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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VI, núm. 119 (51), 1 de agosto de 2002

EL TRABAJO

Número extraordinario dedicado al IV Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)
 

ELITES COSECHERAS Y CIUDAD. EL TABACO Y ORIZABA EN EL SIGLO XIX

Eulalia Ribera Carbó
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
Area de historia urbana y regional


Elites cosecheras y ciudad.  El tabaco y Orizaba en el siglo XIX (Resumen)

Desde que en 1765 la Real Renta del Tabaco nombró a Orizaba, en México, villa cosechera, el cultivo de la solanácea rigió en mucho la vida económica y urbana de la ciudad. En el siglo XIX la organización del trabajo en torno a la explotación del tabaco siguió siendo factor importante para la definición de las élites más poderosas e influyentes en la conformación y el manejo de los espacios urbanos de Orizaba.

Palabras clave: Orizaba, elites, tabaco


Harvester elites and city: Tobacco and Orizaba in the XIXth Century (Abstract)

In 1765 the city of Orizaba, in central México, was designated villa cosechera by the Real Renta del Tabaco. Since then, the Nicotiana tabacum became a fundamental issue for the economic and urban life of the city. During the Nineteeth century, the organization of labor around the cultivation of tobacco continued to be very important in the definition of the most powerful social group with influence on the urban space of Orizaba.

Key words: Orizaba, elites, tobacco


Orizaba es una ciudad mexicana de fundación española. Antes de la Conquista, la zona llamada Ahuializapan, ubicada a los pies de la abrupta bajada desde la Sierra Madre Oriental hacia la planicie costera del Golfo de México, estaba habitada por grupos humanos congregados en aldeas dispersas, que una vez sometidos, fueron reducidos a un pueblo que hasta la primera mitad del siglo XVI no pasó de ser un pequeño caserío de población mayoritariamente india. Pronto, el valle resultó estratégicamente atractivo a los ojos de los conquistadores, como un lugar de paso en el camino entre Veracruz y la capital virreinal. Grandes extensiones de pastos, agua abundante y un clima más atemperado, menos malsano que el de la tierra caliente de la costa, ofrecían a los convoyes la posibilidad de descansar y rehacerse de los ajetreos del camino.

El pueblo se expandió y ese incipiente desarrollo orizabeño se vió pronto fortalecido por la introducción de cultivos tropicales en la región, siendo el primero el de la caña de azúcar, que fue extendiéndose desde 1540 acompañada por la construcción inmediata de un ingenio para su beneficio, y que llegó a ser uno de los más importantes de la Colonia. Orizaba se convirtió en un centro de comercialización y distribución de productos agrícolas.

Así es como desde muy temprano, las fértiles y bien situadas llanuras del valle de Orizaba despertaron interés. Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España, tomó posesión de vastos terrenos entre el ingenio y Aculcingo, y después, la apropiación de tierras fue continuada hasta que el valle quedó repartido entre algunos grandes propietarios: el marquesado de Sierra Nevada, el marquesado del Valle de la Colina, y el condado del Valle de Orizaba. La ambición expansiva de aquellos terratenientes, enfrascados en constantes litigios, literalmente estranguló al pueblo de Orizaba, que por mucho tiempo no pudo contar ni con tierras ejidales.
 

Monopolio, trabajo y riqueza

Desde principios del siglo XVII Orizaba funcionaba como corregimiento y era la cabeza de una jurisdicción importante. La ciudad crecía y se consolidaba, y no tardó en plantearse su inquietud por obtener el título de villa con las prerrogativas que ello implicaba. Pero estaba planteado el enfrentamiento a los intereses de los poderosos mayorazgos, herederos de los sistemas de encomiendas y repartimientos, y que funcionaban como verdaderos señoríos feudales. Si Orizaba alcanzaba el título anhelado, se verían obligados a ceder tierras al ejido de la nueva villa a la que tenían totalmente rodeada, y no estaban dispuestos a ello.

Mientras tanto, el comercio y la arriería eran actividades cada vez más consolidadas y fueron organizándose algunos telares que ocupaban a varios trabajadores. Tan era así, que Orizaba estuvo a punto de ser la sede de las ferias mercantiles, disputándole el lugar a Jalapa que no contaba con tan buenos almacenes y alojamientos. Intrigas y presiones impidieron que así fuera, pero el esplendor orizabeño no estaba cifrado en ferias mercantiles. Su riqueza la traería el tabaco. (1)

La planta de grandes hojas había ido desplazando poco a poco al cultivo de la caña de azúcar, y desde el inicio del siglo XVIII Orizaba ya se perfilaba como una ciudad tabaquera de importancia nada despreciable. En 1764 fue creado el estanco del tabaco y las cosas dieron un gran salto. La organización del monopolio estatal del producto formaba parte del plan reformista de la monarquía borbónica para modernizar las estructuras económicas de su imperio, así que se prohibió la siembra de tabaco en el país. Unicamente Córdoba y Orizaba, y un tiempo después también Zongolica y Huatusco, fueron zonas autorizadas, bajo estricto control, a cosechar la preciosa planta. Fue el origen de la consolidación de grandes fortunas.

Las "cuatro villas" empezaron a ver fluir dinero y la prosperidad parecía cosa natural. Por si fuera poco, en Orizaba se instaló una de las más grandes fábricas de cigarros y puros de la Nueva España, con un número importante de empleados hombres y mujeres, y que procesaba gran parte de las cosechas estancadas. Fueron décadas de auge que duraron hasta el inicio de la Revolución de Independencia. Se construyó por fin la parroquia y otras capillas menores, se construyeron el convento del Carmen, el de San Felipe Neri y el de San José de Gracia, este último con planos de Manuel Tolsá; se hicieron obras viales arreglando calzadas, zanjas y puentes sobre el río y los arroyos que atraviesan la ciudad. Hubo un aumento importante de habitantes que se fueron distribuyendo por algunos de los terrenos desocupados dentro de la población, llegando a conurbarse barrios hasta entonces separados. En el  Theatro Americano de Villaseñor y Sánchez se habla de un "pueblo de los mejores del Obispado, por su opulencia, amenidad, abundancia de víveres, y disposición de sus casas, que forman en rectitud sus calles", se mencionan la moderna y costosa parroquia, los magníficos templos, el hospital y las aseadas enfermerías, las tiendas de ropa y mercería, el próspero negocio del tabaco y los numeroso oficios de la ciudad.  (2)

Tanta "opulencia" no podía pasar inadvertida.

Por fin en 1774 fue expedida la cédula real que le concedía a Orizaba el anhelado título de villa, sin embargo, debido al tenaz acaparamiento de las tierras circundantes, no se le concedieron a la villa más ejidos de los pocos que ya poseía.  (3)

Las pocas familias que, con títulos nobiliarios otorgados por el rey, habían logrado hacerse de los grandes latifundios que llegaban hasta las goteras de Orizaba, estrangularon su espacio y determinaron, a la larga, algunas de las características importantes en la forma de explotación del suelo agrícola, y la conformación de las élites urbanas más poderosas hasta el siglo XIX.

De esos extensos mayorazgos, uno, el de los condes del Valle de Orizaba -cuyo linaje se había iniciado con Rodrigo de Vivero y Aberruza, hijo de encomenderos que habían acumulado fincas desde el altiplano de Puebla hasta la barranca de Metlac, de bajada hacia la planicie costera veracruzana- no fue nunca del todo bien administrado. Siempre basó su fortuna en la millonaria posesión de tierras, pero nunca diversificó las rentas que obtenía de sus haciendas.

Otro, en cambio, el de los marqueses del Valle de la Colina, supo acomodarse a los aires de modernidad dieciochesca que corrían en la segunda mitad del setecientos, e involucrarse en un negocio de punta que implicaba adoptar nuevas formas de trabajo para la producción agrícola. Pero además, desde el principio, Diego Madrazo Escalera Rueda de Velasco, recién titulado marqués, y después todos los sucesores, extendieron su red de intereses económicos partiendo del centro mismo de Orizaba, en cuya plaza principal estuvo la casa paterna. Compraban y vendían ganado, lo criaban, abastecían de carne a la villa, comerciaban con los avíos de las haciendas, adquirían, reconstruían y ponían a funcionar algunas tenerías, se apropiaron de los molinos de pan moler, y hasta de prestamistas ejercieron cuando les convenía despojar a otros de los suyo. Poseían casas y solares en el centro, y alguna tienda importante de géneros indígenas y de ultramar.

Los marqueses se sumaban entre los ricos que se decían piadosos, y contribuyeron con cantidades considerables de oro para la construcción de la parroquia y del convento carmelita. Así es que los de la familia Madrazo se contaron desde finales del siglo XVIII entre las fuerzas vivas de la ciudad.

Dijimos que los marqueses de la Colina, a diferencia de las otras casas de alcurnia nobiliaria, supieron adaptarse primero a los requerimientos de una empresa rendidora y de moderno corte capitalista, que al mediar el setecientos se convirtió en una de las más productivas para la metrópoli y sus déspotas ilustrados. Aunque la extensión de las tierras del marquesado no era la más grande, contaba con suelos húmedos y fértiles que fueron fraccionados en una veintena de ranchos, para aumentar los rendimientos de sus rentas a través de los alquileres, nada despreciables, que pagarían los cosecheros del nuevo monopolio del tabaco.  (4)

A fines del siglo XVIII la empresa tabacalera representaba para la corona española el mayor negocio comercial y manufacturero de todos. Instrumentado por el artífice de las reformas borbónicas José de Gálvez, el estanco había empezado, como ya se apuntó, por suprimir la siembra de la planta en el territorio de la Nueva España, y sólo permitiéndola, bajo estricta supervisión, en la región de Orizaba y Córdoba, y las aledañas de Huatusco y Zongolica. Se clausuraron los talleres de producción artesanal y se prohibió la venta de puros y cigarros en tiendas cualquiera, al tiempo que se construyeron grandes fábricas de manufactura, y se abrieron estanquillos y fielatos para la comercialización.  (5)

La Real Renta del Tabaco no se encargaba ella misma de la siembra y el beneficio de la "hoja". Sus funcionarios mantenían arreglos con intermediarios en las zonas de plantación, quienes directamente lidiaban con los problemas relacionados al cultivo. Esos intermediarios, conocidos como cosecheros, estaban muy bien organizados en una poderosa corporación -el Común de Cosecheros representado por dos diputados elegidos de entre ellos- que negociaba los contratos anuales con la Renta. Eran ellos los que financiaban a los rancheros y labradores que desempeñaban las labores primordiales y más arduas del proceso agrícola en contacto directo con la tierra. Ellos, quienes asignaban los precios a los verdaderos cosecheros de la  Nicotiana tabacum (6)

Los rancheros, por su parte, aviados por los cosecheros, reclutaban a los campesinos jornaleros en las comunidades rurales de indios y mestizos, y rentaban la tierra normalmente a los mayorazgos de los consabidos nobles. Bajo su responsabilidad estaba también el tabaco durante su estancia en las galeras de fermentación y secado.

Para los pueblos campesinos el cultivo del tabaco estancado trajo aparejados cambios importantes. Aunque explotados inmisericordemente por los rancheros, a cambio de una remuneración segura los jornaleros descuidaban sus cultivos tradicionales, sometiéndose a un nuevo régimen de vida asalariado sujeto a disciplinas y horarios diferentes, y en términos sociológicos más modernos. Ya no abarcaban todo el ciclo del cultivo hasta obtener una planta seca y lista para la manufactura, que podían vender a los comerciantes y artesanos urbanos. Ahora sólo tenían en sus manos una parte especializada dentro del proceso completo, y se convertían en campesinos proletarios que vendían su fuerza de trabajo.

Las tierras dedicadas al cultivo del tabaco se ampliaron durante el setecientos, y aunque paralelamente a la "hoja" se sembraba maíz para el alimento de los peones que dejaban de atender su parcela, el verde tabaco predominaba hasta en los solares del area urbana de Orizaba. Por más que se prohibiera la siembra dentro de la población en aras de la imagen y la higiene de la recién nombrada villa, los esfuerzos de las autoridades virreinales parecen haber sido vanos. (7)

El tabaco había sido pues, el detonador del crecimiento y la prosperidad orizabeñas durante la segunda mitad del siglo XVIII. Pero con el ochocientos empezó la emancipación de las naciones americanas y el orden establecido quedó trastocado. Durante la guerra de independencia la plaza de Orizaba adquirió una importancia fundamental por las cuantiosas cantidades de tabaco que guardaba. José María Morelos y Pavón, jefe insurgente del sur, la ocupó en 1812 y en su corta estancia requisó todo el tabaco que pudo, vendió buena parte y quemó el resto. Con ello se privó al gobierno virreinal de unos ingresos nada despreciables, pero sobre todo se causaron estragos a la vida económica orizabeña, quedando seriamente resentida más de una docena de establecimientos comerciales.  (8)

Se había iniciado la destrucción de un monopolio, que por otra parte, podía resultar un recurso importante para solucionar los gravísimos problemas que enfrentaba el tesoro público de la nueva nación, así que durante buena parte del siglo las luchas por el control del tabaco se convirtieron en una fuente de conflictos políticos constantes.

En los años veinte se ensayó un arreglo entre los gobiernos estatales y el federal para la comercialización del tabaco, pero la libertad en la cosecha originó una superproducción que llevó a la bancarrota en 1829. Entonces el gobierno abrió el camino a los inversionistas privados para quienes siempre habían estado cerradas las puertas del monopolio, y se creó una Empresa del Tabaco que funcionó con cambios y altibajos entre 1830 y 1856, y en el seno de la cual se inició una contienda abierta que enfrentaba los intereses de cosecheros, empresarios privados y burócratas.  (9)

Los cosecheros sintieron amenazados sus privilegios, cuando los nuevos inversionistas asumieron la administración de la empresa desde la ciudad de México, e iniciaron una campaña para acabar con el monopolio. En 1833 lograron que se liberara la comercialización, pero no tardaron en desanimarse cuando les resultó imposible competir en un mercado libre, en el que el tabaco de otras regiones de México abiertas al cultivo competía con precios más baratos y con mejor calidad. Y entonces se quejaban de que sus villas, otrora opulentas, se convertían en ruinas denudadas por la miseria.

Empezó nuevamente la lucha, ahora por reinstaurar el monopolio, al que también apoyaban los viejos burócratas del ramo, ávidos de recobrar sus propios privilegios. Los empresarios apoyaron la gestión, pero presionaron para tener ellos desde el centro la administración, y así fue como en 1837 el gobierno nacional tomó las riendas del asunto y limitó nuevamente el cultivo del tabaco a las "villas cosecheras" veracruzanas, sin satisfacer, a pesar de ello, a las poderosas organizaciones de cosecheros, que se daban perfecta cuenta de que en la capital del país estaban los verdaderos beneficiados con el arreglo.

Mientras tanto, en Córdoba y Orizaba los cultivadores hacían negocios con la venta ilegal del producto. La presión que ejerció el contrabando logró que se acordara la subida de los precios del tabaco y la realización de contratos colectivos, pero no que la administración del monopolio dejara de estar en manos privadas. Ello implicaba que las cosechas no se compraban cuando el mercado no era seguro, y los cosecheros se lamentaban sin cesar de que se les redujeran las autorizaciones de siembra para evitar excedentes de producción.

En los primeros años de la década de los cuarenta, nuevas reducciones en el cultivo agravaron la crisis económica que se vivía en Orizaba y las otras ciudades tabacaleras, y el contrabando estaba a la orden del día. La compañía no daba, como en tiempos coloniales, ayuda financiera a los cultivadores, les pagaba con pagarés en vez de dinero, y cuando la Empresa tomaba medidas drásticas contra el contrabando como quemar cultivos, fácilmente provocaba levantamientos contra el gobierno. Evidentemente se trataba de una guerra entre los accionistas privados de un monopolio nacional, y los intereses y las necesidades de las economías y las autoridades locales que habían perdido lo que había sido una fuente importante de riqueza.

Acabando 1841 el monopolio volvió a ser administrado por el Estado y en pocos años quedó reestructurado al viejo estilo colonial, con factorías y administraciones, fielatos y un gran número de burócratas. Los cosecheros volvieron a plantar tabaco con las ventas aseguradas aún sin tener garantizadas las condiciones del mercado, y se prohibieron las importaciones que se habían estado haciendo del producto. El Común de Cosecheros recuperó amplios privilegios que sin embargo no durarían demasiado tiempo; la inestabilidad política y la invasión norteamericana acabaron con ello. La empresa volvió a manos privadas, incluidas firmas inglesas, y en 1856 la siembra y la manufactura del tabaco se liberalizaron definitivamente.
 

Cosecheros, negocios y quehacer urbano

Desde muy pronto en el siglo XIX se habían desintegrado los mayorazgos que acaparaban la tierra en la región orizabeña. La ciudad quedó rodeada de haciendas y ranchos relativamente pequeños, que en una proporción considerable estuvieron hipotecados a lo largo de la centuria. Las hipotecas de propiedad agrícola se hacían con el objetivo de conseguir préstamos para la cosecha de tabaco y otros cultivos, pero también desempeñaban un papel principal en los contratos de compra-venta de tierras; el que compraba hipotecaba una parte con el vendedor a cambio de un crédito para poder comprar.

Los hacendados orizabeños participaron como los principales prestamistas y deudores en los negocios de hipotecas y créditos, y parece ser que los préstamos a la agricultura tenían en Orizaba un margen de seguridad parecido al de los realizados en otro tipo de transacciones, dado que la agricultura era tan redituable. (10)

Con todo, a lo largo de los años se registraban quejas y lamentos por la crisis agrícola, sobre todo por la reducción en el ramo del tabaco. Se le consideraba la causa fundamental de la paralización del comercio y de muchas de las penurias y estrecheces por las que atravesaba la ciudad.

Pero aunque esto tuviera su parte cierta, el tabaco seguía siendo renglón principal y los cosecheros gente poderosa en los quehaceres urbanos. Antes de la independencia política de México, los cosecheros no eran casi nunca terratenientes, y como ya se explicó, simplemente arrendaban, o financiaban a los rancheros arrendatarios del suelo de los nobles titulados. Pero una vez constituida la nueva nación y desmoronado el antiguo régimen colonial, deben haberse abierto posibilidades para algunos hombres del tabaco de comprar una hacienda o un rancho, en ese mencionado negocio de hipotecas.

Lo que las evidencias indican es que, como en el siglo anterior, los cosecheros seguían en buena medida respaldando sus redituables aventuras tabacaleras en una sólida posición sustentada en negocios de comercio involucrados directamente en la vida de Orizaba. Y que también como en el siglo anterior, formaban parte intrínseca del grupo con poder de decisión sobre ella. Apellidos como Argüelles, Bringas, Cano, De la Fuente, De la Llave, Iturriaga, López, Madrazo, Pesado, Vivanco y Sota -algunos de los cuales aparecen ya entre los cosecheros connotados del setecientos- figuran en listas de matrículas entre los que más tercios de la "hoja" entregaban a la Administración de Tabacos, y a los mismos encontramos repetidamente relacionados con asuntos significativos en la ciudad.  (11)

Algunos de los cosecheros importantes eran quienes contribuían con más dinero para la formación de las fuerzas de policía y orden de Orizaba, y no pocas veces eran citados a la sala capitular del ayuntamiento para nombrar vocales a la junta para la organización de la seguridad pública.  (12)

También eran pensionados a servicios como el del alumbrado público y el de agua corriente de que disfrutaban sus casas y establecimientos, y es clara la permanencia de los mismos nombres, y de apellidos seguramente emparentados, hasta el último tercio del siglo.  (13)  Pero no solamente eran de los principales consumidores de servicios públicos de lujo en la época. La introducción de agua corriente a la ciudad, canalizada desde el río Orizaba hasta la plaza mayor, se hizo a iniciativa del cosechero don José Joaquín Vivanco, quien en 1803 entregó el proyecto al cabildo y se ofreció a financiar la obra junto con el ayuntamiento, a cambio de contar en su casa con agua corriente a perpetuidad y sin pago de pensión, y de que le fuera otorgado el mismo beneficio al hospital de San Juan de Dios.  (14)  También a propuesta del cosechero don José María Mendizábal fue que, en 1826, se compraron 150 faroles con donativos de ciudadanos acomodados, y empezó a funcionar el primer sistema de alumbrado público administrado por la municipalidad.  (15)

Cuando una calamidad epidémica azotaba a la ciudad, José María Mendizábal ofrecía su casa para acomodar grandes peroles en que preparar medicamentos para distribuir a los pobres; y para el nuevo hospital instalado en el recién nacionalizado convento de San Felipe Neri en 1873, algunos de los ricos oligarcas hicieron donativos en especie de artículos necesarios como camillas y cobertores.  (16)  Por el contrario, cuando el interés público afectaba directamente sus intereses, no dudaban en hacer lo necesario, y lo hacían con relativa facilidad, para inclinar las cosas a favor suyo. Así fue, por ejemplo, cuando en 1850 un plan higiénico de la Junta de Sanidad propuso el rumbo de Rincón Grande, al sur de la ciudad, para trasladar el antiguo cementerio; pero Antonio Vivanco, que era propietario de las tierras, ofreció gratuitamente la madera necesaria para las cercas y las galeras con tal de que se escogiera otro lugar; se pensó entonces en el ejido de Jalapilla.  (17)

Los personajes del tabaco eran propietarios de múltiples fincas urbanas. Leandro Iturriaga, sólo por citar uno de los más conspicuos ejemplos, únicamente en matrículas de impuestos por agua corriente registraba quince casas en 1870, y sabemos que por esos mismos años tenía alquiladas cinco de ellas. Y Antonio Vivanco no era el único dueño de alguna vecindad en estado ruinoso, cuyos cuartos estaban ocupados por inquilinos pobres.  (18)

Iturriaga, a la par de otros, intervenía también en el negocio de la construcción. Un rancho suyo a las afueras de la población era el que abastecía de piedra a los canteros de Orizaba, y sabemos también que desde los años cuarenta extraía barros y arenas en terrenos de la ciudad, que servían para la fabricación de ladrillo y teja. Pero al mismo tiempo, un juez de policía llegaba a quejarse en 1865, porque las personas con mayores posibilidades económicas -y cita nombres de cosecheros- eran quienes más tardaban en cumplir con la obligación de construir y reparar las banquetas frente a sus casas según lo establecido en el reglamento del ramo a su cargo; no se habían cobrado las multas ni hecho los embargos de las rentas, decía, "porque era comenzar por aquellas personas que ciertamente merecen la pena (...) pero, ¿se podrá guardar consideración al Sr. Madrazo, al Sr. Bringas y a otras personas de igual naturaleza cuando no les falta ni posibilidad ni recursos?" Estas denuncias airadas, las más de las veces debían quedar en el papel, porque para esos ilustres que "merecían la pena" seguramente con frecuencia se encontraba la manera de guardarles consideración.  (19)

Otros cosecheros aparecen mezclados en cuestiones de política como diputados en el congreso estatal e integrantes de la Junta departamental. En 1854 Leandro Iturriaga pagó una fianza de mil pesos según lo establecido por la prefectura de Orizaba, para que su hijo Manuel fuera designado tesorero del fondo de policía. José Antonio Vivanco Argüelles, Miguel Cano y Alberto López fueron nombrados en 1861 por el ayuntamiento, como miembros de una Sociedad de Amigos del País. Alguno también fue catedrático del conocido Colegio Preparatorio de Orizaba y miembro de su junta directiva. Cuando en 1825 se fundó el Colegio, los cosecheros de tabaco se comprometieron a donar un 0.5% del importe de las cosechas para su sostenimiento, a cambio de cierto número de becas para sus hijos. Ese fue motivo de discrepancias entre los cosecheros y la directiva de la institución, unos exigiendo más colegiaturas gratuitas y la otra argumentando que con más becas la ayuda económica ya no valdría en nada. El caso es que en una escritura pública quedó asentado el compromiso formal de la aportación pecuniaria, que por un tiempo fue el único fondo con que contó el Colegio, a cambio de seis becas. Pero pronto los cosecheros de desligaron de la obligación adquirida.  (20)

La agricultura y el comercio, como se dijo, no eran cotos separados por fronteras infranqueables, y así tenemos a algunos de los nombres más representativos del cultivo del tabaco metidos en asuntos mercantiles, precisamente en especialidades ligadas al trabajo de la tierra: expendios de productos de fincas rústicas, expendios de azúcar y aguardiente -no hay que olvidar que la caña era uno de los cultivos importantes de la región- y hasta pulperías en que se vendían toda suerte de cosas, incluidas las directamente llegadas de los ranchos y las haciendas.  (21)

Algunos de los cosecheros de tabaco que tenían capitales invertidos en el ramo del comercio, se aventuraron también en negocios relacionados con los que hoy consideramos del renglón de servicios. Leandro Iturriaga aparece en alguna lista como propietario de dos baños públicos de la ciudad. La gran plaza de toros del barrio de Santa Anita, estrenada con una primera corrida el 24 de diciembre de 1848, fue construida por José María Bringas, quien entonces se comprometió a pagar 130 pesos anuales de pensión a la municipalidad, suma nada despreciable, que por otro lado no incluiría las cuotas extras que habría que entregar si la plaza se utilizara alguna vez para otro tipo de diversión pública. Y cuando al empezar los años setenta del siglo se terminaba de construir el Gran Teatro Llave, en la plaza misma de Orizaba, Isidoro Sota, connotado hacendado, dueño de uno de los molinos de la ciudad y con negocios en la construcción y el comercio de licores, figuró entre los primeros administradores del teatro nombrados por la corporación municipal.  (22)

No hay duda de que en Orizaba, la élite de cosecheros enriquecida con el tabaco desde el último tercio del siglo XVIII, durante el XIX siguió ejerciendo su hegemonía como oligarquía urbana. Esa élite que, dueña o no de la tierra, financiaba el negocio de la Nicotiana tabacum aviando a los rancheros, quienes a su vez alquilaban tierras, contrataban a los campesinos jornaleros y cuidaban el proceso de cultivo, cosecha y secado de la planta, fue la que guió en buena medida los destinos y los manejos de la ciudad.

Es interesante que ni siquiera con la fundación y la puesta en marcha de la fábrica de hilados y tejidos de Cocolapan en 1838, que fue una de las más grandes y modernas del país, con alrededor de 600 trabajadores, más de 250 telares y 11 500 husos en su momento más boyante en 1843   (23), se consolidara una burguesía industrial con presencia en los intereses políticos, comerciales y financieros de la antigua villa. El gran capital de la industria, como lo fue el de la familia Escandón cuando Cocolapan pasó a sus manos en 1848, influyó en asuntos trascendentes, tanto, como el tendido del Ferrocarril Mexicano por la ruta de Orizaba. Pero los cosecheros son los que aparecen diversificando sus negocios en todas las empresas de la ciudad que podían ser redituables, e interviniendo en los problemas y las decisiones del cabildo. Los cosecheros poseían molinos, tenerías, establecimientos comerciales, baños, posadas, controlaban la industria de la construcción, y hasta edificaban y manejaban la plaza de toros; también eran propietarios de casas que ocupaban o alquilaban, designaban y ejercían puestos públicos, y aportaban ideas y capitales para la construcción y el mejoramiento de infraestructuras y servicios urbanos.

En Orizaba, al menos hasta antes de 1877 cuando empezó la dictadura liberal de Porfirio Díaz, no hubo una verdadera revolución industrial como se produjo en los treinta años de porfiriato con la construcción de cinco fábricas altamente tecnificadas y manejadas por grandes sociedades anónimas, que convirtieron a la región en el escenario de un proletariado textil inestable que venía de fuera. Con Cocolapan, la ciudad no se transformó en la creación de una nueva burguesía industrial que buscara, definiera y extendiera su poder en el ámbito urbano. Tampoco los artesanos, los jornaleros ni los obreros de la fábrica tuvieron la fuerza suficiente de una clase proletarizada para dejar su impronta en la ciudad, determinando políticas que trascendieran en la definición de la vida urbana.

La ciudad colonial todavía satisfacía, se ajustaba y en buena medida moldeaba la identidad de la oligarquía tradicional surgida de la explotación del tabaco. Son siempre los mismos nombres: los de los señores de la tierra y el tabaco, los que se encuentran en los documentos relacionados con los asuntos que atañen al municipio presionando y dirigiendo sobre los asuntos orizabeños. Son los cosecheros y comerciantes más importantes quienes, desde dentro mismo del ayuntamiento o en colaboración mutua con él, disponen y emprenden acciones en torno a la "producción" física de la ciudad. Así que aunque durante el siglo XIX existieran diversas identidades urbanas que podríamos definir en función de los grupos sociales, de su desempeño económico, laboral, y por qué no, también político e institucional, era el pequeño y privilegiado grupo de los cosecheros del tabaco, el que verdaderamente tomaba posesión del espacio de la ciudad para adecuarlo a sus exigencias territoriales; eran ellos, los cosecheros, los verdaderamente capaces de incidir en la organización de la vieja y rica  villa cosechera de Orizaba.
 

Notas

1 Sobre el desarrollo de Orizaba durante el periodo colonial pueden verse los trabajos de: Arróniz, 1980; Lemoine, 1962; Moreno, 1974; Naredo, 1898.

2 Villaseñor, 1746-1748, p. 258.

3 Arróniz, 1980.

4 Aguirre Beltrán es quien ha estudiado el papel de los marqueses de la Colina en el desarrollo de la región orizabeña: Aguirre, 1992.

5 Atlas del Tabaco en México, 1989.

6 Aguirre, 1992; Walker, 1984.

7 Aguirre, 1992.

8 Blázquez, 1988.

9 Los avatares de la Empresa del Tabaco y la suerte del monopolio estatal están explicados en: Atlas del Tabaco en México, 1989; Walker, 1984.

10 Wiemers, 1985.

11 Aguirre, 1992; Archivo Municipal de Orizaba (AMO), (caja) 64/63, (ramo)sin ramo, 1847.

12 AMO, 11/80, Policía, 1861.

13 AMO, 65/64, Policía municipal, 1848; AMO, 66/65, Gobierno, 1849; AMO, 11/80, Policía, 1861; AMO, 32/101, Hacienda, 1870.

14 AMO, 90/159, Aguas, 1885.

15 Arróniz, 1980; Naredo, 1898.

16 Arróniz, 1980; Naredo, 1898; AMO, 42/111, Hospitales, 1873.

17 AMO, 1/67, Salubridad, sin año.

18 AMO, 14/83, Policía, 1864; AMO, 32/101, Hacienda, 1870.

19 AMO, 6/73, Policía, 1847; AMO, 6/73, Policía, sección obras públicas, 1857; AMO, 15/84, Policía, 1865.

20 Blázquez, 1988; Moreno, 1968; AMO, 4/70, Policía municipal, 1854; AMO, 11/80, Diversos, 1861.

21 Libro de matrículas ..., 1863-1864; AMO, 65/64, Hacienda, 1848; AMO, 9/78, Hacienda, 1858; AMO, 32/101, Hacienda, 1870.

22 AMO, 7/75, sin ramo, 1867; AMO, 4/4, Diversiones públicas, 1848; Naredo, 1898.

23 Chávez, 1965.
 

Bibliografía

AGUIRRE BELTRÁN, Gonzalo. Los marqueses de la Colina y el tabaco como incentivador del cambio socio-cultural. América Indígena. Instituto Indigenista Interamericano, 1992, vol. 52, nº3, julio-septiembre, pp. 11-66.

ARRONIZ, Joaquín. Ensayo de una historia de Orizaba. México: Editorial Citlaltépetl, 1980.

Atlas del tabaco en México. México: Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática/TABAMEX, 1989.

BLÁZQUEZ DOMÍNGUEZ, Carmen. Veracruz. Una historia compartida. México: Gobierno del Estado de Veracruz/Instituto Veracruzano de Cultura/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1988.

CHAVEZ OROZCO, Luis y FLORESCANO, Enrique. Agricultura e Industria Textil de Veracruz Siglo XIX. Jalapa: Universidad Veracruzana, 1965.

LEMOINE VILLICAÑA, Ernesto. Documentos y mapas para la geografía histórica de Orizaba (1690-1800). México: Talleres Gráficos de la Nación, (Sobretiro del Boletín del Archivo General de la Nación, 2ª serie, t.III, nº3), 1962.

MORENO CORA, Silvestre. El Colegio Preparatorio de Orizaba. México: Editorial Citlaltépetl, 1968.

MORENO TOSCANO, Alejandra. Economía regional y urbanización: tres ejemplos de relación entre ciudades y regiones en Nueva España a finales del siglo XVIII. Ensayos sobre el desarrollo urbano de México. México: Secretaría de Educación Pública, 1974.

NAREDO, José María. Estudio Geográfico, Histórico y Estadístico del Cantón y de la Ciudad de Orizaba. Orizaba: Imprenta del Hospicio, 1898.

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Documentos

Las fuentes documentales utilizadas pertenecen al Archivo Municipal de Orizaba, y se señalan de la siguiente manera:

AMO (Archivo Municipal de Orizaba), nº de caja, ramo, año.

AMO, 90/159, Aguas, 1885

AMO, 4/4, Diversiones públicas, 1848

AMO, 11/80, Diversos, 1861

AMO, 66/65, Gobierno, 1849

AMO, 65/64, Hacienda, 1848

AMO, 9/78, Hacienda, 1858

AMO, 32/101, Hacienda, 1870.

AMO, 42/111, Hospitales, 1873

AMO, 6/73, Policía, 1847

AMO, 6/73, Policía, sección obras públicas, 1857

AMO, 11/80, Policía, 1861

AMO, 14/83, Policía, 1864

AMO, 15/84, Policía, 1865

AMO, 65/64, Policía municipal, 1848

AMO, 4/70, Policía municipal, 1854

AMO, 1/67, Salubridad, sin año

AMO, 64/63, sin ramo, 1847

AMO, 7/75, sin ramo, 1867

Libro de matrículas del comercio de Orizaba 1863-1864, Colección particular Josué López Brunet
 

PlazaValentían Gómez Farías 12
San Juan Mixcoac
03730, México, D:F:
Correo electrónico: eribera@institutomora.edu.mx
 

© Copyright Eulalia Ribera Carbó, 2002
© Copyright Scripta Nova, 2002
 

Ficha bibliográfica

RIBERA CARBÓ, E. Elites cosecheras y ciudad.  El tabaco y Orizaba en el siglo XIX.  Scripta Nova, Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. VI, nº 119 (51), 2002.  [ISSN: 1138-9788]  http://www.ub.es/geocrit/sn/sn119-51.htm


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