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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVI, núm. 391, 10 de febrero de 2012
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

LOS MA`ABIR O PUNTOS DE CRUCE EN EL BEIRUT DE LA GUERRA CIVIL

Juan Ruiz Herrero
Doctor en Estudios Árabes e Islámicos por la Universidad Autónoma de Madrid
jrmanhattan@hotmail.com

Recibido: 17 de enero de 2011. Devuelto para revisión: 20 de octubre de 2011. Aceptado: 3 de noviembre de 2011.

Los ma`abir o puntos de cruce en el  Beirut de la guerra civil (Resumen)

Durante la Guerra Civil libanesa, la capital Beirut y su periferia se vio escindida en dos mitades en función de una lógica de segregación confesional que liquidó en gran medida el carácter mixto de numerosos vecindarios. La fractura que dividía un tejido urbano de considerable complejidad correspondía a la línea de demarcación, el principal frente del conflicto que, aparecida con el inicio de las hostilidades en 1975, impondría hasta 1990 una reinterpretación del espacio a nivel social, económico y político. El acceso entre ambos sectores, Este y Oeste, quedaría a expensas de los ma´âbir, puntos de paso controlados por la autoridad militar libanesa y por las diferentes milicias que, con su funcionamiento cada vez  más aleatorio, jugaron un papel central en la imposición de dinámicas comunitariamente endogámicas. Su particular idiosincrasia, alternada con la profusión de los puntos de control en la totalidad del territorio, esbozan una geografía amputada que condiciona hasta el presente las representaciones de alteridad de los libaneses.

Palabras clave: Líbano, guerra civil, demarcación, paso, milicias, secuestros.

Crossing the lines: the “mâabir” in civil war Beirut (Abstract)

During Lebanese Civil War, Beirut and its suburbs found themselves split in two halves, following a logic of communitarian segregation which largely destroyed the diversity which had traditionally characterized many of those neighborhoods. The fracture dividing an extremely complex urban tissue was the demarcation line, the main front of the conflict which, after appearing during the first round of fights in 1975, would impose until 1990 a sharp reinterpretation of the space on the social, economic and politic levels. The access between both areas- East and West- would then be at expense of the “ma´abir”, crossing points controlled by the military Lebanese authority as well as by the different armed organizations which, with its increasingly random working order, played a crucial role in the imposition of endogamic communitarian dynamics. Its particular idiosyncrasy, in connection with the countless checking points scattered through the territory, sketches a severely amputated geography which determines until nowadays the representations of otherness among the Lebanese.

Key words: Lebanon, civil war, demarcation, crossing, militias, kidnapping.


Atravesar la ciudad en la que se reside constituye a priori una banalidad a la que en 1984 un gran porcentaje de la población beirutí se había acostumbrado a renunciar de forma permanente. La lógica de separación impuesta por una línea de demarcación que constituía el principal eje de hostilidades a nivel nacional había terminado por entonces con la mayor parte de los contactos de carácter económico, social o cultural entre sectores Este y Oeste. Tras nueve años de guerra civil perpetuamente renovada, las dos mitades de la capital libanesa habían generado dinámicas urbanas fundamentalmente discordantes, marcadas por una evolución hacia las respectivas periferias, progresivamente integradas en dos conjuntos económicos y residenciales que se daban la espalda el uno al otro. Sus únicos puntos de contacto los representaban toda una serie de brechas de caprichoso funcionamiento, los llamados ma`abir o puntos de paso, que con sus aleatorias aperturas y repentinos cruces consistían exiguos respiraderos entre ambas zonas.

Señalemos en cualquier caso desde el principio que pocos conflictos como la Guerra Civil libanesa poseen una capacidad similar- por su complejidad, su duración, su carácter progresivamente inextricable- para exasperar al lector que a ella se aproxima. Obviamente no procede en estas líneas dar cuenta de quince años de alianzas perpetuamente alteradas y revertidas, de superposiciones constantes de actores locales, regionales e internacionales ni del amargo desfile de iniciativas, mediaciones y propuestas de acuerdo que naufragaron en un proceloso océano de violencia comunitaria y antagonismos ideológicos. Apuntaremos en todo caso dos aspectos particularmente pertinentes para aquél que no se encuentre familiarizado con su desarrollo. En primer lugar, el llamativo contraste entre cada una de sus sucesivas etapas. Lo que inició como un combate abierto entre dos grandes alianzas- una de milicias cristianas y otra de organizaciones armadas confesionales musulmanas y laicas progresistas asistidas por la Resistencia palestina- devino, a partir de la intervención siria de junio de 1976 en un enrevesado ciclo de oposiciones intermitentes y recíprocas, hasta el punto que algunos autores llegan a hablar de “las guerras de Líbano[1]”. Así las cosas, a pesar de la aparente dualidad que preside el panorama político nacional cuando la invasión israelí de 1982 da cuenta de la presencia de la OLP, el latente proceso de resquebrajamiento de los dos bloques antagonistas que habían iniciado el  conflicto se acentuaría a lo largo de los años 80, con la consiguiente multiplicación de frentes, áreas de influencia y hostilidades entre aliados nominales y actores supuestamente vinculados a un mismo credo político o a la defensa de los intereses de una misma comunidad.

No obstante- y como segundo punto- la oposición entre, por un lado, regiones Este (la mitad oriental de la capital y las regiones del Monte Líbano al norte de Beirut a lo largo de la costa hasta el área de Batrún) mayoritariamente cristianas y, por otro, las zonas Oeste, principalmente musulmanas, dominará la percepción del espacio de los libaneses durante los quince años de conflicto, incluso cuando cada uno de esos bloques se vieran divididos por numerosas fronteras internas. En ningún lugar la escisión posee un carácter tan diáfano como en la capital, recorrida por una línea de demarcación que creaba dos urbes contrapuestas y progresivamente enajenadas mutuamente. Cabe recordar de hecho que el acto inaugural del largo conflicto fratricida en 1975 había correspondido precisamente con la destrucción del centro de la ciudad, amplio espacio administrativo, comercial y cultural que albergaba buena parte de los ministerios, numerosos cines y teatros, innumerables cafetines y prostíbulos además de los zocos. Espacio privilegiado de mezcla comunitaria, su transformación en no man´s land perforado por la artillería y sembrado de impactos de metralla, así como en extremidad occidental de la nueva línea de demarcación, resultaba coherente con la labor de homogeneización confesional auspiciada por las diferentes milicias.

Así las cosas, las organizaciones armadas pretendían asentar su legitimidad como fuerzas bélicas y entidades de gestión administrativa generando áreas y distritos que, marcados por un único signo comunitario, les permitieran arrogarse una representatividad determinada en tanto que guardianes de una identidad y defensores de un sector de la población en un contexto de guerra. De esta forma, la liquidación de los escasos núcleos heterodoxos de las respectivas periferias favoreció la salida generalizada de ciudadanos que, presas del temor, prefirieron abandonar los barrios donde podían llevar generaciones asentados, a favor de un entorno en el que su adscripción comunitaria concordara con la del nuevo proyecto político surgido de los cañones. En 1984- año que aquí tomaremos como referencia y cuya relevancia explicitaremos más adelante- el objetivo se había alcanzado en gran parte. Por un lado, las zonas este, sometidas al control homogéneo de las Fuerzas Libanesas, habían quedado virtualmente vacías de cualquier familia musulmana. En Beirut Oeste, por el contrario, la diversidad confesional había conseguido mantenerse hasta cierto punto. Constante teatro de batalla entre facciones confesionales musulmanas y organizaciones progresistas nominalmente aliadas entre sí, la mitad occidental de la capital seguía dando cabida a miles de ciudadanos cristianos, si bien es cierto que su presencia se había visto fuertemente contraída. Así, según Elisabeth Picard, en 1987 su número sería cinco veces menor al del inicio del conflicto[2].

Resulta necesario, no obstante, subrayar desde el principio la anormalidad que semejante segregación suponía para Beirut, donde el tránsito de personas y productos entre barrio y barrio se había manifestado tradicionalmente como un vector de articulación y cohesión territorial. Como afirma Nabil Beyhum, por mucho que la distribución espacial a la que condujo la línea de demarcación parezca a primera vista reforzar toda una serie de teorías clásicas sobre la sociedad libanesa, lo cierto es que vino a oponerse a algunos de sus comportamientos más habituales[3]. Así, cuando aquélla apareció en 1975, se contabilizaba en 100.000 el número de personas que regularmente la atravesaban, ya fuera para atender a sus obligaciones laborales, para hacer uso de las infraestructuras o instituciones oficiales presentes en el otro lado o por cualquier otro motivo[4]. Ahora bien, nueve años más tarde la mayor parte de los ciudadanos habían cubierto esas mismas necesidades replegándose en su entorno más inmediato. De esta manera, cada una de las dos mitades de la capital presentaba una relativa autarquía que en gran medida permitía olvidarse de aquello que quedaba del otro lado.

Nuestra contribución pretende pues presentar las dinámicas que controlaban el acceso de un lado a otro de la capital, así como indagar sobre las representaciones de alteridad entre los ciudadanos propiciadas por una segregación urbana de carácter comunitario. Para ello, en aras del pragmatismo, hemos establecido una serie de criterios de selección espacial y temporal que nos permitieran abordar un conflicto tan fundamentalmente diverso como el que nos ocupa. En primer lugar, nos hemos limitado a la zona del Gran Beirut por considerar que su centralidad geográfica y política, así como su peso demográfico convertían la línea de demarcación de la capital en la zona de frotación político-comunitaria por excelencia durante la guerra. Así lo entendían de hecho los principales actores implicados en el mismo, que la utilizarían como caja de resonancia y primer teatro de operaciones para escenificar descontentos, presiones y acordar treguas. De esta forma, si bien cabe identificar no pocas otras líneas de paso a lo largo del territorio libanés durante el conflicto (como la que dividía el Norte entre fuerzas cristianas hostiles o la que separaba en el Sur la milicia títere de los generales Haddad y Lahd financiada por Israel de toda una serie de organizaciones chiíes o progresistas), las problemáticas que las presidían respondían a naturalezas locales fundamentalmente distintas cuyo análisis excedería los límites de las presentes líneas. Por otro lado, el carácter específicamente urbano de la línea de demarcación beirutí nos permitirá focalizarnos en dinámicas de reestructuración urbana ausentes en otras regiones y que no afectaron a ninguna de las otras grandes ciudades libanesas.

Desde el punto de vista cronológico, nos hemos concentrado en un periodo de cinco años en la segunda mitad del conflicto, el comprendido entre inicios de 1984 y finales de 1988. Dos criterios fueron retenidos para establecer esta selección. Primeramente, el considerable déficit de producción académica relativo a dicha etapa, debido bien a la ausencia de grandes campañas bélicas sostenidas (como la Guerra de los Dos Años de 1975-6) y momentos de intersección con otros ejes geopolíticos de la región medioriental (las intervenciones sirias de 1976 o 1990, la invasión israelí de 1982) o a la extravagante atomización de actores y frentes de oposición que desgajaron un territorio de apenas 10000 kilómetros cuadrados. En segundo lugar- y precisamente por lo anterior- porque la creciente dificultad imprimida a la operación del cruce, así como la multiplicación de variables de alteridad engendradas por aquellas evoluciones otorgan a esta etapa una condición privilegiada para analizar la segregación espacial y el establecimiento de dinámicas comunitariamente endogámicas en abierta contradicción con una tradición económica y cultural basada en la colaboración y la mezcla a nivel de identidad. Así, por ejemplo, los barrios Oeste de Beirut se verán escindidos en zonas de influencia cada vez más exiguas, como consecuencia de la creciente hostilidad entre las principales organizaciones armadas comunitarias- fundamentalmente chiíes, drusas, transconfesionales las menos. Por su parte, las zonas Este, si bien quedarían bajo el paraguas homogéneo de unas Fuerzas Libanesas cuya organizada estructuración habían transformado el territorio en un cuasi-cantón autónomo, las sucesivas líneas de oposición entre los dirigentes de la milicia única cristalizarían en otras tantas cicatrices y animosidades entre partidarios y clientes locales.

Las presentes páginas, por otro lado, forman parte de un estudio más amplio acerca de la vida cotidiana en la capital libanesa, dentro de los parámetros espaciales y temporales que acabamos de definir. Para reconstruir el día a día durante un conflicto bélico de intensidad moderada recurrimos fundamentalmente a dos fuentes. Primeramente, a un análisis exhaustivo de la prensa de la época que nos permitiera aislar acontecimientos y episodios puntuales a partir de los cuales resultara posible reconstruir las dinámicas que regían el principio del cruce. Pero en segundo lugar y principalmente, a varias decenas de entrevistas semi-directivas realizadas en Beirut a lo largo del verano de 2008. El valor de las mismas resultaba esencial para nuestros propósitos, puesto que se trataba de rescatar toda una serie de narrativas individuales que ilustraran las lógicas de percepción territorial en función de las cuales el día a día de los ciudadanos beirutíes se reestructuró dentro de un espacio ya de por sí considerablemente reducido. El interés de estos testimonios poseía una segunda dimensión, a saber, contribuir al debate sobre la memoria del conflicto en Líbano, ámbito sociológico y académico que tras más de una década de considerable ausencia del debate público- en consonancia con la políticas de amnesia implícita y explícitamente promovidas por autoridades oficiales y comunitarias- suscita desde hace algunos años considerable interés. Así pues, evocaciones y recuerdos contrapuestos a las fuentes documentales permitirán sugerir representaciones y reflejos que la mirada hacia atrás insinúa acerca de la percepción del presente. Nuestro enfoque en ese sentido resultará fundamentalmente interdisciplinar, entre la Historia Social y la Sociología Política, además de recurrir a instrumentos geográficos y antropológicos.

De esta manera, intentaremos explicitar las prácticas que presidían los ritos de paso entre una mitad y otra de la ciudad, así como la progresiva banalización de toda una serie de rutinas caracterizadas por una elevada endogamia espacial. Para ello procederemos a definir las lógicas que regían el funcionamiento de los puntos de paso, para acto seguido establecer qué tipo de dinámicas económicas, sociales o culturales subsistían a estas alturas del conflicto entre zonas Este y Oeste y analizar finalmente las representaciones de alteridad que alimentaron la división espacial y que a su vez se nutrieron de las realidades por ella impuesta. Partiendo del principio de que la operación del cruce resultaba objetivamente más complicada a medida que avanzaba el conflicto, procuraremos demostrar que la percepción de su viabilidad se establecía fundamentalmente en función de toda una serie de parámetros culturales e ideológicos, en gran parte paralelos a la identificación o no con el principio de segregación comunitaria auspiciado por los proyectos autonomistas de las milicias confesionales.


Los ma`abir a través del conflicto: puntos de contacto cada vez más exiguos

Si bien más adelante estudiaremos los motivos que justificaban un desplazamiento inexcusable al otro lado de la capital, adelantaremos ya que aquéllos que afirmaron continuar cruzando con una cierta frecuencia a partir de 1984 constituían una minoría considerable del total de los entrevistados. Cuando no se trataba de un rechazo absoluto a la idea de atravesar la línea de demarcación, determinado por el miedo o por posiciones políticas radicales, la dinámica fatigosa y aleatoria que caracterizaba el funcionamiento de los puntos de paso había terminado por obstaculizar o abortar el mantenimiento de los contactos entre ambos sectores. Porque, de hecho, los ma`âbir (plural de ma`bar, esto es, “lugar por donde se cruza”) conocerían a lo largo de nuestro periodo un comportamiento mucho menos regular y rutinario en comparación con la primera mitad del conflicto. Algunos de ellos cerraron de forma definitiva y durante ciclos de duración considerable el paso se restringía a una o dos aperturas que en ocasiones no reunían las mínimas garantías de seguridad para que los ciudadanos se aventuraran a intentar el trayecto.

Seis eran los puntos de paso que comunicaban durante la primera mitad del conflicto Beirut Este y Beirut Oeste. De Norte a Sur, se trataba del paso del Puerto, del puente rápido de Fuad Shehab- que delimitaba la zona del centro comercial, también conocido como el “Ring”-, el cruce de Sodeco, seguido del más célebre, el que unía la zona del Museo Nacional con el barrio popular mayoritariamente musulmán de Barbir. En las puertas de la periferia Sur se encontraba la rotonda de Tayyuneh y, por último, en el corazón de los suburbios, el de las Galerías Sem`an. Este último recibía su nombre de un establecimiento de venta de muebles ubicado en un cruce de la antigua carretera de Sidón. Como Jean Said Makdissi señala irónicamente en sus memorias, se trataba sin duda del local comercial que recibió más publicidad gratuita durante los años de conflicto, aunque sin duda sus propietarios habrían preferido el anonimato, puesto que del edificio en sí no quedaba a estas alturas de la guerra más que el nombre[5]. En el siguiente mapa presentamos su ubicación:

 

Figura 1. Ubicación de los puntos de paso entre Beirut Oeste y Beirut Este.

En este mapa se presentan los distritos del Beirut administrativo. En rojo se ha trazado el recorrido de la línea de demarcación entre las zonas Oeste y Este. La extensión aproximada del antiguo centro comercial, auténtico no man´s land  en la época que nos ocupa, queda marcada en azul. En verde aparecen señalados los cinco puntos de paso de la capital, a saber, de Norte a Sur, el del Puerto, el del Ring Fuad Shehab, el de Sodeco, el del Museo – Barbir y el de Tayyuneh. Los dos restantes, el de Galerías Sem`an y el que se abrió en el periodo, el de Kafa´at, quedaban ubicados varios kilómetros al Sur, en la periferia.

Fuente: Zurayk, 1985; p.30.

 

Hasta la invasión israelí del verano de 1982, el funcionamiento de todos los puntos respondía pues a una dinámica más o menos establecida. No significaba ello que el paso resultara placentero- ni siquiera liviano-, que no hubiera que esperar colas considerables o que los ciudadanos que los utilizaban no pudieran ser víctimas ocasionalmente de los francotiradores ubicados en los edificios derruidos de la línea de demarcación. No obstante, existía una cierta continuidad que permitía insertar el desplazamiento a la otra mitad dentro del repertorio de actividades cotidianas. Así, cuando a principios de 1981 la crisis de Zahle condujo a un resurgimiento de los combates a lo largo de los frentes tradicionales, los ma`âbir registraron por primera vez en mucho tiempo importantes alteraciones. Samir Kassir señala en este sentido que a partir del mes de febrero el de Sodeco quedó cerrado y que el 28 de marzo el del Museo interrumpió la circulación por primera vez desde el 15 de noviembre de 1976[6]. A partir de 1984, por el contrario, los cierres intermitentes de puntos de paso y su sustitución permanente por otros darían una idea del enmarañamiento de la situación sobre el terreno al tiempo que obraban definitivamente por la consolidación de las dinámicas sociales y económicas endogámicas.

Resulta necesario apuntar en este punto que 1984 marca el hundimiento definitivo de la autoridad estatal libanesa, cuyo ejército fue expulsado de la mitad occidental de la capital por una sublevación miliciana el 6 de febrero. El presidente Amin Gemayel procuraría acto seguido propiciar un marco de estabilidad a través de un Gobierno de Unidad Nacional que integrara a la mayor parte de fuerzas en conflicto y que se anunció a finales de abril. Bajo su impulso se aprobó un plan de seguridad que permitió la pacificación de una capital que llevaba varios meses sumida en el caos más absoluto. Así, el 10 de julio se anunciaba la apertura de los puntos de paso del Museo, Tayyuneh y Galerías Sem`an, seguidos en el mes de agosto por el de los tres restantes. El 1 de agosto, cuando sólo quedaba por abrir el del Puerto, los cinco ma`âbir restantes presentaban las siguientes cifras de tránsito[7]:

 

Cuadro 1.
Número diario de vehículos que atravesaban los puntos de paso en 1984

Punto de paso

Vehículos diarios

Puente Fuad  Shehab

2980

Sodeco

1140

Museo-Barbir

2240

Tayyuneh

2100

Galerías Sem`an

1170

Fuente: “As-Safir”, 2/8/1984.

 

No obstante, la nueva entidad gubernamental, que pretendía conciliar la lógica bélica y la civil otorgando a los líderes milicianos carteras ministeriales no tardó en revelar la amplitud de sus contradicciones y su escasa eficiencia. Las organizaciones armadas, a pesar de su inclusión en el poder oficial, no se comprometerían con la suficiente convicción con la consolidación de una legalidad que percibían con considerables aprensiones y que en última instancia anunciaba el final de sus respectivos proyectos comunitarios. Así, tras un ambiguo compás de espera, las milicias reanudarían su confiscación de los recursos económicos estatales y la marginalización del papel de sus fuerzas del orden sobre el terreno. Consecuentemente, el efecto del plan de seguridad para la capital resultó muy limitado en el tiempo, de tal forma que con la llegada del otoño de 1984, el cierre de uno o varios de los puntos de paso- ya fuera a causa de tensiones en la línea de demarcación, de las balas de los francotiradores o de los rumores ciertos o no sobre secuestros- se convirtió en incidente casi cotidiano. Así, el 29 de septiembre, unos enfrentamientos armados entre el ejército y elementos armados de Beirut Oeste condujeron al primer cierre en tres meses para el ma`bar del Museo y el primero en un mes en el caso de los del puente de Fuad Shehâb y el de Sodeco[8].  El 9 de octubre, unos combates internos en las Fuerzas Libanesas y la consiguiente inestabilidad en la zona Este condujeron al cierre de los seis puntos de paso. Según un artículo publicado en la prensa, el cierre “se reflejó de manera general en todas las zonas de Beirut, con una asistencia reducida de los empleados a sus puestos de trabajo”, mientras que “muchas empresas privadas, así como numerosos locales comerciales, permanecieron cerrados”. Además, “algunos de los viajeros que iban a utilizar el Aeropuerto Internacional de Beirut- ubicado en Beirut Oeste- se vieron obligados a aplazar su viaje al tiempo que muchos de los que volvían quedaban atrapados en el aeropuerto y fueron finalmente sacados con vehículos escoltados por el ejército”[9]. Indicio pues de la permanencia de este tipo de intercambios aún a finales de 1984, mucho más complicados a partir del año siguiente.

En 1985, en efecto, algunos de los ma`abir terminaron cerrando de manera prácticamente total. Así, a partir de la primavera, los pasos del Ring de Fuad Shehab y Sodeco se clausuraron definitivamente. El de Galerías Sem`an se vio sellado también de forma absoluta, aún más al encontrarse en la zona militar progresivamente controlada por Hizbollah. El del Puerto no tardó en hacer lo propio, igual que el de Tayyuneh, cuya reapertura se evocó a lo largo de 1987 sin que esta voluntad se concretara de modo alguno[10]. Paralelamente, aparecieron en 1985 otros tres nuevos puntos de paso que se repartirían con el del Museo el grueso de los tránsitos hasta el final del conflicto. Primero, el de Qasqas-Masaleh, ubicado entre el del Museo y Tayyuneh. Por otra parte, el de Kafa´at- Hadaz, al sur de las Galerías Sem`an. Este último, que terminaría siendo durante largos meses el único paso abierto al público entre los dos sectores, se inauguró durante la primavera de 1985[11] ante el cierre reiterado de los ma`âbir tradicionales. Un año más tarde veía pasar cada día unos 5000 vehículos. Se trataba en realidad de un tramo de autopista inutilizado por el conflicto, establecido por las autoridades atendiendo a diferentes ventajas. En primer lugar, presentaba el paso geográficamente más inmediato entre la zona Este y el Aeropuerto Internacional de Beirut, cuya inaccesibilidad desde las zonas cristianas se convirtió en un importante causus belli de la etapa. En segundo lugar, al situarse en una zona no urbanizada, los francotiradores no podían utilizar construcciones ubicadas en las proximidades para instalarse y castigar a los peatones. Por último, esa misma ausencia de tejido urbano en sus extremos dificultaba los secuestros o, en su defecto, permitía la detención rápida de sus autores. El punto de paso de Kafa´at permanecía además abierto día y noche, bajo control de la novena brigada del ejército, si bien no escapó a los cierres intermitentes y en la práctica fue alternando sus periodos de apertura con el de Qasqas- Masaleh[12].

El tercer punto de paso que vio la luz en nuestra etapa, conocido como el de los Franciscanos- por la escuela religiosa ubicada en su extremidad Este- se había practicado en realidad a través del Hipódromo de Beirut y, por eso mismo, sólo resultaba transitable para los peatones. Se trata de hecho de otro fenómeno interesante que aparece en la gestión de los puntos de paso durante el periodo: su especialización. Así, el punto del Museo se designó a finales de 1985- después de un año plagado de temporadas permanentes de cierre y con interrupciones casi cotidianas en el flujo- como punto de paso exclusivo para diplomáticos, ejército, ambulancias y miembros de parlamento, que hasta entonces transitaban por el de Franciscanos. Éste, a su vez, quedaba ahora a servicio de los peatones[13]. En la novela de Imân Ħamidân Yunes “Bâ mizlu bayt… mizlu bayrût” se describe el paso de Beirut Oeste a Beirut Este a través de las ruinas del Hipódromo:

Esta vez se abrió el punto de paso del Hipódromo-Franciscanos. Siempre cambian los puntos de paso. ¿Hay alguna razón para que hayan elegido hoy éste o es simple casualidad? En mitad del punto de paso me paré a tomar aire. El lugar es enorme, parece un mar cuyas olas evitaran acercarse a las barricadas de arena. Es otra atmósfera. El cielo está cerca y el horizonte es amplio. Parecía un día de primavera. El barro oscuro estaba fangoso, brillaba amarillo bajo los rayos del sol. Los establos de techos de hojalata fina se alzaban desiertos, piedras y altas hierbas se distribuían sobre la hojalata para evitar que el viento la levantara. No pasaba ningún caballo, ni asomó su cabeza por encima de la puerta del establo. No se escuchaba ni un relincho ni un trote que indicara que seguía habiendo vida.[14]

Así las cosas, a partir de 1985 el cruce resultará una operación sumamente azarosa, comprometida por toda una serie de variables y coordenadas considerablemente aleatorias, a través de unos puntos de funcionamiento intermitente. En semejantes circunstancias, resulta necesario preguntarse quién continuaba integrando el cruce hacia la otra  mitad entre sus hábitos, si no cotidianos, al menos relativamente periódicos.


¿Quién seguía cruzando tras diez años de guerra?

Para responder a esta pregunta, estableceremos diferentes categorías de análisis que nos permitirán comprobar de qué modo se vieron afectadas las diferentes dinámicas de contacto entre ambas mitades de la capital, en qué medida existía un margen para la adaptación o si por el contrario se trataba de intercambios inviables en semejantes circunstancias y condenados a disolverse.


La parálisis de los movimientos pendulares laborales

Como apuntábamos en la introducción, la reestructuración económica impuesta por la destrucción del centro de la ciudad y la dificultad de cruzar los puntos de paso condujo a la aparición de nuevas zonas comerciales en el interior de los barrios Oeste y Este, al mismo tiempo que las empresas limitaban su campo de actuación de forma natural a cada uno de esos ámbitos. Los ciudadanos podían desplazarse con una cierta facilidad hacia otras regiones relativamente distantes dentro de sus propios conjuntos geográficos pero tendían a excluir el paso a la otra zona, que podía encontrarse a apenas unos cientos de metros. Sirvan como ejemplo estos dos testimonios:

La empresa en la que trabajaba desde 1982 estaba en la zona de Mkalles (periferia Norte), así que subía allí todos los días. Nuestra empresa trabajaba con la zona del Kesrewan y con Beirut, aunque en la última época todo se hacía con la zona del Kesrewan. Nunca iba a Beirut Oeste. Teníamos a jóvenes que vivían en esa zona, musulmanes. Trabajaban con nosotros pero venían sólo una vez a la semana o una vez cada diez días. Nos traían todas las facturas y recibos a la empresa, los dejaban y se iban. [15]

Íbamos a Yieh (al sur de Beirut), al mar, a Tiro si estaban por entonces abiertas las carreteras. A Ramlet el-Baida, a Manara (Beirut Oeste). En invierno subíamos a Baruk (Shuf), a Baalbek (Bekaa), se subía a Damur, se pasaba por la carretera de Beiteddin y desde ahí por el puente a la Bekaa. Pero pasé una sola vez a la zona Este, durante los enfrentamientos entre Amal y Hizbollah, ya que no había pan aquí. Las carreteras estaban cortadas, la harina no llegaba y no se podía hacer pan. Ésa fue la única vez que pasé.[16]

Así pues, la primera constatación que podemos establecer a partir de las entrevistas es que la mayor parte de personas cuya situación laboral o académica requería un desplazamiento cotidiano de un lado a otro de la línea de demarcación se vieron en la obligación de adaptarse de alguna forma a un contexto en el que dicha operación podía requerir interminables horas de espera o simplemente resultar imposible en la mayor parte de los casos. Este fue el caso, por ejemplo, de una entrevistada residente en el barrio de Beirut Oeste de Nueiry, cuya familia había regresado de la emigración en 1982 con la promesa de un nuevo comienzo tras la invasión israelí. Así, su padre consiguió recuperar su puesto de trabajo en la zona industrial de Mkalles- periferia de Beirut Este. No obstante, a partir de 1984 llegar a la fábrica resultaba cada vez más complicado, de tal modo que muchos días se veía forzado a quedarse en casa. Así las cosas, cuando resultó alcanzado en la pierna por un francotirador mientras atravesaba un ma`bar, la familia decidió volver a hacer las maletas[17]. Un segundo entrevistado refirió otro caso ilustrativo a este respecto. Procedentes de la zona Este, su padre trabajaba en una oficina en la zona de Hamra (Beirut Oeste). Llegados a esta época, resultaba imposible al padre de familia realizar el desplazamiento cotidiano entre hogar y puesto laboral, con lo que tomaron la decisión de instalarse en el vecindario de Musaytbeh, en la zona Oeste. Se trata así de un caso excepcional de movimiento de cristianos de Beirut Este a Beirut Oeste durante la etapa[18].  Presentemos un tercer ejemplo. Se trataba de una joven originaria de Ashrafiyyeh (Beirut Este) que estaba inscrita en un instituto de formación profesional en Karakol el-Druz (Beirut Oeste). Con el cierre frecuente de puntos de paso y las consecuentes aglomeraciones en aquellos que quedaban abiertos, el trayecto llegaba a dilatarse a tres horas de ida y otras tantas de vuelta, con lo que acabó aceptando la invitación de una compañera musulmana residente en el vecindario, en casa de cuya familia se quedaba a dormir entre semana[19].

¿Quién seguía cruzando pues los ma`âbir? En uno de sus artículos para el diario francófono “L´Orient- Le Jour”, publicado originalmente en mayo de 1984, Gaby Nasr establecía la siguiente categorización:

Aunque el esquematismo confesional utilizado pueda suscitar suspicacia, la visión general que plantea no deja de resultar útil. Así, al inicio de nuestro periodo encontramos dos tipos de desplazamientos de carácter laboral predominantes: el de obreros y trabajadores manuales que pasaban de Oeste a Este y el de hombre de negocios que realizaban el trayecto inverso. Ambos modelos no obedecen tanto a una jerarquización de los puestos de trabajo en función a un criterio confesional (en virtud a una engañosa identificación cristiano- ejecutivo; musulmán- trabajador no cualificado[21]), sino más bien a una distribución geográfica de los sectores económicos: mientras que el barrio de Hamra, corazón del Oeste, constituía la principal arteria del sector bancario y en general de servicios de toda la capital, la zona este contaba con la mayor área industrial de Beirut- en su periferia-, además del puerto, que daba empleo a miles de personas. Habría que relativizar pues el aspecto comunitario y considerar que Beirut Oeste atraía a gran parte de los profesionales y puestos directivos de la capital, mientras que en el Este se contaba con numerosas ofertas de trabajo relacionadas con el sector secundario que, en un contexto ordinario previo a la aparición de líneas de demarcación, se cubrían indistintamente con trabajadores de diferentes áreas de la capital. No obstante, en los testimonios anteriores hemos presentado precisamente dos casos de cómo tanto el trabajador del Oeste que iba a la zona Este como el hombre de negocios que realizaba el trayecto contrario hubieron de renunciar a este tipo de desplazamiento cotidiano en razón de las circunstancias. Ante, si no la desaparición, sí la reducción considerable de los cruces ligados a una rutina laboral, ¿qué ciudadanos seguían atravesando los puntos de paso?


Lazos que se conservan: visitas familiares y afinidades ideológicas

Nos queda un tercer modelo del esquema anterior que corresponde a varios de los testimonios recogidos en los que el cruce se realizaba con una determinada frecuencia, a saber, el del cristiano del Oeste que pasaba a visitar familiares o amigos en la zona Este. Su posición era efectivamente aquella que permitía encarar el trayecto con menos temores, puesto que si la zona occidental constituía el hogar, el marco cotidiano y el lugar de enraizamiento social en muchos casos, se sabía que el vínculo confesional con la zona Este suponía una garantía suficiente para superar los puestos de control, además de la existencia por lo general de numerosos contactos que podían servir de refugio si se iniciaba un combate. Éste era el caso, por ejemplo, del entrevistado previamente aludido, reinstalado en la zona Oeste a principios de nuestro periodo y que solía regresar a Beirut Este para visitar a familiares y amigos, si no siempre todos los fines de semana, sí varias veces al mes[22]. El modelo de cristiano de Beirut Oeste que transitaba con mayor facilidad por los ma`âbir necesita no obstante determinadas puntualizaciones y correspondencias para poder reflejar satisfactoriamente un fenómeno sociológico consistente.

En primer lugar, porque algunos de los cristianos de Beirut Oeste no contaban con familiares en la zona Este o con contactos de la suficiente solidez que justificaran el desplazamiento. Algunos de ellos, pues, no cruzaron ni una sola vez o bien muy raramente en nuestra etapa las líneas de demarcación, en gran parte porque tampoco frecuentaban particularmente aquellos barrios antes de 1984 ni antes de 1975. Es el caso de la siguiente entrevistada, casada con un musulmán:

No iba nunca, nunca, a la zona Este. Con la gente que tenía allí podía hablar por teléfono. Era peligroso pasar. Vivíamos aquí y mis amigos de la otra zona venían muchas noches a nuestra casa. Antes de la guerra tampoco es que fuera mucho hacia allá, porque toda mi familia vivía aquí antes de la guerra, si bien luego algunos se fueron a Beirut Este. [23]

Paralelamente, los residentes de Beirut Este que recordaban atravesar los puntos de paso con una cierta frecuencia lo hacían en muchos casos para visitar a familiares, a quienes, ya fuera por circunstancias relativas a la edad, a la movilidad o a determinados aspectos personales, realizar el desplazamiento inverso les resultaba más complicado. Un buen ejemplo es el caso de la siguiente entrevistada:

Yo nací  y viví siempre en Yunieh (capital del Kesrewan, periferia Norte, zonas Este), de donde era mi padre. Pero mi familia (materna) es de Beirut (Oeste), de Hamra y Mazra`, así que yo conocía Beirut y esa zona más que Ashrafiyye (Beirut Este), que sólo pasé a conocer cuando fui a la universidad. (…) Mi abuela y mi tía estaban allí. Mi abuela, cuando los problemas empezaron a multiplicarse en la zona vino a vivir con nosotros porque ella estaba sola. Pero mi tía se quedó en casa. (…) Cruzábamos pues a visitarlas. Recuerdo estar parada en los puntos de paso, porque controlaban y revisaban- calor, esperar, se podía esperar una hora, más o menos. A veces no se pasaba en absoluto, se te decía que había francotiradores y tenías que volverte. (…) Nosotros nunca tuvimos problemas en los ma`âbir, pero también se tomaban muchas precauciones. Mi familia tenía mucho cuidado y  sólo se iba si había calma al cien por cien y los caminos estaban abiertos y tal. Si no, no íbamos. Y si las cosas estaban complicadas no pasábamos, con lo que a veces pasaban periodos muy largos y no íbamos a casa de mi tía. (…) Con el tiempo ya no es que fuera algo natural, al final íbamos muy poco. En esa época murió mi abuela, en 1986, en Yunieh y no pudimos ir a enterrarla en Hamra porque había problemas de seguridad. Así que tuvimos que enterrarla en Ashrafiyyeh y un año después más o menos volvimos a sacarla y la enterramos en Hamra.[24]

La vinculación que justificaba el desplazamiento más o menos frecuente hacia la zona Oeste, que la desmitificaba como entorno fundamentalmente hostil, no revestía en cualquier caso de forma necesaria la naturaleza de los lazos familiares o de parentesco. En algunas ocasiones se trataba de una correspondencia ideológica con el universo progresista- socialista o comunista- con el que las fuerzas emanadas de la zona Oeste se identificaban nominalmente al principio del conflicto, por mucho que a estas alturas del mismo la progresión de las disensiones confesionales y el auge del islamismo hubieran redefinido los parámetros políticos predominantes. Si bien la mayor parte de intelectuales progresistas cristianos abandonaron la zona Este durante los dos primeros años de la guerra, aún subsistían individuos cuyo enraizamiento familiar o laboral justificaba la permanencia en un sector dominado por una ideología autoritaria fundamentalmente opuesta a sus convicciones. Éste era el caso del siguiente entrevistado:

Cuando salía con amigos cristianos, íbamos a Yunieh, a Ashrafiyyeh, lo más lejos a Biblos (periferia Norte, zonas Este). Pero como yo era de izquierdas, no tenía problemas en ir a Beirut Oeste, así que iba allí, daba vueltas. Iba al Sur, iba al Norte. Era un desafío, porque a veces era peligroso. Hoy cuando lo pienso digo, estaba loco, cómo hacía esas cosas. A veces esperaba porque en el ma`bar había disparos de francotiradores, hasta que paraban y pasaba. En Beirut Oeste tenía amigos, había chicas, iba el fin de semana, dormía allí. (…)  Iba allí a un restaurante, a hablar de política con los amigos y eso. (…) O también porque con la editorial participábamos en una exposición de libros, del Club Político Árabe. Íbamos y a veces era difícil, en el ma`bar teníamos que coger los libros y pasar andando. Luego recuerdo que nos ponían en un local pequeño. Una vez le dije al director de la exposición- que ahora es embajador, uno de Hariri, suní de Beirut- “¿qué pasa?, ¿nos dais este puesto pequeño porque somos cristianos y venimos de la otra zona?”. Me dijo: “No qué va, si yo siempre cojo a mi mujer y vamos a cenar a Yunieh”.[25]


Cruzar para ir al cine: Beirut Este como foco cultural

Esta última anécdota, referida de forma sarcástica por el entrevistado, nos servirá para introducir el último tipo de cruces frecuentes a través de los puntos de paso. Antes de ello recapitulemos. Hemos señalado hasta ahora que en la etapa 1984-1988 la inestabilidad del funcionamiento en los ma`âbir- entre 1984 y 1985- y sus cierres generalizados- a partir de 1985- condenaron la mayor parte de actividades laborales que exigían un cruce cotidiano[26]. Subsistían pues las visitas de carácter familiar, acomodadas a los días y ciclos en los que la operación de atravesar las líneas de demarcación se presentaba con mayores garantías de seguridad. En esta categoría entraban fundamentalmente los cristianos de Beirut Oeste, aunque nos hemos servido de la misma categoría para referirnos a visitas puntuales en sentido contrario, así como de aquellos ciudadanos de Beirut Este con simpatías políticas progresistas. Nos queda pues preguntarnos qué musulmanes- desprovistos de cualquier parentesco en la otra zona por las características demográficas que ya conocemos-  seguían aventurándose en los ma`âbir con una cierta periodicidad. Y a partir de los testimonios recogidos se pone de manifiesto que aquellos que aseguraban continuar frecuentando las regiones Este durante nuestro periodo lo hacían para disfrutar de la mayor oferta de ocio de la que gozaba la otra zona, sobre todo alrededor de Yunieh, la capital de la región del Kesrewan, a unos 20 kilómetros al norte de Beirut, en la costa. Se trataba efectivamente de miembros de una clase media-alta o alta, que otorgaban una cierta importancia a una serie de dinámicas culturales y divertimentos que la guerra había erradicado en gran parte de Beirut Oeste pero a los que se resistían a renunciar. Sirva como ejemplo el testimonio de estas dos entrevistadas:

-Parece extraño, pero solíamos salir todas las noches. (…) (A veces pasábamos a la zona Este) y subíamos  a Brummana (montaña del Metn) para ir de fiesta.

- Sí, yo iba a “Le Crillon”, a  “Le Fleuron” en Brummana, era muy bonito.

- Había otro night club al que íbamos mucho a Brummana muy bonito, nos gustaba mucho, el propietario se murió después. (…) Si escuchaba que había una película que quería ver, pasaba a Kaslik (Kesrewan, cerca de Yunieh) con mi marido, por el Museo. Con los controles y todo eso podíamos tardar tres horas, o a veces más.

- A veces el Museo estaba cortado y pasábamos por otro punto de paso, no recuerdo cuál, pero pasábamos, no nos quedábamos sin ir.

- Nosotros no tuvimos problemas cruzando ninguna vez. Lo peor es que al estar esperando se oyeran balas y entonces íbamos a escondernos o nos volvíamos.[27]

Es posible que la banalización de los riesgos que comportaba el paso presente en el testimonio responda más a una idealización del propio comportamiento durante los años de la guerra que a una rutina tan frecuente y despreocupada como se da a entender. En cualquier caso, la subsistencia de este tipo de desplazamientos entre una clase acomodada y de un determinado nivel cultural de Beirut Oeste, incluso durante este periodo, marcado por una menor movilidad, parece fácil de constatar. De todas formas- recordémoslo- si nos basamos en lo recogido en las entrevistas, el porcentaje de aquellos que afirmaban cruzar los ma´âbir con una cierta naturalidad y frecuencia aparece claramente minoritario. Más numerosos resultan, por el contrario, los que recuerdan uno o dos pasos excepcionales a lo largo de la etapa, como el testimonio presentado anteriormente de un vecino de la periferia Sur que recordaba haber atravesado las líneas de demarcación durante un ciclo de carestía de harina al contar con un contacto en Beirut Este para procurarse un suministro. Se citaban en este sentido por ejemplo obligaciones de carácter burocrático. Éste era el caso de un entrevistado, que regresó del extranjero en 1983 con su familia, que ahora contaba con una niña nacida en el exterior. Para conseguirle el carné de identidad a su hija, la embajada en Líbano del país en cuestión debía enviar un documento al Ministerio de Asuntos Exteriores, ubicado en la zona Este, mientras que él residía en la periferia Sur. Este paso resultaría el único que había de realizar hasta que terminara la guerra[28]. Del lado Este, se evocaban cruces puntuales para alcanzar el Aeropuerto de Beirut o bien casos médicos graves ingresados en el Hospital de la Universidad Am ericana, dos instituciones ubicadas en la zona Oeste.


Renunciar al otro lado: temores objetivos y representaciones de alteridad

En cualquier caso, la mayoría de las personas con las que hablamos aseguraban no haber atravesado ni una sola vez entre 1984 y 1988 los ma`âbir. Cuando se preguntaba acerca de esta cuestión, las respuestas a veces daban a entender que el paso resultaba imposible, que algo similar entrañaba un riesgo seguro y objetivo, que en la otra zona “se era un extraño, enseguida te reconocían[29]”. Analicemos pues los miedos y aprehensiones que se relacionaban con los puntos de paso y pongámoslos en relación con el funcionamiento de los mismos y las molestias que implicaban.


La fobia del
hayez y el fantasma de la liquidación confesional

Partamos de uno de los testimonios recogidos a este respecto:

Nunca crucé en ese periodo a Beirut Oeste. No podía, en mi carné de identidad ponía “Ghosta” en el lugar de nacimiento y ponía además maronita como confesión. Ghosta era el mayor acuartelamiento de las Fuerzas Libanesas por entonces, allí se entrenaban, así que si te pedían la documentación y veían Ghosta, ya está, te mataban directamente. Y si tú decías que no eras de esos, ellos te respondían que sí. Yo tenía amigos y los sigo teniendo  de esa zona- suníes, chiíes- de la época de la escuela y algunos de fuera de la escuela. Pero no los podía ver para nada, yo no podía pasar y ellos tampoco.[30]

Una puntualización previa se impone antes de abordar lo aquí expuesto, a saber, la diferencia entre el  ma`bar  o punto de paso y el hayez o puesto de control. Por el primero se entiende, como ya sabemos, los pasos establecidos a diferentes alturas de las líneas de demarcación a través de los cuales se podía acceder a la zona Oeste desde la Este y viceversa. A pesar de que, como apuntábamos antes, Líbano se vio dividida en numerosas zonas de influencia y de la multiplicación de líneas de demarcación, el concepto de ma`bar solía remitir por lo general a los pasos que ligaban ambas mitades de la capital. Por hayez se entendía una posición fija o móvil regentada por una organización determinada y establecida en un cruce o carretera con la función supuesta de controlar el acceso para evitar infiltraciones que supusieran un riesgo para la seguridad de la zona en cuestión.  Un hayez no implicaba pues un ma`bar, puesto que aquel no sólo se ubicaba en cualquier punto que marcara el límite de influencias entre dos formaciones más o menos opuestas, ya que en ocasiones podían poseer una misión de mantenimiento de la seguridad en el interior de una misma región, como era el caso de los establecidos por el ejército sirio y la gendarmería libanesa en Beirut Oeste en 1987. Por el contrario, un ma`bar implicaba forzosamente, no uno, sino varios hawayez, ya que, si el punto se encontraba formalmente en manos del ejército libanés, que lo regulaba y controlaba, el acceso a cualquiera de las dos zonas se realizaba sólo una vez que se atravesaba el puesto o los puestos de control montados por las organizaciones dominantes en cada una de las áreas, Fuerzas Libanesas de un lado y Amal, PSP, PSNS o Baaz del otro[31], posteriormente duplicados por otro del ejército sirio[32]. Así, si el paso del ma`bar resultaba particularmente temido- además de la amenaza de los francotiradores- lo era por la sucesión de puestos de control que implicaba, entendiendo que los del otro lado constituían lógicamente aquellos que producían más ansiedad.

Volvamos pues al testimonio anterior. En él aparece uno de los principales miedos que atenazaban a los libaneses durante el conflicto y que facilitaron el parcelamiento territorial y la segregación comunitaria. La figura que aquí se evoca es la del qatl `al-hawiyye, esto es, “asesinato por identidad”, con lo que se viene a referir a los puestos de control milicianos en los que, con la excusa de verificar la identidad de los peatones o conductores, se retenía a aquellos pertenecientes a una confesión determinada para ejecutarlos, aprovechando la mención a la pertenencia religiosa que figuraba en los carnés de identidad. Una operación similar solía responder a un acto de revancha tras una muerte violenta, a partir de una convicción de simetría confesional que llevaba a pagar con la sangre de los otros la pérdida sufrida. La primacía del criterio comunitario sobre cualquier otro aspecto de identidad constituye de hecho un fenómeno notable en las acciones de vendetta de este tipo en las que un cristiano comunista podía acabar siendo ejecutado por miembros de un partido afín a su credo político por su mera pertenencia religiosa. El dirigente del partido Baaz `Asem Kanso aseguraba haber distribuido entre 400 y 500 carnés de su partido a cristianos de Beirut Oeste para facilitar su tránsito, pero reconocía que en algunos casos no constituía una cobertura suficiente[33].

En cualquier caso, hay que subrayar que el impacto que los asesinatos basados en la mera pertenencia religiosa en el imaginario de los libaneses sobre el conflicto- durante el mismo y a posteriori-  no se corresponde con una recurrencia de esta práctica a lo largo de la guerra civil. Así, este tipo de operaciones se reprodujeron de forma puntual y básicamente en sus primeros compases, si bien la imagen de ruptura total de un compromiso nacional y de repliegue sobre identidades comunitarias que encarnaban en su máximo exponente condicionó de forma radical el nivel de las representaciones de una gran parte de los ciudadanos para alimentar el compromiso bélico y la demonización del otro. La primera vez que un incidente de este tipo se habría registrado sería en mayo de 1975[34], si bien el episodio que lo consagró y elevó a nivel de aprensión nacional lo constituye el llamado Sábado Negro. Aquel 6 de diciembre de 1975, un dirigente del partido Kataeb, cuyo hijo acababa de ser encontrado muerto en la Bekaa, levantó un puesto de control en la entrada del puerto de Beirut donde se dio órdenes de detener a todos los musulmanes que pasaran, que posteriormente fueron ejecutados. Las víctimas se cifraron en alrededor de un centenar y condujeron a una réplica en la zona Oeste, si bien de dimensiones reducidas[35].

No obstante, ningún incidente de naturaleza y dimensiones similares al Sábado Negro se reprodujo en los años restantes de la guerra, si bien la identificación comunitaria a partir del documento de identidad cristalizó como recurso de discriminación de sospechosos para los elementos armados y como momento de tensión para los ciudadanos. Había pues quien se procuraba documentos falsos que pudiera enseñar en función del puesto de paso que se fuera a atravesar o bien en los que aquellos datos que pudieran denotar una pertenencia religiosa determinada (apellido y lugar de nacimiento fundamentalmente) resultaran lo más neutros o ambivalentes posibles. Se desarrolla entonces todo un juego de especulaciones sobre identidades que hace falta ocultar y otras que podían resultar permisibles[36]. He aquí un ejemplo de ello, además desarrollado en el interior de la zona Oeste. Habla una mujer española, casada con un libanés de confesión musulmana suní:

Recuerdo que si el puesto de control era del PSP, mi marido sacaba su tarjeta de identidad, porque es del Iqlim, de la Montaña (zona de arraigo del PSP). Si eran chiíes, pues sacaba el carné del hospital en el que trabajaba, que era un hospital chií. Y si eran los sirios, pues sacaba el papel de la embajada de España, que teníamos un papel que decía Embajada de España, como una tarjeta especial. Y ellos le daban la vuelta y decían “¡Oh, adelante!”[37]


Los mártires del cruce: secuestros y desapariciones

En cualquier caso, si las ejecuciones sumarias en un puesto de control a partir de la constatación de una identidad resultaron estadísticamente limitadas, los secuestros, con independencia de que se resolvieran de forma más o menos inmediata o de que condujeran a una reclusión y posterior liquidación de la víctima, sí que constituyeron una práctica sostenida a lo largo del conflicto. Así, muchos individuos la percibían como amenaza permanente cada vez que se aventuraban en un espacio considerado ajeno o en el que podían ser considerados como tal. Si al final de la guerra se generalizaron los secuestros como mero acto de chantaje delictivo destinado al cobro de un rescate[38], las organizaciones armadas mostraron una tendencia clara a lo largo del conflicto a hacerse con una reserva de secuestrados que pudieran canjear en un momento determinado. En ocasiones se trataba de reacciones espontáneas que no emanaban de la propia dirección del movimiento y que tenían como objetivo responder a una afrenta anterior[39]. Por ejemplo, el 10 de agosto de 1985, las Fuerzas Libanesas irrumpieron en un domicilio de la localidad de Qamatiyye (en el qada´ de ´Aley, en la montaña), y secuestraron a un ciudadano. En respuesta, un grupo de elementos armados detuvo al día siguiente los dos autobuses de la compañía aérea libanesa MEA que transportaban a empleados y viajeros desde la zona Este para retener a sus 38 ocupantes. Pedían la liberación del secuestrado el día anterior así como conocer el paradero de otras 15 personas originarias de la misma localidad previamente atrapadas. El movimiento Amal tuvo que intervenir para conseguir la liberación de los rehenes[40]. Se percibe con claridad el criterio estrictamente confesional retenido a la hora de pasar a las represalias: el autobús fue atacado precisamente por provenir de Beirut Este y por ende transportar a cristianos, independientemente del posicionamiento político de los mismos[41].

En casos como el anterior, el secuestro se concebía como medida de presión destinada a desencadenar una mediación a un nivel tal que consiguiera resolver o desatascar la causa que se enarbolaba como reivindicación. Cuanto más espectacular y aparatosa resultara la operación, más efectiva podría demostrarse. En cualquier caso, una parte considerable de los secuestros basados en un criterio puramente confesional se tendía a resolver con una cierta brevedad. Se trataba en gran medida de una cuestión de contactos y de habilidad a la hora de rentabilizar redes sociales e influencias. Los familiares o compañeros de la persona desaparecida se veían empujados a un ciclo frenético de llamadas a todas aquellas personas cuya posición podría revelarse de cierta utilidad, a una ronda de visitas por las oficinas y permanencias de las diferentes fuerzas armadas a cuyas manos podía haber ido a parar el secuestrado. He aquí un ejemplo. La entrevistada habla de su hermano, que cruzaba de forma cotidiana las líneas de demarcación para acudir a su centro de trabajo en Hamra.

Trabajaba en un banco que está al principio de Hamra. Iban cuatro o cinco compañeros en un coche (desde Beirut Este) y cada semana iban en el coche de alguien, se turnaban. Aquella vez él iba con cuatro compañeros y su compañero venía de Badaro con otro coche y otros dos compañeros. Por Barbir había como un puesto de control de Amal o no sé quién. Mi hermano pasó. La ventaja de mi hermano es que es ortodoxo. O por la cara bonita o por su apellido. Mi hermano cruzó pero unos metros después se dio cuenta de que el coche de atrás no había pasado. Dio marcha atrás y vio que bajaban los tres amigos del coche de atrás, que los metían en una furgoneta y que se llevaban el coche del amigo. Entonces él a todo gas se fue a Hamra, al trabajó, habló con el jefe de la oficina, contó lo que había pasado y le preguntaron, dónde, cómo, quién, por dónde. Empezaron a buscar contactos, con Amal, con el banco, con no sé quién y al cabo de 48 horas los devolvieron.[42]

En otros casos, no obstante, el secuestrado desaparecía definitivamente, presumiblemente tras ser liquidado y enterrado en un lugar poco accesible. La segunda mitad de la guerra corresponde en ese sentido al inicio de una movilización ciudadana por parte de los familiares de las personas desaparecidas hasta entonces para constituirse como colectivo que ejerciera presión sobre las fuerzas oficiales de tal forma que investigaran de manera efectiva el problema. Así, en 1983 vio la luz el Comité de Familias de Secuestrados y Desaparecidos (Laynat ahali al-majtufin wa-l-mafqudin), fundado en Beirut Oeste pero con la vocación de agrupar a todos aquellos que hubieran perdido a personas cercanas independientemente de su confesión u orientación política, como demostraría su unificación al final del conflicto con una estructura análoga surgida en la zona Este. A partir de 1984 sus iniciativas resultarían cada vez más agresivas. Lo cierto, en cualquier caso, es que entre 1982 y 1984 se vivió un repunte considerable de las operaciones de secuestro que no eran resueltas. Como podemos comprobar en el siguiente cuadro, si bien las desapariciones continuaron hasta el final de conflicto, su frecuencia irá descendiendo considerablemente a lo largo de nuestro periodo, cierto es que a medida que las poblaciones quedaban progresivamente encapsuladas en territorios cada vez más enclavados y reducidos[43].

 

Cuadro 2.
Número de desaparecidos durante la Guerra Civil Libanesa

Año

Número de desaparecidos

Año

Número de desaparecidos

1975

96

1983

287

1976

408

1984

128

1977

30

1985

183

1978

74

1986

71

1979

20

1987

27

1980

16

1988

27

1981

29

1989

13

1982

367

1990

22

Fuente: Atallah, 2007, p.100.

 

Así, por ejemplo, la fundadora y actual presidenta del Comité de Familias, Widdad Halwani, perdió a su marido en un ciclo de arrestos y liquidaciones de activistas políticos efectuado por las Fuerzas Libanesas y el ejército nacional en Beirut Oeste a finales de 1982, después del asedio israelí y la retirada de la OLP. A partir de 1984, el Comité organizó acciones de protesta a menudo consistentes en forzar el cierre de los puntos de paso. Si el 7 de junio quemaron ruedas en Barbir para impedir el paso de los diputados a una reunión parlamentaria[44], un mes más tarde cortaron el paso por el mismo ma`bar- en aquella ocasión, el único en funcionamiento- coincidiendo con la reapertura tras 160 días de cierre forzado del Aeropuerto Internacional de Beirut[45]. Se arrancó entonces de las autoridades la formación de un comité de seguimiento de la cuestión y el compromiso de una solución próxima. En cualquier caso, poco podían hacer las instancias oficiales para presionar a las organizaciones que, en la mayor parte de los casos habían liquidado a las personas reclamadas tiempo atrás y que guardaban sus eventuales rehenes para emplearlos como moneda de cambio cuando se presentara la situación necesaria. La ineficiencia de esta nueva plataforma resultaba manifiesta, con lo que el movimiento reivindicativo organizado por el Comité había de reproducirse a finales de año. La heterodoxa operación, con mujeres de una cierta edad quemando ruedas y hostigando con palos a aquellas personas que intentaban atravesar, se prolongó durante siete días hasta el día 3 de enero, cuando el oficial del ejército libanés Hisham Qoraytem alcanzó un acuerdo con delegados de Amal y las Fuerzas Libanesas para avanzar hacia una solución efectiva de la cuestión. Widdad Halwani justificaba así la polémica decisión del corte de los puntos de paso:

Los cerramos todos. Para que no siguieran secuestrando. Por entonces estábamos muy activos con la cuestión porque la madre de un secuestrado se acababa de suicidar. Había mucha rabia. Decidimos que no hubiera ningún ma`bar más, que los íbamos a cerrar todos, para que no pudieran secuestrar a nadie. Así que se pasaron diez días cerrados. No conseguimos nada, por el contrario. Suspendimos la decisión porque nos dimos cuenta de que los políticos empezaban a utilizar la cuestión. Cuando intervino Dar el-Fatwa, acabamos entrevistándonos con Amin Gemayel. ¿Y qué nos dijo? No que había que abrir los ma`âbir, sino que en nuestro lugar cerraría también la carretera del Aeropuerto, que llevaba no sé cuánto tiempo cerrada y que acababan de abrir por entonces. Era el único paso que habíamos dejado abierto porque llevaba mucho tiempo cerrado. No queríamos ahogar a la gente. Y él diciendo que, en nuestro lugar, lo cerraba. Con lo que nos dimos cuenta de que había una parte política que estaba contenta con el cierre de los ma`abir y otra que no y que la cuestión se había convertido en un tema de controversia, con lo que abrimos los ma`abir.[46]

Evocaba también la dificultad de mantener el Comité al margen de las tentativas de manipulación y cooptación por parte de las diferentes organizaciones en activo en Beirut Oeste, así como la decidida postura de la asociación al respecto, lógica condición habida cuenta la diversidad ideológica y confesional de sus miembros:

Las milicias no intentaron intervenir en nuestras acciones de forma directa. Nosotros estábamos muy en guardia para prevenir que nos utilizaran, porque no les importaban nada los intereses de la gente. Así que no era cuestión de que nadie se metiera entre las familias o que decidieran con nosotros. Estábamos cerrados a todos los partidos. Intentaron entrometerse mucho, sobre todos los Murabitun. Pero estábamos muy alerta al respecto. Nos ofrecían protección o que nos dejarían pasar por tal camino. (…) Nosotros además sólo queríamos que nos devolvieran a nuestros familiares, no nos importaba nada lo que pasaba en política, no nos interesábamos por los detalles. También nos entrevistamos con los líderes de milicias, con Samir Geagea, con Elie Hobeiqa, con Walid Yumblatt. Cada uno decía algo. Responsabilizaban a otros. Samir Geagea se lo cargaba a Elie Hobeiqa, Elie Hobeiqa a Samir Geagea. Walid Yumblatt, cuando salió en televisión, dijo que a los que habían secuestrado ya los habían matado, con lo que no tenían nada que ofrecer. Nabih Berri hacía como que nos ayudaba pero no nos ayudaba en absoluto. Al contrario. Una vez tenían a 20 rehenes de los Kataeb, de las Fuerzas Libanesas. Me dijo que haría con ellos los que dijéramos pero luego fue liberándolos uno por uno cuando le convino para hacer intercambios. Todos eran unos mentirosos y jugaban con la política.[47]


Ma`abir 
y hawayez : utilización y funcionamiento

Volvamos en cualquier caso al funcionamiento de los puntos de paso para analizar las dinámicas que determinaban su cierre. Así, analizando los criterios que solían prevalecer a la hora de abrir o cortar el flujo de ciudadanos entre ambas mitades de la capital, nos será posible aprehender de forma más diáfana el carácter aleatorio e inestable de las lógicas del cruce. Acto seguido, nos interesaremos por las estrategias adoptadas por aquellos que persistían en dinámicas sociales o económicas geográficamente mixtas para garantizar que el tránsito se realizaba de la forma menos arriesgada posible.


Abrir y cerrar un ma`bar: decisiones oficiales y realidades
de facto

 La responsabilidad nominal sobre los puntos de paso correspondía, como hemos apuntado previamente, al ejército, que era quien procedía a cerrarlos cuando observaba que las condiciones de seguridad sobre el terreno se habían deteriorado- bien por el desarrollo de bombardeos, o bien porque se hubieran registrado disparos de francotiradores- hasta el punto de que el cruce ya no resultaba seguro. En la práctica, bastaba con obstaculizar de alguna forma el tránsito por cualquiera de los puntos del recorrido del ma`bar para obstruir el paso y forzar su cierre. Y habida cuenta de que las organizaciones armadas controlaban en cada uno de sus extremos el acceso a las zonas Este y Oeste, la apertura de los puntos de paso- oficialmente decisión adoptada por el Comité de Aplicaciones de Seguridad[48]- acababa dependiendo en última instancia de ellas[49]. Frecuentemente, además, la reapertura del punto de paso una vez resuelto el incidente que había provocado el cierre quedaba sin efecto en la práctica, puesto que los ciudadanos desconfiaban de la precaria tranquilidad establecida, con lo que el ma`bar quedaba sin tránsito alguno. Así, el cierre de facto del ma`bar solía forzar a menudo el cierre oficial, mientras que su apertura formal no implicaba necesariamente la reanudación del tráfico. He aquí dos ejemplos de este funcionamiento:

En cuanto se cerró el punto de paso de Sodeco, las hostilidades se trasladaron al punto de paso de Fuad Shehab, que se cerró “sin que nadie lo cerrara”, como apuntó una fuente militar. Una fuente aclaró que el despliegue armado en las dos regiones condujo a la paralización del movimiento y que posteriormente cada una de las partes procedió a cerrar el punto de paso. [50]

A las 2:30 el ejército publicó un comunicado anunciando la reapertura del punto de paso. La noticia suscitó satisfacción en el Comité de Aplicaciones de Seguridad y en los ciudadanos, si bien no duró mucho ya que se reanudaron los disparos de francotiradores desde detrás del Tribunal Militar en dirección a Barbîr a las 15:50, hiriendo al ciudadano Hasan Karim (17 años) en el ojo. Fue transportado al Hospital de la AUB, con lo que los miembros de la 6ª Brigada se vieron obligados a cerrar el camino por medio de piedras y ruedas y cortaron el paso a coches para preservar la seguridad de los pasajeros. Se realizaron contactos intensificados entre los miembros del Comité para cesar las acciones de francotiradores y volver a abrir la carretera. A las 16:45 el camino volvió a abrirse para cerrarse de nuevo y luego volver a abrirse, si bien quedó vacío de vehículos en ambas direcciones.[51]

En cualquier caso, conviene subrayar hasta qué punto el paso por los ma`abir estaba sujeto a diferentes variables que cambiaban con cierta frecuencia en función del periodo y del propio ma`bar del que se tratara. Hemos visto previamente cómo en 1985 se procedió a “especializarlos”, determinando su uso para vehículos, peatones o colectivos particulares. Cierto es que, por su propia condición física, algunos como el del Puente Fuad Shehab sólo servían al tránsito de vehículos mientras que el de los Franciscanos quedaba para los viandantes. No obstante, en el resto solían alternar ambas modalidades. El paso en coche o furgoneta implicaba en cualquier caso una mayor espera, puesto que cada vehículo era revisado en cada punto de control, mientras que al peatón sólo se le pedían los documentos para verificar su identidad. Se generalizó pues el transporte en automóvil propio o colectivo hasta la puerta del ma`bar y su tránsito a pie para, posteriormente, subir a otro taxi en el otro extremo y dirigirse a su destino en la zona. Las entradas de los puntos de paso se convirtieron pues en lugar de concentración privilegiada de transportes colectivos, que iban desplazándose en función de aquél que estuviera abierto en cada ocasión[52].


Asegurarse el cruce: dinámicas preventivas y rituales de comportamiento

Otro punto interesante en el que los testimonios ofrecen una cierta discordancia se refiere a la necesidad o no de procurarse un documento particular o un salvoconducto para realizar el paso. Una de las entrevistadas, por ejemplo, aseguraba que cada vez que atravesaba a Beirut Este para visitar a familiares, se hacía con un permiso del ejército gracias a una amiga que salía con un responsable militar[53].  Otro recordaba que siempre que se proponía cruzar el punto de paso para dirigirse a la zona Este con sus amigos, se procuraban un documento del ejército gracias al padre de uno de sus compañeros, de tal forma que su nombre se encontraba en un registro en el punto de paso y se les permitía cruzar[54]. No obstante, en la mayor parte de los testimonios de personas que atravesaban o que atravesaron puntualmente los puntos de paso se descartaba que obtener un permiso específico constituyera un requisito para llegar a la otra zona. Se trataba probablemente de garantías con las que aquellas personas que contaban con contactos determinados en la institución militar preferían hacerse para asegurar que la operación había de resolverse de forma satisfactoria. Habida cuenta de lo aleatorio que resultaba el funcionamiento del punto de paso y de la imposibilidad de descartar la aparición de riesgos, aquellos que decidían pasar de forma puntual intentaban cubrirse las espaldas de diferentes formas. Un permiso militar o un carné de funcionario oficial podían así disipar posibles dudas que el miliciano en cuestión albergara. O quizá no. En ese sentido, la medida más frecuentemente adoptada a la hora de preparar el paso a la otra mitad era la de ponerse en contacto con residentes de la zona en cuestión- amigos, familiares-  para que esperaran en su lado del ma`bar y pudieran servir de testimonio a favor del que cruzaba en caso de que surgieran problemas en el punto de control correspondiente. La importancia acordada a esta garantía aparecía con frecuencia en los testimonios:

Normalmente siempre había otra persona de la otra zona que nos hacía pasar. Teníamos amigos, se los llamaba y se les decía: “va a haber alguien que va a pasar este día a esta hora”. Entonces venían, nos esperaban y nos facilitaban el paso. Ellos esperaban en el hayez de las Fuerzas Libanesas, a veces algunos podían pasar hacia nuestro lado. O a veces había gente que nos podía hacer pasar, como diplomáticos, gente de la ONU. Pero cada vez que pasábamos se hacía así, no se iba alegremente. Si no te la comías, anda que no hubo gente que secuestraron. E incluso a veces había gente que se había apañado el paso y los secuestraban igual. [55]

Cuando pasaba, había al otro lado amigos que nos estaban esperando en el punto de paso. Si no había amigos, no pasábamos. Y nunca tuve problemas con los puestos de control de las Fuerzas Libanesas, en el ma`bar o en el puerto de Yunieh.[56]

Pero fundamentalmente, enfrentarse al hayez, se encontrara o no en un punto de paso, constituía una de las fuentes de ansiedad y angustia más notables de toda la parafernalia del conflicto libanés. El hecho de deber interactuar con unos elementos armados, más o menos jóvenes, agresivos y arrogantes, cuyo estado de ánimo y humor variaban en virtud a circunstancias pasablemente aleatorias, conformaba una situación que suscitaba lógicas aprensiones, por cotidiana que pudiera resultar. Las memorias del poeta Yussef Bazzi, que en su juventud militó en una organización armada de Beirut Oeste (el PSNS, más concretamente), resultan en este sentido muy valiosas ya que presentan la perspectiva del miliciano que controla un puesto en el punto de paso y dan una idea de la paranoia y arrogancia fundamental que orientaba su labor cotidiana de centinela de las murallas:

Estaba en el puesto de control, con mis gafas de sol Ray-Ban con borde de oro, una camiseta de tirantes blanca, pantalones de camuflaje kakis, con un rifle VAL inglés. Creía que tenía el aspecto de los combatientes más feroces, de los asesinos. Hacia la mitad del punto de control, un combatiente revisaba las tarjetas de identidad; frente a él había dos combatientes más, revisando y buscando. Di una vuelta entre las filas de coches en ambas direcciones del tráfico, arrogante, examinando las caras y los contenidos. Todo lo que tenía que hacer era señalar a la persona al cargo para señalar que un coche era sospechoso. Había tres criterios específicos: los coches de lujo implicaban que sus propietarios tenían una cierta edad y un cierto estatus financiero, mientras que los coches gastados y antiguos podían servir de coche bomba. Había que tener cuidado con los Mercedes Benz y los BMW cuando sólo había jóvenes en su interior; los coches familiares eran muy sospechosos y se consideraban los más peligrosos ya que normalmente los utilizaban  los espías. Todos los coches eran peligrosos, especialmente aquellos cuyo conductor intentaba que nos acostumbráramos a sus frecuentes viajes “inocentes”.[57]

Así las cosas, los ciudadanos fueron adquiriendo toda una serie de reflejos y comportamientos orientados, si no a complacer, por lo menos a no enajenarse la presencia armada que se les oponía, a resultar lo más discretos y menos sospechosos posible. Se acababa escenificando, así, un cierto ritual, como explica la siguiente entrevistada:

Había un ritual en el hayez y había que tranquilizar al tipo del hayez respetando ese ritual. En verano, de día, ralentizabas el coche doscientos metros antes de llegar para que viera que no ibas a atacarlo. Tenías que tranquilizarlo. Luego tenías que quitarte las gafas ostensiblemente. Cuando era de noche, ralentizabas y encendías la luz. Con los sirios y con los demás, en todos los puestos de control. Una especie de ritual pasivo para decir: “no soy agresivo hacia vosotros”, lo que provocaba por su parte la reacción: “de acuerdo”. Entonces ellos intentaban ser educados.[58]

Otro entrevistado evocaba además la necesidad de mostrar una cierta confianza en sí mismo y no achantarse ante amenazas, indicando hasta qué punto los elementos armados podían excederse o divertirse a partir del momento en el que la persona que llegaba daba signos evidentes de inseguridad y temor. Una cierta confianza en sí mismo podía evitar toda una serie de abusos derivados de la posición de superioridad que el puesto de control otorgaba al elemento armado:

Pero te podían ocurrir problemas siempre, lo que ocurría es que había que tener la cabeza en su sitio. Si ibas al puesto de control sirio y les hablabas normalmente, te decían que pasaras. Pero si tenías miedo, temblabas, te ponías a sudar, pues lo veían y te podían sacar todo el dinero. Pero cuando no tenías problemas en tu cabeza, si te pedían dinero, les decías: “¿Cómo dinero? ¡Si conozco a tal!”. Luego no conocías a nadie, pero sabías que no te iban a devorar. La frontera estaba en ese sentido en la cabeza más que nada.[59]

Es importante en cualquier caso subrayar hasta qué punto el sometimiento cotidiano que exigían los puestos de control, la necesidad de plegarse por lo menos hasta cierto punto a las exigencias de una clase militar generalmente inexperta y maleducada se percibía como humillación fundamental y permanece como tal en la memoria de gran parte de los libaneses. En el testimonio de la siguiente entrevistada residente en Beirut Este encontramos una anécdota que ilustra la clase de insultos ante los que había que agachar la cabeza y la frustración que a partir de ahí se engendraba:

Una vez en un periodo de tranquilidad teníamos que ir a Baalbek (Bekaa), porque mi familia materna es de allí y teníamos una casa. Teníamos que ir a sacar cosas de la casa de mis abuelos. Fui con mi padre porque habían amenazado a mi tío y él no fue. Volviendo, por Dahr el-Baidar, iba conduciendo yo y nos paró un control sirio. Entonces me dijo: “Tú, has infringido la ley”. “¿Yo?, ¿Por qué?”. “Porque en esta carretera hay dos vías, una para los camiones y otra para los coches y tú te has metido por la de los camiones y todos los coches que viene detrás te han seguido, así que te voy a castigar”. Fue una de las raras veces en que me rebelé y dije: “¿Quieres castigarme? Muy bien, hazlo, porque he infringido la ley”. Todo con mucha ira y mi padre cogiéndome del brazo. Me dijo que me iba a dejar tres horas bajo el sol. Era un castigo muy típico: dejarte tres horas en el coche con las ventanas cerradas bajo el sol, a las dos o a las tres de la tarde. Le dije, “¿Sólo tres horas? Pero yo he hecho algo muy grave, no está bien, tú eres muy permisivo”. Te lo prometo. Y mi padre iba diciendo: “No se lo tome en cuenta”, mientras hacía un gesto como diciendo que yo estaba un poco mal de la cabeza. Yo decía “No, no, ¿quieres tres horas? Yo por ti voy a estar siete horas bajo el sol y si no es suficiente vuelvo mañana a sentarme otra vez”. Era un poco ridículo porque me veía a mí hablando con ira y mi padre diciendo que por favor. Fue entonces cuando dijo “¡Qué país es el vuestro! ¡Vuestros hombres son mujeres y vuestras mujeres son hombres!”. Y mi  padre decía: “Lo que usted diga, a sus órdenes, que le sea leve”. Nos dejaron ir, pero la pelea la tuve con mi pobre padre. Me dijo: “¿Qué quieres? ¿Qué te lleven presa? ¿Qué es lo que quieres? ¿De qué sirve?”. Eran humillaciones continuas y ese odio lo sentíamos los cristianos de Beirut contra los sirios, nunca contra los musulmanes.[60]

El incidente parece confirmar la necesidad de mostrar una cierta seguridad como forma de limitar la arrogancia y el descaro de los milicianos o soldados. Cabe preguntarse hasta qué punto el hecho de que la entrevistada fuera una mujer resultó en una mayor permisividad por parte del elemento armado y posibilitó el desenlace positivo. En ese sentido resulta muy interesante la contraposición con la figura del padre, que procura calmar la situación y presentar al soldado la imagen de sumisión que confortaba su percepción propia. Entendamos así que en la dualidad padre-hija aparecen contrapuestas la actitud pragmáticamente adoptada y la actitud deseada pero reprimida ante el militar, que en este caso, además, se trataba de un extranjero que venía a imponer su control al propio país. Parece evidente, en cualquier caso, que el nivel de aprensión percibido frente a los puestos de control de las diferentes fuerzas armadas se situaba en relación directa con la pertenencia confesional y el posicionamiento político del individuo. Es decir, que un hayez de las Fuerzas Libanesas no era en sí más o menos opresivo que uno de Amal o del PSP, sino que el musulmán o el cristiano de izquierdas que se aproximara al mismo lo percibiría con particular temor, mientras que por su parte los milicianos, advirtieran o no esa inquietud, identificarían al elemento extraño como víctima propicia para sus actos delictivos. El papel del ejército sirio, evocado en la mayor parte de episodios anteriores, parece destacado en tanto que, como fuerza exterior con vocación de desempeñar el papel de árbitro y de imponer su control sobre todas las fuerzas, acababa resultando percibida como riesgo potencial por la práctica totalidad de ciudadanos. En este sentido, varios testimonios identificaban como mayor peligro el de los puestos de control de los servicios de inteligencia sirios, cuyas formas destacarían por una particular arrogancia y cuyos abusos parecían responder a una táctica más hábil y despiadada. Una de las entrevistadas de Beirut Este contraponía a éstos con los simples soldados sirios, “pobre gente, que venía de las zonas más miserables del país” y cuyo comportamiento le resultaba en ocasiones incluso enternecedor.  Referimos dos de las anécdotas que le servían para ilustrar este aspecto y que, sin la menor intención de frivolizar la cuestión, ofrecen una idea del absurdo a veces cómico que imperaba en la lógica del conflicto:

Una vez un soldado sirio del puesto de control que había en la carretera a Sidón en Shweifat me pidió un cigarro. Y me preguntó: “Vosotros nos queréis, ¿verdad?”. Le dije: “No”. “¿Cómo que no?”. “No”. “Pero nosotros somos un solo pueblo en dos países”. Le dije: “No sé quién te lo ha contado pero no es verdad”. Y me dejó partir. Otra vez fue peor todavía, muy divertido. En el puesto de control, el pobre tipo me pidió el carné de identidad y cuando se lo di me dijo: “Conozco tu voz”. Yo le respondí: “¡Pero si es la primera vez que te veo!”. Y él me suelta: “Pero tú cantas, ¿verdad?”. Le dije  que no y él, que claro que sí. “Sí, te conozco, conozco tu voz, eres cantante ¿verdad?” Y yo, “Por Dios te juro que no, no soy yo”. “Pues no voy a dejarte ir hasta que no me cantes”. Tengo la suerte de poder reír de todo y la verdad es que a veces pasaban cosas muy divertidas. Así que le dije: “Tengo que contarte algo. Yo me tuve que ir de casa. ¿Sabes por qué? Porque no me dejaban cantar, ni siquiera cuando me duchaba, porque mi voz es horrible”. Y él me respondió: “Ve con Dios”.[61]


Conclusiones

A la luz de todo lo expuesto anteriormente, resulta preciso incidir en el papel fundamental de los ma`abir y los hawayez en la mutilación progresiva del Estado y el desarrollo de dinámicas de carácter social o económico cada vez más endogámicas. Efectivamente, las barreras levantadas por las organizaciones armadas para proteger a la población cuya representación pretendían ostentar ejercían un papel intensamente inhibitorio para cualquier tipo de interacción basada en el contacto y la colaboración entre zonas y sectores. Su efecto se apoyaba al mismo tiempo en una proyección psicológica intimidatoria- basada en los peligros posibles que el cruce podía comportar- al mismo tiempo que en una serie de dificultades objetivas inherentes a su entidad de obstáculo que ralentizaban, imposibilitaban o aumentaban los costes del tránsito. En lo que concierne al primer punto, hemos evocado en varias ocasiones el carácter eminentemente caprichoso y aleatorio del punto de control y cómo las diferentes garantías que los ciudadanos podían procurarse no cubrían todos los resquicios del riesgo y cómo en última instancia todo quedaba en manos de un factor humano esencialmente azaroso. Por otra parte, en lo relativo al segundo punto- las dificultades objetivas-, las simples horas de espera que atravesar un ma`bar solía suponer- y eso cuando efectivamente se acababa pasando- constituían una traba suficiente para que toda una serie de transacciones económicas o comerciales dejaran de resultar rentables.

Pero además, no hay que olvidar que los puestos de control ubicados en los puntos de paso solían constituir una fuente de ingresos capital para las milicias, que en ocasiones imponían un tributo al mero tránsito de personas y que invariablemente cobraban impuestos para la salida o entrada de mercancías. De esta manera, la manipulación deliberada de los puntos de paso conllevaría consecuencias considerables para el abastecimiento de materias básicas como el carburante o la harina. De esta manera, evitar un puesto de control particularmente temido, como el de Barbara en el límite entre las zonas Este y el Líbano Norte, podía justificar desvíos colosales que terminaban doblando o triplicando el recorrido y la duración de un viaje. Algunos entrevistados recordaban así haberse desplazado desde Beirut Oeste hasta Trípoli cruzando la montaña hasta la Bekaa para volver a atravesarla por el camino de los Cedros y el `Akkar, recorrido que triplicaba o cuadriplicaba la cantidad de kilómetros necesaria pero que evitaba tener que cruzar el ma`bar correspondiente de la capital y el de Barbara. Ahora bien, con la progresiva implosión de las fuerzas tanto de la zona Oeste como Este a lo largo de nuestro periodo, las distancias que podían cubrirse sin tener que superar un solo puesto de control se volvieron cada vez más exiguas. Citaremos así un último testimonio, el de una entrevistada cuya residencia familiar se encontraba en la población del Metn de Jinshara  y que, invitada a una boda en Yunieh (ambas en la periferia Norte de Beirut, zona Este), acabó tardando dos horas en cubrir un recorrido de unos 40 kilómetros a causa de un puesto de control de las Fuerzas Libanesas situado en medio de la zona Este. “Cuando llegué a la iglesia, los novios ya se habían casado”[62].

Concluyamos así subrayando que el cálculo definitivo que presentaba el cruce al otro lado como algo imposible o bien anodino se derivaba de un cúmulo de percepciones personales previas que, sumadas a un análisis igualmente individual de la coyuntura de seguridad, resultaban en un margen más o menos flexible de movilidad. Así las cosas, por lo general, cuanto mayor identificación existiera con el proyecto político e ideológico de alguna de las diferentes fuerzas armadas- proyectos marcados en nuestro periodo por un acento claramente delimitador y autonomista-, más se reduciría el entorno inmediato concebido como espacio de socialización y actuación cotidiana. Inversamente, cuanto mayor fuera el desafecto hacia la filosofía comunitaria y de cantón predominante entre las milicias, mayor había de resultar la frustración derivada de las cortapisas permanentemente elevadas frente aquel ciudadano que, por convicción o necesidad- o por una mezcla de ambas- persistía en diversificar sus relaciones y rutinas más allá de una geografía hecha de recortes urbanos y alambres de espino, de vocación profundamente narcisista. 

 

Notas

[1] El término resulta muy discutible conceptualmente. Como señalaba con acierto Samir Kassir, ello supone “olvidar que si uno de los caracteres dominantes de este ciclo de violencia es la variación (en las alianzas, los asuntos cruciales, las oposiciones), otro es la permanencia (de los espacios de guerra y los frentes, de los beligerantes y las formas de violencia). (…) Ahora bien, la continuidad geopolítica actúa como un molde- incluso cuando el territorio libanés conocerá la compartimentación más extrema (…) de modo que los conflictos parciales- que, además, se penetran entre sí a diferentes niveles- terminan por no constituir más que una sola cadena de acontecimientos, es decir, el ciclo Guerra-de-Líbano” (Kassir, 1994, p.10).

[2] Picard, 1988, p. 224.

[3] Beyhum, 1994, 275.

[4] Randal, 1983,  p.97.

[5] Makdissi, 1991, p. 55.

[6] Kassir, 1994, p.451.

[7] “As-Safir”, 2/8/1984, Fatah ma`baray as-sudîku wa yisr fu`ad shihâb amam as-siyyarat (Se abren los puntos de paso de Sodeco y del puente Fuad Shehab al tráfico) Se apunta en el mismo artículo que el paso de peatones se permitía también a lo largo del Camino de Damasco, desde la Plaza de los Mártires hasta el Museo, así como en la carretera antigua de Sidón, entre Mar Mikhael y Tayyuneh. A partir del año siguiente el paso de viandantes se vio circunscrito a los puntos de paso.

[8] “An-Nahar”, 30/9/1984, Ishtibakat bayna al-yaish wa musallahin min al-barbir ila-l-ring awqa`t qatilayn wa yurha wa aqfalat al-ma`âbir 3 sa`at (Enfrentamientos entre el ejército y elementos armados desde Barbir hasta el Ring- dos muertos y heridos y cierre de los puntos de paso durante tres horas).

[9]  “As-Safir”, 10/10/1984, Sira` al-quwwat al-lubnâniyya yuqfil al-ma`âbir wa al-laynat al-amaniyya tanyahu fî fathiha muyaddadan (El combate de las Fuerzas Libanesas cierra los puntos de paso y el Comité de Aplicaciones de Seguridad consigue volver a abrirlos).

[10] “An-Nahar”, 22/7/1987, Ma`bar at-tayyûneh yayibu fathuhu sarî`an (El punto de paso de Tayyuneh debe abrirse rápidamente, declara Al-Rassi tras una reunión de seguridad).

[11] La primera referencia que hemos encontrado en la prensa de este ma`bar corresponde al 5 de mayo de 1985, jornada en el que el de Kafa`at se convertía en el séptimo punto de paso en cerrar (“An-Nahar”, 6/5/1985, 4 qutlâ wa 45 yarîhan fî yawm ajar min al-`unf wa jatta li-tahyid al-mathaf – al-barbir lam tanyah - Cuatro muertos y 45 heridos en otro día de violencia – el plan de neutralización de Museo- Barbir no ha funcionado ).

[12] “As-Safir”, 18/8/1986, 5 alaf siyyara wa shahina tamurru yawmiyyan fi qalb juttut al-tamas (5000  coches y camiones pasan diariamente por el corazón de las líneas de demarcación).

[13] “An-Nahar”, 28/12/1985, Al-mathaf – al-barbir fataha muyaddadan lil-`askariyyin wa-l-diblumasiyyin wa-l-is`af (El paso de Museo- Barbir abrió de nuevo para militares, diplomáticos y ambulancias).

[14] Hamidan Yunes, 1997, p. 38.

[15] Entrevista –  JCA. Cada testimonio es referido con un código de tres letras. En el índice de entrevistas presente al final de la contribución figura la información  referida al sexo, edad aproximada, ocupación y lugar donde residía cada una de las personas entrevistadas durante el periodo 1984-1988.

[16] Entrevista –  MHM.

[17] Entrevista –  NAN.

[18] Entrevista –  MAW.

[19] Entrevista –  AGM.

[20] Nasr, 1985, p.125- originalmente publicado en “L´Orient/Le Jour” el 5/5/1984.

[21] A este propósito Michael Johnson desarticula acertadamente la tendenciosa teoría de las comunidades-clases que un análisis marxista superficial del conflicto generalizó en los años setenta (Johnson, 2001).

[22] Entrevista –  MAW.

[23] Entrevista –  NKH.

[24] Entrevista – NFH. El asunto de los entierros, cuando el finado fallecía en el otro lado del que se ubicaba el cementerio familiar o de la comunidad, no resultaba de hecho una cuestión baladí. En su estudio del barrio suní de Beirut Este de Beydoun- único barrio musulmán de las zonas Este tras 1976- Chérine Naffah apunta este problema como uno de los más lamentables, puesto que todos los cementerios de esta comunidad se encontraban del otro lado de la línea de demarcación. Con frecuencia el mujtar y el sheyj del barrio se veían en la obligación de apelar al Ejército o la Cruz Roja para que el coche fúnebre pudiera atravesar el ma`bar. El problema afectaba igualmente a determinadas comunidades cristianas, ya que la línea de demarcación discurría paralela a toda una serie de cementerios que la actividad de los francotiradores y los bombardeos en el frente convertían en poco practicables. Así las cosas, las fosas comunes en los dos cementerios restantes del área, Mar Mitr y Mar Mikhael, se impusieron en numerosas ocasiones como solución (Naffah, 1996, p.124). No hay que olvidar en cualquier caso la importancia de la vinculación entre la población libanesa con su localidad de origen familiar, incluso si el individuo no ha nacido en la misma. Durante el conflicto, la parcelación del territorio convirtió en imposible el desplazamiento hacia gran parte de la superficie nacional, sobre todo el Sur dominado por Israel. Surge entonces en la entrada de la periferia Sur el que se llamaría Jardín de los dos Mártires, que acabaría convirtiéndose en un gran cementerio chií.

[25] Entrevista – GFG.

[26] Subrayemos en cualquier caso que no todos cesaron y que en muchos casos se establecieron adaptaciones de diferente naturaleza que tendían a minimizar los pasos de una zona a otra en la medida de lo posible. En otros casos la insistencia en seguir atravesando a la otra mitad obedecía casi a una profesión de fe en la unidad del país. Era el caso, por ejemplo, de una profesora de la Universidad Saint-Joseph que residía en la zona Este y que insistía en desplazarse una vez a la semana hasta Sidón, capital del Sur, para impartir una clase en el campus con el que allí contaba la institución. Señalaba que, entre sus colegas, era la única que realizaba algo similar pero que para ella resultaba algo muy importante y que sentía la gratitud en sus alumnos, mayoritariamente musulmanes. (Entrevista –  KHD)

[27] Entrevista –  RBK/ NDM.

[28] Entrevista – YBA. Con el traslado o cierre de la práctica totalidad de delegaciones diplomáticas instaladas en Beirut Oeste a causa del ambiente de inseguridad predominante, el cruce a Beirut Este para solicitar un visado había de generalizarse durante el periodo.

[29] Entrevista –  NAB.

[30] Entrevista –  FAJ.

[31] Amal y PSP constituían las dos principales fuerzas políticas que a partir de 1984 controlarían Beirut Oeste. Se trataba de dos organizaciones de carácter confesional- la primera chií y la segunda drusa- cuyos respectivos líderes, Nabih Berri y Walid Yumblatt, ocuparían carteras ministeriales en el Gobierno de Unidad Nacional de 1984. Por su parte, PSNS y Baaz eran formaciones de carácter transcomunitario de obediencia ideológica globalmente progresista, si bien su incidencia política y su control sobre el terreno en la capital durante el periodo resultó mayormente residual.

[32] El ejército sirio pasó a supervisar directamente el estado de la seguridad en Beirut Oeste en febrero de 1987. Regresaba así a Beirut después de que en 1982 se hubiera visto forzado a replegarse de la capital libanesa como consecuencia de la invasión israelí. Su presencia sobre el terreno iría reduciéndose paulatinamente durante la posguerra si bien su retirada total de todo el territorio libanés no tuvo lugar hasta 2005, tras las revueltas originadas por el asesinato de Rafiq el-Hariri.

[33] Atallah ,2007, p.83.

[34] Makhlouf, 1988, p.55.

[35] El Sábado Negro constituye uno de los episodios más traumáticos y sobre los que más se ha escrito de todo el conflicto. Recordemos que numerosos trabajadores musulmanes estaban empleados en las instalaciones portuarias, colindantes con la línea de demarcación en el lado este y que a pesar de las rondas de violencia que se habían sucedido en el país desde el mes de abril, seguían cruzando cotidianamente. El 6 de diciembre marcó en ese sentido un antes y un después. El mayor responsable de la matanza, el dirigente Kataeb y colaborador de “L´Orient/Le Jour” Georges Saade ofreció su visión de los hechos años más tarde en un testimonio perturbador desprovisto de cualquier tipo de remordimiento. (Saade, 1989).

[36] Se generalizó la idea de que los armenios, en tanto que comunidad de origen externo y por lo general poco implicada en el conflicto, eran aquellos que suscitaban menos sospechas y que podían por consiguiente transitar de forma más fácil de zona en zona. “Los que más se aprovecharon de todas esas cosas al pasar eran los armenios. Nadie les decía nada. Eran armenios, la guerra no los concernía. Iban y traían  mercancía, nadie les decía nada. También iban a Siria y traían mercancías.” (Entrevista –  JCA).

[37] Entrevista – MAR.

[38] Un buen ejemplo de ello sería el secuestro en junio de 1988 de los tres hermanos ´Arîs, de edades comprendidas entre los 6 y los 14 años e hijos de un cambista de la zona Oeste a quien se exigió el pago de una cantidad determinada. La operación fue desbaratada por Hizbollah que irrumpió en el escondite de la banda en Ŝueifât y devolvió a los niños a sus padres. (“As-Safir”, 18/6/1988, Al-ifray `an dana wa samer wa ramzi al-`aris - Liberación de Dana, Samer y Ramzi el-Aris).

[39] La práctica del secuestro con frecuente motivación confesional presenta un  punto de contacto con la situación del Irak de la ocupación estadounidense aunque se trata de un fenómeno que, por lo que parece, ha alcanzado en Bagdad proporciones diferentes a las del Beirut de la Guerra Civil. Así, en Irak se ha generalizado el secuestro como recurso meramente criminal que busca el pago de una recompensa. Según lo publicado en el diario francés “Le Point”, se contacta frecuentemente a los familiares a través de mensajes de móvil que especifican la amenaza y la cantidad exigida.  (12/7/2007, Bagdad: l´enfer au quotidien - Bagdad, el infierno cada día). Haciendo abstracción de esta sofisticación tecnológica, evidentemente anacrónica en el periodo estudiado, debemos señalar que el Beirut de los ochenta ofreció casos de este tipo de secuestros, si bien en absoluto conocieron la misma recurrencia.

[40] “As-Safir”, 12/8/1985, Ihtiyaz 38 `ala tariq al-mattar riddan jatf fi-l-qamatiyyeh (Detención de 38 personas en la carretera del aeropuerto como reacción a un secuestro en Qamatiyye).

[41] Gaby Nasr ironizaba en uno de sus artículos, publicado originalmente el 16 de noviembre de 1984, a propósito del hecho de que el rehén libanés, contrariamente al rehén normal, no era detenido para conseguir una recompensa. La única moneda que compraba su libertad sería una “moneda confesional”, en virtud de la cual “para liberar a un maronita hay que capturar a un chií y para liberar a un druso hay que secuestrar a un maronita”. (Nasr, 1985,  p.24).

[42] Entrevista –  MRO. Aunque no resultó posible especificar la fecha de la anécdota, con toda probabilidad es anterior a 1985.

[43] Las cifras se elaboraron a partir de las peticiones presentadas al comité de trabajo sobre el destino de las personas secuestradas formado en enero de 2000 y compuesto por diferentes miembros de aparatos de seguridad. A la hora de presentar sus conclusiones, el Comité consideró que “la mayor parte de los secuestrados fueron liquidados después de ser arrestados, por venganza por la muerte de uno de los responsables o de un familiar o por los actos de bombardeo aleatorio. Los elementos armados los secuestraban en un principio para intercambiarlos, pero después, cuando se producían circunstancias determinadas, no dudaban en matarlos”.

[44] “As-Safir”, 8/6/1984, Ahali al-majtufina yatazaharuna fi-l-barbir muhaddadin an-nuwwab bi-man` `awdatihim ila-l-gharbiya (Las familias de los secuestrados se manifiestan en Barbîr y amenazan a los diputados de impedirles regresar a Beirut Oeste).

[45] “An-Nahar”, 9/7/1984, Dhuu al-mafqudina tazaharu fi-l-barbir wa qata`u at-tariq bil-`awa´iîq wa-l-itarat (Los familiares de los desaparecidos se manifiestan en Barbir y cortan el camino con obstáculos y ruedas).

[46] Entrevista –  WDH.

[47] Entrevista – WDH. El Comité volvió a perturbar el paso en los puntos de paso el 31 de diciembre de 1985, año durante el cual realizaron manifestaciones ante sedes gubernamentales, algunas de las cuales de una cierta violencia, como la del 24 de julio, en la que se apedreó el Palacio Presidencial del Primer Ministro Rashid Karame. (“An-Nahar”, 25/7/1985, Ahali al-majtufina qata`u at-tariq wa rashaqu al-qasr al-hukumi bi-l-hiyar - Las familias de los secuestrados cortan la carretera y lanzan piedras al palacio gubernamental). Con el final de la guerra, la asociación persistió en sus reivindicaciones, enfrentada a gobiernos que tendían a practicar una política de mutismo en lo referido a las cuestiones pendientes relacionadas con el legado del conflicto. El Comité sigue en activo hasta la fecha y se ha caracterizado por ser el precursor y uno de los principales motores de las reivindicaciones relacionadas con la política de la memoria en Líbano.

[48] Dicho comité, creado en 1983, agrupaba a representantes del ejército y de las principales milicias y servía como plataforma de negociación para alcanzar altos el fuego y cesar las hostilidades durante los enfrentamientos a través de la línea de demarcación.

[49] Como señalaba con ironía Gaby Nasr, la única competencia que quedaba al ejército libanés era, pues, la de poner una piedra a lo largo de la calzada cada vez que el paso resultara aleatorio y quitarla  una vez el incidente resuelto. (Nasr, 1985,  p.100, publicado originalmente en “L´Orient / Le Jour” el 26/7/1985).

[50] “An-Nahar”, 8/11/1984, Tarashuq `ala mihwar as-sudicu – ras al-naba` – al-brimu: qatila wa yarih wa iqfal al-ma`abir bad` sa`at (Enfrentamiento sobre el eje Sodeco-Ras al-Naba`- Al-Brimu: una muerta y un herido, cierre de los puntos de paso durante algunas horas).

[51] “As-Safir”, 5/6/1985, Fatah ma`bar al-barbir-al-mathaf wa i`ada iqfaluhu ba`d tayaddud al-qanas (Apertura del punto de paso de Barbir-Mathaf y cierre de nuevo después de que se reanudaran las acciones de francotiradores).

[52] En un artículo dedicado al punto de paso de Kafa´at, se habla de los taxistas agrupados en los extremos del mismo como ejemplo de las “profesiones derivadas” segregadas por el conflicto. Se calculaba entonces que aquellas personas que carecían o prescindían del vehículo propio y que atravesaban cotidianamente los puntos de paso  pagaban diariamente 35 libras en services (taxis colectivos). (“As-Safir”, 18/8/1986, 5 alaf siyyara wa shahina tamurru yawmiyyan fi qalb juttut al-tamas – 5000 coches y camiones atraviesan cada día las líneas del demarcación).

[53] Entrevista – SLA.

[54] Entrevista – AYU.

[55] Entrevista – HHA.

[56] Entrevista – NDM.

[57] Bazzi, 2005, p.48.

[58] Entrevista – KHD.

[59] Entrevista – RGN.

[60] Entrevista – MRO.

[61] Entrevista –  KHD.

[62] Entrevista – LLK.

 

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MAKDISSI, Jean Said. Beirut Fragments: A War Memory. Nueva York: Persea Books, 1991. 253 p.

MAKHLOUF, Issa. Beyrouth ou la fascination de la mort. Montreuil : Passion, 1988. 204 p.

NAFFAH CHOT-PLASOT, Cherine. Réseaux de sociabilité et de voisinage : le quartier Baydoun à Beyrouth. In Beyrouth, regards croisés. Tours : Urbama,  1996. P. 107-125.

NASR, Gaby. Guerroyons. Beirut: FMA, 1985. 235 p.

PICARD, Elisabeth. Liban: État de discorde. París : Flammarion, 1988. 263 p.

RANDAL, Jonathan. Going All the Way: Christian Warlords, Israeli Adventurers and the War in Lebanon. Nueva York: Vintage, 1984. 317 p.

SAADÉ, Joseph., BRUNQUELL, Frédéric., COUDERC, Frédéric. Victime et bourreau, Paris : Calman- Lévy, 1989. 233 p.

ZURAYK, Huda, ARMENIAN, Haroutune. Beirut 1984: a Population and Health Profile, Beirut: AUB Publications, 1985. 288 p.


Índice de entrevistas

Referencia

Sexo

Edad aproximada y ocupación durante el periodo 1984-1988.

Lugar de residencia durante el periodo 1984-1988.

AGM

M

20-25, estudiante y secretaria.

Ashrafiyyeh - Sassin (Beirut Este).

AYU

H

15-20, estudiante.

Rawŝe (Beirut Oeste).

FAJ

H

20-25, ingeniero.

Ashrafiyyeh-Mar Niqula (Beirut Este).

GFG

H

20-25, empleado de editorial.

Zalqa (perifiera Norte).

HHA

M

25-30, estudiante, profesora de escuela secundaria pública.

Zarif, Clemenceau, Hamra (Beirut Oeste).

JCA

H

30-35, comerciante.

Ydeide (periferia Norte).

KHD

M

25-30, profesora de universidad privada.

`Amshit (Biblos).

LLK

M

25-30, empleada en publicación.

Ashrafiyyeh (Beirut Este).

MAR

M

30-35, profesora de escuela privada.

Hâret Hreik (periferia Sur) / Zuqaq al-Blat (Beirut Oeste).

MAW

H

15-20, estudiante.

Mussaytbeh (Beirut Oeste).

MHM

H

15-20, estudiante.

Shiyâh (periferia Sur)

MRO

M

20-25, estudiante, abogada.

Ashrafiyyeh (Beirut Este).

NAB

M

20-25, empleado en empresa familiar.

Dikwaneh (periferia Norte).

NAN

M

5-10, estudiante.

Nueiry (Beirut Oeste).

NDM

M

20-25, ama de casa.

Rawshe (Beirut Oeste).

NFH

M

15-20, estudiante.

Yunieh (Kesrewan) / Ashrafiyyeh (Beirut Este).

NKH

M

30-35, artesana, ama de casa.

Verdun (Beirut Oeste).

RBK

M

20-25, estudiante, ama de casa.

Rawshe (Beirut Oeste).

RGN

H

15-20, estudiante, socorrista de la Cruz Roja.

`Ain er-Rommaneh (periferia Este).

SLA

M

35-40, empleada de banca.

Hamra (Beirut Oeste).

WDH

M

30-35, profesora de escuela secundaria pública.

Ras al-Naba´, Mussaytbeh (Beirut Oeste).

YBA

H

35-40, empleado de hotel.

Bi´r el-`Abed (periferia Sur).

 

© Copyright Eugenio Juan Ruiz Herrero, 2012.
© Copyright Scripta Nova, 2012.

 

Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.

 

Ficha bibliográfica:

RUIZ HERRERO, Juan. Los ma`abir o puntos de cruce en el  Beirut de la guerra civil. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 10 de febrero de 2012, vol. XVI, nº 391. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-391.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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