L I B R O   P R I M E R O:
 
D E   L A   E S F E R A   C E L E S T E

Capítulo Primero

DE LA REGIÓN ETÉREA.
 
 
En el principio creó Dios el cielo Empíreo y en él a los ángeles que son unas sustancias incorpóreas y espirituales, y en el vastísimo espacio comprendido debajo de este cielo llenó de sustancia corpórea, que puede entenderse por un cuasi infinito número de indivisibles átomos sobre toda imaginación sutiles, que es la materia primera indiferente para la producción de todas las cosas; uniendo mucha parte de estos átomos, formó Dios otros corpúsculos algo mayores aunque totalmente imperceptibles al sentido, dándoles distintas figuras y movimientos, según el fin en que habían de emplearse. Los unos recibiendo el movimiento hacia un punto se congregaron para formar la Tierra, quedando los otros y llenando el espacio entre la Tierra y el Empíreo, lo que se llama abismo, caos o masa caótica ; de lo más sutil de esta masa se formó un globo a cuyos átomos comunicó Dios un movimiento circular constantísimo, trémulo y vertiginoso que dando vueltas alrededor de la tierra dio principio al tiempo causando luz y día, y su privación noche y tinieblas y éstas fueron las obras de la Creación.

En el segundo día uniendo los corpúsculos más sutiles y fluidos condensó Dios la parte superior de la masa caótica, la cual se llama firmamento, por cuyo medio se dividieron las aguas superiores de las inferiores quedando éstas sobre la Tierra.

En el tercer día produjo Dios sustancia lapídea que la sirviere como de unión y trabazón, levantando en la superficie los montes con lo cual se retiraron las aguas a llenar las profundidades, quedando la tierra descubierta que fecundó con árboles y plantas.

En el cuarto, del globo de luz formado en el primer día, formó Dios el sol y las estrellas fijas que son grandes globos luminosos a quienes comunicó el movimiento que tienen alrededor de la Tierra y de otros corpúsculos que no tenían el movimiento trémulo de luz, formó otros globos opacos que son los demás planetas, comunicando a cada uno el impulso conveniente para la dirección de su carrera, y el espacio raro y tenue que quedó después de la formación de tan grandes cuerpos, y entre la Tierra y la Luna, se llamó éter.

En el quinto, de lo más craso de las aguas creó Dios los peces y de lo más sutil las aves.

En el sexto, produjo Dios todas las especies de animales terrestres y después al hombre, formando el cuerpo de tierra y uniéndole el alma espiritual y eterna que creó de la nada, y ésta fue la Creación del mundo en seis días para sus altos e incomprensibles juicios.

Los filósofos cuestionan sobre cinco puntos principales; primero se duda si los cielos y estrellas se componen de materia y forma (no se habla del Empíreo de quien sólo por revelación se sabe alguna cosa y su averiguación pertenece a los teólogos, sino de los demás cielos y astros). Aristóteles y otros filósofos como muchos Santos Padres dicen que los cielos y estrellas son unos cuerpos simplísimos, sin composición de materia y forma; otros dicen que se componen de materia, que son los corpúsculos creados en el primer día; y de la forma que es la combinación de estos átomos diversa en cada cuerpo celeste; y éste parece el mejor dictamen.

Lo segundo, se duda si son corruptibles o incorruptibles; sobre esto hay tres principales opiniones: unos dicen que son del todo corruptibles, otros que son totalmente incorruptibles porque no hay en la naturaleza agente capaz de causar la corrupción, y así no se les ha de quitar esta perfección a los cielos; afirman otros que los cielos y astros como también la Tierra son incorruptibles en cuanto al todo de sus cuerpos, por componerse de corpúsculos sutilísimos que sólo pueden ser divididos, y esta división no basta para la corrupción, pero en cuanto a algunas de sus partes son corruptibles como se manifiesta por la generación de los cometas y por las máculas y flámulas del Sol que se producen, y después de algún tiempo desaparecen.

Lo tercero, si los cielos son sólidos o fluidos; sobre esto hay tres opiniones: unos dicen que todos los cielos son sólidos y consistentes y que en ellos están fijos los astros como los nudos en la tabla, y así que, moverse los astros es, porque los transporta el cielo de cada uno. Dicen otros que el cielo de las estrellas fijas es sólido por ser uniforme su movimiento, pero los cielos de los planetas son fluidos. Otros afirman que así el de las fijas como los de los planetas son fluidos porque entre las fijas suelen aparecer algunas nuevas que con el tiempo desaparecen, lo que hace parecer que acercándose a nosotros se hacen visibles y alejándose desaparecen, siendo preciso para esto que su cielo sea fluido. También se verifica en los cielos de los planetas porque Mercurio y Venus, algunas veces se observan desde la Tierra, menos distantes que el Sol y otras veces más apartados.

Cuarto, si los cielos y astros se mueven por sí mismos; muchos filósofos y algunos santos padres dicen que los mueve el mismo Dios, otros que los ángeles, y otros son del parecer que se mueven ellos mismos por el impulso que Dios les imprimió en la creación del mundo.

Quinto, se duda del número de los cielos; los que admiten los cielos sólidos, admiten también variedad de cielos según los diversos movimientos que observan en los astros. Los antiguos hasta el tiempo de Hiparco (136 años antes de Cristo) admitían ocho cielos; los siete inferiores para los planetas por el movimiento particular de cada uno de poniente a levante y el octavo para las estrellas fijas, para el movimiento común de levante a poniente y le llamaron primer móvil por comunicarlo también a los orbes o cielos de los planetas. Por el año 147 del nacimiento de Cristo, C. Ptolomeo rey de Egipto y otros de su tiempo advirtiendo en las estrellas fijas un movimiento particular aunque tardísimo de poniente a levante, decían ser nueve los cielos: el noveno o superior para primer móvil que comunicaba a los demás el movimiento común de levante a poniente, el octavo para las estrellas fijas y después, los siete de los planetas con sus movimientos particulares de poniente a levante. El año de 1.240, el rey de Castilla don Alfonso XI admitió diez cielos: el décimo para el primer móvil que comunicaba el movimiento común de levante a poniente, el noveno para dar a las estrellas fijas el movimiento propio de poniente a levante. El octavo era el de las fijas con un movimiento de trepidación que observó en su tiempo y después seguían los siete de los planetas.

El padre Clavio y otros pusieron once cielos: el superior para el primer móvil, el décimo para dar a las fijas un movimiento de septentrión a medio día y al contrario, el noveno para el movimiento de trepidación de poniente a levante y al contrario; en el octavo ponía las estrellas fijas con su movimiento tardo hacia levante, y los siete restantes para los planetas. Los que admiten los cielos fluidos, dicen que son tres: aéreo, sidéreo y empíreo, esto es, el espacio que hay desde la Tierra hasta la Luna se llama aéreo, el contenido desde la Luna hasta el exterior del empíreo se llama sidéreo por contener todos los planetas y estrellas fijas, y después sigue el cielo empíreo, el más superior e inmóvil destinado para habitación de los bienaventurados.


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CUADRO DE ENLACES DEL TRATADO VI "DE LA COSMOGRAFÍA"
 
Estudio Introductorio
Índice general
Proemio
 
C A P Í T U L O S
 
Libro I
 
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
Láminas
Libro II
1
2
3
4
5
6
7
8
9
Láminas
Tablas
Libro III
1
2
3
4
5
6
7
Láminas
 
Libro IV
1
2
3
4
5
Láminas
Apéndice
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