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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVI, núm. 418 (23), 1 de noviembre de 2012
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

EL IMAGINARIO AMERICANO EN LAS LETRAS CANARIAS

Ramón Díaz Hernández
Grupo de Investigación “Sociedad y Territorio” – Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
rdiaz@dgeo.ulpgc.es

Josefina Domínguez Mujica
Grupo de Investigación “Sociedad y Territorio” – Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
jdominguez@dgeo.ulpgc.es

El imaginario americano en las letras canarias (Resumen)

Los textos literarios con referencias socio-espaciales constituyen una importante vía de conocimiento geográfico. De ellos nos valemos en este trabajo para descubrir los vínculos de la literatura canaria con el paisaje y cultura americanos. Los nexos de una historia compartida y el cultivo de la conciencia del paisaje dan sentido a una investigación, cuyo objeto es desvelar el interés geográfico de los textos de los escritores canarios. La literatura de Canarias nos ofrece páginas de indudable belleza, que nos permiten recrear el papel del paisaje y la cultura americanos en el imaginario colectivo y en la forja de la identidad atlántica. Sin estos elementos sería imposible interpretar la geografía e historia de Canarias.

Palabras clave: textos literarios, escritores canarios, paisaje americano, identidad atlántica.

The American imaginary scheme in the literature of the Canary Islands (Abstract)

The literary texts which contain socio-spatial references are an important channel of geographic knowledge. We use them to discover the links between the Canary literature and the American landscape and culture. The nexus of a shared history and the culturing of the landscape conscience support a research designed to reveal the geographic interest of the texts of the Canarian writers. The literature of the Islands gives us pages of unquestionable value which allow the recreation of the role of the American landscape and culture in the collective imaginary scheme and in the forging of the Atlantic identity. Without these elements it will be impossible to interpret the geography and history of the Canary Islands.

Key words: literary texts, Canary writers, American landscape, Atlantic identity.


Europa es una evidencia; América, una nostalgia; y África, un imperativo
(Víctor Lezcano)

El análisis de textos como técnica utilizada en el estudio del paisaje y la cultura cuenta con una  larga tradición en la geografía. Numerosos autores han analizado el significado de las referencias socio-espaciales a través de su representación simbólica en la literatura, es decir, de la relación entre li­teratura y geografía, entendida ésta como medio de conocimiento de las percepciones espaciales. En consecuencia, los textos literarios de autores canarios, que contienen referencias socio-espaciales del Nuevo Mundo, constituyen una importante vía de conocimiento geográfico que se emplea en este trabajo para poner de manifiesto la secular existencia de vínculos inspiradores entre la literatura canaria y el paisaje y la cultura americanos. Para ese fin hemos seleccionado algunos trabajos de escritores canarios en los que hemos encontrado referencias al paisaje y al mundo sociocultural americanos tan interesantes y precisos que es posible conocer, a través de ellas, los postulados estéticos y éticos que se compartieron a uno y otro lado del Atlántico. Pero, además, hemos hallado una manera de percibir el paisaje, la cultura y sus circunstancias que excluye toda idea de percepción directa (Broseau y Cambron, 2003). Diríase, en propiedad, que lo que aparece en la obra de estos autores es una “memoria del paisaje y la cultura” y dicha memoria rompió los tópicos que lastraron la comprensión de cuanto sucedía en América y sustituyó los viejos clichés y estereotipos acerca de aquel continente por otra imagen moderna y seductora, especialmente, gracias al impacto que tuvieron los acontecimientos revolucionarios en el pensamiento de los intelectuales insulares.


Canarias y América: los nexos de la historia

Guiada por los reinos ibéricos, la Europa del Renacimiento desencadenó su primera expansión ultramarina en los llamados archipiélagos atlánticos, un microcosmos geográfico que desde entonces no ha dejado de acusar los efectos de una dinámica de relaciones entre los ámbitos continentales circundantes: Europa, África y América. En virtud de esta expansión se produjo el primer encuentro de la cultura cristiana con su pasado más remoto, es decir, con la población de los antiguos canarios, forjándose un proceso de aculturación o de sincretismo sociocultural (Macías Hernández, 1994), similar al que se produjo luego con la población indígena de América, como han confirmado multitud de historiadores de uno y otro lado del Atlántico.

El legado aborigen isleño que se incorporó a la nueva sociedad fue relativamente poco relevante si lo comparamos con el de las comunidades indígenas americanas, mucho más desarrolladas, y el sistema esclavista implantado, basado en el aporte de mano de obra africana, no alcanzó en Canarias las mismas proporciones que en el otro lado del Atlántico; pese a lo cual, el proceso de conquista y colonización de Canarias y América muestra grandes paralelismos. Por otra parte, la misión intermediadora y logística de los enclaves insulares en la conquista y poblamiento de América se reveló como la auténtica función reservada a Canarias en el contexto de la expansión política y económica europea, porque las islas y América se vieron envueltas en un creciente e intenso intercambio de hombres y recursos (Macías Hernández, 2003).

Desde una perspectiva cultural, las construcciones de raíz mudéjar, principal recreación arquitectónica isleña del Renacimiento, llegan a Indias a fines del siglo XVI de la mano de los alarifes insulares (Macías Hernández, 1995), al mismo tiempo que ciertos escritores canarios fueron autores de las primeras manifestaciones de la literatura escrita en diversos territorios del Nuevo Mundo. Ahora bien, si el comercio canario-americano trasladó los bienes que requería la naciente colonia americana, muy pronto comenzó a percibir, en el cambio, productos indianos y una plata que permitía roturar campos y embellecer las ciudades de Canarias, lo que determinó intensas relaciones de ida y vuelta. Más tarde en el tiempo, durante el siglo XVIII y primera mitad del XIX, la actividad mercantil desempeñó un papel de singular importancia en la canalización del proceso migratorio. Jornaleros y pequeños propietarios rurales, empujados por la crisis económica y por los procesos de cambio social, “suspiran por la América como por su verdadera patria y trabajan con tanto afán por juntar el flete de su conducción como si fuera el precio de su rescate” (Alonso de Nava, citado por Bernal y Macías, 1988) y, por ello, se conservan testimonios pictóricos de ciertos hitos de la migración canaria, como el de la fundación de Montevideo, en la segunda década del siglo XVIII (véase figura 1).

 

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Figura 1. Reparto de tierras a canarios en Montevideo.
Eduardo Amézaga. (c. 1935).

 

Ítem más, la elite canaria que por motivos político-ideológicos o económicos debió de abandonar el solar patrio, encontró también en América un terreno abonado para su creación intelectual y artística, lo que hizo que destacados isleños ejercieran docencia e investigación en centros y universidades americanas. Esta comunión de intereses explica que el influjo americano esté presente en la literatura insular y que muchos de los escritores canarios de los siglos XIX y XX se aproximen al paisaje y cultura americanos.


La conciencia del paisaje

El paisaje es un concepto ambiguo que surge de una percepción estética de la realidad observada visualmente, algo que viene influido por nuestra visión del mundo y de cómo lo han interpretado otros antes que nosotros. Por ello, el paisaje es un producto complejo, una amalgama de naturaleza, cultura y sociedad; materialidad e idea y realidad e imagen (Ortega, 2007). Sin embargo, la idea de paisaje no siempre existió en la sociedad occidental (Maderuelo, 2005). Hasta épocas relativamente cercanas, el paisaje no fue sujeto susceptible de contemplación estética ni captó la atención de las artes en la cultura occidental (Marco, 2012). En realidad, con anterioridad al Renacimiento no se tiene conciencia del paisaje como hoy lo entendemos y fue la Ilustración y, especialmente, su espíritu de racionalidad lo que otorgó al paisaje el carácter de un sistema, de un conjunto de fenómenos que pueden elevarse a principios. Surge de esta forma el modelo científico del paisaje, que se preocupa de los elementos observados y no de la apariencia que presentan (Frolova y Bertrand, 2006) y que se complementa más tarde con la perspectiva del romanticismo.

El sentimiento romántico magnifica la naturaleza frente al sujeto y hace abandonar al paisaje aquella antigua condición por la que formaba parte del “fondo donde ubicar las figuras”, para convertirlo en protagonista. La literatura romántica prestó una gran atención a las percepciones y a las vivencias de la naturaleza, ofreciendo puntos de vista que se acercan mucho al horizonte de la Geografía moderna. Es el momento en que se empieza a tener conciencia del paisaje como imagen, pues el romanticismo considera la naturaleza y el territorio como totalidades vivas y organizadas, como conjuntos de componentes relacionados y vertebrados, unidades con armonía interna, cargadas de significados subyacentes (Ortega, 1999).

Las corrientes de pensamiento ilustrado y romántico dejaron profundas huellas en la sociedad canaria de los siglos XVIII y XIX en un momento en que el paisaje se convierte en un escenario o en un espejo en el que reflejar y encontrar la propia identidad insular. Ese reflejo se trasluce en la literatura canaria y actúa, con esas mismas claves, en las menciones al paisaje americano por parte de sus autores, de forma que se produce un flujo de imágenes literarias entre Canarias y América que hacen circular distintas ideas y sentimientos sobre el paisaje, de una indudable repercusión en el imaginario colectivo y en el refuerzo de una identidad atlántica sin la que no sería posible interpretar la geografía e historia de las islas.


El paisaje y la cultura americanos: una mirada atlántica

No ha sido sencillo realizar una selección de los textos de Canarias que hacen mención al paisaje americano y a las vidas, trabajos y ensoñaciones de la gente común, porque son cuantiosas dichas referencias en las obras literarias de autores isleños. En ellas apreciamos un oído minucioso para captar los nombres de las cosas y de los hechos, del medio natural y urbano, de las plantas y de los animales, así como de los matices de los sucesos acaecidos y del habla empleada. El contexto ético y estético se ve impregnado de unos imperativos ideológicos en los que Canarias y América comparten un ideario común (Llarena, 2007). Este ideario, más allá del refuerzo de la atlanticidad del Archipiélago, contribuyó a la dinamización de la vida cultural, política, económica y social de ambos territorios.


Canarias e Indias: territorios imaginados y deseados

El perpetuo trasiego del ir y venir convierte a los canarios en América en ciudadanos de fácil adopción y de dicha integración deriva, a la inversa, la facilidad con la que se asimilan patrones culturales americanizados en el Archipiélago. Tal vez por ello, resulte difícil encontrar un autor canario que no haya escrito algo sobre las Américas Hispanas y, de entre esos muchos, que pudieran mencionarse, hemos elegido a Benito Pérez Galdós, Silvestre de Balboa Troya y Quesada, José de Viera y Clavijo, Antonio Pereira Pacheco y Ruiz, Francisco González Juan, Aurelio Pérez Zamora, Luís Felipe Gómez Wangüemert, Tomás de Iriarte, Diego Crosa y Costa, Agustín Millares Carló, Luís y Agustín Millares Cubas, Nicolás Estévanez Murphy, Luís Álvarez Cruz, Graciliano Afonso Naranjo, Amaranto Martínez de Escobar y Luján y Mercedes Pinto y Armas Clos (Artiles, 1988).

La obra de la mayor parte de estos autores se conoció tardíamente o parcialmente en Canarias, tanto por las dificultades de difusión de los textos publicados en América o en la Península, como por el hecho de que la imprenta no se introdujo hasta el siglo XVIII en las Islas. A muchos de ellos se les conoció a partir de ese momento, e incluso más tarde, como a Pereira Pacheco, cuyos manuscritos se publicaron una vez iniciada la segunda mitad del siglo XX. Nicolás Estévanez, por su parte, editó buena parte de su obra en París, mientras que la poesía de Silvestre de Balboa, se difundió a principios del siglo XX, a través de ediciones cubanas, cuando el autor la había escrito a principios del siglo XVII.

En los textos escogidos prima una gran diversidad de estilos e influencias, pues nuestros autores cultivan todo tipo de géneros literarios, desde prosa, poesía, ensayo, ciencia y comedia, hasta el periodismo y el intercambio epistolar. Una parte de ellos residió en el Nuevo Mundo; algunos otros se pasaron allí la mayor parte de su vida y, por ello, allí escribieron sus principales obras, como es el caso de Silvestre de Balboa, Graciliano Afonso o Luis F. Gómez Wangüemert. Pero hay autores como Viera y Clavijo, Tomás de Iriarte o el propio Galdós que, aunque no conocieron directamente aquellas tierras, asumieron e interiorizaron la hispanoamericaneidad (García, 1993), debido a la intensa relación entre ambas orillas del Océano, a lo largo de cuatro siglos de historia compartida.

Un ejemplo de ello nos lo da El Abuelo de Galdós, publicado en 1897, en donde se habla de las minas de oro de Hualgayoc en Perú, que pertenecieron al personaje central de la novela, don Rodrigo de Arista-Potestad, Conde de Albrit, Señor de Jerusa y de Polán. Las vicisitudes de dicha explotación fueron la causa principal de su ruina familiar y económica, una desgracia inherente a la riqueza fácil. Pero también nos encontramos con el caso contrario, tal como lo cuenta Tomás de Iriarte en su comedia moral “El señorito mimado o La mala educación”, que fue publicada en 1783 y representada en el Teatro del Príncipe en 1788 (Ríos, 2002). En ella, uno de sus principales protagonistas (D. Cristóbal) “ha llenado sus talegas en México”, la tradicional leyenda del indiano.


El papel de la naturaleza americana en los textos literarios canarios

El primer escritor canario, en cuya obra se hacen referencias geográficas a América, es Silvestre de Balboa Troya Quesada (1563-1649), que nació en Las Palmas de Gran Canaria y se radicó en Cuba a finales del siglo XVI, donde falleció en Puerto Príncipe y cuyo retrato (véase figura 2) aparece reproducido en las sucesivas reediciones de Espejo de Paciencia, la obra por la que se le conoce (1928).

 

Figura 2. Silvestre de Balboa Troya Quesada.

 

Se trata de una composición en octavas reales, escrita en 1608, en donde narra el suceso histórico acaecido en 1604 en el oriente cubano: el relato del secuestro y rescate del obispo de la Isla (fray Juan de las Cabezas Altamirano) por el corsario francés Gilbert Girón y la gesta de su liberación por los habitantes de Bayamo, al mando del español Gregorio Ramos. La composición mencionada presenta claras influencias de los poemas épicos del renacimiento y está considerada la más antigua que se escribió en Cuba (Chacón y Calvo, 1922), si bien, el elemento canario destaca en la misma, no sólo porque el propio autor lo manifiesta reiteradas veces (“de Canarias [son] Palacios y Medina”) sino también porque es resaltado como tal, en varios de los seis sonetos laudatorios que preceden al relato. Se trata, en efecto, de poesía cortesana cuyo estilo clásico y refinado utiliza para describir una epopeya que, en cierta medida, desvela un trasfondo de las tensiones internacionales del momento, de las rivalidades entre las naciones europeas. También se refleja cómo el rapto del obispo por el corsario francés, de confesión luterana, no sólo tiene que ver con el clima de inseguridad que se había adueñado de las aguas atlánticas por el contrabando y la piratería (una persistente amenaza a la monarquía española), sino que, además, se insertaba en el contexto de la guerra desatada entre luteranos y vaticanistas.

En tono artificioso, característico de la poesía épica áurea, el poeta nos ofrece una descripción almibarada y subjetiva del paisaje geográfico del oriente de la isla. En ella, un carrusel de personajes mitológicos desfila alegremente, resaltando con ritmo y colorido la feracidad de una tierra paradisíaca, rebosante de insólitos frutos y de una flora y fauna plenas de policromía: semicapros de los montes trayendo guanábanas, gégiras y cainitos; napeas de los prados cargando al hombro pisitacos y bateas de flores olorosas de navaco, mehí y tabaco, mameyes, piñas, tunas y aguacates, plátanos y mamones y tomates; hamadríades bajando de árboles con frutos de sigüapas y macaguas y muchas pitajayas olorosas; dríadas de los bosques ofreciendo birijí y jaguas; náyades saliendo de los ríos con mucho jaguará, dajao y lisa, camarones, biajacas y guabinas; efedríades brotando de las fuentes con sus sienes coronadas de verbenas; luminíades de los estanques regalando jicoteas de Massabo y hermosas oréadas de las selvas y montañas ofreciendo muchas iguanas, patos y jutías; centauros y silvestres sagitarios llevando diversas alimañas cazadas en las llanuras de la fértil Yara.

En el poema aparecen topónimos como Cuba o Fernandina, Puerto Manzanillo, Yara, Puerto Príncipe, Bayamo, Massabo, Managua (lugar del que precisa que es “ameno sitio, rico en labranzas”), Acaya, Haciendas de Parada, Jamaica, La Florida, Sevilla, Barcelona, Gran Canaria, la fértil Moya…Se describe, pues, un territorio en expansión colonizadora en el que personajes reales labran la tierra, establecen cabañas ganaderas y bohíos y se incluye hasta la figura de un tal Gaspar Mejías, “que descubrió minas en la sierra”. Balboa nos muestra una incipiente sociedad insular que se va amalgamando a través del crisol de una aglomeración variopinta de etnias, donde al componente indígena se le agregan negros (calificados con el genérico de “etíopes”), portugueses, españoles, milaneses y “negritos criollos”. Es de destacar el carácter antiesclavista del poeta, puesto que no sólo desvela sus simpatías por los sumisos, sino que se deshace en elogios hacia el combatiente negro que alcanzó la gloria de abatir al líder de los piratas franceses. En la imperiosa necesidad de diseñar pasados identitarios se añade una finalidad mítica a este poema, como sugiere Cruz Taura cuando deja entrever lo curioso que resulta el descubrimiento tardío y la edición parcial del Espejo de Paciencia en 1838, por el periódico El Plantel y las Memorias de la Sociedad Patriótica de La Habana, precisamente en un contexto en el que emerge en la Cuba colonial el primer nacionalismo romántico de corte secesionista (Cruz, 2009).


Las referencias socioculturales desde la perspectiva de la distancia

La ‘americaneidad’ es un rasgo distintivo del ilustrado Joseph de Viera y Clavijo  (Los Realejos, Tenerife, 1731- Las Palmas de Gran Canaria, 1813), cuya personalidad se aprecia en el retrato al óleo realizado por el pintor José Ossavarry y Acosta (figura 3). Viera, desde sus primeros pasos, y sin haber estado en las Indias, se sintió fascinado por el mundo hispanoamericano. Y eso salta a la vista en el preámbulo de su obra científica más importante, editada 1776, en donde compara las conquistas de Canarias y América: “Por otra parte, nuestra historia civil es más fecunda en grandes sucesos de lo que parece a la primera vista y sus pasajes políticos tienen un no sé qué de más sólido que de brillante. Es verdad que las famosas conquistas de Méjico y del Perú harán siempre más eco en todo el mundo que las de Canaria y Tenerife. Es verdad también que Cortés y Pizarro serán en la opinión de los hombres más héroes que Vera o Fernández de Lugo; pero ¡ah, si fuese lícito hacer un paralelo riguroso entre los guanches y los indios, entre las fuerzas de las Canarias y de las Américas, entre el impulso que animaba el brazo a unos y  otros conquistadores¡” (Viera, 1982).

 

Viera y Clavijo

Figura 3. José de Viera y Clavijo.
José Ossavarry y Acosta.

 

Hasta las Islas, el comercio trajo de las Indias chayotas, piteras, plátanos de Virginia, girasoles, algodón, pavos reales, papas, boniatos, batatas, tomates, maíz (millo) y tabaco, además de nopales o tuneras, pimenteros peruanos, cueros o cacao. También proporcionó nuevas frutas como las papayas, mangas, chirimoyas, aguacates, piña tropical o guayabas, consideradas como “frutas tropicales” en muchos mercados europeos y que, sin embargo, en Canarias pierden ya ese carácter exótico porque se adaptaron fácil y precozmente, sin duda, por las similares condiciones térmicas de las Islas con algunas áreas del Caribe.

El ilustrado Viera dedicó gran parte de su actividad al reconocimiento e identificación del mundo avifaunístico y geológico de las Islas con el objeto de asesorar de sus utilidades a las dos Reales Sociedades Económicas de Amigos del País. Fruto del material recogido es su Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias, o Índice alfabético descriptivo de sus tres reinos: Animal, Vegetal y Mineral con las correspondencias latinas, obra que le ocupó en escribir entre 1790 y 1810 y se publicó parcialmente en 1866 por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas. De la edición correspondiente a 1982 dice su editor Alvar López que “es hoy un hito capital de nuestra historia científica”. En ella aparecen las referencias de 35 ejemplares de flora y fauna procedentes de América que nuestro autor reconoció como “connaturalizadas” en las Islas Canarias. Viera comenta en su Diccionario la morfología de cada especie, describe su origen, sus propiedades, analiza su adaptación al medio insular y ofrece datos sobre su distribución geográfica en el Archipiélago, su cultivo, nombre vulgar y científico y algunas curiosidades más.

Un cariz diferente tiene la obra de Antonio Pereira Pacheco y Ruiz (Tegueste, Tenerife, 1790 - 1858) que brinda una información equiparable a la de cualquier otra crónica de la época en todos sus manuscritos y, especialmente, en Noticias de Arequipa, (Carrión, 1983; González, 2002; Hernández, 2008). En sus documentos ofrece tanto datos demográficos, como asuntos relacionados con la fundación y trazado de las ciudades (véase figura 4), con las riquezas minerales, la alimentación, los temblores sísmicos, la vestimenta, la agricultura o la música tradicional indígena, de acuerdo con las observaciones tomadas durante los siete años de su estancia en Perú (1809-1816), como prebendado de la corte del obispo de Arequipa, Luis Gonzaga de La Encina, como puede reconocerse en el retrato que le hizo el pintor A. Vázquez, c. 1820 (véase figura 5).

 

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Figura 4. Plano de un suburbio de Arequipa.

 

Pereira Pacheco

Figura 5. Antonio Pereira Pacheco.

 

En el siguiente texto, Pereira nos manifiesta sus concepciones estéticas y su percepción del urbanismo arequipeño: “La arquitectura de esta ciudad ha sido levantada siguiendo las pautas de la tradición constructiva, de la improvisación y la funcionalidad, ya que las viviendas son modestas, de una sola planta, queriendo así evitar los fáciles derribos que producirían los muchos terremotos que afectan al sector. Casas levantadas con piedra labrada, encaladas, espaciosas, y decoradas con estucos pintados al óleo, aunque su escultura por lo exterior no ofrece ningún gusto”. Teniendo en cuenta que a ese respecto en Canarias el panorama constructivo no era tan diferente, Pereira parece asumir prejuicios estéticos al percibir con cierto desdén y como de peor gusto las cosas que se hacían en aquella zona del Perú.

Mayor emoción reflejan las opiniones y descripciones geográficas vertidas por el sacerdote Juan Francisco González (Arucas 1863-1937) en los dos poemas que escribió (Francisco, 1920), cuando regresó de Cuba (A Cuba en mí despedida en 1897 y Carta a mi madre). En ellos describe sus vivencias y percepciones de la geografía cubana expresados en estos términos: “soberbios palmares; Perla de la Antilla; fértil suelo, acogedor puerto de La Habana; alegres despertares como el cielo; pájaros cantores; dianas y conciertos; guajiras de amores; flores alegres; paseos y huertos; abundancia de frutales; riqueza de aromas; habanos vegueros y hospitalarias playas”.

A la dureza del camino, la incertidumbre de la llegada y la alegría de la acogida, en aquella añorada ‘tierra de promisión’, dedica Juan Francisco González estos versos: ”….Aquí sin lucha, sin tregua/ con el destino,/ la fortuna no rueda/ por mi camino;”/….“De mi vida en el sendero,/ por cualquier lugar que vaya,/ guardaré de amor sincero/ recuerdo imperecedero/ de tu hospitalaria playa./ Desde el día en que emigrante/ a tus puertas llamé, triste/ cual mendigo vergonzante,/ y tú con dulce semblante/ en tu seno me acogiste./ Te profeso, Cuba hermosa,/ el mismo tierno cariño/ que a la madre bondadosa,/ que me columpió amorosa/ en la cuna cuando niño”.

Mucho más rica y menos edulcorada es la información geográfica que reúne en su obra Aurelio Pérez Zamora (Puerto de la Cruz, 1928 - Santa Cruz de Tenerife, 1918), probablemente, el autor canario más prolífico en relación con la Cuba de finales del siglo XIX. En su novela, Sor Milagros o Secretos de Cuba (1897) se mencionan por su nombre, con la precisión de un funcionario de Correos residente en La Habana, las plazas, calles, establecimientos públicos y privados, palacios, iglesias y conventos, hospitales, guarniciones militares, fábricas de tabacos puros y salas de fiesta, entidades financieras, aduanas, puertos y diques de atraque así como numerosas localidades de la isla importantes por su producción de azúcar, tabaco o café. Incorpora en su relato abundantes datos de tipo político-militar, social, económico y religioso y describe, admirablemente, el submundo en donde se urdían conspiraciones de todo tipo, el debate social sobre las relaciones con Estados Unidos y España, la seguridad en los mares caribeños, la emigración y reemigración hacia el oeste americano… En dicha novela, Antonio Gonzalga, protagonista de la misma, nos sintetiza en un solo plano su identidad e ideología profundamente enraizadas en el paisaje cubano: “Yo soy cubano –prosiguió–, en mis primeros años fui arrullado y halagado por las brisas bajo las ceibas y los cocoteros; más tarde corrí por las extensas sabanas en briosos caballos, y a menudo volaba por los campos de Cuba en todas direcciones buscando nuevos objetos, y otros aires que respirar. A veces pasaba á nado los ríos; otras, cansado y lleno de aburrimiento, me dormía a la sombra del mamey. Donde menos me gustaba estar era en los cafetales, y sobre todo en los ingenios. La flor del limonero y la esencia de las plantas más aromosas se respiraba a cada paso en el lugar donde nací; pero había una cosa que angustiaba mi corazón y que no podía soportar: la esclavitud”.

Casi al final de la novela vuelve su personaje principal a deleitarnos con una bella relación de un paraje matancero del que dice lo siguiente: “Un domingo, pues, subieron todos á la altura que ya he indicado y que domina la ciudad de Matanzas. Al llegar los extranjeros allí, y entre ellos el catalán á que me refiero, no pudieron menos los más artistas que doblar la rodilla en tierra e inclinar la frente ante la majestad de tanta grandeza; ante el espectáculo divino que se presentaba a sus ojos. Aquella altura tenía una  planicie y de allí se veía serpentear graciosamente el Yumurí al despuntar la aurora, rielando en él los rayos del sol naciente de una manera tan maravillosa que sobrecogía el ánimo. El sol en el agua dibujaba allá, lejos, un arco-iris sobre un espejo de plata que figuraba la superficie interrumpida de trecho en trecho por maniguas y arbustos que marcaban perfectamente pequeños islotes. Sobre las ramas cantaban los pájaros celebrando el despuntar del día, y, acá y allá, se destacaban algunos bohíos a cuyas puertas salían graciosas guajiras a contemplar la magnificencia del cielo y la tierra y á alabar a Dios. ¡Ah!, la perspectiva no podía ser más interesante, más poética, más sublime. Matanzas debe estar orgullosa con un paisaje tan encantador”.

Otro autor relevante es Luís Felipe Gómez Wangüemert, nacido en La Palma en 1862 y fallecido en La Habana en 1942 (De Paz, 1991). Fue de convicciones republicanas, federalistas, y un activo masón y librepensador. Se dedicó al periodismo y fue cronista de diferentes periódicos isleños como El Tiempo, Germina, Diario de Tenerife, El Mundo…Emigró con 20 años a Cuba, cuando se desató en Canarias la crisis de la cochinilla, y se instaló en Guane (Pinar del Río), en donde buscó empleo como enseñante, para dedicarse, más tarde, al cultivo del tabaco. Suya es esta descripción del Oeste de la Isla: “En 1883 vivíamos en lo alto de la Sierra de los Órganos, en un valle pinareño… Éramos jóvenes, recién llegados, y anhelábamos ganar dinero para cumplir un deber filial y demostrar que podíamos ser útiles. Erróneamente se nos dijo que, después de un brevísimo examen hecho por la Junta Municipal de Instrucción Pública, obtendríamos el título de Maestro de Escuela Rural, y que, vacante una en el Valle, podríamos obtenerla”.

Sus convicciones se reflejan cuando relata la situación del campo cubano, tanto el 4 de julio de 1933, como en agosto del mismo año en El Tiempo. En la primer fecha escribe sobre la situación social lo siguiente: “Cuadro sombrío, doloroso, terrible el que muestran los campos de Cuba. ‘La tierra más hermosa que ojos humanos vieron’ ofrece, a poco que se fije la mirada… un espectáculo indecible, productor de la más intensa pesadumbre” (…) “En las labores agrícolas de las inmensas fincas sembradas de caña, en los ingenios azucareros y en otras tareas a jornal,…. un padre de familia, recibe doce centavos como paga de doce horas de trabajo rudo, a pleno sol del Trópico… Esos doce centavos no se le dan en dinero, se le entregan en forma de vale para la tienda del ingenio o de la colonia, en la que el precio de los víveres reduce a seis centavos el valor del pedazo de papel” (El Tiempo, Santa Cruz de La Palma, 1/08/1933).

En la segunda fecha escribió: “Hasta ahora nada indica mejoría en los negocios azucareros; la suerte de Cuba, en esta materia, depende de los Estados Unidos. Hay la esperanza de que el Gobierno del Norte no permitirá el agotamiento económico de Cuba, porque los suyos, los yanquis, son los propietarios de la tierra, son los grandes latifundios…que los cubanos se apresuraron a vender ‘porque el americano lo pagaba bien’. Todos desoyeron la voz del ilustre Sanguily, cuando decía: ¡No vendan, que la tierra es la Patria!” (“Notas de Cuba. Perspectivas favorables para los palmeros. Los preludios de la revolución”. El Tiempo, Santa Cruz de La Palma, 28 de agosto de 1933).

De forma aún más explícita se pronuncia en sus escritos periodísticos de 1934: “Este hijo del Norte, capitalista, ya conocido por su conducta en Colombia y otras Repúblicas, contrario a toda liberación obrera, sin duda entiende que haciéndose mucho azúcar a bajo precio, está resuelto todo. Quizás sea su ideal una Cuba factoría, trabajada por negros jamaiquinos y haitianos, de la que desaparezca el actual régimen y, sobre todo los elementos que se atreven a pedir que las horas de tarea sean ocho cada día laborable y que el valor del jornal permita al hombre que lo rinde, comer algo para poder seguir viviendo y que también alcance a su mísera familia” (“Notas de Cuba. En torno a la zafra”, El Tiempo, Santa Cruz de La Palma, 8 de marzo de 1934) y, específicamente, en relación con el tabaco, ofrece esta visión tan poco optimista: “Fabricantes, almacenistas y cosecheros ponen el grito en el cielo por la merma de sus negocios, pero no se ocupan del vivir mísero del hombre que cultiva la tierra, que siembra el tabaco, que lo cuida, lo corta, lo seca y lo escoje, hasta entregarlo enterciado al comprador que en no pocos casos le hace víctima de sus egoísmos y de algo peor, en contubernio ‘con el cosechero’ que no cosecha, y si es propietario del terreno, imponiendo rentas tan crecidas, que son como la renta anual de la vega; rentas que constituyen un tremendo abuso, del que nunca se han preocupado los Gobiernos, quizás porque son políticos de influencia los grandes terratenientes, los mantenedores del latifundio” (“Notas de Cuba. El problema tabaquero”, El Tiempo, Santa Cruz de La Palma, 9 de mayo de 1934).


Leyenda del ‘indiano’ y otras vivencias migratorias

Otro de los grandes temas del imaginario americano que desarrollan los autores canarios es el del “indiano”, una fuente de inspiración recurrente, que se hace eco de la historia del emigrante enriquecido, aquél que logra amasar una fortuna a base de sacrificio y trabajo y que al retornar se siente envidiado y se hace casi siempre benefactor de sus parientes y de los lugares que le vieron nacer. Por lo general, el perfil de estos indianos es siempre parecido: regresan como triunfadores, añoran la vida en América y se rodean de símbolos de aquel continente en el vestir, en el habla y en las casas de estilo colonial que se hacen construir.

 

Figura 6. Retrato de Tomás de Iriarte.
Joaquín Inza.

 

En la obra del afamado Tomás de Iriarte (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1750- Madrid, 1791) (véase figura 6) nos encontramos con una versión culta de este mito, concretamente en “El señorito mimado o La mala educación”. En esta comedia de estilo neoclásico, que sigue la moda francesa de la época, aparece don Cristóbal, hombre recto, franco y activo, además de noble adinerado por la fortuna que amasó con el cargo que ejerció en Indias. Dicho personaje provoca la envidia de su ahijado y sobrino (“si yo pudiera pillarle los patacones de que ha llenado talegas en México”). Este señorito mimado, de conducta errática, despotrica de su tío y tutor desvelando malévolamente el origen de su fortuna: “Yo, por lo común, no tengo/ un cuarto en la faltriquera,/ y vivo alegre; al revés/ del tío: mucha riqueza, /y siempre de mal humor./ Recogió buena cosecha /en Indias, y habrá robado/ de lo lindo….” Al final de sus fechorías el sobrino se arrepiente diciendo: “Tío mío don Cristóbal, así de cada talego/ que trajo de Indias le nazcan/ diez taleguitos pequeños,/ que se olvide lo pasado;/ que me encierre en un convento,/ y no me dé un real de plata/ de aquella herencia que espero,/ si, en casándome con Flora, vuelvo más a ser travieso”.

Ahora bien, este imaginario del “indiano”, que suscita la fascinación del éxito logrado, y del afán que despierta por emularlo, es analizado desde una perspectiva crítica por otros autores, como Diego Crosa y Costa, “Crosita” (Santa Cruz de Tenerife, 1869-1942), cuya obra poética se adscribe a la denominada escuela regionalista. Fueron célebres sus Ripios, editados en la prensa tinerfeña, en los que incluye un poema titulado Diálogo campesino, que describe de forma pintoresca la relación del lugareño con el indiano y que tan bien refleja, a su vez, el cuadro del pintor palmero Juan B. Fierro, titulado Indiano (véase figura 7). Un extracto de los ripios de “Crosita” se recoge a continuación. “En el camino/ de La Esperanza/ se tropezaron/ una mañana/ chó Justo Montes/ y Antonio Casas./ Éste un ‘indiano’/ de pura raza;/ con ‘guayabera’/, buen ‘jipijapa’,/ dijes, sortijas/ y humeante ‘yagua’./ El otro un ‘mago’,/ ‘cachorra’, manta,/ ‘cachimba’, yesca,/ calzón, polainas/ y de acebuche/ nudosa vara./ -Felices días,/ compadre Casas./ -Hola, chó Justo,/ ¿cómo lo pasa?/ -Muy malamente;/ con falta di agua,/ y yusté, ¿dónde/ dice que marcha?/ -Voy a mi finca/ de La Esperanza./ -Sus buenas onzas/ trujo de ‘Bana’,/ ‘pa sien desturbios’/ poder mercarla./ -Cuba la bella/ no es una ingrata;/ con mi ‘guajira’/ logré ganarlas/ en un ingenio/ de Santa Clara./ -¿Y ahora a su nido?/ -Con muchas ansias./ -Esto da gusto,/ compadre Casas;/ aquí en habiendo/ semilla y agua,/ nos sobre ‘gofio’/ sembramos papas/ y un buen ‘ayanto’/ nunca nos falta./ -Felices días,/ no más holganzas;/ -Adiós chó Justo;/ ‘jasta’ mañana…

 

Figura 7. Indiano.
Juan B. Fierro.

 

También el académico y paleógrafo Agustín Millares Carló (Las Palmas de Gran Canaria 1893-1979) (véase figura 8), en su artículo El canario de ayer y hoy hace un retrato muy certero de la figura del “indiano”.

 

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Figura 8. Agustín Millares Carló.

 

Así se puede apreciar en el siguiente texto: “Hay un sendero largo, sombreado por los árboles de la pomarrosa, y una acequia clarísima en cuyo remanso croan las ranas, al atardecer. Cerca, a dos pasos, está la finca del indiano; él viste amplio traje de seda cruda, con el jipijapa de alto precio y luce sobre el abdomen la rutilante leontina de oro. Es el hombre que estuvo en La Habana, el que amasó su fortuna -Dios sabe a costa de qué sudores y sacrificios- en Venezuela, en el Perú, o en la Argentina. Para el no cultivado cerebro del campesino isleño, la única tierra existente fuera de sus peñas, es La Habana un sitio misterioso y risueño, especie de tierra de promisión, de donde se vuelve con traje de seda cruda y leontina de oro. Esto es Bana, suele oírse en las islas en tono ponderativo; y todos recordaréis que cuando dos campesinos se hallan en el caso de traspasar juntos los umbrales de una casa, suele oírse un diálogo parecido a este: - Pase, compadre./- No, compadre, pase usted./- Usted primero que estuvo en La Habana./- Bueno; pues a la par y a un tiempo. Ingenuidad, inocencia, si queréis: pero ¡qué profundo encanto tiene para mi recordar esas escenas en un instante como este¡” (Millares, 1980).

Pero no siempre se cuentan historias de emigrantes triunfadores. Los hermanos Luís y Agustín Millares Cubas (Las Palmas de Gran Canaria, 1861-1926 y 1863-1935) escribieron un cuento ambientado en un barrio de Las Palmas de Gran Canaria, titulado Carta de La Habana, en donde se reproducen escenas cotidianas del dolor por la ausencia junto a episodios de la emigración como algo que, por entonces, era bastante habitual en las Islas: un padre recibe una carta de su hijo junto con nueve onzas de oro y un sombrero de jipijapa por medio del patrón del buque Virgen de La Luz que llegaba desde la mayor de Las Antillas. Por no saber leer, la carta se la lee Fray Manuel y decía así: “Padre, esta es para decirle como estoy en una panadería, donde llaman ‘artesa cubana’ y gano un peso todos los días… Sabrá como me dieron las viruelas y estuve muy fatal y me trajeron la majestad, pero ya estoy bueno…. Sabrá como Antoñito el de Dolorcitas la que tiñe, se lo encontraron muerto en la calle de una puntada en el corazón. El pobre estaba jarto de pasar miserias y Dios le haya salvado”. 

Otro de los autores destacados de las letras insulares del tránsito de los siglos XIX al XX fue Nicolás Estévanez Murphy (Las Palmas de Gran Canaria, 1838-París, 1914). En su libro La Milicia, obra en prosa editada por primera vez en 1867, introdujo una pequeña narración titulada “El Ultramarino”, en la que describe, con gran exactitud, el controvertido sentimiento de pertenencia de muchos emigrantes, en este caso de un soldado, que vivió en España y América y el propio fracaso de la experiencia migratoria: “Después de haber pasado siete o más años en Cuba, Puerto Rico o Filipinas lamentando la suerte que tan alejado le tenía de la madre patria, censurando las costumbres de aquellos países, hiriendo susceptibilidades y provocando disgustos, regresa a España contento y descolorido, llamando pesos a los duros, contando por onzas aunque no traiga una para muestra, y refiriendo cada cosa de los Estados Unidos o del Japón, aunque no haya pisado estos países, que es necesario oírlo para formarse una idea. Y lo más gracioso es que, después de haber sufrido tanto con aquellas costumbres, no puede sujetarse a los usos y modas de su patria y vuelve a las provincias de Ultramar sin que le den un ascenso ni ventaja alguna. Ínterin  permanece en la caduca Europa echando de menos los almuerzos criollos, y el café con leche, y los plátanos, y los caimitos. No hace más que renegar de la hora en que salió de Cuba o de Manila y dice a cada instante que el ejército de la Península no puede competir con el de allá, porque los soldados son unos pendejos mientras no pasan el charco. En Ultramar, según él, son las mujeres más bonitas, los jefes más amables y las músicas más armoniosas. Todos los días refiere que en aquellos países tropicales hay ríos de oro, y torrentes de plata, y minas de queso, y fábricas de jamón. Y que son tan pingües las pagas y tan abundantes los recursos, que cualquier oficial encuentra diez mil pesos en un momento de apuro, porque puede pagarlos de su sueldo. En esto tiene razón, pues no hay alférez en Cuba que no pueda reunir mil pesos….en quinientos años.”

Por último, en la obra del periodista Luis Álvarez Cruz (La Laguna, 1904 -Santa Cruz de Tenerife, 1971) encontramos una interesante glosa sobre del esfuerzo denodado y del sacrificio personal que representaba la emigración de los canarios bajo el título de “El canario y el sinsonte” y del que ofrecemos este extracto: “El canario ha sido siempre, en tierras americanas, un hombre que ha elevado a sus más encumbradas notas el himno del trabajo. No es cursilería ni retórica trasnochada, sino la realidad valorada estrictamente. Cuando ha conseguido emparejarse con todos los sinsontes que de diversas partes del mundo afluyen a América en pos de riqueza, sobredora sus alas o se deja el plumaje en el empeño. La cuestión consiste en que canta tan alto como cualquier sinsonte, por muy agudas que sean las notas que éste dé. Ayer en Cuba y hoy en Venezuela, sólo ha cambiado el signo económico de la divisa. Ayer fueron los pesos, hoy son los bolívares. El canario es el mismo. Hoy, como ayer, continúa emigrando a América, dispuesto a emular cualquier proeza. Muchos han regresado después de cantar su más alta canción. Otros permanecen en la brecha de este afán. Algunos, por fin, hay que suponer que han sucumbido en la faena. Sea como fuere, la realidad es que nuevos contingentes de isleños surcan el Atlántico para medirse con la suerte y poner a prueba sus facultades laboriosas. El periodista a quien he hecho referencia y al que debo la noción de esta hazaña del pájaro canario, en noble lucha frente al sinsonte tropical, me ha hablado además de la estimación de que el “isleño” goza en América, concretamente en Cuba, escenario de la pequeña historieta que acabo de transcribir. Por eso, porque siempre está dispuesto a alcanzar las más supremas expresiones del esfuerzo, a dar las notas más agudas de su vitalidad. No es como para a broma la historia, rehuyendo su simbolismo. Pero esto no es nuevo. En su propia tierra ha realizado el isleño este record de superación. Así ha sido reconocido incluso con carácter oficial. Aun en su propia jaula, el canario ha sabido arrancar a su lira vibraciones extraordinarias, pese a un falso concepto de naturaleza propicia, que no lo es tanto como se lo han imaginado muchos, con un criterio poco menos que influido por la antigua leyenda. Y esto es importante. Crear, fundar. Hacer florecer los surcos con su sudor. En una palabra, cantar por todo lo alto hasta dar la última nota”.


La controversia de la emancipación

Los escritores canarios viven la emancipación de América con pareceres y sentimientos divididos. Afonso, Pinto, Estévanez,… simpatizan con ella, pero Pereira Pacheco, Amaranto Martínez de Escobar, Luis Felipe Gómez Wangüermert o Juan Francisco González sienten con pesadumbre la pérdida de las colonias. Entre los textos que defienden la emancipación, se hallan los de Graciliano Afonso Naranjo (La Orotava, 1775- Gran Canaria, 1861). Su fuerte personalidad llena de originalidad la literatura canaria del siglo XVIII. Fue dos veces diputado en las Cortes (Cádiz, 1812 y Trienio Liberal, 1820-1823) en donde se alineó al lado más radical del liberalismo político. Sufrió persecución por la Inquisición y exilio por haber firmado un manifiesto cuestionando la capacidad de Fernando VII para reinar. Estuvo en Trinidad de Barlovento, Cumaná, Puerto Rico, Cuba y Venezuela entre 1828 y 1837, en donde produjo la mayor parte de su obra literaria. En Venezuela conoció al independentista José Tadeo Monagas y comenzó a fraguar un discurso sobre el proceso emancipador de América contrario a los intereses de España. Además, encontró en América un escenario propicio para escribir con libertad, como si fuera un americano más pero sin desdecirse de los cánones prerrománticos que le fueron familiares (Armas, 1957), “un romanticismo impregnado de americaneidad, en el cual se mezcla el indígena americano y el insular primitivo – el guanche -, el bucolismo anacreóntico y la selva americana, las traducciones prerrománticas y las lecturas de bibliotecas americanas (Becerra, 2005).

Afonso halló en el paisaje americano una fuente de inspiración para desarrollar su poesía ya que reconoce en aquellas tierras el paisaje de Canarias y las similitudes entre sus primitivos pobladores, pero, al mismo tiempo, en su obra anterior al “El héroe de Oriente” (oda escrita en 1837, en Trinidad de Barlovento) se anuncia una progresiva toma de conciencia a favor de la causa independentista de las colonias españolas en América. En el poema “A don Antonio Guiseppi en el día de su fiesta”, fechado en 1836, se puede leer lo siguiente: “Que trabaje,/ el salvaje,/ que despierte el africano, / que en su pecho/ el derecho/ de ser hombre encuentre ufano”.

La figura de José Tadeo Monagas constituye el personaje central de la oda titulada “El héroe de Oriente” y, en el fondo, no era más que un pretexto para cantar la gesta de la independencia venezolana, el horror hacia el despotismo español y la exaltación de la libertad. En esta composición hay ya un antiespañolismo que luego se volverá a repetir en la “Oda a Colón”, dedicada a Bartolomé Martínez de Escobar, en la que se condena sin rodeos el descubrimiento y la conquista de América. Idea esta última que Afonso comparte con otros escritores canarios del siglo XIX y principios del XX y que se verá aun más reforzada en otras composiciones suyas como “El juicio de Dios o la reina Ico”, escrita en 1841, en donde se realiza una acusación directa contra el conquistador (Alonso, 1991). Del referido poema “El héroe de Oriente” entresacamos algunos versos y estrofas significativas: “Ved la sin par hazaña,/ una tapia y un hombre vence a España./ Firme os miro sobre el frágil muro,/ leones fieros, de la presa hambrientos,/ que con heroica saña/ salváis a Venezuela del de España./ …di que a Monagas viste/ y la España a sus pies vencida y triste/ ¡….confunde, dios de los buenos,/ estos esclavos godos-sarracenos;/ laman el polvo si tu nombre ultrajan,/ y escabel sean de excelso trono,/ y ampare a Venezuela/ el dios que da aflicción y consuela!” (Becerra, 2005).

Los sentimientos acerca de la independencia americana, que se reflejan en la obra de Amaranto Martínez de Escobar y Luján (Las Palmas de Gran Canaria, 1835-1912) son de otro signo. Amaranto, abogado que, desde muy joven, colaboró en la prensa del Archipiélago y en varios periódicos de América, fue discípulo de Graciliano Afonso y académico correspondiente de la Real de Bellas Artes de San Fernando. En sus poemas “La conquista de la Gran Canaria” o “al Descubrimiento de América”, expresa su profundo dolor por la pérdida de las últimas colonias españolas en Ultramar y la humillación inflingida por los Estados Unidos en ese proceso. Cuestiones ambas que deja bien claras en el siguiente fragmento del Soneto al desastre de 1898: “Dichosos nuestros padres que ignoraron/ el negro porvenir de tanta ofensa,/ y angustias de la patria no lloraron./ Dichosos, no sufriendo la vergüenza/ al ver que invade una nación extraña/ un mundo descubierto para España” (Artiles, 1988).

Al igual que la obra de Graciliano Afonso Naranjo, la prosa de Mercedes Pinto y Armas Clos (Tenerife 1883 - México, 1976) (véase figura 9) irradia una gran simpatía hacia la causa y los caudillos latinoamericanos de la emancipación. La autora de Él (2009), exiliada durante la dictadura de Primo de Rivera, nieta de un antiguo funcionario de la Audiencia de La Habana, narra el incidente que tuvo en el transcurso de una conversación sobre la independencia de Cuba. Dicha conversación, sostenida en el seno de su familia, muy conservadora, se desarrolló en estos términos: “Y un día noté una alegría inusitada en mi casa. Una frase sonaba en todos los labios: ¡Habían matado a Martí! Mi madre – con un periódico abierto en las manos, contemplaba el retrato de un hombre con este letrero en grandes caracteres: “Muerte del filibustero José Martí”. Y la entonces niña Mercedes se preguntaba: -¿Quién era Martí? – “Me lo explicaron bien. Era un malvado, un miserable, un traidor a la patria, que en Cuba se había levantado en armas con otros hombres igualmente malvados”. Y la precocidad acuciaba sus interrogantes: ¿Pero qué era la patria? ¿Cuba? – No, la patria era España. ¡Qué lío! ¡Cómo era España la patria de Martí? ¿Pero él no era de Cuba? ¿No estaba Cuba muy lejos, lejísimo de España, y no era una tierra muy grande donde hacía mucho calor y de donde mi abuelo mandaba frutos y juguetes distintos de los de acá? Y el razonamiento infantil oponiéndose: “No, mamá, no. Martí no era un malvado, era bueno, porque la patria de Martí no era España, era Cuba…” (Cano, 2008).

 

Figura 9. Mercedes Pinto y Armas Clos.

 

Conclusiones

La creación literaria permite a la geografía el milagro de propiciar asociaciones e integraciones con otros contenidos, enfoques interdisciplinares y diferentes emociones, lo que a su vez favorece la edificación del conocimiento y que se multiplique la capacidad operatoria del pensamiento. En definitiva, las aportaciones literarias de los escritores canarios facilitan el análisis de las geografías subjetivas y de las percepciones espaciales. Al dirigirse a la sociedad insular, un público que conocía y sentía como propia la atlanticidad, los textos seleccionados nos muestran las intercambiables e indisociables dimensiones de lo real y de lo percibido. Dichos textos, con sus imágenes, sus referencias toponímicas, su descripción de hechos y paisajes, con sus mitos, símbolos y alusiones biográficas, con sus simpatías y antipatías doctrinales, nos han permitido observar, interpretar, identificar, encontrar similitudes y contrastes, clasificar, relacionar e intuir ciertos espacios geográficos americanos y la complejidad que los mismos poseen, como realidades del imaginario de la sociedad insular.

Desde distintos estilos literarios, prosa, poesía y teatro, y desde distintas corrientes, renacentista, ilustrada, romántica, o realista, los textos seleccionados loan todos ellos la naturaleza americana, la describen como un espacio edénico, pleno de recursos, que representa un goce para los sentidos. Unos pocos autores relatan los males que ensombrecen ese panorama idílico, la esclavitud y el afán de lucro de los norteamericanos, mientras que en tan sólo un caso, encontramos una crítica velada hacia la cultura americana, contraponiéndola a la herencia europea. En relación con los indianos, en los textos de los escritores canarios se desmitifica su figura y se describen situaciones ambivalentes, de éxito y de fracaso. Un particular interés tienen las noticias que informan de la consideración social que merecen a la población insular dichos emigrantes y, aún más interesante, es la descripción de los sentimientos confusos de pertenencia a dos mundos de dichos migrantes (in-betwen-ness), un enfoque que anticipa la perspectiva que adoptan muchos de los análisis que, sobre migraciones, se realizan desde la geografía cultural, en la actualidad.

Por último, un capítulo tan importante de la historia de todos los tiempos, cual es el de la independencia americana, es abordado por los escritores canarios desde distintas posiciones ideológicas, aunque defensores y detractores tienen todos en común la intensidad de los sentimientos con que las esgrimen. No podía ser de otro modo tratándose de un proceso que acontece en una sociedad cuyos derroteros habían corrido paralelos a los de la historia insular de los siglos XVI y XVII, y que reforzaron el torrente migratorio y los flujos de ida y vuelta del XVIII y XIX y parte del XX. La comunión de intereses con América nos ofrece, en consecuencia, extraordinarios pasajes, que nos permiten entender el sentido de la dimensión atlántica canario-americana.

 

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Ficha bibliográfica:

DÍAZ HERNÁNDEZ, Ramón y Josefina DOMÍNGUEZ MUJICA. El imaginario americano en las letras canarias. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de noviembre de 2012, vol. XVI, nº 418 (23). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-418/sn-418-23.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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