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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VI, núm. 119 (14), 1 de agosto de 2002

EL TRABAJO

Número extraordinario dedicado al IV Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

INVÁLIDOS DEL TRABAJO. LA CUESTIÓN SANITARIA EN LOS INFORMES DE LA COMISIÓN DE REFORMAS SOCIALES

Antonio Buj Buj
Doctor en Geografía e Historia. Universidad de Barcelona
Profesor del IES Dr. Puigvert. Barcelona


Inválidos del trabajo. La cuestión sanitaria en los informes de la Comisión de Reformas Sociales. (Resumen)

La creación de comisiones informativas o la confección de estudios sobre las condiciones materiales y morales de la clase obrera tiene lugar a lo largo del siglo XIX en diversos países europeos inmersos en procesos de industrialización. La aparición de aquéllas responde al interés de la nueva clase dominante, la burguesía, por el control de las actividades de la clase proletaria. En España ese proceso tiene lugar de manera especial a partir de la creación de la Comisión de Reformas Sociales a finales de 1883. Ésta fue el precedente del Instituto de Reformas Sociales (1903) y de un cada vez más intenso intervencionismo del Estado en temas sociolaborales. Inválidos del trabajo es el título del grupo V de las materias publicadas entre 1889 y 1893 por parte de la comisión y expone diversas cuestiones relacionadas con las condiciones sanitarias de las clases trabajadoras españolas en el último tercio del ochocientos.

Palabras clave: España, siglo XIX, industrialización, clase obrera, burguesía, Comisión de Reformas Sociales, control social, condiciones sanitarias


Disabled workers. The sanitarian question in the reports of the Commission of Social Reforms. (Abstract)

The creation of informative commissions or the studies about material and moral conditions of the working class, take place along the 19th century in different European countries under process of industrialization. The reason is the interest of the new dominant class, the middle class (bourgeoisie), in controlling the activities of the working class (proletariat). In Spain the same process happens with the creation of the Comisión de Reformas Sociales (Commission of Social Reforms) at the end of 1883. The Commission was the precedent of the Instituto de Reformas Sociales (Social Reform Institute) and the beginning of an increasing control of the state in social and labour matters. Inválidos del trabajo (Disabled workers) is the title of the 5th group of the studies published between the years 1889 and 1893 by the Commission, and explain different aspects related to the sanitary conditions of the Spanish working class during the last third of the 19th century.

Key words: Spain, 19th Century, industrialization, working class, bourgeoisie, Commission of Social Reforms, social control, sanitarian conditions.


En el mes de diciembre de 1883, de la mano del ministro de la Gobernación, el liberal Segismundo Moret, se publica un Real Decreto de creación de una Comisión de estudio de cuestiones obreras (Gaceta de 10 de diciembre de 1883). En el texto se explicitan algunas de las razones de su creación. Por ejemplo, se empieza señalando que las "frecuentes agitaciones políticas engendradas por nuestra laboriosa reorganización, no han consentido que los gobiernos pusieran su cuidado en aquellas cuestiones llamadas sociales, que preocupan a todos los países y que conmueven ya no poco a nuestra patria"(1). De este modo, se viene a decir que era la hora de preocuparse por la legislación referente a las relaciones entre capital y trabajo y por "la condición del trabajador". De igual modo, los antecedentes de los trabajos de la Comisión de Reformas Sociales se señalan en el mismo real decreto: se sitúan en la información parlamentaria sobre el estado moral, intelectual y material de las clases trabajadoras decretada por las Cortes de 1871 y en una ley de 24 de julio de 1873 de protección legal de los menores que, se dice, no pudo desarrollarse y que quedó "ignorada de todo el mundo". En el real decreto se da cuenta también del Congreso Nacional Sociológico de Valencia, celebrado en julio de 1883 a instancias del Ateneo-Casino Obrero de esa ciudad. Esta reunión tuvo un marcado carácter interclasista y sirvió de elemento inspirador para los trabajos de la comisión (2).

La creación de esta clase de comisiones informativas o la confección de estudios sobre las condiciones materiales y morales de la clase obrera tiene lugar a lo largo del siglo XIX en diversos países europeos inmersos en procesos de industrialización. No es extraño, por tanto, que en el real decreto ya mencionado se diga que los dos países que más habían hecho por la reforma social de las clases trabajadoras habían sido Inglaterra y Alemania, dos de los países punteros en aquel proceso. La aparición de aquéllas respondía, sin duda, al interés de la nueva clase dominante, la burguesía, por el control de las actividades de la clase proletaria. En España, el proceso, aunque algo más tardío, sigue el mismo esquema. La nueva sociedad industrial estaba provocando la disolución de la vieja cohesión social de signo feudal, tal como se encarga de recordar el real decreto de 1883 cuando habla de la "antigua y empobrecida, pero tranquila, sociedad española", y generando fuertes tensiones de todo orden. Había, por tanto, que analizar el nuevo contexto social. Estudiarlo para poder controlarlo. Por ello, el objetivo de esta comunicación es analizar la información de la Comisión de Reformas sobre salud obrera, higiene en el trabajo y previsión social. Estas cuestiones eran importantes para los gobiernos de la época, de cara a calibrar el estado sanitario de la fuerza de trabajo en unos momentos de profundas transformaciones en el sistema productivo. Por aquellos años se estaba produciendo, además, un proceso de cuantificación y valoración de la salud de los individuos en términos monetarios. El químico e higienista alemán Max von Pettenkofer hizo el primer esfuerzo cuando en 1873 se puso a calcular el valor de la higiene en Munich, su ciudad natal, según explica Henry E. Sigerist en su obra Civilización y enfermedad (1943). En España se llegó a calcular que el paludismo había provocado en 1913 pérdidas por valor de ciento treinta y cinco millones de pesetas y que la fiebre tifoidea supuso entre 1911 y 1920 más de veinticuatro millones de pesetas de salarios no devengados (3).

Por lo que se refiere a los informes de la comisión, las preguntas relacionadas con cuestiones sanitarias se agrupan en el denominado Grupo V. Inválidos del trabajo, de ahí el título de nuestro trabajo, según el índice de materias de la memoria de la comisión, publicada en 1894. Las preguntas de este grupo van de la número 26 a la 35, de un total de 223 repartidas en una treintena de grupos de materias. Algunas de éstas también plantean cuestiones relacionadas de manera implícita con la salud de las personas. Una cuestión de interés que no debe olvidarse en esta introducción es que en Inválidos del trabajo nos enfrentamos a una información fragmentaria y que, como es fácil de comprender, en absoluto abarca todos los temas relacionados con la salud, la higiene o la previsión, demasiado complejos para ser encajonados en un cuestionario. Las últimas décadas del siglo XIX son, además, de profundos cambios tanto en la ciencia médica como en la actuación del Estado. Por ello, los resultados que podemos obtener tienen algo de cuadro impresionista, lo que no debería significar impreciso, pues por lo que hemos podido comprobar tras la lectura de la información tanto oral como escrita, la enfermedad, la falta de higiene en el trabajo, la pobreza, el desamparo o la miseria, entre otros problemas, aparecen reflejados de manera punzante en los informes. Previamente, en un primer apartado, estudiaremos el marco político e institucional de la sociedad española de la Restauración, que posibilita la aparición de la comisión y condiciona el modelo de organización social, y que nos debe servir para enmarcar adecuadamente las preocupaciones sanitarias del momento. En última instancia, pretendemos extraer algunas conclusiones que, creemos, no deben estar en contradicción con la idea de que el estudio de la salud y la enfermedad ha de tener en cuenta la condición al mismo tiempo biológica, social y personal del hombre, según expresión de José M. López Piñero.
 

La Comisión de Reformas Sociales y la institucionalización de la reforma social en España.

La Restauración borbónica de 1874 pone fin a la etapa revolucionaria iniciada en 1868 en España por distintos sectores burgueses, superados por la marea popular e inseguros de sus propios objetivos (4). Este aparente fracaso sirve para apuntalar el sistema de dominación burgués y para marginar del orden político al movimiento obrero organizado. Así, un real decreto de 10 de enero de 1874 disolvía la sección española de la Internacional porque atentaba, se señalaba, "contra la propiedad, contra la familia y demás bases sociales". Tres años antes, La Comuna parisiense había significado para la burguesía española el descubrimiento de un enemigo nuevo y amenazador: la clase obrera organizada. Paralelamente, el sistema restauracionista, al frente del cual figuraba Antonio Cánovas del Castillo, era legitimado desde diversas instancias sociales. Por ejemplo, desde las ideas, la nueva mentalidad positivista, afirmadora del orden social y del desarrollo económico, desplazó a la mentalidad idealista y romántica de la burguesía progresista del Sexenio. Esta positivación afectó a los sectores conservadores y a los más democráticos. En ese contexto, se ha señalado acertadamente que frente a las antiguas tendencias idealistas y románticas, las miradas se volvieron hacia el lema comtiano de "orden y progreso", o bien hacia el modelo anglosajón del self-government (5).

Por otro lado, la economía española vive un período de fuerte expansión entre 1876 y 1886, ayudada por una coyuntura internacional favorable. En esos años se intensifica el proceso de industrialización, que afecta a los sectores textil, siderúrgico y minero, y que se concentra en la periferia peninsular. Cataluña, con la industria textil, o Vizcaya, con la minería del hierro y la industria naviera, simbolizan esa transformación. Este período de crecimiento económico tiene lugar a pesar de las dificultades estructurales de la agricultura española y de graves problemas demográficos. Éstos, expresados en las altas tasas de mortalidad, tienen su origen en la malnutrición, la deficiente organización sanitaria y las prácticas antihigiénicas, cuestiones todas ellas que se explicitan en los informes que vamos a analizar. Por todo ello, la industrialización tiende a agravar, en algunos momentos, las deficientes condiciones de trabajo y de vida de las clases trabajadoras como consecuencia del hacinamiento y del deterioro de las condiciones higiénicas. El rápido crecimiento de algunas ciudades, causado por masivas corrientes inmigratorias, agudiza esa degradación.

Los testimonios sobre la situación de penuria de las clases trabajadoras españolas abarcan todo el siglo XIX. Para los años anteriores a la Restauración, tenemos, entre otros, los trabajos de Ildefonso Cerdá, Monografía estadística de la clase obrera de Barcelona, en 1856 (Madrid, 1867); la obra de P. F. Monlau, Higiene industrial.¿Qué medidas higiénicas puede dictar el Gobierno a favor de las clases obreras? (Madrid, 1856); de J. Salarich, Higiene del tejedor ó sean medios físicos y morales para evitar las enfermedades y procurar el bienestar de los obreros ocupados en hilar y tejer el algodón (Vic, 1858) (6); de F. Méndez Alvaro, Consideraciones sobre la higiene pública y mejoras que reclama en España la higiene municipal (Madrid, 1853), y los trabajos de Rogelio Casas de Batista o Juan Giné Partagás (7). Asimismo, las numerosas topografías médicas de ciudades estudiaron el estado sanitario de las poblaciones y sirvieron de base documental de su situación higiénica (8). El estudio de Cerdá nos permite saber los gastos de una familia obrera a mitad del siglo. Josep Fontana lo ha sintetizado escribiendo que más de la mitad de sus ingresos se destinaba a la alimentación y, dentro de este capítulo,

el pan absorbía la mitad de la suma gastada diariamente (lo que equivale a decir que en él se consumía la cuarta parte del salario). La otra mitad del dinero gastado en alimentos se destinaba a comprar una sardina salada para el desayuno (los niños sólo tomaban pan y un vaso de agua), habichuelas para la comida y patatas para la cena, más el aceite que servía para condimentar estos alimentos y dar luz en el candil. La carne estaba prácticamente ausente de la alimentación popular. Su vestido era de algodón o paño de borras, camisa de algodón, alpargatas y una gorra de paño(9).

Ildefonso Cerdá nos ofrece también algunos datos impresionantes sobre las condiciones de vida, y de muerte, de las clases obreras urbanas barcelonesas de aquellos años, similares a los descritos por Federico Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845). Por ejemplo, durante los ochenta días que duró la epidemia de cólera-morbo en la ciudad de Barcelona entre el 11 de agosto y el 29 de octubre de 1865, fallecieron 4.230 de sus habitantes. Su estudio, expresado al detalle, por hiladas de estratos o pisos, por manzanas, por barrios y por distritos, demuestra que fueron las clases populares las más afectadas por la enfermedad. Otro ataque en 1854 de la misma patología había provocado 6.429 muertes (10). Por las mismas fechas, Francisco Méndez Álvaro, representante de la ideología médica conservadora, denuncia también la condición de la vivienda proletaria, causante de numerosos problemas en la salubridad urbana. Para ello, pone en cuestión la calidad de los materiales con que se edifica, sobre todo en Madrid, y escribe en tono crítico sobre el hacinamiento de las familias obreras en habitaciones mezquinas, tristes e insalubres,

donde el pobre vive, crece, se deteriora y muere casi sin aire que respirar, sin luz, helado de frío unas veces, abrasado de calor otras, confundido con los animales domésticos, aspirando los gases de las letrinas o de las inmundicias, mezclados los sexos y las edades, sobre un suelo tal vez húmedo, con las paredes ennegrecidas y sucias, sin otros muebles que algún trasto viejo e inútil, sin más abrigo que unos cuantos andrajos(11).

La deficiente alimentación, el hacinamiento o la insalubridad, en suma, el pauperismo generalizado entre las masas trabajadoras continuará a lo largo de toda la segunda mitad del XIX, también durante la Restauración. Tal como escribiera José M. López Piñero, la concentración estadística de la morbilidad y de la mortalidad epidémicas en el proletariado, en los términos expresados por Cerdá, es un motivo que se repite invariablemente, y que en general removía de manera insensible y apática a las clases acomodadas. Durante el período que nos ocupa, una gran epidemia sacude a la sociedad español: el cólera de 1885. Los datos referentes a la misma en la ciudad de Valencia, su principal foco, "confirman una vez más el papel de víctima de la clase obrera: de los 7.084 fallecidos entre los meses de abril a septiembre de dicho año, 4.359 pertenecían a las profesiones proletarias, 484 a los empleados y profesiones liberales y 76 a propietarios y rentistas" (12). Todo eso ocurre en una población con 143.239 almas. De manera significativa, esas estadísticas aparecen en forma de apéndice en el tomo III de la publicación de la Comisión de Reformas Sociales. Otro apéndice del mismo tomo publica la estadística colérica de una población cercana a Valencia, Alcira. Con un censo de 16.000 habitantes, sufrió 239 defunciones en el mismo ataque de 1885.

Sin duda, ésas y las anteriores cuestiones referentes al estado de las clases trabajadoras españolas eran motivo de vigilante atención por parte de las clases dominantes españolas del último cuarto del Ochocientos. La creación de la Comisión de Reformas no será ajena a ese tipo de acontecimientos ni a los trabajos de los médicos, higienistas o ingenieros que se interesaban por la suerte o el control de las clases populares. La comisión, instituida por el gobierno liberal de Posada Herrera, está formada en un primer momento por Antonio Cánovas, presidente, y trece miembros más: Gabriel Rodríguez, Gumersindo de Azcárate, Urbano González Serrano, el marqués de Monistrol, Fernando Puig, José Cristóbal Sorní, el duque de Almodóvar del Río, Andrés Mellado, Carlos M. Perier, Mariano Carreras, Federico Rubio, Daniel Balaciart y Juan Martos. En enero de 1884, Segismundo Moret sustituye a Cánovas al subir los conservadores al poder, y en años posteriores se añaden otros representantes de la vida académica y política de la Restauración (13). Es de destacar que ningún representante o miembro de organismo obrero figuró entre sus componentes a lo largo de su existencia. La mayor parte de aquellos habían estudiado Derecho, aunque también habían médicos, ingenieros o economistas. Eran parte de la elite política y cultural. De todos modos, diversos autores han señalado el punto de inflexión positivo que significó esta intervención del poder público en los problemas sociales; otros han constatado el atraso de la sociedad española en cuestiones de legislación social (14). Dicho atraso se reconoce en la misma exposición introductoria al real decreto de creación de la Comisión de Reformas. La situación cambió durante la Restauración; la actuación informativa, y sobre todo la legislativa, se incrementó notablemente (15). En este cambio de actitud tuvo capital importancia el acceso al poder de los liberal-fusionistas, presididos por Sagasta, quienes abordan en la década de 1880 un nuevo marco de respeto a las libertades políticas. La libertad de imprenta quedó formalmente establecida por ley de 14 de julio de 1883, y la de asociación, reclamada insistentemente por el movimiento obrero, quedó consagrada por la Ley de Asociaciones de 17 de junio de 1887.

El nuevo clima político saca a flote las numerosas contradicciones del sistema restauracionista. La década de 1880 había comenzado marcada por una fuerte conflictividad social. Ésta preside, por ejemplo, el año de la creación de la Comisión de Reformas. Los graves sucesos de La Mano Negra, junto a las huelgas de tipógrafos en Madrid y Barcelona, llevan a sectores burgueses reformistas a la búsqueda de soluciones conciliadoras. En este contexto se explica la celebración del ya mencionado Congreso Nacional Sociológico de Valencia, con un marcado carácter interclasista, y puesto como ejemplo a seguir por la comisión. Entre otros, envían trabajos a Valencia algunos prohombres del momento como Castelar, Silvela, Salmerón, Gabriel Rodríguez y Gumersindo de Azcárate (16). La representación obrera, sin socialistas ni anarquistas al negarse a participar, mantiene que el Estado debe regular y legislar en las cuestiones sociales. Por contra, la representación burguesa, encabezada por Daniel Balaciart, mantiene tesis completamente individualistas. De hecho, esa actitud de no intervención del Estado en la cuestión social es la dominante entre la burguesía española del siglo XIX; sin embargo, se aprecian profundas diferencias entre el inmovilismo conservador y la vocación reformista de algunos sectores liberales, coincidentes en la defensa del orden social y la propiedad, pero divergentes en el método.

La concepción social de los conservadores está impregnada de un ideal armonicista fundamentado en la religión: las clases sociales están unidas por un interés común y complementario; las desigualdades sociales entre el rico y el pobre, el amo y el criado, el patrono y el obrero, no contradicen sino complementan la cosmovisión cristiana. La existencia de un orden inmutable y teológico de las cosas, el reconocimiento de esa jerarquía como necesaria y el derecho natural a la propiedad, son los pilares de dicha concepción. De este modo, uno de sus máximos representantes, Antonio Cánovas, puede manifestar que "las desigualdades provienen de Dios, que son propias de nuestra naturaleza y creo supuesta esta diferencia en la inteligencia y hasta en la moralidad, que las minorías inteligentes gobernarán siempre el mundo"(17).  Frente a esta actitud en materia de movilidad social próxima a la visión jerárquica y absolutista del Antiguo Régimen, los liberales españoles de finales del siglo XIX se mueven entre la ortodoxia liberal y los presupuestos armonicistas. Una de sus máximas figuras es Segismundo Moret, ministro firmante del real decreto de creación de la Comisión de Reformas, que después de una etapa adscrito al liberalismo individualista entra en contacto con el krausismo, relativizando sus posturas iniciales. Ligado a la Institución Libre de Enseñanza, primero como promotor y después como presidente, Moret supedita la cuestión social a la defensa del orden, pero al mismo tiempo mantiene una exigencia de justicia que le separa de un conservador como Cánovas. Y, si Moret es el ejecutor político de los inicios de la reforma social en España, Gumersindo de Azcárate es su inspirador y pionero doctrinario. Azcárate, miembro de la comisión desde su fundación, se mueve dentro de las coordenadas intelectuales del krausismo, y su acción política y social es una reacción tanto frente al liberalismo económico como frente al socialismo. La superación de éstos pretende hacerla desde el organicismo social; frente a las consecuencias trágicas de la revolución, Azcárate propone una política reformista inspirada, más que en la legislación, en el fomento de la cultura, asimilada a moralidad, entre las clases trabajadoras y en el conjunto de la sociedad. Esta inspiración armónica e institucionista de intelectuales como Azcárate o Moret, que ligan su origen burgués con un marcado interés por la problemática social, presiden la creación de la comisión.

Frente a las clases dominantes, el movimiento obrero mantiene una actitud de desconfianza hacia los trabajos de una comisión que, como señala el socialista Antonio García Quejido, "no puede producir resultado alguno, porque los señores que (la forman) no representan los intereses de las clases trabajadoras, sino los intereses de la clase explotadora, y ésta procurará siempre que los partidos dejen sin resolver estas cuestiones porque su solución ha de redundar en perjuicio suyo" (18). Aún así, los socialistas participan en los trabajos, según otro de sus líderes, Pablo Iglesias, porque desean difundir sus ideas. A los socialistas con mayor nivel teórico como Iglesias, García Quejido o Jaime Vera, la denuncia de las condiciones materiales y morales del proletariado español, les sirve para plantear la legitimidad del sistema productivo dominante. El médico Jaime Vera, autor del Informe presentado a la Comisión de Reformas Sociales por la Agrupación Socialista madrileña, escribe que el capitalismo, igual que no es el primer término de la evolución económica, tampoco es el último; "que si nació ayer con la revolución burguesa, morirá mañana con la revolución proletaria"(19). Vera se convierte en el primer testimonio de interpretación política de la condición proletaria hecha por médicos españoles del siglo XIX frente a la corriente higienista dominante, poniendo en cuestión el positivismo sociológico burgués al enfrentarse a los problemas de la clase obrera.

Los socialistas, aún siendo muy activos en Madrid, son claramente minoritarios en el conjunto de los informes de la comisión que llegan a publicarse, los de Madrid, Valencia, Alicante, Ávila, Badajoz, Burgos, Cáceres, La Coruña, Jaén, Navarra, Oviedo, Palencia y Vizcaya. Por su parte, los anarquistas se niegan a concurrir a los trabajos de la comisión. Los que sí participan activamente son los obreros reformistas. Éstos, junto a médicos, ingenieros, profesores y clérigos, entre otros profesionales burgueses, entienden la condición económica de la clase obrera, la escasez e insalubridad de su alimentación, la vivienda o la salud obrera desde una perspectiva mayoritariamente armonicista. Ésta reconoce la deficiente situación de las clases obreras, pero las soluciones que propone no traspasan ciertos límites: respeto a la propiedad, promoción del ahorro y de las cooperativas, fomento de los socorros mutuos y respeto a la religión. Isidro Benito Lapeña, participante en la comisión, político e industrial abulense y autor de un estudio titulado La cuestión social lo expresa diciendo que el obrero no mejorará su condición material por medio de imposiciones violentas, sino con soluciones prácticas nacidas al amparo de las cooperativas productoras y de consumo; buscando dentro de la asociación y de la justicia recursos que le ofrecen de sobra y no en fantásticos ideales, "esperando del ahorro y de la participación en los beneficios el recurso para crearse una propiedad o el retiro para la vejez" (20). Veamos ahora cómo se expresaban los distintos participantes de la Comisión de Reformas en las cuestiones que estamos planteando.
 

Los informes de la Comisión de Reformas Sociales y la cuestión sanitaria.

Durante los años de trabajo de la Comisión de Reformas, es decir, en la penúltima década del siglo XIX, tienen lugar, además de la aparición en España de un marco político estable y democrático aunque limitado, tal como hemos tratado de apuntar en el apartado anterior, algunos de los acontecimientos más trascendentales para la historia de la medicina contemporánea. No es éste el lugar para extendernos sobre el particular, pero sí debemos dejar constancia que son unos años decisivos para formalizarse lo que se entiende hoy en día por medicina científica moderna. En este sentido, debe mencionarse la aparición de la llamada mentalidad etiopatológica y su bien definido apartado de la microbiología (21), que empieza a investigar con nuevos ojos problemas médicos como el paludismo, el cólera, la tuberculosis o la difteria, todos ellos cuestiones recurrentes en los informes de la comisión. Por lo que sabemos, los trabajos de Louis Pasteur y de Robert Koch, creadores centrales de la disciplina, llegan muy pronto a conocimiento de los médicos españoles. En este sentido, cabe reseñar que después de un intento fallido de crear en 1894 el Instituto Nacional de Higiene y Bacteriología, cinco años después se funda el Instituto Nacional de Serología, Vacunación y Bacteriología, también llamado Instituto Central de Higiene "Alfonso XIII", con las formulaciones de la moderna microbiología. La actuación primigenia de Jaime Ferrán en 1885 y su vacuna anticolérica había significado, además, un punto de inflexión importante en los debates que sobre la nueva manera de entender algunas patologías se estaba instalando en el seno de la medicina española.

Por otro lado, tal como ha señalado Esteban Rodríguez Ocaña, en parte como reacción a la atención que los problemas biológicos concitaron tras la irrupción de la microbiología, "y sobre todo como consecuencia de la necesidad de conseguir la mayor integración social, en el tránsito de los siglos XIX al XX la Higiene Pública incorporó una capacidad de actuación directa en el medio social y familiar, mediante campañas dirigidas hacia grupos de ciudadanos en riesgo, convirtiéndose en Medicina Social" (22). A su vez, ésta se convirtió en algunos estados europeos en un instrumento de la reforma social. Este movimiento de reforma, apoyado fundamentalmente por la burguesía, ganó terreno sobre todo en los años anteriores a la Gran Guerra aunque había empezado a gestarse en el último cuarto del siglo XIX (23). La prevalencia de tuberculosis, paludismo, o los estallidos epidémicos de tifus o cólera en los inicios del nuevo siglo empezó, además, a mostrar los límites de la bacteriología, recuperándose así algunos de los anteriores presupuestos higiénicos con el objetivo de elevar la cultura sanitaria de toda la sociedad. Por todo ello se fueron imponiendo poco a poco políticas cada vez más intervensionistas por parte de los estados en los temas relacionados con la salud.

Centrándonos ya en los trabajos de la Comisión de Reformas, no es difícil afirmar que las propuestas metodológicas sobre la condición sanitaria de la clase obrera que aparecen en sus informes continúan el debate que habían iniciado los higienistas en el período anterior a la Restauración. Una diferencia significativa, no obstante, es la incorporación activa del proletariado a ese debate. Por nuestra parte, las preguntas de Inválidos del trabajo vamos a agruparlas en tres apartados. El primero lo vamos a denominar Las endemias y sus clases, que recoge básicamente la pregunta número 26 de los informes que dice, en su totalidad, Si existen en las respectivas localidades endemias y sus clases; si han desaparecido algunas poblaciones por causa de ellas; si en otras está disminuyendo el número de habitantes por este motivo; si se han tomado medidas para destruir dichas endemias o disminuir sus efectos. El segundo lo llamaremos Higiene y salubridad industrial y agrupa las diversas preguntas relacionadas con ese concepto en los talleres, las minas, los transportes terrestres o marítimos --por ejemplo, la pregunta 30 de la comisión reza así: Enfermedades más frecuentes entre los maquinistas y fogoneros de los buques de vapor-- o en las industrias tipográficas. El último apartado lo titularemos Suerte de los inválidos del trabajo y de sus familias. Cajas de retiro y de socorros y hace referencias a todas las cuestiones relacionadas con la enfermedad y la previsión social. Empezamos, lógicamente, por el primer apartado.
 

Las endemias y sus clases.

Debido a su heterogeneidad y a su imposible clasificación cronológica, vamos a recurrir a la ordenación geográfica de las endemias que aparecen en los informes de la comisión, entendiendo por endemia la presencia continua de una enfermedad o un agente infeccioso en una zona geográfica determinada (24). En este sentido, llama la atención el hecho de que algunas enfermedades, en algún caso hoy erradicadas y en otros controladas, estuviesen tan extendidas por toda la geografía española. Como vamos a tener ocasión de comprobar el panorama era bastante desolador. Lo primero que debemos mencionar es que las actividades de la Comisión de Reformas coinciden cronológicamente, ya lo hemos dicho antes, con los inicios en 1884 de la última gran epidemia de cólera que hubo en España y de la cual se tiene constancia que alteró e impidió en algunas provincias el normal desarrollo de sus trabajos. Pensemos que sólo en la provincia de Valencia, la más afectada, murieron 21.613 personas por culpa de esa patología, la mayoría entre junio y julio de 1885. No es raro, por tanto, que una de las regiones con más noticias sobre endemias en los informes de la comisión sea la valenciana. En el tomo III de la información oral y escrita, practicada por la comisión provincial y publicada en 1891, se indica que la endemia existente en varias localidades de esa provincia son las fiebres intermitentes, o sea el temible paludismo, que se padece en las regiones en que se cultiva el arroz (25). También se indica que las medidas tomadas para destruir dichas endemias o disminuir sus efectos son de carácter general y se encuentran contenidas en la real orden de 10 de mayo y reglamento de 15 de abril de 1861, "por virtud de los cuales no puede cultivarse el arroz sino a distancia de kilómetro y medio de las poblaciones y en terreno palúdico y previamente acotado al efecto con autorización del Ministerio de Fomento". En realidad, de este tipo de actuaciones se tiene constancia desde la edad media.

De todas maneras, parece ser que no siempre se aplicaba con rigor la prohibición de plantar fuera de coto, ni se penalizaba al que quebrantaba la prohibición. En el informe se añade también que los maquinistas y fogoneros de los ferrocarriles, según contestación de la Sociedad de los Ferrocarriles de Almansa a Valencia y Tarragona, padecían asimismo las fiebres intermitentes, "endémicas en la zona de las vías". En los charcos que se formaban en éstas se reproducía el mosquito anofeles transmisor por picadura del plasmodio, protozoo que marca el inicio del ciclo palúdico en las personas. Esto empezó a saberse por aquellos años. En la sesión de la comisión celebrada en Alcira el 24 de octubre de 1884 se señala que en la localidad existían las intermitentes, "producidas por la influencia palúdica del Júcar y de los terrenos arrozales en el último período de cultivo". En la localidad de Orriols también se denuncia que en la mayor parte de los pueblos de esta provincia reinan, con carácter endémico, calenturas intermitentes,

que robando fuerza al organismo predisponen a éste para otras enfermedades e impiden lleguen a la longevidad muchos que la disfrutarían sin el poderoso influjo de este azote; excelencia es el cultivo del arroz, al que nada podría objetarse si sólo se dedicaran a él terrenos pantanosos, puesto que en dichos terrenos siempre habían de desarrollarse las intermitentes; pero no sucede esto. Al cultivo del arroz se dedican grandes extensiones de terreno que son susceptibles de otros cultivos, convirtiendo así media provincia en una laguna insalubre de aguas encharcadas y corrompidas (26).

La junta local de sanidad de Alcoy escribe en su informe que su población se puede clasificar como sumamente sana, pues carece de focos de infección de donde se desprendan emanaciones animales o vegetales en descomposición, ni de aguas estancadas que desarrollen el paludismo, no dando lugar a que se padezcan endemias, y "reinando solamente enfermedades comunes propias de cada estación en la proporción regular; y si bien la clase obrera rinde a éstas mayor contingente, es, como en todas partes sucede, por necesidad ineludible, pues se halla más expuesta a la influencia de las causas de destrucción". Como se puede ver, se mantenían vivas las viejas concepciones miasmáticas de la enfermedad. En la información oral sobre la misma ciudad, cuya sesión se celebró en el ayuntamiento el 9 de noviembre de 1884, se lamenta "la falta de higiene que en general tienen nuestras fábricas" lo que está en el origen del gran contingente de fallecimientos que la tuberculosis origina en la localidad (27). Esta enfermedad tuvo en aquellas décadas de tránsito del siglo XIX al XX una importancia extraordinaria. Esta patología, en cuyo origen están diversas micobacterias, es una de las que está más claramente asociada a la pobreza; los investigadores han puesto de manifiesto la acusada desigualdad en su distribución por clases sociales (28). Por otro lado, uno de los informantes alcoyanos, José Puig Boronat, señala como origen de ciertas enfermedades en la localidad la proximidad del cementerio al casco de la población. Otro, el obrero José Valls Pérez, expone la conveniencia de que se acaben de hacer las alcantarillas públicas, "con lo cual mejorarán las condiciones sanitarias de la población y se proporcionará trabajo a los que carezcan de él".

Las fiebres palúdicas eran también un grave problema en otros puntos de la geografía española. Así, en la sesión madrileña de la comisión, celebrada el 14 de diciembre de 1884, se indica que en Aranjuez se les negó el trabajo a algunos obreros que sufrían las fiebres. Todavía hoy, el paludismo es una de las enfermedades que más absentismo laboral provoca a escala mundial. Los estados febriles que genera impiden llevar una vida laboral normal. Igualmente, el informante de la población de Pedro Bernardo (Ávila), el médico titular, Julián Malluguiza, escribe que como enfermedad grave se padece las fiebres intermitentes, "que adquieren un carácter perniciosísimo en verano y otoño, época en que se generalizan de una manera seria, aunque ocasionan escasas defunciones". En el mismo sentido, Isidro Benito Lapeña, señalaba en la exposición oral de la comisión de Ávila que en la zona del río Tiétar y en algunos puntos del partido de Cebreros, donde el clima es templado,

y allí acontece que cuando hay obras públicas, el trabajador, abusando de la bondad del clima, unas veces por pereza, pero las más por no perder parte del salario, se queda a dormir a la intemperie por estar lejos de poblado, y contrae calenturas intermitentes y algunas veces perniciosas, que le obligan después a gastar en medicamentos gran parte del salario y a perder muchos días de jornal, pérdida que no se le abona (29).

En el informe de Cáceres se señala asimismo que en "la mayor parte de los pueblos de esta provincia reinan endémicamente las enfermedades palúdicas, más no en tan alto grado que sea causa para la disminución de sus habitantes". De manera en exceso optimista, se indica que en las poblaciones que padecían la enfermedad de manera más intensa se habían corregido semejantes dolencias por la destrucción de los focos que las producían. Las fiebres intermitentes también eran denunciadas en esa provincia como uno de los mayores peligros para los maquinistas y fogoneros de ferrocarriles. En otra provincia del sur peninsular, el informe del ingeniero jefe de las minas de Linares, Enrique Naranjo de la Garza, señala que la enfermedad más común en toda la provincia de Jaén, también en Linares, "es la calentura intermitente, que suele producir algunas víctimas, principalmente entre la clase obrera y sus hijos". Escribe sobre dos ejemplos de experiencias palúdicas vividas directamente. Una de ellas sufrida en el término de Vilches, al realizar estudios mineros en Sierramorenilla; parece ser que ninguno de los capataces y operarios que estuvieron con Naranjo dejó de contraer la enfermedad y uno de ellos murió al tercer día de sufrir el ataque anofelino. Otra expedición a Sierra Morena por aquellos años produjo análogos resultados entre los expedicionarios. El ingeniero indica en su informe, con fecha de 13 de junio de 1886, que determinados puntos de la provincia, como la estación de la vía férrea de Vadollano,

han adquirido fama por las muchas personas que en ellos han sido atacados; pero las emanaciones palúdicas, en mi creencia, no tienen tanta importancia como se les atribuye, sino que, más bien, las enfermedades de esa clase que se padecen son debidas, no solamente a la falta de toda precaución sino a ponerse constantemente bajo esas maléficas influencias y en las peores condiciones (30).

Estas últimas afirmaciones son fruto del desconocimiento que se tenía del origen de la endemia. Más al norte de la Península, en La Coruña se indica que son comunes las fiebres tifoideas, el paludismo y la viruela, "combatida ésta con bastante eficacia con la vacunación que distribuyen los municipios y las diputaciones provinciales". La tisis, otro de los nombres de la tuberculosis, producida por "defectos de costumbres", se dice, ocasiona bastante mortalidad. Paralelamente, el informe escrito de la comisión de Navarra señala que en la provincia no reinan por lo general endemias;

sólo en Pamplona, Goizueta y Sesma puede considerarse como tal la fiebre tifoidea y la palúdica en Azagra, Alsasua y Villafranca. La información oral ha hecho ver que sólo en las riberas del Ebro suelen ser endémicas las intermitentes en ciertas épocas, principalmente en el otoño, y que las poblaciones más castigadas por estas fiebres palúdicas son Ribaforada, Buñuel y Fustiñana, siendo notable al mismo tiempo la inmunidad de que gozan otras localidades situadas en análogas condiciones, tal como Tudela (31).

Sobre las fiebres tifoideas se señala acertadamente que las causas de su aparición están en las deficiencias de los sistemas de alcantarillado que no evacuen correctamente las materias fecales de los edificios y esparzan el bacilo Salmonella typhi entre la población. En el informe se apunta también que si bien Navarra, el número de habitantes estaba aumentando, en cambio en la capital estaba disminuyendo; entre 1879 y 1884 había pasado de 25.630 a 24.972 habitantes. La causa de esta despoblación se dice que es el exceso de la mortalidad sobre la natalidad, motivando aquélla las fiebres tifoideas, que son endémicas, por la aglomeración de los habitantes en casas estrechas y altas, y cuyo principal remedio sería "romper el recinto amurallado que ahoga la población, para dejarla espaciarse en los alrededores, y el dotarla de un caudal de aguas abundante en vez del escaso que hoy tiene". La cuestión de los ensanches urbanos de las ciudades que conservaban antiguas murallas, vistas como corsés para los nuevos conceptos higiénicos y sanitarios, es un tema recurrente en la segunda mitad del siglo XIX. El proyecto del ensanche de Pamplona es del año 1885 (32).

En una provincia vecina, Vizcaya, la memoria de la comisión indica que algunos pueblos de la zona minera de Somorrostro sufrían el tifismo, el sarampión y la difteria, aunque menos que en tiempo no muy lejano, especialmente las dos primeras; "de las cuales, la infección tífica, como de origen fecal, ha desaparecido en algunos localidades desde la construcción de los alcantarillados, y la viruela, como susceptible de previsión, tiene menos tributarios desde que con actividad y éxitos lisonjeros se ha propagado la vacunación por los ayuntamientos y la comisión del Hospital minero de Triano" (33). Por su parte, en la memoria de Oviedo también se señala la existencia en la provincia de fiebres tifoideas y de "calenturas tercianarias". Fernando García Arenal, ingeniero de caminos, canales y puertos, socio activo del Ateneo-Casino Obrero de Gijón, denuncia las condiciones de hacinamiento de las escuelas, en algunas de las cuales no había excusado, y que en el año 1882 estuvo en el origen de una epidemia de sarampión, causante de centenares de muertos entre los niños de la ciudad. La enfermedad se cebó casi exclusivamente entre los pobres. Los obreros de esa localidad también padecían las consecuencias de otro hacinamiento, el que obligaba a reunir a más de una familia en una casa pequeña, con los consiguientes trastornos para la higiene. En otros casos, se denuncia que vivían "hacinados y confundidos los hombres y los cerdos".

Por último, el informe de Palencia de noviembre de 1884 publica un resumen en el que aparecen las causas de la mortalidad en esa ciudad entre el 1 de enero de 1879 y el 31 de diciembre de 1883. Este informe es una muestra bastante significativa de las endemias que se padecían por todo el país. Del total de 325 muertes, llaman la atención los 40 fallecidos por pulmonía, otros tantos por tisis, o sea tuberculosis, los 34 por catarro, los 21 por intermitentes, los 20 por fiebres o los 18 por disentería. Además, el médico Dámaso López, miembro de la comisión, denuncia la adulteración de los alimentos en relación con las enfermedades, señalando que bajo ningún concepto se permita el degüello de reses infecciosas, "pues sabido es que tanto los expendedores como los propietarios salazonan éstas y alimentan a sus obreros". Otra muestra de las deficientes condiciones sanitarias de aquellos años nos la ofrece Philip Hauser, autor de Madrid bajo el punto de vista medico-social, publicada por primera vez en 1902. Por esta obra nos enteramos que en 1890 se contabilizaron en la capital española 2.695 defunciones por viruela, 1.838 por tuberculosis, 680 por difteria, 349 por fiebre tifoidea o 291 por sarampión. El paludismo también tenía una gran importancia no tanto por el número de defunciones que generaba como por su intensa morbilidad.
 

Higiene y salubridad industrial.

El desarrollo del maquinismo y la utilización de sustancias perjudiciales para la salud trajo consigo la multiplicación de los accidentes de trabajo y la aparición de enfermedades de nueva casuística. Las industrias reconocidas como más insalubres a finales del siglo XIX eran la química y la tipográfica y las más inseguras la construcción, la metalúrgica y la minería (34). Por ejemplo, en los informes de Vizcaya se afirmaba que la insalubridad de su industria tipográfica procedía de las emanaciones plúmbicas de los caracteres de imprenta y por el polvillo que insensiblemente se ingería por las vías digestivas y se absorbía por las aéreas, determinando a la larga, entre otros padecimientos, el "saturnismo profesional" y la tuberculosis pulmonar. Francisco Alarcón, del Montepío de Tipógrafos de Madrid, denunciaba, en la sesión celebrada en la Universidad Central de 26 de octubre de 1884, presidida por Segismundo Moret, las condiciones de trabajo de la industria tipográfica. Señalaba que el establecimiento de El Liberal se encontraba debajo de un "mal cobertizo", estrecho y bajo de techo, en el que "el humo del plomo y del antimonio causa la muerte a los trabajadores que en él se ocupan". Igualmente, denunciaba las condiciones de salubridad e higiene en las que se habían desarrollado los trabajos de otro diario, El Norte, en un establecimiento de "dos metros de ancho, sin luz, con grietas por todas partes, y con una fuente que mantenía constantemente la humedad en el suelo". Alarcón denunciaba asimismo las condiciones higiénicas de los talleres de la Imprenta Nacional, la imprenta del Estado, un cementerio de cajistas,

porque hay que ver cómo están los treinta hombres que se dedican a la confección de la Gaceta cuando hay sesiones. A las cuatro de la tarde se encienden las luces, y no tienen los cajistas más que el espacio indispensable para desempeñar sus funciones. Hay treinta luces; los cajistas están allí diez y seis o diez y ocho horas: puede calcularse qué atmósfera se respirará allí, y si esa atmósfera será saludable" (35).

Siguiendo en Madrid, para la sociedad de socorros mutuos de herradores, la higiene y salubridad en los talleres de herrado y forjado de esa ciudad holgaban por completo. Debiendo ser locales espaciosos para que no hubiese aglomeración de caballos y poder trabajar con holgura a fin de evitar desgracias, eran, por el contrario, "pequeños, oscuros, sin ventilación, resultando necesariamente una atmósfera enrarecida por el carbono desprendido de la fragua", aumentada por las emanaciones que expelían los cuadrúpedos. Vicente Recarte, de la sociedad de canteros, una entidad de carácter reformista, en la sesión de la comisión de 7 de diciembre de 1884 decía que "a las siete de la mañana en este tiempo tenemos que ir a romper el hielo de las herramientas con la mano, y aguantar el sol cuando sale, y el agua cuando llueve; y no hay más remedio que sufrirlo, sin otro amparo que unos trozos de estera de la que destroza esa clase que nos explota". Otros repetían una queja constantemente; la de la falta de seguridad en los andamiajes de las obras. Otra queja repetida era la falta de inspecciones de las obras y de los talleres.

En otras regiones españolas la situación no era muy diferente. En los informes de Valencia se señala que en los talleres antiguos, instalados de ordinario en viejos caserones, construidos con otras finalidades, no podía atenderse debidamente la higiene del trabajador. Talleres había, se decía, formados en patios o corrales por simples cobertizos que resguardaban de la lluvia, pero no del aire y apenas del sol; en otros faltaban chimeneas o medios de ventilación y de aireación, de manera que el humo, el calor o los gases, según la naturaleza del oficio, perjudicaban la salud de los trabajadores. En algunas fábricas "los excusados, establecidos en un rincón del mismo taller, ni tienen agua corriente, ni sifones, ni a veces tapaderas". Respecto a la seguridad de las máquinas, según los mismos informes, en cada taller se tomaban o no las precauciones debidas, según disponía o no el dueño de la fábrica. Así, se denunciaba que el peligro venía;

unas veces de la falta de espacio y acumulación de las máquinas que no permiten circular con desahogo entre ellas; otras de que forzando el trabajo se emplea de ordinario el máximum (sic) de potencia de los motores; en algunas ocasiones de falta de andamios o aparatos para manejar los mecanismos sin riesgo; en muchas de que la inspección y cuidado de las máquinas se halla a cargo de niños (36).

Los tipógrafos valencianos, en boca de Francisco Vives Mora, presidente del Ateneo Casino-Obrero de Valencia, denunciaban que los obreros de esa industria que llegaban a una edad avanzada no podían continuar trabajando, bien por cortedad de la vista u otro achaque que se lo impidiese. En ello influía el polvo del plomo que se desprendía de los tipos al moverlos para componer y descomponer; "pero se debe principalmente al número excesivo de horas de trabajo, al empleo de la luz artificial y a las malas condiciones de algunos talleres". De Alcoy se decía que no existía "la mayor pulcritud en las fábricas por sus condiciones de capacidad y ornato en lo que respecta a la higiene y salubridad de las mismas; tampoco son tenidas muy en cuenta las prescripciones de seguridad en los motores y maquinarias por la estrechez de los locales". Parece ser que las ordenanzas municipales sobre el particular no se tenían muy en cuenta. Las industrias más insalubres eran las relacionadas con la decoloración o blanqueo por cloro del trapo para la fabricación del papel,

y a la carbonización del algodón por los ácidos en la elaboración de lanas artificiales. Sin embargo, no se ha observado en los obreros dedicados a estas operaciones industriales el desastroso efecto que merma los empleados en las tinas o barreños de la fabricación del papel a mano. En este trabajo, que se efectúa en espacios reducidos y poco ventilados con el fin de retener cierta temperatura, encuentran muerte prematura los operarios a él dedicados, producto probable del viciamiento de la atmósfera por la aglomeración de los obreros y la saturación constante de humedad (37).

Por su parte, el informante de la provincia de Ávila, el ya mencionado Isidro Benito Lapeña, se queja de la falta de capacitación profesional de muchos obreros que manejan las máquinas, causantes de numerosos accidentes de trabajo. En el otro informe de Ávila, de Antolín Santodomingo, se indica, después de afirmar que la lepra y el carbunco son algunos de los males que se padecen, que las industrias insalubres se localizan por toda la provincia; así, en la capital existen focos de infección como la casa que tiene el municipio destinada a matadero de ganados,

y sobre todo, los que tienen próximas sus viviendas al lado del cementerio; los cementerios interiores establecidos en medio del casco de la población en los conventos; otros no menos nocivos como los depósitos tan cenagosos que tiene la Compañía del Norte en Sanchidrián, destinados a la toma de aguas; industrias que anticipan la muerte del que las ejecuta, como pintores, fotógrafos, fabricantes de alcoholes y vinos, fábricas de aguarrás, fábricas de curtidos, fábricas de curtidos, fábricas de pirotécnica y oficios tan peligrosos como pizarreros, plomeros y albañiles(38).

De los talleres de Cáceres se indica que su higiene y salubridad son muy imperfectas por regla general. Se ven en muchos lugares a los obreros "hacinados en habitaciones reducidas, faltas de luz y de la ventilación proporcional al número de personas reunidas". Igualmente, el ya mencionado Enrique Naranjo, ingeniero de las minas de Linares, informa que los mineros dedicados a la desplatación, y demás operaciones en que aspiran vapores de plomo,

no se sujetan a reglas ningunas, ni usan medidas o medios preservativos, ni un sistema de alimentación propio, ni nadie cuida de ellos, hasta que, atacados por los cólicos, se ponen en manos del médico de la empresa o particular, o simplemente usan por su cuenta limonadas sulfúricas y también una antigua receta especial de Linares, contra lo que denominan emplomamiento. Recientemente algunos operarios han formado una pequeña asociación para costear médico, y suelen tomar por las mañanas agua de malvas y algunas recetas como preservativo (39).

Como es fácil comprender, poco preservativo para tan duras condiciones de trabajo y de vida. El mismo Naranjo, al hablar de la seguridad de los aparatos motores, andamios y artefactos usados en el interior de las minas y en la superficie, escribe que no existe regla alguna. Además, una vez en el interior de las minas,

se ofrece a los obreros el peligro de caer por los pozos interiores y barrancos, cuyas bocas están en los pisos de las galerías sin defensa alguna ni señal de su existencia, y están situados en el paso mismo o lateralmente en pequeños anchurones; favorecen este peligro la oscuridad natural de las minas y la falta de limpieza que, aun visto, no permite apreciar los bordes de la abertura cuando no está ésta obstruida por maderas sueltas, rails (sic), espuertas, piedras y barro. Muchas son las personas que han caído, bastantes víctimas ha producido en este distrito, y entre ellos lo fue una el ilustrado ingeniero de minas D. Luis Barinaga (40).

Los informes de otras ciudades nos muestran panoramas muy similares. La higiene y la salubridad de los talleres de Pamplona estaban, se dice, completamente abandonadas, al ocupar siempre las plantas bajas húmedas y sombrías. Del informe de otras provincias se desprende también que, por lo general, los talleres eran insalubres y con la higiene bastante descuidada.

Suerte de los inválidos del trabajo y de sus familias. Cajas de retiro y de socorros.

Muy relacionada con la higiene y la salubridad industrial, y por tanto con las enfermedades profesionales, es la cuestión de los sistemas de lucha contra la invalidez, los sistemas de previsión y los retiros obreros. Por lo que sabemos ahora, los trabajos de la Comisión de Reformas marcaron un punto y aparte también en este apartado. Tal como ha sintetizado Francisco Comín, desde 1883, y los trabajos de la comisión tienen una buena dosis de responsabilidad en el tema, "comenzó la transición desde la beneficencia liberal hacia la previsión social propia del Estado providencia". Hasta aquel momento había existido una total despreocupación por la beneficencia o la previsión social por parte del Estado. Eran las diputaciones provinciales las que dedicaban dinero al primero de esos conceptos, especialmente a la beneficencia asilar, y los municipios se ocupaban más de la asistencia sanitaria (41). De todas maneras, según los parámetros fijados en las sociedades desarrolladas actuales, la situación era marcadamente deficiente. Los obreros que participan en las tareas de la comisión eran conscientes de que en caso de accidente tenían mucho a perder y nada a ganar. Lo que sorprende, de todas maneras, es la enorme desconfianza que sentían, en general, frente al Estado de la Restauración y que debe explicarse porque era una institución deficitaria en términos democráticos. En realidad, puede sorprendernos hasta cierto punto, pues los sistemas de seguridad social o de retiro, donde los hay, son el fruto de décadas de lucha consciente por parte de las clases más desfavorecidas y de la inquietud reformista de otros grupos sociales. No es baladí recordar que el Estado del bienestar no fue un regalo de la providencia sino fruto de intensas luchas sociales.

En ese proceso, quizás valga la pena recordar que los obreros valencianos de la comisión conocían lo que alguno de ellos denominaba la "asociación impuesta en ciertas industrias" por el gobierno alemán, "obligando a los trabajadores a depositar una parte de salario, y a los empresarios o patronos a contribuir con una cotización proporcional al sostenimiento de las cajas de retiro para obreros inválidos o ancianos inútiles", es decir el primer sistema de seguros contra la enfermedad (42). Pasando a describir la situación de desamparo frente a la enfermedad, el accidente laboral o frente al retiro en la que se encontraba la clase obrera española en las últimas décadas del siglo XIX, vale la pena componer el cuadro con las sencillas pinceladas de los testimonios que participan en los trabajos de la comisión. Situación que, ahora, se nos antoja sangrante. De una manera amarga y cruda, el cantero madrileño José Aymat afirmaba que si las víctimas mortales de accidente laboral eran obreros, se les enterraba y en paz: "se ponen otros en su lugar, y asunto terminado, hasta otra". El mismo Aymat, señalaba que no existían cajas de retiro para indemnizar a las familias de los obreros que morían o a los mismos obreros que se inutilizaban. Éstos y sus familias, sólo en los casos más afortunados recibían algo de dinero; por ejemplo, la Empresa del Ferrocarril del Norte, cuando ocurría alguno de estos casos entregaba a las viudas, por una sola vez, la cantidad de 100 pesetas, tanto si la viuda tenía hijos como si no los tenía. El ya citado Vicente Recarte denunciaba que el obrero que se quedaba inútil no tenía más auxilio que la de sus compañeros. Éstos le podían "echar un guante" a fin de que comprase "un cajoncito para vender fósforos".

Un carpintero, Saturnino García, miembro de la Internacional, en la sesión de Madrid de 6 de enero de 1885, denunciaba alguna de las trampas que en caso de accidente cometían ciertos patronos para eludir sus posibles responsabilidades. García decía que cuando un obrero daba una caída, lo primero que le preparaban era una botella de vino. La razón estaba en el hecho de que con el pretexto de rociarle las narices con vino para que respirase y ver en qué circunstancias de vida se encontraba, "lo que hacen es mancharle las ropas de vino para poder decir cuando se presenta el médico forense: ¿lo veis? Estaba ebrio. ¿Qué responsabilidad les va a caber tratándose de un hombre ebrio? Ninguna; porque el hombre que está en ese estado no debe ponerse a ejercer ninguna función". Saturnino García, después de señalar que no existían cajas de retiro y de socorros, se ponía él mismo como ejemplo de la precariedad en la que se encontraban los obreros inválidos:

yo llevo treinta y cuatro o treinta y seis años trabajando, y hoy, a pesar de que hace cuatro que la Facultad médica me ha prohibido que trabaje, no tengo más remedio, si quiero poder llenar algún tanto el estómago de pan, porque no es suficiente el jornal que gana un hijo que tengo; no tengo más remedio que, muerto de dolores, el día que por casualidad puedo proporcionarme un jornal, ir a ganarlo (43).

Desde Valencia se repetía lo mismo: la suerte de los inválidos del trabajo y de las familias de los que morían por accidente no se encontraba asegurada de ninguna manera. Los "trabajadores inútiles, sus viudas y sus huérfanos", por lo general, si no podían recibir socorro de su familia, no tenían otro amparo que la caridad privada o la beneficencia pública. No existían cajas de retiro o de socorro a pesar de que se veía como necesidad universal. Las únicas actuaciones a realizar eran de carácter individual, pero siempre parciales. Por ejemplo, la sociedad de socorros mutuos de impresores valencianos daba por una vez 25 pesetas a los inválidos o ancianos inútiles para el trabajo, pero, acto seguido, los excluía de la asociación. Otras soluciones eran parecidas. En las comunicaciones orales del día 19 de octubre de 1884 se dice que, cuando caía algún obrero, suele hacerse alguna suscripción; "se hace lo que ellos llaman guante entre los compañeros, y suele hacerse alguna limosna". En cuanto a los patronos, "lo ordinario es que abonen el jornal mientras dura la curación", o que socorran con alguna cantidad por una vez a la familia del muerto.

En Alcira tampoco existía ninguna caja de retiro ni de socorros para los inválidos ni para los familiares de los obreros muertos, debiendo recurrir a la caridad pública o a las asociaciones religiosas. En Orriols se señala que la suerte de los inválidos del trabajo "es la de estar condenados a morirse de hambre". Su informante, Francisco Cabrelles, acaba diciendo que "mientras los inválidos del trabajo no sean atendidos, no está garantida la propiedad contra las revoluciones sociales". La suerte de los inválidos del trabajo en Alcoy se dice que "es bien lamentable". Los que pueden alcanzar una plaza en la casa de beneficencia o en el asilo de las Hermanitas de los Pobres "son los únicos que se libran del triste remedio de pedir limosna. La sociedad El Trabajo ha creado una caja de socorros, cuyos resultados aún no pueden juzgarse prácticamente por el corto tiempo de existencia que lleva". De Alcoy se indica en el informe de su junta de beneficencia que dos clases de industria absorben casi por completo la vida fabril de la población: la industria de la lana y la del papel. Esta última es la que más inválidos hace, y esto es debido, no al exceso de trabajo ni a lo insalubre de las fábricas,

sino al punible anhelo de sacar de la tina el número de postas o resmas estipulado con las menos horas posibles. Acelerar el trabajo aun cuando la salud se quebrante y se pierda: esto hace que los sacadores de papel contraigan enfermedades pulmonares, que bien pronto los inutilizan para el trabajo, o que tengan una muerte prematura, dejando en la orfandad y en la miseria a familias numerosas y desgraciadas sin otro porvenir que los claustros de un hospicio o los horrores del hambre(44).

En el informe de la sociedad obrera La Unión Papelera se afirma que los oficiales de tina se hallan muy propensos a contraer enfermedades graves, tanto que por regla general no llegan a los cincuenta años, "y los que pasan de ésta quedan imposibilitados o inutilizados para el trabajo por lo quebrantado que se halla ya su organismo". Por lo que respecta a la industria lanera, las condiciones laborales no parece que fuesen mejores. De ello se encarga de recordarlo la sociedad de Tejedores de Alcoy que hace ver que algunos años antes, en 1873, tuvo lugar la huelga general de todos los oficios en la localidad debida a las pésimas condiciones en que se encontraba la clase obrera y a que en esa ciudad nunca había sido ésta "atendida en sus demandas pacíficas y morales". Los patronos de Alcoy, sin embargo, tenían una percepción distinta de la invalidez de sus obreros. La corporación de fabricantes de paños en su informe escrito señalaba que la entidad acariciaba desde hacía tiempo el propósito de crear algunas pensiones vitalicias para los operarios de uno y otro sexo que habiendo llegado a avanzada edad o quedado inútiles para el trabajo se hicieren dignos a esta recompensa; "pero no ha podido cumplir sus humanitarios deseos, ni entiende que debe hacerlo hasta tanto que se vea libre de la deuda que tuvo que contraer para la reedificación de la casa social y ensanche de la capilla de su patrono San Miguel" (45).

Para finalizar este apartado, diremos que en Ávila se dice que en caso de inutilidad el obrero sólo tiene el recurso a la caridad privada, y en caso de enfermedad tiene el hospital provincial, y médico y medicinas por la beneficencia municipal. En Cáceres se apunta que la suerte de los inválidos del trabajo y de las familias de los que mueren por un accidente es muy aciaga, aunque alguna que otra vez el patrono sufraga el gasto que ocasiona el accidente. Tampoco existen cajas de retiro ni de socorro. En otra población cacereña, Plasencia, se dice que los obreros accidentados quedan encomendados a la solicitud de los parientes o a la caridad pública. Tampoco en El Ferrol se conocen las cajas de retiros ni de socorros. Lo mismo sucede en Linares. En esta localidad, alguna empresa minera abonaba entre cien y ciento cincuenta pesetas cuando el obrero quedaba inútil, pero luego éste quedaba en la indigencia. En casos de muerte, alguna empresa solía pagar el entierro. La suerte de los inválidos del trabajo también era dura en Pamplona pues sólo si eran hijos de la capital o si llevaban diez años en la misma tenían derecho a ser mantenidos en su casa de misericordia.
 

Conclusión

Por lo que se desprende del apartado anterior, en la España de finales del Ochocientos eran las clases populares las más desamparadas frente a la enfermedad, el accidente laboral, el retiro o la muerte. La repetida expresión "echar un guante", es decir dar limosna, denuncia bien a las claras la situación de indefensión e inseguridad social a la que tenían que hacer frente las víctimas de aquellas circunstancias. Todo se reducía a la caridad privada y a la beneficencia pública. Los sistemas de seguros de enfermedad, el primero de los cuales es el alemán de 1883, eran desconocidos en aquellos momentos. No obstante, significativo del nivel de concienciación social de ciertos elementos de las clases populares, los obreros valencianos de la Comisión de Reformas ya dan noticias de la existencia del modelo alemán. Esto da cuenta, creemos nosotros, de una integración en los circuitos ideológicos europeos, entre otros, por parte de la sociedad española del momento. Si los obreros descubren el modelo alemán de seguros y, no hace falta decirlo, las concepciones ideológicas que circulan por el viejo continente, es fácil deducir que las clases dirigentes, con más razón, pues tienen todos los medios a su alcance, también están en estado de alerta sobre las distintas soluciones a la llamada por aquel entonces "cuestión social". Otro tanto ocurre con algunos profesionales, para el caso que nos ocupa los médicos, atentos rápidamente a las novedades que sobre el nuevo paradigma en el terreno de la salud, la bacteriología, se estaban produciendo en Europa. Por ejemplo, las investigaciones originales de Jaime Ferrán y su vacuna contra el cólera de 1885. Por aquellos años también está en plena madurez el científico español de más renombre universal, Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel en 1906.

En cuanto a los datos empíricos que sobre las endemias se desprenden de los informes de la comisión, debemos decir que lo primero que nos llama la atención es la existencia de paludismo, cólera, tuberculosis, fiebres tifoideas, difteria, lepra o carbunco por toda la geografía española. Todas estas patologías, hoy bajo control en nuestro país, son temas recurrentes en los informes de la comisión. No hace falta repetir lo que ya se ha dicho, pero sí confirmar que la mortalidad y morbilidad de las mismas eran muy elevadas. Al número de muertos había que añadir las pérdidas económicas que generaban, no tanto en gastos médicos como en jornadas de trabajo que no se podían llevar a cabo con normalidad. De aquellas endemias, el paludismo era predominantemente rural, y el cólera y la tuberculosis eran sobre todo urbanas, al igual que las fiebres tifoideas, estrechamente relacionadas con los deficientes aprovisionamientos de aguas potables y con redes de alcantarillado insuficientes o en mal estado. Por la información que tenemos, eran las clases populares las más afectadas pero no las únicas. Como bien sabemos ahora, los microorganismos patógenos no entienden ni de clases sociales ni de fronteras. Por aquellos años, además, se mantenían vivas las viejas concepciones miasmáticas sobre las enfermedades, lo que impedía la lucha científica contra las mismas. La tensión entre el viejo paradigma médico y la naciente microbiología aparece latente en los informes de la Comisión de Reformas.

Tradicionalmente, otra de las formas de segregación social ha sido, y es, bien lo sabemos, la relacionada con la alimentación, en estrecha ligazón con la salud humana. Sin tener en cuenta las hambrunas o la insuficiente alimentación, en los informes de la comisión ya se denuncia la adulteración de los alimentos, que afectaba sobre todo a las clases populares y de manera especial a la clase obrera. Desgraciadamente, bien se sabe que el problema no ha desaparecido un siglo después. Durante el año 2001, buena parte de Europa ha estado convulsionada por el fenómeno conocido como las "vacas locas". Al mismo tiempo, hacemos memoria, han irrumpido en el mismo periodo de tiempo enfermedades como la fiebre aftosa, la peste porcina, el carbunco o la legionelosis. Esto en los países ricos; en muchos países en vías de desarrollo hay que añadir a éstas el paludismo, la tuberculosis, el cólera y otras, algunas nuevas como el sida, que están provocando millones de muertes cada año. La desigualdad socioeconómica frente a la enfermedad ha sido un fenómeno real en términos históricos y lo continúa siendo hoy en día. De todas maneras, muchas de las enfermedades epidémicas acaban atacando a toda la población y, en general, ponen de relieve la inutilidad de medidas que no sean colectivas a la hora de luchar contra las mismas. No resulta extraño, tal como han puesto de manifiesto algunos expertos, que el cólera fuese visto a finales del Ochocientos como un poderoso motor de la higiene pública y de la medicina social modernas. O que en la actualidad, en un mundo cada vez más globalizado, los expertos en salud vaticinen que sólo desde organismos supranacionales pueden conseguirse políticas médicas efectivas para luchar contra los microorganismos patógenos los cuales también participan en ese proceso global.

Si sirve de ejemplo, creemos que sí, el caso español es una muestra de control efectivo de aquellas cuestiones relacionadas con la salud y la previsión social a partir de un contexto intervencionista por parte del Estado. La creación de la Comisión de Reformas Sociales significó el primer intento de institucionalizar en España la llamada cuestión social. La comisión sufrió el boicot de una facción importante del movimiento obrero español, el anarquista, y la participación con reticencias de los socialistas, pero otra facción del mismo sí que tomó parte en la elaboración de los informes. Por otra parte, no se la dotó de suficientes fondos económicos, y tampoco se pudo publicar la totalidad de los informes provinciales, notándose a faltar especialmente los de Cataluña y Andalucía. No hace falta decir que tampoco pudo conseguir su objetivo máximo, el de una armonización social duradera. La lucha de clases en la España del siglo XX fue ciertamente feroz; posiblemente, intereses superiores marginaron el espíritu de la comisión. Sin embargo, ésta marcó un punto de inflexión positivo en la actuación del Estado en las cuestiones sociales, y al mismo tiempo fue un precedente del intervencionismo científico en el trabajo en España, pues si la comisión fue un ensayo, con el paso del siglo, en abril de 1903, la creación del Instituto de Reformas Sociales supuso la institucionalización definitiva de la reforma social en nuestro país. Otro eslabón importante fue la fundación del Instituto Nacional de Previsión en 1908. Pocos años antes, en 1900, se dictó la primera ley sobre accidentes de trabajo. No hace falta decir que ese espíritu normativo se fue consolidando a lo largo de todo el siglo XX, de manera especial en el último cuarto coincidiendo con la conquista de la democracia y la posibilidad de aplicar políticas progresivas.

Por último, debemos decir que tanto los datos empíricos sobre endemias, insalubridad en el trabajo o falta de previsión social que hemos apuntado para la España del tránsito del siglo XIX al XX, al igual que el proceso con el que se ha superado buena parte de esos problemas, y en el que ha tenido un papel relevante el progresivo intervensionismo de Estado, deberían hacernos reflexionar sobre la manera en que otros países pueden superar hoy, en general en mejor posición que la España decimonónica, situaciones en buena medida similares a aquélla. Acabamos, por tanto, interrogándonos por la permanencia de aquellos problemas, bajo control en nuestro entorno, y que siguen causando la muerte a millones de personas al año y generando pobreza, desamparo y miseria en buena parte del globo. Sin duda, un coloquio internacional como el de Geocrítica es un espacio ideal para continuar ese debate.
 

Notas

(1) REFORMAS SOCIALES. Información oral y escrita. (Publicada originalmente por la Comisión de Reformas Sociales. Madrid. 1889-1893). Madrid: Reed. Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1985. Tomo I, p. CXLII.
(2) Una primera aproximación a los informes de la Comisión de Reformas Sociales en BUJ, A. La cuestión urbana en los informes de la Comisión de Reformas Sociales. In CAPEL, H.; LÓPEZ PIÑERO, J. M. y PARDO, J. (coords.). Ciencia e ideología en la Ciudad (II). I Coloquio Interdepartamental. Valencia, 1991, Valencia: Generalitat Valenciana/Conselleria d'Obres Públiques, Urbanisme i Transports, 1994, vol. II, p. 73-86. Reproducido en Scripta Vetera. Serie Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, 32, Universidad de Barcelona ( http://www.ub.es/geocrit/reforma.htm ).
(3) RODRÍGUEZ OCAÑA, E. La constitución de la medicina social como disciplina en España (1882-1923). Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo, 1987. Colección Textos Clásicos Españoles de la Salud Pública nº 30, p. 21.
(4) ELORZA, A. e IGLESIAS, M. C. Burgueses y proletarios. Clase obrera y reforma social en la Restauración. Barcelona: Laia, 1973. p. 13 ss.
(5) NUÑEZ, D. La mentalidad positiva en España. Madrid: Universidad Autónoma, 1987. p. 11-12.
(6) CERDÁ, I. Monografía estadística de la clase obrera de Barcelona, en 1856. Reeditada en Teoría General de la urbanización. Reforma y ensanche de Barcelona. Madrid: Instituto de Estudios Fiscales, 1968, vol II, p. 555-674. Recientemente se ha vuelto a publicar el estudio de Fabián Estapé incluido en el tercer volumen de Teoría General. Véase ESTAPÉ, F. Vida y obra de Ildefonso Cerdá. Barcelona: Ediciones Península, 2001. Interesa aquí el capítulo 7, "Monografía estadística de la clase obrera de Barcelona en 1856", en p. 182-218. Las obras de P. F. Monlau y J. Salarich están reeditadas con un estudio preliminar de Antoni Jutglar. Véase, JUTGLAR, A. Condiciones de vida y trabajo obrero en España a mediados del siglo XIX. Barcelona: Anthropos, 1984. 295 p.
(7) La obra de Monlau, Salarich, Méndez Álvaro, Casas de Batista y Giné Partagás fue estudiada por LÓPEZ PIÑERO, J. M. El testimonio de los médicos españoles del siglo XIX acerca de la sociedad de su tiempo. El proletariado industrial. In LÓPEZ PIÑERO, J. M. et al. Medicina y sociedad en la España del siglo XIX. Madrid: Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1964, p. 109-208. Para Méndez Álvaro, véase FRESQUET FEBRER, J. L. Francisco Méndez Álvaro (1806-1883) y las ideas sanitarias del liberalismo moderado. Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo, 1990. Colección Textos Clásicos Españoles de la Salud Pública nº 14, 212 p.
(8) Un análisis de las topografías médicas en URTEAGA, L. Miseria, miasmas y microbios. Las topografías médicas y el estudio del medio ambiente en el siglo XIX. Geo Crítica. Universidad de Barcelona, setiembre de 1980, núm. 29, 52 p. El higienismo del Ochocientos es estudiado en ALCAIDE, R. La introducción y el desarrollo del higienismo en España durante el siglo XIX. Precursores, continuadores y marco legal de un proyecto científico y social. Scripta Nova. Revista de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona, 15 octubre de 1999, nº 50. ( http://www.ub.es/geocrit/sn-50.htm )
(9) FONTANA, J. Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX. Barcelona: Ariel, p. 85.
(10) CERDÁ, I. Op. cit., vol II, p. 487.
(11) MÉNDEZ ÁLVARO, F. Consideraciones sobre la higiene pública y mejoras que reclama en España la higiene municipal. Madrid, 1853. Citado en LOPEZ PIÑERO, J. M. Op. cit., p. 169.
(12) LÓPEZ PIÑERO, J. M. et al. Op. cit. p. 191-192. Esta misma obra contiene un estudio de Pilar Faus Sevilla, titulado "Epidemias y sociedad en la España del siglo XIX. El cólera de 1885 en Valencia y la vacunación Ferrán", en p. 285-400.
(13) Para un balance ideológico de los miembros de la comisión, CASTILLO, Santiago. Estudio Introductorio, en REFORMAS SOCIALES. Op. cit, Tomo I, p. XCVII ss. Para una aproximación sociológica, en DE LA CALLE, M. Dolores. La Comisión de Reformas Sociales, 1883-1903. Política social y conflicto de intereses en la España de la Restauración. Madrid: Centro de Publicaciones del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1989, 44 ss.
(14) ELORZA, A. e IGLESIAS, M. C. Op. cit., p. 7. También, CASTILLO, S. Op. cit., p. XXX.
(15) Sobre el avance cuantitativo en materia de legislación social en este período, véase MARTÍN VALVERDE, A. et al. La legislación social en la historia de España. De la revolución liberal a 1936. Madrid: Public. Congreso de los Diputados, 1987.
(16) Un análisis del I Congreso Nacional Sociológico en, CASTILLO, S. Op. cit., p. XXXIV ss.
(17) Citado por JUTGLAR, A. Actitudes conservadoras ante la realidad obrera, en la etapa de la Restauración. Revista de Trabajo, 1969, nº 51, p. 45-71. Véase también, ALVAREZ JUNCO, J. La Comisión de Reformas Sociales: intentos y realizaciones. In 4 siglos de acción social. De la beneficencia al bienestar social. Madrid: Siglo XXI, 1988, p. 153.
(18) REFORMAS SOCIALES. Op. cit, Tomo I, p. 25.
(19) Ibidem, Tomo II. Apéndice, V.
(20) Ibid., Tomo IV, p. 278. Un balance sobre los logros de la comisión en, PÉREZ LEDESMA, M. La Comisión de Reformas Sociales y la cuestión social durante la Restauración. In 4 siglos de acción social. De la beneficencia al bienestar social. Madrid: Siglo XXI, 1988, p. 155-166.
(21) THÉODORIDÈS, Jean. La mentalidad etiopatológica. La microbiología médica. In LAÍN ENTRALGO, P. Historia universal de la medicina. Barcelona: Editorial Salvat, 1974, vol. 6, p.175-201.
(22) RODRÍGUEZ OCAÑA, E. Por la salud de las naciones. Higiene, microbiología y medicina social. Historia de la ciencia y de la técnica Akal, 1992, nº 45, p. 7.
(23) CAPEL, H. y TATJER, M. Reforma social, serveis assistencials i higienisme a la Barcelona de final del segle XIX (1876-1900). In Cent anys de Salut Pública a Barcelona. Barcelona: Ajuntament de Barcelona, 1991, p. 31-73.
(24) Para la conceptualización de las diferentes endemias que aparecen en este apartado hemos seguido a BENENSON, A. S. Manual para el control de las enfermedades transmisibles. Washington: Organización Panamericana de la Salud, 1997. 541 p.
(25) REFORMAS SOCIALES ...op.cit., Tomo III, p. 54. Para el paludismo, véase BUJ, A. De los miasmas a malaria.www. Permanencias e innovación en la lucha contra el paludismo, en Innovación, desarrollo y medio local. Dimensiones sociales y espaciales de la innovación. Número extraordinario dedicado al II Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio). Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, 1 agosto 2000, nº 69 (42). ( http://www.ub.es/geocrit/sn-69-42.htm )
(26) REFORMAS SOCIALES ...op.cit., Tomo III, p. 388.
(27) Ibidem, Tomo IV, p. 30. Sobre la tuberculosis, véase BUJ, A. ¿La inmigración como riesgo epidemiológico? Un debate sobre la evolución de la turberculosis en Barcelona durante el último decenio (1990-2000), en Migración y cambio social. Número extraordinario dedicado al III Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio), Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, 1 agosto 2001, nº 94 (95). ( http://www.ub.es/geocrit/sn-94-95.htm ). Este artículo contiene numerosas referencias históricas.
(28) LÓPEZ PIÑERO, J.M. L'estudi històric de les malalties. Períodes epidemiològics. In Cent anys de Salut Pública a Barcelona. Barcelona: Ajuntament de Barcelona, 1991, p. 24. Véase también, MOLERO MESA, J. Estudios médicosociales sobre la tuberculosis en la España de la Restauración. Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo, 1987. Colección Textos Clásicos Españoles de la Salud Pública nº 25, 377 p. Esta obra recoge entre otros textos el de Vicente Guerra y Cortés, La tuberculosis del proletariado en Madrid, presentado en el XIV Congreso Internacional de Medicina. Madrid, 23-30 abril 1903.
(29) REFORMAS SOCIALES ...op.cit., Tomo IV, p. 204.
(30) Ibidem, Tomo V, p. 147.
(31) Ibid, Tomo V, p. 196.
(32) DE TERÁN, F. Historia del urbanismo en España III. Siglos XIX y XX. Madrid: Cátedra, 1999, p. 95.
(33) REFORMAS SOCIALES ...op.cit., Tomo V, p. 588-589.
(34) SOTO CARMONA, A. El trabajo industrial en la España contemporánea (1874-1936). Barcelona: Anthropos, 1989, p. 645.
(35) ) REFORMAS SOCIALES ...op.cit., Tomo I, p. 33.
(36) Ibidem, Tomo III, p. 55.
(37) Ibid, Tomo IV, p. 55-56.
(38) Ibid, Tomo IV, p. 282.
(39) Ibid, Tomo V, P. 148.
(40) Ibid, Tomo V, p. 152.
(41) COMIN, Francisco. Historia de la Hacienda pública, II. España (1808-1995). Barcelona: Crítica, 1996, p. 260 ss.
(42) REFORMAS SOCIALES ...op.cit., Tomo III, p. 62. Véase, SIGERIST, H. E. De Bismarck a Beveridge. Desarrollo y tendencias de la legislación sobre seguridad social. In LÓPEZ PIÑERO, J. M. Medicina Social. Estudios y testimonios históricos. Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo, 1984, Colección Textos Clásicos Españoles de Salud Pública, volumen complementario I, p. 187-209.
(43) REFORMAS SOCIALES ...op.cit., Tomo I, p. 172-173.
(44) Ibidem, Tomo IV, p. 83.
(45) Ibid, Tomo IV, p. 100.
 

© Copyright Antonio Buj Buj, 2002
© Copyright Scripta Nova, 2002
 

Ficha bibliográfica

BUJ BUJ, A. Inválidos del trabajo. La cuestión sanitaria en los informes de la Comisión de Reformas Sociales.Scripta Nova, Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. VI, nº 119 (14), 2002.  [ISSN: 1138-9788]  http://www.ub.es/geocrit/sn/sn119-14.htm


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