiere una reflexión sobre la naturaleza espacial del riesgo, y sobre los criterios para su delimitación en el espacio. Este constituye uno de los propósito de este trabajo, esto es, la revisión conceptual de las relaciones del riesgo con el espacio en el que éste se produce, para plantear las ventajas del uso de unidades espaciales de índole territorial, que presenten coherencia interna en lo que se refiere a patrón y procesos, y que, además, constituyan marcos de aplicación efectivos de las medidas normativas que regulan la gestión del riesgo. Como ejemplo específico de este tipo de entidades territoriales con personalidad propia frente al riesgo, se desarrolla en el texto el caso de las áreas periurbanas. El objetivo principal del articulo es la caracterización de la franja  periurbana como un espacio de riesgo, y la identificación de los aspectos morfológicos y procesuales particulares del ámbito periurbano que inciden en la conformación del riesgo. La caracterización se completa con la revisión de un caso empírico, la periferia este de la ciudad de Málaga, con la intención de comprobar hasta qué punto la conformación  de un entramado territorial periurbano ha condicionado la generación del riesgo.  Por último, a la luz de la reflexión previa, el texto plantea una serie de orientaciones para el análisis del riesgo en áreas periurbanas, útiles para propósitos aplicados.    

El espacio de riesgo. Limites naturales y/o sociales. Riesgos territoriales

El riesgo depende de aspectos de naturaleza diversa, con muy distinta delimitación espacial[1]. Es un problema de interacción entre el hombre y la naturaleza, interacción que aparece gobernada por el estado de adaptación respectiva entre el sistema humano de uso de la naturaleza y el estado de ésta en su propio sistema (Calvo Garcia-Tornell, 1984). Desde una perspectiva evolutiva, resulta paradójico constatar cómo el tránsito desde la sociedad pre-tecnológica hacia la postindustrial no ha comportado una mayor seguridad en la relación entre el hombre y el medio, sino que se ha creado nuevos peligros, nuevas situaciones de riesgo y un número mayor de impactos. Autores como Beck (1992), Luhman (1993) o Guiddens (1991) resumen cómo la ganancia del poder del progreso técnico-económico se ve eclipsada cada vez más por la producción de riesgos e incertidumbre; la incertidumbre ha sido señalada como un signo del resquebrajamiento de la infalibilidad del modelo científico positivista moderno y una de las principales señas de identidad de la sociedad tardomoderna.

Al observar el carácter complejo del concepto de riesgo, y la diversidad de etiología en los factores que lo definen, es fácil comprender la dificultad para delimitar unidades espaciales operativas a la hora de zonificar el riesgo. Las dinámicas espaciales de la peligrosidad, los flujos de materia y energía de los sucesos extremos, suelen estar regidos por procesos físico-químicos, por lo que las unidades espaciales de base física y expresión cartográfica analítica suelen constituir su marco de acción. La vulnerabilidad de la población y sus bienes, sin embargo, presenta una delimitación espacial preferentemente administrativa, con expresión cartográfica sintética; además, la vulnerabilidad está determinada por procesos sociales de adaptación al riesgo sutiles, cuya adscripción al terreno no siempre es directa. Existe un consenso en la necesidad de entrelazar estos componentes del riesgo hacia la configuración de unidades espaciales mixtas, pero a la hora de delimitarlas existen dos opciones: una es deducir las unidades homogéneas de riesgo a posteriori, a partir de la superposición de factores de peligrosidad y vulnerabilidad; la segunda opción es seleccionar la unidad espacial homogénea a priori, y analizar los factores de riesgo en su contexto. La versatilidad de los Sistemas de Información Geográfica y su protagonismo en el ámbito aplicado han contribuido a la profusa utilización de la primera opción. La cartografía obtenida mediante esta vía suele tener un carácter mixto un tanto ficticio, en tanto en cuanto exige optar por una unidad inicial de referencia (habitualmente definida por el peligro), que queda compartimentada en su interior en razón de la vulnerabilidad. Las unidades obtenidas de este modo resultan con frecuencia artificiosas, por su condición de amalgama de límites naturales y artificiales, y presentan escasa identidad territorial. Por el contrario, la segunda de las opciones, menos desarrollada en el ámbito de la aplicación, propone identificar unidades del terreno que presenten un comportamiento homogéneo frente al riesgo, y diferenciar los distintos factores en su interior. La dificultad en este caso estriba en la selección apriorística de la unidad de análisis.  

Una revisión en el tiempo permite observar cómo la componente natural de parte de la peligrosidad ha orientado los trabajos hacia el uso de unidades físicas como soporte del riesgo. Estas unidades constituían la forma de expresión preferente de los especialistas en el análisis del evento extremo, por lo que, durante el periodo en que el análisis de la peligrosidad centró los estudios de riesgo, fueron utilizadas como equivalentes a unidades de riesgo. Este tipo de zonificación plantea ciertas limitaciones cuando se considera la participación de la acción humana en la producción del riesgo, sea como agente inductor del evento natural, como productor directo del peligro (riesgos tecnológicos) o como generador de la exposición. Una línea alternativa, forjada en el ámbito de la sociología preferentemente, se centra en la dimensión humana del riesgo y la catástrofe y propone, a partir de una conceptuación del riesgo como procesos socio-natural, la identificación del espacio de riesgo con el espacio de los elementos expuestos y su vulnerabilidad (Maskrey, 1993), el espacio de la vulnerabilidad social.

En una evolución hacia enfoques más integradores del riesgo y, con ello, de su unidad de análisis, Smith (1992) aportó el concepto de peligro ambiental, en el que los extremos naturales y los accidentes tecnológicos quedaban unidos por su capacidad común para generar eventos extraordinarios de consecuencias negativas sobre la población y sus bienes. De este modo, se avanzaba hacia el tratamiento unitario de los riesgos con independencia de su etiología, destacando dos cuestiones: por una parte, las causas naturales y humanas se interrelacionan en el origen de la peligrosidad, por lo que no es pertinente tratarlas como fenómenos independientes; por otro lado, las consecuencias de fenómenos naturales y humanos son comunes, con independencia del origen de las causas que los generan. Simultáneamente, la progresiva incorporación de los factores de exposición y vulnerabilidad social al análisis del riesgo (Cutter, 1993), ha ido añadiendo a la originaria zonificación física elementos del medio humano, para producir una delimitación de los espacios de riesgo de carácter mixto, en el que prima, no obstante, la herencia de las primitivas unidades naturales.

En los enfoques más integradores, el espacio de producción del riesgo se considera un ámbito mixto, en el que interactúan factores naturales y artificiales tanto en la producción del riesgo como en la gravedad de las consecuencias. A esta visión han contribuido las aproximaciones contextuales al riesgo (Mitchel et al., 1989; Palm, 1990; Kirby, 1990; Ribas y Saurí, 1996; Saurí, 2004), que no obstante perfilan el contexto de riesgo más como una construcción abstracta que como una entidad espacial definida. Los trabajos de Cutter (2003) dan un paso más en este sentido y, a partir de una relectura del concepto definido originariamente por Burton, Kates y White (1978), plantean su teoría del “lugar de riesgo”. Según esta autora, los factores definidos por el “lugar”, entendido como síntesis de elementos biofísicos y sociales, condicionan y construyen el riesgo en un determinado territorio.

En el contexto español se han concretado algunas definiciones del espacio en el que el riesgo se produce. Olcina (2002 y 2008) propone el concepto de región-riesgo, entendida como “un territorio de dimensiones conocidas afectado por uno o por varios peligros naturales con incidencia sobre la población, los asentamientos y las actividades allí instaladas hasta el punto de suponer uno de los rasgos geográficos más significativos de dicho espacio geográfico” (p.7). El concepto de región riesgo se adapta mejor a la escala global de delimitación del riesgo, y es más fácilmente identificable en función de factores de peligrosidad que de vulnerabilidad. Calvo García-Tornell (2001) plantea el problema de la delimitación del espacio de riesgo como una cuestión de escalas de aproximación, según sea el componente del riesgo que se aborde (peligrosidad o exposición y vulnerabilidad). Propone así el concepto de “territorio de riesgo” para delimitar aquellos espacios afectados por la peligrosidad que contienen diferentes potenciales de riesgo en razón de la distribución en los mismos de los elementos expuestos y su vulnerabilidad. La exposición y la vulnerabilidad delimitan los diferentes “espacios de catástrofe” contenidos en el territorio de riesgo. Por último, entra en juego otro espacio más difuso definido por categorías diversas de orden social que definen el “contexto de riesgo”, mucho más amplio que el ámbito físico del riesgo, que trasciende el escenario de la catástrofe, pero que permite interpretar la producción del riesgo en la zona. Un concepto paralelo sería del de “external forces” descrito por Turner et al. (2003). La compleja perspectiva de este planteamiento espacial confirma la dificultad que entraña definir en el territorio el espacio de riesgo, es decir, delimitar las unidades de trabajo. Olcina (2008), al observar el actual impulso investigador y normativo que están experimentando las políticas del paisaje y su vinculación con la ordenación territorial, cita como una posibilidad de futuro la utilización del concepto de “paisajes de riesgo”, entendido como “plasmaciones visuales de los territorios de riesgo”. Esta opción, sin embargo, podría resultar conceptualmente confusa, ya que el riesgo se genera por procesos funcionales que no siempre tienen una expresión visual en el territorio. Las unidades de paisaje definidas en las recientes normativas sobre la cuestión se apoyan en la Convención Europea del Paisaje (Florencia, 2000) y no pretenden ofrecer cualidades funcionales del territorio en ellas sintetizado, sino de naturaleza perceptiva.  

Al considerar que el propósito último de la zonificación del riesgo es la ordenación territorial, es posible y necesario plantear un cambio de óptica. La mayor parte de las propuestas hasta aquí referidas propone  delimitar el espacio de riesgo en función del agente causante, sea este de origen natural, humano o mixto, o bien en función de la causa predominante (peligrosidad o vulnerabilidad). Frente a esta perspectiva, cabe proponer otro enfoque que zonifique el espacio de riesgo en razón de la búsqueda de soluciones, esto es, que se oriente hacia la identificación de unidades espaciales útiles desde el punto de vista de la gestión del riesgo. Ésta nueva perspectiva asumiría que el riesgo responde a criterios espaciales tanto naturales como humanos, en sus causas y en sus consecuencias, pero considera que, dado que la gestión del riesgo, tanto en sus aspectos preventivos como paliativos, se enmarca dentro de una unidad territorial, con un modelo y un patrón  concreto, el enfoque del riesgo como objeto territorial resulta el más conveniente. Desde esta orientación se formula el concepto de riesgo territorial (Veyret, Beucher y Bonnard, 2005), como un paso más allá del riesgo ambiental.

La identificación de unidades territoriales de riesgo y su casuística constituye una oportunidad para el estudio del riesgo desde una perspectiva geográfica, especialmente en la escala local y de planeamiento. Esta perspectiva propone una sustitución del enfoque sectorial que tradicionalmente ha inspirado estos estudios (análisis de riesgos individuales desde orientaciones disciplinares), por un planteamiento fenomenológico, fundamentado en la observación de la realidad tal y como se produce. Los espacios de riesgo, desde esta perspectiva, son sectores del territorio individualizados por su comportamiento frente al riesgo; este comportamiento dependerá de la capacidad del sistema territorial (morfología y dinámica) para permanecer estable frente a eventos extraordinarios. La perspectiva para analizar estos espacios complejos necesariamente ha de ser holística; el riesgo comprendido como un objeto territorial constituye un reto para la integración. Veyret, Beucher y Bonnard (2005) apuntan en esta dirección cuando afirman que “le risque et forcémente un objet territorialisé, ce qui de fair l’ancre dans l’analyse géographique” (p. 64).

La zonificación del espacio de riesgo, entendido éste como un objeto territorial, debe comprender y sintetizar los siguientes elementos:

Es interesante reflexionar sobre el hecho de que la relación entre el riesgo y el espacio en el que se produce es biunívoca, y, en ocasiones, circular. El lugar y sus características biofísicas y humanas configuran y delimitan los procesos de riesgo, pero, a la inversa, las particularidades locales de los procesos de riesgo pueden generar espacios territorialmente individualizados. Olcina (2008) señala cómo el riesgo llega a adquirir significación cultural y determina –condiciona- actuaciones de los seres humanos sobre el territorio. Esta reflexión es también argumentada por Veyret, Beucher y Bonnard (2005), que observan: “l´existence dún risque pour un espace donné peut conduire à créer de nouveaux referentieles spatiaux, de nouvelles formes d´ancrage territorial auxquelles ne correspondent plus les cadres administratifs de référence” (p.64).

En este sentido, resulta de gran interés identificar qué espacios poseen identidad territorial propia desde el punto de vista del riesgo, y abordar cómo gestionar el riesgo en función de sus particularidades. Calvo García-Tornell (2001) señala la especificidad como territorios de riesgo paradigmáticos de espacios como las grandes aglomeraciones urbanas, la montaña o las llanuras fluviales litorales, entre otros. Este autor incide en que la existencia de un peligro permanente o la confluencia de distintos tipos de riesgo, sus interrelaciones y las peculiaridades que les preste el poblamiento, son factores que configuran espacios de sensibilidad específica frente al riesgo. En esta línea, Perles (2004) indica cómo mas allá del estudio individualizado del lugar de riesgo y su contexto, debe aspirarse a la caracterización de patrones y dinámicas territoriales de comportamiento equivalente frente al riesgo, y, en la medida de lo posible, modelizables. El patrón territorial, los procesos asociados y las medidas de ordenación singularizan cada una de estas creaciones territoriales, y, en consecuencia, las metodologías de análisis, evaluación y gestión del riesgo, deberían adaptarse a su especificidad. Entre otros, se proponen como espacios modelizables desde el punto de vista del riesgo las áreas periurbanas.

El espacio periurbano como espacio de riesgo

La franja periurbana de las ciudades constituye un espacio singular, tanto desde un punto de vista morfológico como desde el funcional. Castronovo (1997), utilizando un enfoque sistémico de base ecológica, define el sistema periurbano como una zona de fricción permanente, con intercambios muy activos que se encuentran regidos por la ciudad, lo que provoca un flujo asimétrico de materia y energía. Se trata de una franja dinámica y compleja que presenta todas las características de una interfase ecológica y de una frontera socioproductiva. El dinamismo es, por tanto, una característica de estos espacios periurbanos. Gonzalez (1987) define estos espacios como “el marco donde los procesos de cambio y de integración han sido rápidos e intensos”. La intensidad de los cambios internos terminan afectando a su propia esencia, trasladando la ubicación de la franja periurbana hacia ubicaciones cada vez más externas al núcleo urbano. Banzo (2005) considera que más que de espacios periurbanos, hay que hablar de procesos de periurbanización e incluso de modos de vida periurbanos.

El patrón territorial de estas áreas periurbanas se define por su carácter morfológicamente heterogéneo, con una gran complejidad de usos del suelo (Capel, 1994). Combina piezas urbanas o suburbanas desgajadas del núcleo urbano con restos de espacios rurales, en otros tiempos dominantes, junto con abundantes espacios intersticiales sin dedicación definida. Funcionalmente, en este entorno se localizan actividades residenciales, así como buena parte de los grandes equipamientos urbanos (industriales, comerciales, ocio, etc.), que consumen, a un mayor o menor ritmo, parte del propio espacio periurbano, incorporándolo al espacio urbano. Conviven estos usos del suelo con otros de carácter rural, normalmente difuminados y en numerosas ocasiones abandonados, y con otros más específicamente periurbanos, como los eriales que se incorporan sucesivamente por las expectativas de cambio del uso del suelo.

La temática de los procesos periurbanos en la actualidad está siendo revisada por el interés renovado del análisis de los llamados espacios de borde y sus problemas (Alberti et al., 2006; Fragkias, 2006). En el marco del cambio global, estos espacios son citados por su fragilidad como ámbitos de degradación ecológica en los que tienden a incrementarse las tasas de riesgo (Schneider, 2006). Leichenko y Slecki (2006) identifican vinculaciones directas entre las nuevas estructuras espaciales de estas áreas y los patrones locales de vulnerabilidad frente al cambio global. Se trata de escenarios activos de cambio y conflicto (Hugonie, 2001) y, por ello, se cuentan entre los espacios más necesitados de prescripción (D’Ercole y Thouret, 1995). A la vez, como zonas de desarrollo, presentan evidentes oportunidades para la gestión preventiva. A pesar de perfilarse como un escenario de riesgo particular y frágil, e idóneo como marco espacial para la gestión de soluciones, son pocos los casos en los que el ámbito periurbano ha sido utilizado como referente espacial para el análisis o la gestión del riesgo. Pueden citarse algunos ejemplos en el marco de la gestión del riesgo de incendio, como los trabajos de Caballero (2001), o en el ámbito aplicado los Planes Periurbanos de Prevención del riesgo de incendios forestales (Plan PREIFEX, 86/2006) o las acciones del proyecto LIFE en el Área Periurbana de Barcelona (Diputación de Barcelona).

Desde una perspectiva genérica, puede hablarse de la responsabilidad del modelo de expansión de la ciudad en la construcción social del riesgo. El modelo de planificación, o, en el caso más frecuente, la  aparente ausencia de éste, constituye el contexto de riesgo. Tras el modelo que rige la planificación de los procesos urbanos subyacen condicionantes económicos e ideológicos, entrelazados con coyunturas sociales diversas, las denominadas por Turner (2003) ‘fuerzas externas del riesgo’. Al analizar las características del actual modelo de generación de espacios periurbanos y metropolitanos, la perspectiva apunta hacia modelos irreflexivos, oportunistas y especulativos de organización del espacio, fundamentado en actuaciones puntuales desconectadas que desorganizan el territorio. Muñoz (2008) comenta cómo se está produciendo la homogeneización formal y funcional entre territorios de expansión metropolitana a partir de la localización de usos característicos de la urbanización dispersa: la residencia unifamiliar, las infraestructuras viarias o los contenedores comerciales y de ocio, un paisaje que se puede encontrar de forma secuenciada y repetida en cualquier sección que se haga del territorio metropolitano. Este autor denomina “urbanalización” a la producción de este tipo de paisaje construido común y estandarizado, fundamentado en la imagen,  tematizado a gusto del consumidor. Se trata de una nueva categoría de paisajes caracterizados por su aterritorialidad, independizados del lugar, que ni lo traducen ni son el resultado de sus características físicas, sociales y culturales. En este modelo de construcción, la planificación ha cedido el paso a la producción de islas especializadas dedicadas a la producción o al consumo. Estas islas constituyen un tejido metropolitano de contenedores de diverso orden. Se trata de objetos que jerarquizan el territorio y articulan los flujos de movilidad de personas, mercancías e información, en un modelo de secuencia discontinua de manchas de aceite (Nogué, 2003).

La desvinculación de los procesos constructivos respecto al lugar y su naturaleza territorial, y la carencia de organización que propicia construir en actuaciones inconexas espacialmente, son dos elementos del espacio periurbano de incidencia directa en la peligrosidad y en la vulnerabilidad frente al riesgo. A un nivel más concreto, se exponen a continuación las características de los modelos de ocupación del espacio periurbano que inciden de forma más directa en el riesgo (Perles, 2007). Como se resume en el cuadro 1, en unos casos es el patrón morfológico el que actúa como factor de peligrosidad o de vulnerabilidad, en función de de sus propias características espaciales (forma, posición, relaciones topológicas, etc.); en otros casos, la producción del riesgo tiene que ver con la dinámica funcional de la franja periurbana y sus procesos. En todos ellos existe una relación directa entre la complejidad del riesgo periurbano y el carácter de espacio de borde o de interfaz de esta franja territorial. El carácter mixto de las morfologías y genérico y cambiante de las dinámicas funcionales dibuja multitud de conflictos específicos. La descripción que se detalla a continuación alude a las características comunes del modelo periurbano en el contexto occidental, sin hacer alusión a los procesos y morfologías específicos de las megaciudades y otras modalidades más singulares de periubanización.

 

Cuadro 1.
Características morfológicas y dinámicas del patrón territorial
periurbano y consecuencias sobre la generación del riesgo
 

CARACTERÍSTICAS DEL PATRÓN TERRITORIAL PERIURBANO

CONSECUENCIAS SOBRE EL RIESGO

MORFOLOGÍA

Límite entre escenarios de riesgo naturales y artificiales

P

Reajustes en el comportamiento de los procesos extremos (peligrosidad)

Generación de neo-relieves

P

Inducción del peligro por inestabilidad

Patrón territorial mixto y disperso, con abundancia de espacios intersticiales

P

Incremento de la probabilidad de fricción entre usos (peligrosidad)

V

Dificultades de accesibilidad (vulnerabilidad)

Desagregación del patrón territorial

P

Subestimación de las posibilidades de interacción entre actuaciones territoriales por tratamiento aislado de procesos que funcionan de forma concatenada.

Multiplicación de las posibilidades de inducción indirecta de la peligrosidad

V

Incoherencia del patrón morfológico respecto a los sistemas de transferencia de masa y energía en un evento extremo )

DINÁMICA

Concentración espacial y temporal de procesos de crecimiento

P

Inducción por interferencia de actuaciones territoriales simultáneas y próximas

Funcionamiento asociado y sinérgico de distintos peligros

Espacio con expectativas de cambio

P

V

Suspensión de las labores de uso y gestión del terreno por parte de la población

Utilización de patrones heredados para usos renovados

P

Incremento de la intensidad de uso y del riesgo de inducción

V

Herencia de condiciones de accesibilidad deficitarias

Revalorización de los espacios de peligro

P

Enmascaramiento de los factores de peligro tras los atractivos del terreno

V

Aumento de la vulnerabilidad por sesgos perceptivos frente al riesgo (mayor exposición, menor protección)

Procesos de ocupación del espacio no controlados por la normativa

P

Ausencia de control sobre la inducción de la peligrosidad.

V

Desarticulación territorial que dificulta los procesos de conectividad y aumenta la vulnerabilidad en caso de emergencia

Cercanía funciones territoriales muy dispares

P

Incremento de las posibilidades de fricción de usos

V

Dificultades para aplicar soluciones de mitigación del riesgo homogénea.

Localización preferente de grandes infraestructuras y grandes equipamientos

P

Incremento de la inducción

V

Aumento de la exposición

Desarraigo de la población residente en las nuevas periferias residenciales

P

Imprudencia por desconocimiento de la peligrosidad del entorno

V

Sobreconfianza en actuaciones de emergencia

Fuente: Adaptado de Perles (2007).

 

Particularidades del patrón morfológico periurbano e incidencia en la peligrosidad y la vulnerabilidad

Límite de confrontación entre escenarios de riesgo naturales y artificiales

El carácter de borde entre la zona urbana y los espacios rurales convierte a la franja periurbana en el límite en el que los eventos extremos modifican su comportamiento, dejando atrás terrenos rurales escasamente transformados por el hombre, por donde circulan con mayor libertad, para adentrarse en el intensamente modificado espacio urbano, donde los flujos de transmisión de materia y energía desarrollo se encuentran fuertemente condicionados por el medio construido. El tránsito de un escenario a otro fuerza alteraciones y reajustes en el funcionamiento de los eventos extremos que producen en este espacio de contacto unas reacciones más bruscas, incrementando considerablemente la peligrosidad. Casos como las variaciones de flujo que se producen en el contacto de los cursos fluviales de los embovedados urbanos y periurbanos pueden servir de ejemplo.

Generación en el relieve de estructuras morfológicas semi- artificiales de baja estabilidad

La tendencia expansiva e inacabada de la franja periurbana propicia la transformación de la morfología del relieve a través de la creación de lo que Castronovo (1997) denomina “neorelieves” resultantes de las excavaciones, rellenos, disposición de residuos, etc. Esta modificación morfológica del terreno altera los ecosistemas asociados y el funcionamiento de las dinámicas de fluidos y gravitatorias, que tienen que adaptarse de forma brusca a circunstancias semi-naturales muy modificadas. En el proceso de reajuste suele producirse un incremento de la peligrosidad, con consecuencias como el incremento de procesos gravitacionales y de arrastres catastróficos en las crecidas.

Patrón territorial mixto, con abundancia de espacios intersticiales

El ámbito periurbano presenta patrones de ocupación heterogéneos, en conjunto de baja densidad, en los que son muy numerosos los espacios intersticiales. Este modelo territorial provoca un aumento de la peligrosidad por el incremento de los espacios de contacto y fricción entre el espacio construido y los terrenos donde el componente natural sigue siendo destacado. El aumento cuantitativo de los límites de contacto eleva la peligrosidad al ser mayor la probabilidad de fricción entre los distintos usos. En esta línea Lara, Martín y Martínez (2008) citan como variable de incidencia en el riesgo de incendio forestal el carácter de interfaz de la localización. Desde el punto de vista de la vulnerabilidad, el patrón de ocupación disperso, con redes de comunicación incompletas y en algunos casos anárquicas, genera además dificultades en materia de accesibilidad y de evacuación.

Desagregación y desconexión en el patrón territorial

La franja periurbana se configura en determinadas ocasiones como una agregación no coordinada de células residenciales (urbanización en polígonos autocontenidos) y otras formas dispares de ocupación del espacio (Muñoz, 2008; Nogué, 2003). La desconexión de las distintas actuaciones convierte a cada una de las intervenciones territoriales en unidades autónomas que pueden llegar a estar preparadas para prevenir los impactos de un evento extremo en el ámbito de su escala más inmediata, pero que no pueden contemplar los efectos derivados de su interrelación topológica con otros componentes territoriales en una escala mayor. Una actuación en una determinada zona puede ser segura en el momento en el que surge, pero perder esta condición debido a las repercusiones de otras intervenciones cercanas que no han tenido en cuenta los efectos indirectos o lejanos sobre otros espacios. En los espacios periurbanos se constata especialmente esta incoherencia entre un patrón territorial desagregado y el carácter concatenado con el que, sin embargo, se producen los flujos de transferencia espacial de masa y energía de un evento extremo. Por tanto, la desarticulación territorial se traduce en un incremento de la peligrosidad indirecta, ya que a la peligrosidad asociada a un determinado evento extremo en un punto del territorio hay que sumar los posibles efectos causados por la inducción del peligro en otro punto. Se incrementan también los casos de peligrosidad sobrevenida. Un ejemplo en este sentido lo puede suponer el aumento no previsto del riesgo de inundación de un núcleo situado en la cuenca baja de un río como consecuencia de la movilización posterior de laderas asociada a otra intervención situada en el sector alto de la cuenca. Por otro lado, desde la perspectiva de la vulnerabilidad, la compartimentación del modelo territorial se traduce en la imprevisión de medidas estructurales conjuntas que requieran conectividad (sirva como ejemplo el embovedado de pluviales entre distintas urbanizaciones), y en la dificultad de acceso de las emergencias en urbanizaciones con infraestructuras inconexas entre si.

Particularidades de los procesos funcionales periurbanos e incidencia en la peligrosidad y en la vulnerabilidad

Concentración espacial y temporal de procesos de crecimiento

En buena parte de los casos, la expansión de las funciones urbanas se realizan de forma acelerada, lo que produce en la franja periurbana una concentración espacial y temporal de cambios territoriales más intensa que en otros espacios. El carácter simultáneo de las intervenciones, y su cercanía espacial, provoca que los procesos de inducción del peligro específicos de cada una de estas intervenciones no actúen de forma aislada, sino produciendo interferencias entre unas actuaciones y otras, lo que aumenta la probabilidad de interconexiones entre los procesos de peligrosidad. El funcionamiento asociado de los peligros redunda en un incremento sinérgico de su potencial destructivo. Como ejemplo de interconexión y sinergia entre peligros con alta tasa de inducción puede citarse la incidencia de los incendios en la erosión y en la producción de movimientos gravitacionales, y las repercusiones del conjunto de todos ellos en el riesgo de inundación.

Espacio con expectativas de cambio

Dentro de un contexto urbanístico de expansión constante de la ciudad, a mayor o menor ritmo, el espacio periurbano se convierte en un espacio en espera de un cambio de uso. El tiempo que separa la expectativa de cambio del cambio real da lugar a la aparición de terrenos específicamente periurbanos, como los espacios agrarios abandonados o los eriales. Desde un punto de vista funcional, el tiempo que transcurre en el proceso de sustitución de usos genera una indefinición de usos y una evidente connotación de barbecho social para estos espacios. Desde el punto de vista del riesgo, estos espacios vagos generan un incremento de la peligrosidad y de la vulnerabilidad por la suspensión del control de la población sobre la gestión del territorio. Las consecuencias negativas del abandono de las prácticas agrarias, por ejemplo, son inmediatas en los riesgos de incendio, erosión o movimientos en masa.

Utilización de patrones heredados para usos renovados

Además de los procesos de sustitución, en el espacio periurbano se producen también fenómenos de reutilización de elementos del paisaje rural (parcelas agrarias, hábitat disperso, etc.) o industrial con funciones renovadas, normalmente relacionado con usos residenciales o funciones terciarias: usos recreativos, educativos, museísticos, comerciales, turísticos, etc. Esta evolución produce desajustes entre la forma originaria del modelo territorial y las nuevas funciones para las que este patrón se utiliza, con relevantes consecuencias en el riesgo. La intensificación del uso que estos cambios suelen llevar asociados (por ejemplo, creación o ampliación de viales, construcción de explanadas de aparcamientos, etc.) repercute en un incremento de la peligrosidad inducida en estos espacios, a la vez que un aumento de la exposición. Las dificultades de conectividad y accesibilidad de estos patrones heredados y configurados para usos más restringidos pueden obstaculizar en gran manera las medidas de emergencia.

Revalorización de los espacios de peligro

En determinadas partes del espacio periurbano, los procesos de expansión urbana desarrollados a partir de la adición de suburbios residenciales y de los nuevos modelos de preferencia residencial, han generado en las últimas décadas una atracción por espacios de alta peligrosidad natural que, como contrapartida, ofrecen otras potencialidades, como la cercanía a la naturaleza, amplias y atractivas vistas, privacidad, prestigio social, etc. (Mérida, 1994; Leichenko y Solecki, 2006). Los espacios forestales, las zonas montañosas de alta pendiente o las franjas litorales han pasado de ser espacios tradicionalmente marginales en función de su peligrosidad intrínseca, a ser revalorizados por razones paisajísticas y sociales. La imagen publicada por las empresas promotoras proyecta estos espacios como lugares confortables, tranquilos y controlados, habitualmente habitados por población de alto estatus social. A través de esta nueva forma de ocupación del espacio periurbano se producen serias consecuencias sobre el riesgo a través de varios mecanismos: aumenta la probabilidad de activación del peligro, se eleva la exposición e incluso se produce un incremento de la vulnerabilidad, por la identificación de estos espacios como lugares seguros. Todo ello contribuye a la generación de un sesgo perceptivo que anula su verdadera condición como espacios de riesgo, lo que se traduce en una actitud poco prevenida por parte de la población y en el descuido de las medidas de autoprotección.

Procesos de ocupación del espacio no controlados

Dado su carácter de área de transición, en la franja periurbana se produce la superposición de normativas de distinta naturaleza, así como de competencias de diversas administraciones. Al mismo tiempo, jurídicamente los terrenos alternan titularidad pública y privada. Por estas razones, existe en el espacio periurbano una cierta propensión a la generación de problemas como los conflictos normativos, la descoordinación de las actuaciones, el retraso en la aplicación de medidas prescriptivas y una cierta percepción de suspensión del control sobre el territorio. En el ámbito periurbano son comunes los procesos de construcción ilegales, ajenos a la normativa urbanística, en la línea de crecimiento espontáneo característico de las franjas periféricas (Valenzuela, 1994). La peligrosidad se ve de esta forma incrementada por la ausencia de controles y garantes sobre la construcción y se dificulta la formulación de medidas preventivas frente al riesgo ya que la realidad territorial que se necesita ordenar se encuentra al margen del planeamiento. La desarticulación territorial que generan estos procesos de ocupación del espacio dificulta igualmente los mecanismos de gestión de la catástrofe.

Proximidad de funciones territoriales muy dispares

La coincidencia espacial de usos territoriales de naturaleza distinta definen el espacio periurbano como un escenario de “procesos complejos pero no específicos” (Ortega, 1975). En esta área, por su lógica de expansión, se acumulan herencias de actividades productivas que tuvieron una localización externa a la ciudad en momentos anteriores de su evolución. A esta cuestión se refiere Morello (1995) cuando describe: “es un espacio donde se acumulan discontinuidades de servicios urbanos y rurales, así como estructuras de difícil y lenta digestión” (p.5). La coexistencia de usos correspondientes a los tres grandes sectores económicos, se acompaña de distintas intensidades de uso (extensivos/intensivos) y niveles de vitalidad de los mismos dispares (en abandono o en desarrollo). Estas características generan un patrón territorial muy heterogéneo, y poco coherente, en el que usos en ocasiones incompatibles se disponen adyacentes. Desde el punto de vista de la peligrosidad, esto redunda en un incremento de las probabilidades de activación del peligro por fricción, conflicto, incompatibilidad y/o competencia entre las distintas actividades. La vulnerabilidad de la población y sus bienes se incrementa igualmente por las dificultades para la gestión preventiva y paliativa de un espacio funcionalmente heterogéneo, en el que no son útiles las soluciones genéricas.

Localización preferente de grandes infraestructuras y grandes equipamientos

La franja periurbana constituye el área de localización preferente de las grandes infraestructuras y equipamientos urbanos, tanto locales como, en su caso, metropolitanos. En un primer momento las infraestructuras viarias periféricas surgen para descongestionar los desplazamientos urbanos, al igual que buena parte de los grandes equipamientos escogen este emplazamiento periférico por transferencia de las funciones centrales de la urbe hacia zonas mejor comunicadas y con mayor disponibilidad de suelo. Sin embargo, en un segundo estadio, estas intervenciones territoriales traen consigo la generación de tejido urbano, y, por tanto, la dinamización del proceso de urbanización sobre terrenos que han pasado a convertirse en accesibles y bien equipados. Algunas de las grandes intervenciones puntuales, como los centros comerciales y de ocio, actúan como potentísimos articuladores del territorio y de sus dinámicas sociales. Estas intervenciones suponen un aumento de la peligrosidad por inducción y un incremento de la vulnerabilidad en estos espacios por el propio valor estratégico (abastecimiento) y económico de los elementos expuestos (grandes centros comerciales, equipamientos públicos). Se incrementa asimismo la exposición por la afluencia de población.  Muñoz (2008) comenta, por ejemplo, la  extraordinaria incidencia de los espacios de ocio y los cines asociados a los centros comerciales en los arcos temporales de movilidad metropolitana. Desde el punto de vista perceptivo, los grandes centros de ocio contribuyen  a la generación de una imagen segura y consolidada de la zona, a modo de islas cerradas en las que todo está controlado. La idea de seguridad ciudadana se transfiere perceptivamente a la de seguridad de la construcción, de la ubicación, y, en definitiva, del entorno, contribuyendo así a fenómenos de incremento de la vulnerabilidad por “falsa seguridad”. La incidencia de las infraestructuras viarias en el riesgo de incendio o movimientos gravitacionales, por ejemplo, ha sido citada por distintos autores como por ejemplo Cardille, Ventura y Turner (2001) o Lara, Martín y Martínez (2008).

Desarraigo de la población residente en las nuevas periferias residenciales

El crecimiento residencial periurbano se fundamenta en buena parte en un modelo suburbano de nueva implantación. Estos suburbios son ocupados preferentemente por población externa a dicho espacio, y por lo tanto desconocedora de las características del medio físico en el que la urbanización se ha implantado. A este desarraigo de la población hay que unir la tendencia existente en los procesos de urbanización más recientes, en virtud de la capacidad de la técnica, a hacer desaparecer del patrón constructivo los elementos y procesos asociados al funcionamiento natural del medio. Esto contribuye a la percepción de las urbanizaciones como contextos artificiales seguros, en los que los eventos extremos bien no existen o están controlados. Muñoz (2008) apunta también a esta nueva manera de habitar el espacio metropolitano, una nueva relación del individuo con el espacio que se presenta desconectada de las características vernáculas locales tanto las relativas al espacio físico como social e  independiente de límites administrativos.

Todas estas circunstancias propician el desarraigo y la desinformación de la población respecto al medio físico en el que vive, y respecto a los procesos de riesgo a él asociado. Como consecuencia se produce un aumento de la peligrosidad por imprudencia en relación a las limitaciones del medio físico en el que se habita. Rafalli et al. (2003), en relación con el riesgo de incendios en urbanizaciones en zonas forestales, comenta cómo la población que vive en estos espacios no está familiarizada con los riesgo naturales de su entorno y este hecho puede llegar a hacer que tengan comportamientos peligrosos, o no manifiesten una conducta apropiada para hacer frente a desastres como los incendios o las inundaciones. En otros casos, en esta equivoca relación de lo construido con el medio físico subyacente, se produce un incremento de la vulnerabilidad frente al riesgo por sobreconfianza (Morrow, 1999). Uno de los requerimientos del proceso de urbanización de las periferias es la necesidad de condiciones suficientes de seguridad ciudadana (Muñoz, 2008), hecho que se asocia en los suburbios residenciales al carácter cerrado y autocontenido de las urbanizaciones. Se produce así una identificación perceptiva de estos espacios, desconocidos para un habitante no vernáculo, como zonas seguras, en las que el riesgo o no existe, o está controlado por la técnica. Este hecho propicia actitudes irreflexivas ante compras de vivienda o sobre estrategias de autoprotección, o incluso medidas aseguradoras, en un proceso en el que el individuo se siente seguro. Por estos motivos, Morrow (1999) identifica el carácter reciente de los residentes en un lugar como un factor de vulnerabilidad de la población.

Evolución del patrón territorial periurbano y conformación del riesgo. El ejemplo de la periferia este de la ciudad de Málaga

La periferia este de la ciudad de Málaga constituye un espacio con un elevado potencial de peligrosidad, derivado de la confluencia de factores del medio físico y humano (Figura 1). En lo que respecta al medio físico, la mayoría de sus características definen un escenario de alta peligrosidad. La cercanía de la montaña al mar, la presencia de litologías poco estables, las acusadas pendientes y los elevados desniveles relativos, se unen a un régimen de precipitación esporádico y torrencial y a una red hidrográfica dendrítica y de gradiente longitudinal elevado, propiciando de forma intrínseca la peligrosidad de movimientos en masa (deslizamientos y desprendimientos), erosión hídrica, avenidas relámpago y subsidencia. Además, el escaso desarrollo de la llanura litoral ha favorecido el impacto de los temporales marítimos, siendo especialmente intensos los de levante. Por otra parte, el abandono de las actividades agrarias y las repoblaciones forestales asociadas al proceso de urbanización, han aumentando sensiblemente el peligro de incendios forestales.

 

Figura 1. Espacio periurbano oriental de la ciudad de Málaga.

 

Junto a estos peligros de origen natural, la actividad humana ha generado procesos de inducción de los distintos peligros naturales, y ha creado otros de tipo tecnológico, como es el de contaminación atmosférica, asociado a la actividad extractiva y a la industria cementera de la localidad de La Araña, y el de contaminación de aguas subterráneas, ligado a la presencia de gasolineras, espacios de urbanización marginal y campos de golf sobre acuíferos vulnerables. El patrón territorial y las dinámicas asociadas que se han construido sobre este espacio periférico ha contribuido notablemente a incrementar los problemas de riesgo en la zona, en unos casos de forma directa por el aumento de la exposición de población y bienes en espacios de peligro, y en otros casos por la desestructuración y desestabilización del frágil equilibrio de los procesos de riesgo. Por último, la localización de este espacio en el límite de los municipios de Málaga y Rincón de la Victoria, la presencia de una cuenca hidrográfica de cierta entidad, la del Arroyo Totalán, y su disposición en parte costera, han dado lugar a una condiciones administrativas complejas, con división de competencias, que han dificultado la gestión integral del territorio. La evolución del patrón territorial de este espacio periurbano hasta su configuración actual como espacio de riesgo constituye un ejemplo de cómo el engranaje territorial puede contribuir notablemente a la construcción del riesgo.

Evolución del patrón territorial y repercusiones sobre el peligro y la vulnerabilidad

La periferia de las ciudades posee un carácter dinámico, modificando sus límites en función del crecimiento urbano. Este dinamismo, de mayor o menor intensidad dependiendo del periodo histórico, afecta también, desde el momento en el que surge, a la franja periurbana, desplazándola progresivamente a una corona cada vez más alejada del centro de la ciudad. De esta forma, los antiguos espacios rurales se convierten en espacios periurbanos y a su vez los antiguos espacios periurbanos se transforman en zonas plenamente urbanas. Por ello, analizar la evolución del espacio periurbano de la ciudad implica el seguimiento del desplazamiento centrífugo de la franja periurbana. Sin embargo, desde el punto de vista del análisis de riesgos, resulta más conveniente estudiar la evolución del territorio que actualmente posee un carácter periurbano, reconociendo las huellas de anteriores etapas. Por esta razón, en este apartado se analizan los principales hitos temporales en la evolución territorial de la actual periferia oriental de la ciudad de Málaga, reflexionando sobre cómo cada una de las incorporaciones de elementos al patrón territorial ha supuesto una nueva dinámica territorial con repercusiones sobre el peligro y la vulnerabilidad.

Primera fase. Primeras décadas del siglo XX

En los primeros años del siglo XX, la estructura del territorio en la actual periferia oriental de la ciudad de Málaga tenía un carácter básicamente rural. La ciudad, con algo más de 135.000 habitantes en 1910, se extendía hacia el oeste, mientras que el actual municipio de Rincón de la Victoria no alcanzaba en esa fecha los 5.000 habitantes (cuadro 2); su centro de gravedad estaba desplazado hacia el interior, en torno al núcleo de Benagalbón, que daba nombre entonces al municipio. El sistema de asentamientos del actual área de estudio se basaba en un poblamiento de tipo disperso en las zonas de mayor pendiente (caserío dedicado a la agricultura, asociado al modo de vida de la comarca de los Montes de Málaga), junto a la presencia de pequeños núcleos pesqueros alineados en la estrecha franja litoral y en sus pequeñas ampliaciones por las desembocaduras de los cortos ejes fluviales (figura 2). Este fue el espacio en el que se conformó el núcleo de El Palo, en la actualidad última estribación de la ciudad por su lado este, al igual que los núcleos de la Araña y La Cala, este último ya en el municipio colindante de Benagalbón (actual Rincón de la Victoria). Se trataba de asentamientos fundamentados en la pesca y en tareas agrarias complementarias, que se alinearon en su patrón urbano al antiguo camino de Málaga a Vélez. Esta vía discurría bordeando la costa, y posteriormente constituiría el trazado de la carretera nacional 340. Los ejes territoriales que articulan el espacio en este momento son, por tanto, el litoral, el camino a Vélez, paralelo a la costa, y el eje perpendicular del camino a Olías, que discurre por el interfluvio existente entre los arroyos de Gálica y Totalán. Las dinámicas territoriales se vertebran fundamentalmente en torno al eje costero, y, de forma más marginal, por el eje perpendicular de la carretera de Olías, y del más alejado camino de Benalgalbón, que conectaban el litoral con la comarca de los Montes de Málaga. En todos los casos, estas dinámicas territoriales eran muy poco activas. Las escasas relaciones con la ciudad de Málaga, al oeste, se establecen a través del eje viario costero y del entonces recién inaugurado eje ferroviario Málaga-Vélez (1908).

 

Figura 2. Estructura territorial y riesgos en las primeras décadas del siglo XX.

 

Los riesgos que en este momento pueden identificarse se relacionan fundamentalmente con el funcionamiento del sistema natural (erosión hídrica y avenidas fundamentalmente). El núcleo de la Cala se encuentra afectado en este momento por el riesgo de inundación, aunque su posición mucho más alejada de la desembocadura del Arroyo Totalán es más segura que la actual. Los pequeños asentamientos dispersos sitos en la desembocadura (cortijos) se disponen en resaltes topográficos, por lo que el riesgo de inundación es muy bajo. Se observa una alteración de la dinámica costera en diversos puntos en relación a la consolidación de la vía férrea, que dado el escaso desarrollo de la franja litoral se construye muy próxima a la costa. Tanto La Cala como el núcleo de la Araña están expuestos en esta fase a los temporales costeros de levante. Las medidas de autoprotección de la población son escasas y de índole individual: muretes permanentes o efímeros frente a la inundación, localización en resaltes topográficos para control de la exposición, etc. No existen medidas colectivas de mitigación del riesgo. Los eventos excepcionales durante este periodo están poco documentados y se concretan en episodios de precipitaciones extremas con repercusiones sobre los terrenos agrarios, temporales marítimos, y ocurrencia de otros procesos de riesgo de tipo penetrante como es el caso de la erosión.

Segunda fase. Periodo 1920-1960

En el segundo decenio del siglo XX (ver figura 3) la actividad económica en el área de estudio se ve alterada de forma sustancial cuando se ubica en 1921, junto al núcleo de la Araña, la fábrica de cementos Pórtland, asociada a la explotación de la cantera inmediata al promontorio calizo de Cerro Juan. La fábrica promovió la ampliación del asentamiento de la Araña, hasta ese momento muy reducido, al construir viviendas para sus empleados. La posición de la fábrica cementera y de la explotación minera en esta época es claramente periférica respecto a la ciudad de Málaga, siendo localizada en una memoria descriptiva en el km. 8 de la carretera de Almería, por lo que fundamentalmente genera un flujo de población en el entorno más cercano. Por otra parte, se produce también la consolidación del eje de ferrocarril, que en su recorrido desde Málaga hacia Vélez y posteriormente hasta Zafarraya (1922), dispone paradas en la barriada de El Palo y en la localidad de la Cala. El eje ferroviario, en conexión con el tranvía desde El Palo hasta Málaga, propicia el acercamiento de la zona a la ciudad y va aminorando progresivamente su alejamiento del núcleo urbano. El núcleo de El Palo se consolida y aumenta de tamaño; no obstante, aunque la ciudad crece sustancialmente (274.000 habitantes en 1950), este crecimiento se produce mayoritariamente por otros sectores urbanos más alejados (centro, oeste). Por su parte, el municipio de Rincón de la Victoria permanece en una cierta atonía demográfica, situándose por encima de los 5.700 habitantes en 1950.

 

Figura 3. Estructura territorial y riesgos a mediados del siglo XX.

 

Las intervenciones territoriales de este periodo producen un incremento del riesgo, esencialmente por inducción de la peligrosidad. En el caso de la actividad extractiva y transformadora de la cementera, se incrementa la erosión y la peligrosidad de movimientos gravitacionales en el entorno de la cantera, así como la emisión de polvo a la atmósfera. La exposición frente a la inundación y frente a los temporales va aumentando progresivamente como consecuencia de la expansión de los núcleos consolidados de El Palo, La Araña y La Cala. No se reseñan durante este periodo especiales medidas de mitigación del riesgo de índole pública o colectiva.

 

Cuadro 2.
Evolución de la población en los municipios de Málaga y Rincón de la Victoria
 

Málaga

Rincón de la Victoria

1910

135.292

4.861

1950

274.847

5.796

1970

361.282

6.043

1981

502.232

7.803

1991

522.108

12.601

1996

549.135

19.247

2001

524.414

25.302

2005

558.287

31.996

2008

566.447

37.145

Fuentes: censos y padrones de población.

 

3ª fase. Periodo 1960-90

En torno a la década de los años 60 del pasado siglo (ver figura 4), la periferia este de la ciudad comienza a experimentar un cambio en su orientación territorial que supondrá la puesta en valor de los espacios semi-naturales de los promontorios próximos a la costa. En el marco de un acusado crecimiento demográfico de la ciudad (360.000 habitantes en 1970, 500.000 en 1981), los cuadros profesionales y, en general, las clases de mayor nivel económico, se instalan en la periferia este de la ciudad, aunque no tanto en los valles (tradicional emplazamiento de la burguesía tradicional) como en los terrenos montañosos. Nuevos conceptos como la posesión de vistas, la cercanía de la naturaleza, la posición preeminente y la privacidad comienzan a asociarse en el modelo de urbanización residencial de alto status social, desarrollado bajo tipologías unifamiliares aisladas de carácter muy extensivo. Esta perspectiva incorpora una potencialidad diferente a unos terrenos marginales desde el punto de vista productivo, y comienzan a urbanizarse zonas como el Monte San Antón y la finca El Candado, ya en el límite oriental del término municipal. Otros espacios rurales cercanos, pero situados algo más al interior, experimentan procesos de urbanización marginal sobre suelos entonces rústicos.

El proyecto de urbanización residencial El Candado se enmarca en un plan conjunto por el que, en primer lugar, se procede a la reforestación de un espacio de altas pendientes cercano a la línea de costa, y se construye en la misma operación un puerto deportivo y un campo de golf. El cambio de vocación del entorno supuso la incorporación de la periferia este al flujo urbano de la ciudad; sin embargo la reorientación de usos en la zona no comportó la anulación o reubicación de las actividades anteriores, en principio difícilmente compatibles con la actividad residencial, como la actividad extractiva y la industrial (fábrica de cementos), estando separadas la urbanización y la cantera escasos kilómetros. Paralelamente, la zona se ve afectada en estos años por procesos territoriales que proceden desde los focos de Rincón de la Victoria y del núcleo de la Cala, situados al este. El crecimiento de estos núcleos sobre sus terrenos aledaños se produce, fundamentalmente, como consecuencia de su consolidación como espacios de segunda residencia para residentes de la ciudad de Málaga. La expansión del espacio construido se dirige, una vez ocupada la llanura litoral con viviendas unifamiliares y bloques de apartamentos, hacia el interior, tanto por los valles como, sobre todo, por las primeras estribaciones montañosas, bajo el modelo de urbanizaciones residenciales de tipología unifamiliar aislada y adosada o en procesos de urbanización marginal del espacio rural. Al margen de la segunda residencia, modalidad responsable de la mayor parte del crecimiento urbano en esta etapa, el aumento de población censada en el municipio de Rincón de la Victoria es también muy considerable, pasando de los algo más de 6.000 de 1970 a los 12.600 habitantes de 1991. Como resultado, muy pronto las infraestructuras y equipamientos de la zona, concebidos en el contexto de un territorio distante funcionalmente de la capital, comienzan a mostrarse insuficientes. Nuevos ejes territoriales, aún incipientes, en sentido norte-sur (como el desarrollado en torno a la carretera de Benagalbón) constituyen la primera alteración del dominante patrón territorial lineal oeste-este, paralelo a la costa.

 

Figura 4. Estructura territorial y riesgos en 1990.

 

La incorporación al tejido urbano periférico de la urbanización el Candado supuso un importante incremento del riesgo en esta zona periurbana. En lo que respecta a la peligrosidad, se observa una ligera mitigación del riesgo de erosión como consecuencia de la reforestación, aunque las tareas de remoción de tierras e impermeabilización propias del proceso urbanizador actúan como factores en contra por el aumento de la carga sólida en suspensión y de la escorrentía superficial, al disminuir la permeabilidad del suelo. Las propias tareas constructivas propician la inducción de los movimientos en masa, especialmente en el sector situado sobre la serie de areniscas, conglomerados yesos y arcillas del permo-trías, de alta inestabilidad en pendientes. La construcción del campo de golf supone un incremento del peligro de contaminación difusa de aguas subterráneas. El incendio aparece en la zona como un riesgo de nueva creación ligado a la generación de combustible (pinar de reforestación, ajardinamientos) y la elevación de las tasas de ignición como consecuencia de las actividades ligadas a la residencia. Además de aumentar la exposición frente al riesgo, se eleva también la vulnerabilidad física frente al incendio a través de construcciones diseñadas para favorecer el contacto directo con el entorno (amplias ventanas, integración de la vegetación), y se dificulta la evacuación en caso de emergencia como consecuencia de un patrón viario dendrítico y de salida única. Las viviendas construidas sobre la serie de arcillas y yesos del permo-trías se exponen también a riesgos geotécnicos como los de expansividad y subsidencia. Aumenta igualmente la exposición frente al riesgo de contaminación atmosférica, dada la proximidad a las emisiones de polvo y gases de la cementera. Se observa en la nueva población residente un comportamiento muy audaz respecto al riesgo (construcción en emplazamientos inestables, con escasas medidas de precaución; dejación y desconocimiento de medidas mínimas de autoprotección), en buena parte derivado de un exceso de confianza en la tecnología. Esta situación conlleva un incremento no sólo de la exposición, sino también de la vulnerabilidad frente al riesgo. El suceso extremo más reseñable acontecido en este periodo lo constituyeron las intensas precipitaciones que afectaron a la ciudad de Málaga en noviembre de 1989, uno de cuyos episodios tuvo como escenario la parte oriental de la ciudad, produciendo el desbordamiento del arroyo Gálica y ocasionando pérdida de vidas humanas y abundantes daños materiales. Como medida de mitigación más destacable puede citarse la regeneración, a comienzos de la década de los años 80, de las playas de El Palo, mediante un sistema de escolleras que redujo el riesgo de temporales sobre las viviendas del frente litoral.

4ª fase. Periodo 1990-2000

En esta etapa, el municipio de Rincón de la Victoria se convierte en un foco de expansión urbana, experimentando un fuerte crecimiento, duplicando su población en una década hasta alcanzar los 25.000 a principios del siglo actual (ver cuadro 2 y figura 5). Al proceso ya consolidado de desarrollo de la segunda residencia se añade la reorientación del suelo hacia la construcción de viviendas de primera residencia para la población irradiada por la ciudad de Málaga, en un ejemplo característico de crecimiento urbano en áreas metropolitanas, espoleado por el menor precio del suelo. Incluida en la corona urbana de Málaga, se configura como ‘un espacio de proximidad, desprovisto de ninguna otra connotación de relación funcional (Ocaña, 2005: 21). Como reverso del fenómeno, la ciudad de Málaga ralentiza sustancialmente su crecimiento, situándose en 524.000 habitantes en 2001. El desarrollo metropolitano de Rincón de la Victoria se apoya, además, en la construcción de las rondas de circunvalación de la ciudad de Málaga, así como de la autovía A-7, cuyo trazado discurre de forma paralela a la costa y a la nacional 340 por el interior, a una cierta cota, sobre las estribaciones de los Montes de Málaga. Este segundo eje se convierte rápidamente en el nuevo articulador de las dinámicas urbanas, posibilitando el movimiento de población entre Málaga y su espacio metropolitano, y permitiendo el uso del municipio como ciudad dormitorio. En esta fase se construyen fundamentalmente viviendas unifamiliares adosadas en urbanizaciones que siguen el modelo del suburbio residencial, aunque con una densidad considerablemente mayor. El fenómeno se desarrolla preferentemente en las cuencas altas de los pequeños arroyos que discurren de forma perpendicular a la costa, generando de este modo nuevos ejes de flujos territoriales, en este caso de sentido norte-sur.

 

Figura 5. Estructura territorial y riesgos a finales del siglo XX.

 

Las consecuencias sobre el riesgo de estas actuaciones se traducen en un incremento muy considerable de los problemas erosivos, tanto por la remoción y acumulación inestable de materiales asociados a los intensos procesos constructivos, como por la impermeabilización e incremento de la escorrentía superficial. Ambas cuestiones inciden en un incremento de la severidad de las inundaciones, que se inducen en la parte alta de las cuencas aunque inciden esencialmente en el núcleo inicial del asentamiento de la Cala y del Rincón. Se produce un crecimiento muy notable de la inducción de movimientos gravitacionales, ya sea sobre laderas naturales, sobre relieves artificiales de acumulación o directamente sobre taludes artificiales. En este último caso la autovía de circunvalación, especialmente en la parte más próxima a la travesía de La Araña, se ve afectada por multitud de procesos de desprendimientos y deslizamientos. Uno de los más graves afectó en 1997 a un talud de la autovía en el entorno del Monte San Antón,  motivando su corte parcial durante varias semanas. Por otra parte, el riesgo de incendios forestales tuvo como principal exponente el producido en el Monte San Antón en 1993, que amenazó seriamente la urbanización limítrofe. Las medidas de mitigación del riesgo se concretaron en la creación de un parque de bomberos específico para la parte oriental de la ciudad, el diseño de planes de emergencia ante incendios en alguna urbanización residencial y la adecuación del tramo urbano del arroyo Gálica.

Periodo 2000 – 2008      

En pleno periodo de auge del sector de la construcción, previo a la actual recesión, la expansión en esta zona periférica cada vez esta menos definida por el influjo de la ciudad de Málaga, cuyo escaso crecimiento se produce por otras periferias, para ir tomando impulso desde el foco del municipio del Rincón de la Victoria (ver figura 6), que continúa su acelerado crecimiento demográfico, pasando de 25.000 habitantes en 2001 a algo más de 37.000 en 2008 (cuadro 2). El proceso de expansión suburbana desde el este va reduciendo el espacio periurbano no construido, que queda circunscrito únicamente a los terrenos montañosos aledaños a la cantera y al curso bajo y llanura de inundación del arroyo Totalán en su desembocadura. Por otra parte, la construcción por el interior de un nuevo ramal de la autovía A-7 genera un espacio intersticial que incorpora nuevas zonas rurales y fija los límites del actual espacio periurbano.

Este constreñido espacio de usos más laxos e indefinidos verá reorientada su vocación a partir de la ubicación en la margen izquierda del arroyo Totalán de un gran centro comercial. Esta instalación, afectada por diversas controversias normativas (aparente invasión del dominio público hidráulico), se beneficia de la demanda proveniente de la propia ciudad de Málaga, con la que es colindante, y, a la vez, de beneficios en el precio del suelo y horarios de apertura asociados a su situación en un municipio turístico. La instalación de este centro, con acceso propio a la autovía y otras vías de comunicación, ha servido como detonante para la generación contigua de promociones inmobiliarias. Es fácil prever en la zona un proceso de consolidación próximo, lo que provocaría la conformación de esta franja costera periurbana como un continuo construido entre los municipios de Málaga y Rincón de la Victoria. Junto a este tejido en expansión, no obstante, conviven usos extractivos e industriales asociados a una primitiva localización periférica, e incluso, en el caso de la cementera de Italcementi, se pone en marcha un plan de reestructuración de la fábrica que concluye en el año 2007 con la ampliación de la chimenea extractora hasta una altura de 114 metros, a pesar de diversos conflictos relacionados con el planeamiento urbanístico, la navegación aérea, legislación sectorial y la Evaluación de Impacto Ambiental.

 

Figura 6. Estructura territorial y riesgos en la primera década del siglo XXI.

 

La localización del centro comercial en el cauce de inundación del arroyo de Totalán ha tenido repercusiones directas e indirectas sobre el riesgo. De forma directa, su propia construcción, denunciada por invasión del Dominio Público Hidráulico y situado sobre un cono de deyección, es un ejemplo de localización extremadamente arriesgada en zona de muy alta peligrosidad de inundación. El tipo de actividad asociada al equipamiento (compras, ocio, cines), propician la acumulación de la población y el consecuente aumento de la exposición. Como efecto indirecto sobre la generación del riesgos se observa el efecto de “falsa seguridad” que genera en la percepción del riesgo por parte de la población la elección de esta localización por parte de una entidad comercial consolidada, lo que aparece como garante teórico de la seguridad de las instalaciones y, por asociación, de la zona, y propicia la sobreconfianza. La configuración de la zona como lugar seguro en el imaginario colectivo, unida a la dotación de equipamiento comercial de ocio, revaloriza la zona desde el punto de vista urbanístico y propician su expansión, incrementándose así tanto la exposición como la vulnerabilidad de una población poco consciente del riesgo en la zona. La expansión residencial en su entorno agravará igualmente la exposición al riesgo de contaminación atmosférica asociado a las emisiones de la cementera, que se traducirá en la aparición de movimientos sociales reivindicativos, y a los movimientos gravitacionales asociados a la autovía de circunvalación. Los movimientos gravitacionales afectarán, en el año 2.000, de forma seria a una parte de la urbanización El Candado, dañando viviendas y abortando posibles desarrollos residenciales futuros en su entorno. El espacio intersticial generado por los dos ramales de las autovías de circunvalación ha sido afectado por diversos incendios forestales en esta etapa, así como otro sector del Monte San Antón (2007). No obstante, el episodio extremo más destacado en esta última década fueron las inundaciones que afectaron al municipio de Rincón de la Victoria, en el año 2004, siendo afectada también el área más cercana al arroyo Totalán, que experimentó una fuerte crecida. 

Orientaciones para el análisis del riesgo en espacios periurbanos

Una vez observadas las particularidades del patrón periurbano y su incidencia sobre el riesgo, tanto las metodologías para el análisis del riesgo en estos espacios como las propuestas de resolución deberían estar orientadas por los siguientes criterios:

Reflexiones finales

La identificación del riesgo como un proceso territorial parte de la consideración del mismo como un problema ligado al patrón territorial y sus dinámicas, y, por tanto, producto en última instancia de un modelo de decisión administrativa. Enfocada de este modo, la producción del riesgo, más allá de la causa inmediata y puntual, se fundamenta en una serie de procesos subyacentes, a veces no explícitos, que forman parte del modelo territorial. A la vez, la búsqueda de posibles soluciones y las propuestas de mitigación del riesgo se enmarcan igualmente en un modelo territorial determinado. Por tanto, aprehender cuáles son las relaciones entre el patrón territorial, la producción y la resolución del riesgo debe ser el punto de partida para la aplicación de metodologías de evaluación del riesgo y para la propuesta de medidas de mitigación.

El patrón territorial periurbano, por su especial configuración como espacio de interfaz, posee unas características singulares que lo definen como un espacio de riesgo complejo. Características como las descritas de forma general y, a través del análisis del caso de la ciudad de Málaga, de forma específica, muestran que los procesos de generación del riesgo en estas áreas tienen relaciones directas e indirectas con el particular patrón periurbano y sus dinámicas. El comportamiento sistémico y de estos ámbitos orienta el análisis del riesgo con un enfoque holístico, con perspectiva de conjunto de las múltiples interrelaciones entre los distintos procesos de riesgo y los procesos territoriales.

 

Notas

[1] - Peligro: proceso o fenómeno de carácter natural o tecnológico que puede originar daños a la población, los bienes materiales o al medio ambiente natural (Olcina y Ayala, 2002)

- Exposición: conjunto de bienes a preservar que pueden ser dañados por la acción de un peligro (Olcina y Ayala, 2002). La Directiva 2007/60/CE sobre el riesgo de inundación especifica como bienes a preservar la salud y vida humana, el medio ambiente, el patrimonio cultural, la actividad económica y las infraestructuras.

- Vulnerabilidad: características de una persona o grupo de personas en términos de su capacidad para anticipar, gestionar, resistir o recuperarse del impacto de un riesgo (Blaikie et al., 1994). 

- Adaptación al riesgo: cualquier acción tomada por el individuo o colectividad con la intención de reducir el potencial de daños y, por tanto, los daños futuros (White, 1974).

- Medidas de mitigación: conjunto de medidas orientadas a la mitigación de las consecuencias del riesgo. Se agrupan en medidas preventivas, paliativas y rehabilitadoras, actuando respectivamente en las fases previa, simultánea y posterior a la producción de la catástrofe (Pita, 1999).

 

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© Copyright María Jesús Perles Roselló y Matías Mérida Rodríguez, 2010.
© Copyright Scripta Nova, 2010.

 

[Edición electrónica del texto realizada por Gerard Jori]

 

Ficha bibliográfica:

PERLES ROSELLÓ, María Jesús y Matías MÉRIDA RODRÍGUEZ. Patrón territorial y conformación del riesgo en espacios periurbanos. El caso de la periferia Este de la ciudad de Málaga. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 10 de julio de 2010, vol. XIV, nº 329. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-329.htm>. [ISSN: 1138-9788].