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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVI, núm. 395 (12), 15 de marzo de 2012
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

PERTENENCIA FAMILIAR Y JERARQUÍA DE CLASES: EL SECRETO, LA RUPTURA Y LA DESIGUALDAD VISTOS A TRAVÉS DE LOS RELATOS DE PERSONAS ADOPTADAS BRASILEÑAS

Claudia Fonseca
Depto. de Antropología - Universidad Federal de Rio Grande do Sul (Brasil)
Universidad Nacional de San Martín (Argentina)
Claudiaf2@uol.com.br

Traducción: Miguel Gaggiotti

Recibido: 15 de septiembre 2010. Aceptado: 21 de julio de 2011.

Pertenencia familiar y jerarquía de clases: el secreto, la ruptura y la desigualdad vistos a través de los relatos de personas adoptadas brasileñas (Resumen)

En este artículo analizo las entrevistas con los miembros de una asociación de personas adoptadas, así como cartas enviadas a la página web de esta asociación, con miras a la reconstrucción de las nociones de pertenencia de la familia en Brasil y su interacción con el sistema jurídico en las últimas décadas. Mis resultados sugieren una línea de continuidad entre el secreto asociado tradicionalmente con la adopción, la confidencialidad impuesta por el estado y las estrategias de las familias adoptivas para garantizar la plena integración del niño/a en la familia. Los resultados plantean también interrogantes sobre la naturaleza política del proceso de adopción, revelando una dinámica de la desigualdad que, a pesar de los progresos de las reformas democráticas y de las nociones cambiantes de la pertenencia y la familia, aún tiene un importante papel en la definición de las políticas sociales.

Palabras clave: adopción, desigualdad, nociones de familia y parentesco, antropología jurídica, Brasil.

Family belonging and class hierarchy: Secrecy, rupture and inequality as seen through the narratives of Brazilian adoptees (Abstract)

In this article, I analyze interviews with members of a newly-founded association for adopted persons, as well as the cursory pleas listed on its internet site, in order to reconstruct notions of family belonging as they have evolved in interaction with legal directives over the past decades in Brazil. My findings suggest a line of continuity between the secrecy traditionally associated with adoption, the confidentiality decreed by state adoption services, and adoptive parents’ strategies to guarantee their child’s full inclusion in the family. They also raise questions about the political nature of the adoption process, highlighting dynamics of inequality that, despite the advance of democratic reforms and evolving family sensitivities, continue to have considerable weight.

Key words: adoption, inequality, notions of family and kinship, legal anthropology, Brazil.


En Europa y América del Norte, las personas adoptadas han ganado una considerable visibilidad en los últimos años[1]. El que, en estas regiones, un buen número de niños y niñas adoptados procedan del extranjero, con rasgos físicos que los hacen visiblemente  “diferentes” de sus familias adoptivas, puso fin a la aspiración, común en las décadas pasadas, de que la familia adoptiva “imitase a la naturaleza”. En tales circunstancias, siendo virtualmente imposible ocultar el parentesco no biológico, parece haber una amplia aceptación del hecho de que las personas adoptadas, al iniciar su vida como adultos, se embarcan en un viaje a los orígenes”, buscando algún tipo de conexión no solo con su país, sino también con su familia de origen. La necesidad de conocer su propio origen genético para luchar contra la confusión genealógica” y las narrativas fragmentadas del yo” es evocada a menudo por las personas en el campo de la adopción, justificando así campañas para la apertura de registros de nacimiento y la promoción de las adopciones abiertas[2]. Aunque he notado parte de estas preocupaciones entre las personas adoptadas que entrevisté en Brasil, tales consideraciones se han mantenido ausentes del discurso oficial de la adopción, tanto en Brasil como en los demás países de América Latina[3]. Por otra parte, en contraste con los estándares norteamericanos –donde las personas adoptadas y sus familias biológicas han ido formando asociaciones desde la década de 1970–, en Brasil, estas categorías han mostrado pocas señales de movimiento político. Tan solo muy recientemente han empezado a surgir cambios en este escenario.

En junio de 2007, un administrador de empresas de 40 años que pasó casi la mitad de su vida buscando sus raíces biológicas, comenzó lo que parece ser la primera asociación brasileña destinada a fomentar entre los adultos adoptados la identificación y contacto con sus familias biológicas. Filhos Adotivos do Brasil –que llega al gran público a través de su elaborado sitio web– establece claramente como objetivo el ayudar a las personas que quieren ponerse en contacto con su familia biológica y que tienen la esperanza y el poder de conseguir que esta reunión tenga lugar[4]. Hablando con resentimiento mal disimulado contra el secreto que rodea sus propias adopciones –la omisión o la objeción de las familias adoptivas y la reluctancia de las autoridades a facilitar información alguna sobre sus familias biológicas–, algunos de los participantes más activos de la Asociación están pidiendo un cambio en la cultura de la adopción” del país, con el fin de lograr una política de mayor apertura. Tras ocho meses de existencia, el sitio web listaba alrededor de 300 historias, la mayoría de ellas buscando conocer o tener contacto con sus familias biológicas. Filtradas a través del cuidadoso monitoreo de los organizadores, decenas de nuevas historias llegaban cada semana.

En este artículo, me baso en la observación de reuniones de la Asociación, entrevistas con personas adoptadas que asistieron a las reuniones, así como en las cartas que figuran en la web, para entender la evolución de las nociones familiares de pertenencia en interacción cotidiana con las directrices legales de las últimas décadas[5]. También recurro, en este análisis, a investigaciones previas de los y las profesionales en el campo del cuidado de niños/as[6], así como a la investigación etnográfica sobre la circulación infantil en las favelas de Brasil[7]. Considero las leyes como una tecnología de gobierno”[8], acuñada para dar forma a las subjetividades individuales. Sin embargo, como veremos más adelante, estas tecnologías tienen un impacto impredecible. En estas circunstancias, la gente puede –más que resistir contra”– simplemente ignorar la ley. Por otro lado, las novedades legislativas, en vez de crear nuevas sensibilidades, pueden respaldar (o servir de justificación) a un cambio que se ha producido en algunos sectores de la población. Las narraciones de las personas adoptadas que se reflejan en este artículo dan cuerpo a los cambios en el sentimiento familiar desde los años 50 y proporcionan pistas no solo para entender la importancia creciente de la burocracia estatal en la vida de las personas, sino también para poner en perspectiva el propio texto de la ley.

Una curiosidad inicial inspiró mi reflexión: cómo explicar las cronologías divergentes de los movimientos de búsqueda por parte de las personas adoptadas en Brasil y en otras partes del mundo occidental. ¿Por qué los adoptados/as nacidos y criados en Brasil han sido relativamente lentos a la hora de organizarse? De hecho, las décadas de silencio no pueden ser explicadas por una indiferencia histórica a la identificación de los parientes de sangre. Los primeros clásicos de las ciencias sociales brasileñas, preocupados por definir los orígenes raciales del país, son conocidos por su tono galtoniano. En tiempos más recientes, los etnógrafos han documentado la persistente creencia de los efectos de la “sangre” en el comportamiento moral de un individuo[9]. En mi propia investigación de campo en barrios urbanos de bajos ingresos, documento alusiones anecdóticas a la atracción mística entre parientes de sangre[10]. La gente pondría fin a una historia de encuentro entre hermanos, después de años de separación, con la expresión “la sangre llama”. En otras palabras, a pesar de que los recientes descubrimientos en biotecnología pueden haber dado una nueva dirección a las nociones de conexión consanguínea, la preocupación por los ancestros del niño o niña no es nada nueva[11].

Una primera explicación más plausible de la manifestación tardía de las personas brasileñas adoptadas (que exploraremos en los párrafos siguientes) es que carecían de las condiciones básicas para que el movimiento de búsqueda se pudiera dar. Para realizar la búsqueda, la persona adoptada tiene que creer que 1) una información vital determinada le ha sido denegada, 2) que existe una autoridad en posesión de la información deseada, y 3) que la autoridad puede ser obligada a revelar la información. La investigación etnográfica sugiere que, en las formas tradicionales de circulación de niños/as en familias de clase obrera, no había “secretos”[12]. La mayoría de las colocaciones de los niños/as se llevaban a cabo dentro de una red social (las personas se conocían) en la que los jóvenes sumaban la afiliación a su familia adoptiva a una permanente inscripción en su familia de origen. Por otro lado, las personas adoptadas que aparecen en este artículo hablan de familias adoptivas en las que el secreto era una cuestión. Los padres y madres adoptivos no solo ocultaban la identidad de la familia de origen de su hijo/a adoptivo, sino que también podían ocultar el hecho mismo de su adopción. En estos casos, la pregunta es: si los jóvenes llegaran a conocer su condición de adoptados, ¿sabrían a dónde ir para obtener información adicional? Ante la persistente negativa de sus padres y madres adoptivos a cooperar, ¿podrían contar con la existencia de registros legales que pudieran ser “desvelados”? Con edades que van de 34 a 45 años, las personas entrevistadas aquí crecieron en una época histórica anterior al Estatuto de la Niñez y Adolescencia (ECA, 1990) y otros documentos similares en otras partes de América Latina, promulgados durante los años 1990s[13]. Es decir, nacieron antes de que apareciera una eficiente burocracia gubernamental asociada a los derechos del niño/a que obliga a mantener los registros. Nuestro análisis busca establecer, precisamente, la relación entre la burocracia estatal en evolución y determinadas sensibilidades familiares.

Una segunda explicación posible para el relativo silencio de las personas brasileñas adoptadas destaca la importancia de la proximidad geográfica en las adopciones nacionales. Es posible que, en Europa, algunas familias adoptivas se sientan poco amenazados por la “búsqueda de los orígenes” de su hijo/a, a sabiendas de que su familia biológica vive al otro lado del mundo. Cuando la familia de origen vive a tan solo unos pocos kilómetros de distancia es otra historia. Los niños/as adoptados en las familias de América Latina, en general, no vienen de lejos. Linda Seligmann, en su comparación entre adopciones transnacionales y nacionales, es una de las pocas investigadoras que han reflexionado sobre la influencia de la proximidad geográfica en la dinámica de adopción. En un artículo reciente sobre este tema, abre la discusión con la descripción de un matrimonio de los Andes peruanos que, buscando asegurar un heredero para sus tierras, adopta al sobrino del marido. La tensión que impregna la relación entre las dos familias del niño es comparada con la tensión que existe en las adopciones transraciales de niños/as americanos en los Estados Unidos. Por otro lado, se contrasta con la imaginación orientalista que envuelve las adopciones transnacionales: “Es más probable que las adopciones nacionales que cruzan las líneas de raza y clase reconocidas a nivel local [...] provoquen perturbaciones tangibles en los hábitos diarios”[14]. Las personas adoptadas que investigo en este artículo –nacidas y criadas en Brasil– están, por así decirlo, buscando sus orígenes en su propio patio trasero. Pero trataré de demostrar que –como argumenta Seligmann– la proximidad geográfica de estas personas con sus familias de origen y los registros legales que cuentan la historia de su adopción no facilita la búsqueda de sus orígenes. Por el contrario, pone en evidencia las dinámicas de desigualdad social y política que, a pesar del avance de las reformas democráticas y la evolución de los valores familiares, parecen motivar el secreto y reafirmar los obstáculos en el camino de búsqueda.


La Asociación

Las historias en el sitio web sugieren que algunas personas adoptadas han estado buscando sus “raíces” desde hace décadas. Sin embargo, fue sin duda una convergencia de varios factores lo que les permitió expresar finalmente sus sentimientos en público. Es posible que hayan sido motivados por las historias en los medios de comunicación que, a partir de los años 1980s, describen el retorno de adoptados/as criados en Europa o América del Norte en busca de sus familias de origen. Las preocupaciones sobre los derechos de los niños/as también tuvieron un fuerte impacto en Brasil. Se esperaba que, tarde o temprano, el origen de los niños/as adoptados entrase en la agenda oficial. Sin embargo, es evidente que la fuerza de Filhos Adotivos do Brasil se debe en gran parte al espíritu emprendedor de su fundador, José Ricardo Fischer[15] (hay otro par de sitios en Internet destinados a fines similares, pero no parecen acercarse en popularidad).

Un análisis de los primeros seis meses de cartas enviadas a la página (Filhos Adotivos do Brasil) revela una amplia gama de participantes, con edades que van de 16 a 73 años, con una mayor concentración alrededor de los 40 años. Mientras que las primeras entradas solían llegar de personas que viven cerca de Porto Alegre (donde vive Fischer), los contribuyentes están ahora por todo el país, e incluso hay una tímida presencia de jóvenes adoptados en el extranjero. La mayoría de las cartas provienen de personas adoptadas que utilizan el sitio como un registro de consentimiento mutuo para obtener información sobre sus parientes biológicos. Sin embargo, también miembros de familias biológicas envían solicitudes, así como un cierto número de personas criadas por madres solteras que quieren información acerca de sus parientes paternos.

En Brasil, hay estaciones de radio dirigidas a las clases trabajadoras que, desde hace mucho tiempo, incluyen la búsqueda de parientes perdidos como uno de los muchos dramas familiares llevados al micrófono por los oyentes. Sin embargo, al parecer, la asociación de Fischer atrae un público ligeramente diferente –gente de clase media–. Desde las primeras reuniones a las que asistí (reuniones abiertas en la sede rural del SESC), me llamó la atención la falta de personas de piel oscura, del tipo que yo estaba acostumbada a encontrar en mis investigaciones sobre la circulación de niños/as. Todas las personas adoptadas de la audiencia, así como las dos madres adoptivas, eran blancas. Al conocerlas, sin embargo, me di cuenta de que no eran precisamente de la “élite” nacional. Entre ellos había pequeños empresarios, representantes de ventas, auxiliares de enfermería, así como el eventual profesor de colegio; aquellos que tenían formación superior habían asistido a cursos de administración de empresas o de derecho en instituciones con altas mensualidades, poco prestigio y entrada fácil. Las discusiones, a menudo con un fuerte color de celo evangélico, eran menos “políticamente correctas” que las que había oído entre profesionales en los servicios públicos  del cuidado de niños/as. El Estatuto de la Infancia de 1990 era raramente evocado y la legislación internacional (como la Convención de la ONU de 1989) pasaba desapercibida. Por otro lado, las actitudes también parecían diferentes a aquellas que estaba acostumbrada a escuchar a madres de bajos recursos que luchan por criar a sus hijos/as, pues había cierto énfasis en las psicologías del yo–[16]. Era como si las personas adoptadas estuviesen abriendo, para mí, un gran y desconocido universo socio-económico de comerciantes y funcionarios, con ingresos modestos pero regulares, y con su propia variante de los valores familiares.


Una Era de Burocracia Estatal Incipiente: Cuando los Niños eran un Asunto “Extralegal”

Varios investigadores[17] han demostrado que, hasta la segunda mitad del siglo XX, el interés de las autoridades gubernamentales en diferentes países de América Latina por los niños/as pequeños era más bien escaso. Existían mecanismos para reprimir el mal comportamiento de los jóvenes delincuentes y niños de la calle pero, mientras no alterasen el orden público, los niños/as todavía eran considerados un asunto familiar privado. Cuando, a principios de 1980, comencé a realizar investigaciones etnográficas en los grupos populares de Porto Alegre, me encontré con un buen número de niños/as y adultos que ni siquiera estaban inscritos en el registro civil. Los padres y madres a menudo solicitaban la partida de nacimiento de sus hijos/as únicamente cuando se les exigía un documento oficial (por ejemplo, para inscribir a su hijo en la escuela). En este caso, el secretario de la oficina tenía poca capacidad para verificar quién había realmente dado a luz al niño/a. Fue entonces cuando, ante las estadísticas que mostraban que una gran proporción de bebés no eran registrados en el plazo legal, el gobierno brasileño puso en marcha campañas dirigidas a dotar a todos los recién nacidos de una existencia civil.

Un gran número de cartas escritas a la página web hace referencia a personas nacidas entre 1960 y 1970, antes de la penetración eficaz del control del Estado en la vida cotidiana de lo que hasta entonces era, en gran medida, una población de pequeñas ciudades. Por lo tanto, no es sorprendente ver que la palabra “adopción” se usa indiscriminadamente –incluso en casos más recientes– para describir, aparte de los procedimientos jurídicos legales y cuasi-legales, prácticamente cualquier tipo de transferencia de niños/as pequeños en la que se les fijaba durante algún tiempo un nuevo hogar. Encontramos narraciones de adopciones sucesivas: “Fui adoptada cuando recién había nacido ... Mi madre adoptiva me recogió en la casa de una mujer que ya me había adoptado ...”; “Dado que [mi esposo] fue maltratado por su madre adoptiva, fue trasladado a otra familia y luego adoptado por una tercera familia en la que vive hasta hoy”. Solo dos o tres participantes de la web emplean el término padres de crianza (padres que me criaron), marcando una diferencia en la relación con un estatus más oficial.

Parece claro, por la lectura de las cartas, que muchos de los casos son variantes de un tipo de circulación de niños y niñas común desde la época colonial[18]. Como una joven (nacida en 1973) escribe:

Fui adoptada con un año y seis meses [...] Según mis padres adoptivos, una mujer que vivía [en tal ciudad] con su hija ... me cuidaba. Por lo que sé no era mi madre, una abuela puede [...]. Una tía mía dice que esta señora, por esa época, vendía verduras y pan en la plaza del barrio, y parecía ser una buena persona, y por ese motivo ofreció la niña a mi tía, pues ella ya no podía criar un hijo.

En fases anteriores de la investigación, documenté casos de circulación de niños/as que no implicaban la ruptura de los lazos de consanguinidad[19]. Los niños/as de hogares urbanos de bajos ingresos circulaban entre padrinos, familiares y vecinos. Permanecían, a veces durante años enteros, aprendiendo a llamar a un nuevo matrimonio “madre” y “padre”. Algunas trayectorias podían incluir una parada en el orfanato local. Sin embargo, la mayoría de estos jóvenes tenía contactos esporádicos con miembros de su familia de origen, en la que apoyaban gran parte de su identidad personal. Con los años, algunas personas perdían el contacto con sus familias, pero la mayoría tenía pocas dudas en cuanto a sus “orígenes”.

El sitio web, por otra parte, contiene las historias de bebés y niños/as donados en otras circunstancias, es decir, con cierto aire de finalidad. Por supuesto, la información proporcionada por las familias adoptivas (la fuente principal de la mayoría de mis colaboradores) no siempre es la más fiable. Las historias de “abandono” (el niño dejado en la puerta de casa o en los brazos de un transeúnte anónimo) son sin duda muy simplificadas, si no inventadas. Sin embargo, algunas personas lograron rastrear sus orígenes hasta un refugio para madres solteras, una clínica de maternidad o un hospital, del que salían con días de edad en los brazos de sus padres adoptivos. Si la madre había ido al hospital con el propósito de poner a su bebé en adopción, no está nada claro.

En cualquier caso, el número de historias que incluyen enfermeras o médicos como intermediarios clave del proceso de adopción no deja lugar a dudas: antes del año 1980, los hospitales eran la principal fuente institucional de niños/as adoptados. La siguiente cita, escrita por un hombre que nació en 1962, ofrece un buen ejemplo:

Durante el embarazo [mi madre biológica] conoció a una enfermera que trabajaba en la sala de maternidad donde nací. Esta enfermera era la hermana de mi madre adoptiva y actuó como mediadora de la adopción...

En aproximadamente una veintena de historias de personas nacidas entre 1955 y 1984, se lee que la madre adoptiva o algún familiar trabajaba en el hospital o que los padres adoptivos, de alguna manera, tenían una relación especial con el director del hospital, una enfermera o un médico. Como Abreu[20] demostró en su trabajo sobre “cigüeñas” en el norte de Brasil, este tipo de mediación no se consideraba ilegal, y proporcionaba cierto prestigio a los mediadores, a menudo considerados como trabajadores de la caridad consagrados a una causa noble. Una adoptada (nacida en1974) escribe que llegó a su familia adoptiva a través de una tal “Tía Paula”, la esposa del obstetra local. La mujer coordinaba un proyecto de asistencia, orientado a los hijos/as de madres solteras y parejas que habían accedido a “mantenerlos como hijos legítimos ... [La tía Paula] solo permitía la eliminación de los bebés del permiso de maternidad después de haber sido registrados legítimamente (sic) ...”. La autora de esta carta parece estar usando el término “legítimo” para señalar varias cosas. Por un lado, indica una relación que se establece en los documentos oficiales de la ley. Por otro lado, parece apuntar a la intención de educar al niño/a adoptado con toda la inversión emocional y la condición social de un niño nacido de un matrimonio legalmente constituido, sin la vergüenza de la ilegitimidad. En otras historias, sin embargo, “legítimo” tiene otra connotación. Muchas de las personas adoptadas que entrevisté sugieren que fueron registradas falsamente como hijos/as “legítimos” de sus familias adoptivos: sus familias adoptivas recibieron un certificado de nacimiento como si el niño/a fuera su hijo biológico, sin pasar por ningún proceso legal de adopción[21]. En este caso, “legítimo” tiene menos que ver con el estado civil de los padres, y más con una supuesta relación sanguínea. En otras palabras, la “legalidad” no aparece necesariamente asociada con la ley[22].

La historia de Sandra, una contable de 40 años de edad a la que entrevisté, ilustra esta noción de legalidad que tiene poco que ver con la legislación. Cuando fue adoptada, sus padres[23] tenían dos hijos “legítimos”, ahora adultos, y una hija adoptiva de nueve años de edad. Pero, como señala Sandra, la adopción de su hermana había sido muy diferente de su propia historia, había sido “legal”. De hecho, Sandra es una de las pocas participantes de la web que, en su informe escrito, dice claramente que su adopción fue ilegal. Requerida durante la entrevista a explicar el motivo de este juicio, responde sin vacilar: “porque yo fui robada”. Fueron sus hermanos y tíos quienes le contaron la historia poco después de la muerte de su madre adoptiva. Dicen que Sandra fue arrancada literalmente de los brazos de su madre biológica. Su madre adoptiva había hecho un trato con la empleada de la limpieza de los vecinos –una mujer en avanzado estado de gestación– , por el cual esta le entregaría el niño una vez nacido. El problema es que la parturienta cambió de opinión en el último minuto y la madre adoptiva no lo aceptó. Parece que la hermana mayor de Sandra había ido con su madre a buscar el bebé. Ella solo recuerda una tremenda pelea que terminó cuando su madre (adoptiva) sacó al bebé de los brazos de la otra y salió corriendo.

Esa nueva madre de Sandra, que en aquella época trabajaba como oficial de justicia, tenía conexiones poderosas y, sin duda, calculó que podría defender su condición de madre. A los pocos días, ella y su marido habían conseguido un documento de nacimiento para el bebé como si fueran los padres “legítimos”. Sin embargo, no es este acto técnicamente ilegal lo que impacta a Sandra. Más bien parece considerar el falso registro como un procedimiento normal para una gente que quería lo mejor para su hija. Al ignorar la apelación de la madre biológica de Sandra para recuperar la custodia de su bebé, las autoridades estatales del momento parecen haber tenido un punto de vista similar. A pesar de la evidente transgresión de la ley, no hicieron nada para revertir el certificado de nacimiento ilegal. Es evidente que la indignación de Sandra – y la insistencia que muestra al hablar sobre la “ilegalidad” de su adopción– se dirige a la indignidad moral perpetrada contra su madre biológica y no hacia la trasgresión de los procedimientos formales de la ley.

Los distintos significados de “legítimo” y “legal” llevan a un asunto importante: no solo muchas adopciones (incluso las mediadas por los hospitales) no eran estrictamente acordes con la ley, tampoco la distinción entre legal e ilegal parecía especialmente relevante. La adopción, acorde con el Código Civil del país, era, en gran parte, un procedimiento administrativo que se podía hacer en una oficina del registro civil. El Tribunal de Menores situado en las grandes ciudades podía ser llamado para formalizar el proceso. Sin embargo, no tenía los recursos para realizar investigaciones o para supervisar el traslado de los niños/as. Tan solo legalizaban arreglos hechos por el personal del hospital, los directores de orfanato o –más a menudo– directamente entre la madre biológica y los padres adoptivos.

En 1965, una versión limitada de la adopción moderna (que es irrevocable e implica ruptura total con la familia de origen) pasó a estar disponible a nivel legal, pero una se pregunta hasta qué punto la gente del momento estaba al tanto de la legislación. Ninguna de las personas adoptadas que entrevisté se refirió al cambio en las leyes, ni ha hecho ninguna distinción entre la adopción simple y la plena (claramente establecida por el Código del Menor de 1979). De hecho, solo una –una mujer en su cuarto año como estudiante de derecho– citó una ley como relevante para su condición: la Constitución Nacional (1988), que afirma la igualdad de derechos para todos los niños/as de una persona nacidos en la familia o adoptados, sean resultado de un matrimonio legal o no.

Aunque la consolidación en los últimos años de una serie de procedimientos burocráticos se puede atribuir al desarrollo normal de un aparato estatal moderno[24], los observadores sugieren que, en Brasil, la adopción fue catapultada a la atención pública debido a la llegada de adoptantes extranjeros en busca de niños/as brasileños[25]. Fue durante la década de 1980 y principios de los 90 cuando la demanda extranjera se desató en los periódicos, presentada, en el mejor de los casos, como una amenaza a los recursos nacionales y, en el peor de los casos, como tráfico internacional de menores[26]. Los escándalos se propagaron por los hospitales y clínicas de maternidad, donde las adopciones nacionales, así como las internacionales, comenzaron a ser cuestionadas. Durante los años 70, el Tribunal de Menores de Porto Alegre inició una campaña para centralizar el proceso de adopción, prohibiendo que los orfanatos y hospitales entregasen niños/as en adopción sin una orden judicial. Fue tan solo a  principios de los '80, sin embargo, cuando se formó un equipo multidisciplinario –con expertos en trabajo social y psicología– para supervisar los procesos de adopción. Y, significativamente, según las historias del sitio web, fue durante los años 80 cuando las y los administradores de los hospitales y clínicas de maternidad empezaron a considerar la mediación de la adopción como una responsabilidad no deseada, un capítulo de la historia que sería mejor olvidar.


Aspiraciones del secreto: combatiendo las desigualdades dentro de la familia

Los administradores/as de hospitales no estaban solos en el deseo de suprimir la información sobre las adopciones en el pasado. Las siguientes entrevistas sugieren que, para las familias adoptivas de los años 1960 y 1970, el secreto iba de la mano con la inclusión de los niños/as en su nueva familia. En su intento por distanciar las familias de origen de la imagen, vemos un firme rechazo de la “maternidad compartida” –un rechazo similar al que los antropólogos han encontrado en la dinámica contemporánea de la “familia euro-americana”[27]. Los legisladores/as también eran conscientes de las nuevas sensibilidades familiares, que abarcan una preocupación por la “protección de la infancia”, y por consolidar el estatus del niño/a adoptado dentro del seno de su nueva familia. Sin embargo, como intentamos demostrar en los próximos párrafos, hasta incluso después de una mayor intromisión del Estado en la regulación de la circulación de niños/as, la idea del secreto persiste –ahora en la forma de las políticas institucionales que ponen el énfasis en la confidencialidad. Y los lazos de afecto en la familia siguen reflejando las tensiones dentro de una sociedad de grandes desigualdades sociales y económicas.


Caso 1: Apagando el pasado vergonzoso

Conocí a Lúcia, de casi 40 años de edad, en una reunión de la asociación. Vivía en un pequeño apartamento de un dormitorio en las afueras de Porto Alegre, con su esposo cartero y dos hijos. Aprovechando una baja por enfermedad que la dejó una semana en casa, nos invitó a escuchar su historia :

Es gracioso. No recuerdo casi nada de cuando yo era pequeña, pero recuerdo ese día. [Mi madre adoptiva] me lo contó de una manera que no creo fuese cierta. Por lo menos yo no querría hablar con mis hijos de esa manera. Ella dijo: “No se lo digas a nadie ¿vale?” Nunca me dijo por qué no lo podía contar. Para mí, era como una cosa fea. Siempre he tenido la adopción como una cosa muy fea. A día de hoy, para ellos, es una cosa muy...

Según Lúcia, sus padres se sintieron obligados a hablar del tema porque una hermana (biológica) mayor que ella telefonaba constantemente para pedir información y Lúcia hablaba con ella sin darse cuenta de quién era . “Pues, me dijeron, pero me lo dijeron así, 'Tu madre era una vagabunda, una puta', y, si decía que era adoptada, eso iba a aparecer”. A partir de entonces, Lúcia sintió que tenía que estar siempre comportándose muy bien, para compensar la generosidad de estos padres que la salvaron de una situación terrible. Más tarde, en nuestra conversación, su historia dio un giro cuando reveló una duda persistente que la llevaba a pensar que era la hija biológica de su padre (adoptivo). Sus padres eran recién casados cuando una “amiga de la hermana de su padre” se quedó embarazada. Cuentan que, en un primer momento, el padre de Lúcia no quería quedarse con el bebé porque no quería tener nada que ver con “esa mujer” (la madre del bebé). Pero finalmente cedió a la presión de su esposa y sus propios padres. Sabiendo que su padre era un mujeriego notorio, Lúcia sumó dos más dos y llegó a ciertas conclusiones...

La historia de Lúcia me llamó la atención por un aspecto. Recientemente, había llevado a cabo entrevistas con trabajadores de la salud sobre infertilidad y adopción, y me impresionó el número de historias relacionadas con hombres sospechosos de encubrir una relación adúltera con la adopción de su propio hijo/a biológico. De hecho, hasta la segunda mitad del siglo XX, la ley prohibía a un hombre casado la posibilidad de reconocer, y mucho menos adoptar, un niño/a nacido de una relación extra-matrimonial[28]. En tales casos, el secreto de los orígenes era una condición sine qua non de la adopción legal. El parecido físico, señalado con frecuencia entre el niño/a y su padre adoptivo, confirmaría la creencia de algún lazo biológico oculto. Por supuesto, estas sospechas (como la de Lúcia) pueden ser invenciones de los vecinos pero está claro que el secreto alimenta estas fantasías de la transgresión.

La otra cara de estas fantasías es la creencia, expresada por algunos miembros de la asociación, de que su familia biológica vivía bien. Algún terrible secreto –violación, adulterio, incesto– habría causado la expulsión del bebé de una vida que, de otro modo, habría sido privilegiada. Confieso que, bajo la influencia de mis informantes, también comencé a revisar una convicción previa de que los niños/as dados en adopción siempre provienen de los segmentos más pobres de la sociedad. Pudo haber sido el caso en los circuitos informales de la circulación de los niños. Sin embargo, tengo mis dudas de que, hace cuarenta años, las familias adoptivas que estoy conociendo –integrantes de los sectores medios en plena ascensión socioeconómica– hubieran aceptado la clase de niños/as disponibles para la adopción hoy en día: niños/as de familias muy pobres con piel más oscura[29]. Es muy posible que los adoptantes de entonces se hayan beneficiado de las normas morales represivas que, incluso en los años 80, expulsaban a los niños/as “bastardos” de familias “respetables”, lo que creaba una reserva de bebés disponibles para la adopción. La hipótesis de este “origen vergonzoso” sin duda alimentaba el estigma en contra de la adopción en general, llegando a creer que, entre otras razones, las familias adoptivas escondían la condición de adoptivo/a de su hijo/a para protegerlo contra los prejuicios de la época.


Caso 2: Incluido, pero no necesariamente igual

Sonia, nuestra segunda entrevistada, dice que desde la primera infancia sospechaba ser “solo” la hija adoptiva de sus padres. Cuando la conocí, hacía menos de un año que había confirmado sus sospechas. Yo había oído una versión resumida de la historia de Sonia en una reunión de la asociación. En ese momento, ella hervía de ira contra sus padres: “¡Tengo 46 años! ¡Ahora me lo dicen! Todo el mundo lo sabía menos yo. ¡Me siento un payaso!”. Un mes más tarde, Sonia y una amiga de la infancia acordaron venir a mi casa después de su turno de trabajo en un comedor de un colegio estatal, para profundizar en la historia. Mientras tanto, Sonia había pasado las vacaciones de Navidad con su familia y parecía más resignada a la situación. Después de todo, había sido su madre, de 78 años, quien –después de leer un artículo en la prensa– había enviado a Sonia a la asociación Filhos Adotivos do Brasil. De todos modos, Sonia atribuía una serie de problemas de salud a “la falta de honestidad” de sus padres adoptivos. (En ese momento estaba en tratamiento con un neurólogo, un psicoterapeuta y un psicoanalista).

Hacía poco tiempo que había oído por primera vez la historia de su adopción –en primer lugar, de una tía; después, de sus propios padres–. Hace cincuenta años, todos los domingos, su padre panadero llevaba el pan sobrante de la semana a un orfanato local. En una de estas visitas, se cruzó con Sonia recién nacida y fue amor a primera vista. En pocos días, él y su esposa, en condición de padrinos, habían bautizado a la niña en la catedral de la ciudad. Poco después, presentaron los documentos oficiales de la adopción. Su padre, evidentemente, “conocía a todo el mundo en la ciudad”. Usando sus conexiones, acompañó al oficial de justicia a la casa de la madre biológica de Sonia para obtener su firma en los documentos de la adopción. La mujer, cuenta ella, era muy joven, casada legalmente (como lo confirma el certificado original de nacimiento de Sonia), y vivía en una “buena” casa. La situación aparentemente cómoda de su madre deja a Sonia aún más ansiosa por saber por qué fue dada en adopción.

No puede haber duda, sin embargo, sobre los motivos de sus padres adoptivos. Sonia recuerda acompañar a su madre en constantes visitas a las clínicas de fertilidad. Sus padres ya llevaban casados siete años cuando adoptaron a Sonia, y fue solo después de más de ocho años cuando finalmente pudieron concebir un hijo. Hasta su muerte en edad adulta, este hermano no sabía que su hermana mayor era adoptada. Sonia amaba a su hermano y cuidó de él durante sus últimos años de enfermedad. Sin embargo, asegura sin reservas que ella y él no recibían el mismo trato por parte de sus padres. Él estudiaba en buenos colegios privados; ella fue a la escuela pública del barrio. A los 16 años, él era un flautista talentoso, pero nunca había dinero para pagar las clases de piano que ella deseaba tanto. Él era versado en francés; ella hubiese deseado poder estudiar inglés...

La discriminación que Sonia sentía (confirmada por el testimonio de su amiga de la infancia) pudo ser debida a una serie de factores. Sonia nació en una ciudad de frontera, en un momento en que los hijos varones recibían un trato preferencial en la escuela y en la vida pública, mientras que las hijas se criaban para ser esposas y amas de casa. Sonia también confiesa que, desde el principio, era del “tipo rebelde”, habiendo tenido una trayectoria de vida menos lineal que la de su hermano. Sin embargo, debemos recordar que, cuando ella era joven, durante los años 60 y 70, muchos hogares todavía incluían “niños/as de crianza” procedentes de familias pobres, que –a cambio de alojamiento, alimentación y alguna educación– realizaban tareas domésticas[30]. A pesar de que estas pequeñas amas y amos de casa podían disfrutar de ciertos privilegios de la infancia, nadie esperaba que fueran tratados igual que los hijos e hijas de la familia.

La ley de la época (3133/1957) consagraba la situación inferior del adoptado/a. La adopción era un contrato revocable, cuyos efectos no se extendían más allá de la relación entre los niños/as y sus padres. Si la familia ya tenía hijos/as antes de la adopción, el hijo/a adoptivo no heredaba nada; si tenían un bebé después (como en el caso de Sonia), el hijo/a adoptado tenía derecho solo a la mitad de la parte reservada para un hijo/a biológico. (¿Será una coincidencia que los padres de Sonia dijeran, riendo, que nunca serían dueños de una casa, por no querer que sus hijos se pelearan por la herencia?). Ciertamente, las cosas habían cambiado mucho desde el anuncio de un abogado en 1937 que decía: “el único resultado serio de la adopción es … generar un heredero con derechos de hijo para las personas que no tienen descendencia”[31]. Durante la década de 1950, los legisladores comenzaron a cultivar la idea de la “protección de los niños”, justificando así enmiendas al Código Civil que hicieran la adopción más accesible[32]. Sin embargo, hasta 1965, los niños/as adoptados no podían aspirar a tener más que una precaria pertenencia legal en sus nuevas familias. Teniendo en cuenta el valor desigual atribuido a los diferentes tipos de hijos/as, hay razones para sospechar que –a pesar de mantener el secreto de la adopción– los niños/as que nacían dentro de la familia se veían favorecidos por encima de sus hermanos/as adoptivos.

Sin embargo, al mirar más de cerca la historia de Sonia, sospechamos que las cosas no eran tan simples, que había una ambivalencia considerable por parte de los propios padres adoptivos. Los padres y madres ocultaban el hecho de la adopción para proteger a sus hijos/as: por un lado, contra la discriminación por parte de sus compañeros y vecinos; por otro, contra la discriminación dentro de la propia familia de acogida. En otras palabras, es posible que necesitaran el secreto para poder mantener a raya sus propias inclinaciones a tratar a sus hijos/as adoptados de manera diferente. Teniendo en cuenta las circunstancias sociales y legales, ocultar el estado de su hijo/a adoptivo –insistiendo en su inclusión en condición de igualdad con los otros niños/as de la familia – era una manera por la que las madres y padres adoptivos mostraban sensibilidades familiares “modernas”.


Caso 3: La inclusión total en una adopción no tan moderna

Juliana es la única entrevistada de las que aparecen en este artículo que nunca asistió a una reunión de la asociación. Yo había comenzado a ponerme en contacto con la gente que había escrito en el sitio web, enviando correos electrónicos a varias personas que vivían en o cerca de Porto Alegre y cuyas historias había encontrado particularmente interesantes. Juliana contestó al día siguiente pero –como me dijo más tarde– no sin antes dar con mis credenciales en el sitio web de la Universidad. Nuestra entrevista tuvo lugar en la biblioteca pública de una ciudad cercana, donde ella trabaja como coordinadora de eventos culturales. Juliana, nacida en 1973, es la más joven de los entrevistados y, a medida que descubríamos intereses y conocidos en común, se hizo evidente que también es la más cercana al mundo profesional en que yo, como profesora universitaria, vivo.

En su condición de quinta hija (y única adoptada) de un farmacéutico y nieta del primer médico en la comunidad, Juliana se había criado como miembro de una familia muy respetada. Sin embargo, cuando su hermana mayor, en medio de una pelea adolescente, escupió que Juliana había sido “encontrada en la basura”, mi entrevistada (que tenía entonces 17 años de edad) ya sospechaba que no había nacido en la familia. Tenía el pelo oscuro y rizado (“casi afro”, como ella dice), mientras que su familia adoptiva, de ascendencia portuguesa y polaca, producía retoños de pelo lacio y ojos claros: “Yo solía decir en broma que tal vez se debía a que había nacido la última –diez años después que mi hermana– y había quedado más tiempo en el horno”. La avanzada edad de sus padres, así como las observaciones formuladas por familiares en sus visitas, la habían puesto en alerta. Ella escuchaba frases como: “Juliana es cada vez más parecida a ustedes”. Sin embargo, la principal razón para sus sospechas pone su historia en contraste con las dos anteriores. Sus padres parecían haber favorecido a Juliana por encima de sus hermanos mayores, que reclamaban que tenía privilegios que ellos nunca tuvieron, y ella misma considera que conseguía prácticamente todo lo que quería: “Era como si mis padres estuvieran haciendo todo lo posible para compensar algo”.

A pesar del ambiente obviamente centrado en los niños, esta adopción no se realizó de una manera burocrática “moderna”. (Juliana había sabido los detalles no a través de sus padres –ya fallecidos– que nunca habían sido capaces de hablar del tema, sino de una tía paterna y de sus hermanos). La madre biológica de la niña, una mujer de origen humilde, había tenido una relación con un vecino relativamente rico y, debido a la amarga forma en que terminó la relación, no quería recuerdos del tema. Al conocer a una simpática enfermera en la sala de maternidad (la futura madre adoptiva de Juliana), se encontró con la persona ideal para quedarse con su bebé. Así, cargando a la niña recién nacida en su regazo, la enfermera y su esposo salieron del hospital y fueron directamente al Registro Civil, donde obtuvieron un certificado de nacimiento como si ellos fuesen los padres “legítimos”. Juliana dice: “No hay duda de que temían que mi mamá [biológica] pudiera arrepentirse de su decisión”. Sin embargo, hubo un detalle curioso en esta historia: los nuevos padres de Juliana fijaron un acuerdo, de manera que su madre biológica fuese a visitarla a intervalos regulares:

No recuerdo nada, pero la gente me dice que vino con dos niñas mayores, tal vez de 4 y 6 años de edad. Es posible que hasta me haya amamantado por un tiempito. Conociendo a mis padres, creo que trataron de reducir el sufrimiento de ambos lados –por mí y por mi madre (biológica)–.

Por razones que Juliana solo puede adivinar (“tal vez mis padres pusieron fin a sus visitas porque no querían que supiese que era adoptada”), las visitas se detuvieron cuando ella tenía aproximadamente tres años de edad.

La historia de Juliana muestra prácticas que no encajan fácilmente en el esquema lineal a menudo presentado por los investigadores/as del campo de derecho cuando hablan de la trayectoria de la “adopción moderna”. Aquí encontramos, por parte de los padres de acogida, actitudes valoradas hoy por los activistas de los derechos del niño –un deseo por la absorción total, emocional y material del niño/a en la familia adoptiva–. Sin embargo, a pesar de las posibilidades abiertas por la legislación de 1965, los padres de Juliana optaron por evitar la intervención del Estado, prefiriendo registrar al niño ilegalmente, como si hubiera nacido en la familia. Un segundo elemento de interés –un elemento que está en agudo contraste con la forma de adopción plena defendida por los expertos de la adopción hoy en día– es la tolerancia temporaria a la “maternidad compartida” que implican las visitas de la madre biológica.

En este punto, el caso de Juliana no es particularmente excepcional. Las historias en el sitio web indican que la negociación directa entre la madre biológica y las familias adoptivas continúa siendo hoy en día muy común[33]. Los hospitales abandonaron la escena pero las empleadas domésticas (también presentes en muchas de las historias anteriores) siguen desempeñando un papel importante –ya sea como madres biológicas o como intermediarias– en la elección de una familia adoptiva para el niño/a. A pesar de la insistencia de las autoridades en el “Registro único” controlado totalmente por los Tribunales de Menores, más de la mitad de las familias adoptantes brasileñas recurren al artículo 166 del Estatuto da Criança e do Adolescente (ECA - 1990), discretamente insertado en las páginas de los procedimientos administrativos, que deja un vacío legal que permite la legalización de una transferencia de niños/as acordada entre particulares. Para evitar las largas esperas, los procedimientos y las trabas burocráticas de los Tribunales, las familias adoptivas pueden preferir este tipo de “adopción directa”[34] y, con el fin de tener alguna participación en las decisiones sobre el destino de su hijo/a, la madre biológica también puede preferir este procedimiento. Podemos inferir que, a pesar de que las familias adoptantes actuales parecen aspirar más que nunca a un profundo vínculo parental con sus hijos/as adoptivos, esta expectativa no excluye necesariamente el contacto y alguna forma leve de maternidad compartida con las progenitoras.


El “Secreto de la Justicia”: Regulando desigualdades entre familias

Al mirar más de cerca los obstáculos a los que las personas adoptadas hacen frente a la hora de buscar sus orígenes, una comienza a preguntarse por las razones de los mandatos institucionales contra la divulgación de información sobre las familias de origen. En otros tipos de conflictos familiares, los funcionarios del gobierno parecen simpatizar con la causa de los vínculos genéticos. Desde los inicios de los años 90, las legislaciones estatales y federales han promovido campañas y financiado pruebas de laboratorio para ayudar a los hijos “de padre desconocido” a descubrir la “verdad real” de sus orígenes[35]. Sin embargo, la importancia de la verdad genética parece diluirse en el caso de una persona que ya tiene un padre y una madre. Contrariamente a las tendencias contemporáneas en Europa y América del Norte, ninguno de los proyectos de ley pendientes en el Congreso sobre nuevas tecnologías de reproducción cuestiona el anonimato involucrado en la donación de gametos. Y, al escuchar a mis interlocutores de la asociación, los jueces parecen conocer poco la vigencia del Estatuto del Niño (1990), que estipula que los documentos pre-adoptivos de un niño/a pueden ser consultados cuando la divulgación de dicha información es considerada necesaria para garantizar sus derechos. En estos últimos casos, el tratamiento confidencial de los documentos (que reserva la consulta a personas directamente involucradas) se confunde con el secreto de la justicia (por el que cualquier consulta requiere del permiso del Tribunal). El examen de dos historias sobre la reunión final entre individuos adoptados y sus familias de origen ofrece una pista sobre la lógica de la Corte en lo referente a estas cuestiones.

Ricardo es un padre de familia, de 40 años, trabajador en el comercio y que, literalmente, pasó su vida ayudando a sus padres adoptivos. Su saga, contada muchas y muchas veces, se convirtió en una emblemática representación de los obstáculos que enfrentan las personas adoptadas. Ricardo es también el único entrevistado en este artículo cuya adopción fue mediada de principio a fin por el Tribunal de Menores. Es como si la consolidación de un aparato estatal –con su organización eficaz de los procedimientos burocráticos– fuese condición sine qua non de un movimiento de personas adoptadas en busca de sus orígenes. La creencia de que, en algún lugar, existen registros escritos que contienen las respuestas crea un objeto concreto de búsqueda.

Los padres adoptivos de Ricardo, sin duda guiados por profesionales del juzgado, le habían dicho desde el principio que era adoptado, pero nada más. Fue solo después de pasar años buscando en los armarios de la familia, acosando a los oficiales de la ley, haciendo llamadas telefónicas a aquellas personas que se encuentran en la guía cuyo apellido resultaba relevante e incluso contratando un detective privado, cuando Ricardo, finalmente, consiguió ponerse en contacto con un familiar biológico –el hermano de su madre biológica–. El hombre (que, irónicamente, ocupaba un puesto importante en el propio sistema judicial) afirmaba no tener conocimiento de su hermana –una oveja negra en la familia– y trató de impedir la comunicación. Sin embargo, seguido por el impertinente joven, finalmente reveló cierta información que resultaría en el contacto cara a cara entre Ricardo y su madre biológica. La mujer, aunque visiblemente emocionada por el reencuentro, se negó a revelar otras informaciones que su hijo estaba buscando –la identidad de su padre, por ejemplo, o la ubicación de su hermano gemelo–. Y entonces, reanudando sus investigaciones como una misión que ocuparía gran parte de su vida personal, Ricardo se dirigió a Internet como su último recurso.

Aunque no dio los resultados esperados en el caso de Ricardo, el sitio web actualmente trasmite noticias sobre diferentes “reencuentros” de personas adoptadas con sus familias de origen. Conseguí entrevistar a una de ellas, Laura, de 45 años de edad, quien –aún bajo el impacto de la reciente reunión con su familia de origen– mostraba claro placer a la hora de contarme los detalles. Como su adopción había involucrado una transferencia legalizada por la Secretaría Judicial, fue capaz de encontrar el nombre completo de su madre biológica. El sitio de los Filhos Adotivos do Brasil le ofreció la oportunidad de poner esa información en Internet, con resultados casi inmediatos. Dos meses más tarde, Laura recibió una llamada de un “primo Geraldo” de Río de Janeiro –un tipo que había encontrado la historia de Laura por casualidad durante una sesión de navegación nocturna–. Laura se ríe al describir su primera reacción: “'¿Geraldo?' le dije, '¡No tengo ningún primo llamado Geraldo!'“.

Con el tiempo descubrió que, después de que la madre biológica de Laura fuese forzada por la pobreza a dar su bebé a conocidos del vecindario, ella y su hija mayor habían sufrido mucho con la separación. Los niños nacidos del matrimonio subsiguiente de la madre (la primera de las cuales fue llamada “Laura Graziela”) habían aprendido a tratar con respeto la memoria de su hermana mayor que nunca habían llegado a conocer. Poco antes de morir, su madre había obtenido una foto de Laura celebrando su decimoquinto cumpleaños–una foto que había pegado en la pared de la sala, junto a fotografías de sus otros hijos–. Esta madre había intentado establecer contacto con su hija una o dos veces a lo largo de los años pero esta, incitada por sus padres adoptivos, se había negado a reunirse con su indigna madre. Laura tenía ya más de 40 años y estaba criando sus propios hijos cuando un cambio en sus sentimientos la llevó a sumar su historia a aquellas otras subidas al sitio web.

A medida que nos acercamos al tema de su familia adoptiva, Laura cambió de tono sutilmente: “La adopción tiene que cambiar. Tiene que ser más abierta, más conversada...”. Sus padres adoptivos consideran su búsqueda incomprensible. Su padre le advirtió que “esa gente” (refiriéndose a su familia biológica) se aprovecharía de ella pidiéndole dinero. Asimismo, sus hermanas menores, todas nacidas en la familia, no son nada solidarias. Pero Laura, atribuyendo la mayor parte de su resolución a ocho años de psicoterapia, está tratando ahora de utilizar la relación abierta con sus propios hijos (también adoptados) para educar a sus padres.

Los casos anteriores ilustran extremos opuestos del proceso de adopción. Ricardo revela su convicción de que es descendiente de una familia con posesiones, de la que fue expulsado por algún drama moral terrible. Hace cincuenta años, esta hipótesis era bastante plausible, tanto que los abogados que argumentaron a favor del secreto en el proceso de adopción lo hacían precisamente para proteger al padre biológico: “La no publicidad del proceso y del registro se inspira en el complejo de infidelidad que se cierne sobre la filiación adoptiva, y su objetivo es evitar las búsquedas del padre natural[36].

La idea de que los niños/as adoptados son la prole prohibida de familias ricas también se puede deducir de las palabras del administrador de un hospital, que se negó a revisar la información confidencial con uno de mis entrevistados: “Incluso si usted recibe una orden judicial, nunca le dejaré pasar a ver estos archivos. Imagínese el dinero que tendríamos que pagar cuando las familias [biológicas] nos empiecen a demandar por violación de la confidencialidad”. Y sin duda hay algo de esta lógica en la primera de las tres preguntas de una encuesta realizada por la asociación Filhos Adotivos do Brasil en su página de internet: “¿Está de acuerdo en que un hijo adoptivo sea heredero de sus padres adoptivos y de sus padres biológicos?”.

La historia del reencuentro de Laura con su familia de origen habla de otro tipo de desigualdad –que, a juzgar por las historias publicadas en el sitio, es mucho más común hoy en día–, en la que la situación socioeconómica de la familia de origen es claramente inferior a la familia adoptiva.

En tales circunstancias, el principio de no-contacto está promovido por los profesionales de la adopción en el Tribunal de Menores y justificado por la necesidad de proteger a las mujeres pobres de las presiones indebidas (incluyendo posibles incentivos económicos) para dar a sus hijos/as en adopción. El caso de Sandra (citado anteriormente) así como los descritos por los investigadores en Brasil y otros países de América Latina[37] sugieren que la presión no es en absoluto algo inusual. Con todo, una vez tomada la decisión y transferida la niña a un nuevo hogar, el motivo para “cerrar los archivos”, prohibiendo la divulgación de información, no resulta tan clara. Ahora la confidencialidad jurídica parece proteger a las familias adoptivas de sus rivales por el afecto de sus hijos/as. Junto con la idea de que las familias biológicas pueden aparecer y demandar que su hijo/a vuelva, existe el temor de que puedan utilizar al niño/a como palanca emocional para la obtención de ayuda financiera. Una entrevistada, al explicar los obstáculos legales a los que se enfrentó en la búsqueda de su familia de origen, alegó que el juez en su ciudad había abierto los expedientes de adopciones solo una vez en diez años –en el caso de un niño que sufría problemas de salud posiblemente relacionados con factores genéticos–: “Pero se cuidó de no revelar ningún detalle a la familia biológica, porque los padres adoptivos son ricos”. En estos casos, es la desigualdad entre las familias lo que crea consternación.

A pesar de que sus historias son diferentes, adoptados como Ricardo y Laura se enfrentan a barreras similares cuando se trata de impugnar el (ahora) muy arraigado principio de la ley de confidencialidad. Muchos hablan de su búsqueda como un calvario, plagado de dificultades causadas por los obstáculos burocráticos. Si nació en un hospital (y tiene alguna idea de cual), la persona adoptada puede tratar de consultar los archivos médicos. Sin embargo, mis entrevistados/as, así como los colaboradores de la página web, a menudo cuentan que les dijeron que los archivos del año de su nacimiento se habían perdido o destruido. Cuando la información existe, se procede a dirigir a la persona adoptada a presentar una petición formal al tribunal –un proceso arduo que puede requerir la inversión de meses y con resultados inciertos–. Las personas adoptadas también pueden buscar información en el Registro Civil (suponiendo que exista un certificado de nacimiento a nombre de la madre biológica) pero, sin la aprobación de la Corte, se enfrentan a obstáculos financieros. Según un entrevistado, la oficina cobra una tarifa por cada archivo consultado y, como la mayoría de ellos solo tiene una vaga idea del día del Registro en que puede estar anotado, es probable que vean cientos de carpetas antes de dar con la correcta. Debido a los obstáculos, algunas personas adoptadas admiten haber utilizado medios extra-legales para encontrar a sus familias de origen: un “amigo” que trabaja en los archivos del hospital, un tío con acceso a los archivos de la Secretaria de Impuestos... De todos modos, está claro que tienen pocas posibilidades de lograr su objetivo si carecen de acceso a una amplia red de recursos. Para aquellas personas que fueron adoptadas legalmente, se puede suponer que, en algún lugar de los archivos de los tribunales, hay un documento que contiene tan preciosa y ansiada información –no solo el nombre de los padres biológicos, sino también una dirección u otros detalles que puedan facilitar la búsqueda–. Aunque es posible encontrar jueces colaboradores (cuyos nombres se pasan entre los miembros de la Asociación) que tienden a aprobar la petición, la mayoría de ellos prefiere la precaución o parecen más propensos a la indiferencia. En cualquier caso, las quejas persistentes de las personas adoptadas con las que tengo contacto plantean cuestiones acerca de las relaciones de poder implícitas en el control de la información[38].


Los Derechos de las Familias Biológicas: Un Eslabón Débil en la Cadena

Un examen de la legislaci ón brasileña muestra que, al final de siglo XX y con la puesta en práctica de la adopción plena, triunfó la idea de la inclusión total de los niños en las familias de acogida, pero al precio de una ruptura total con la familia biológica. Sin embargo, sobre la base de los testimonios recogidos en este artículo, planteo la hipótesis de que el principio de “ruptura limpia” existía, en la práctica, mucho antes de la adopción plena, es decir, antes de que apareciera en la ley formal. Como hemos visto, las personas adoptadas nacidas antes o a finales de 1970 no solo se quejan de que les fue impedido el contacto con sus familiares biológicos, sino también de que el propio hecho de la adopción se les había ocultado. Por lo tanto, mucho antes de que las autoridades gubernamentales incorporasen el principio de ruptura a la política oficial, las familias adoptivas estaban utilizando sus propias estrategias para asegurar la pertenencia exclusiva del niño/a a su familia.

No es raro escuchar a los investigadores/as del derecho hablar de los cambios legislativos en los últimos cincuenta años como si se tratara de la consecuencia inevitable del estatus creciente de los niños/as como objetos de cuidado y afecto. Reconocer a los países adoptantes como los pioneros de la política oficial plantea otra interpretación posible: que las leyes actuales han evolucionado para legitimar la opinión de los más influyentes en el triángulo adoptivo. Evocando la hipótesis de Modell[39] –la herencia es la “cuestión más inquietante” de los dilemas que implican la adopción–, sugiero que es muy problemático admitir grandes diferencias socioeconómicas dentro del grupo familiar. Desde esta perspectiva, el secreto de la justicia parece proteger no tanto al niño/a sino a la inversión emocional y patrimonial de la familia más influyente.

Hoy en día, la creciente visibilidad de las personas adoptadas brasileñas puede estar perturbando el equilibrio tradicional de poder en la tríada de la adopción, pero la pregunta permanece: ¿en qué cambia la situación del “eslabón más débil”, es decir, las familias biológicas? Los investigadores describen cómo, en Europa y América del Norte, las madres biológicas y las personas adoptadas han unido sus fuerzas para exigir formas más abiertas de la adopción[40]. Sea cual sea la situación que se ha visto en décadas pasadas, hoy en día, la gran mayoría de los niños/as brasileños dados en adopción provienen de familias muy pobres, que también tienen muchas razones para luchar contra las políticas de ruptura total (con sus hijos/as adoptados por otros)[41]. Sin embargo, a pesar del avance de la democracia liberal y el desarrollo de diferentes tipos de movimientos[42], las familias biológicas no han encontrado aún su voz como actores políticos. Se mantienen, en el mejor de los casos, como receptores pasivos de las ONG y los servicios de bienestar que, en los últimos años, han prestado mayor atención a la preservación de la familia[43].La Asociación que he estudiado muestra poca inclinación a llenar el vacío. La observación de los debates en las sesiones sugiere que, aunque algunas de las personas adoptadas ven a sus familias biológicas como víctimas, muchos se refieren a ellos en términos de irresponsabilidad y negligencia –juicios que llevan fácilmente a actitudes punitivas o, alternativamente, a la necesidad de “perdonar”–. Como en otros escenarios, las personas adoptadas parecen más interesadas en la realización personal que en la economía política del proceso de adopción[44]. En la asociación brasileña que he estudiado, las barreras de clase pueden complicar aún más la identificación de las personas adoptadas con la perspectiva de las familias biológicas. Sin embargo, sus críticas a las actitudes de secreto de sus familias adoptivas, así como a la confusión entre la confidencialidad y el secreto típicos de los servicios institucionales, contribuyen al cuestionamiento de verdades autoevidentes de la adopción legal, reclamando atención hacia las tensiones subyacentes de poder y desigualdad.

 

Notas

[1] Este artículo se realizó en el contexto del proyecto I+D  'Adopción Internacional y Nacional. Familia, educación y pertenencia: perspectivas interdisciplinarres y comparativas (MICINN CSO2009-14763-C03-01 subprograma SOCI).

[2] Volkman 2009; Yngvesson 2007.

[3] Argentina, debido a sus circunstancias históricas particulares, es una importante excepción a esta regla (ver Villalta 2006; Gandsman 2009).

[4] Documento electrónico http://www.filhosadotivosdobrasil.com.br, 23 de febrero de 2007. Nótese que el término “reunión” introduce la noción moral de que había una red de relaciones (la familia) antes de que la adopción rompiese esta unidad.

[5] Las entrevistas tuvieron lugar a principios de 2008 y se llevaron a cabo en mi casa o en el hogar de la persona entrevistada. Junto con las becarias Luciana Pess y Ana Paula Arosa, también asistí a varias reuniones de la Asociación entre diciembre de 2007 y agosto de 2008. Después de esa fecha, las reuniones (que fueron, en primer lugar, mensuales) se han tornado escasas.

[6] Fonseca 2009a.

[7] Fonseca 2003.

[8] Rose 2006, Foucault 1995.

[9] Abreu Filho 1982, Duarte 1986, Marcelin 1999.

[10] Fonseca 2002.

[11] Esta nueva visión de nociones tradicionales es evidente en la décima edición del libro de un reconocido jurista de adopción: “[...] la arquitectura socio-legal jamás destruirá la ingeniería genética diseñada, inexorablemente, en el complejo psicológico [del individuo]” (Smith 2004, p. 103).

[12] Fonseca 2003.

[13] Véase Leinaweaver 2009, Leifsen 2006 y Seligmann 2009.

[14] Seligmann 2009, p. 117.

[15] Mantuve el nombre del fundador de la web. Sin embargo, debido a la delicada naturaleza de la información revelada durante las entrevistas, he cambiado los nombres de las personas entrevistadas y otros detalles de menor importancia.

[16] Todas las personas adoptadas que entrevisté han pasado por extensas psicoterapias o psicoanálisis centrados en el “problema” de ser un niño/a adoptado. En mis estudios sobre la circulación de niños y niñas en familias de clase trabajadora, pocos de mis informantes tendrían acceso a tales recursos. Aunque algunas de ellas alegaban sufrir trastornos “nerviosos” o emocionales, tienden a buscar servicios de psiquiatría en la clínica de salud local o, en algunos casos, la curación espiritual.

[17] Milanovich 2007, Pilotti y Rizzini 1995.

[18] Kuznesof 1987, Goldstein 2003, Cardarello 2009.

[19] Fonseca 2003.

[20] Abreu 2002.

[21] Véase Abreu 2002 para una discusión del “estilo brasileño de adopción”.

[22] Ver las obras de Ewick y Silbey 1998.

[23] Para evitar la repetición, en las siguientes descripciones, voy a seguir la convención establecida por mis entrevistados: los términos familia y madre, cuando no van acompañados por un adjetivo, se refieren a las familias adoptivas.

[24] Scott 1998.

[25] Abreu 2002.

[26] Véase también Cardarello 2009.

[27] Modell 1994, Marre 2007.

[28] Véase el artículo 358 del Código Civil de 1916.

[29] En otras palabras, estoy sugiriendo que, al igual que en otras partes del mundo (véase, por ejemplo, Carp 1998), el acceso a la tecnología anticonceptiva, así como las normas sexuales más flexibles, han cambiado el perfil (y color) de las familias que “abandonan”.

[30] Kuznesof 1987, Dantas 2008.

[31] Virgilio de Carvalho apud Sznick 1993, p.115.

[32] En 1957, el límite mínimo de edad para los padres y madres adoptantes pasó de 50 a 30 años, y se hizo posible que las parejas casadas y con sus propios hijos/as biológicos adoptasen legalmente otro niño/a.

[33] Durante una entrevista, mi interlocutor reveló que había negociado una “adopción directa” con la empleada doméstica menos de dos años antes.

[34] Ver Ayres 2008.

[35] Fonseca 2005.

[36] Diputado Jaeder Albergaria Siqueira en su defensa de la modificación de las leyes sobre adopción de 1955, citado en Siqueira 2004, p. 49, el énfasis es mío.

[37] Véase Leinaweaver 2009, Seligmann 2009, Leifsen 2006, Van Vleet 2009, Mariano 2008.

[38] En agosto de 2009, una nueva ley de adopción fue firmada por el Presidente. Ofrece fácil acceso a las personas adoptadas a los registros de su adopción. Ver Fonseca 2009b para una discusión sobre las posibilidades de esta nueva legislación.

[39] Modell 1994.

[40] Modell 1994, Carp 2004, Lefaucheur 2004.

[41] Cardarello 2009.

[42] Caldeira y Holston 2005.

[43] Fonseca 2009a.

[44] Modell 1994, Seligmann 2009.

 

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© Copyright Claudia Fonseca, 2012.
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Edición electrónica del texto realizada por Beatriz San Román Sobrino.

 

Ficha bibliográfica:

FONSECA, Claudia. Pertenencia familiar y jerarquía de clases: el secreto, la ruptura y la desigualdad vistos a través de los relatos de personas adoptadas brasileñas. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de marzo de 2012, vol. XVI, nº 395 (12). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-395/sn-395-12.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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