g30p22f1Fuente: La Voz de Galicia.

Un estudio científico analiza los graves efectos de las amenazas y coacciones.

El anuncio del cese definitivo del terror por parte de ETA ha puesto el foco sobre sus numerosas víctimas, los 829 asesinados, los heridos y sus familiares. Pero hay miles de personas en el País Vasco que, durante años se han visto obligadas a llevar escolta, a mirar todos los días en los bajos de sus coches, a ver sus nombres en dianas, a vivir con el miedo a ser objeto de la violencia física y a temer por sus familias.

Un estudio de la Universidad de Barcelona en colaboración con la de Nueva York de los profesores Javier Martín-Peña, Álvaro Rodríguez-Carballeira y Susan Opotow sobre la «violencia de persecución» en el País Vasco y Navarra se centra en los efectos de la estrategia de intimidación y amenazas del entramado etarra sobre aquellos que han sufrido un acoso prolongado por su ideología, su actividad política, sus críticas abiertas a la organización, su profesión e incluso por ser meros familiares.

Los distintos tipos de coacciones que han soportado van desde mensajes intimidatorios, pintadas amenazantes e insultos a vigilancias como potenciales objetivos. En palabras de los autores, «una violencia instrumental, complementaria a los asesinatos», que ha conllevado serias restricciones a su libertad y su seguridad. Las consecuencias psicológicas de esta violencia llamada «de baja intensidad» pueden ser angustia intensa, ansiedad extrema y sentimiento de persecución. En otro estudio de Martín-Peña y Rodríguez-Carballeira junto a otros autores se señala que este acoso puede provocar desórdenes psiquiátricos agudos y estrés postraumático con consecuencias como falta de concentración, insomnio, ansiedad, depresión, dolores de cabeza, fatiga o pérdida del apetito.

ETA y, según destacan los autores, «también de forma muy relevante su entorno» son quienes determinan la exclusión de la víctimas mediante variados procesos psicosociales. La diferenciación maniquea en nosotros y ellos permite considerarlas como meros objetos a los que hay que combatir, atribuyéndoles responsabilidades e incluso deshumanizándolas para legitimar la violencia.

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