Joaquim Prats
Catedrático de la Universidad de Barcelona

 

El debate que se está produciendo a causa de la intención del gobierno de reformar la enseñanza de la historia es una discusión alejada de los auténticos problemas de la Educación Secundaria. La disputa entre visiones unitarias y no unitarias de la historia no se corresponde a ninguno de las cuestiones principales que hoy se plantean los profesores. Un análisis de los libros de texto y de las clases de historia nos indica que no existe un motivo de alarma al respecto, y que esta cuestión no constituye un problema fundamental en nuestro sistema educativo, tal como pretende el MEC o la propia Real Academia de la Historia.

En Inglaterra, en los años setenta, o en Francia, durante los años ochenta, de discutió de sobre la historia que debía enseñarse en el sistema educativo. Pero los términos en que se debatió el tema, en estos países, eran muy distintos a los que estamos presenciando ahora en España. En Francia, por ejemplo, la polémica sobre la "desnacionalización" de la historia se produjo entre, por un lado, los que propugnaban una nueva forma de enseñar la historia y renovar el concepto y la función educativa de la propia materia y, por otro, entre los que la entendían como un instrumento para fortalecer el patriotismo y el sentimiento nacional. La posición de estos últimos estaba en línea con los planteamientos que habían dado origen a la asignatura durante el siglo XIX y era defendida por los grupos más conservadores de la sociedad.

En el debate español, las dos posiciones básicas que aparecen como antagónicas están defendiendo, en el fondo, una misma postura: la historia sirve como instrumento conformador de identidades nacionales. La diferencia entre el nacionalismo español y los nacionalismos llamados periféricos radica en pretender para sí la competencia legal para determinar los contenidos históricos en la enseñanza, y para poder transmitir así una determinada idea de España. O dicho de otra forma: se debate por saber quién controla los contenidos históricos de la enseñanza como medio de fortalecer su discurso político. Una misma manera de entender la cuestión que no se corresponde con los problemas reales que tiene el sistema educativo.

Pero frente a la vieja pretensión de que la historia sirva para crear el sentido patriótico, avivar los sentimientos nacionales y afirmar el sentido de identidad, la nueva (y ya no tan nueva) enseñanza de la historia defiende acercar al alumnado a la lógica de una ciencia social que permita, de manera privilegiada, formar a los estudiantes en el análisis de la sociedad, función que representa, a mi juicio, el mejor camino para educar ciudadanos libres y con capacidad para discernir, por ellos mismos, sobre los problemas sociales de nuestro tiempo.

Y es que la enseñanza de la historia ha superado los viejos sistemas memorísticos de fechas, reyes, batallas y glosas de las "gestas nacionales". La renovación de la historiografía, los avances en la pedagogía y la psicología, así como la propia evolución social han dejado obsoleta la tradicional función educativa de la historia que pretendía, simplemente, adoctrinar. Ya Jaume Vicens Vives introdujo en sus libros de texto una orientación que aspiraba a dar una visión de la historia más ligada a la vida de las sociedades y a las regularidades y los cambios que se producían en la evolución histórica. Vicens propugnaba el aprendizaje de una ciencia social que contrastaba con las épicas historias centralistas que llenaban los libros de texto de su época. Desde entonces, muchos de los que trabajamos en el ámbito de la enseñanza de la historia hemos ido profundizando y avanzando en esta línea: enseñar conceptos históricos como los de cambio y continuidad, explicar el contexto histórico de los hechos, orientar el sentido del tiempo, analizar lo que es una estructura social, estudiar los modos de vida de las personas, etc. Este aprendizaje tiene más interés educativo que memorizar o saber datos. Ello no rechaza que se estudie la historia española y regional, pero no tanto por buscar en ella identidades irracionales, sino como contenidos educativos con mayores posibilidades de significación que otras historias más exóticas.

En la medida que la historia reflexiona sobre el conjunto de la sociedad en tiempos pasados, y que pretende enseñar a comprender cuáles son las causas y consecuencias que producen y ocasionan los fenómenos históricos y de los acontecimientos, los temas que deben estudiarse en la Educación Secundaria han de ser aquellos que mejor permitan visualizar estos fenómenos y su explicación. Lo relevante del aprendizaje de la historia no es acumular noticias, lo relevante es entender el funcionamiento de la sociedad en el pasado. Y es que la historia tiene, por si misma, un alto poder formativo para los futuros ciudadanos. Se trata de un inmejorable laboratorio escolar para el análisis social en el que los estudiantes aprenderán a realizar un análisis crítico de la realidad, base fundamental para ejercer plenamente la libertad. El aprendizaje de la historia ayuda, además, a comprender la complejidad de cualquier acontecimiento, de cualquier fenómeno social, político, económico, etc. y, en definitiva, de cualquier proceso, lo que enriquece el pensamiento y relativiza lo conflictivo. Aquí radican las mejores posibilidades educativas de la historia enseñada.

¿Los términos en los que se está produciendo el debate sobre los contenidos históricos contemplan estas cuestiones?. No demasiado. Lo que parece preocupar más es si figura tal personaje o tal acontecimiento, o bien el número de líneas que se dedican en los libros de texto a un tema o a otro. Una visión bastante limitada de lo que supone enseñar historia a "todos" los adolescentes; una concepción de la enseñanza ligada a las viejas y rancias tradiciones culturalistas, ya sobrepasadas por la situación actual.

El debate no ha resultado, hasta ahora, interesante para la educación ya que no ha aportado luz ni soluciones sobre lo que hoy preocupa a los docentes en la educación obligatoria. Sería más útil abordar, por ejemplo, el problema del tratamiento de la diversidad de niveles en el alumnado de la ESO, los discutibles sistemas de promoción y evaluación, replantearse la disolución de la historia en una mal definida área curricular de Ciencias Sociales, o estudiar las dificultades de aprendizaje que conlleva enseñar conceptos tan complicados y formales como los históricos etc. Pero estos temas son técnicos, se mueven en el ámbito de discusión académica y, como es sabido, no son noticia.

Por lo tanto, no creo que el debate existente quite el sueño al profesorado. La enseñanza de la historia va por otro lado. La selección de contenidos históricos y estrategias de enseñanza en esta materia persiguen que la historia sea percibida como una ciencia social y que, como toda ciencia, deba ser entendida como un saber en continuo proceso de generación de nuevo conocimiento, y no como un saber acabado, de corte erudito. No se trata de convertir a los alumnos de secundaria en historiadores, pero sí de evitar un aprendizaje dogmático y desprovisto de razonamiento. Esta nueva concepción del saber escolar supone primar los métodos didácticos que incorporan la resolución de problemas, la introducción de técnicas como la indagación, y la simulación de la investigación histórica.

Hace tres años, en los meses en los que ya se discutió el proyecto de reforma de las humanidades en la Educación Secundaria, no se pudo (¿quiso?) realizar un debate en profundidad sobre la historia como materia educativa. Un debate que posibilitara consensuar conclusiones aplicables entre los profesionales de la enseñanza y de la investigación didáctica e histórica. Ello hubiera permitido avanzar e incorporar nuevas reflexiones. Si ello hubiera sido así, nos hubiéramos evitado el espectáculo y, lo que es más grave, la continua desestabilización del sistema educativo. Por responsabilidad, por eficacia y por el bien de nuestra educación deberíamos, en esta ocasión, situar el debate en el marco que le corresponde: el académico y técnico, el que se nutre de la investigación sobre la didáctica de la historia. Ya me perdonaran algunos políticos tamaña ingenuidad.