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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XIV, núm. 343 (15), 25 de noviembre de 2010
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

JOSÉ MARÍA LÓPEZ PIÑERO. LA BÚSQUEDA DEL ORDEN TEMPORAL EN EL MUNDO DE LA CIENCIA

Antonio T. Reguera Rodríguez
Dpto. de Geografía y Geología – Universidad de León
atregr@unileon.es

Recibido: 14 de octubre de 2010. Aceptado: 11 de noviembre de 2010.

José María López Piñero. La búsqueda del orden temporal en el mundo de la ciencia (Resumen)

Destacamos como a partir del núcleo intelectual de la historia de la medicina, J. M. López Piñero elaboró un discurso de un gran valor para la historia de la ciencia. Dentro del carácter interdisciplinar de su obra sobresalen algunos capítulos de gran interés para la historia de la geografía. Su contribución al ordenamiento temporal del progreso científico radica en el rechazo de las épocas “vacías”, y en la relativización de la épocas con “grandes figuras”, llamando la atención sobre la importancia de las “generaciones intermedias”.

Palabras clave: historia de la ciencia, historia de la geografía, generaciones intermedias.

José María López Piñero. The search of the temporal order in the world of science (Abstract)

We highlight how J. M. López Piñero constructed a discourse of great value to the history of science, taking the intellectual core of the history of medicine as his starting point. Within the interdisciplinary context of his work, certain chapters of great interest to the history of geography stand out.  His contribution to the temporal order of scientific progress was based on a rejection of “empty” periods and on the relativisation of periods of “great figures”, drawing attention to the importance of the “intermediate generations”.

Key words: history of science, history of geography, intermediate generations.


La medicina

Una obra inmensa, en cantidad y en calidad, como la realizada por José María López Piñero, tiene la virtud de facilitar el trabajo de quienes pretenden reseñarla. Que la reseña sea incompleta resulta comprensible, y que se ciña a alguna o algunas de sus partes parece obligado. Entiéndase de esta forma justificada la limitación de quien no habiéndole conocido personalmente, ni compartido las condiciones de su trabajo y los beneficios de su magisterio directo, ha de atenerse a las referencias de varias de sus publicaciones. Se trata en cualquier caso de rendir un testimonio de gratitud a una contribución a la historia de la ciencia tan cargada de experiencias que cumple con una gran amplitud el objetivo de poner a nuestra disposición el pasado para comprender situaciones presentes que a su vez nos preparan para el futuro.

En nuestra percepción, J. M. López Piñero tiene la consideración de un gran maestro, distinguido por el desarrollo de cualidades intelectuales que trascienden el número de discípulos y el número de publicaciones. Como historiador, lógicamente, hubo de saltar por encima del tiempo apropiándose de múltiples experiencias; pero el destino de las mismas no será el mero registro acumulativo, sino la elaboración de un discurso que se propone la búsqueda de un nuevo orden temporal en el fluir de los razonamientos y las experimentaciones que forman la ciencia. Este es a nuestro juicio el núcleo de su contribución intelectual, desarrollada sobre una base de operaciones muy favorable, la medicina, históricamente implicada en la comprensión de la naturaleza, e incluso en su gobierno.

Una percepción próxima a ésta debió tener J. M. López Piñero en aquellos años en los que obtuvo la Licenciatura en Medicina (1957) y el Doctorado (1960), y se conocieron sus primeros trabajos sobre la historia de la medicina valenciana. Resulta revelador de la fuerza con la que surge esta orientación que Pedro Laín Entralgo, en el Prólogo que redactó para el libro de Luis S. Grangel, Historia de la medicina española, en febrero de 1962, citara a López Piñero, junto a Millás Vallicrosa y Peset Llorca, entre otros, como depositarios de la confianza en la consolidación de una nueva disciplina dedicada a la exploración del saber médico español[1]. Este saber médico era tan amplio que podía ocuparse de la Bioquímica y del Urbanismo, de la investigación antibiótica, por ejemplo, al mismo tiempo que de la construcción y eficiencia del alcantarillado, tal y como hacían los redactores de las Topografías médicas. Ello nos alerta, entre otras cosas, de la trascendencia social del médico, al que se le exige que promueva la salud pública, a la vez que asume la carga de las enfermedades ajenas.

La tradición hipocrática seguía recordando que la medicina no podía ser ajena ni a la estructura del todo, ni al movimiento de sus partes. Su historia debía por tanto situarse en el contexto de la historia de la ciencia, donde la red de saberes que confluyen se hace tanto más racional cuanto mayor es la conexión entre ellos. En la obra de J. M. López Piñero está muy presente este principio, haciendo de su historia de la medicina un tronco constantemente rebrotado de disciplinas afines cuyo entendimiento podía traducirse en una aplicación médica. Publicó numerosos trabajos relacionados con la importancia que tuvo el conocimiento de la “naturaleza americana” en la España del siglo XVI, destacando los relacionados con la expedición científica a Nueva España del médico de Felipe II Francisco Hernández[2], o con el impacto que produciría la obra de José Acosta, la Historia natural y moral de las Indias. Del contenido de esta obra quiso dejar una constancia muy explícita de la relación entre medicina, botánica y geografía en el artículo “Las plantas medicinales y la descripción de la ‘enfermedad de montaña”[3]. Sobre esta línea de trabajos que tienen como telón de fondo el componente ambiental de las enfermedades, y de forma más precisa, el estudio de los vegetales buscando sus aplicaciones médicas, podemos citar sus contribuciones a la Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona de Castilla, con títulos como “La medicina”[4], “La historia natural de las plantas”[5] y “Los jardines y los laboratorios de ‘destilación”[6]. Todos estos trabajos nos permiten entender lo que el origen de la botánica le debe a la investigación médica.


La geografía

No conocemos una relación exhaustiva de todas las publicaciones de J. M. López Piñero, por lo que no podemos afirmar que la geografía no aparezca explícitamente mencionada en el título de alguna de ellas. Sin embargo, no es estrictamente necesario que así sea para concluir que esta disciplina sí fue relevante dentro de su construcción interdisciplinar. Figura, por ejemplo, con autonomía dentro del conjunto de “saberes científicos” relacionados en el Capítulo IV de su principal obra de síntesis Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII[7]. Con algunas variaciones, que incluyen textos originales e ilustraciones, este mismo capítulo titulado “La geografía” también forma parte de los considerados como de “fundamentos científicos” en su otro libro El arte de navegar en la España del Renacimiento[8]. Esta es sin duda la obra que mejor representa la presencia del saber geográfico en las investigaciones de J. M. López Piñero. Hace una excelente síntesis de la astronomía, de la geografía matemática, de la náutica y de la cartografía del siglo XVI, puestas al servicio del descubrimiento y conocimiento del mundo. El médico y el geógrafo hacían coincidir sus miradas en los territorios buscados por el naturalista, y poblados de animales y plantas, cuyo inventario era imprescindible realizar para dirimir las cuestiones relacionadas con el geomorfismo y la unidad o diversidad específicas.

Con el significativo título de “humanismo geográfico” entendió el desarrollo de la geografía en una de sus etapas más brillantes, los siglos XV y XVI. Se refiere a dos descubrimientos en gran medida simultáneos. Por una parte se descubre el “mundo antiguo” con la traducción y difusión de la Geografía de Ptolomeo; y por otra entran en la esfera del conocimiento los “mundos nuevos” descubiertos por navegantes y exploradores. No se producirá sin más una acumulación de nuevos territorios, de sus descripciones y de los mapas que los representan. Hay debates y polémicas científicas que reflejan formas diferentes de pensar el mundo; por ejemplo, la referida a si la Tierra ha de ser un cuerpo único (globo terráqueo), o debería estar formada por dos esferas, la de la tierra y la del agua, como sostenía la Iglesia a la luz de la geografía bíblica. En los capítulos citados sobre “La geografía”, J. M. López Piñero propuso un programa de análisis de este periodo, referido a España, con subperiodos, autores y obras, que debe ser de consulta obligada para quien quiera adentrarse en el estudio y la investigación de la historia de la ciencia en el Renacimiento.


La historia de la ciencia

Debemos reconocer la trascendencia de la obra de J. M. López Piñero en el área de la Historia de la Ciencia en el dibujo de otro círculo de radio superior a los dibujados previamente en torno a disciplinas como la medicina, la historia natural, la botánica o la geografía. La implicación es ahora multidisciplinar, haciéndose acreedor por tanto a una proyección social cualitativamente diferente. En tres apartados reconocemos estos méritos excepcionales.

El primero se relaciona con una labor que podemos calificar de infraestructural, proporcionando información básica a los investigadores en formación y formados. Son de un valor nunca suficientemente apreciado las Colectas, los Repertorios y los Diccionarios, que habitualmente, dada su amplitud, son de autoría compartida. Sirvan dos ejemplos suficientemente demostrativos de este apartado de la obra de J. M. López Piñero: el Diccionario histórico de la ciencia moderna en España[9], y la Bibliographia médica hispánica: 1475-1950[10].

En segundo lugar calificamos de mérito excepcional un trabajo y una obra directamente implicados en un proceso de institucionalización científica. Recordando, a propósito, algún capítulo de la Física, es el autor y su obra quien ejerce las funciones de núcleo de condensación, dando como resultado la aparición de la institución especializada. Nos referimos al Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia, cuya labor se proyecta a la comunidad científica a través de esa excelente publicación que son los Cuadernos Valencianos de Historia de la Medicina y de la Ciencia, en sus tres Series, Monografías, Textos clásicos y Repertorios bio-bibliográficos. Estos Institutos también cumplen la función de recordarnos que las Universidades no son sólo Academias que organizan la difusión del conocimiento, sino, y principalmente, centros donde se produce el conocimiento de valor universal.

Por último, debemos valorar la contribución que J. M. López Piñero hizo a través de varios de sus trabajos a la superación de la conocida “polémica de la ciencia española”. Ni los panegiristas, para su apología, ni los pesimistas, para su crítica, necesitaban profundizar en el devenir de un desarrollo científico, cuyo conocimiento era inexcusable para no caer en la equivocación de que era posible la formación de un gran imperio sin el concurso de un progreso científico-técnico paralelo. Fijó su posición con claridad en “El papel social del científico en la España del Renacimiento”[11], rechazando la posición al respecto de los ideólogos de la España imperial, que al negar dicho progreso evitaban reconocer las influencias extranjeras y la importancia de una base autóctona con un destacado componente judío, criptojudío o converso. Evidentemente España compitió en la cima, en dicho periodo, en los campos de la astronomía, la geografía, la náutica, la cartografía, la historia natural, la mineralogía, la ingeniería militar, la arquitectura y la medicina. Y en virtud del mismo principio, en “La sociedad española y la revolución científica”[12], explicó por qué el trazado de la curva que representaba el progreso científico-técnico era diferente. Ahora la historia de la ciencia debía ser incrustada en la historia social del siglo XVII, sujeta a otros determinantes: crisis económica, pérdida de la hegemonía política y reforzamiento ideológico con la contrarreforma.

La inflexión fue en efecto profunda, y ello contribuyó a realzar en el último cuarto de siglo el episodio, o tal vez fenómeno, de los novatores. J. M. López Piñero habla de movimiento de renovación de la ciencia española, protagonizado por algunos autores como Juan Bautista Juanini, Juan de Cabriada, Juan Caramuel y José Zaragoza, entre otros; y tal vez se trate de un movimiento preilustrado. Pero se suscitan dudas si, por ejemplo, incluimos al padre Zaragoza en este grupo. En rigor se trata de las dudas nunca resueltas sobre el alcance de la criptociencia en España en los siglos XVI-XVIII. Llamamos criptociencia a un fenómeno de ocultación voluntaria u obligada de las formas de pensar y de expresión (clases y publicaciones) como defensa frente a fuertes presiones ideológicas y represiones violentas que podían afectar al estatus social, incluso vital, de científicos y pensadores. Del padre Zaragoza dice J. M. López Piñero, refiriéndose a su cautela respecto al problema de los sistemas planetarios, que era “partidario en secreto del heliocentrismo y el movimiento de la tierra”[13]. Sin embargo, en la Esphera, su obra principal, dejó testimonios inequívocos de su anticopernicanismo cuando habla del sistema de Copérnico como de la “restauración de una sentencia ya anticuada y puesta en olvido”, en referencia a sus precedentes, los sistemas de Pitágoras y Aristarco de Samos, o de una mera hipótesis o suposición en su parte matemática, que diferencia de su parte herética por ser “errónea en la fe”. Respecto a la posición y movimiento de la Tierra afirmó que “estaba en medio de los cielos” y era “el centro del Universo”; y concluye: “la sentencia a mi juicio verdadera niega todo movimiento a la tierra”[14]. ¿Debemos considerar entonces al padre Zaragoza un destacado miembro del movimiento de renovación de la ciencia española en las últimas décadas del siglo XVII, o tal vez, al escribir abiertamente a favor de una cosmografía precopernicana no sería sino una pieza clave del engranaje intelectual contrarreformista? ¿O quizás pasó por varias fases, en las que fue modificando sus convicciones? J. M. López Piñero debió tener estas dudas u otras similares respecto a lo que significaba la expresión “partidario en secreto del heliocentrismo”, pero su resolución ofrece dificultades extremas a la investigación, porque en lo más profundo late siempre la diferencia entre lo que se piensa y lo que se sabe, y aun agravada por lo que se cree.

La interpretación más brillante, a nuestro juicio, sobre la historia de la ciencia en España la hizo J. M. López Piñero en su trabajo “La marginación de la ciencia en la España contemporánea”[15]. Rechazó el modelo de una historia con discontinuidades, centrada en “grandes figuras” que surgían por generación espontánea. Este era el modelo defendido por M. Menéndez Pelayo, por el propio S. Ramón y Cajal, y con más firmeza por J. Ortega y Gasset. Sostuvo, por el contrario, el peso de la tradición y del desarrollo continuado con altibajos, y a veces en condiciones de extrema dificultad, que, según nuestra opinión, podían explicar la existencia del curso paralelo de la criptociencia. Desarrolló este planteamiento con un concepto, el de “generación intermedia”, y un ejemplo histórico. La conclusión es la siguiente. Las grandes figuras de la ciencia española de la Restauración no se pueden entender sin su precedente o “etapa intermedia: las condiciones del trabajo científico en la España del reinado de Isabel II y del periodo 1868-1875”. Debemos recordar a propósito de esta interpretación que unos años antes, J. M. López Piñero, en el Estudio Preliminar a la obra de D. J. S. Price, Hacia una ciencia de la ciencia, había recordado la famosa “ley del desarrollo acelerado de la ciencia” de Engels, según la cual “la ciencia progresa proporcionalmente a la masa de conocimiento acumulado por la generación precedente”[16].

El mensaje final que nos transmite este trabajo, que bien podría ser metáfora de toda su obra, es doble. Por una parte, es una cuestión de justicia prestar la atención que se merecen a las “generaciones intermedias”; y por otra, es un mensaje de esperanza y de optimismo para las generaciones de cualquier época, diciendo a los investigadores que ellos son los protagonistas de cada momento, y que cada momento puede tener sus “grandes figuras”. La reconstrucción de este orden temporal en el curso de la ciencia es uno de los grandes méritos que debemos reconocer y recordar de José María López Piñero.

 

Notas

[1] Laín Entralgo, 1962, p. III.

[2] López Piñero, 1991, y López Piñero et al., 1996a.

[3] López Piñero et al., 2003.

[4] López Piñero, 2002a.

[5] López Piñero, 2002b.

[6] López Piñero, 2002c.

[7] López Piñero, 1979a.

[8] López Piñero, 1979b.

[9] López Piñero et al., 1983.

[10] López Piñero et al., 1996b.

[11] López Piñero, 1979c.

[12] López Piñero, 1979d.

[13] López Piñero, 1979d, p. 69.

[14] Zaragoza, 2006, p. 45-46 y 195-197.

[15] López Piñero, 1979e.

[16] López Piñero, 1973, p. 12.

 

Bibliografía

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ZARAGOZA, J. Esphera en común celeste y terráquea. Edición facsímil de la publicada en 1675. Madrid: Real Sociedad Geográfica y Universidad Politécnica de Madrid, 2006.

 

© Copyright Antonio T. Reguera Rodríguez, 2010. 
© Copyright Scripta Nova, 2010.

 

Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.

 

Ficha bibliográfica:

REGUERA RODRÍGUEZ, Antonio T. José María López Piñero. La búsqueda del orden temporal en el mundo de la ciencia. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de noviembre de 2010, vol. XIV, nº 343 (15). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-343-15.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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