Martin Heidegger
Sentido y analogía: el fragmento en el ensayo

La idea que quiero plasmar en este artículo sobre lo fragmentario es sencilla: su éxito radica en representar de forma más exacta el sistema lógico de nuestro lenguaje y, por tanto, de nuestro pensamiento. Pero para ello, primero, consideremos estas cuatro citas:

1. “Antes de empezar a hablar sobre el fragmento, hay que decir algo sobre el todo; de que, por tanto -independientemente de lo que s pueda decir sobre el todo-, el fragmento es un no-todo”, Kazimierz Bartoszynski, Teoría del fragmento, Ediciones Episteme, 1998, p.3.

2. “Fragmento: ya no la pieza caída de un conjunto quebrado sino el destello de lo que no es ni inmanente ni trascendente.” Jean-Luc Nancy, El sentido de Mundo, La Marca, 2003, p. 193.

3. “El modo fragmentario de la expresión, cualquiera que sea el lenguaje utilizado, a menudo es oracular y oscuro, siempre ambivalente, porque responde a una virtual representación del mundo y a un modelo de sabiduría que produce [el] sentido que creemos más auténtico.” Enrique Lynch, Sobre el género fragmentario, enero 1987.

4. “El giro a lo quebradizo y fragmentario es en verdad el intento de salvar el arte mediante el desmontaje de la pretensión de que las obras de arte son lo que no pueden ser y empero tiene que querer ser; el fragmento tiene ambos momentos.” Theodor W. Adorno, Teoría estética, Akal, 2004, p. 253.

 

Como se ve a simple vista, el orden de estos fragmentos responde a la creación de un sentido entre ellos. Vemos como se pueden articular por yuxtaposición, sin tener un claro nexo entre final e inicio. Puede parecer una conclusión pueril, aunque encierre la clave de nuestro proceder lógico: ordenar los significados de tal manera que cobren un sentido, es decir, que sea comprensible para nosotros.

Al empezar a hablar sobre la expresión en fragmentos, uno puede caer en la treta de intentar crear una poética de lo fragmentario, constituirlo como género y sistematizarlo (o al menos, pretenderlo). Con frecuencia, esta arbitrariedad conduce a estudiar lo fragmentario en el arte y en la literatura como si se tratara de un catálogo estanco, pero el problema fundamental que esta parcela de la producción intelectual nos presenta es su relación con el todo. Si Bartoszynski tiene razón, y lo primero que se nos aparece ante un fragmento es que no es un todo, entonces allí surge una primera clasificación, un orden de los objetos en los que se reparte el mundo: aquellos que son unidades completas (conjuntos de “todos”) y aquellos que no lo son. No obstante, los textos fragmentarios presentar la particularidad de pertenecer a un conjunto sin todo-final reconocible; la literatura no tiene todo, el conjunto de toda la literatura se compone de todas las obras literarias que se han creado, que se están creando y se crearán. Por lo que la relación del fragmento literario con el todo-literatura existe tantas veces como cortes en ese todo se prefiguran: el todo de un libro puede estar fragmentado en citas, máximas, párrafos; el todo de una saga en volúmenes sesgados; el todo de una corriente literaria en un estilo retórico errático, etc. Dicho de otro modo, el todo en literatura es falso. Y como todo antecedente falso, cualquier consecuente que se le copule, dará un enunciado (cerrado, limitado y con sentido) verdadero. ¿Qué consecuencias tiene esta constatación? Pues que no hay corte posible, no hay todo más válido que otro. La literatura es todo fragmento y una totalidad; por ello aceptamos alegremente que Zola cree “fragmentos de vida” en sus novelas que son totalidades, que al mismo tiempo son fragmentos de una serie extensísima de volúmenes frágilmente conectados. Lo que expresa (casi burlonamente) Barthes: “la obra es un fragmento de sustancia, ocupa una pequeña parte del espacio de los libros (por ejemplo, en una Biblioteca)” (Barthes, 1971: 220). La literatura se puede leer siempre como fragmento de algo. Incluso las posibilidades de lectura abren el campo de la fragmentación para el lector: ¡quién no ha leído a girones clásicos que no conectaban con nuestra actualidad o bodrios contemporáneos con tramas insufribles!

Lo curioso es que lo fragmentario se encuentra fácilmente en la escritura y aún con más sencillez en la ficción. Pero las poéticas de lo fragmentario en la literatura adolecen de falta de criterio o, mejor dicho, de falta de un todo concreto al que oponerse, porque como dice Nancy: “todo fragmento, pero a decir verdad, sin dudas, toda obra, y desde que hay obras (desde Lascaux), se deja abordar de una y otra forma” (2003: 184). Ese crisol de perspectivas que hemos visto anteriormente por el que se puede abordar la literatura, aniquila el todo.

Por eso, es más esclarecedor centrarse en el ensayo. El lenguaje es ese espacio fructífero para lo fragmentario, porque es donde se juega el sentido. En el habla se da la transmisión de mensajes entre emisores y receptores; en su versión escrita, el sentido juega una función más determinante, pues hará efectiva la correcta entrega de la información. Si en la literatura no hay modo “correcto” de entrega, en lo ensayístico, en lo crítico, sí.

En primer lugar, y sin llegar a pretender poéticas y categorías del ensayo fragmentario, hay que separar la presentación en fragmentos o el uso de un estilo que evoca fragmentos, respecto de formas breves. Las máximas, los aforismos, las sentencias, los apotegma, los axiomas son formas breves de expresión, que en común tienen esa característica, pero que no tienen por qué estar relacionados con lo fragmentario. ¿Por ejemplo, qué vemos de fragmentario en los aformismo del que quizás sea el más famoso en este campo, el polaco Stanisław Jerzy Lec? Absolutamente nada, los aforismos de Lec no tienen ninguna referencia a un todo mayor, son en sí mismos un todo, y evidentemente, una parte del conjunto mayor que es la obra del Barón de Lec. Sentenciar aforísticamente: "No os dejéis imponer la libertad de expresión antes que la libertad de pensamiento", puede aflorar numerosas reflexiones y exégesis, que los críticos más laboriosos habrán ya tratado, pero desde luego, no hay una caracterización fragmentaria ni en el estilo ni en el fondo. El ensayo fragmentario es otra cosa, es un estilo, una forma retórica.

¿Qué sucede cuando el estilo de los ensayos, de la crítica y de la filosofía se vuelve fragmentario?

Si la defensa de Adorno por el arte fragmentario pasa por entender que “los productos supremos del arte están condenados a lo fragmentario, a la confesión de que tampoco ellos tienen lo que la inminencia de su figura asegura tener” (2004: 125), es decir, que la perfección parece ser aquello que no está, pero de lo que participa la obra de arte; en lo ensayístico es la verdad eso que no está y se confiesa que está ausente. Esa es la humildad de la que habla Enrique Lynch. La verdad fragmentada es la que se opone a la totalidad, a los sistemas. Por ello, el fragmento encuentra su apogeo en el Romanticismo y su expansión en la posmodernidad, porque el Romanticismo se construye sobre la lucha contra los grandes sistemas filosóficos.
Se podría aducir sobre lo fragmentario, que justamente es un giro retórico del ensayismo más contemporáneo que acerca a lo estético el decir sobre la verdad y que busca a través de la experiencia estética dar sentido a un discurso con pretensiones asertivas.
Así como la vivencia estética, en palabras de Gadamer, “actualiza una plenitud de significado que no tiene que ver tan sólo con este o aquel contenido u objeto particular, sino que más bien representa el conjunto del sentido de la vida” (2007: 107), el ensayo fragmentario se acerca a esa experiencia para favorecer el sentido último, en detrimento del sentido formal de la unidad de significado lingüístico, es decir, intercambia la retórica completa y compuesta perfectamente, por una más desprolija y agresiva, porque confía en que allí se dará un sentido auténtico, completo, en el que entra en juego el otro. Ese ejercicio retórico esconde en el fondo, por tanto, un objetivo epistemológico: evocar la verdad.
Quizás el fragmento fue la carencia retórica que Heidegger y su proyecto propedéutico no hallaron para poder comenzar, al final, la última filosofía. Pero es lógico y con sentido, que las posturas de los ensayistas fragmentarios se asimilen a las exigencias filosóficas requeridas para el Ser. Heidegger afirma:

el hombre no es un ser viviente que junto con otras facultades posee también el lenguaje. Mas bien es el lenguaje la casa del ser en la que el hombre, morando, ex­siste, en cuanto guardando esta verdad, pertenece a la verdad del ser. (2000: 324)

Estas proposiciones, no son más que una re-enunciación del célebre leitmotiv: el “lenguaje es la casa del ser”. Heidegger se cuida en afirmar que no todo lenguaje (no todo decir) es válido para el Ser. El fundamento básico de este decir tiene como característica especial la “falta de ser”, de este modo, el fundamento del que habla le falta algo, está afectado de “no-ser”. Esto provoca que el Dasein, sea ahí, arrojado y abocado a ser (2006: 42). Por ello, sostiene que el lenguaje permite cuidar la “verdad del ser” al hombre en su existencia. Sólo cabrá resolver si para Heidegger, como para los posmodernos y sobre todo, para los románticos, esta existencia es fragmentaria también. Entonces, el sentido del fragmento se dará la mano con el sentido del ensayo, pues por analogía la verdad que se enuncia imitará la verdad de la vida, que -por decirlo en retórica heideggariano- en el devenir se diluye y olvidamos su significado. Lo fragmentario permite completar en cada caso el sentido de la verdad. Y el sentido (como ya hemos visto en otro lugar) es todo lo que hay.

Barcelona, 28 de febrero de 2016

Bibliografía
Adorno, Th.W.; Teoría estética, Akal, Madrid, 2003.
Barthes, R.; “De l’oeuvre au texte”, Revue d’Esthétique, 1971, nº3, p. 220 en Kazimierz
Bartoszynski, K.; Teoría del fragmento, Ediciones Episteme, Valencia, 1998.
Gadamer, H.-G.; Verdad y método. Ediciones Sígueme, Salamanca, 2007.
Heidegger, M.; Carta sobre el humanismo, Alianza. Madrid, 2000.
Heidegger, M.; Sein und Zeit. Max Niemeyer Verlag, Tubingen, 2006.
Nancy, J.-L.; El sentido del mundo, La Marca, Buenos Aires, 2003.