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Scripta Vetera

EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS 

SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES

EL INGENIERO MILITAR FÉLIX DE AZARA Y LA FRONTERA AMERICANA COMO RETO PARA LA CIENCIA ESPAÑOLA

Horacio Capel
Universidad de Barcelona

Publicado originalmente como CAPEL, Horacio. El ingeniero militar Félix de Azara y la frontera americana como reto para la ciencia española. In Tras las huellas de Félix de Azara (1742-1821). Jornadas sobre la vida y la obra del naturalista español Don Félix de Azara (Madrid: Fundación Biodiversidad, 19-22 de octubre de 2005). Huesca: Diputación de Huesca, 2005, p. 83-132 [ISBN: 84-35005-72-7].


La obra de Félix de Azara es una prueba eminente de la importancia de América para la ciencia española. Al mismo tiempo permite comprobar la buena preparación intelectual y la capacidad de adaptación de un miembro destacado del Cuerpo de Ingenieros Militares. Tras una carrera dedicada a tareas de ingeniería militar, los azares profesionales le condujeron a América meridional, donde se convirtió en geógrafo y naturalista, y fue capaz de realizar, durante los veinte años que permaneció allí, una labor científica de gran valor, comparable en muchos aspectos a la de Alejandro de Humboldt en otras regiones americanas. Para la ciencia europea el descubrimiento americano planteó, como es sabido, retos totalmente inesperados, desde la misma existencia de un nuevo continente, hasta el poblamiento humano y de especies animales y vegetales, todo lo cual fue inicialmente debatido en el contexto de una visión providencialista que dominó hasta el siglo XVIII. En la segunda mitad del Setecientos eran todavía muchas las preguntas que la ciencia europea se hacía y para las que el continente americano seguía siendo esencial. En este trabajo haremos alusión a algunas de las que se refieren a la geografía y a la historia natural, y examinaremos la actitud científica de Azara y sus posibles contribuciones a una línea de reflexión que conduciría a lo que Humboldt llamó la Física del Globo. Teniendo en cuenta el objetivo de estas Jornadas organizadas por la Fundación Biodiversidad, parece oportuno centrar la atención en los aspectos del pensamiento de Azara referentes a geografía física y las concepciones ecológicas, en el camino que conduce al darwinismo, y en el debate de algunas cuestiones de gran relevancia para el pensamiento ilustrado.

Los retos de América al pensamiento europeo

No cabe duda de que el descubrimiento y la colonización del Nuevo continente americano constituyeron todo un reto para la Monarquía Hispana, brillantemente resuelto, y que a través de América España hizo aportaciones decisivas a la ciencia y la cultura mundial.

Desde el mismo comienzo del Descubrimiento dichos retos, y las respuestas que en España se dieron, contribuyeron de forma muy importante a configurar el espíritu de la modernidad europea. Para la ciencia, la irrupción de América planteó, como es sabido, cuestiones totalmente inesperadas: las características del nuevo continente y las dimensiones reales del globo terrestre, el origen del hombre americano y las especies animales y vegetales, la habitabilidad de la zona tórrida, la mejora de los instrumentos de marear para asegurar la navegación en los océanos, la extensión del diluvio, la antigüedad de las civilizaciones azteca e inca y otros muchos. La cartografía y el conocimiento del territorio eran indispensables para el dominio y explotación de los recursos. En la frontera americana durante todos los siglos de la edad moderna se suscitaron cuestiones de importancia crucial para la ciencia y la cultura europea. Con referencia a ello hoy nos hacemos nuevas preguntas, que son vivamente debatidas por los especialistas, como los conflictos entre las tradiciones científicas indígenas y europeas, por ejemplo en medicina, las condiciones para el éxito de las transferencias tecnológicas y la forma como afectan la estructura de la producción, la financiación o las formas de propiedad a la difusión de las ideas, o el funcionamiento de las comunidades de técnicos y científicos americanos durante la edad moderna, entre otras muchas a las que no podemos dedicar atención ahora[1].

En la segunda mitad del siglo XVIII eran todavía muchas las preguntas que la ciencia europea se hacía y para las que el continente americano seguía siendo esencial. Ante todo, preguntas que se refieren a la geografía del globo terrestre. El conocimiento de nuestro planeta había avanzado considerablemente desde la época de los Grandes Descubrimientos del siglo XVI, pero todavía quedaban amplias regiones no conocidas y muchos enigmas. Por ejemplo, era poco lo que se conocía de África, continente que solo en el XIX entró plenamente en la geografía y en la ciencia; y eran muchos los enigmas en mares alejados como el Pacífico, e incluso en otros próximos como el Atlántico, como muestran las dudas sobre la isla de San Borondón. En lo que se refiere a América, quedaban todavía por conocer con precisión las regiones situadas en los bordes australes (Alaska, explorada por los rusos desde Asia, y el norte del actual Canadá) y meridionales (Tierra de Fuego y Patagonia, en realidad solo bien exploradas y conocidas en el XIX). También eran poco conocidas las tierras interiores, de las que a veces se tenían noticias confusas, como ocurría por ejemplo, respecto a la Amazonia o al Pantanal.

No andaban errados los europeos que estimaban que la política de ocultación de noticias sobre América que había adoptado la Corona española era algo que había sido “impuesto por la debilidad, el temor y la necesidad”[2]. El mapa de Juan de la Cruz Cano, impreso en 1775 y recibido inicialmente con grandes alabanzas, fue luego cuidadosamente ocultado debido a las negociaciones con Portugal y a los problemas que planteaba en relación con los límites de Brasil. En 1808 Azara podía escribir que dicho mapa “ha sido desconocido por los sabios hasta hace poco”[3], lo que era cierto, ya que solo en 1802 el gobierno había autorizado su difusión, por motivos que tenían que ver otra vez con el trazado de los límites brasileños: los avances de los portugueses habían sido tan amplios que el mismo mapa que no servía tras el tratado de 1777, se convertía ahora en una prueba de sus usurpaciones[4].

Quedaban también amplias parcelas poco conocidas del mundo natural. El desarrollo de la química y de la metalurgia planteaba igualmente numerosos problemas. Y el conocimiento del medio vegetal y animal americano, así como el de sus poblaciones indígenas, suponía ahora nuevos retos en relación con los problemas que se planteaba la ciencia de la Ilustración. La obra de Félix de Azara hizo contribuciones muy significativas en varias de estas direcciones fundamentales.

El ingeniero militar Félix de Azara ante los retos americanos

Azara estuvo doblemente en la frontera. Se movió a la vez en la frontera europea del continente americano, y en la frontera del imperio español frente al portugués en América. La formación que había recibido le puso en condiciones de dar respuesta a las cuestiones que le habían llevado a esas tierras, y a plantear por sí mismo otras nuevas. Y eso a pesar de que su llegada a América no fue, al parecer, algo querido por él sino simplemente resultado de un azar diplomático. Vale la pena dedicar atención ahora a su formación profesional y a ese azar que le puso en las tierras americanas.

Félix de Azara había realizado de 1757 a 1761 estudios secundarios en la universidad de Huesca, donde vivía un tío suyo que era maestrescuela de la catedral; luego ingresó en el ejército (1764) y estudió en la Academia de Matemáticas de Barcelona, destinada a la formación de los ingenieros militares. Su expediente académico dice lo siguiente: “Aprovechamiento teórico, bueno; aprovechamiento práctico y dibujo, mediocremente”[5] En 1767 al acabar sus estudios se incorporó al Cuerpo de Ingenieros de los Ejércitos y Plazas como ingeniero delineante y alférez. Hasta marzo de 1768 estuvo destinado en Barcelona, como experto en delinear, y en Figueras, asistiendo a las obras de construcción de la fortaleza de San Fernando. El mes de diciembre por enfermedad pasó al monasterio de San Cugat. Los datos de su hoja de servicios y los estudios existentes nos permiten conocer su actividad en el Principado de Cataluña y las actividades que desarrolló en otras regiones[6].En 1775 tomó parte de la expedición a Argel, donde cayó gravemente herido, y ascendió a ingeniero extraordinario. El 5 de febrero de 1776 fue nombrado ingeniero ordinario. Destinado a Gerona levantó el plano y perfil del curso del arroyo Galligans, firmado el 6 de mayo, y ese mismo año realizó también el plano perfil y elevación de un sector de la muralla de Gerona y de un torreón arruinado. Durante el año siguiente tuvo a su cargo las obras de recalzo de la muralla de la misma ciudad, siendo Capitán General de Cataluña el conde de Ricla; a fines de enero acabó también el plano del río Ter desde la presa de Bascanó hasta su unión con el río Oña, con las obras diseñadas para dirigir la corriente de forma que la ciudad de Gerona quedara libre de inundaciones[7]. En mayo de 1779 estando en Lérida cayó enfermo y fue sustituido por otro ingeniero; pasó a Amer para curarse de su enfermedad y residió allí hasta el 16 de noviembre. Durante 1780 estuvo en Lérida, y el 16 de septiembre fue destinado a Guipúzcoa junto con el ingeniero ayudante Narciso Codina.

Estando en San Sebastián trabajando en la reparación de las fortificaciones, a la edad de 35 años (o tal vez 39)[8], recibió una orden conminatoria, que le llevaría de forma totalmente inesperada a América, donde permanecería veinte años. Él mismo lo ha contado, y su testimonio personal ha sido citado en varias ocasiones.

Vale la pena reproducir sus palabras:

"Encontrándome en 1781 en San Sebastián, ciudad de Guipúzcoa, en calidad de teniente coronel de Ingenieros, recibí por la noche una orden del general para marchar inmediatamente a Lisboa y para presentarme a nuestro embajador. Dejé en la primera ciudad citada mis libros y mi equipaje y partí a la mañana siguiente al romper el día, habiendo tenido la suerte de llegar pronto y por tierra a mi destino. El embajador me dijo únicamente que iba a partir con el capitán de navío don José Varela y Ulloa y otros dos oficiales de Marina; que estábamos todos encargados de una comisión, que el virrey de Buenos Aires nos comunicaría en detalle, y que debíamos marchar inmediatamente a esta ciudad de la América meridional en un buque portugués, porque estábamos en guerra con Inglaterra. Nos embarcamos todos en seguida y llegamos felizmente a Río de Janeiro, que es el puerto principal de los portugueses en Brasil. Por un despacho que se abrió al pasar la Línea, supe que el rey me había nombrado capitán de fragata porque había juzgado conveniente que fuéramos todos oficiales de Marina"9].

El virrey, que era en aquel momento Juan José Vértiz y Salcedo, le comunicó que había sido nombrado miembro de la Comisión de Límites con Portugal en Brasil, y en calidad de tal se reunió con los comisionados portugueses en la provincia brasileña de Río Grande. Posteriormente se instaló en Paraguay durante unos trece años, residiendo principalmente en Asunción y realizando un gran número de viajes por tierras paraguayas[10].

En 1796 pasó a Buenos Aires, y se le dio el mando de la frontera sur del virreinato, en el territorio de los indios pampas, una región muy insegura, de la que habla el mismo Azara al referirse a esta nación de indios, y se le ordenó reconocer el país y hacer avanzar la frontera hacia la Patagonia. Tuvo luego otras comisiones en el Río de la Plata, y se le dio a continuación también el mando de toda la frontera Este del virreinato, es decir la que limita con Brasil[11]. Finalmente se le permitió volver a España en 1801, después de haber pasado veinte años en aquellas tierras. Fue, sin duda una vida dura, aceptada sin vacilaciones. El funcionario del Estado, militar o civil sabía que podía ser enviado a cualquier lugar por orden superior. Las normas eran muy estrictas y el gobierno tenía una máxima que el ministro Floridablanca expresó así: "si en España hubiere dado algún sujeto pruebas de aquellas cualidades en capitanías generales de provincias o gobiernos, se le transferirá, aunque lo rehúse, a los virreinatos y gobiernos de Indias".La lealtad, obediencia, y subordinación era total y llegaba incluso a las limitaciones en la vida privada. Los militares no podían casarse sin permiso superior, que generalmente no se concedía si la futura esposa no poseía una renta que le permitiera vivir en caso de muerte del marido[12].

Como otros oficiales, Azara no pudo casarse y formar una familia en la edad adecuada para ello. No obstante, como pregunta su primer biógrafo, “nacido en un clima cálido, lleno de fuerza, de vigor y de salud, en la edad en que la sangre circula hirviente por las venas, y criado en el campo, ¿podía tener el dominio de sí mismo y la voluntad de vencer este impulso que arrastra a un sexo hacia el otro?”. “No sin duda, responde” el mismo; y a continuación nos informa de que Azara “perfectamente instruido del carácter y de la manera de vivir de las mujeres de aquellas regiones, esquivaba cuanto podía a las indias cristianas y prefería a todas las demás las mulatas un poco claras”[13]. Una declaración que, por innecesaria, no deja de resultar sorprendente. En tierras americanas Azara, se enfrentó a lo desconocido con los sesgos de su formación inicial y de la experiencia que había ido adquiriendo. El ingeniero militar convertido en marino y encargado del levantamiento cartográfico y el establecimiento de los límites con Portugal en Brasil se dedicó con ahínco a su tarea. Una labor a veces peligrosa, ya que él mismo escribe, al hablar de la fiereza de los charrúas, que “cuando yo viajaba por este país para reconocerlo, estos indios atacaron con frecuencia a mis exploradores, que eran en número de cincuenta o ciento, y mataron a varios”[14]. Una buena parte de lo que realizó en el virreinato tiene que ver con la misión encomendada. Pero como era muy capaz y laborioso, y tenía tiempo, pudo dedicarse también a otras tareas. La obra de Félix de Azara representa una valiosa contribución a la geografía, a la etnografía, a la historia natural y al conocimiento general de las regiones del Paraguay y Río de la Plata, y ha recibido gran número de estudios en relación con esas diversas aportaciones[15]. Durante los veinte años que estuvo ocupado en comisiones oficiales tuvo que "hacer muchos y dilatados viajes", realizando también "voluntariamente otros con el objeto de adquirir mayores conocimientos de aquellos vastos países"[16]. Fueron estos viajes y su infatigable dedicación los que le permitieron realizar una vasta obra científica que asoció su nombre al de Humboldt[17]. Hablaremos primero de sus trabajos relacionados con la Expedición de Límites, que le llevaron a la geografía, y luego de sus contribuciones a la historia natural.

La actividad geográfica en relación con sus tareas como miembro de la Expedición de Límites

La obra de Félix de Azara es uno de los ejemplos más acabados de cartografía y descripción territorial realizados por un ingeniero militar. Como miembro de la Expedición de Límites realizó tareas geográficas, de reconocimiento territorial y levantamiento cartográfico, para lo que estaba bien capacitado por los estudios que había realizado en la Academia de Matemáticas de Barcelona. El Curso Matemático que se impartía en el centro barcelonés había sido elaborado a partir de 1739 por su director Pedro de Lucuce, y se basaba en el Compendio Matemático del oratoriano valenciano Vicente Tosca (1ª edición 1707-15, reimpresión 1721 y 1757), el cual a su vez se basaba en el Cursus seu Mundus Mathemáticus del jesuita francés Claude Milliet Deschales (1690). Ese curso se mantuvo sin cambios durante varias décadas, y todavía se impartía cuando él estudió. Era un curso dictado, y los apuntes eran tomados y conservados de forma manuscrita por los alumnos. Gracias a ello, conocemos bien el contenido general del mismo, que incluía estudios de aritmética, trigonometría y geometría práctica, fortificación, artillería, cosmografía, estática y arquitectura civil[18]. En lo que se refiere al tratado de cosmografía, conocemos, además, su contenido exacto a través de un manuscrito de 1776[19]. Es decir, como Azara estudió en los años anteriores a 1767, es evidente que fueron esos los conocimientos que obtuvo sobre Geografía en la Academia de Barcelona, y que incluían nociones matemáticas de la esfera celeste, la geografía, la hidrografía o náutica y la cronología.

Además de ello, en el último año de la Academia los alumnos avanzaban en el conocimiento de la cartografía y en el dibujo y lavado de mapas y planos. Conviene asimismo tener en cuenta que en 1768, cuando Azara acababa de ingresar en el cuerpo, se publicó la nueva Ordenanza de S. M. para el servicio del Cuerpo de Ingenieros en guarnición, y campaña, que daba instrucciones muy precisas sobre la forma en que debían levantarse los mapas y formar los planos, así como las descripciones territoriales que habían de acompañarlos[20]. Podemos, pues saber con exactitud lo que estudió, la concepción que tenía de la ciencia geográfica como ciencia matemática mixta y las normas que aprendió para la descripción de los terrenos que recorría. En todos estos aspectos Azara no hizo más que aplicar cuidadosamente las enseñanzas que como ingeniero militar había recibido.

A las tareas geográficas y cartográficas dedicó lo esencial de sus observaciones, preocupado siempre por fijar, ante todo, correctamente la posición de los lugares: "el principal objeto de mis viajes, tan largos como múltiples, era levantar la carta exacta de aquellas regiones, porque esta era mi profesión y tenía los instrumentos necesarios" afirma en la introducción de sus Viajes por la América meridional[21].

En los reconocimientos y levantamientos cartográficos que efectuó en el virreinato del Río de la Plata el ingeniero Félix de Azara realizó numerosas mediciones usando de un avanzado instrumental científico. "Nunca di un paso –escribe- sin llevar conmigo dos buenos instrumentos de reflexión de Halley y un horizonte artificial. En cualquier parte que me encontraba observaba la latitud, aun en medio del campo, todos los días al mediodía y todas las noches, por medio del Sol y de las estrellas. Tenía una brújula con pínulas, y con frecuencia verificaba la variación comparando su acimut con el que me daban mis cálculos y la observación del Sol"[22].

En el caso de Azara, su contacto forzoso con los marinos miembros de la Comisión de Límites le permitió, seguramente, mejorar su capacidad de observación astronómica, para lo que utilizó "instrumentos marítimos de reflexión, buscando el horizonte en una vasija de agua, que son preferibles a todos los instrumentos y modos de observar en tierra"[23].

La diferencia de longitud entre dos latitudes observadas la establecía fijando con la brújula el rumbo directo de un punto a otro, calculando después la desviación, lo que resultaba facilitado a veces por la llanura del terreno: "jamás omití –escribe- el demarcar los rumbos de mis derrotas y los de los puntos más notables laterales con una brújula, corrigiéndolos de la variación magnética que averiguaba con frecuencia cotejando su azimut con el que calculaba por el Sol"[24]. En los bosques hacía encender grandes hogueras, cuyo humo servía de señal, "y encontraba por este medio la verdadera posición de los lugares cuya latitud había observado previamente"[25]. Por otra parte, para que su carta fuese más exacta y para poder ajustar los meridianos al de París, realizó también observaciones en Montevideo, en Buenos Aires, en Corrientes, y en Asunción de la emersión e inmersión de los satélites de Júpiter, de eclipses de sol y de ocultaciones de estrellas por la Luna, con lo cual pudo establecer la red principal y situar respecto de ella las otras posiciones[26].

Con estos fundamentos, "sin usar jamás de la estima o del poco más o menos", como escribe en varias ocasiones[27], Azara hizo los mapas de sus viajes, situando en ellos todas las ciudades y pueblos, parroquias, principales elevaciones, desembocaduras de los ríos, tolderías, límites y puntos notables habitados e inhabitados, determinándolos con tanto cuidado que se atrevió a afirmar orgullosamente que "ninguno de ellos tiene error"[28]. Así pudo realizar una vasta y preciosa obra cartográfica que junto con la elaborada bajo sus órdenes por otros comisionados hizo avanzar notablemente el conocimiento de aquellos territorios[29].

Durante su estancia en América no se limitó a las tareas cartográficas que eran esenciales en su misión: “No he ceñido mis trabajos a la geografía”, escribe Azara después de enumerar sus trabajos cartográficos[30]. Y añade: “encontrándome en un país inmenso, que me parecía desconocido (…) no podía apenas ocuparme más que de los objetos que me presentaba la Naturaleza. Me encontré, pues, casi forzado a observarla”. Y ese fue el punto de partida de su conversión en naturalista, y de la lenta elaboración de un proyecto intelectual de gran ambición que incluye la descripción “geográfica, política y civil” de las regiones del Río de la Plata.

Podemos considerar que las descripciones territoriales que realizó eran, en lo esencial, la memoria descriptiva que acompañaba a sus tareas de levantamiento y representación cartográfica, las cuales eran consideradas por Azara como las más propiamente "geográficas". Pero los ingenieros también realizaban descripciones corográficas y topográficas con finalidades militares, lo cual podía incluir desde el análisis cuidadoso de las alturas y de los caminos hasta los recursos naturales y la actividad económica comarcal o regional. Estos aspectos estaban ya especificados en las ordenanzas, puesto que los recursos territoriales eran esenciales para el movimiento de los ejércitos; y, además, los ingenieros militares tenían encomendada desde la misma fundación del Cuerpo la colaboración en tareas de fomento.

Por ello adquirieron el hábito de observar con atención el territorio y de elaborar auténticas descripciones corográficas. Son muchas las que se hicieron con finalidades diversas, y un cierto número están ya publicadas y estudiadas. Por nuestra parte, hemos emprendido un programa de publicación sistemática de ellas en Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, de la Universidad de Barcelona, revista a la que remitimos[31]

A ello se une el interés de las autoridades por los recursos económicos del territorio. En los viajes que realizó hay también desde el primer momento instrucciones precisas para las observaciones de interés económico, por ejemplo, comprobar las noticias sobre minas de azogue, sobre las plantas que producen el añil, y otras. Sin duda, en el caso de Azara la atención a estas cuestiones venía también estimulada por su relación con la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, de la que fue socio fundador.

Para su trabajo Azara no solo observó en el terreno con gran cuidado y tino, sino que utilizó a la vez documentos históricos procedentes de los archivos municipales y gubernamentales, así como datos económicos de los informes oficiales[32]. También se preocupó de leer la bibliografía previamente producida sobre la región, aunque no pudo disponer de toda[33]. Buscó, además, la información que le facilitaban los funcionarios y los mismos habitantes, lo que sin duda era un hábito que en él procedía de su talante personal y de los mandatos de las ordenanzas. Cuando solicitaba a funcionarios y curas datos sobre el territorio de sus jurisdicciones no hacía más que seguir una regla de oro de los ingenieros militares, repetida una y otra vez por las ordenanzas y los manuales, la de que "el medio más oportuno (para conocer un territorio) es informarse y reconocer el terreno con los que le conozcan mejor"[34] La observación del terreno y la encuesta era algo que naturalistas geólogos e ingenieros hacían habitualmente en el Setecientos, al igual que pretendieron realizar muchos viajeros[35]. El XVIII ha sido llamado el Siglo de los Viajes[36]. Y efectivamente es un periodo en que éstos se multiplican en todas las direcciones y a todas las distancias. Desde los que realizan el grand tour hasta los más ambiciosos que se dirigían a regiones alejadas y eran verdaderas expediciones científicas ambulantes, algunas de las cuales se convirtieron en estables y generaron a su vez otros viajes y exploraciones.

Viajeros cultos y científicos aplicaron, como ha escrito Juan Pimentel, el programa baconiano[37], que, en lo que se refiere a la recogida de datos sobre el territorio, puede decirse que tenía en España una larga tradición. Desde el siglo XVI, en efecto, a descubridores y conquistadores se les daban instrucciones precisas, recogidas en las capitulaciones, sobre las observaciones que habían de realizar, desde las astronómicas y geográficas a las de historia natural y civil. Mucho más fue así en las expediciones científicas que desde el mismo XVI se empezaron a organizar, como la de Francisco Hernández. Y sería esa la estrategia de la expedición científica organizada que se puso en marcha de forma general en el siglo XVIII por parte de los gobiernos ilustrados.

La elaboración de los materiales

La importancia del testimonio de primera mano es esencial en esta literatura de viajes. En la obra de Azara es su testimonio personal el que está presente. Es él quien observa y reflexiona, siempre en primera persona. Son también sus fatigas, convirtiendo el viaje en una ascensión al saber. Esa misma es la historia que su primer biógrafo, Charles-Athanase Walckenaer (1771-1852), contribuyó a configurar con la noticia biográfica que redactó para la edición de sus Viajes por la América meridional, que él mismo ayudó a dar al público con su traducción. Como no podía ser de otro modo, la historia que cuenta es hagiográfica, convirtiendo al autor en un verdadero héroe. Desde luego, se trata de unos conocimientos obtenidos con considerables fatigas: “en estas vastas y desiertas comarcas, cortadas por ríos, lagos y bosques, pronto se comprende cuánto le debió costar de fatigas y trabajos el dedicarse a las delicadas operaciones que necesitaba el objeto que se había propuesto alcanzar”. Sin caminos, utilizando exploradores para vigilar la ruta y evitar los ataques indígenas.En conjunto, el relato de las circunstancias de los viajes es impresionante, y los diarios no hacen más que confirmarlo[38]. El trabajo se habría realizado con dificultades de todo género, que procedían incluso de las autoridades virreinales: según su editor, sería Azara quien, al margen de ellas, habría decidido levantar el mapa de todos los territorios, y no solo de la frontera como se le había encargado.

Incluso se afirma que las autoridades virreinales obstaculizaron su trabajo, y que “se vio obligado hasta a ejecutar a espaldas de ellos una parte de sus largos viajes”[39], lo que es difícilmente creíble y, en todo caso, podría haber sucedido con alguno de ellos pero no con todos. Vale la pena recordar que entre los siete virreyes que se sucedieron durante su estancia en aquellas tierras[40] varios fueron gobernantes ilustrados de gran cultura y capacidad, y que con alguno de ellos, como Pedro Melo de Portugal, tuvo relaciones de confianza y, tal vez, de amistad[41]. Entre ellos se encuentran incluso dos ingenieros militares, que tal vez vieron con agrado la labor de su antiguo compañero de cuerpo. Se trata de Juan Olaguer Felíu, algo más joven que él, ya que había sido nombrado ayudante de ingeniero en 1776, y que había tenido una gran actividad constructiva y de gobierno en Chile. En el momento en que Azara fue autorizado a volver a España había sido nombrado virrey Joaquín del Pino y Rozas, que era ingeniero militar desde 1752, que había trabajado en las fortificaciones de la costa de Santander[42], y que durante las décadas de 1770 y 80 había venido actuando en Buenos Aires y otros lugares del Río de la Plata.

En el relato de la actividad científica la participación personal en las exploraciones adquiere un gran valor. Azara afirma en alguna ocasión que no tiene tanta instrucción y talento como otros, pero cree sin embargo que puede dar descripciones fiables de lo que ha visto. Y escribe: “no gusto de conjeturas, sino de hechos”[43]. Lo que le sirve para reafirmar la veracidad de sus datos, ya que ha vivido personalmente en los territorios que describe y con algunas de las naciones de indios a que se refiere. Y le permite criticar a los viajeros, geógrafos e historiadores que falsean o malinterpretan la información, y que, por ejemplo, multiplican enormemente los grupos de pueblos primitivos. Si el testimonio de primera mano es esencial, la reelaboración de los materiales es al mismo tiempo una necesidad, aceptada por los autores. Tras la publicación de una de las obras de Félix de Azara un naturalista francés criticó en su obra “el defecto de atacar varios sistemas de Historia Natural admitidos por los naturalistas” y que sus reflexiones fueran posteriores a sus viajes. Azara acepta esa última crítica, aunque señala: “no veo que esto sea un motivo para privarme de hacerlas y de aumentarlas hasta el momento de la publicación de la obra”[44].

Eso fue lo que hizo, al igual que otros, para preparar la publicación de sus materiales, lo que implicaba la reordenación de las informaciones que había reunido en los viajes. Vale la pena dedicar atención también a este tema.

Hasta 1790 Azara había llevado una anotación diaria de las observaciones. Pero desde ese año empezó a sistematizarlas a partir de las notas y apuntes tomados diariamente, lo que significa un cambio importante en la estrategia de elaboración del relato. Los viajeros tenían, efectivamente, dos alternativas para la presentación de los resultados del viaje. O bien conservar esa forma cronológica, que va siguiendo el itinerario, o bien sistematizar las observaciones y presentarlas ordenadamente de acuerdo a un plan de conjunto. Cada una de estas estrategias tenía ventajas e inconvenientes.

La presentación en forma de itinerario daba mayor verosimilitud y credibilidad al relato. Muchos viajeros prefirieron ese estilo. El viajero va describiendo a veces tanto el itinerario como los territorios y las ciudades que visita, poniendo énfasis en los rasgos que le interesan a él o al lector al que se dirige (costumbres, monumentos…); aunque no duda en intercalar, si lo estima oportuno, descripciones específicas de algunos hechos que ha podido conocer en determinado un lugar.

Si pensamos en los viajeros extranjeros que recorrieron España durante el siglo XVIII, encontramos que esa forma itineraria parece ser la preferida por la mayor parte de ellos para publicar el resultado de su recorrido[45]. Los capítulos pueden llevar títulos como éstos, que aparecen en el viaje del padre Labat: capítulo 1, “El autor llega a Cádiz. Recepción que le hacen en el convento de su Orden. Descripción de ese convento. Costumbres de los españoles cuando se encuentran en algún peligro”. Capítulo 2, “El autor toma una casa en la ciudad. Alguna costumbres particulares del país”. Capítulo 3, “Estado de las misiones religiosas en las Islas Filipinas”. Capítulo 4, “Descripción de la ciudad de Cádiz, tal como era en 1706 cuando el autor residió allí”, etc
Las obras de arte apodémica señalaban la necesidad de una preparación para el viaje, y daban indicaciones sobre lo que había de observarse y la forma de hacerlo, e incluso sobre los requisitos para las relaciones sociales[46]. El buen viajero debía tener en cuenta, además, toda una serie de requisitos antes de emprender el viaje, desde la elección de criados o compañeros hasta los pasaportes, cartas de presentación y dinero; e incluso hacer testamento y ponerse en paz con los acreedores, ya que como advirtió uno de ellos “muchos de los que viajan no regresan”[47].

Los viajeros con preocupaciones científicas llevaban un diario del mismo tipo, pero reelaboraban ampliamente las informaciones con vistas a la publicación, de acuerdo con el objetivo que tenía el viaje. En algunas ocasiones la publicación en forma de itinerario se debe a que el viajero, por alguna razón, no tuvo tiempo u oportunidad para realizar la obra sistemática que preparaba. Como ocurrió con el diario del viaje que hizo a Andalucía Simón de R. Clemente Rubio entre 1804 y 1809, que recientemente ha sido publicado por Antonio Gil Albarracín[48].
La reelaboración de los materiales podía hacerse de acuerdo con un orden geográfico o sistemático. El primero era el adecuado para la presentación de un territorio, y el segundo para objetivos específicos que no requerían situar los objetos según su proximidad, sino según sus relaciones lógicas, como ocurría al describir los reinos de la naturaleza.

En la reelaboración geográfica el orden del viaje coincidía generalmente con el de las divisiones territoriales (municipios o comarcas), por lo que la reelaboración podía ser más fácil de realizar. Así cuando Antonio José Cavanilles redactó para la publicación sus Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reyno de Valencia (1795), pudo fácilmente seguir un orden geográfico, de norte a sur empezando por la tenencia de Benifazá, en la parte más septentrional del reino, y acabando con la descripción del campo de Orihuela, en el límite con el reino de Murcia. A pesar de ello, el recuerdo del itinerario personal no desaparece del todo en la obra, y a veces el científico lo destaca para poner de relieve el esfuerzo, el significado del descubrimiento y el carácter original del mismo. En Cavanilles, por ejemplo, pueden encontrarse en el relato textos como éste:

“Caminando hacia Calp, y casi a la mitad de la distancia entre el peñón y esta villa, hallé los pavimentos de varias piezas que existieron en algún tiempo, y que la pura casualidad me hizo descubrir. Examinaba la costa para observar las plantas que allí crecen, y habiendo llegado a una loma caliza cubierta de arenas sueltas ví entre otras plantas la frankenia lisa de Linneo, y junto a ella una pieza cúbica de mármol blanco… Empecé a quitar la arena del sitio donde ví mayor cantidad de cubos, y muy en breve hallé algunas pulgadas de pavimento… La primera habitación que descubrimos está al principio de la cuesta mirando al poniente…”[49].

En general, a partir de mediados del siglo XVIII la creciente especialización de los viajes conduce cada vez más a separar la parte más propiamente científica, que se destina a las instituciones académicas, y la narración que se dirigía a un público más amplio, y que podía incluir, además de las observaciones y sucesos personales, la descripción geográfica e histórica de los lugares recorridos.[50]

Los escritos que se conservan de Azara, muchos de ellos publicados póstumamente, son de todos los tipos señalados anteriormente. Ante todo, escribió relatos de algunos de los viajes o expediciones de exploración que emprendió, y de los que realizaron sus subordinados por orden suya y con instrucciones precisas por escrito. Esos viajes sirvieron de base para la elaboración de su primera obra sistemática, la Geografía Física y Esférica del Paraguay y Misiones Guaraníes, finalizada en 1790, y fueron publicados con ella en la edición que preparó Rodolfo R. Schuller en 1904[51]. Son textos bien redactados, y que han sufrido ya un primer proceso de elaboración a partir de las anotaciones iniciales realizadas por el autor y por los subordinados, y en los que se suprime “lo que ha sido dicho en [los viajes] antecedentes y omitido la infinidad y fastidiosa multitud de rumbos y distancias de la navegación”, que eran vertidos en los mapas[52]. En general, esos relatos muestran un estilo claro, terso, preciso y directo.
En los escritos de zoología, como los de los pájaros y los cuadrúpedos, el plan es necesariamente sistemático. En cuanto a las descripciones territoriales, optó también por un plan decididamente sistemático, que parece irse refinando entre la redacción de la Descripción histórica, física, política y geográfica de la Provincia del Paraguay (escrita en 1793) y la Descripción e Historia del Paraguay y Río de la Plata (finalizada en 1806). De alguna manera, al adoptar este plan sistemático era heredero del género de las historias naturales y morales que ya habían iniciado Gonzalo Fernández de Oviedo y el padre José de Acosta en el siglo XVI[53].

La elaboración de los materiales realizada para la Descripción e Historia del Paraguay y del Río de la Plata, sería utilizada luego, a veces de forma muy literal, para los Viajes por la América meridional. En estas obras Azara decidió pasar del itinerario al relato sistemático, ya que la relación del viaje “hubiera sido tan enojosa como los viajes marítimos, que hablan todos los días de vientos, de cambios de rumbo, de peligros y de trabajos: siempre, poco más o menos lo mismo”[54]. En el caso de los Viajes, la obra resultante, de 18 capítulos, se inicia con el medio físico (con cuatro capítulos dedicados al clima y los vientos, la disposición y calidad de los terrenos, las sales y los minerales, y los ríos, puertos y peces), continúa con el mundo vegetal y animal (los vegetales silvestres, lo cultivados, los insectos, los sapos, culebras, víboras y lagartos, los cuadrúpedos y las aves) y dedica los nueve últimos capítulos a los aspectos humanos (desde los indios salvajes y los medios empleados por los conquistadores para reducir y sujetar a los indios, a las gentes de color y los españoles con una noticia de las ciudades, villas y pueblos). Es sin duda, como dice el subtítulo la obra, una descripción geográfica, política y civil, que incluye una parte sistemática de historia natural de los territorios recorridos, los cuales ocupan una extensión de 720 leguas de norte a sur por 200 de anchura. Sobre su grado de conocimiento advierte: “es verdad que yo no lo he recorrido por entero; pero los datos que me he procurado son suficientes para ponerme en estado de dar una idea, excepción hecha de la provincia de Chiquitos, de la que no he de hablar”[55].

La descripción física que incorpora en los estudios regionales no deja de tener interés. En el caso de los Viajes por la América meridional es una descripción muy general en lo que se refiere a clima, topografía, características de los terrenos, con alusión a las rocas y minerales, describe el curso de los ríos y realiza cálculos sobre su caudal. Algunas observaciones sobre la disposición de las cataratas le llevan a hacer afirmaciones que parecen indicar que acepta la existencia de rocas primitivas: examinando ciertos bancos de rocas horizontales y muy duras junto al río Paraguay, estima que “no han sido formadas por la sucesión del tiempo”[56]. Pero también en alguna ocasión se había atrevido a conjeturar que “estos países ha pocos siglos que salieron del fondo de las aguas, y por consiguiente las lluvias no han tenido lugar suficiente para arrastrar las arenas a los bajíos”[57]. Tenía asimismo un buen conocimiento de la posible utilización de los estratos para conocer la historia del Globo y estima que quienes deseen hacer eso “pueden excavar aquí con la seguridad de que la mano del hombre y las aguas pluviales no han alterado las capas anteriores, que están como el día que tomaron fijeza”[58]

Aunque su instrucción en este campo parece reducida, y no deja de advertir que “por desgracia, yo no tengo conocimiento de rocas”, también es cierto que el medio físico no le ayudaba mucho, ya que era muy llano y poco variado. Generalmente el terreno que recorría era “exactamente horizontal” cubierto de vegetación, lo que con frecuencia impedía observar las rocas, y muchas veces el itinerario transcurría incluso por “una espantosa espesura”. Las observaciones que fue realizando a lo largo de sus viajes, y que quedan recogidas en los diarios, y las elaboraciones posteriores son, en conjunto, bastante elementales. Para aludir a los materiales las expresiones más repetidas son las de tierra roja, arena, terreno arenoso, greda de distintos colores, arenisca y otras pocas más. Tenía, sin duda, una clara percepción de la erosión fluvial, como cuando alude, por ejemplo al “terreno alomado con algunas barrancas formadas por los desagües en la arena blanca y tierra idem”. También observa tierras suavemente alomadas, en las que el piso es parejo, pero a veces asoma la peña arenisca; y observa: “aunque en todos mis viajes he hallado bastante de dicha peña que asoma, rara vez se ve una piedra suelta con que quebrar una nuez, porque como nadie ha excavado ni revuelto los terrones de las peñas se mantienen en una sola pieza o se resuelven en arena por los temporales, y todas las materias se conservan separadas en capas unas sobre otras”[59] . Realizó también ocasionalmente observaciones precisas sobre la estratificación, aunque sin elevarse a ninguna consideración general. En agosto de 1785 navegando el río Pilcomayo divisa desde el mismo bancos de peñas tajadas a plomo y escribe que

“las tres varas superiores son de arena; sigue a esto una capa horizontal de tierra negra mezclada con muchas disoluciones vegetales que se manifiestan en el color y en las fibras que todavía no están enteramente reducidas a estiércol. Esta capa no es gredosa, y lo restante hasta la peña es greda amarilla y roja, la última está debajo, y después el banco de peña que no sé el grueso que podrá tener, pero el que se manifiesta es poco. Esta disposición hace entender que las dos capas superiores son acarreadas”[60].


En un paisaje eminentemente fluvial, prestaba mucha atención a la dirección de las aguas: “la frecuencia de arroyos y sus direcciones opuestas manifiestan claramente que el piso es de los más elevados de por acá”, lo que se confirma luego por la rápida pendiente del terreno. Anota que “las poblaciones están en los intermedios de los esteros y lagunas que ocupan la mitad del país”. Todo parece indicar que no tenía grandes conocimientos de mineralogía y geognosia. Muestra sin embargo que conocía alguna obra de E. Halley y que apoyándose en ella pudo realizar cálculos y experiencias sobre la evaporación[61]. También pudo utilizar una obra del padre Riccioli, ya que con ocasión de unas estimaciones que realizó sobre el caudal del río Paraguay citó los datos de este jesuita sobre el Po[62]

Sabemos también que en algún momento poseyó un ejemplar de la primera edición de la Introducción a la Historia natural y a la Geografía Física de España dede Guillermo Bowles, que se había publicado en Madrid en 1775[63]. Entra dentro de lo posible que tuviera noticias de la segundaedición, que había sido editada en 1782 con una revisión de su hermano José Nicolás, el cual comentó también la edición italiana impresa en Roma al año siguiente[64]. Aunque Félix había visto a José Nicolás solo una vez, cuando lo visitó en Barcelona en 1765 de paso para su misión romana, es posible que recibiera noticias de ella y que la consultara al menos cuando preparaba la versión final del Viaje por la América meridional.

Azara convertido en naturalista

No sabemos que el ingeniero militar Félix de Azara se hubiera interesado por la historia natural antes de su llegada a América, aunque podría haber sucedido puesto que procede del mismo ambiente regional y social en el que se crió Ignacio Jordán de Asso (1742-1718), exactamente coetáneo de él, cofundador asimismo de la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País de Zaragoza, e interesado por la orictografía, la botánica y la zoología de Aragón al menos desde la década de 1770[65]. En todo caso, a ello tal vez se uniera que, como observó su primer biógrafo, “un espíritu activo que siente la necesidad de alimentar el fuego que lo anima se apodera en cierto modo de todo lo que le rodea”. Puesto ante las ruinas de Grecia –razona Walckenaer- se convertirá seguramente en arqueólogo o helenista, en Roma se hará latinista o artista, colocado al pie del Vesubio en vulcanólogo y en los Pirineos geólogo. De manera similar, si se encuentra “forzado a errar por las vastas llanuras y espesos bosques de América (...) resultará botánico o zoólogo”. Y como demostración de esta especie de determinismo circunstancial pone precisamente el ejemplo de los dos hermanos Azara, uno de los cuales, Nicolás residente en Roma, como embajador de España, se convirtió en “filólogo distinguido y un protector esclarecido de las artes y las letras”, y el otro, Félix “sin socorros, sin instrucción previa, pero con materiales de observación que se le ofrecían por todas partes, se llegó a colocar por sus solos esfuerzos en el primer rango entre los zoólogos”[66]

En la introducción de los Viajes por la América meridional el mismo Azara alude retóricamente a la génesis americana de su conversión en naturalista, en un texto que vale la pena citar ahora extensamente:

“Encontrándome en un país inmenso, que me parecía desconocido, ignorando casi siempre lo que pasaba en Europa, desprovisto de libros y de conversaciones agradables e instructivas, no podía apenas ocuparme más que de los objetos que me presentaba la Naturaleza. Me encontré, pues, casi forzado a observarla, y veía a cada paso seres que fijaban mi atención porque me parecían nuevos. Creí conveniente y hasta necesario tomar nota de mis observaciones, así como de las reflexiones que me sugerían; pero me contenía la desconfianza que me inspiraba mi ignorancia, creyendo que los objetos que ella me descubría como nuevos habían ya sido completamente descritos por los historiadores, los viajeros y los naturalistas de América (…) No obstante, me determiné a observar todo lo que me permitieran mi capacidad, el tiempo y las circunstancias, tomando nota de todo y suspendiendo la publicación de mis observaciones hasta que me viera desembarazado de mis ocupaciones principales”[67].

No sabemos exactamente cuando comenzó esa observación. Es posible que tal como indica en los Apuntamientos para la Historia Natural de los Quadrúpedos del Paraguay fuera hacia 1782[68]. Los primeros diarios parecen reflejar mayor interés por la geografía física y política del territorio, además de por el levantamiento de los mapas. En todo caso, en 1785 mostraba ya una gran capacidad de identificación de los animales que veía en los matorrales de las orillas de los ríos[69]. Pero su conversión en zoólogo no fue fácil. La dramática descripción que hizo de ello en el prólogo de los Apuntamientos para la historia natural de los páxaros permite comprobar los problemas de un aprendizaje autodidacta realizado al margen de cualquier apoyo o posibilidad de consejo. Había empezado a acopiar datos históricos y geográficos:

“Pero como esto no satisfacía enteramente mis deseos, comencé a observar, comprar, matar y describir los animales que veía, con el fin de que mis noticias aprovecharan a la historia natural. No solo esto, sino que careciendo de dibujante comencé a desollar y rellenar los pájaros y cuadrúpedos para enviarlos al Real Gabinete; pero viendo que la polilla y corrupción, a que propende mucho el clima, lo destruía todo, a veces en el mismo día, desistí del empeño y metí en aguardiente las especies menores, porque me persuadieron que así llegarían en buen estado a dicho Real Gabinete, adonde remití de seis a setecientos individuos”[70].

Cuando tuvo unos tres centenares de individuos le fue imposible continuar. Tal como él mismo escribe: “como mis descripciones seguían el orden de adquisición, cuando lograba un pájaro no podía asegurarme de si era nuevo o no hasta cotejarlo con todos”. Entonces vio la necesidad de separarlos en clases y familias, componiendo cada una con los que tenían muchos caracteres comunes. Los problemas que se le plantearon fueron enormes, y reproducen el itinerario que conduce de la observación de individuos singulares a la formación de grupos y a la necesidad de disponer de esquemas previos de clasificación. Sin duda, durante un tiempo su trabajo fue un amasijo de observaciones a las que era imposible dar algún sentido coherente. Walckenaer, que recogió el testimonio del mismo Azara, alude también a ello de forma sugestiva:

“Pronto sus descripciones se acumularon hasta tal punto que le fue algunas veces imposible reconocer si había o no descrito ciertas especies, y en la duda las describía varias veces. En fin, para descargarse de este inútil trabajo tuvo la idea de distribuir en grupos los numerosos individuos que había llegado a conocer. Dio a estos grupos los caracteres generales que había observado en todas las especies que los componían. Las descripciones de estas especies fueron por ello considerablemente simplificadas; su memoria se encontró aliviada y adquirió más habilidad en las observaciones y más claridad en la manera de redactarlas. No se dio cuenta de que inspirado por la necesidad y por un recto sentido, era el creador de un método sucesivamente inventado y combatido por dos hombre célebres, que ambos y cada uno han ilustrado su siglo y su país”[71].

Efectivamente, Azara se enfrentaba directamente y, al parecer, sin conocimientos previos a un problema de ordenar esa parcela que observaba del reino de la naturaleza. Lo que le conducía a la necesidad previa de métodos de clasificación. El esfuerzo por conocer la naturaleza significaba determinar el número de especies animales y vegetales identificados y clasificarlos de forma unívoca. Este esfuerzo venía de lejos y avanzaría de forma decisiva durante el siglo XVIII, que ha sido considerado por ello el siglo de las taxonomías y de “la denominación de lo visible”[72]. No era fácil la tarea, ya que, para empezar, había que ponerse de acuerdo sobre los criterios para una clasificación y descripción que fuera aceptada por todos. A mediados del siglo, la mirada a la naturaleza había cristalizado en dos perspectivas bien diferentes, que ponían énfasis, respectivamente, en la posibilidad de matematizar la naturaleza, y en la dificultad de hacerlo, por la complejidad de la misma. Ello llevaba también a dos formas de clasificación, una más abstracta y lógica, que conducía a un sistema de la naturaleza, y otra que tenía en cuenta la complejidad y ponía énfasis en la descripción. La primera fue la aproximación de Carl von Linné, en la que se destacaban los órganos de la reproducción como criterio clasificador. La segunda, que era la de Buffon, insistía en la necesidad de hacer “la descripción exacta y la historia fiel de cada cosa” y, por tanto, exigía tener en cuenta los rasgos completos que permitían caracterizar a un individuo animal, vegetal o mineral[73]

En todo caso, estando ya en América, “una feliz circunstancia” hizo a Azara poseedor de la traducción española de las obras de Buffon. Eso ocurrió bastante tardíamente, en 1796, gracias a los ejemplares que le facilitó su ayudante Pedro Cerviño[74]. Se dedicó con avidez a su lectura y comprobó que muchos de los especimenes que estaba observando y describiendo no aparecían en la obra del naturalista francés. También encontró muchos errores, y concretamente, que “buena parte de lo que es histórico se componía de noticias vulgares, falsas o equivocadas; que en lo general no se daba idea exacta de las magnitudes, ni de las proporciones; que se reunían a veces bestias diferentes, embrollándolas; que en ocasiones se multiplicaban las especies”. En ese momento su actitud repitió lo que ya antes había sucedido en América, empezando por uno de los primeros observadores de su naturaleza, Gonzalo Fernández de Oviedo. Enfrentado éste a la naturaleza americana, fue la obra de Plinio la que le permitió poner orden a las observaciones, aunque inmediatamente reconoció que lo que él observaba no aparecía en el naturalista de la época romana, lo que le llevó a completar y perfeccionar su obra, a la vez que le permitía tomar conciencia de su superioridad de él, Gonzalo Fernández de Oviedo (y con él los modernos), frente a un romano como Plinio, (y con él los antiguos)[75]

La obra de Buffon, de la que en 1751 los diputados de la Facultad de Teología de París habían condenado 14 proposiciones, había circulado subrepticiamente en España desde mediados de siglo; pero en 1773 se hizo ya un extracto por la Sociedad Vascongada de Amigos del País (que podría haber conocido Azara, ya que trabajó, como vimos, en el País Vasco y estaba vinculado con la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País de Zaragoza), y a partir de entonces fue más utilizada y citada, de manera que a fines de esa década la figura de este naturalista era muy alabada en España, a la vez que ampliamente utilizada por los naturalistas españoles[76]. Debe añadirse que en Roma el embajador José Nicolás de Azara era gran admirador del naturalista francés, a la vez que lector del Sisteme de la Nature del Barón de Holbach, al tiempo que buen conocedor y admirador de Voltaire[77]

En 1785 la Historia Natural de Buffon fue traducida al español por José Clavijo y Fajardo[78]. Azara confiesa que se dedicó con ahínco a estudiar dicha obra. En una ocasión afirma que “como yo no he leído otra obra que la de este último autor, en treinta y un volúmenes, con doce de suplemento, también de él sacaré las citas”[79]. En España el sistema linneano había empezado a difundirse ampliamente en la década de 1770 entre los naturalistas del Jardín Botánico y sería definitivamente adoptado en las expediciones científicas organizadas por el gobierno español en la década siguiente[80]. La trayectoria formativa y profesional de Azara actuó en ese momento. Si nuestro hombre hubiera estudiado en Madrid y hubiera estado ligado a los círculos del Jardín Botánico, es indudable que habría abordado la descripción de la naturaleza con el método de Linneo. Pero como no era naturalista, y se hizo tal primero de forma autodidacta y luego leyendo a Buffon, es natural que siguiera el método de éste; el azar desempeñó un papel importante en su opción. Frente a la clasificación como un fin en si mismo, Buffon insiste en la importancia de la descripción completa de los animales. Lo que Azara había ido realizando al parecer de forma excelente, después de los primeros ensayos. Azara, desde luego, no se consideraba botánico y por ello advierte que “no hay que pedirme caracteres de los vegetales, sino solo algunas noticias someras, tales como un viajero puede darlas”[81]

En algunos casos reconoce sus insuficiencias. Tampoco da por ello, más que ocasionalmente, los nombres botánicos de las plantas que describe, y muestra a veces dificultades para distinguir las especies y las variedades; por ejemplo, con referencia al maíz señala “yo no me acuerdo del nombre que se da a la cuarta especie”, que antes había descrito[82].Se nota, en cambio, su gran interés por los animales, y en especial los cuadrúpedos, de los que hace detalladas descripciones. Azara envió precisamente al traductor español de Buffon, sus primeras observaciones. Pero, “sea por ignorancia, sea indolencia”, escribe Walckenaer, Clavijo no hizo uso alguno de las comunicaciones de Azara, “y ni siquiera le contestó”. Ello no desanimó a nuestro ingeniero, que continuó con sus observaciones “procurando que sus descripciones se aproximaran a las de la Historia Natural de Buffon, único libro de que disponía”. Respecto a las descripciones de este autor, solo contaba con ellas y las láminas que acompañan a la obra, y no con el conocimiento directo de los especimenes, que solo se podía obtener con acceso a las colecciones de un gabinete de historia natural. Como dice el autor de esas líneas, “dadas las circunstancias que presidieron a la composición de las obras de Azara sobre Historia Natural, es fácil apreciar las cualidades y defectos que tienen”[83]

Las cualidades resultan evidentes: la frescura de sus observaciones, unido a la falta de prejuicios y al rigor de las mismas: “no puede desearse nada más exacto para las descripciones de forma, de más curioso y de más cierto en las costumbres y es imposible mostrar a la vez más sagacidad y paciencia, cualidades que son esenciales a un gran observador”[84]. Pero también los defectos, que se derivan del relativo aislamiento de Azara y, especialmente, del hecho de que inicialmente no estaba integrado en ninguna comunidad científica de naturalistas, ni siquiera con la española, como muestra la reacción de Clavijo. Por ello, advierte su biógrafo francés y editor de comienzos del XIX, “no habiendo tenido nunca comunicación con ningún naturalista ni visitado ninguna gran colección; no conociendo ni aun los animales de su país natal, pues solo se había dedicado a este estudio mientras que estuvo en América, le ocurre a veces hacer agrupaciones que no están en la Naturaleza y separar en géneros distintos especies que debían estar reunidas en el mismo género”. 

El objetivo de Azara a partir de cierto momento había pasado a ser completar la obra de Buffon, al que pensaba enviar las notas que iba reuniendo. Sin duda es cierto que, como dice su primer biógrafo, Charles-Athanase Walckenaer, Azara “olvidado en los desiertos, extraño a los progresos rápidos de las ciencias naturales, sin ninguna comunicación con el mundo civilizado”[85], había realizado importantes observaciones naturales en una situación difícil, añadiendo trabajo personal a su tarea de realizar los levantamientos cartográficos en un territorio muy vasto. El editor de sus Viajes no deja de aludir a ese hecho al señalar que “que él solo, sin ayuda observaciones, colecciones ni libros había hecho progresar inmensamente a las dos partes más importantes de la Historia Natural de los animales, la de los cuadrúpedos y las de las aves, y esto sin que se sospechara siquiera en Europa de su existencia”; y concluía, valorando encomiásticamente a su personaje: “aun se está muy lejos de darse cuenta de todo lo que las ciencias le deben” Lo que las ciencias le debían a comienzos del XIX era una gran cantidad de observaciones de animales de los que no se tenía noticias, y que él publicó en sus historias de los cuadrúpedos y de las aves, y retomó luego en su Viajes por la América meridional. En lo que se refiere a las aves, de las 448 especies que describe unas 200 eran totalmente nuevas y un gran número de las otras eran más exactas que las existentes o dando noticias y detalles sobre las costumbres no obtenidas antes por nadie[86]

De hecho, en muchos aspectos, Azara iba recorriendo personalmente el itinerario que la ciencia natural había tardado décadas en recorrer. En efecto, como observó su editor, “la dificultad de explicar ciertos hechos de que sus propias observaciones no le daban la solución le condujo a veces a sistemas parecidos a los imaginados en la infancia de la ciencia, y que nuevas luces, después de mucho tiempo, han hecho desaparecer”[87]. Su mismo relativo aislamiento y ausencia de integración en la comunidad científica de los naturalistas, le permitía echar una mirada nueva sobre lo que observaba, prescindiendo de las ideas dominantes en el momento. No tenía prejuicios científicos, y la observación personal dominaba. Eso explica “la rudeza de su estilo, ya por sí extraño a las formas que la costumbre social europea considera como indispensables”[88]

De todas maneras, ese aislamiento científico ha de relativizarse. Ante todo, Félix de Azara pertenecía al Cuerpo de Ingenieros Militares, una corporación técnica de alto nivel, que hizo aportaciones científicas relevantes[89]; y había sido integrado en el cuerpo de oficiales de marina, que tuvo también una alta formación científica. Por otra parte, si Asunción quedaba muy alejada en el interior del continente americano, Buenos Aires era desde 1776 una capital virreinal y a ella llegaban muchas noticias. Por eso no ha de sorprender que Azara pudiera hacerse en dicha ciudad con la edición española de Buffon y con la francesa, con sus suplementos. Por otra parte, por allí pasaban viajeros, entre otros, los de la expedición Malaspina; y entre ellos el naturalista Antonio de Pineda, que conoció las observaciones de Azara, y le animó a continuar[90]

Para valorar y matizar el pretendido aislamiento de Félix hay que recordar, finalmente, que familiarmente estaba muy bien relacionado: su hermano mayor era embajador en Roma y confidente del ministro Manuel de Roda, y otro hermano, benedictino, había sido nombrado en 1788 obispo de Ibiza y en 1794 de Barcelona, donde lo fue hasta su muerte en 1797. De alguna manera, Azara pretendió también integrarse en la red de recolectores de especímenes para las colecciones reales en Madrid. Hemos visto que reunió especimenes que envíó a la Corte, con la pretensión de que pudieran se útiles al Gabinete de Historia Natural, aunque sin que al parecer sirvieran de mucho, ya que en una ocasión afirma que “no ha aprovechado para nada lo que he enviado”[91]

No sabemos si eso sucedió por animadversión de los naturalistas madrileños, como a veces se pretende, o simplemente por el hecho de que los envíos estaban mal realizados, sin tener en cuenta las normas de conservación que se habían dado para ello. Fue a su vuelta de América, y especialmente durante su estancia en París cuando anudó relaciones estrechas con ilustres naturalistas como Georges Cuvier, Étienne Geoffroy Saint-Hilaire, Charles-Athanase Walckenaer, apoyado sin duda para ello por su vínculo fraternal con el embajador de España en la capital francesa. El examen de especimenes de las ricas colecciones del Museo de Historia Natural le permitió completar y matizar sus observaciones, rectificando errores que antes había podido cometer, y que no duda en reconocer, “yo veo ahora que me equivoqué en el juicio que había formado a este respecto, y en la crítica que puede verse en mi obra española sobre los cuadrúpedos”, escribe en una ocasión; “muchas razones me llevan a dudar de mi aserto”, dice en otra; como asimismo afirma: “pero debo confesar con franqueza que actualmente creo lo contrario”. Es cierto que en otros muchos casos se reafirma en su opinión anterior[92], y que al mismo tiempo señaló abiertamente los errores que pensaba había cometido Buffon, aunque comprendiéndolos: “no me sorprende nada que un naturalista tan hábil y exacto haya podido caer en semejante error”[93].

Tampoco duda a veces en disentir de Linneo[94]. El lenguaje en que se expresa Azara es el de la precisión. Su presentación, ya lo hemos visto, tiene siempre las pretensiones de la objetividad. En esas declaraciones enfáticas sobre la exactitud de sus observaciones aparece una y otra vez lo que Pimentel ha llamado la “retórica de la objetividad y la verdad”. Una retórica que aparece confirmada por las declaraciones sobre su desconocimiento de otros hechos, para los que confiesa no tener preparación. Son muchas las ocasiones en que se excusa de sus posibles errores y carencias. Así con referencia a los insectos estima que no le es posible dar una descripción exacta y completa por el elevado número de especies y lo pequeños que son, pero que, además, eso sería más difícil para él porque “no he leído nada de lo que los demás han escrito sobre esta materia”; por ello, “no he de hacer más que lo que pueda, es decir, daré observaciones sobre algunas especie, me contentaré con nombrar otras, y olvidaré, en cierto modo, la mayor parte”[95]; con referencia a las abejas afirma: “yo no tengo bastantes conocimientos para establecer una buena división entre ellas, y me limitaré a decir lo que sé”. 

En realidad, como en otros casos, podemos preguntarnos hasta qué punto era verdaderamente objetivo. En realidad, miraba lo que había de mirar como Comisionado, y como funcionario del gobierno preocupado por introducir mejoras en el gobierno de aquellas tierras. En general, se observa lo que se busca, y se interpreta de acuerdo con los esquemas con los que se sale. Azara fue sin duda un geógrafo y un naturalista, pero miró el territorio con las enseñanzas que había recibido en la Academia de Barcelona; y en cuanto al mundo natural lo miró a partir de cierto momento con ojos buffonianos, lo que significa en ambos casos unos sesgos muy concretos. Son también los ojos de la erudición histórica, a través de sus investigaciones en los archivos, de los que recogió materiales de gran valor. Y por su capacidad para pasar de las descripciones territoriales y naturales a las de los grupos sociales, se convirtió asimismo en un etnógrafo, y por eso los antropólogos lo reconocen igualmente como uno de los suyos.

La publicación de las obras

La historia de la publicación de las obras de Félix de Azara es significativa de los problemas relacionados con la difusión de la ciencia. Y de las cuestiones referentes a la preparación de los materiales para la publicación, que implican, a veces importantes procesos de transformación, e incluso de manipulación. La primera de las obras de Azara que se publicó en Francia se hizo, según declaró más tarde, sin contar con su permiso. Se trata del estudio sobre los cuadrúpedos, que envió a su hermano Nicolás. La explicación que dio luego de ese episodio es ésta: “Yo había tomado notas sobre los cuadrúpedos de estas regiones; pero no sabiendo si merecían que se les hiciera caso, las mandé a Europa, para someterlas, en particular, al juicio de algún naturalista”, a pesar de que pensaba seguir trabajando en ellas; “no obstante se publicó la obra en francés incompleta como estaba, sin comunicármelo y contra mi voluntad”. Efectivamente, fue publicada por M. L. E. Moreau de Sanit Méry, amigo del embajador y por encargo de él, con el título Essais sur l’histoire naturelle des quadrupèdes de la province du Paraguay (1801), obra que contribuyó a darle a conocer en los círculos de naturalistas parisienses e internacionales. Podemos dudar de la interpretación que más adelante dio de ello Azara, cuando era ya conocido y cuidaba de su imagen como científico. El episodio es simplemente una prueba de la influencia de su hermano y de que en aquellos años eran grandes las demandas de informaciones sobre América, tanto por razones científicas como políticas. Era mucho lo que estaba en juego en los años finales del XVIII e inicio del XIX, con el enfrentamiento entre Francia y Gran Bretaña y la consolidación de la independencia de los Estados Unidos. La demanda de materiales americanos era muy grande.

Sin duda era una “súbita revolución” (como la denominó el editor de Azara), lo que se había producido en lo referente al conocimiento que en Europa se tenía de América. Era consecuencia de “las grandes sacudidas” que habían agitado a Europa y al mundo desde el año 1789.
Los años finales del XVIII y principios del XIX fueron testigos de las profundas convulsiones generadas por la Revolución Francesa y el acceso al poder de Napoleón. El imperio español se veía amenazado, y durante algunos años las provincias americanas estuvieron prácticamente aisladas de la metrópoli por el bloqueo británico. América interesaba por muchas razones, especialmente en Francia, que había aumentado su influencia sobre España y podía pensar en nuevos proyectos americanos. En ese contexto la información sobre América era muy bien recibida en París. Lo que explica los apoyos y el interés por las publicaciones de los trabajos de Azara y, más tarde, de Humboldt.

Al volver a España, Azara pudo publicar en 1802 “la parte de sus trabajos que podía imprimir sin permiso de la Corte, es decir la historia de los cuadrúpedos y la de las aves”[96], en dos obras dedicadas a su hermano Nicolás.

La edición de los Viajes por la América meridional de Azara resulta muy interesante. Hay un estímulo previo de un editor, Dentu, que conocía sin duda la demanda de noticias sobre el continente americano. Debe señalarse asimismo la colaboración con el ingeniero y naturalista Charles-Athanase Walckenaer (1771-1852). Azara hubo de finalizar la redacción y resolver el problema de las ilustraciones, tanto en cuanto a mapas como a especimenes naturales, e incluso enviar un retrato, materiales que habían de ser grabados antes de la impresión. Al autor le había sido imposible hacer dibujos de las aves y conservar y transportar los animales que describía. La advertencia preliminar de Charles-Athanase Walckenaer alude a muchos añadidos suyos, a las noticias que ha reunido, e incluye una serie de cartas que muestran el interés de Azara por ser conocido y reconocido por el público científico europeo. El relato de Azara, que tenía un apellido ilustre en Europa gracias a la obra de su hermano Nicolás, resultaba, ya antes de la publicación, muy atractivo, lo que explica el interés del editor. La paz de Basilea y el tratado de San Ildefonso habían sellado la alianza de España con la Francia republicana, y Azara se benefició de ello durante su estancia en París. Pero el libro aparecería en momentos difíciles, con la Monarquía española sometida a Francia y coincidiendo con el estallido de la guerra de liberación contra los franceses. Después de la muerte de Azara la publicación de sus obras inéditas se inició ya en el mismo siglo, en especial de las descripciones “geográficas, políticas y civiles" de aquellas regiones. Tras los Viajes por la América meridional (traducidos pronto al alemán, italiano en inglés, así como al español por Bernardino Rivadavia, Montevideo 1845-46, y solo mucho más tarde por Francisco de las Barras, en 1923) vendrían las Memorias sobre el estado rural del Río de la Plata en 1801 y otros informes, 1843; la Descripción e Historia del Paraguay y del Río de la Plata (1806), 1847; los Viajes inéditos de Don Félix de Azara desde Santa Fe a los pueblos de la Asunción, al interior del Paraguay y a los pueblos de Misiones, 1873; la Geografía física y esférica de la Provincia del Paraguay y Misiones Guaraníes (1790), 1904, y otras[97]. Un esfuerzo editor que todavía debe ser completado con la publicación de los materiales inéditos o parcialmente publicados, que existen en los archivos europeos y americanos.

La visión que un europeo contemporáneo gustaba recibir sobre una labor como la de Azara es que se había ocupado “en ensanchar los límites de las más interesantes porciones de los conocimientos humanos, luchando para ello con la Naturaleza, los animales feroces y el hombre salvaje, más terrible aun”[98]. Hasta que Humboldt no publicó sus relatos del viaje americano, muchos europeos gustaban de imaginar a los indios americanos como perezosos o feroces, y algunos se atrevían incluso a cuestionar los relatos de los cronistas españoles acerca de las civilizaciones azteca e inca. Esos nativos del Río de la Plata seguirían siendo indómitos todavía tras la independencia de Argentina, y para someterlos emprendió el General Roca la llamada Conquista del Desierto en una fecha tan tardía como 1874[99].

La imagen que se quería dar de aquellas tierras lejanas podía servir para mostrar que hasta ellas se extendían los vicios de la civilización. Por eso en la edición de los Viajes de Azara el editor advierte que “es necesario aun desengañar a los corazones sensibles y las imaginaciones ardientes de su última ilusión, mostrándoles que en los extremos del mundo y hasta en los desiertos se encuentran opresores envidiosos y pérfidos”[100]. Son los que le impidieron el acceso a los archivos de la ciudad de Asunción, en donde se conservaban documentos que el ingeniero había empezado a consultar, y los que por envidia acusaron a Azara de traición y al parecer quisieron atribuirse el fruto de su trabajo[101]. Habría que conocer en profundidad la veracidad de todo ello, si fue una interpretación de Azara para entender su larga expatriación y valorar su propia obra, o si correspondía a una interesada interpretación de un francés contra las autoridades virreinales, en un momento (recordemos 1809) en que el dominio español en América era puesto en cuestión y otros países aspiraban a sustituirlos. Desde luego, encajan mal esas acusaciones con las delicadas comisiones que le dieron a Azara, como reconocer la costa de Patagonia y, sobre todo, el mando de la frontera con Brasil, visitar los puertos del virreinato y levantar el plan de defensa para el caso de ataque inglés, dirigir la colonización de las fronteras de Brasil gestionando el levantamiento de las nuevas villas de San Gabriel de Batovi y de la futura La Esperanza, en la región del río Ibicuí, para instalar a las poblaciones que habían llegado en 1778 para poblar Patagonia[102].

Cuando se le permitió volver finalmente a España en 1801 había pasado dos décadas en América. El mismo Azara, una vez ya en Europa, valoraba así esos años, en la dedicatoria que hizo a su hermano de una de sus obras: “sin haber jamás llegado a ningún empleo notable, sin haber tenido ocasión de darme a conocer ni de ti ni de otros, he pasado los veinte mejores años de mi vida en los confines de la Tierra, olvidado de mis amigos, sin libros, sin ningún escrito razonable, continuamente ocupado en viajar por desiertos y espantosos bosques, casi sin ninguna sociedad mas que la de las aves del aire y los animales salvajes”[103]. Una imagen que, independientemente de su veracidad, contribuía a valorar todavía más su obra, a la vez que resultaba muy grata a los europeos de la época.

Se instaló en Paris en 1802, hasta que murió su hermano al año siguiente. Luego volvió a España y tras renunciar al cargo de virrey de México, que parece se le propuso, fue nombrado miembro de la Junta de Fortificaciones y Defensa de ambas Indias. En esa función desplegó una gran actividad realizando informes sobre los asuntos de Paraguay y Río de la Plata, especialmente acerca del estado rural del virreinato, la formación de un nuevo pueblo en el punto donde se unen los ríos Diamante y Atuel, la nueva constitución de tropas propuesta por el virrey, el gobierno y libertad de los indios guaranís y tapis, la petición de tropas para contrarrestar a los portugueses, los tabacos del Paraguay, y sobre la formación de milicias urbanas, todos los cuales han sido oportunamente publicados por Manuel Lucena y Alberto Barrueco[104]. En ellos, al igual que en los informes que anteriormente había hecho para varios virreyes, aparece una y otra vez el Azara vinculado al reformismo ilustrado y a las Sociedades de Amigos del País, preocupado por las reformas de la administración de Indias, por asegurar la defensa frente a los portugueses y otros enemigos, por el poblamiento de los campos, por los métodos para asegurar la reducción de los indígenas y la necesidad de partir de un conocimiento preciso de su organización y características. También aparece su pluma crítica acerca de la ignorancia de algunos funcionarios, de las propuestas que solo buscaban defender sus intereses, y la preocupación por la conservación de unos territorios cuya separación de España ya empezaba a prever y pudo llegar a conocer antes de su muerte, sin duda con gran dolor[105].

Azara y la disputa del Nuevo Mundo

La íntima frecuentación de la obra de Buffon permitió a Azara conocer las ideas de aquel sobre la inferioridad del medio americano. Y le llevó, por tanto, a participar, de alguna manera, en lo que se ha denominado la disputa del Nuevo Mundo. La idea de que América tenía una naturaleza de calidad débil e inferior a la de Europa se difundió ampliamente a partir de mediados del siglo XVIII, y dio lugar a una apasionada disputa que ha sido magníficamente documentada por Antonello Gerbi. La tesis de la debilidad, inmadurez o inferioridad del continente americano encontró su más clara formulación en Buffon, que centró la atención en las especies animales; aunque otros muchos autores contribuyeron también a darle forma, entre los cuales Cornelius De Pauw y el filósofo G. W. F. Hegel[106].

Pero bien pronto en la misma América se levantaron voces contra esta interpretación, considerando que era una difamación, y el mismo Gerbi ha mostrado la amplitud de dicha reacción. Por el conocimiento del medio americano y por su relación con intelectuales criollos Azara había de advertir dichas reacciones. Y sus reservas se perciben cuando se leen cuidadosamente sus escritos. En varios pasajes Azara parece aceptar la tesis de la mayor debilidad de los seres vivos americanos, influido por la ideas que existían al respecto. Por ejemplo, con referencia a las aves de rapiña americanas observa que “no son tan feroces ni tan carniceras como las otras” del Viejo Mundo. Pero en seguida se percibe que no considera la tesis de la inferioridad de la naturaleza americana como la única explicación. Así, tras las palabras anteriores escribe: “no es fácil saber si obran así por consecuencia de la flojedad natural que puede producir el clima de América o porque les sea demasiado trabajoso cazar en país tan cubierto de vegetación”[107].

En realidad, lo que Azara hace es convertir la idea de la debilidad del medio americano en una de las hipótesis de trabajo. En una ocasión, tratando de las aves de rapiña y tras observar que no son tan carniceras como en Europa, expone, de hecho, tres hipótesis explicativas diferentes: “sea que participen de la indolencia común a todos los seres animados del mediodía de América, sea que tengan el natural más dulce, sea, en fin que encuentren mayores dificultades para cazar en parajes cubiertos de bosques y matorrales apretados y espesos”[108].

También observa que “un natural pacífico, dulce e inocente parece haber sido la herencia de las aves de los países poco poblados, como el Paraguay, donde gozan de una libertad plena”; la mayor parte de ellas “carece de la previsión y medios necesarios para evitar las trampas de los hombres”. A pesar de lo cual “las hay, no obstante, que conservan la misma desconfianza que sus semejantes de Europa: nueva prueba de que estas disposiciones dependen más de un sentimiento que del clima o de toda otra circunstancia local. A esta misma causa moral atribuyo yo –concluye- las cualidades sociales de las aves”[109].

Azara trata también de explicar la razón de que las aves no insectívoras sean en Paraguay más raras que las otras. El motivo sería que “miríadas de insectos pululan bajo los climas cálidos de América, mientras que los granos son raros, y de aquí resulta que el fondo general del alimento de las aves se compone comúnmente de insectos”[110].

Lo que implicaba, sin duda, aceptar la existencia de una adaptación al ambiente. En varias ocasiones hace referencia también a la degeneración de plantas, pero en seguida se ve que esto no lo considera un resultado de la influencia del medio americano, sino del hecho de que no se renovaran las semillas que se utilizaban para el cultivo, como en el caso del trigo cultivado en Paraguay[111].

En algunos pasajes se declara decididamente contrario a la idea de la degradación de las especies en América. Así en un pasaje en el que escribe: “parece que algunas personas creen que el continente americano no solo disminuye el tamaño de los animales, sino que además es incapaz de producirlos de la talla de los del antiguo mundo”. Él por su parte, señala que el jaguarete es el más fuerte de toda la familia de los gatos y no cede a ninguno otro por el tamaño, que tres de los ciervos que describe no ceden ni a los ciervos ni a los corzos de Europa, ni el aguará-guazú al lobo ni al chacal ni a otros animales. Y a continuación escribe: “si los monos que describo no se aproximan a los africanos, ni los curés al jabalí, en cambio mis hurones exceden a los de África, así como las martas y las fuinas; la nutria no es inferior a la de Europa”, etc. Y concluye con una afirmación que enlaza con las que autores como el padre Las Casas y otros cronistas de Indias habían podido hacer ya al comienzo de la Conquista: “Y sobre todo, las razas o especies de hombres de la más alta talla, de formas y proporciones más elegantes que haya en el mundo se encuentran en el país que describo”[112].

Azara y Humboldt. La armonía de la naturaleza y la Física del Globo

La peculiaridad del trabajo que Azara realizó respecto al que efectuó Humboldt era que mientras este último estaba plenamente integrado en la comunidad científica internacional y había diseñado su proyecto en relación con problemas relevantes de la ciencia europea del momento, Azara hizo sus observaciones de historia natural de forma absolutamente personal y desconectado al principio del mundo científico europeo. Hay muchas cuestiones que no aparecen entre sus preocupaciones y que en otro contexto y con otras bases científicas habría sin duda observado. Por ejemplo, la armonía de la naturaleza. Por ello no recorrió el camino que conducía a la física del globo, y que siguió Humboldt, al igual que Mutis y otros que partían de la ciencia de su época. El viaje americano de Humboldt fue un paradigma de la expedición personal con objetivo previo, financiada por un particular, pero que solo fue posible por las facilidades que le dieron las autoridades españolas metropolitanas y virreinales. El de Azara en cambio es otra modalidad, y responde a un encargo específico del gobierno, que cumplió estrictamente, pero al que añadió diferentes intereses y preocupaciones personales, que finalmente llegaron a constituir un programa científico. Humboldt tenía una excelente formación científica como naturalista, había preparado con gran cuidado su expedición, y fue a América con un proyecto científico bien definido, que trataba de encontrar las interrelaciones entre fenómenos diversos: “mis ojos deben estar siempre fijados sobre la acción combinada de las fuerzas, la influencia de la creación inanimada sobre el mundo animal y vegetal, sobre esta armonía”, escribió el mismo día que se embarcaba en la Coruña para iniciar su viaje americano, el 5 de junio de 1799[113]

Azara, en cambio, fue definiendo su proyecto científico una vez en América, poco a poco; primero a partir de las instrucciones que recibió como comisionado, y que le conducía a la geografía. Luego a partir de sus intereses personales, confirmados y potenciados por la lectura de Buffon. También en la relación con otros estudiosos, como Pineda. Finalmente, ese proyecto intelectual acabó de perfilarlo en Madrid y en Francia en relación ya con el mundo científico español y francés. Azara estuvo en París desde 1802, y abandonó la ciudad en 1804. Por muy poco no coincidió con Alejandro de Humboldt en París. El naturalista alemán había abandonado la América española el 29 de abril de 1804, dirigiéndose a Filadelfia, donde permaneció tres meses y tuvo ocasión de entrevistarse con el presidente Jefferson y altos funcionarios gubernamentales norteamericanos a los que suministró deslealmente una valiosísima información que la liberalidad de las autoridades virreinales españolas le habían permitido acopiar. El 9 de julio partió rumbo a Europa, y el 27 de agosto se instaló en París, en la calle de los Agustinos en el Fauburg Saint Germain, dedicándose a la elaboración de sus materiales y a preparar la edición de sus obras americanas. En 1807 y 1808 la casa Shoell, Dufour, Maze y Gide de París empezó a publicar la edición monumental del Voyage aux régions equinocciales du Nouveau Continent, cuyos treinta volúmenes irían siendo elaborados y publicados durante las tres décadas siguientes[114].

Es indudable que de haber coincidido en París habrían trabado relación, ya que ambos tenían mucho que contarse. Humboldt habría estado interesado en conocer de un observador privilegiado las regiones meridionales que no había podido visitar, y cuya edición francesa del viaje no dejará de citar en obras posteriores. Y seguramente Azara habría enriquecido su perspectiva e introducido nuevas preguntas a los materiales que había reunido. Por ejemplo, preguntas en relación con las interrelaciones entre los fenómenos físicos de diverso orden, que constituían un aspecto esencial del proyecto de Humboldt desde su misma partida, y que le impulsaban a crear lo que llamó la Física del Globo[115].

Todo eso que Humboldt pretendía –el estudio de las interrelaciones, el camino que llevaba de la armonía de la naturaleza a la física del globo- estaba también presente de una forma o de otra en la ciencia hispana. Pero lo estaba entre los naturalistas vinculados a las expediciones científicas y al Jardín Botánico (Mutis, Caldas, Cavanilles, Simón de R. Clemente). Azara no se había relacionado con ellos antes de partir, y no sabemos si lo hizo a su vuelta, y tal vez por eso no encontramos en él esas preocupaciones. Tampoco sabemos si se relacionó con geógrafos como el Coronel de Caballería Manuel de Aguirre, que había publicado en 1781 una notable obra geográfica y había desarrollado una importante tarea crítica pero que, atemorizado por los sucesos de la Revolución francesa y su reacción en España, se dedicaba a escribir obras de caballería. O con el geógrafo Isidoro de Antillón, con el que sin duda le habrían unido el interés por la geografía y los mismos ideales políticos liberales.

El camino hacia el darwinismo

Azara hizo numerosas aportaciones a la historia natural, que han sido ya bien señaladas tras el primer trabajo de E. Álvarez López en 1934. Dichas aportaciones se refieren a la distribución espacial de las especies, así como a las variaciones de los animales en libertad y como animales domésticos. Reconoce la existencia de un aprendizaje en las especies animales, aunque también insiste mucho en la importancia de la herencia: en una ocasión tras anotar unos rasgos de las avispas indica: “este hecho nos induce a pensar que muchas cosas que observamos en los diferentes seres no son únicamente efecto de la educación, como podría creerse, sino que están grabadas en los individuos desde el vientre de sus madres”[116]. Si indagamos en la obra de Félix de Azara podemos observar una actitud que está avanzando ya decididamente hacia la biología evolucionista que triunfará a mediados del siglo XIX. Nuestro ingeniero se encuentra a medio camino en la vía que lleva desde las ideas que dominaban en 1750 sobre el orden de la naturaleza en términos de armonía preestablecida por el Creador, y que conducía hacia las ideas evolucionistas que se formulan claramente en El origen de las especies (1859) de Darwin. El camino hacia las concepciones evolucionistas no fue fácil, ya que ponía en cuestión las ideas sobre el orden del mundo establecido por el Creador. En 1732 Linneo había iniciado su Genera plantarum con estas palabras: “Hay tantas especies cuantas formas distintas creó desde el principio el Ser Infinito”. La creación y desaparición de especies animales y vegetales era inconcebible porque suponía cuestionar el plan perfecto de la creación. Y cuando los naturalistas empezaron a reconocer la existencia de relaciones tróficas entre las diferentes especies, y entre éstas y el medio ambiente, el orden natural de las interacciones entre las especies no era el resultado de las relaciones entre ellas, sino el principio añadido por el Creador para mantener la “economía de la naturaleza”. Era Dios el que había puesto una proporción que las especies en su interacción estaban destinadas a mantener[117].

Además, la separación entre las especies podía verse dificultada por la aceptación de la gran cadena del ser, es decir, las transiciones insensible por las que la naturaleza pasa de uno a otro ser, lo que era aceptado por Buffon. El convertirse en buffoniano seguramente ayudó a Azara para situarse en una de las vías que conducían al evolucionismo. Desde hace tiempo se ha llamado la atención sobre el hecho de que la aceptación de la existencia de grados intermedios y de diferencias imperceptibles entre las especies implicaba una nueva forma de mirar la naturaleza. A partir de ahí, como escribió Ernst Cassirer, “no queda otro remedio sino que el pensamiento persiga todos esos tránsitos finos y delicados, que se ponga él también en movimiento para representar el movimiento de las formas naturales”. Animales de un continente inexistentes en el otro, cambios insensibles en los individuos y en las especies, especies menos perfectas que pueden desaparecer, todo ello conducía insensiblemente a aceptar un mundo con mayor movimiento y cambio de lo que hasta entonces se había aceptado. Como ha escrito el mismo Cassirer, con Buffon “se prepara el tránsito a una visión de la naturaleza que tratará no ya de derivar y hacer comprensible el devenir partiendo del ser, sino el ser partiendo del devenir”[118].

Azara se sitúa también en esta vía, por su propia capacidad de observación y por su aceptación de las ideas de Buffon. Es plenamente consciente de las relaciones entre presa y depredador o entre huésped y parásito, así como de las relaciones tróficas entre las especies herbívoras y carnívoras; y a partir de ahí llega al problema del equilibrio de la naturaleza, y a los mecanismos de adaptación a situaciones ambientales diversas[119]. De todas maneras, su pensamiento es todavía fragmentario, y a veces contradictorio. Seguramente es el resultado de que no tenía preguntas previas, sino que a partir de las observaciones concretas que realizaba iba haciendo inferencias razonables para cada caso. En lo que se refiere al clima, aunque seguramente tenía una idea clara de las relaciones entre éste y las características biogeográficas, a veces advierte que su influencia es reducida, sin que pase más allá de esa constatación. Por ejemplo, en alguna ocasión a partir de la existencia de rasgos similares en ciertas especies animales, como en el caso del aguarachay, estima que “se puede concluir que el clima no tiene sino muy poca o ninguna influencia, porque el aguarachay es el mismo en toda América, desde el estrecho de Magallanes hasta el polo ártico, aunque en general el zorro varíe mucho en sus colores”[120].

Más importancia parece conceder a las relaciones tróficas. Observando las aves de rapiña se da cuenta de que en América se encuentran en la proporción de 1 a 9 con las otras, mientras que en Europa y en el resto del Globo estarían, según Buffon, en la relación de 1 a 15. Es decir, que “en el Paraguay existen, a proporción, muchas más especies carniceras”. Lo cual plantea un problema ya que debería conducir a un desequilibrio entre las aves de rapiña y las otras, lo que no ocurre en aquellas tierras. El equilibrio se conserva “porque la mayor parte de las aves que la Naturaleza ha destinado a vivir de presas no se arrojan sobre las otras aves, y se alimentan de sapos, ranas, serpientes y lagartos, etcétera, y no hay ninguna que no coma insectos”[121].

Así pues, relaciones tróficas específicas contribuyen a mantener el equilibrio entre las especies, en un ambiente concreto de gran riqueza alimenticia. Al mismo tiempo, en otros casos, también reconoce lo que podríamos considerar adaptaciones de los animales a condiciones ambientales. Así con referencia a algunos cuadrúpedos, como el mborebi, el ñurumi, el yaguaré, los fecundos, el cuiy y los tatuejos, estima que “no tienen ninguna analogía con los del antiguo continente, y no pueden tenerla porque todos están casi sin defensa y sin recursos contra las persecuciones del hombre y solo pueden existir en países desiertos”[122].

En algunos momentos acepta plenamente que hay adaptaciones de las especies a las condiciones naturales, para asegurar la supervivencia. Hablando de las víboras, por ejemplo, y tras comparar unas especies y otras escribe que “parece que la actividad del veneno está en razón inversa de su tamaño, porque el de la especie mayor no es siempre mortal y el de la más pequeña lo es siempre”. Y a continuación estima que “parece también probado que esa actividad está en razón directa de la agilidad de estas víboras, porque las menos ágiles son más venenosas que la más ligera”; y concluye: “en efecto, parece natural que la especie menos ágil tenga un género de defensa más eficaz”[123].

Es decir, que podríamos interpretar que de alguna manera, se han producido adaptaciones de las especies en la lucha por la vida. Como era habitual en su época, Azara aceptaba que el mundo había sido creado por Dios. Y son muchas las ocasiones en las que afirma que determinado fenómeno “es tan antiguo como el mundo y que ha salido tal cual es de la mano del Creador”[124]. En ese contexto el mundo, además, estaba regido por la providencia divina. Azara no podía cuestionar el providencialismo[125]. Pero da un paso decisivo al convertirlo en una hipótesis entre otras. Con ello pudo hacer observaciones que se adelantaban a su tiempo, y que estaban en la vía que seguiría luego Darwin. La cuestión del origen de los animales le preocupó ampliamente. Y llegó a formular explícitamente la tesis de la creación simultánea de ciertas especies en lugares distintos, así como, lo que tenía mayores implicaciones, la creación sucesiva de algunas de ellas. Un párrafo en el que discute los problemas de la distribución de la hormiga cupiy resulta, me parece, muy significativo. El hecho de que aparezca en lugares muy alejados le lleva a plantear la cuestión de la difusión en esos territorios. Con referencia a ello observa:

“se evitarían muy cómodamente todas estas dificultades si se pudiera creer que todos los insectos, cada uno en su especie, no proceden originariamente de una sola y única pareja, sino de varios individuos idénticos que nacieron en lugares alejados unos de otros, donde se han multiplicado sucesivamente. Así, por ejemplo, las arañas, los grillos, las hormigas, etc. de Europa, deben su origen a insectos de su especie que nacieron en esta parte del mundo, y los de la misma especie que se encuentran en América deben su origen a individuos idénticos nacidos en el país mismo. Se puede decir otro tanto de los que se encuentren en cualquier parte del mundo, sea la que sea, en islas o en regiones tan alejadas las unas de las otras que no se encuentra ninguno en el intervalo que las separa”[126].

Siguiendo esas ideas, acepta que algunas especies de insectos, como los cupiys por ejemplo, “provendrían de mil individuos idénticos primitivamente, aunque de diferente origen, y lo mismo sucedería con las otras especies, a proporción”. El tema de la difusión de las especies le ocupó repetidamente, especialmente con referencia al paso de un continente a otro de diversas especies animales que se encuentran en áreas muy alejadas (por ejemplo, al extremo norte y al extremo sur de América), sin que existan ejemplares o restos en las áreas intermedias. Azara examinó la tesis de que todos los cuadrúpedos tienen su origen en el Viejo Mundo, de donde pasaron a Europa. La mayor parte de los cuadrúpedos que estudia presentan una serie ininterrumpida de norte a sur, “serie que parece indicarnos el camino seguido”. El problema de porqué algunos no se encuentran en el antiguo continente puede recibir una respuesta clara: “que el hombre los ha exterminado”. A ello hace varias objeciones: que algunos no han podido hacer un viaje tan largo “vistas su pereza y su poltronería excesivas”; que la transmigración de alguna especies parece imposible porque no entran en el agua o no se desplazan mucho, o porque no salen de sus habitaciones subterráneas bajo la arena y por tanto –pregunta- “¿dónde encontrarán un camino de arena pura de varios miles de leguas, que le haría falta?”. También observa que algunas especies están solo al sur del paralelo 26º de latitud, lo que parece imposible de armonizar con el paso de un continente a otro, especialmente porque no hay ningún rastro de ellos en el largo camino que habrían debido seguir de norte a sur. “Si para resolver esta dificultad se supone que los continentes estaban unidos por la parte sur y que es por allí por donde se ha verificado el paso, caemos en los mismos inconvenientes, porque ninguno de estos animales existe en África”[127].

Estima que podría ser equivocado creer que los dos continentes hayan tenido nunca comunicación alguna antes de la llegada de Colón a América. Todos esos argumentos, y otros que aduce y examina le llevan a pensar “que cada especie de insecto y de cuadrúpedo no procede de una sola pareja primitiva, sino de varias idénticas creadas en los diferentes lugares en que hoy los vemos” De todas maneras, conviene advertir que su pensamiento sobre la unión de los continentes no parece que fuera muy firme. En otra ocasión, discutiendo la idea de Buffon de que en América solo se encontraban los pájaros europeos que podían resistir los fríos del norte, por donde los continentes estaban próximos, presenta de forma clara una alternativa diferente. Frente a la tesis del naturalista francés reflexiona: “pero veremos con frecuencia en este país [Paraguay] pájaros de Europa, África y Asia de los que no sufren tal frío, ni han podido atravesar los mares actuales, ni venir por donde dice [Buffon], sino por otra parte más meridional, donde antiguamente estarían muy cercanos y tal vez unidos los continentes”[128].

Son varias las veces que Azara alude al tema del poligenismo zoológico. Por ejemplo, respecto a los cangrejos del Paraguay, los encuentra a veces separados por varias leguas, “y como no se puede concebir que estos animales hayan pasado de un paraje a otro, se debe más bien presumir que los que habitan en cada llanura diferente han tenido igualmente un origen distinto, aunque se parecen por sus colores, su tamaño y su manera de vivir. Con mayor razón debe creerse que estos cangrejos no descienden de los de Europa”[129].

Los peces de los ríos, no se encuentran en el mar, y “por consecuencia han sido creados en los ríos”[130]. Eso viene apoyado por otras reflexiones que, a su vez, tienen en cuenta las relaciones tróficas entre las especies. Escribe en concreto: “En efecto, si la creación que concierne a la zoología hubiera sido instantánea y de una sola pareja de cada especie ¿quién hubiera podido proveer y alimentar a las que no viven más que a expensas de otras? Se hubieran muerto de hambre o hubieran exterminado a las que les sirven de alimento”. El problema es grave e irresoluble desde la perspectiva creacionista, que resultaba muy difícil de transgredir, y que no es impugnada por Azara. Pero leyendo con atención sus obras se observa que en realidad reflexionaba científicamente, convirtiendo esa creencia en una hipótesis. Así, tras varias reflexiones que siguen a lo anterior, concluye que no parece sin fundamento “en la hipótesis de una creación instantánea, imaginarse que cada especie zoológica proviene de varias parejas primitivas que, aunque perfectamente semejantes y reducidas a una unidad específica, hubieran sido creadas en diversos parajes, y de este modo todas las especies creadas podrían haberse conservado a pesar de la destrucción necesariamente operada por las especies devoradoras”[131]. La hipótesis de que al principio no hubo más que una pareja de cada especie solo podía aceptarse

“admitiendo que la creación de las débiles haya sido muy anterior a la de las otras, a fin de haber tenido tiempo a multiplicarse mucho. Entonces el hombre, el jaguarete, el león, el tigre, etc., habrían sido creados posteriormente, después de un lapso de años y aun de siglos, indispensables para que las especies destinadas a ser sacrificadas hubieran podido multiplicarse en suficiente número para alimentar a las otras. Según esas observaciones, la creación instantánea resulta incompatible con la unidad de una sola pareja de cada especie; pero esta unidad de una sola pareja no se opondría a su creación sucesiva, admitiendo siempre que las destructoras fueran las últimas”.

Y dando un paso más concluye que: “no se debe tener más repugnancia en combinar una creación sucesiva con la multiplicidad de tipos o parejas de cada especie”[132].

Considera también que “el sistema seguido por la Naturaleza” es “que ha puesto límites fijos e invariables a la fecundidad de cada hembra, de cuyos límites estas hembras no podrían separarse” y “que en el curso de un año no producen más que el número de individuos necesarios para la conservación de la especie”; lo cual le lleva a pensar que la aparición de grandes cantidades de insectos en algunos momentos puede ser “producto de una creación reciente”[133]. En otro momento, con referencia a las chinches, y tras observar que van unidas normalmente a los hombres civilizados, deduce que “parece natural creer que el mundo estuvo libre de chinches en los tiempos primitivos y que su creación es muy posterior a la del hombre”[134]. Eso mismo podría ocurrir con especies vegetales, ya que, con referencia a los bosques del Paraguay escribe: “parecen creados de hoy”[135].

Azara dio todavía un paso más importante, en relación con sus numerosas observaciones sobre cambios en caracteres físicos de individuos animales, incluyendo al hombre entre ellos. Así por ejemplo, “sobre los cambios de color que se ven algunas veces en los hombres, los cuadrúpedos y las aves”. Observa que en muchos casos “la causa que las produce es accidental, pasajera, y que el principio reside en las madres”. También que “sus efectos se perpetúan y no dependen de los climas”[136]. El célebre ejemplo del toro sin cuernos es en este sentido muy importante:

“En 1770 nació un toro mocho o sin cuernos, cuya raza se ha multiplicado mucho. Debe observarse que los individuos procedentes de un toro sin cuernos carecen de ellos aunque la madre los tenga, y que si el padre tiene cuernos los descendientes los tendrán también aunque la madre no los tenga. Este hecho prueba no solo que el macho influye más que la hembra en la generación, sino, además que los cuernos no son un carácter más esencial para las vacas que para las cabras y los carneros, y que se ve perpetuarse a los individuos singulares que la Naturaleza produce a veces por una combinación fortuita. Se han visto también en el mismo país caballos con cuernos, y si se hubiera tenido cuidado de hacerlos multiplicarse acaso se tendría hoy una raza de caballos cornudos”[137].

Darwin trató de estas cuestiones en El origen de las especies, en donde relacionó las variaciones introducidas con el hombre en las especies domésticas (tema del capítulo I) y las variaciones que se producen en la naturaleza, a las que dedicó el capítulo II. En éste aborda el problema de las monstruosidades, que pasan naturalmente a las variedades, y escribe:

“Nadie supone que todos los individuos de la misma especie estén fundidos absolutamente en el mismo molde. Estas diferencias individuales son de la mayor importancia para nosotros, porque frecuentemente, como es muy conocido de todo el mundo, son hereditarias, y aportan así materiales para que la selección actúe sobre ellos y las acumule, de la misma manera que el hombre acumula en una dirección dada las diferencias individuales de sus producciones domésticas”[138].

Es decir, Azara razonó varios decenios antes que Darwin de forma similar a como lo haría éste, y obtuvo conclusiones semejantes, que sin embargo no generalizó, aunque fue capaz de percibir las implicaciones que tenían. El tema de la influencia de Azara en Darwin está ya plenamente reconocido, y sabemos que el naturalista británico utilizó ampliamente la obra de nuestro ingeniero, que es el autor más citado en las obras completas de ese autor. Aspectos fundamentales del pensamiento darviniano son la idea de cambio a través del tiempo, la idea de organización, la idea de lucha por la vida y selección, y el carácter aleatorio de las variaciones que se producen en la naturaleza, y que luego pueden transmitirse a la descendencia[139]. No todos ellos aparecen en Azara. Pero, por lo que hemos dicho, resulta evidente que se sitúa claramente en la línea que conduce al darwinismo. En primer lugar, la idea de cambio a través del tiempo está poco aceptada, ya que Azara sigue siendo creacionista y providencialista; pero admite plenamente que las especies pueden desaparecer, lo que resultaba inconcebible para autores que estimaban que eso cuestionaba el plan divino de la creación. Así con referencia a algunos tunales que ha encontrado en Paraguay, Azara describe dos especies “tan aislados entre los otros árboles sin ver ningún otro del mismo género” y comenta “de suerte que esta especie reducida a esos dos individuos, acaso únicos en el mundo, desaparecerá a la muerte de los que he descrito”[140]. La idea de la lucha por la vida y las adaptaciones que de ello derivan aparece en varias ocasiones, tal como hemos tenido también ocasión de señalar. Pero es más bien el último aspecto, es decir la idea del carácter aleatorio de las modificaciones y su transmisión a la descendencia, lo que le hace situarse plenamente en el camino que conduce al darwinismo. Vale la pena resaltar que éste es precisamente el aspecto más novedoso del pensamiento darviniano, aquel en el que él mismo no quiso insistir por las graves implicaciones que tenía la aceptación del azar en el orden del universo.

Animales e indios

Hay otros aspectos que convierten a Azara también en un precedente de concepciones que serían dominantes a mediados del siglo XIX. En su obra realizó en varios momentos comparaciones entre animales y hombres, con lo cual, de alguna manera, estaba aplicando al estudio social los métodos que había adquirido con sus estudios de zoología. Ese es también el camino que conduce hacia el triunfo del método positivista, que estima que la ciencia es una y que pueden transferirse teorías y métodos desde las ciencias de la naturaleza a las ciencias de la sociedad. Son varias las ocasiones en que comparó los animales y los hombres, en concreto los indígenas americanos. En un momento dado, hablando de las avispas comenta: “esta república o sociedad es acaso la cosa del mundo más semejante a todas las naciones de indios salvajes, como veremos”[141]. Al hablar de las hormigas encuentra en estos insectos “razonamientos y un lenguaje o signos para la comunicación de ideas”; y añade: “seguramente las naciones indias que describiré a continuación no son capaces de más”[142]. En otra ocasión, comentando algunas costumbres entre los pampas, señala que “ninguna nación salvaje ha abandonado sus antiguos usos, y en esto se asemejan a los cuadrúpedos salvajes”[143]. En cuanto a los payaguás, después de señalar que pueden tomar a la vez una gran cantidad de alimento, escribe que en ello “se asemejan a las aves de rapiña, y a muchos cuadrúpedos carniceros”[144]. La comparación entre animales y hombres tenía numerosas implicaciones. Podía significar que se estaba reflexionando sobre el problema de si existían especies intermedias entre unos y otros, lo cual podía ser una consecuencia de la aceptación de la gran cadena del ser, esa cadena que se extendía desde el más pequeño grano de arena a la más excelsa de las criaturas, como era el hombre, y más allá hasta Dios, y desde lo más simple a lo más complejo[145]. La cadena del ser planteaba a los naturalistas problemas concretos sobre las relaciones jerárquicas entre los distintos reinos de la naturaleza y los elementos u organismos intermedios entre unos y otros. La idea de rocas que crecían y que eran como vegetales resultaba fácil de aceptar desde esta perspectiva, y fue desde luego admitida e integrada en las interpretaciones sobre la evolución del relieve terrestre[146]

También podía ser objeto de especulación la distancia entre los animales y el hombre, que tal vez tendrían asimismo eslabones intermedios. La cuestión de esos eslabones o criaturas intermedias se convertía así en una cierta preocupación de algunos naturalistas[147]. En un capítulo dedicado a reflexionar de forma general sobre los indios americanos (el capítulo XI, del que luego hablaremos), Azara aborda también el problema del origen de las lenguas. Para ello retoma los datos que había podido reunir acerca de las características de los lenguajes de las diferentes naciones de indios que había conocido. Estima que las lenguas de los americanos “parecen dictadas por la Naturaleza misma cuando enseñó a los perros a emitir sonidos; es decir, muy pobres en expresiones, casi todas nasales y guturales, empleando poco la lengua y semejantes en esto al lenguaje de los animales”[148]. Por si quedara duda de su opinión acerca del origen de esas lenguas añade que “la unidad del lenguaje entre los guaraníes, que ocupan una tan vasta extensión, ventaja que ninguna de las naciones civilizadas del mundo ha podido obtener, indica aún que estos salvajes han tenido el mismo maestro de lenguaje que enseñó a los perros a ladrar del mismo modo en todos los países”. Azara se muestra por ello comprensivo con los que en el pasado “tomaron a los indios por simples animales”. Cree que “los compararon recíprocamente y que encontraron aún entre ellos otras semejanzas, sea en lo físico, sea en lo moral”. Y a continuación un párrafo importante que resume de forma clara todos los rasgos que él había ido destacando y reiterando en las descripciones pormenorizadas que había hecho de las naciones de indios; y que al mismo tiempo, muestra, en negativo, cuales son los caracteres que Azara atribuye a la humanización. Vale la pena reproducirlo por extenso;

“En efecto, los indios se asemejan a los animales por la delicadeza del oído, por la blancura, limpieza y disposición regular de sus dientes; en que no hacen uso de la palabra sino rara vez; en que nunca ríen a carcajadas; en que los dos sexos se unen sin preámbulos ni ceremonias; en que las mujeres dan a luz fácilmente y sin ninguna consecuencia enojosa; en que gozan en todo de entera libertad; en que no reconocen ni superioridad ni autoridad, en que siguen en su conducta ciertas prácticas a que no están obligados ni sujetos y de las que ignoran el origen y la razón; en que no conocen ni juegos, ni danzas, ni cantos, ni instrumentos de música; en que soportan pacientemente la intemperie del cielo y el hambre; en que no beben más que antes o después de la comida, pero nunca mientras comen; en que no se sirven más que de la lengua para quitar las espinas del pescado que comen y las conservan en los ángulos de la boca; en que no saben lavarse, ni limpiarse, ni coser; en que no dan instrucción ninguna a sus hijos y algunas naciones matan a los suyos; en que no se ocupan del pasado ni del porvenir; en que mueren sin inquietud por la suerte de sus hijos y mujeres y de cuanto dejan en el mundo; y finalmente, en que no conocen ni religión ni divinidad de ninguna especie. Todas estas cualidades parecen aproximarlos a los cuadrúpedos, y parecen tener aún alguna relación con las aves por la fuerza y finura de su vista”[149].

El texto nos permite comprobar que para Azara las dimensiones esenciales del proceso de humanización son éstas: debilitamiento de algunos rasgos físicos, lo que se refleja en la pérdida de dientes o en la mayor dificultad para el parto en las mujeres; lenguaje reglado y uso de la palabra; capacidad para expresar sentimientos, y en especial la alegría a través de la risa; relaciones sexuales con preámbulos y ceremonias; reconocimiento de la autoridad y de jerarquías; prácticas sociales que tienen un origen conocido y que obligan a los miembros del grupo social; conocimiento y uso de juegos, danzas, cantos e instrumentos de música; impaciencia ante las inclemencias y el hambre, lo que, sin duda, da lugar a la creación de la vivienda y el vestido, así como a la provisión regular de alimentos; el acto de la comida se convierte en una práctica social, en la que se bebe a la vez que se come; limpieza de la boca durante la comida; aseo personal, y conocimiento de prácticas para reparar los vestidos; educación para los hijos y respeto por su vida; conocimiento del pasado y capacidad de previsión respecto al futuro; preocupación por la familia en el momento de la muerte; prácticas religiosas y aceptación de la existencia de un poder divino sobre el mundo y sobre la vida. Sin duda, se refleja en todo ello el conocimiento de los debates de la Ilustración acerca de la civilización, pero se plantean ya implícitamente en relación con el proceso de separación entre el mundo animal y el propiamente humano. Se empiezan a plantear problemas que adquirirán una gran trascendencia cuando se desarrolle la antropología y se llegue reconocer la existencia de la prehistoria[150].

Había que observar y clasificar a los hombres. Pero esa clasificación planteaba problemas específicos, ya que según la importancia que se diera a unos rasgos o a otros (por ejemplo, el color del pelo, de la piel, la forma del cráneo o de la cara, el cabello, etc.) aparecerán agrupaciones diferentes, lo que tenía gran importancia cuando a veces estaban también en juego valoraciones sobre los pueblos. Si ya era difícil ponerse de acuerdo sobre los rasgos físicos relevantes en la descripción y clasificación de los hombres, más lo era incorporar los rasgos culturales. Ahí la diversidad de opciones era total. La distinción entre cuerpo y espíritu y entre rasgos físicos y culturales permitía incluso aceptar semejanzas biológicas y diferencias espirituales o culturales, que podían llevar a agrupar ciertas razas con los animales, a pesar de las semejanzas biológicas. El negro, por su color y las costumbres que se describían de él, tenía todos los números para situarse en ese grupo intermedio.

En la protohistoria de la ecología

La actual ecología se configuró como ciencia definitivamente en los últimos años de la década de 1860, especialmente con la obra de Haeckel y su definición del concepto de ecosistema. Pero el camino hacia ella fue complejo y se fue recorriendo lentamente durante la primera mitad del siglo XIX, en relación con debates como los que hemos mencionado anteriormente. Azara está también en ese camino, por las observaciones biogeográficas que fue capaz de realizar. Es plenamente consciente de las variaciones que el relieve introduce en la vegetación, ya que escribe que “en países como el que describo, en llanura, incultos y donde la calidad del suelo es casi la misma por todas partes, no se puede ofrecer mucha variedad en las producciones vegetales, porque la sola causa visible que podría hacer variar la vegetación es la temperatura, que depende más o menos de la latitud, y la mayor o menor humedad o facilidad para salida de las aguas”[151]. Señala que constantemente ha observado en las llanuras una gran igualdad en la vegetación. Anota que siempre ha “visto en los pastos las mismas plantas de dos o tres pies de alto, y poco variadas en sus especies, pero tan espesas que no se percibe nunca la tierra más que en los caminos o en los arroyos o en alguna barranca excavada por las aguas”. También que “en los parajes bajos y sujetos a inundaciones las plantas dominantes son más elevadas y se las llama pajonales”. No recorrió, en cambio, grandes cordilleras que le estimularan a observar los cambios altitudinales de la vegetación, como harían Mutis, Caldas, Humboldt o Clemente Rubio[152]

Azara es consciente de los efectos que tiene la actividad humana sobre la transformación de los paisajes naturales, y en particular sobre la disminución del número de especies tras los incendios repetidos. Señala que “cuando las plantas se han hecho fuertes y duras se incendian para que retoñen de nuevo y proporcionen al ganado un pasto más tierno”. Pero en esta operación, realizada en los campos en que no hay hombres o ganado, o son escasos, “acaso disminuye el número de especies, porque las semillas se queman y es natural que el fuego haga perecer las plantas delicadas”. Advierte que sería necesario tomar precauciones para hacer esos incendios porque el viento y la falta de obstáculos los propaga más de doscientas leguas. Solo los detienen los bosques “porque son tan cerrados y verdes que no arden”, al menos la primera vez; aunque “los bordes de estos bosques se secan y se tuestan, de modo que pueden inflamarse fácilmente por un nuevo incendio”. Todo ello “hace perecer una inmensa cantidad de insectos, reptiles y pequeños cuadrúpedos, y hasta caballos, porque no tienen tanto valor como los toros para pasar a través del fuego”[153]. En las áreas de pastos poblados o frecuentados desde hace tiempo por pastores y rebaños “he observado constantemente que esos pajonales, o lugares llenos de grandes hierbas, disminuyen día por día y sus plantas son reemplazadas por césped y por una especie de cardo rastrero, muy espeso y de muy pequeña hoja; de suerte que si el ganado se multiplica o pasa un tiempo algo considerable, las grandes hierbas que el terreno producía naturalmente desaparecerán del todo”. También nota que “si este ganado es lanar la destrucción de las grandes hierbas es más pronta y el césped crece más deprisa, etc.” Hizo asimismo numerosas observaciones que mostraban que “alrededor de las casas o de todo paraje donde el hombre se establece se ven nacer al instante malvas, cardos, hortigas y otras muchas plantas, cuyos nombre ignoro, pero que nunca había encontrado en los lugares desiertos y a veces a más de treinta leguas a la redonda”. Su punto de vista es que “basta que el hombre frecuente, aun a caballo, un camino cualquiera, para que nazcan en sus orillas algunas de estas plantas, que no existían antes y que no se encuentran en los campos vecinos, y basta cultivar un jardín para que en él crezca verdolaga”. Y concluye: “parece, pues, que la presencia del hombre y de los cuadrúpedos ocasiona un cambio en el reino vegetal, destruye las plantas que crecían naturalmente y hace nacer otras nuevas”. Sus observaciones eran atinadas, pero carecía de la formación que le permitiera interpretar adecuadamente las causas. En alguna ocasión acepta ideas claramente equivocadas, como las de la generación espontánea; por ejemplo, cuando estima que la anguila “es un producto de la generación espontánea, pues se encuentra en estanques hechos por las manos de los hombres y hasta en los pozos, y jamás se le hallan huevos ni hijos en el vientre”[154]. No sabemos si es a dicha generación espontánea a lo que alude o si más bien insinúa la tesis de la creación sucesiva de especies cuando escribe lo siguiente:

“Los que creen que la creación de los vegetales ha sido simultánea y, por consecuencia, que toda planta viene de semilla o renuevo, están persuadidos de que cuando se ve nacer una planta en un paraje donde no existía antes se debe a los vientos o a las aves, que han llevado la semilla; pero yo quisiera que reflexionaran que el gran número de especies parásitas que no viven más que sobre el tronco de los grandes árboles es de una formación muy posterior a estos árboles; que suponiendo al viento la fuerza de una bala de cañón, no podría evitar la caída al suelo de las semillas antes de haber recorrido el espacio de dos leguas; que ningún ave come las semillas demasiado pequeñas; que aunque las comiera no las transportaría a distancias muy lejanas, y que aunque las transportara, no lo haría precisamente en el momento en que el hombre hubiera levantado una vivienda y, en fin, ningún ave come la semilla del abrojo (especie de cardo), y dichos animales no pueden, en consecuencia, transportarla a ninguna parte”[155].

Ese problema, que Azara deja en ese pasaje sin respuesta, ha encontrado posteriormente respuestas adecuadas por parte de los ecólogos, que han mostrado el papel que ha tenido el hombre en la propagación involuntaria de insectos, semillas y microorganismos vegetales y animales. Los ecólogos argentinos han estudiado en las últimas décadas estos procesos de transformación del paisaje vegetal natural por la acción humana. Eduardo H. Rapoport, en particular, ha puesto de manifiesto la importancia de esos procesos, incluso en las áreas más ”alejadas” de la Tierra, como pueden ser la cordillera andina (en los alrededores de Bariloche) o la Tierra de Fuego. En esta última hay 430 especies nativas y 128 adventicias, es decir el 23 por ciento del total, pero son muy activas y van ocupando la mayor parte del terreno[156]. Repetidamente está presente en la obra de Azara el reconocimiento del papel del hombre en la transformación del medio natural, y la degradación del paisaje primitivo. Observa asimismo la existencia de bosques, y el hecho de que “estos bosques se destruyen a medida que el país se puebla”[157]

También percibe la estrecha relación entre la actividad humana y la disminución o crecimiento de las especies. Así, con referencia a los cuadrúpedos que se encuentran en América cree lógico que se multipliquen y extiendan en todas las direcciones, ya que “estando casi desierta la América, los cuadrúpedos han podido extenderse fácilmente en todos los sentidos, lo que no puede verificarse en Europa, donde una gran población persigue y extermina los cuadrúpedos, excepto el pequeño número de ellos que se encuentra relegado en cierto modo a lugares determinados e inaccesibles”[158].

Las naciones indias

El conocimiento de las características de los pueblos indígenas americanos se había difundido en Europa desde el mismo siglo XVI a partir de las obras de los cronistas de Indias traducidas a otras lenguas. A ello se habían unido los relatos de diferentes viajeros que habían aportado diversos testimonios, de manera que en el Setecientos no era información lo que faltaba. Sin embargo esa información podía ser percibida y valorada sesgadamente, en relación con los intereses ideológicos o políticos de los autores que la utilizaban o de los debates intelectuales en la que se incorporaba. En muchas ocasiones se mantenían prejuicios antiguos y esquemáticos acerca de los distintos pueblos de la Tierra, los cuales podían ser aceptados incluso por un filósofo como Kant, a juzgar por los textos que se conservan de su Geografía Física, el curso que impartió más frecuentemente en la Universidad de Königsberg entre 1756 y 1796, después de la Lógica y la Metafísica[159]. En las páginas dedicadas al estudio del hombre y a la descripción de las naciones encontramos repetidamente los más sorprendentes prejuicios, en especial acerca de los pueblos no europeos, los cuales pueden aparecer caracterizados como bandidos, malolientes, mentirosos, holgazanes y adornados de otros calificativos semejantes. Lo que puede deberse a que “en los países cálidos los hombres maduran más rápidamente en todos los aspectos, pero no alcanzan la perfección de las zonas templadas”, y que “la Humanidad alcanza su mayor perfección en la raza de los blancos”. De ese grado superior se desciende insensiblemente en una especie de gran cadena del ser humano: “los indios amarillos tienen ya menos talento; los negros están situados mucho más abajo, y totalmente abajo se encuentra una parte de los puebles americanos”[160].

Esos pueblos americanos que menospreciaba Kant habían dado lugar a grandes civilizaciones, algunas de las cuales, como la azteca y la inca, estaban vivas a la llegada de los españoles, y habían dado lugar a excelentes descripciones por parte de los cronistas Indias. Pero podía ocurrir que la información existente no se conociera, que se pusiera en duda o, incluso, que esas civilizaciones se despreciaran a pesar de los relatos existentes. Por ejemplo, autores como el holandés Cornelius de Pauw (en Recherches philosophiques sur les Américains, Berlín 1768-69) y el escocés William Robertson (en su History of America, Londres, 1777) cuestionaban la veracidad de los relatos de los cronistas españoles sobre incas y aztecas, y entre ellos, por ejemplo, los testimonios del Inca Gracilaso. De manera similar sucedía con otras obras muy críticas contra el gobierno español, como la Histoire philosophique et politique des établissements et du comerce des Européens dans les deux Indes del abate G. Raynal (Amsterdam 1770, y traducida al español por el duque de Almodóvar expurgada de todas las críticas, 1784-86), que justificaba los comportamientos coloniales de los ingleses y criticaba duramente a los españoles, dando también imágenes distorsionadas de las poblaciones indias indígenas, desde luego, sin haber viajado nunca a América. El interés por América era grande en Europa durante el siglo XVIII y –al igual que el conocimiento de China o de otros países exóticos- servía para alimentar los debates sobre el buen gobierno, la organización de la sociedad o la historia de las naciones. 

Por otra parte, el mito del buen salvaje podía afectar asimismo a las percepciones de los pueblos indígenas. Esa idea era cultivada especialmente desde Europa por philosophes que no habían viajado a América y utilizada en razonamientos filosóficos que cuestionaban la vida civilizada, la ciudad o el orden político de las monarquías absolutas. Los relatos de viajes, los estudios de poblaciones indígenas de otras regiones y de la vida social en ellas permitían comparar con lo que sucedía en Europa y ponían en cuestión las formas de vida y de gobierno existentes. “El hombre arcaico, hasta la fecha una curiosidad aparte y al margen del diálogo intelectual, salió de su aislamiento y, estimulante e inquietantemente, empezó a destruir la seguridad de las ideas que el europeo tenía de sí mismo”[161]

De todas maneras, durante la segunda mitad del Setecientos, con los descubrimientos y frecuentación de las islas del Pacífico, el buen salvaje se desplazó desde América hacia ellas. Y algunos viajeros que recorrieron regiones americanas o hicieron escala en el continente, realizaron descripciones en las que aparecen los indígenas como “bárbaros, malvados y bribones”[162]. Azara está lejos de las especulaciones de J. J. Rousseau sobre el hombre natural primitivo en estado de libertad anterior al proceso de desigualdad y degradación[163]. Tenía un sentido muy agudo de la observación, desarrollado en las caracterizaciones de las especies animales, y lo aplicó a las descripciones etnográficas. El haberse convertido en buffoniano por el azar de sus lecturas americanas llevaba a nuestro ingeniero a poner énfasis no en la clasificación sino en la descripción de los individuos y de los grupos formados con ellos, o especies. En lo cual adquirió una gran maestría que luego aplicó a los grupos indígenas, y su relación con el mundo circundante, otro rasgo procedente asimismo de Buffon. Las descripciones que realizó son de una gran precisión y modernidad, aunque estén afectadas también por los estereotipos que existían en su época sobre los pueblos “primitivos”. En sus descripciones Azara está lejos del mito del buen salvaje, y no hay en sus relatos ni estado de felicidad ni utilización de ese pretendido estado dichoso para hacer críticas oportunistas contra la civilización o contra la ciudad –que sin embargo no están ausentes en su obra, aunque por otras razones, como veremos. No aparece tampoco nunca en él la idea de decadencia o degeneración, de debilidad o de falta de valor y de virilidad de los pueblos indígenas, que en cambio puede encontrarse en otros viajeros, y en los philosophes. Tampoco hay generalizaciones, sino más bien una cuidadosa distinción entre las características de unos grupos y otros. Describió con gran detalle una treintena de “naciones indias”. Advierte que llama nación “a toda reunión de indios que se consideren ellos mismos como formando una sola y misma nación y que tienen el mismo espíritu, las mismas formas, las mismas costumbres y la misma lengua”; y añade: “poco importará que se componga de pocos o muchos individuos, porque esto no es carácter nacional”[164]

Algunos de los que describe no pasaban de treinta hombres adultos, como los guatos; la nación entera de los guasarapo reunía apenas sesenta guerreros; los aguitequedichagas eran unos cincuenta guerreros, y los guanás no superaban las 8.300 personas. La nación de los lenguas, por su parte, en 1794 “no estaba compuesta más que de catorce hombres y ocho mujeres de todas las edades, lo que da un total de veintidós individuos”. De los guaicurús, “una de las naciones más famosas en las historias y en las relaciones de estas regiones”, a la vez que “la más fiera, la más fuerte, la más guerrera, y la de más talla”, solo quedaba en aquel momento “más que un solo hombre”, debido a la guerra constante con todos los demás y “a las costumbre bárbara adoptada por sus mujeres, que se hacían abortar y solo conservaban a su último hijo”[165]

Habla en ciertos casos, ya lo hemos visto, de la belleza de los rasgos físicos, y de la superioridad de algunos de ellos sobre los españoles (en la dentadura, la conservación del pelo...). Son muchas las ocasiones en que alude a la bella talla, fuerza, robustez y altivez de los indígenas[166]La insistencia de Azara en la belleza de una parte de los indios que estudiaba contrasta con las observaciones de otros viajeros que los encontraban feos, sarnosos, salvajes, Señala que, en general, se trata de naciones “errantes” o nómadas, y que es muy raro que pasen al territorio de otras tribus, ya que generalmente están separadas por un desierto, a veces de gran extensión. En cuanto a las lenguas, en ningún caso da referencias más que al tono y los sonidos de las mismas, afirmando que son muy difíciles y que solo ha encontrado un español que hablaba el idioma mbayá, después de haber pasado veinte años entre ellos. Algunos de los rasgos que destaca Azara habían sido también observados y resaltados por otros viajeros, como la embriaguez, la poligamia, la indolencia o pereza, el poco espíritu, el ser nómadas, vestir con cueros o a caballo, morir con indiferencia, o la falta de previsión. Bougainville, que había conocido a los indios del Río de la Plata en 1767-68, había destacado también que eran “tan amantes de la pereza como de su libertad”. Azara alude repetidamente y con admiración, como buen militar, al valor y fiereza de los indios. En varias ocasiones repite que “son muy valientes” y señala las dificultades que tenían los españoles para asegurar el dominio del territorio. Los charrúas, que hacían una feroz guerra, no pasaban, según él de unos cuatrocientos guerreros, y los pampas eran otros cuatrocientos guerreros. 

A pesar de ello unos y otros ponían en serio aprieto a los españoles, al igual que los mbayás, que en los años 1730 y 40 estuvieron a punto de exterminar a todos los del Paraguay. En otra ocasión, describiendo las tácticas guerreras de los mbayás observa que “en cada expedición se contentan con obtener una sola ventaja”, y comenta: “sin esto no quedaría ya hoy un español en el Paraguay ni un portugués en Cuyabá”[167]. Y respecto a los payaguás, tras señalar que son “los enemigos más constantes, crueles y astutos de los españoles, de los portugueses y de todos los otros indios, sin excepción” recuerda que “han matado a muchos millares de españoles y que con frecuencia ha faltado poco para que exterminaran a todos los de Paraguay”. Lo que planteaba Azara en esos párrafos no era una pura especulación intelectual. Sin duda el ingeniero militar estaba muy preocupado por el tema y había pensado mucho en él, ya que en las tierras de Chile los araucanos eran indomables y peligrosos, y en el también cercano Perú la rebelión de Tupac Amaru había planteado en la década de 1780 graves problemas a las autoridades virreinales. Algo que también había quitado fuerza, sin duda, a las reivindicaciones territoriales frente a Portugal, en un espacio muy sensible por su proximidad al área de la rebelión. Observa cuidadosamente la relación de hombres y mujeres, las costumbres y la edad del matrimonio, la existencia o no de poligamia y la aceptación de la separación matrimonial y del adulterio. La fecundidad indígena era generalmente inferior a la de los españoles, y Azara señala la existencia de prácticas de aborto y control de la población entre numerosas naciones de indios. 

Por ejemplo en los mbayás, que tenían la costumbre de no criar más de un hijo o hija y matar a todos los demás. Entre las explicaciones que le dieron las mujeres de ese grupo se encuentra que “nada más engorroso para nosotras que criar los niños y llevarlos en nuestras diferentes marchas, en las que con frecuencia nos faltan los víveres”[168]. En varias ocasiones afirma que no tienen religión, y que están “en un estadio más atrasado que el del primer hombre descrito por algunos sabios”. Da también datos sobre la forma como construyen las tiendas y habitaciones, sobre las relaciones comerciales entre unos y otros y con los españoles, su gran amor a los caballos y al ganado, y las prácticas agrícolas que eventualmente realizan. Humboldt estudió también las sociedades indígenas americanas, pero sobre todo las más desarrolladas de los Andes y del altiplano mexicano, aunque prestó atención a las menos desarrolladas de Venezuela, el Magdalena y los indios bravos de las selvas del alto Orinoco. Unas veces a partir de la observación directa y otras, las más, a través de lo que habían escrito los cronistas de Indias y los misioneros de la época y otros viajeros. En esto se diferencia de Azara, que solo incluye observaciones propias. Aunque coincide con él, en cambio, por su insistencia en la dificultad de generalizar debido a las grandes diferencias que existían entre unos grupos y otros, así como en el cuestionamiento de la idea del indio débil y degenerado[169].

Azara y el poblamiento de América

Una vez finalizada en París la redacción de los Viajes por la América meridional (elaborados, como se ha dicho, a partir de la Descripción e Historia del Paraguay y del Río de la Plata, 1806) Azara volvió a España y añadió nuevos capítulos que envió a Charles-Atahanase Walckenaer. El editor de su obra los incluyó en la traducción que preparaba. Uno de esos capítulos es el XI, titulado “Algunas reflexiones generales sobre los indios salvajes”. El mismo Walckenaer en una nota a pie de página indicó que seguramente esas páginas le habían sido sugeridas a Azara por la lectura de su propia obra Essai sur l’Histoire del’espèce humaine, que había aparecido publicada en 1798 y le había enviado personalmente a España. Es muy probable que sea así, pero en cualquier caso, en ese capítulo Azara realizó una contribución de gran alcance , ya que intervino de forma explícita en los debates que existían desde el momento del Descubrimiento sobre el poblamiento del nuevo continente, así como –y esto tiene mayor trascendencia- en los que desde mediados del XVIII se habían suscitado acerca de las características de los pueblos primitivos americanos, en relación con lo que se ha denominado la “teoría de los cuatro estadios”. Hablaremos sucesivamente de estas dos contribuciones, empezando por la primera, a la que dedica la segunda parte del capítulo. En lo que se refiere al poblamiento del continente americano, conviene recordar que desde el mismo Descubrimiento se había suscitado la cuestión de la llegada no solo de hombres, sino también de especies animales y vegetales; porque como escribió el padre Acosta, uno de los que de manera más brillante reflexionó tempranamente sobre el tema, en cuanto al hombre era fácil imaginar que podía llegar en una navegación intencionada o accidental, pero “bestias y alimañas, que cría el nuevo orbe muchas y grandes, no sé cómo nos demos maña a embarcarlas y llevarlas por mar a América”. Las mismas palabras de Acosta anuncian ya la solución que dio al problema, y que otros seguirían: el poblamiento se hizo por tierra “y ese camino lo hicieron muy sin pensar mudando sitios y tierras poco a poco”. 

Esa hipótesis dio lugar a debates de gran importancia para la constitución de la geología, a los que hemos prestado atención en otro lugar[170]. Si todos los hombres habían sido generados a partir de una pareja primitiva (Adán y Eva) y eso había ocurrido, como parecía razonable suponer, en el continente euroasiático, la cuestión de cómo se realizó el poblamiento americano adquiría gran importancia, no solo científica sino también teológica. En 1665 dos obras del francés Isaac de La Perèyre lanzaron la tesis de la existencia de hombres anteriores a Adán, apoyándose para ello en unos versículos de la epístola de San Pablo a los Romanos. La tesis de los preadamitas tenía implicaciones teológicas todavía más importantes y provocó una inmediata reacción de la iglesia, con el encarcelamiento del autor, dando lugar a un amplio debate que se mantuvo en los años siguientes. A estos problemas se añadieron otros dos: el de la posible llegada a América de las tribus perdidas de Israel, tesis que tenía apoyos biblicos y que podía esgrimir supuestas semejanzas culturales entre los judíos y los indios, y el de la posible predicación del apóstol Santo Tomás en tierras americanas. A todas estas cuestiones alude explícitamente Azara en el capítulo XI, redactado sin duda para dar su opinión personal sobre ellas. Una opinión muy comprometida todavía en la España de aquellos años, lo que explica la prudencia que tuvo, e incluso las contradicciones en que cayó. Ante todo, Azara recuerda que en el capítulo IX había escrito que “algunas personas se imaginaban que los cuadrúpedos habían sido creados en este país unos después de otros y que cada especie no procedía de una pareja primitiva sola, sino de varias de la misma naturaleza”. 

La frase es sorprendente, ya que leyendo con atención el texto de ese capítulo, se tiene la impresión de que es Azara mismo el que tiene esa opinión, o la comparte[171]. Es posible que sea así, y que precisamente ahora cuando vuelve a plantear el tema lo haga precisamente para distanciarse de aquella opinión, sin tener que modificar todo lo que había escrito anteriormente. Sea como sea, la referencia a aquella tesis va seguida inmediatamente de la idea de que tal vez los que la proponían podrían pretender explicar del mismo modo sus observaciones sobre los indios, expuestas en el capítulo X y reelaborado también mientras estaba en París. Esas personas “se figuran que ninguna de estas naciones ha existido en el antiguo continente, que no han viajado tanto como se imagina y que han sido creadas en la región misma que ocupan con independencia del continente antiguo, las unas más pronto y las otras más tarde”. No habría ningún problema para admitir esta idea si se aceptara que los americanos son de especies diferentes –Azara escribe “razas”, pero el editor advierte que quiere decir especies. Tampoco piensa que habría problemas si se supusiera que “cada una de las naciones menos numerosas puede deber su origen a un solo hombre y una sola mujer, y puede ser que imaginen que los guaraníes proceden de una multitud de parejas de la misma naturaleza y que estas primeras parejas existían con anterioridad a las que han producido las otras naciones”. Es decir, si hubiera una situación de poligenismo, como también advierte el editor. Pero Azara afirma explícitamente que no participa de esa opinión. El hombre era uno a pesar de la variedad de razas. Buffon lo había aceptado claramente y también que hubo una sola especie originaria (podía aceptarse que era procedente de Adan y Eva) “la cual al multiplicarse y esparcirse por toda la superficie de la Tierra se vio expuesta a diversos cambios”[172]

Conocer ese proceso de difusión era una cuestión importante. Según Buffon los indios no se diferenciaban por su origen de los europeos, independientemente de las posiciones teológicas sobre ese tema. Todos caminaban erectos, se servían del lenguaje, organizaban su vida, tenían razón y la perfeccionaban y sabían adaptarse a ambientes diversos. Frente al monogenismo, el poligenismo, formulado explícitamente con la tesis de los preadamitas, aceptaba orígenes diversos. Esa doctrina teológica fue de gran interés para los británicos de Gran Bretaña y Estados Unidos interesados en el comercio de esclavos, ya que la hipótesis de que había orígenes diversos para el hombre, y que el indio americano y, con más razón, el negro, no procedían de la misma estirpe que el europeo permitía justificar su esclavitud. Como había hecho Juan Ginés de Sepúlveda en el siglo XVI leyendo a Aristóteles, los esclavistas ingleses del siglo XVIII a partir de razones científicas relacionadas con las especies humanas podían justificar que indios y negros no habían nacido para la libertad sino para la esclavitud[173]

En relación con este debate sobre poligenismo y monogenismo y sobre blancos y otras razas, se encuentra el que se refiere a la posible existencia de unas criaturas intermedias entre hombres y animales, lo que podía ser postulado también desde la gran cadena del ser, y a lo que ya nos hemos referido. Azara deja el tema del posible poligenismo a la reflexión de otros autores, pero estima que debe plantear una cuestión importante acerca de los americanos, “tan antigua –afirma- como el descubrimiento de América”. Esa cuestión se refiere al debate que hubo desde el comienzo de la conquista sobre si los indios americanos eran hombres o no, o si eran –como dice que algunos consideraron- “una especie intermedia entre el hombre y los animales, que aunque con formas semejantes difería de nosotros en otros aspectos, y que no era susceptible de la inteligencia, de la capacidad ni del talento para entender y practicar nuestra religión”. Azara alude, efectivamente, aunque de forma simplificada, a debates que existieron en España en los siglos XVI y XVII y que tenían numerosas implicaciones religiosas y políticas. Dedica unas páginas a las posiciones de laicos y eclesiásticos que debatieron si los indios eran seres estúpidos “y tan incapaces como los animales de comprender nuestra religión y de observar sus preceptos”. Parece estar muy interesado en las razones que se daban sobre el carácter humano o no de los indígenas americanos, y sin duda era precisamente el debate sobre la posibilidad de que constituyeran una especie intermedia entre el hombre y los animales lo que, como naturalista, le interesaba; además de las implicaciones políticas relacionadas con el tema de la acción misionera en América y las críticas que luego hace a las estrategias jesuíticas. Ante todo, expone la opinión de Francisco Tomás Ortiz, obispo de Santa Marta y autor de una memoria al Consejo de Indias contraria a los indígenas. Según el obispo, los indios no podían tener el mismo origen que los europeos, ya que ello implicaba que habían recorrido grandes distancias, sin que se comprenda bien la razón: “ellos no hubieran podido ser determinados a esta marcha más que por una necesidad extrema, pues el hombre se une al país donde ha nacido y no lo abandona nunca voluntariamente”; y Azara añade de su cuenta: “ejemplo de ello son las naciones indias, que no han hecho emigración alguna en el espacio de tres siglos, así como las naciones civilizadas, que nunca cambian de lugar”. Azara introduce otras ideas personales en la argumentación que habría hecho el obispo de Santa Marta. Son éstas:

“Las solas causas naturales de la emigración de un pueblo parecen ser el exceso de población, que hace al territorio demasiado pequeño para el número de habitantes y la mala calidad del suelo y del clima. Pero las naciones indias que he descrito son tan poco numerosas que ningún clima ni suelo parecen ser malos para ellas: no se ve, pues, la razón que hubiera podido hacerlas emigrar, y si no lo han hecho es que su origen es distinto del nuestro”.

Da la impresión de que Azara hace suyas las ideas del obispo, y en apoyo de ellas hace valer el dato, que había destacado en otro capítulo, de que las naciones indígenas que hay en el sur no aparecen en el norte, y mucho menos en el viejo continente, lo que parecería demostrar que “no se encuentran allí llegadas por emigración, pues hubiera quedado una parte de sus antiguas residencias”. Frente a eso, los que sostuvieron la opinión contraria defendían que los indios pasaron del viejo al nuevo continente, y de norte a sur. Tanto si eran hombres los que migraron como si solo eran animales “se sabe que el diluvio los hizo perecer a todos, excepto un pequeño número de individuos conservados en el mundo antiguo”. Pero, señala Azara, “los laicos se imaginan que ese diluvio no fue general más que en el antiguo continente”, y las aguas del mismo nunca pudieron rebasar las altas cumbres andinas, por su elevación y por el hecho de que rebasan la región de las lluvias, y en ellas nunca llueve. Según eso, “los indios y los animales de América pudieron naturalmente preservarse de la inundación retirándose a las partes más elevadas”. 

Las consecuencias de esa idea son muy importantes, ya que “pues toda la raza humana pereció en el diluvio del antiguo continente, las especies existentes en América no deben ser consideradas como formando parte de ella”. Estamos así ante una importante presentación de la autonomía de América respecto al viejo mundo, incluso con especies humanas diferentes al viejo continente, restos, además, de la humanidad más primitiva. A continuación Azara plantea el problema del origen de las lenguas. Recuerda que de los datos que él mismo ha proporcionado se comprueba que hay 35 lenguajes diferentes en las regiones que recorrió. Si se añaden otras que puede presumir que existen en las proximidades, la cifra se eleva a 55 idiomas muy diferentes, y estima que no es aventurado “el creer que en toda la extensión de América habrá mil lenguas diferentes; es decir, acaso más que en toda Europa y en toda Asia”. Azara da esos datos para mostrar la dificultad de aceptar el paso de toda esa multitud de pueblos de un continente a otro “por el norte o por cualquier otro paraje que sea”. El ingeniero recuerda que no se trata del paso de unos pocos hombres en canoas, sino de un brazo de mar “atravesado por una multitud de naciones enteras, de las que no ha quedado un solo individuo en su antigua patria; naciones muy diferentes en talla, en vigor, en proporciones, y que hablaban mil lenguas que no tenían absolutamente ninguna relación”. A continuación alude al problema del origen de las lenguas, de lo que ya hemos hablado, y a las ideas de los que tras el Descubrimiento, tomaron a los indios por simples animales, y se muestra comprensivo con ellos, como hemos visto también. Azara sigue razonando y tratando de entender a los que encontraban diferencias entre los salvajes de América y los europeos. Estima que “independientemente de las relaciones que podían encontrar entre esos salvajes y los cuadrúpedos” debieron notar gran número de diferencias importantes con los habitantes del viejo continente. La enumeración que hace de ellas nos permite entender la concepción que tenía Azara de los europeos, tanto en lo que se refiere a su vigor físico, de lo que no posee una notable opinión, como de otros rasgos morales. Vale la pena reproducir también sus argumentos. Los observadores debieron notar, escribe:

“que el color de los indios era diferente; que carecían de barba; que los hombres tenían menos pelo y las mujeres una evacuación periódica menos abundante; que sus cabellos eran más gruesos, más laxos y siempre negros; que sus partes sexuales no tenían las mismas proporciones (…); que eran mucho más flemáticos y menos irascibles; que su voz no era ni fuerte ni sonora y casi no se los oía; que apenas reían, y no se podía distinguir en ellos ningún signo exterior de pasión; que parecían igualmente insensibles en sus enfermedades, en sus dolores, en sus duelos y en sus alegrías; que su vida era más larga; que la fecundidad de las mujeres era inferior a las de las europeas establecidas en el mismo país; que los indios conservan todos sus dientes intactos y sanos, mientras que los europeos los pierden fácilmente; que el mal venéreo pareció nacer de la unión de estos últimos con los americanos; que este mal era antes tan desconocido en Europa como en América; que es debido a una mezcla que no era conforme a la Naturaleza , y que alguna naciones no quieren a sus hijos, pues que los matan o los echan de la casa paterna tan pronto como están destetados. Tal vez observaran también que la gravedad específica de sus cuerpos no es tan considerable como parecen indicar las observaciones consignadas en el capítulo precedente; en fin puede ser que observaran que muchas de estas naciones nos sobrepujaban por la altura de su talla y la belleza de sus proporciones, al mismo tiempo que otras nos eran muy inferiores en estos dos aspectos, y que la diferencia recíproca era acaso mayor que la observada entre las naciones europeas”[174].

Además de las justificaciones para la dominación política, lo que estaba en juego en estas cuestiones desde el siglo XVI era un problema de gran trascendencia religiosa: si los americanos no descendían de Adán y Eva y se les daba el bautizo se realizaba una horrible profanación; pero si descendían de la pareja primitiva y se les negaba, se les impedía entrar en el paraíso. En el caso de que descendieran de Adán y Eva, como los del viejo continente, era también muy diferente la situación de los indios si habían sido instruidos y habían rechazado las enseñanzas cristianas (lo que justificaba su dominación) que si no lo habían sido. En relación con este dilema tenía mucha trascendencia la tesis de que Santo Tomás, uno de los primeros apóstoles, había ido a predicar a América, e incluso se había creído encontrar restos que probarían su presencia, aunque él piensa “que esos pretendidos vestigios son pura imaginación”, y además “no parece posible que un solo hombre haya podido recorrer e instruir todo el continente americano". 

Pasa luego a examinar detenidamente los argumentos que se habían dado para pensar que los americanos descendían de Adán, que habían venido del antiguo continente y que, por tanto, “se debía trabajar en su conversión”. Las razones para defender que los americanos procedían del antiguo continente eran éstas: “que su cuerpo era casi enteramente semejante al nuestro y que estaba compuesto de las mismas partes; que aprendían todas las artes que se les enseñaba; que aprendían igualmente nuestra lengua e imitaban todas nuestras acciones, que discurrían y razonaban como nosotros, y que en Méjico y en el Perú tenían ídolos y adoraban al Sol”, por lo cual podían ser capaces de adorar un espíritu creador. Añade que esa idea se confirmó”viendo que de la unión de los europeos con las americanas resultaron hijos que tenían la facultad de propagarse”, lo cual ratificaría que pertenecían a la misma especie, de acuerdo con las ideas que sobre este punto tenían Buffon y la mayoría de los naturalistas. Aunque sin embargo él afirma que no había adoptado esa opinión en la historia natural de los mamíferos del Paraguay. De esta forma inesperada, y sin tomar claramente una posición personal ante los dilemas planteados, finaliza Azara la exposición de estas cuestiones. Pero la alusión que antes había hecho a la opinión de que el mal venéreo parecía haber nacido de la unión de los europeos con los americanos, y que ese mal desconocido antes en uno y otro continente podía ser “debido a una mezcla que no era conforme a la Naturaleza” (es decir, podemos interpretar, entre especies distintas) hace sospechar que tenía dudas sobre el tema. 

En todo caso, el debate en el que Azara se compromete, y que hemos resumido en este apartado, muestra la continuidad de cuestiones que ya habían sido planteadas en el siglo XVI y que seguían estando vigentes en el mismo umbral de la contemporaneidad. Si la lectura del Génesis podía ser todavía un obstáculo para el desarrollo de la geología en el siglo XIX, como ha mostrado Gillespie, no extraña que los temas que discutía seriamente Azara enlazaran con problemas que ya se habían planteado desde la misma llegada de los europeos a América. No cabe duda de que esos debates debían ser suscitados y resueltos racionalmente, como Azara y otros muchos contribuían a hacer. Abrían el camino hacia nuevas direcciones. Pero hacía falta una nueva visión, nuevas preguntas y marcos teóricos diferentes. Ese sería el mérito de los que, como Cuvier, Lyell o Darwin, permitieron un salto decisivo al pensamiento científico, que Azara no fue capaz de realizar.

Los indios americanos de Azara y la teoría de los cuatro estadios

Otra parte importante del capítulo XI, la primera, es como hemos dicho, la que plantea el tema de la posición de los indígenas americanos en la evolución de las sociedades humanas. Lo que conduce a la teoría de los cuatro estadios. Esa teoría tiene toda una serie de precedentes, pero se configuró a mediados del XVIII en la obra de R. Turgot, A. Dalrymple, Adam Smith, y otros pensadores franceses y británicos. La teoría afirmaba que la sociedad iba progresando a través de estadios sucesivos de desarrollo: las sociedades cazadoras y recolectoras de frutos de la tierra, la sociedad pastoril, la sociedad agraria y, finalmente, la sociedad comercial. Cada uno de ellos correspondía a un modo de subsistencia diferente; a los que algunos añadieron luego también ideas, instituciones, costumbres sistemas de propiedad, formas de gobierno y normas morales. Tal como ha señalado Ronald L. Meek en el decisivo estudio que dedicó a este tema, se trata de una concepción profundamente vinculada a la aceptación de la idea de progreso, pero cuyo aspecto esencial era que esos estadios se basan en diferentes modos de subsistencia[175]

Las implicaciones de la teoría de los cuatro estadios eran grandes. En el relato de la evolución histórica narrado por el Génesis, pastoreo y agricultura aparecen coexistiendo desde el primer momento, ya que Abel era pastor y Caín agricultor. En la nueva interpretación ambas actividades fueron sucesivas y suponían una secuencia ordenada de progreso. El relato bíblico se reinterpretó para justificar el origen tardío de la agricultura afirmando que si bien tanto Caín como Noé fueron labradores, luego olvidaron esa actividad, que fue preciso reinventar tras el diluvio. La teoría de los cuatro estadios pudo ponerse también en relación con las ideas que ya existían sobre salvajes, bárbaros y civilizados, lo que aparece claramente en la obra de Rousseau Essai sur l’origine des langues (escrito hacia 1760, aunque publicado más tarde): “el salvaje es cazador, el bárbaro es pastor y el hombre civilizado es labrador”[176]

Se oponía, por otro lado, a la idea de degeneración de los pueblos americanos desde un estadio anterior que hubiera constituido una especie de edad de oro para ellos. Al mismo tiempo, sustituía a otros marcos evolutivos anteriores, de carácter organicista, como el de niñez, juventud, madurez y vejez, que procedía de la época clásica. Por incompleta que hoy pueda parecernos, la teoría de los cuatro estadios, vino a constituir un marco de gran importancia para los estudios sociales y tuvo una influencia grande en el desarrollo de diversas ciencias sociales, y en particular en la economía, la sociología, la antropología y la historiografía[177]. Lo esencial de la teoría de los cuatro estadios se elaboró con referencia a los indios americanos. La idea defendida por Locke de que “en los tiempos primitivos todo el mundo era una especie de América” daba un valor especial a las observaciones que se hacían en ese continente para conocer los estadios sucesivos de la evolución de la humanidad. Los primeros formuladores de la teoría de los cuatro estadios, como Turgot y Adam Smith consideraron en la década de 1750 que el estadio de los pueblos cazadores se encontraba todavía en los indios americanos. Y todavía en 1777, en su influyente History of America, Robertson había considerado que “en América el hombre aparece en la forma más rudimentaria en que podemos concebir que subsista”[178] 

El conocimiento de los pueblos americanos era, así, esencial para establecer el primer estadio de desarrollo ya que los africanos y otros pueblos no podían ser estudiados en sus regiones originales por la escasa penetración europea en aquellas regiones, que solo se llegarían a conocer bien en el siglo XIX. Por eso la opinión de Azara tenía gran importancia, ya que había observado personalmente a unos grupos destacados de esos indígenas americanos y podía aportar testimonios de primera mano. Y además, porque al haberse convertido en naturalista, podía aplicar a su estudio métodos científicos de observación, comparando a los grupos indios con los animales, tal como hemos visto que hizo. Azara trató el tema en la Descripción e Historia del Paraguay y del Río de la Plata, obra redactada en 1806 y que sería publicada por su sobrino Agustín en 1847. En un capítulo dedicado a hacer “algunas reflexiones sobre mis indios silvestres” alude al modo de subsistencia y adopta una posición que prefigura las tesis de la ecología social del siglo XX: debido a que distintas naciones “son sumamente diminutas en número de individuos”, “no han padecido las alteraciones que engendra la muchedumbre en todas las sociedades”[179]

Las ideas esenciales expuestas en esa obra son retomadas en el capítulo citado de los Viajes por la América meridional, obra que utilizaremos aquí. Azara interviene en el debate, tratando de situar a los pueblos que ha estudiado en las fases de la evolución, aprovechando los conocimientos que ha adquirido de ellos. Comienza el capítulo aludiendo a la opinión de los autores que habían defendido que “las primeras sociedades de hombres salvajes no comían más que frutos espontáneos de la tierra, y que pasó un largísimo periodo antes de que el hombre salvaje se acostumbrara a vivir de la caza, de la pesca y de la agricultura”. Él por su parte cuestiona esta idea preguntando “¿dónde está el país que produce frutos espontáneos en todas las estaciones del año, y con tanta abundancia que haya podido ser suficiente para alimentar a muchas sociedades de hombres salvajes?”, y afirma que los países que él conoce y ha estudiado de América del Sur no están en esa situación. 

Por otra parte, cree que “habrá sido tan nuevo y tan difícil a los primeros salvajes comer un fruto o una raíz espontánea como la carne de un cuadrúpedo”; opinión que no es compartida por Walckenaer que (en una nota) estima que “siempre es más fácil y menos peligroso proporcionarse un fruto o una raíz que un animal, que tiene vida y movimiento y sabe huir o combatir”. A partir de sus estudios Azara está en condiciones de afirmar que “todas las naciones indias salvajes que he descrito estaban a la llegada de los españoles, como hoy, compuestas de individuos que vivían de la caza, de la pesca o de la agricultura, y ninguna llevaba la vida pastoril, porque los cuadrúpedos y aves domésticas les eran del todo desconocidas”. Esa idea de que a la llegada de los españoles los indios americanos habían alcanzado la etapa agrícola, pero no habían conocido la vida pastoril no suponía, sin embargo, un cuestionamiento de los cuatro estadios, que así se limitarían a dos, sino solo una reformulación. Para Azara la vida pastoril es tardía y -podemos interpretar- es también un hecho cultural de una complejidad semejante a la agricultura. Estima que la vida pastoril agrada menos que la caza “acaso porque las sorpresas que ésta ocasiona y las victorias que procura producen un vivo placer y desarrollan la vanidad”. Lo que en todo caso le parece seguro es que los pueblos indígenas que él estudió “prefieren hoy la caza a la vida pastoril y a la agricultura”. Aunque pueden obtener animales domésticos no los cuidan, excepto el caballo. Una de las razones que se esgrimían para defender que el pastoreo era una fase anterior a la agricultura argumentaba con la necesidad que ésta tenía de animales para las tareas de cultivo, y en especial para llevar el arado. Esa idea no podía quedar sin crítica a un espíritu observador como Azara, que había podido observar el uso del palo cavador por pueblos indígenas que practicaban la agricultura itinerante. Así, al describir a los guentusé, que vivían de la agricultura y de la caza, advierte, de pasada, pero de forma explícita: “pero no se crea que estos indios emplean animales ni arados para sus ocupaciones de los campos, porque no hacen uso de otros instrumentos que palos puntiagudos que les sirven para hacer agujeros donde meten el grano o semilla”[180]

A partir de todas esas observaciones se atreve a formular una tesis que supone una reformulación del orden de la teoría de los cuatro estadios. Ante todo, parece que “la primera ocupación del hombre libre fue la caza”, en cuanto a la pesca, “depende menos de la elección que del azar, que motiva el estar colocado al borde del agua”. La agricultura y la ganadería “solo vienen después”, escribe. Finalmente, destaca que en el país “había muchas naciones agrícolas, pero ninguna llevaba la vida pastoril: lo que prueba que esta vida es bastante posterior a la del hombre salvaje y que éste es el último de los medios de subsistir que adopta”. Ninguno de los autores que habían formulado o utilizado la teoría de los cuatro estadios, ni siquiera aquellos a los que Meek ha calificado como ‘revisionistas’ de ella a fines del siglo XVIII, se había atrevido a hacer una propuesta de cambio radical en las fases de desarrollo, como la que formuló Félix de Azara. Aunque solo sea por eso, su nombre debe incluirse de forma destacada en la historia del pensamiento social europeo. Todas las tribus que él describe y que viven de la caza son errantes y guerreras, y las que viven de la pesca son más estables y activas, pero también fuertes, guerreras y feroces. Frente a ello, las naciones agrícolas “son todas ellas dulces y pacíficas y no hacen, a lo sumo, más que defenderse, aunque su talla y sus fuerzas sean muy superiores a las de las otras”. A continuación realiza un estudio de las prácticas agrícolas de los diferentes grupos indígenas, plateándose problemas acerca de la procedencia de las plantas que cultivan (algodón, maní, maíz, etc) ya que “ninguno de estos vegetales crecen espontáneamente en el país”. Y preguntándose la razón de que la nación guaraní “siendo agrícola y, por consecuencia, poco viajera” se extendió más que todas las otras, que en su mayor parte tenían mayor movilidad. 

Los estudios que Azara realizó de la vida de los pastores o ganaderos del virreinato del Río de la Plata le plantearon, de todas maneras, algunos problemas. Al describir a esos grupos sociales reitera que “ese genero de vida no ha sido conocido por el hombre más que con posterioridad a la caza, a la pesca o a la agricultura”. Y argumenta de nuevo que “ha sido necesario que así suceda, pues que los hombres han debido de vivir del producto de su caza, de su pesca o de su agricultura antes de domar, domesticar y multiplicar sus rebaños”. Pero a continuación se encuentra enfrentado con la difícil situación de los ganaderos de Paraguay y Río de la Plata y observa: “como esta vida pastoril es la última que el hombre ha abrazado, parece que también debería formar su más alto punto de civilización; pero como vamos a ver que los ganaderos de estas regiones son los menos civilizados de todos los habitantes, y que este género de vida casi ha reducido al estado de indios bravos a los españoles que lo han adoptado, es verosímil que la vida pastoril no es compatible con la civilización”. En una nota a esta afirmación, el editor del libro, Charles-Athanase Walckenaer, reafirmó –frente a Azara- la idea clásica de la precedencia de la ganadería sobre la agricultura, ya que estima que el domar los animales y reunirlos en rebaños “es mucho más sencillo, mucho menos penoso y supone menos industria que el de cultivar la tierra”; por otra parte, añade, “la historia nos muestra por todas partes pueblos pastores que se convierten en agricultores, y acaso nunca ha sucedido que un pueblo agricultor se convierta en pastor”[181].

La teoría de los cuatro estadios suponía también rechazar la idea de que las semejanzas culturales demostraban una relación genética. Frente a ello se afirma que causas similares de carácter ambiental producen efectos similares. Esta tesis ambientalista constituye un intento importante para reflexionar científicamente sobre las diferencias que se observaban entre los pueblos, a pesar de la unidad profunda de la raza humana. Igualmente implica que los modos de subsistencia están en relación con el clima y naturaleza del terreno. Una idea que se había ido formulando poco a poco y que aparece asimismo de forma clara en Azara. El tema de la vivienda es también de gran importancia en esos debates, ya que el alojamiento estable va vinculado de forma esencial al origen de la agricultura. Azara prestó atención a los alojamientos de las naciones indígenas americanas, e insistió frecuentemente en el carácter somero de los mismos. Pero también señaló el carácter más estable de las viviendas de los guaraníes, que practicaban la agricultura. En todo caso, no sacó consecuencias ni trató de generalizar estas observaciones al pasar a las reflexiones generales que realizó en el capítulo XI. Azara seguramente no tuvo conocimiento de los debates iniciales sobre los pueblos primitivos y la teoría de los cuatro estadios mientras estuvo en América. Allí, conocedor de los escritos de Buffon y en contacto con los medios criollos, rechazó, como hemos visto, la idea de decadencia de la naturaleza americana, lo que implicaba rechazar también cualquier idea de decadencia o degradación de los pueblos indígenas americanos desde un estadio anterior superior. No sabemos que conociera los escritos de los autores franceses y británicos que hemos citado, y otros que le habrían sido de gran utilidad en sus reflexiones sobre los indios americanos[182]

Seguramente solo tuvo conocimiento de dichas ideas durante su estancia en París, y no es difícil suponer que en ello tuvo un papel decisivo la lectura del Essai de Walckenaer, antes citado. La cadena del ser postulaba transiciones insensibles entre todos los seres, incluso desde Dios al hombre, lo que exigía la existencia intermedia de los ángeles para salvar el abismo entre uno y otro. Podía pensarse igualmente que también en los hombres podía progresar esa cadena del ser, desde los más primitivos hasta los más civilizados. En ese caso, se trataría de una cadena de fases diferentes de desarrollo, que se podían percibir en los distintos pueblos de la Tierra, y una cadena evolutiva desde estadios más simples a los más complejos; por ejemplo, desde la caza a la agricultura y a las sociedades comerciales. No cabe duda de que todo esto no era aún la evolución, pero que preparaba esa concepción, y tal vez que era una fase indispensable para llegar a ella. Al igual que sucedía con las analogías orgánicas y la aceptación de que los organismos vivos tienen fases de juventud, madurez y vejez. Muchos eran los caminos que conducían hacia el evolucionismo, incluyendo la misma conciencia de los avances de la civilización, y el progreso de la humanidad, una idea cara al pensamiento ilustrado, que percibía de forma clara esos avances precisamente en Europa.

Ciencia y política

Durante el siglo XVIII se intensifican la expansión europea y la América hispana, que era ya Europa desde el XVI, es reconquistada por la metrópoli y mirada con ojos más penetrantes. El viaje de Azara, como antes los de Jorge Juan y Antonio Ulloa o los de otros ilustrados del Setecientos, contribuyó a ello, en la fase final del imperio. No llegó a ser un proyecto consciente y planificado de estudio científico-político como el que diseñó Malaspina[183], ya que era más bien un subproducto de otras tareas, pero contiene observaciones de interés que luego pudo utilizar en su función como miembro de la Junta Consultiva de Fortificación y Defensa de las Indias. Azara reunió documentos sobre aspectos económicos y sociales de los grupos que estudiaba, e hizo atinadas observaciones sobre ello. Era algo que formaba también parte de su formación como ingeniero militar. Las Ordenanzas de 1718, en efecto, establecían claramente que al describir una región o territorio debían informarse del cura o del escribano del lugar, el cual debería darle por escrito los datos “para mayor seguridad de la justificación, y notará el número de familias de cada ciudad, villa o lugar, como también el número de personas de que conste cada una, con distinción de hombres, mujeres, mozos desde la edad de dieciocho años en adelante, y gente de ambos sexos que no llegaren a los diez y ocho años, haciendo distinción también de las familias que se compusieran de jornaleros y asimismo las casas que hubiere en cada población”, además de otros datos económicos sobre abadías, conventos, parroquias y rentas[184]

En Azara hay ciencia y política. Algunas veces es ciencia natural y ciencia política yuxtapuestas, sin pretensiones de relación entre ellas. Pero otras es ciencia natural al servicio de la reflexión política. Considera que la descripción de los grupos humanos “es la parte principal y más interesante en la descripción de un país”[185]

Tiene constantemente una preocupación por la posible aplicación de las especies vegetales que va describiendo. Y se preocupa de proponer medidas para mejorar la explotación de las especies naturales y de las plantas cultivadas. En ese sentido son ejemplares los capítulos V y VI de sus Viajes por la América meridional, donde esas observaciones son muy repetidas. Azara era un ingeniero militar. Lo que observaba lo había aprendido en la Academia de Matemáticas de Barcelona y en su trabajo en España. En Américatuvo, además, unos objetivos muy precisos. Por eso están presentes en su obra las cuestiones de la defensa del territorio frente a los enemigos interiores o exteriores, la preocupación por la expansión portuguesa, la crítica de los jesuitas, el problema del control territorial en general.

En las cuestiones que se refieren al mundo de los hechos humanos los objetivos de Azara son reelaborados a través del tamiz de su preocupación de funcionario por su país y el deseo de mantener sus posesiones, en conflicto con Portugal. Por eso su mirada es decididamente crítica respecto a lo que representa el relajamiento del poder, la pérdida de soberanía, la laxitud ante los engaños de los portugueses. Alude una y otra vez a especies vegetales y animales que sería interesante adaptar en Europa, para mejorar la alimentación o por otros usos. Y da consejos sobre el cultivo de plantas en diversas regiones americanas teniendo en cuenta el clima y las condiciones ambientales que existen en las áreas que recorre. Hace críticas duras a la desidia de la población en relación con la agricultura. Por ejemplo, el cacao y el café se podrían cultivar, “pero la holgazanería y pereza generales la carestía de los jornales, el gusto por la destrucción y el despilfarro, que caracteriza a los habitantes del país; sus pocas necesidades, su falta de ambición; el espíritu caballeresco, que desdeña y desprecia toda especie de trabajo; la falta de instrucción, la nulidad de los gobernadores y la increíble imperfección de los instrumentos, contribuyen a hacer casi imposible toda especie de mejora”[186]

Desde su misma llegada se preocupó de los problemas económicos del Paraguay. Así en la Geografía Física y Esférica alude a cuestiones tan importantes como la vida económica, la renta del tabaco y los conflictos que planteó su introducción, el contrabando, la venalidad de los funcionarios. En alguna ocasión pide que no se tome su opinión como algo demostrado, sino que sirva para animar a otros a hacer observaciones más detalladas sobre cuestiones políticas que estima de gran interés. Azara como buen funcionario dedicó atención al gobierno de las provincias que visitaba, y redactó para el Ministerio de Estado una Memoria sobre la parte política de América del Sur[187]

Pero también dedicó atención al tema en sus Viajes. Escribió páginas sobre los medios empleados por los conquistadores para reducir a los indios y al modo como se los había gobernado (capítulo XII), y resaltó las diferencias a este respecto entre los portugueses y los españoles, alabando el método seguido por éstos. Estimó especialmente la iniciativa que se dio a los particulares en las conquistas y las leyes que existían en defensa de los indios que se sometían por capitulación; a su modo de ver, “era imposible combinar mejor el engrandecimiento de las conquistas y la civilización y la libertad de los indios con la recompensa debida a los particulares, que lo hacían todo a sus expensas”[188]. También valoró muy positivamente que los conquistadores tomaran mujeres indias como esposas legítimas o como concubinas y que los hijos mestizos que resultaban fueran considerados como españoles. 

No dejó de criticar el comportamiento de algunos encomenderos, y la situación de los indios sometidos en guerra, y que se convertían de hecho en esclavos (los llamados yanaconas) por ser “culpables de insultos o injusticias con los españoles” –aunque sin decir si esos ‘insultos’ eran en defensa de su libertad. Respecto a los portugueses, tiene una actitud ambivalente. Por un lado admira su capacidad expansiva, al citar que en el siglo XVII no se contentaban con dar a los indios en encomienda a particulares sino que les permitían venderlos como esclavos a perpetuidad, por lo que “buscaron salvajes por todas partes, incluso en los más escondidos rincones del país; se apoderaron, además usurpándonoslo, de la mayor parte del territorio que ocupaban los indios, aumentaron la población y descubrieron las minas”[189]. También alaba la capacidad de trabajo de los portugueses e incluso propone en una ocasión repoblar con ellos el norte del Río de la Plata: “sería –escribe- un medio de introducir la decencia, admitir a muchos portugueses; porque siendo notoriamente más aseados y económicos, su ejemplo serviría de mucho”[190].

Pero, al mismo tiempo, critica el comportamiento de los lusitanos con los guaraníes, y señala que la conducta de los españoles es bien diferente: “no han vendido un solo guaraní y conservan aún millares, no solo en los poblados jesuíticos y no jesuíticos, sino en el estado de completa libertad”[191]. Contrapone en varias ocasiones el método laico de gobierno con el de los jesuitas, y declara la superioridad del primero. Las críticas son especialmente duras en el capítulo dedicado al examen de los medios de que se valieron los jesuitas para reducir, sujetar y gobernar a los indios. No dejó de reconocer su capacidad de persuasión, moderación y prudencia, así como su habilidad y astucia. Pero critica el que trataran a los indios como niños o como incapaces, y que durante el siglo y medio que duró el régimen de reducciones jesuíticas no se hubiera experimentado ningún avance en la situación de los indígenas; de donde estima que debía concluirse una de estas dos consecuencias: “o que la administración de los jesuitas era contraria a la civilización de los indios, o que estos pueblos eran esencialmente incapaces de salir de este estado de infancia”, lo que estima inaceptable por los datos históricos y etnográficos que proporciona. 

Valoró en especial los beneficios de la libertad de los indios y de la comunicación con los españoles como factor de aculturación. Y en conjunto aprobó de forma decidida la expulsión de la Compañía y la desaparición de las reducciones jesuíticas. Todo lo cual no es de extrañar en el hermano de un embajador culto e ilustrado que consiguió arrancar de Clemente XIV la orden de supresión y extinción de la Compañía, firmada el 21 julio de 1773 y que era un buen representante del jurisdiccionalismo anticurial de la época de Carlos III. Pero Azara fustigó también duramente el mal gobierno, hizo acusaciones de corrupción a determinados gobernantes, y críticas veladas incluso a algunos virreyes del Río de la Plata. Según él “el gobernador del Paraguay y el virrey de Buenos Aires, cada uno en su departamento, son los dueños absolutos de todos los bienes de las comunidades de pueblos, es decir de todo el trabajo de los indios”; y lamentó: “es sorprendente que el Gobierno supremo permita todo esto y sufra que los pueblos indios no hayan dado un cuarto al Tesoro real desde su fundación hasta el día, pues además de que no pagan ningún tributo, ni diezmos ni primicias, todos sus productos están exentos de impuestos y derechos. Es verdad –añade- que no son cargas para el Estado, pues que pagan sus curas y sus administradores y aún sus maestros de escuela, cuya utilidad no veo”[192]

Escribe que si se compara la situación de los indios con la de los pueblos de Europa están muy atrasados, pero que si se compara con la de los españoles pobres de América, están casi igual. También critica la falta de información que existía por parte del gobierno español de las provincias americanas. Por ejemplo, afirma que a pesar de todas las reformas administrativas que había supuesto la creación del virreinato del Río de la Plata en 1776, y de la organización de la gobernación de Paraguay, “es imposible al ministro, y a quienquiera que sea saber si este virreinato produce o no algo al Tesoro público, porque en toda su extensión apenas hay una caja o una administración que no haya hecho bancarrota; un gran número no ha rendido[193]

Fustiga también duramente a los criollos, especialmente en el capítulo XV dedicado a “los españoles”. Y da datos sobre la aversión que en las ciudades tienen los criollos “por los europeos y por el gobierno español”. Según él, los que se distinguen principalmente por esta aversión son los abogados, los comerciantes quebrados, los que se han arruinado y todos aquellos que tienen más pereza, más incapacidad y más vicios”[194]. También afirma que los que van a Europa “regresan siempre a América maldiciendo de lo que han visto”. Sin duda está describiendo un estado de insatisfacción que precede a la independencia respecto a España y que, paradójicamente, tiene que ver con el éxito del proceso de reconquista que la Corona había realizado en América durante la segunda mitad del siglo XVIII, el cual puso en cuestión las estructuras de poder económico, social y político de las elites criollas, que se habían acostumbrado a vivir de forma prácticamente independiente de la metrópoli. Son numerosos los estudios que han mostrado la amplitud de ese resentimiento de las elites criollas respecto a los peninsulares, que se extiende incluso a intelectuales que vieron su prestigio puesto en cuestión por la llegada de las expediciones científicas mandadas por el gobierno a Indias. 

El caso más paradigmático en ese sentido sería seguramente el de Alzate[195]. Sin duda hacía falta un proceso de modernización administrativa y económica, como el que impulsaron durante la segunda mitad del XVIII los gobiernos ilustrados de Carlos III y Carlos IV. Pero también puede ser el momento de examinar la validez de la interpretación de ese proceso de reconquista hispana como ruptura de un pacto colonial que se había establecido durante el siglo XVI y que se vio bruscamente alterado en el XVIII por las reformas que impulsó la Corona, tal como ha propuesto Manuel Lucena en un reciente y estimulante trabajo[196]

Azara se daba cuenta de la necesidad de integrar mejor los diversos reinos americanos de la monarquía. Era muy consciente de la importancia de la comunicación del Paraguay con la provincia de Chiquitos y Santa Cruz de la Sierra, combinando la navegación fluvial y terrestre, e hizo sobre ello repetidas propuestas. Por otra parte, defendió que la estrategia colonizadora debía apoyarse en el establecimiento de poblaciones de españoles, “despreciando la reducción de los bárbaros, que es consiguiente al engrandecimiento de los españoles, sin lo cual es simplicidad pensar que han de subsistir obedientes, ni admitir la fe las naciones bárbaras”. Se trata de una afirmación realizada en 1786 y que defendió durante toda su vida, siendo esa también la opinión que mantuvo como miembro de la Junta de Fortificaciones. En relación con ello, en numerosas ocasiones criticó la estrategia clerical de reducción de los indios; tiene claro que “para conseguir la reducción de los bárbaros es preciso conocerlos” y propone en relación a sus características estrategias que estima oportunas[197]

Resaltó siempre la importancia de la integración en la cultura hispana y, por consiguiente, la existencia de maestros de primeras letras; explícitamente señaló que donde los hay, tanto los indios como los españoles eran más pacíficos y menos belicosos. Examinó atentamente la forma de los pueblos, si estaban tirados a cordel o si carecían de calles, si “están como sembrados sin formar calles”. En algunas villas, como Curuguatay, observa que ni el cabildo ni los otros habitantes residían en ellas, “sino para fiestas, manteniéndose todos esparcidos en sus chácaras”. Azara tiene una actitud contraria a la ciudad y favorable al campo, como fuente principal de riqueza. Su vituperio de la ciudad es en alguna ocasión muy explícito, y se relaciona, ante todo, con sus preocupaciones políticas: “es cosa clara que son las ciudades las que engendran y propagan todos los vicios, la corrupción de costumbres y esta especie de alejamiento, o, por mejor decir, aversión decidida que los criollos o hijos de españoles nacidos en América tienen por los europeos”. Pero eso va unido a una crítica más general a la ciudad, que “roba al campo los brazos de que tiene una extrema necesidad y que son la verdadera riqueza del país”[198]

Su pensamiento era decididamente fisiocrático, ya que en diversas ocasiones manifiesta de forma clara que “el manantial más abundante de riqueza para cualquier provincia es el cultivo de las producciones más análogas a su terreno, y a las inclinaciones o caprichos de sus habitantes”[199]. En algunos pasajes Azara muestra que estaba imbuido de ideas económicas típicas del liberalismo. No solo en su valoración de la iniciativa particular en las tareas de conquista, de que ya hemos hablado, sino también en la crítica a las ideas de igualdad absoluta que los jesuitas habían impuesto en sus reducciones, donde “todos los indios eran iguales, sin distinción y sin que pudieran poseer propiedad ninguna particular”. Ante lo que comenta: “ningún motivo de emulación podía conducirlos a ejercer su talento ni su razón, porque ni el más hábil, ni el más virtuoso, ni el más activo estaba mejor alimentado ni mejor vestido que los otros, ni podía disfrutar otras satisfacciones”[200]

En diversas ocasiones se declaró partidario del reparto de las tierras de los ejidos y de las comunidades indígenas. Para él la riqueza de las naciones se basaba en el trabajo de los campesinos como cultivadores del campo. Si la desigualdad, los derechos de propiedad y la acumulación de capital eran aspectos esenciales en la nueva economía del capitalismo, y aparece ya en las formulaciones más tempranas como la de Adam Smith, ese énfasis en la importancia de la desigualdad y la emulación es desde luego representativa de la difusión de las nuevas ideas económicas en el pensamiento español e hispanoamericano. Critica la permanencia del “espíritu de comunidad” y el que no se distinga entre el trabajo de unos y otros según la calidad. También censuró el lujo y el despilfarro en que vivían algunos a costa del trabajo de otros. En sus últimos informes sobre Indias, realizados como vocal de la Junta de Fortificaciones, volvería a insistir una y otra vez en sus ideas, defendiendo repetidamente la capacidad de los indígenas para el trabajo, la conveniencia de suprimir las comunidades indígenas para repartirles las tierras, los ganados y todos los bienes de las mismas[201]

Azara no llega a la crítica social a través de la teoría del buen salvaje, pero no duda en aprovechar sus descripciones de las naciones indias para hacer comparaciones y fustigar algunos rasgos de los europeos. Por ejemplo, en el trato que se da a los esclavos negros, tan diferente al que unos indios primitivos dan a los suyos; al señalar que los mbayás quieren mucho a sus esclavos , que jamás les riñen ni los castigan, ni los venden comenta: “¡qué contraste con el trato que los europeos dan a los africanos”. Sin duda estaba lejos de las ideas roussonianas sobre el buen salvaje. Pero tampoco cree que los indios que estudia sean prototipos de lo que, como contraposición, podríamos denominar “el mal salvaje”. Más bien trata de ser objetivo y mostrar virtudes y defectos. Desde luego hace, como ya hemos visto, críticas de la pereza, desaseo, falta de previsión y otros defectos de los indígenas. Pero exalta su valor, su capacidad para la guerra, sus condiciones físicas, su belleza. En todo lo cual es heredero de algunas tradiciones intelectuales hispanas que se remontan al siglo XVI[202]. Es también plenamente consciente de las ventajas de los cruces biológicos. Valora de forma explícita el mestizaje entre españoles e indias, y estima que sus descendientes, considerados siempre como españoles “tienen sobre los españoles de Europa alguna superioridad, por su talla, la elegancia de sus formas y aun por la blancura de su piel”. También estima que los habitantes del Paraguay, resultado de una antigua mezcla de españoles e indias, poseen más finura, sagacidad y luces que los criollos, es decir, que los hijos nacidos en el país de padre y madre españoles, y también los cree “de más actividad”. Y añade “estos hechos me hicieron sospechar no solo que la mezcla de razas las mejora, sino que la raza europea mejora a la larga unida a la americana, o al menos el sexo masculino sobre el femenino”. Similares ventajas encuentra en los mulatos sobre sus padres. En cuanto a la suerte de éstos, cree que “no difiere nada de la de los blancos de la clase pobre y es hasta mejor”[203]

Que Azara aceptara que las razas humanas podían mezclarse y que eso era incluso beneficioso tenía que ver, ante todo, con la simple constatación de lo que había ocurrido en América con el mestizaje, y con el reconocimiento de que todas las razas formaban parte de la especie humana. Pero implicaba, además, que no compartía ninguna idea sobre el carácter abyecto de la raza negra como heredera de Caín, el maldito por asesinar a su hermano, o de Cam, uno de los hijos de Noé aquíen la maldición de su padre había rebajado a la condición de ‘siervo de todos los siervos’. Unas ideas que habían podido ser utilizadas por los esclavistas para justificar la trata de negros. También en ello Azara muestra un pensamiento abierto, que tal vez coincidía con el de otro geógrafo español contemporáneo suyo, Isidoro de Antillón.

Conclusión

La formación adquirida por el ingeniero militar Félix de Azara en la Academia de Matemáticas de Barcelona, le permitió realizar un trabajo excelente en el campo de la geografía, y le dio una gran versatilidad y flexibilidad, reflejada en sus estudios de historia natural. El pensamiento de Azara se configuró en una mezcla de hábitos mentales e ideas previas adquiridas durante su periodo juvenil de formación (universitaria, militar y corporativa), de prácticas profesionales y contactos corporativos y civiles en España, de observaciones lúcidas sobre la realidad americana, de experiencias personales en dicho continente, así como de las lecturas que realizó aleatoriamente de forma autodidacta y de las relaciones científicas que pudo establecer tanto en América como luego en Europa. Azara está plenamente en la línea de racionalización de la Biblia. Lo cual se refleja en la afirmación de la tesis de las creaciones sucesivas. No muestra públicamente ningún descreimiento, pero se atreve a realizar interpretaciones al relato de la creación. Apoyándose en Buffon podía atreverse también a ampliar la escala temporal de la creación, con seis días que se prolongaban en el tiempo, lo que hacía posible aceptar la idea de creaciones sucesivas. 

La historia del infortunio de Azara tal vez debería matizarse. Es posible que en realidad tuviera suerte al pasar fuera de España los dramáticos sucesos del impacto inmediato de la Revolución Francesa y la Guerra con la Convención. Seguramente habría sido movilizado en relación con este conflicto bélico, como lo fueron otros compañeros del cuerpo de ingenieros, algunos de los cuales resultaron heridos o murieron. A pesar de los crecientes deseos de volver a España, y a pesar del relativo aislamiento, probablemente estuvo mejor en Paraguay estudiando los cuadrúpedos y los pájaros que en España interviniendo en obras de fortificación y defensa de las regiones fronterizas. Cuando volvió a España y pudo ir a París tuvo el privilegio de tener allí a su hermano José Nicolás como embajador. Gracias a ello le fue relativamente fácil entrar en contacto con un cierto número de naturalistas vinculados al Gabinete de Historia Natural, que recibieron con gran interés sus observaciones y le trataron muy bien, aunque con algunos de ellos en realidad no podía coincidir científicamente, ya que él estaba todavía situado en las concepciones buffonianas y otros las habían superado ya claramente. Es por, ejemplo, el caso de Georges Cuvier, entonces un joven de 34 años, pero de una prometedora carrera. Foucault ha señalado precisamente con referencia al trabajo de este naturalista la diferencia entre la episteme que llama clásica y la moderna. 

La primera, que queda muy bien ejemplificada en la obra de Buffon, es la que observa y clasifica a partir de rasgos exteriores. El mismo Buffon los identifica cuando señala los aspectos fundamentales de la descripción, la cual debe reflejar “la forma, el tamaño, el peso, los colores, las situaciones de reposo y movimiento, la posición de las partes, sus relaciones, su figura, su acción y todas las funciones externas”. En el caso de Cuvier es ya la estructura interior la que interesa, los esqueletos, los órganos: “las leyes internas del organismo se convertirán –ha escrito Foucault-, ocupando el lugar de los caracteres diferenciales, en el objeto de las ciencias de la naturaleza”[204]

Aunque Cuvier trató bien a Azara y valoró sus descripciones, eran otras las cuestiones que atraían su interés, y para ellas nuestro ingeniero no podía aportar datos, ya que en ningún caso había realizado exámenes de los órganos interiores de los animales que describíó. Más fácil era la relación con Humboldt, al que Azara podría haberle facilitado datos que habrían sido de gran interés para su trabajo americanista. Pero le faltaba la preocupación por las interrelaciones, que había sido el aspecto esencial de la obra de Humboldt. Además, Humboldt tenía una excelente formación geológica, aceptaba la existencia de una larga historia de la Tierra, y estaba preocupado por los debates entre neptunismo y plutonismo, cuestiones sobre las que Azara no tenía ninguna información que aportar, como se ve leyendo las observaciones que hizo acerca de los materiales terrestres, las cuales fueron, en general, bastante elementales. Otras cosas también les separaban. Nacido en 1769 y, por tanto, un cuarto de siglo más joven que Azara, Alejandro de Humboldt era ya un hombre de otra época. Aunque de mentalidad científica ilustrada, se relacionó en su juventud con los círculos prerrománticos más activos de Alemania y escribió una parte esencial de su obra en pleno romanticismo. Por eso su actitud ante la naturaleza y el paisaje está ya llena de un sentimiento que Azara casi nunca sintió o se atrevió a expresar. Por eso también los escritos de uno y otro son tan distintos, con la distancia que va desde la Ilustración plena al Romanticismo, del esfuerzo por mirar la naturaleza con las solas luces de la razón, a la capacidad de unir lo científico y lo literario, el dato empírico y el sentimiento subjetivo o el “aliento de la imaginación”, que aparece en Humboldt[205]

El estudio de la obra de Azara plantea otras muchas cuestiones. Es preciso examinar las condiciones en que se produjo la innovación científica en un periodo especialmente fértil en la ciencia hispana como fueron las últimas décadas del siglo XVIII y la primera del XIX. No podemos seguir considerando a Azara como una figura científica aislada, sino que hemos de analizar en profundidad las condiciones que hicieron posible el desarrollo de su proyecto científico, además de la genialidad individual y el gusto por el trabajo y por los problemas a los que dedicó su atención. Han de examinarse en detalle los círculos con los que se relacionó, las trayectorias profesionales de las personas con las que estuvo en contacto, empezando por las de los otros miembros de la Expedición de Límites, los colaboradores que tuvo en su trabajo, los funcionarios y el conjunto de las redes intelectuales y sociales en las que se integró, tanto peninsulares como criollas. Los miembros de algunas de éstas últimas compartieron con él sus ideas liberales y de reforma política y administrativa, y tuvieron luego un papel importante en la independencia de los países del Río de la Plata. 

Es interesante notar que Azara estableció redes propias para sus observaciones científicas[206], y sería relevante reconstruirlas para conocer con exactitud la evolución de su pensamiento. Es importante asimismo analizar la influencia que la actividad intelectual y científica de Azara pudo tener en ellos y la forma como su obra fue luego utilizada en la Argentina y en el Paraguay independiente. Finalmente es necesario considerar el proceso de elaboración personal de su obra después del regreso a Europa, el papel exacto de las redes científicas españolas y francesas, y la elaboración de los Viajes por América meridional, como un proceso retórico de integración en las redes de la ciencia europea. Una parte de los conflictos de Azara con las autoridades se han interpretado como choques personales, animadversiones, envidias, etc. Es muy probable que todo eso pudiera existir. Pero hay que echar una mirada más amplia. Vale la pena considerar otras perspectivas, al menos como hipótesis de trabajo. Ante todo, hay que estudiar los conflictos entre cuerpos, entre ingenieros y otros militares, entre militares y autoridades civiles. Ante todo, posibles conflictos con los oficiales del cuerpo de marina, al que se integró desde el de ingenieros. Como puede comprenderse, esas integraciones no siempre son fáciles, porque afectan a las carreras y a los escalafones, y porque, además, implican unificar tradiciones, formaciones intelectuales, preparaciones científicas, talantes y actitudes diferentes. En todo caso, da la impresión de que era consciente de la insuficiente formación astronómica que tenían los ingenieros, lo que tal vez le hiciera valorar positivamente la preparación que tenían los oficiales de Marina. En una ocasión, con referencia a un mapa levantado por el portugués José Custodio de Sa y Faria reconoce que pasó tiempo en aquellas regiones americanas, “pero como no era más que ingeniero y no astrónomo, no le concedo una entera confianza”, aunque estima su obra más que todas las otras publicadas”[207].

Quedan muchos enigmas sobre Azara. Es el momento de replantear los estudios sobre este autor y su familia sobre bases metodológicas nuevas. Ante todo, hay que localizar los documentos, los escritos y las cartas y hacer ediciones críticas. Hay que plantear la génesis de su proyecto personal de observación y estudio del mundo natural y los posibles estímulos previos de familiares, amigos y miembros de su propia corporación de ingenieros militares. Hay que investigar sobre las relaciones entre los hermanos y los apoyos que pudieron dar a la carrera de Félix. Habría que conocer las razones que pudo tener Azara para pretender dejar el cuerpo de ingenieros –si es que eso sucedió-, las que tuvo para ocultar la fecha de su nacimiento, los libros de la biblioteca que, según su testimonio, tenía en San Sebastián en el momento de partir para América, y las lecturas posteriores. Así como las relaciones con los círculos del Gabinete de Historia Natural de Madrid en el momento en que se quiso convertir en colector de especímenes para el mismo, y las condiciones en que llegaron los envíos que hizo a esta institución. Es preciso asimismo examinar las relaciones de Azara con sus colaboradores en América, tanto españoles como criollos o indígenas (guías, baqueanos etc.)[208].

Algunos de ellos fueron muy valorados por Azara, como el caso de Pedro Antonio de Cerviño, nombrado ingeniero voluntario para la demarcación de límites en 1783 por el virrey Vértiz, y que en 1812 sería director de la escuela de Náutica promovida por el Consulado de Buenos Aires en 1799[209], y mas tarde de la Academia de Matemáticas de la misma ciudad. Hay que investigar los expurgos que pudo hacer la familia y en especial su sobrino Agustín, que era carlista y tal vez estuvo interesado en lavar la imagen del tío de posibles acusaciones de impiedad o liberalismo excesivo. Hay que ver también qué hay detrás de las publicaciones de sus obras, a qué estrategias respondían y qué manipulaciones pudo haber de los materiales personales de Azara, tanto en España como en Francia y en el Río de la Plata. Finalmente hay que investigar sobre la influencia de Azara en América. Los nuevos estados independientes del continente utilizaron frecuentemente los trabajos del periodo final de la Ilustración española para desarrollar sus propios proyectos de conocimiento territorial. Al igual que ocurrió en Nueva España con la utilización de la herencia de la Expedición Botánica y del Seminario de Mineralogía, en Colombia con la de los trabajos de Mutis y su grupo, en Chile con la herencia de Malaspina, también en los países independientes formados sobre el antiguo virreinato del Río de la Plata la obra de los nuevos estados se apoyó en trabajos ya realizados, en este caso, de forma importante en las investigaciones de Félix de Azara y en las de otros componentes de la Comisión para los Límites con Brasil. Como en los casos anteriores la ciencia peninsular y la ciencia criolla se integrarían en una síntesis superior, adaptada a las nuevas circunstancias científicas. Desde la perspectiva actual el estudio de la obra de Félix de Azara puede constituir así un acicate para intensificar los lazos entre científicos españoles e iberoamericanos en un proyecto científico común.

Notas

[1] Véase en ese sentido, por ejemplo, las actas del congreso internacional sobre “Mundialización de la ciencia y cultura nacional”, editadas por Lafuente, Elena y Ortega 1993.

[2]Así lo expresó el mismo Walckenaer en su edición de los Viajes por la América meridional, ed. 1969, p. 16.

[3]Azara, Viajes por la América meridional, ed. 1969, p. 16 (en adelante Viajes); citaremos en general por esta edición, que es la última editada y, por tanto, más accesible.

[4] He dedicado atención a este mapa y sus vicisitudes enCapel 1982, cap. VII (“El geógrafo Juan de la Cruz Cano y su mapa de América”).

[5] Su expediente académico se conserva en el Archivo de la Corona de Aragón, fondo de la Comandancia de Ingenieros , sec II, caja 121. Sobre el Cuerpo de Ingenieros Militares en el siglo XVIII, pueden verse, entre otros trabajos, Capel, Sánchez y Moncada 1988, Capel 2005 y Casals y Capel 2002.

[6] Datos biográficos en Capel y otros 1983. Otros datos indican que trabajó también en Castilla (trabajos en los ríos Jarama y Henares), en Baleares (fortificación de Palma) y en el País Vasco. A mediados del siglo XIX Basilio Castellanos de Losada realizó ya una amplia biografía en dos volúmenes (1852-54).

[7] Álvarez Terán 1980, p. 954.

[8] Azara siempre afirmó que había nacido en 1746, y así consta incluso en el retrato que hizo grabar para la edición francesa de los Viajes por la América meridional; sin embargo, la partida de nacimiento a su nombre da la fecha de 1742. Es posible que ocultara la fecha para poder entrar en el ejército.

[9]Azara,Viajes,ed. 1969, p. 43. Ese texto fue escrito para la edición francesa de los Viajes por la América meridional, y parece indicar que Azara no tuvo ningún conocimiento previo ni del viaje que realizó ni de su incorporación al cuerpo de oficiales de marina. Esto último queda, sin embargo, cuestionado por una carta encontrada por la profesora Carmen Martínez en el Archivo Histórico Nacional (Estado, legajo 4554, nº 12), relativa a los “astrónomos” que debían formar parte de la Comisión. Respecto a uno de ellos se señala que el ministro estaba de acuerdo con la opinión expresada por un consejero, según la cual dicho sujeto “era un ignorante, y que no podríamos sacar ningún partido de él”. Al margen está la siguiente indicación, que había de servir para preparar el documento final: “Que está bien, y que en lugar de uno de los capitanes de fragata que ahora están en la Armada pudiera ir el teniente Coronel D. Félix de Azara, que pretende pasar a Marina. Es del Cuerpo de Ingenieros y que con su habilidad puede ser útil a la división y para levantar los planos”. Agradezco a la profesora Martínez la información y el permiso para utilizar ese documento.

[10] Una edición reciente de los diarios de dichos viajes realizados entre 1785 y 1788, en Azara 1994, I-IX, p. 39-98.

[11] En Azara 1994 se publican el “Reconocimiento de la frontera de los pampas hecho por D. Félix de Azara en 1796 con el objeto de adelantar las guardias para la cría de ganado y proyecto de fortificación de El Chaco”, el “Infome sobre reducciones del Chaco y facilitar su camino para el comercio” (1799), y una “Carta al marqués de Avilés, opinando sobre un proyecto de colonización del Chaco” (1799).

[12] Galland 2003 y 2005.

[13]Walckenaer, ed. 1969 p. 22. Lo que el mismo Azara pensaba de ellas lo escribió en sus Viajes por la América meridional estimando la frescura y dulzura de su piel: “y no es ésta la única ventaja que hace que los inteligentes prefieran las mulatas a las mujeres españolas, pues además pretenden que con dichas mulatas experimentan placeres especiales que las otras no les proporcionan. Además estas mulatas no son modelos de castidad ni resistencia, y es raro que conserven su virginidad hasta la edad de nueve o diez años. Son espirituales, finas y tienen aptitud para todo; saben escoger; son limpias generosas y hasta magníficas cuando pueden” (ed. 1969, p. 276).

[14]Azara, Viajes, ed. 1969, p. 188.

[15] Además de las primeras biografías sobre Azara, las de Walckenaer 1808 y Castellanos de Losada 1847, existen datos sobre su vida en trabajos posteriores, entre los cuales los de González 1943; otras referencias pueden encontrarse en Baulny 1968, Torrens 1978-79, Capel 1981, p. 301-304, Beddall y López Piñero 1983, o Fernández Pérez 1992.

[16] Azara, Descripción e Historia de Paraguay y río de la Plata, ed. 943, Prólogo.

[17]Así aparece, por ejemplo en palabras del editor de los Viajes a la América Meridional, (ed. 1969, p. 17), el cual consideraba en 1808 que la revolución que se había operado en los conocimientos sobre América “colocarán a la cabeza de este interesante relato los nombres de Humboldt y Azara”. Esa idea fue compartida por Mitre, que consideró a Azara "el Humboldt moderno de esta parte de América", en Azara 1943, introducción.

[18] Capel 1987; Capel, Sánchez y Moncada 1988, cap. X (“Los textos”).

[19] Hemos transcrito y publicado este manuscrito en Lucuce, ed. 2000.

[20] Ordenanzas 1768, normas sobre los mapas en tomo IV, tratado II, título séptimo.

[21] Azara,Viajes,ed. 1923, p. 61; ed. 1969, p. 45. En los diarios de sus viajes (por ejemplo, en los que se publican en Azara 1994) puede comprobarse que, efectivamente, era la observación y cálculo de la latitud y longitud la tarea primera a que se dedicaba en cada lugar por donde pasaba.

[22] Azara Viajes por la América meridional, ed. 1923, p. 62. Lo mismo en la Descripción e historia del Paraguay y Río de la Plata, prólogo. La compra de instrumentos astronómicas para las comisiones de demarcación de Portugal y España fue encargada en Londres a Joâo Jacinto Magalhâes, Martínez Martín 1998, p. 512-13; y Lucena Giraldo 2005, p. 48.

[23] Azara Geografía física y esférica de las Provincias del Paraguay y Misiones Guaraníes, 1790, ed. 1904, Prólogo, p. 8. Su familiaridad con estos métodos era tal que no duda en hacer críticas a los propuestos por Magalhâes, 1775-80, Prólogo, p. 8.

[24] Azara, Descripción e Historia del Paraguay y Río de la Plata, ed. 1943, Prólogo.

[25] Azara, Viajes, ed. 1923, p. 62; en las páginas siguientes de esta obra explica otros detalles de su trabajo. De todas maneras, la llanura absoluta del terreno hacía imposible a veces las observaciones. Con frecuencia, por ejemplo en todo el distrito de Corrientes, no había “elevación chica ni grande que pueda servir para dirigir los triángulos de una carta”, Azara ed. 1994, p. 93.

[26] Azara, Viajes, ed. 1923, p. 66. Lo mismo en Descripción e Historia del Paraguay, ed. 1943, p. 4.

[27] Azara Descripción histórica, ed. 1943, p. 3; Viajes 1923, p. 62: "en mis viajes he evitado siempre el juzgar por aproximación".

[28] Azara, Descripción e historia del Paraguay, Prólogo. Discusión de esta producción cartográfica en el estudio introductorio de R. R. Schuller a la Geografía Física y Esférica del Paraguay, 1904.

[29] Dos ejemplos de la cartografía levantada por Félix de Azara pueden ser estos: la Carta esférica ó reducida de las provincias del Paraguay y Misiones guaranís, con el distrito de Corrientes, Por D. Félix de Azara, 1787, Catálogo de manuscritos españoles del Museo Británico, Londres, t. II, p. 457, 503, 527 (Según Fernández Duro, 1900, VII, p. 443, “En la Biblioteca particular de S. M. el Rey existe otro ejemplar original dedicado al Sr. D. Pedro Melo de Portugal y firmado en Asunción, a 30 de Agosto de 1787; esta carta, que había sido solicitada por el cabildo de Asunción, ha sido estudiada recientemente por Carmen Martínez Martín 1998);Carta reducida de toda la Provincia del Paraguay levantada en varios años y concluida en el de 1793 por el capitán de navío Dn Félix de Azara y los geógrafos a su mando... 1793 (Servicio Histórico Militar, Madrid, nº 6.289, E 16-17). Un excelente estudio de las aportaciones cartográficas de Azara sobre el virreinato del Río de la Plata es el de Martínez Martín, 1997, la cual insiste en la importancia de los colaboradores, y destaca, en especial, a Pedro Cerviño e Ignacio de Pazos. El ingeniero Cerviño y el piloto Pazos son citados en el “Viaje al Paraná y Corrientes”, 1785, Azara 1994, p. 39, en el viaje a Curuguaty, p. 64, p. 66 , Zizur en el viaje a la laguna de Yberá, p. 94, en la Descripción.. de 1793, Azara p. 152.

[30] Azara Descripción e Historia del Paraguay y Río de la Plata, Prólogo; y Viajes, Introducción, ed. 1923, p. 67.

[31] Pueden verse estos trabajos en la revista Biblio 3W, incluida en el sitio web de Geocrítica <http://www.ub.es/geocrit/menu.htm>; el índice de la revista en: <http://www.ub.es/geocrit/bw-ig.htm>

[32] No solo revisó él mismo los archivos, sino que encargó de ello a sus subalternos. Asi Pedro Cerviño y Juan Pazos en la ciudad de Corrientes, Azara 1994, p. 152.

[33] Las obras editadas y manuscritas existentes sobre Río de la Plata pueden encontrarse en el Epítome de la Biblioteca Oriental y Occidental, Náutica y Geográfica, el inventario bibliográfico que elaboró en 1737 Andrés González de Barcia como continuación del de León Pinelo, González de Barcia ed. facsímil 1982, I, p. 662-666, y 918-919. Sobre las lecturas concretas de Azara acerca de Paraguay y Río de la Plata, Fernández Pérez 1992, p. 48 y ss (“Los predecesores de Azara”).

[34] Ferraz, 1801, p. 313 y ss.

[35] Azara emprendió por iniciativa propia algunos viajes, en la espera de los comisionados portugueses; por ejemplo, hallándose “impaciente y aburrido con la ociosidad” resolvió hacer un viaje para tomar noticias de la laguna Yberá, y adquirir nuevas aves y cuadrúpedos, en noviembre de 1787. A veces organizaba expediciones simplemente para dar alguna ocupación útil a sus subalternos, entregándoles instrucciones precisas sobre lo que habían de observar; así en el viaje al Río Tiviquaray en 1785 (Azara 1994, p. 85 y 51).

[36] Capel 1985 (“Geografía y arte apodémica…”).

[37]Pimentel 2003.

[38] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 20-21. Cuando se leen los diarios se comprueban las muchas penalidades que sufrió. En 1785 durante cuatro meses estuvo enfermo de tercianas, lo que no le impidió hacer el viaje al Pilcomayo; y en el que realizó a Curuguatay en 1787 tuvo dolores cólicos y pujos, es decir ulceraciones en la vesícula biliar o en la vejiga urinaria, que a veces le impidieron incluso llevar su diario, y con frecuencia estaban “molestadísimos de moscas, tábanos, mosquitos y muchas castas, y de pequeñas abejas de tres especies que melean en los bosques y apetecen mucho nuestro sudor, que chupaban molestando en ello lo mismo que los mosquitos”. En muchos casos, especialmente en la travesía de pantanos, “la ropa estaba casi podrida, pero siempre se preservaron los instrumentos”, y la comida no siempre era buena: “cominos parcamente, porque no había qué”, “la gente tenía hambre y no había qué comer”, teniendo que andar horas enteras bajo la lluvia. Véanse los testimonios en Azara 1994, p. 47, 64, 66, 79, 80, 84 y 91.

[39] Walckenaer, ed. 1969, p. 19.

[40] Se trata de los siguientes: Juan José Vértiz y Salcedo (1778-83), Cristóbal del Campo, marqués de Loreto (1783-89), Nicolás de Arredondo (1789-94), Pedro de Melo de Portugal y Villena (1794-97), Antonio Olaguer Felíu (1797-99), Gabriel de Avilés y del Fierro (1799-1801) y Joaquín del Pino y Rozas (1801-04).

[41] Azara coincidió con Melo de Portugal cuando éste era gobernador de Paraguay, e hizo varios viajes con él; en alguna ocasión alude a “la amistad que me profesa y las continuas distinciones que le debo” Azara 1994, p. 61.

[42] Véase sobre dicha actuación el estudio de Rafael Palacio Ramos 2005, en especial p. 77 y ss., y de manera más general Horcas Díez 1998.

[43] Azara,Viajes,ed. 1969, p. 186.

[44] Carta de Azara aWalckenaer, fechada el 2 de julio de 1806,Viajes,ed 1969, p. 40.

[45] Así aparece, por ejemplo, en la mayor parte de los viajes publicados por José García Mercadal (ed. 1962, vol. III), y concretamente en los viajes de Aubry de la Motraye (1697 y 1718, edición 1727), J. B. Labat (1705-06), E. de Silhuette (1729-1730), el Señor de la Melonniere (1720-1726), L. de Rouvray, duque de Saint Simon (1721-1722), G. Manier (comienzos siglo XVIII), J. Casanova de Seingalt (1767-1768), V. Alfieri (1669-71), W. Dalrymple (1774), J. F. Peyron (1772-73), Baron de Bourgoing (1777-1795), E. F. Lantier (fines s. XVIII), J. M. Fleuriot, marqués de Langle (1784), J. Townsend (1786-1787), A. Young (1787).

[46] Capel 1985 (“Geografía y arte apodémica…”).

[47] Freixa 1993, cap. III “La preparación del viaje”.

[48] Clemente Rubio, 2004.

[49] Cavanilles, 1795, ed. 1991, p. 228-29.

[50] La forma como A. de Humboldt abordó esos problemas en varias de sus obras ha sido analizada por Nöelle Bourguet 2003.

[51] En esa obra, editada por Rodolfo R. Schuller en 1904 a partir de un manuscrito conservado en el Archivo Nacional de Uruguay, se incluyen los once grandes viajes que realizó directamente y con sus ayudantes y otros menores. Los tres primeros viajes han sido publicados luego también en Azara 1990 , ed. de Andrés Galera, y los restantes en Azara 1994, ed. de M. Lucena y A. Barrueco, a partir de otro manuscrito conservado en la Academia de la Historia en Madrid.

[52] Así lo dice en el relato del “Viaje al Paraná y Corrientes” (1785), en Azara, ed. 1994, p. 39.

[53] Capel 1994 (“América en el nacimiento…”).

[54] Carta de Azara de fecha 1 de diciembre de 1805, carta nº 6 de la edición de Walckenaer,Viajes,1969, p. 38.

[55] Azara,Viajes,ed. 1969, p. 53.

[56] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 74.

[57] Azara 1904, “La calidad del terreno”; ed. 1990, p. 49. Añade que “los que creen que las aguas han dado la figura exterior al mundo se figuran que estos países acaban de salir del fondo del mar. La poca profundidad de los ríos, la multitud de esteros y la poca población les persuadirán lo mismo, aunque no se hallan conchas marinas, y creerán que las aguas sobre estos países tuvieron un movimiento de noroeste a sureste”.

[58] Azara 1904, “La calidad del terreno”; ed. 1990, p. 51.

[59]Diversos testimonios en Azara, ed. 1994, p. 77, 42, 48, 58, 66, 69, 72. En el “Viaje a la Cordillera” observando una laguna anota que “su suelo es arena acarreada de las laderas, y no tardará en llenar o cegarse por los depósitos de sus aguas que no tienen salida”, Azara, ed. 1990, p. 227.

[60]Viaje al Río Pilcomayo, Azara 1994, p. 49.

[61]Azara 1994, “Viaje a Iberá”, p. 91; asimismo hace alusión a las piedras magnéticas que halló en el patio de un pueblo (p. 129).

[62] Azara 1904; ed. 1990, p. 58.

[63] Un ejemplar de esa edición, en cuya contracubierta figura en dos líneas y con tinta y letra diferentes “Félix de Azara. Este libro es de Dª Mónica Azara” está en la biblioteca personal de Jaime Jossa, y ha sido documentado en Gomis, Josa, Fernández y Pelayo 1988.

[64] Esa edición de la obra de Bowles aparece también citada en su prólogo por el traductor español de la Historia Natural de Bufon, que utilizó Azara; véase Clavijo ed. 2001, p. 77.

[65] Orictografía y orictognosia eran términos utilizados en el siglo XVIII para el estudio de los materiales excavados del subsuelo, es decir pueden considerarse términos precedentes de la geología. Ignacio de Asso realizó estudios sobre cuestiones de historia natural desde la década de 1770 y en 1784 publicó una Oryctographiam et Zoologiam Aragoniae Introductio; véase la introducción de J. M. Casas Torres a la edición de Asso 1947, y Mora 1972, p. 261 y ss. Asso era amigo de José Nicolás de Azara, al que le pidió libros en alguna ocasión (Mora 1972, p. 43), pero su obra difícilmente pudo ser utilizada por Félix, ya que es claramente linneana; en 1776 había traducido del sueco las cartas de Loefling sobre historia natural de España y las Indias que habían sido publicadas por Linneo (y que serían publicadas en los Anales de Ciencias Naturales en 1801), Mora p. 271.

[66] Weckelaer, ed. 1969, p. 22 y 23.

[67] Azara ed. 1969, p. 48.

[68] Cit. por Fernández Pérez 1992, p. 39.

[69] En el “Viaje al río Pilcomayo” (1785) identifica claramente”capibaras, lobos de río, y muchos yacú caraguatá o pavitas”, en Azara 1994, p. 48.

[70] Azara 1802-1805, ed. 1992, p. 79; he modernizado la ortografía. En 1786 estaba ya realizando observaciones ornitológicas (“Viaje a Carepegua”, Azara 1994, p. 57). También empezó a cazar los cuadrúpedos, conservando las pieles, lo cual hizo ya desde los primeros viajes, como sabemos por sus diarios; pero éstas “se alteraban y corrompían”, por lo cual “tomó entonces el partido de describir minuciosamente cada individuo cuando se le presentaba”.

[71] Walckenaer ed. 1969, p. 23.

[72] Por Michel Foucault en su libro sobre Las palabras y las cosas, ed. 1971, cap.V, “Clasificar”.

[73] He hablado más ampliamente de ello en Capel 1995 (1997), p. 72 y ss (“Matemáticas y descripción de la naturaleza”).

[74] Para todo lo referente a las ediciones de Buffon que utilizó Azara debe consultarse Fernández Pérez 1992, p. 42-43.

[75] Capel 1994 (“América en el nacimiento de la geografía moderna”), Carrillo Castillo 2004.

[76] Serrailh, ed. 1974, p. 460-611. También fue admirador de Buffon el ministro Jovellanos, Capel 1995 (1997).

[77] Sobre la obra y los gustos de José Nicolás de Azara existe una extensa bibliografía, que no podemos citar aquí. Habla también del tema Sarrailh, ed. 1974, p. 366-374, que le califica como “uno de los hombres más inteligentes, cultos e ingeniosos” del siglo XVIII, además de cómo diplomático muy hábil. Su correspondencia con el ministro Manuel de Roda ha sido publicada y es de un gran interés.

[78] La Tesis doctoral de Jaime Jossa permite conocer la difusión en España de la obra del naturalista francés.

[79] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 131.

[80] Puig-Samper 1993.

[81] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 79.

[82] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 96.

[83] Walckenaer 1809, ed. 1969, p. 23 y 24.

[84] Walckenaer ed. 1969, p.

[85] Walckenaer, ed. 1969, p. 17.

[86] Walckenaer ed. 1969, p. 25. Las cifras son realmente menores, como han puesto de manifiesto varios estudiosos, ya que a veces describió separadamente machos y hembras o adultos y jóvenes, véase, por ejemplo, Fernández Pérez 1992.

[87]Walckenaer, ed. 1969, p. 24.

[88]Walckenaer ed. 1969, p. 25.

[89] Véase sobre ello las referencias citadas en nota 18, y Capel y Casals 2002, Capel 2005.

[90] Sobre la relación de Azara con Pineda, Fernández Pérez 1992.

[91] Carta de Azara a ckenaer, fechada el 1 de diciembre de 1805, ed 1969, p. 38; pero véase también el estudio de Cabrera 1934.

[92] Las citas en Azara, Viajes, ed. 1969, p. 146, 152, 158 y 168.

[93] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 147; otras referencias críticas a Buffon, siempre sobre cuadrúpedos, en p. 158, 163, 165.

[94] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 166.

[95] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 100.

[96]Walckenaer, ed 1969, p. 28. Sobre el significado y la influencia de los estudios de Azara sobre las aves véase Contreras 2003.

[97] Bibliografía y manuscritos en Azara 1904, por R. R. Schuller, p. XXIII y ss. La Geografía física y esférica del Paraguay fue publicada por R. R. Schuller en 1904, y parcialmente por A. Galera, que incluyó la descripción general y tres de los once viajes.

[98]Walckenaer, ed 1969, p. 26. Sobre el eco de Azara en la ciencia europea y española del XIX puede verse Baulny 1968, IV, p. 67 y ss.

[99] Vázquez Rial 1991 y 1999.

[100]Walckenaer, ed 1969, p. 26.

[101]Walckenaer, ed 1969, p. 26-27.Los datos sobre el carácter pérfido de los gobernantes españoles fueron, lógicamente, aceptados por los historiadores rioplatenses del XIX y comienzos del XX, por ejemplo Rodolfo R. Schuller, en Azara 1904, p. XVII y ss.

[102] Sobre la configuración de todas estas fronteras en el siglo XVIII véase Zusman 2000.

[103]Dedicatoria a su hermano Nicolás de Azara, cit. por Walckenaer, ed 1969, p. 29.

[104] Azara 1994, tercera parte, p. 197-225; en las páginas 179-195 se reproducen asimismo varios informes a los virreyes del Río de la Plata.

[105] Especialmente tras el fracaso de las políticas conciliatorias con los insurrectos americanos que habían puesto en marcha algunos ministros en 1817 (y de las que participó José María Lanz), y que fueron abortadas por Fernando VII al año siguiente, Lucena 2005 p. 154 ss.

[106] Véase Gerbi, ed. 1982, cap. 1 (“Buffon: la inferioridad de las especies animales en América”) y ss.

[107] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 179.

[108] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 182.

[109]Azara, Viajes, ed. 1969, p. 185.

[110] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 185.

[111] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 94.

[112] Azara,Viajes, ed. 1969, p. 171. Sobre la concepción del padre Las Casas sobre este tema, Capel 1993.

[113]Capel, 1981, cap. 1 (“Humboldt y la teoría de la Tierra”) y 2000.

[114] Minguet, 1968, ed. 1985, I, p. 10 y ss.

[115] Capel 2000.

[116] Azara, Viajes, ed. 1969, p.107. Sobre la historia de las ideas que condujeron al concepto de evolución biológica puede verse Young 1992

[117] Sobre ello Capel 1995 (1997) p. 82 y ss.

[118] Cassirer 1932, p. 98-100.

[119] El trabajo de E. Alvarez Lopez 1934 fue esencial para el reconocimiento de la obra de Azara en la biología; un resumen en Beddall y López Piñero 1983. El tema de la influencia de Azara en Darwin ha sido planteado por J. Templado 1958, E. Álvarez López 1961, por B. A. Beddall 1975, por Glick 1975. Véase también la introducción de Jaime Jossa a la edición de El origen de las especies, 1988, p. 17. Sobre la herencia biológica de los caracteres véase asimismo la introducción de Andrés Galera a la edición de la Descripción del Paraguay, Azara 1990. p. 31 y ss.

[120] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 150.

[121]Azara, Viajes, ed. 1969, p. 182.

[122] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 171.

[123] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 125.

[124] Con referencia a un depósito de mineral de hierro, Azara, ed. 1969, p. 65.

[125] Recordemos, además, que el virrey marqués de Avilés le calificó en una ocasión de “sujeto en quien había advertido un modo de pensar muy puro y cristiano”, cit. en Albiac 2000, p. 6.

[126] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 113.

[127] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 172-173.

[128] Azara Apuntamientos para la Historia Natural de los páxaros, ed. 1992, p. 83.

[129] Azara,Viajes,ed. 1969, p. 76.

[130] Azara,Viajes,ed. 1969, p. 78.

[131] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 174, cursivas añadidas.

[132] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 174-175.

[133]Azara, Viajes, ed. 1969, p. 113; lo que dio lugar a una oportuna nota crítica por parte de C. A. Walckenaer.

[134] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 117.

[135]Azara, Viajes, ed. 1969, p. 82.

[136] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 176.

[137]Azara, Viajes, ed. 1969, p. 177),

[138] Darwin, ed. 1988, p. 95.

[139] Stoddart 1966.

[140] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 85.

[141] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 104.

[142]Azara, Viajes, ed. 1969, p. 109.

[143] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 201.

[144] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 230.

[145] Lovejoy, ed. 1983; ya hemos visto que esta gran cadena del ser era aceptada por Buffon.

[146] Capel 1985, p. 73-77.

[147] A ello ha dedicado atención Urs Bitterli, ed. 1982, p. 400 y ss.

[148] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 248.

[149] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 249. Se había ocupado también del tema en la Descripción e Historia del Paraguay y del Río de la Plata (1806, ed. 1847) donde presenta en lo esencial esos mismos rasgos, pero con un énfasis y orden algo diferente, véase Azara 1994, p. 158.

[150] Véase en relación con ello Bouza Vila 2002.

[151] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 79.

[152] Tanto en el En el “Viaje al río Tiviquary” (1785) subió “hasta lo más áspero de la cordillera”, y aunque narra las diversas penalidades que sufrieron no hay la menor alusión a los cambios en el paisaje biogeográfico, Azara, ed. 1994, IIIª parte, en particular, p. 51. Tampoco los hay en el “Viaje a la cordillera”, editado por Andrés Galera, Azara 1990, p. 224-227.

[153] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 80.

[154] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 78; la observación mereció una nota de Walckenaer señalando que “este es un error muy antiguo quelas obrevaciones modernas han hecho desaparecer”. Otra afirmación semejante de Azara sobre gusanos que parecen producto de la generación espontánea, en p. 149.

[155]Azara, Viajes, ed. 1969, p. 80-81.

[156] Rapoport 1987.

[157] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 81.

[158] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 171.

[159] El curso de Geografía Física fue editado por un antiguo alumno de Kant, Th Rink en 1802; utilizamos la edición francesa, Kant 1999.

[160] Kant ed. 1999, p. 223. El filósofo dedicó toda la primera sección de la 2ª parte al estudio del hombre (p. 218-227) y trató también del tema en la 3ª parte (“Observaciones sumarias sobre las principales curiosidades naturales de todos los países, según un orden geográfico”).

[161] Bitterli, ed. 1982, p. 246.

[162] Así en los relatos de La Perouse o de La Condamine (Minguet II, p. 33. De manera similar en Cornelius De Pauw, que en relación con sus ideas sobre la inferioridad del medio americano, estimaba que los indios americanos eran bestias que abominaban de las leyes y de los frenos de la educación..

[163]Rousseau, Discours sur l’originalité de l’inegalité parmi les hommes, 1954. Para Rousseu la desigualdad social va unida a la renión del hombre en sociedad, en los vínculos familiares, la agricultura y la propiedad de la tierra. Con todo eso el hombre pierde libertad y se convierte en esclavo de la necesidad, con lo que produce en un estadio de degradación progresiva. Visión de gran pesimismo cultural.Examen de ello en Bitterli, ed. 2982.

[164] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 186.

[165] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 233.

[166]Por ejemplo, Azara 1994, p. 43, con referencia a los garzas. También valora en muchas ocasiones su libertad como algo positivo. En Tobati encuentra una comunidad que es de las más pobres, “pero no por ello lo son los indios, de quienes suele decirse que son los mejor vestidos y acomodados porque sin duda tienen libertad” Azara Descripción Histórica.. 1793, en Azara 1994, p. 126.

[167] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 222.

[168] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 223.

[169] Véanse los testimonios sobre ello en Minguet, ed. 1985, II, IV “Humboldt y el indio americano”.

[170] Capel 1985, cap. 4 (“El poblamiento de América y la idea de cambio en la superficie terrestre”), y Capel 1989.

[171] El debate sobre el tema del origen europeo o no de los cuadrúpedos(y de las aves) lo hace Azara en el capítulo IX de los Viajes, ed. 1969, p. 171-180.

[172] Buffon Histoire génerale des animaux et de l’homme, ed. Berna 1792, t. III, p. 162, cit por Bitterli, ed. 1982, p. 394.

[173] Sobre todo ello véase Bitterli, ed. 1982, p. 396 y ss.

[174] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 249.

[175] Meek, 1976, ed. 1981. El autor estudia sucesivamente los antecedentes de la teoría en la antigüedad, las ideas de Locke y de otros que afirmaron que al principio todo el mundo era América, los autores franceses y escoceses que configuraron definitivamente la teoría en la década de 1750 y la evolución posterior de la misma.

[176] Cit por Meek, ed. 1981, p. 89.

[177] Ronald L. Meek ha llegado a escribir que “en cierto sentido, sin duda, los grandes sistemas de la economía política ‘clásica’ del siglo XVIII surgieron de la teoría de los cuatro estadios”, (ed. 1981, p. 217). En España se encuentran ecos de dicha teoría en los Rudimentos de Economía Política de Eudaldo Jaumandreu, redactados para sus cursos en la Lonja de Barcelona, el cual habría adoptado esas ideas a partir de obras del economista suizo alemán Jean Herreschwand, publicadas en Londres y París entre 1786 y 1796 (Lluch 1973, cap. XII, en particular p. 315). Sobre el eco de la teoría de los cuatro estadios y de los conceptos de ‘salvaje’, ‘bárbaro’ y civilizado’ en los textos de geografía españoles de la primera mitad del XIX véase Nadal 1983.

[178] Cit. por Meek, ed. 1981, p. 140.

[179] Cito por la edición parcial en Azara 1994, XII, p. 157.

[180] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 238.

[181] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 285.

[182] No solo en Gran Bretaña y Francia, también en Alemania se avanzaba en ese estudio y clasificación de los hombres, por ejemplo, con la obra de Johan Fredrich Blumenbach sobre las diferencias naturales en el género humano (Göttingen, 1775). A fines del XVIII se elaboraron, asimismo cuestionarios para el estudio de los pueblos salvajes (como el de J. M. Degérando Considerations sur les divers méthodes à suivre dans l’observation des peuples sauvages, Paris, 1796), que Azara no tuvo ocasión de aplicar en sus estudios sobre los indígenas americanos.

[183] Pimentel 1998.

[184]Ordenanza de 1718, I parte, artº 7; en Portugués 1764, p. 753-770.

[185] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 186.

[186] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 99.

[187] A la que alude en sus Viajes (p. 292).

[188] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 252.

[189] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 254.

[190] Azara, Memoria sobre el estado rural del Río de la Plata, ed. 1943, p. 6; se trata de la Memoria escrita en Batovi el 9 de mayo de 1801.

[191] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 204. Críticas a la esclavitud también en otros textos, por ejemplo en Azara 1990, p. 213.

[192] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 260.

[193] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 282.

[194] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 281. El texto original puede leerse en la Descripción en Hitoria del Paraguay y del Río de la Plata (1806), en Azara 1994, XII, p. 172.

[195] Al que se han dedicado numerosos trabajos, entre los que podemos señalar los de José Luis Peset (por ejemplo, 1993).

[196] Lucena 2004.

[197]Descripción Histórica, Física, Política y Geográfica de la Provincia del Paraguay, 1793, en Azara 1994, XI, p. 149 y 150.

[198] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 281. Puede compararse ese texto con el de la Descripción e Historia del Paraguay y Río de la Plata (1806, ed. 1847) , en Azara 1994, XII, p. 172.

[199] Azara Memoria, sobre el estado rural del Río de la Plata, ed. 1943, p. 6; a continuación de esta afirmación realiza interesantes cálculos sobre los rendimientos agrícolas en el Río de la Plata.

[200] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 265.

[201] Véase en particular el “Informe sobre el gobierno y libertad de los indios guaranís y tapis de la Provincia del Paraguay” 1806, Azara 1994, p. 205-212. Tal vez sea oportuno recordar que también tenía ideas fisiocráticas y liberales el aragonés Ignacio de Asso, ya citado.

[202] Algunas referencias en Capel (“América en el nacimiento de la geografía moderna”, y “Ambientalismo e historia”).

[203] Azara, Viajes, ed. 1969, p. 275 y 277.

[204] Foucault, ed. 1971, p. 145. Sobre el trabajo de Cuvier véase también Young, ed. 1998, p. 80 y ss.

[205] Sobre el romanticismo en la ciencia véase el volumen editado por Montesinos, Ordóñez y Toledo, 2003, y en especial, acerca de Humboldt, el trabajo de Nöelle Bourguet 2003.

[206] . Así en el viaje a la laguna Yberá, encontró que el cura de San Ignacio le arregló la escopeta, y “como conociese en él capacidad e inclinación, determiné hacerlo mi continuador y correspondiente” Azara 1994, p. 86.

[207] En Martínez Martín, 1997, p. 171; el escrito lleva fecha de fines 1781.

[208] Relación de colaboradores de Azara para la cartografía en Martínez Martín 1998, p. 514 y ss. Los miembros de la comisión para el reconocimiento de la frontera de los pampas en 1796 en Azara 1994, documento X, p. 99-100.

[209] Lucena 2005, p. 149.
 

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