LEGITIMIDAD CIENTÍFICA Y VERDAD
Dídac Ramírez Sarrió
Catedrático de Economía Financiera y Contabilidad. Universitat de Barcelona·
Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales y Doctor en Filosofia

 

Resumen. [1] Con el trasfondo de algunas de las tesis principales que J. F. Lyotard plasmó en su obra La Condition Postmoderne, el presente artículo pretende ofrecer una visión de la crisis por la que atraviesa la ciencia y que afecta a la concepción, fines y funciones de la misma. La tesis que vertebra dicha visión es que la crisis actual de la ciencia es una crisis de legitimidad que dimana del escepticismo posmoderno acerca de la verdad. Un breve recorrido histórico, en donde se destaca el papel jugado por la noción de juego de lenguaje de L. Wittgenstein, da pie a mostrar como una impostura la doctrina de K. R. Popper acerca de la relación entre la verdad y la legitimación científica. Finalmente el autor defiende que la verdad universalmente válida debe recuperar su estatus como principio legitimador de la ciencia en un marco neo-ilustrado que preste la debida atención a las corrientes de pensamiento surgidas con la posmodernidad.

 

Summary. Against the background of some of the main theses that J. F. Lyotard expressed in his work The Postmodern Condition, the present article aims to offer a view of the crisis that science is experiencing and which affects its conception, aims and functions. The main thesis that structures this view is that the present crisis in science is a crisis of legitimacy that arises from postmodern scepticism about truth. A brief historical survey, in which the role played by L. Wittgenstein's "language game" notion, leads us to show K. R. Popper's doctrine on the relationship between truth and scientific legitimation to be an imposture. Finally, the author defends the view that universally valid truth should recover its status as a principle of legitimation of science in a neo-enlightened framework that pays proper attention to the trends of thought arising with postmodernity.

 

 

 

Introducción


En 1979 se publicó en París La condition postmoderne, [2] del filósofo francés Jean-François Lyotard. El libro, que lleva por subtítulo Rapport sur le savoir, pronto alcanzó gran renombre. Hoy día es reputado como un escrito de gran impacto en el pensamiento contemporáneo.

 

Entre los méritos de la obra figuran el haber sido pionera en abordar el fenómeno de la posmodernidad desde una vertiente filosófica y seguir siendo el texto más citado sobre el tema. La mención inicial, sin embargo, no obedece a estos merecimientos, si bien el posmodernismo ofrece el trasfondo temporal y cultural de este artículo. La condición posmoderna reviste singular importancia para nosotros porque, como el propio subtítulo indica, consiste en un informe sobre el saber redactado por encargo del Conseil des Universités de Quebec con objeto de analizar el estado del conocimiento en las sociedades más avanzadas.

 

Mi propósito aquí también es comunicar el resultado de unas reflexiones sobre el saber, o mejor, en torno a una de sus modalidades: el conocimiento científico o ciencia. Con el telón de fondo de algunas de las tesis principales de Lyotard deseo intervenir en el debate abierto hace veinticuatro años ofreciendo una visión de la crisis por la que atraviesa la ciencia y que afecta a la concepción, fines y funciones de la misma. Concretamente, me propongo razonar sobre la proposición que vertebra el contenido de este escrito: la crisis actual del conocimiento científico es una crisis de legitimidad que dimana del profundo escepticismo posmoderno acerca de la verdad.

 

Que la ciencia pase por un período crítico no tiene nada de raro: como construcción social que es no puede permanecer ajena a los avatares de la sociedad en que se desarrolla. Así, la crisis actual no es la primera; pero su gravedad impide afirmar que no será la última, máxime si acaban teniendo razón quienes presagian el declive de la era científica (vd. J. Horgan, 1996). De cuál sea su desenlace dependen el futuro de la ciencia y de la actividad que se realiza en la Universidad; depende también el destino de disciplinas económico-financieras como la que profeso, la Matemática Financiera. Son razones suficientes para que me sienta concernido por tan problemática situación.

 

Desde ahora el trabajo se articula en cinco partes. Una previa de breve contextualización temporal y semántica precederá al análisis de la situación de la ciencia en 1979, año en que el recién aparecido informe Lyotard abrió el debate sobre la posmodernidad; después el análisis proseguirá sobre la base de dicho informe para proyectarlo luego al momento presente. Un juicio personal acerca de la fase final de la crisis y una sucinta conclusión pondrán término a este artículo.

 

 

 

Contextualización temporal y semántica

 

Lyotard comenzaba La condición posmoderna explicando que el término que calificaba la condición del saber en las sociedades desarrolladas provenía del continente americano y designaba "el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX." (LCPM, p.9).

 

Sobre los orígenes de la posmodernidad hay mucho escrito. F. J. Fortuny (2000) se remonta hasta finales del siglo XVIII. El libro de P. Anderson (1998) es una buena referencia. Después de examinar diversos autores, Anderson señala como el principal teórico sobre la posmodernidad a F. Jameson, quien sitúa los debatidos orígenes en la década de los 70 del pasado siglo.

 

Un "ahora" que discurre bajo la impronta del posmodernismo, movimiento que se caracteriza por el predominio casi omnímodo de la subjetividad y que, de hecho, se ha convertido en la corriente de pensamiento dominante en la sociedad occidental, siendo objeto de un debate filosófico y político protagonizado, además de los autores citados, por J. Habermas, J. Baudrillard, R. Rorty, A. Callinicos, T. Eagleton, entre otros. Es vigente la observación de S. Rosen en (1987), "(...) el posmodernismo no es una simple moda académica o una nueva escuela filosófica, sino la expresión de radical malestar en todas las avenidas de la vida contemporánea intelectual y espiritual."

 

Las manifestaciones típicas del posmodernismo son conocidas y vívidas: el énfasis en la intersubjetividad, la flexibilidad, la borrosidad, la reflexividad, el fin de las certezas, la primacía de la imagen, el relativismo epistemológico y moral, la disolución de las identidades, la hibridez, el pastiche, el recelo acerca de las legitimidades, el escepticismo para con el progreso, la quiebra de las fundamentaciones, la sacralización del instante, la percepción del tiempo como un perpetuo presente, la pérdida de sentido de toda trascendencia... En fin, una lista inconclusa cuyas componentes se hallan presentes en los ámbitos de la realidad social más diversos y plasman el medio socio-cultural que sirve de contexto a la crisis contemporánea de la ciencia.

 

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Respecto del conocimiento científico (empírico), hay varias formas de entenderlo. Desde la Ilustración, al positivismo clásico le han sucedido el empirismo neoclásico, el racionalismo crítico, el anarquismo metodológico, el relativismo histórico, el elitismo, el estructuralismo y el neoinductivismo, por citar solo algunas concepciones de la ciencia operativas en nuestros días.

 

De obviar tal diversidad incurriría en un reduccionismo improcedente y lastraría el discurso con una vaguedad excesiva. Porque no se trata de hacer constar que "la ciencia está en crisis", lo cual es una vacuidad, sino de ofrecer un diagnóstico sobre la crisis de la ciencia basado en el examen de la crisis que atañe a una cierta idea de la misma, la llamada concepción estándar.

 

Dicha concepción es propia de los científicos "ortodoxos", partidarios del realismo en alguna de sus vertientes, de la definición tradicional del conocimiento como creencia verdadera justificada y de las teorías objetivas de la verdad. La búsqueda de la verdad es su razón de ser, la suprema misión que funda la demarcación entre la ciencia y la tecnología. Heredera del proyecto ilustrado, tras haber abandonado algunos postulados del positivismo clásico es compartida por el empirismo neoclásico, el neoinductivismo y, con matices, el racionalismo crítico.

 

La concepción estándar considera que la actividad científica consiste en el renovado intento de formular leyes y teorías para realizar sus fines inmediatos: el principal la explicación de hechos espacio-temporales, y luego la predicción y las aplicaciones tecnológicas.

 

Otros rasgos distintivos son: el carácter enunciativo del conocimiento científico, la construcción de modelos o sistemas axiomáticos como ideal a conseguir, la adopción de cánones precisos para el razonamiento, el principio de la unicidad del método, la evaluación normativa del contenido y fines de la ciencia, la aceptabilidad de éstos por parte de la comunidad científica y, por último, el paradigma del progreso de la ciencia.

 

 

 

La ciencia en 1979

 

Cuando Lyotard recibió el encargo de escribir el texto que le dio renombre el medio socio-cultural antes descrito no difería substancialmente del actual. Los síntomas que entonces revelaban la posmodernidad eran los mismos; en todo caso, lo que variaba era la intensidad con que se mostraban.

 

En aquel tiempo la ciencia "ortodoxa" ya había asumido que las teorías debían ser compatibles con el grueso del conocimiento y estar integradas en el marco de alguna comunidad científica. No obstante, como consecuencia de crisis anteriores, sus otras características estaban claramente tocadas o próximas a estarlo.

 

La concepción enunciativa había sido fuertemente criticada en los años sesenta por el relativismo histórico de N. R. Hanson, S. Toulmin y T. S. Khun; el ideal de la axiomatización se vio atacado por el anarquismo metodológico de P. Feyerabend; la evaluación normativa de la ciencia era contestada por estas dos corrientes y otras como el estructuralismo de J. Sneed y W. Stegmüller, el psicologismo y el pragmatismo; y en 1975 L. A. Zadeh había contravenido toda exigencia de precisión en las argumentaciones al proponer la lógica borrosa como base para el razonamiento aproximado.

 

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Mención aparte merecen la aceptabilidad de las teorías y el paradigma del progreso de la ciencia, características de singular importancia para nosotros por su estrecha vinculación con la legitimidad científica y la verdad. La ciencia jamás se ha visto como un útil que se puede usar negligentemente; siempre se ha planteado el problema de su legitimación. Más adelante atenderemos a la versión de Lyotard, para quien la crisis del saber científico procede de la erosión interna del principio de legitimidad (LCPM, p.75). Acto seguido daré la mía, que atribuye a K. R. Popper, por la gran repercusión de su obra, la responsabilidad máxima de esta erosión.

 

El requisito de aceptabilidad ha sido siempre problemático. Tradicionalmente ha actuado bajo el prisma de la demarcación. Fue Popper quien enfatizó la diferencia entre las preguntas: ¿bajo qué condiciones debemos aceptar un enunciado como científico? y ¿cuándo un enunciado es científico?

 

El positivismo y el neoempirismo no precisaban distinción alguna, pues disponían de criterios objetivos con los que poder responder: los principios de verificación y de confirmación respectivamente. Sin embargo, tan pronto como se identifica el conocimiento con el conocimiento probado o confirmado en cierto grado surge el escollo de tener que justificar el inductivismo como doctrina legitimadora de las inferencias. Rémora de la que se ven libres las concepciones "instrumentalistas", que basan la aceptabilidad en criterios utilitaristas.

 

Si se juzga que el problema de la inducción es insoluble y al mismo tiempo que la ciencia no debe limitarse a ejercer una función meramente instrumental, el tratamiento de la legitimidad científica precisa de una aproximación alternativa. Popper se encontró tal tesitura. Su contribución consistió en distinguir los ámbitos de la demarcación y de la aceptabilidad, así como en introducir la divulgada falsación y la no tan conocida verosimilitud como criterios respectivos.

 

El tránsito del enfoque tradicional al crítico comportó cambios radicales, tanto en la manera de abordar la evaluación de las teorías científicas como de concebir la misión de la ciencia. La nueva doctrina significó un acusado desplazamiento hacia la subjetividad. Si el conocimiento es siempre conjetural y falible y es imposible dar ninguna razón positiva para afirmar que una teoría es verdadera, pierde interés deslindar entre las teorías científicas y las que no lo son. Asimismo deja de tener sentido evaluar una teoría de forma aislada. La evaluación es relativa y lo importante es decidir entre teorías rivales. En estas condiciones La demarcación adquiere un perfil subsidiario y la aceptabilidad cobra mucha más relevancia, como también la comunidad científica, que es quien debe tomar la decisión.

 

Por otro lado, el enfoque crítico trasladó el problema de la evaluación desde el contexto de justificación al del progreso de la ciencia. El pensamiento clásico imaginaba este progreso como un proceso continuo y gradual por incorporaciones sucesivas de teorías pasadas en otras nuevas más comprensivas. A pesar de que la corriente lógica del neoempirismo se desentendió del tema, la tradición ha perdurado a través de E. Nagel y N. Bohr, entre otros.

 

La crítica a la inducción y la consiguiente "degradación" del conocimiento científico a conocimiento conjetural sacudieron la idea del "ascenso inductivo". También Khun, acentuando la línea de crítica historicista, se mostró contrario a cualquier intento de reconstrucción racional del progreso científico tal como lo entendían el neoempirismo y cierta versión ingenua del falsacionismo: el progreso realmente importante acontece con los cambios de paradigma y no tiene un carácter teleológico . Es obvio que este planteamiento refuerza el instrumentalismo.

 

La propuesta de Popper, compatible con los postulados del realismo, combinaba la falsación con la verosimilitud y es de sobra conocida: una secuencia que se inicia con un problema y origina una cadena de conjeturas y refutaciones en pos de teorías que nunca son absolutamente ciertas y sí falsables; el progreso de las ciencias no pasa por exigir teorías verdaderas, como en el positivismo clásico, o bien teorías con grados de confirmación o de probabilidad cada vez mayores, sino teorías verosímiles grado de aproximación a la verdad sea creciente.

 

Según parece, en este proceso la verdad absoluta u objetiva desempeña una función esencial. Sería lo coherente en un autor que no dejó de proclamar su fe en el realismo científico y de sostener que la verdad constituye el fin último de la ciencia. Aunque lo cierto es que la noción de aproximación a la verdad como ideal regulativo de la práctica científica es un sucedáneo de la búsqueda de la verdad, una hipótesis que carece de la base suficiente para oponerse a quienes, posmodernos incluidos, piensan que no tiene sentido hablar de verdad y realidad como divorciadas de la práctica humana y de las actividades cognoscitivas.

 

En lo concerniente a la verdad, la doctrina popperiana es una impostura: únicamente precisa de la performatividad. El éxito, por transitorio que sea, se constituye en exponente máximo de legitimidad. K. R. Popper quiso desmarcarse del instrumentalismo y no lo consiguió, más bien lo impulsó.

 

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Según lo expuesto, en 1979 buena parte de los rasgos que identificaban la concepción estándar de la ciencia estaban bajo sospecha, debido en gran medida al impacto producido por la obra de T. S. Khun, P. Feyerabend y, por encima de todos y paradójicamente, K. R. Popper. No obstante, el cuadro esbozado sería incompleto, o mejor, estaría falto de un trazo esencial si olvidáramos el nombre de L. Wittgenstein y dejáramos de rememorar una noción clave en el pensamiento de Lyotard y de toda una época: el juego de lenguaje.

 

La verdad admite diversas interpretaciones, susceptibles todas de discusión y crítica. La visión objetiva se basa en la creencia de que la función esencial del lenguaje es la denotación: afirmar o negar hechos mediante enunciados que son o verdaderos o falsos. El lenguaje se concibe así como una imagen o "figura de la realidad", metáfora que hizo fortuna después de que en 1922 Wittgenstein la utilizara en el Tractatus Logico-Philosophicus, durante su adscripción al atomismo lógico.

 

En 1953 este mismo autor introdujo una idea radicalmente diferente en las Investigaciones filosóficas: el lenguaje es un mero vehículo de comunicación, un útil que se puede emplear de múltiples maneras; lo importante es el uso, no el significado y la función denotativa es una más entre muchas otras. Una vez conocidas las reglas que rigen el uso de un término se conoce su significado, de manera análoga a un juego. El lenguaje se convierte así en la suma de muy diferentes juegos lingüísticos con sus propias reglas cada uno y, como en todo juego, son las reglas las que determinan sus propiedades y la manera de jugar.

 

El giro metafórico producido con el paso de la figura al juego no es baladí: significa un cambio fundamental en la manera de pensar la relación entre lo que se dice y aquello sobre lo que versa lo dicho, la naturaleza del conocimiento y la realidad, la verdad, en suma.

 

Con este giro las interpretaciones "subjetivas" recibieron un fuerte impulso y se sentaron las bases para que se disolviera el vínculo entre el lenguaje y la realidad, que fuera el lenguaje el que construyera la realidad, que la misma realidad acabara disolviéndose, que no hubiera nada que representar. La verdad, demarcación última entre ciencia y tecnología, sufría otro duro embate. Si por fin decaía hasta el extremo de verse forzada a abdicar la función legitimadora en una indefinida comunidad científica, ¿qué instancia podía legitimar a ésta? La pregunta, perfectamente formulable en tiempo presente, cierra la descripción del ambiente cultural y epistemológico en el que apareció La condición posmoderna.

 

 

 

El Informe Lyotard

 

En el campo del saber el análisis de Lyotard se mantiene actual pese al tiempo transcurrido. Con sus carencias, que las tiene y el propio autor ha reconocido incluso exageradamente, resultó certero en la descripción y perspicaz en el pronóstico. El informe es relativamente breve (la edición inglesa no llega a las 70 páginas), pero denso. Obviamente no procede hacer una reseña, sino enunciar con la paráfrasis justa las tesis que sirvan para asentar nuestra exposición. La idea del lenguaje como conjunto de juegos lingüísticos cuyas reglas son inconmensurables entre sí y en donde las relaciones son agonales es central en la condición posmoderna.

 

El punto de partida es que el saber en general, esto es, la capacidad de lograr los fines pretendidos, incluye toda una gama de "saberes" además del conocimiento y la ciencia, y utiliza el relato o narrativa como forma expresiva común en todo discurso, ya sea cognitivo, valorativo, técnico, estético, etc.

 

La ciencia siempre se ha arrogado una especificidad dentro del saber, pero es un juego de lenguaje más, un discurso situado en el mismo plano que el saber narrativo, con el que siempre ha mantenido un permanente conflicto.

La hipótesis básica de Lyotard es que el saber cambia de estatuto cuando surgen las sociedades postindustriales. Este proceso, originado a fines de los años 50, tiene lugar en íntima conexión con la creciente informatización de la sociedad.

 

Para el filósofo francés, el saber "se halla y se hallará" afectado en sus dos principales funciones: la investigación y la transmisión del saber adquirido. La genética, que debe su paradigma teórico a la cibernética, aporta un ejemplo de lo primero; y buena prueba de lo segundo son los efectos de la progresiva reducción del tamaño de los aparatos sobre la manera como el conocimiento se adquiere, clasifica, trata y se explota.

 

Por otra parte, en un mundo cada vez más dependiente de la información el conocimiento que no admita una traducción en bits no podrá circular y será desechado, con lo cual muchas líneas de investigación deberán ser reorientadas. El saber disponible se "exteriorizará" fomentándose así su mercantilización; como una mercancía más se producirá para ser vendido y se consumirá para ser valorado con miras a una nueva producción; diluido el vínculo entre el aprendizaje y la pedagogía dejará de ser un fin en sí mismo; como había aseverado J. Habermas (1968), perderá su "valor de uso" y no tendrá más fin que el puro intercambio. En este contexto el conocimiento, sobre cuya conversión en la principal fuerza económica de producción ya teorizó K. Marx, en lugar difundirse por su valor educativo o por su importancia política circulará a través de las mismas redes que el dinero. Llegado el caso la distinción pertinente no será entre conocimiento e ignorancia, sino entre conocimientos de pago y de inversión, conocimiento intercambiado en el marco de la supervivencia diaria y fondos de conocimiento dedicados a optimizar el resultado de un proyecto. Estos juicios, sin ser originales, ¡cuánta verdad encierran y cuánta actualidad contienen!

 

La hipótesis del cambio en el estatuto del saber permite a Lyotard abordar el problema de la legitimación desde un punto de vista complementario al que hemos desarrollado con anterioridad. Comparando la legitimación de la ciencia y la del legislador observa que en ambos casos la cuestión se plantea en términos semejantes: ¿cuál es el proceso que autoriza a que un legislador promulgue una determinada ley como norma? y ¿cuál es el proceso que autoriza a que la comunidad científica acepte un enunciado como científico?.

 

Si la ciencia no pretende "legislar" sobre qué es verdadero y qué es científico, para legitimar sus enunciados debe apelar a autoridades trascendentes o bien, muy a pesar suyo, al saber narrativo, como sucedía antes de la Edad Moderna. A partir del siglo XVIII, sin embargo, el plan ilustrado de secularización del pensamiento comportó el veto a la primera de las opciones.

 

Cuando la ciencia sí tiene la pretensión de legislar, de establecer criterios de demarcación y de aceptabilidad con reglas de juego inmanentes, éstas deben legitimarse desde el discurso elaborado por la propia comunidad científica. Ello implica el consenso de los expertos, quienes a su vez no están exentos de legitimación. Nos sale de nuevo al paso la pregunta formulada anteriormente: ¿qu