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¡Hay tanta poesía y, sin embargo, nada más raro que un poema! De ahí la profusión de esbozos, estudios, fragmentos, tendencias, ruinas y materiales poéticos.
(Friedrich Schlegel. Fragmentos del Lyceum (1797), [4] )


El ingenio (Witz) es un espíritu incondicionalmente sociable, o genialidad fragmentaria.
(Friedrich Schlegel. Fragmentos del Lyceum (1797), [9] )


También en poesía todo lo completo puede en verdad quedarse a medias y todo lo que está a medias resultar, sin embargo, auténticamente completo.
(Friedrich Schlegel. Fragmentos del Lyceum (1797), [48])


El pensamiento del universo y de su armonía es para mí uno y todo; en este germen veo una infinidad de buenos pensamientos, y siento que sacarlos a la luz y darles forma es el auténtico destino de mi vida.
(Friedrich Schlegel. Fragmentos del Lyceum (1797), [79])


Muchas son las obras de los antiguos que se han convertido en fragmentos. Muchas son las obras de los modernos que ya eran fragmentos desde el comienzo.
(Friedrich Schlegel, Fragmentos del Athenäum.)


Una ocurrencia ingeniosa (witziger Einfall)  es una disgregación de materias del espíritu, que debían estar, por tanto, entremezclados de la manera más íntima antes de su repentina separación. La imaginación debe estar primero repleta hasta la saciedad de todo tipo de vida, antes de que pueda ser el momento de electrizarla por medio de la fricción de una socializad libre hasta tal punto nque el estímulo del menor contacto, amigo o enemigo, pueda arrancarle chispas fulgurantes y rayos luminosos o resonantes descargas.
(Friedrich Schlegel, Fragmentos, 1958, [34])


Todo fragmento, todo libro que no se contradice a sí mismo es incompleto.
(Friedrich Schlegel, KA, XVIII, 83.)


Muchas obras, de las que se pondera su hermoso engarce, tienen menos unidad que un variado cúmulo de ocurrencias que, animadas por el espíritu de un solo espíritu, tienden a un único fin. (...) En cambio, más de un producto de cuya cohesión nadie duda no es, como muy bien sabe el propio artista, ninguna obra, sino sólo uno o varios fragmentos, una masa, un esbozo. Mas el impulso hacia la unidad es tan poderoso en los hombres que con frecuencia el propio autor completa cuando menos en el momento de su construcción lo que es absolutamente incapaz de concluir o unificar, y lo hace a menudo con gran perspicacia y sin embargo de un modo completamente antinatural. Lo peor de ello es que todo lo que por encima de los genuinos fragmentos –que es lo que realmente hay ahí- se cuelga así para simular una apariencia de totalidad consiste sólo las más de las veces en harapos coloreados.
(Friedrich Schlegel. Fragmentos del Lyceum (1797), [103])


La imagen de un todo tan abarcador como habría de ser esta filosofía para el hombre tiene para mí una cierta majestad aterradora y probablemente la seguirá teniendo todavía durante algún tiempo.l Por ello me atrevería primero con ensayos más modestos para los que no conozco ningún nombre apropiado.
(Friedrich Schlegel, Sobre filosofía (1799), [93])


La relación de las obras de arte con el arte la definen los románticos como infinitud en la totalidad; es decir, en la totalidad de las obras es donde se cumple la infinitud del arte: Goethe la define como unidad en la pluralidad; es decir: en la pluralidad de las obras se encuentra siempre de nuevo la unidad del arte. Aquella infinitud es la de la forma pura, y esta unidad en cambio la del contenido puro.
(Walter Benjamín, El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán)


Quien dice fragmento, no sólo debe decir fragmentación de una realidad ya existente, o momento de un conjunto aún por venir. Esto es difícil de considerar debido a esa necesidad de la comprensión según la cual no habría conocimiento sino del todo, lo mismo que la vista es vista de conjunto. De acuerdo con esta comprensión, sería preciso que allí donde hay fragmento haya designación sobreentendida de algo entero que anteriormente fue tal o posteriormente lo será (…) Así nuestro pensamiento está encerrado entre dos límites: la imaginación de la integridad sustancial, la imaginación del devenir dialéctico. Pero, en la violencia del fragmento y, en particular, esta violencia a la que podemos acceder por René Char, se nos brinda una relación muy distinta, al menos como una promesa y como una tarea.
(Maurice Blanchot. El diálogo inconcluso)


Fragmentario: no quiere decir ni el fragmento, parte de un todo, ni lo fragmentario en sí mismo. El aforismo, la sentencia, máxima, cita, pensamientos, temas, frases hechas están quizás más lejos del discurso infinitament continuo, cuyo contenido es “su propia continuidad”, continuidad que no está segura de sí misma más que mostrándose como circular y sometiéndose, con dicho giro, a la precondición de un retorno, cuya ley está afuera, afuera que es fuera-de-ley.
(Maurice Blanchot, Le Pas au-delà)


 […] Lo que nos habla, en estos poemas las más de las veces muy cortos donde términos, frases parecen, por el ritmo de su brevedad indefinida, cercados de blanco, es que este blanco, estas interrupciones, estos silencios no son pausas o intervalos para permitir la respiración de la lectura, sino que pertenecen al rigor mismo, aquel que no autoriza más que un mínimo de relajamiento, un rigor no verbal que no estaría destinado a portar sentido, como si el vacío fuese menos una falta que una saturación, un vacío saturado de vacío.
(Maurice Blanchot, La bestia de Lascaux, 53)


El habla del fragmento ignora la suficiencia, no basta, no se dice en miras a sí misma, no tiene por sentido su contenido. Pero tampoco entra a componerse con otros fragmentos para formar un pensamiento más completo, un conocimiento de conjunto. Lo fragmentario no precede al todo sino que se dice fuera del todo y después de él.
(Blanchot, 1973: 43)


El fragmento rompe con lo que yo llamaría el recubrimiento de la salsa, la disertación, el discurso que se constituye con la idea de dar un sentido final a lo que se dice, y esto es la regla de toda la retórica de los siglos precedentes. En relación con el discurso construido, el fragmento es un aguafiestas, algo discontinuo, que instala una especie de pulverización de frases, de imágenes, pensamientos, pero ninguna “cuaja” definitivamente.
(Roland Barthes. El grano de la voz)


La escritura instaura sentido sin cesar, pero siempre acaba por evaporarlo: procede a una exención sistemática del sentido. Por eso mismo, la literatura (sería mejor decir la escritura, de ahora en adelante), al rehusar la asignación al texto (y al mundo como texto) de un “secreto”, es decir, un sentido último, se entrega a una actividad que se podría llamar contra teológica, revolucionaria en sentido propio, pues rehusar la detención del sentido es, en definitiva, rechazar a Dios y a sus hipóstasis, la razón, la ciencia, la ley.
(Roland Barthes, R. El susurro del lenguaje)


No estamos aún maduros para una lectura discriminatoria, que acepte fragmentar, distribuir, pluralizar, despegar, disociar el texto de un autor de acuerdo con la ley del Placer. Todavía somos teólogos dialécticos.
(Roland Barthes. El susurro del lenguaje)
El ductus es el gesto humano en su amplitud antropológica, el lugar donde la letra manifiesta su naturaleza manual, artesanal, operatoria y corporal.
(Roland Barthes. Variaciones sobre la escritura)


El ductus no es una forma; es un movimiento y un orden, en suma, una temporalidad, el momento de una fabricación; solamente se lo puede captar si se fija mentalmente, no la escritura hecha, sino la escritura que se está haciendo (ésa es la escritura que llamamos scripción, para distinguirla de la escritura propiamente dicha, o cuerpo estable, objetivo, de las formas gráficas). Y si el ductus nos parece hoy una parte importante del acontecimiento escritural, es porque nuestra modernidad más reciente nos conduce a acentuar la importancia de la producción (al oponer la productividad del texto a la estructura de la obra.
(Roland Barthes. Variaciones sobre la escritura)


¿Qué es un texto, para la opinión general? Es la superficie fenoménica de la obra literaria: es el tejido de las palabras comprometidas en la obra y dispuestas de modo que impongan un sentido estable y a poder ser único. “Texto” quiere decir “tejido” Ligado a la escritura, el texto es lo que está escrito.
(Roland Barthes. Variaciones sobre la escritura, 137.)


El texto produce en mí el mejor placer si llega a hacerse escuchar indirectamente, si leyéndolo me siento llevado a levantar la cabeza a menudo, a escuchar otra cosa.
(Roland Barthes. El placer del texto)


En S/Z (pág. 20), la lexía (el fragmento de lectura) es comparada a ese trozo de cielo que deslinda el bastón del arúspice. Esa imagen le gustó: debía ser hermoso, antaño, ese bastón que apuntaba hacia el cielo, es decir, hacia lo inapuntable; y además es un gesto insensato: trazar solemnemente un límite del que no queda inmediatamente nada, a no ser por el remanente intelectual de un deslinde, abocarse a la preparación totalmente ritual y totalmente arbitraria de un sentido.
(Roland Barthes. Roland Barthes por Roland Barthes)


[...] hay que atravesar, como un largo camino de iniciación, todo el sentido, para poder extenuarlo, eximirlo. De donde surge una doble táctica: contra la Doxa, hay que ponerse a favor del sentido, pues el sentido es producto de la Historia, no de la Naturaleza; pero contra la Ciencia (el discurso paranoico}. hay que mantener la utopia de la abolición del sentido. 
(Roland Barthes. Roland Barthes por Roland Barthes


Escribir por fragmentos: los fragmentos son entonces las piedras sobre el borde del círculo: me explayo en redondo: todo mi pequeño universo está hecho migajas: en el centro, ¿qué? [...]
(Roland Barthes. Roland Barthes por Roland Barthes)


El fragmento no sólo está separado de sus vecinos sino que, además, en el interior de cada fragmento reina la parataxis. Lo cual se nota claramente si se hace el índice de estos trozos cortos; en cada uno de ellos, el ensamblaje de los referentes es heteróclito; es como un juego de rimas: "Sean las palabras: fragmento, círculo, Gide, lucha libre, asindeton, pintura, disertación, Zen, intermedio; imagínese un discurso que pueda vincularlas". Pues bien, sería sencillamente este fragmento mismo. El índice de un texto no es pues sólo un instrumento de referencia; él mismo es un texto, el segundo texto que es el relieve (residuo y asperidad) del primero: lo que hay de delirante (de interrumpido) en la razón de las frases. [...]
(Roland Barthes. Roland Barthes por Roland Barthes)


Como le gusta encontrar, escribir, comienzos, tiende a multiplicar este placer: es por ello que escribe fragmentos: mientras más fragmentos escribe, más comienzos y por ende más placeres (pero no le gustan los fines: es demasiado grande el nesgo de la cláusula retórica: tiene el temor de no saber resistir a la Ãºltima palabra, la última réplica. 
Pero entonces cuando uno dispone los fragmentos uno tras otro, ¿no es posible ninguna organización? Sí: el fragmento es como la idea musical de un ciclo (Bonne Chanson, Dicbterliebe): cada pieza se basta a sí misma y, sin embargo, no es nunca más que el intersticio de sus vecinas: la obra no está hecha más que de piezas fuera de texto. El hombre que mejor comprendió y practicó la estética del fragmento (antes de Webern), fue tal vez Schumann; llamaba el fragmento "intermezzo"; multiplicó en su obra los intermezzi: todo lo que producía estaba a la postre intercalado: Â¿pero entre qué y qué? ¿qué significa una serie pura de interrupciones? 
(Roland Barthes. Roland Barthes por Roland Barthes)


El fragmento tiene su ideal: una alta condensación, no de pensamiento, o de sabiduría, o de verdad (como en la Máxima), sino de música: al "desarrollo" se opone entonces el "tono" algo articulado y cantado, una dicción: allí debería reinar el timbre. Piezas breves de Webern: ninguna cadencia: ¡majestuosidad pone en quedarse corto! 
(Roland Barthes. Roland Barthes por Roland Barthes


Tengo la ilusión de creer que al quebrar mi discurso, dejo de discurrir imaginariamente sobre mí mismo, que atenúo el riesgo de la trascendencia; pero como el fragmento (el haiku, la máxima, el pensamiento, el trozo de periódico) es finalmente un género retórico, y la retórica es esa capa del lenguaje que mejor se presta a la interpretación, al creer que me disperso lo que hago es regresar virtuosamente al lecho del imaginario. 
(Roland Barthes. Roland Barthes por Roland Barthes


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