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Pensar/Clasificar

Georges Perec

(Perec, Georges. Pensar, clasificar. Trad. Carlos Gardini. Barcelona: Gedisa, 1986., pp. 108-126)


A) Métodos
Por cierto, durante las diversas etapas de elaboración de este trabajo –notas garabateadas en libretas o volantes, citas transcritas, “ideas”, ver, cf., etcétera–, acumulé pequeños montones, b minúscula, I MAYÚSCULA, en tercer lugar, segunda parte. Luego, como se trataba de reunir estos elementos (era preciso reunirlos porque este “artículo” un día deja al fin de ser un proyecto vago y regularmente postergado para días siguientes menos agitados), se reveló rápidamente que yo jamás llegaría a organizados en un discurso.
Es casi como si las imágenes e ideas que había tenido por cautivantes y promisorias que parecieran al principio, una por una, o aun por pares– se hubieran desplegado de golpe en el espacio imaginario de mis hojas aún en blanco, tal como fichas (o cruces) que un mediocre jugador de carrés hubiera distribuido en el cuadriculado sin poner jamás cinco en línea recta.
Esta deficiencia discursiva no obedece sólo a mi pereza (ni a mi torpeza en el juego de carrés); se vincula más bien con aquello que precisamente intentaba cernir, o asir, en el tema que me habían propuesto. Como si el interrogante desencadenado por este “PENSAR/CLASIFICAR” hubiera cuestionado lo pensable y lo clasificable de tal manera que mi “pensamiento” no podía reflexionar sino desmenuzándose, dispersándose, regresando sin cesar a la fragmentación que pretendía poner en orden.
Lo que afloraba estaba totalmente del lado de lo borroso, lo flotante, lo fugaz, lo inconcluso, y al fin opté por conservar deliberadamente el carácter vacilante y perplejo de estos fragmentos amorfos, renunciando a fingir que los organizaba en algo que, con pleno derecho, habría tenido el aspecto (y la seducción) de un artículo, con principio, medio y fin.
Tal vez esto sea responder a la pregunta que me formulaban antes de formularla. Tal vez equivalga a no formularla para no responderla. Tal vez sea un uso y abuso de la antigua figura retórica denominada excusa donde, en vez de afrontar el problema a resolver nos contentamos con responder las preguntas con otras preguntas, refugiándonos siempre detrás de una incompetencia más o menos fingida.
Quizá equivalga también a designar la pregunta como sin respuesta, es decir, remitir el pensamiento a lo impensado que lo funda, lo clasificado a lo inclasificable (lo innombrable, lo indecible) que se obstina en disimular. . .

N) Preguntas

Pensar/clasificar

¿Qué significa la barra de fracción?
¿Qué se me pregunta exactamente? ¿Si pienso antes de clasificar? ¿Si clasifico antes de pensar? ¿Cómo clasifico lo que pienso? ¿Cómo pienso cuando quiero clasificar?

S) Ejercicios de vocabulario

¿Cómo clasificar los siguientes verbos: acomodar, agrupar, catalogar, clasificar, disponer, dividir, distribuir, enumerar, etiquetar, jerarquizar, numerar, ordenar, reagrupar, repartir?
Aquí están agrupados por orden alfabético.
Todos estos verbos no pueden ser sinónimos. ¿Por qué necesitaríamos catorce palabras para describir la misma acción? Por ende, son diferentes. ¿Pero cómo diferenciarlos a todos? Algunos se oponen entre sí aunque aludan a una preocupación idéntica; por ejemplo, dividir, que evoca la idea de un conjunto que se debe repartir en elementos distintos, y agrupar, que evoca la idea de elementos distintos que deben reunirse en un conjunto.
Otros sugieren nuevas palabras (por ejemplo: subdividir, asignar, discriminar, caracterizar, marcar, definir, distinguir, contraponer, etcétera), remitiéndonos al balbuceo inicial donde se enuncia penosamente que podemos nombrar lo legible (lo que nuestra actividad mental puede leer, aprehender, comprender).

U) El mundo como rompecabezas

Dividimos las plantas en árboles, flores y hortalizas.

Cuan tentador es el afán de distribuir el mundo entero según un código único: una ley universal regiría el conjunto de los fenómenos: dos hemisferios, cinco continentes, masculino y femenino, animal y vegetal, singular plural, derecha izquierda, cuatro estaciones, cinco sentidos, cinco vocales, siete días, doce meses, veintinueve letras.
Lamentablemente no funciona, nunca funcionó, nunca funcionará.
Lo cual no impedirá que durante mucho tiempo sigamos clasificando los animales por su número impar de dedos o por sus cuernos huecos.

R) Utopías
Todas las utopías son deprimentes porque no dejan lugar para el azar, la diferencia, lo “diverso”. Todo está puesto en orden y el orden reina.
Detrás de cada utopía hay siempre un gran diseño taxonómico: un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar.

E) Veinte mil leguas de viaje submarino

Conseil sabe CLASIFICAR los peces.
Ned Land sabe CAZAR los peces.
Conseil establece el catálogo razonado de los peces que Ned Land examina.

L) Razón y pensamiento
¿Qué relación existe, en rigor, entre la razón y el pensamiento? (al margen de haber sido los títulos de dos revistas filosóficas). Los diccionarios no nos ayudan a responder; por ejemplo, en el Petit Robert, pensamiento = todo lo que afecta la consciencia, y razón = la facultad pensante, a mi juicio, sería más fácil establecer una relación o una diferencia entre ambos términos estudiando los adjetivos con que se pueden adornar: un pensamiento puede ser emotivo, profundo, trivial o libre; la razón también puede ser profunda, pero además social, pura, suprema, inversa, de Estado o del más fuerte.

I) Los esquimales
Afirman que los esquimales no tienen nombre genérico para designar el hielo, tienen varias palabras (he olvidado el número exacto, pero creo que son muchas, alrededor de una docena) que designan específicamente los diversos aspectos que cobra el agua entre su estado líquido y sus diversos grados de congelación.
Es difícil, por cierto, encontrar un ejemplo equivalente en francés; quizá los esquimales sólo tengan una palabra para designar el espacio que separa los iglús, mientras nosotros tenemos por lo menos siete en nuestras ciudades (calle, avenida, bulevar, plaza, paseo, callejón, callejuela) y los ingleses por lo menos veinte (street, avenue, crescent, place, road, row, lane, mews, gardens, terra-ce, yard, square, circus, grove, court, greens, houses, gate, ground, way, drive, walk), pero nosotros tenemos no obstante un nombre (“arteria”, por ejemplo) que los engloba a todos. Asimismo, si hablamos a un repostero de la cocción del azúcar, nos responderá con razón que no puede comprendernos si no precisamos el grado de cocción requerido (ahumado, cascado, apisonado, etcétera) pero, para él, el concepto “cocción del azúcar” estará bien establecido.

G) La Exposición Universal
Los objetos expuestos en la gran Exposición Universal de 1900 estaban repartidos en 18 grupos y 121 clases. “Es preciso”, escribía el señor Picard, administrador general de la exposición, “que los objetos se ofrezcan a los visitantes en un orden lógico, que la clasificación responda a un concepto simple, claro y preciso, que lleve en sí mismo su filosofía y su justificación, que la idea madre se deduzca sin esfuerzo”.
Al leer el programa establecido por el señor Picard, se tiene la impresión de que esta idea madre era una idea estrecha.
Una frívola metáfora justifica el primer lugar acordado a la educación y la enseñanza: “Es por allí que el hombre entra en la vida”. Las obras de arte vienen a continuación porque hay que conservarles “su rango de honor”. “Motivos del mismo orden” hacen que los “instrumentos y procedimientos generales de las letras y las artes ocupen” el tercer lugar. En la clase 16 encontramos –y me pregunto por qué– la medicina y la cirugía (chalecos de fuerza para locos, lechos de enfermos, muletas y piernas de madera, maletines de médicos militares, materiales de auxilio de la Cruz Roja, aparatos de auxilio para ahogados y asfixiados, aparatos de caucho de la casa Bognier et Bumet, etcétera).
De los grupos 4° a 14°, las categorías se suceden sin que se deduzca con claridad ninguna idea de sistema. Todavía vemos muy bien cómo se ordenan los grupos, 4, 5 y 6 (mecánica; electricidad; ingeniería civil y medios de transporte) y los grupos 7, 8 y 9 [agricultura, horticultura y arboricultura]; bosques, caza y pesca), pero a continuación todo sigue un rumbo cualquiera:
Grupo 10: alimentos
Grupo 11: minas y metalurgia
Grupo 12: decoración y mobiliario de los edificios públicos y las residencias
Grupo 13: hilos, tejidos, vestimentas
Grupo 14: industria química
El grupo 15° está consagrado, inevitablemente, a todo lo que no halló lugar en los otros catorce, es decir, “industrias varias” (papelería; costura; orfebrería; joyería; relojería; bronce, fundición, herrajes artísticos, metales repujados; fabricación de cepillos, tafilería, carpintería y cestería, caucho y gutagamba; juguetería.
El grupo 16° (economía social, con el añadido de higiene y asistencia pública) está allí porque la economía social “debía venir naturalmente (la cursiva es mía) a continuación de las diversas ramas de la producción artística, agrícola e industrial [pues] ella es la resultante de éstas al mismo tiempo que su filosofía”.
El grupo 17° está consagrado a la “colonización”; es un grupo nuevo (respecto de la exposición de 1899) cuya “creación está ampliamente justificada por la necesidad de expansión colonial que sienten todos los pueblos civilizados”.
El último lugar está ocupado simplemente por los ejércitos de tierra y mar.
La distribución de los productos dentro de estos grupos y sus clases depara un sinfín de sorpresas en cuyo detalle es imposible entrar.

T) El alfabeto
Varias veces me he preguntado qué lógica había presidido la distribución de las seis vocales y las veinte consonantes en nuestro alfabeto francés: ¿por qué primero la A, y luego la B, y luego la C, etcétera?
La imposibilidad evidente de una respuesta tiene, en principio, algo de tranquilizador: el orden alfabético es arbitrario, inexpresivo, y por ende neutro: objetivamente la A no vale más que la B, el abecé no es un signo de excelencia, sino sólo de comienzo (el abecé del oficio).
Pero sin duda basta con que haya un orden para que el lugar de los elementos en la serie asuma insidiosamente, tarde o temprano y poco o mucho, un coeficiente cualitativo: así como una película de serie “B” se considera “menos buena” que otra película que, por lo demás, jamás se ha pensado en denominar película de serie “A”; así como un fabricante de cigarrillos que hace imprimir en sus paquetes “Clase A” nos quiere dar a entender que sus cigarrillos son superiores a otros.
El código cualitativo alfabético no está bien provisto, en verdad, hay sólo tres elementos:
A = excelente
B = menos bueno
Z = nulo (película de serie “Z”).
Pero ello no le impide ser un código y superponer en una serie por definición inerte todo un sistema jerárquico.
Por razones muy diferentes y no obstante relacionadas con nuestro propósito, notaremos que muchas compañías, en el título de su razón social, se esfuerzan por lograr siglas tales como “AAA”, “ABC”, “AAAC”, etcétera, de manera de figurar entre las primeras en los anuarios profesionales.
En cambio, un estudiante prefiere tener un apellido cuya inicial se sitúe en la mitad del alfabeto: tendrá menos posibilidades de ser interrogado.

C) Las clasificaciones
Hay un vértigo taxonómico. Yo lo siento cada vez que mis ojos ven un índice de la Clasificación Decimal Universal (C. D. U.). No sé por qué sucesión de milagros hemos llegado, en casi todo el mundo, a convenir que:
668.184.2.099 designaría el acabado del jabón de tocador y
629.1.018-465 las alarmas para vehículos sanitarios, mientras que:
621.3.027.23
621.436:382
616.24-002.5-084
796.54
913.15 designan respectivamente las tensiones que no sobrepasan los 50 voltios, el comercio exterior de los motores Diesel, la profilaxis de la tuberculosis, el camping y la geografía antigua de la China y del Japón.

O) Las jerarquías
Hay ropa interior, ropa exterior y ropa de abrigo, y ello no implica ninguna jerarquía. Pero hay jefes y subjefes, subalternos y subordinados, casi nunca hay sobrejefes o superjefes, el único ejemplo que he hallado es “superintendente”, que es una denominación antigua; de manera aún más significativa, en el cuerpo de prefectos hay subprefectos, por encima de los subprefectos hay prefectos, y por encima de los prefectos no hay sobreprefectos ni superprefectos sino, calificados con un acrónimo bárbaro aparentemente escogido para indicar que se trata de peces gordos, “IGAME” [Inspector General de la Administración en Misión Extraordinaria].
A veces incluso el subalterno persiste después que el “alterno” cambió de nombre, en el cuerpo de los bibliotecarios no hay más bibliotecarios, los denominamos “conservadores” y los clasificamos en clases o jerarquías (conservador de segunda clase, de primera clase, de clase excepcional, conservador en jefe); en cambio, en los niveles bajos, seguimos empleando bibliotecarios subalternos.
P) Cómo clasifico
Mi problema con las clasificaciones es que no son duraderas; apenas pongo orden, dicho orden caduca.
Supongo que como todo el mundo, tengo a veces un frenesí del ordenamiento; la abundancia de cosas para ordenar, la casi imposibilidad de distribuirlas según criterios verdaderamente satisfactorios, hacen que a veces no termine nunca, que me conforme con ordenamientos provisionales y precarios, apenas más eficaces que la anarquía inicial.
El resultado de todo ello desemboca en categorías realmente extrañas, por ejemplo, una carpeta llena de papeles varios con la inscripción “PARA CLASIFICAR”; o bien una gaveta etiquetada “URGENTE 1” que no contiene nada (en la gaveta “URGENTE 2” hay unas viejas fotografías, en la gaveta “URGENTE 3”, cuadernos nuevos.
En síntesis, me las arreglo.

F) Borges y los chinos
“(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.”
Michel Foucault popularizó esta “clasificación” de los animales que en Otras inquisiciones Jorge Luis Borges atribuye a una enciclopedia china que un tal doctor Franz Kuhn habría tenido en sus manos. La abundancia de intermediarios y el célebre gusto de Borges por la erudición ambigua permiten preguntarse si esta heterogeneidad tan inquietante no es ante todo un artificio. Simples extractos de textos administrativos mucho más oficiales bastan para producir una enumeración casi igualmente desconcertante:
A) animales sobre los que se hicieron apuestas, B) animales cuya caza está prohibida desde el Io de abril hasta el 15 de setiembre, C) ballenas encalladas, D) animales cuya entrada en el territorio nacional está sometida a cuarentena, E) animales en copropiedad, F) animales disecados, G) etcétera1, étera” no tiene nada de sorprendente en sí mismo; sólo llama la atención por su lugar en la lista.
H) animales que pueden contagiar la lepra, I) perros lazarillos, J) animales beneficiarios de herencias importantes, K) animales que pueden ser transportados en una cabina, L) perros perdidos sin collar, M) asnos, N) yeguas presumiblemente preñadas.

H) Sei Shónagon
Sei Shónagon2 no clasifica; ella enumera y recomienza. Un tema suscita una lista, simples enunciados o anécdotas. Más allá, un tema casi idéntico produce otra lista, y así sucesivamente; así se llega a series que podemos reagrupar, por ejemplo las “cosas” conmovedoras (cosas que hacen palpitar el corazón, cosas que a veces oímos con más emoción que de costumbre, cosas que emocionan hondamente o bien, en la serie de las cosas “cosas” desagradables:
Cosas desoladoras
Cosas aborrecibles
Cosas exasperantes
Cosas molestas
Cosas penosas
Cosas que colman de angustia
Cosas que parecen preocupantes
Cosas desagradables
Cosas desagradables de ver
Un perro que ladra durante el día, una sala de parto donde el bebé está muerto, un brasero sin fuego, un cochero que detesta al buey, forman parte de las cosas desoladoras; en las cosas aborrecibles encontramos: un bebé que llora en el preciso instante en que deseamos escuchar algo, cuervos que se reúnen y croan al cruzarse en vuelo, y perros que aúllan largamente, al unísono, en tono creciente; en las cosas que parecen preocupantes: alimentar a un bebé que llora de noche, en las cosas desagradables de ver: el carruaje de un alto dignatario cuyas cortinas interiores parecen sucias.

V) Las inefables alegrías de la enumeración
En toda enumeración hay dos tentaciones contradictorias; la primera consiste en el afán de incluirlo TODO; la segunda, en el de olvidar algo; la primera querría cerrar definitivamente la cuestión; la segunda, dejarla abierta; entre lo exhaustivo y lo inconcluso, la enumeración me parece, antes de todo pensamiento (y de toda clasificación), la marca misma de esta necesidad de nombrar y de reunir sin la cual el mundo (“la vida”) carecería de referencias para nosotros: hay dos cosas diferentes que sin embargo son un poco parecidas; podemos reunirlas en series dentro de las cuales será posible distinguirlas.
Hay algo de exultante y de aterrador a la vez en la idea de que nada en el mundo sea tan único como para no poder entrar en una lista. Podemos enumerarlo todo: las ediciones de Tasso, las islas de la costa atlántica, los ingredientes necesarios para hacer una tarta de peras, las reliquias importantes, los sustantivos masculinos con plural femenino (amours, “amores”; délices, “delicias”; orgues, “órganos”), los finalistas de Wimbledon, o bien, aquí arbitrariamente limitados a diez:

‍1) los patronímicos del cuñado de Bru en La dimanche de la vie:
Bolucra
Bulocra
Brelugat
Brolugat
Botugat
Bodruga
Broduga
Bretoga
Butaga
Bretaga

‍2) los lugares de los alrededores de Palaiseau:
Les Glaises
Le Prépoulin
La Fosse-aux-Prétres
Los Trois-Arpents
Les Joncherettes
Les Clos
Le Parc-d'Ardenay
La Georgerie
Les Sablons
Les Plantes

‍3)   las penurias de Mr Zachary McCaltex:
Aturdido por el perfume de 6000 docenas de rosas
Se abre el pie con una lata de conserva
Medio devorado por un gato montés
Paramnesia posalcohólica
Sueño incontenible
Se salva de ser atropellado por un camión
Vomita el desayuno
Orzuelo de cinco meses
Insomnio
Alopecia

 

M) El libro de los récords
Las listas precedentes no están ordenadas alfabética, cronológica ni lógicamente; por desgracia la mayoría de las listas de hoy son nóminas de méritos: sólo existen los primeros; hace tiempo que los libros, los discos, las películas y los programas de televisión sólo se tienen en cuenta en función de la taquilla (o el Hit Parade); recientemente, incluso, la revista Lire “clasificó el pensamiento”, decidiendo después de un referéndum quiénes eran los intelectuales que ejercían mayor influencia.
Si debemos inventariar récords, más vale buscarlos en dominios un poco más excéntricos respecto del tema que nos ocupa): el señor David Maund posee 6.506 en miniatura; el señor Robert Kaufman 7.945 clases de cigarros, el señor Ronald Rose hizo saltar un corcho de champán a 31 metros; el señor Isao Tsychiyn afeitó a 233 personas en una hora y el señor Walter Cavanagh posee 1.003 tarjetas de crédito válidas.

 

X) Bajeza e inferioridad
¿En virtud de qué complejo el Sena y el Charente se convirtieron en “marítimos”para no ser “inferiores”? Asimismo, los “bajos” Pirineos, convertidos en “atlánticos”, los “bajos” Alpes, convertidos en “Alta Provenza”, y el Loira “inferior”, convertido en “atlántico”. En cambio, y por una razón que se me escapa, el “bajo” Rin nunca se ofuscó por la proximidad del “alto”.
También señalaremos que Marne, Saboya y Viena jamás se sintieron humilladas por la existencia del Alto Marne, la Alta Saboya y la Viena Alta, lo cual debería significar algo en cuanto al papel de lo marcado y lo no marcado en las clasificaciones y las jerarquías.

Q) El diccionario
Poseo uno de los diccionarios más curiosos del mundo: se titula Manuel biographique ou Dictionnaire histori-que abrégé des grands hommes depuis les temps les plus reculés jusqu'à nos jours [”Manual biográfico o diccionario histórico abreviado de los grandes hombres desde los tiempos más remotos hasta nuestros días”]; data de 1825 y su editor es nada menos que Roret, el editor de los famosos Manuels.
El diccionario consta de dos partes que totalizan 588 páginas. Las 288 primeras están consagradas a las 5 primeras letras; la segunda parte (300 páginas), a las otras 21 letras del alfabeto. Las 5 primeras letras ocupan un promedio de 58 páginas cada una, las 21 solamente 14; sé bien que la frecuencia de las letras dista de ser uniforme (en el Larousse du XXe siécle, A. B. C y D ocupan por sí solas 2 volúmenes de 6), pero aquí la distribución es verdaderamente desequilibrada. Si la comparamos, por ejemplo, con la Biographie universelle de Lalanne (París, Dubochet, 1844), notamos que la letra C ocupa proporcionalmente tres veces más lugar, la A y la E dos veces más, pero en cambio la M, la R, la S, la T y la V ocupan casi dos veces menos.
Sería interesante examinar cómo influyó esta iniquidad sobre las notas: ¿fueron reducidas, y cómo? ¿Fueron suprimidas, y cuáles, y por qué? A título de ejemplo, Antemio, arquitecto del siglo VI a quien se debe (parcialmente) Santa Sofía, ocupa una nota de 31 líneas, mientras que Vitruvio sólo tiene seis; Ana Bolena ocupa también 31 líneas, pero Enrique VIII sólo 19.

 

B) Jean Tardieu
En la década del sesenta se inventó un dispositivo que permite variar continuamente la distancia focal de un objetivo cinematográfico, simulando así (de modo bastante burdo, por lo demás) un efecto de movimiento sin tener que desplazar realmente la cámara. Este dispositivo se llama “zoom”; “zoomer”, el verbo correspondiente en francés, se impuso rápidamente en la profesión, aunque todavía no lo admitan los diccionarios.
No siempre ocurre así: por ejemplo, en la mayoría de los vehículos automotores hay tres pedales, y cada uno de ellos tiene un verbo específico: acelerar, embragar, frenar; pero ningún verbo (por lo que sé) corresponde a la palanca de cambios; hay que decir “cambiar de velocidad”, “poner en tercera”, etcétera. Asimismo hay un verbo para los cordones (acordonar), para los botones (abotonar), pero no lo hay para los cierres de cremallera mientras que sí lo hay en el inglés-norteamericano (to zip).
Los norteamericanos también tienen un verbo que significa “vivir en los suburbios y trabajar en el centro” (to commute) pero, al igual que los franceses, no tienen uno que signifique “beber una copa de vino blanco con un camarada borgoñón, en el café Deux-Magots, a las seis, un día de lluvia, hablando de la sinrazón del mundo, sabiendo que uno acaba de ver a su antiguo profesor de química y que al lado una muchacha le dice a su compañera: “ ¡Le canté las cuarenta, sabes!” (Jean Tardieu, Petits problé-mes et travaux pratiques”, en Un mot pour un autre, París, N.R.F., 1951.)

J) Cómo pienso
¿Cómo pienso cuando pienso? ¿Cómo pienso cuando no pienso? En este preciso instante, ¿cómo pienso cuando pienso en cómo pienso cuando pienso?
“Pensar/clasificar”, por ejemplo, me hace pensar en “pensar/calificar”, o bien en “prensa/fiscal”, e incluso en “plastificar”. ¿A esto se llama “pensar”?
Rara vez se me ocurren pensamientos sobre lo infinitamente pequeño o sobre la nariz de Cleopatra, sobre los agujeros del gruyère o sobre las fuentes nietzscheanas de Maurice Leblanc y Joe Shuster; todo se relaciona más con el garabato, el apunte, el lugar común.
Pero asimismo, ¿cómo, “pensando” (¿reflexionando?) acerca de este trabajo (”PENSAR/CLASIFICAR”), llegué a “pensar” en el juego de carrés, en Leacock, en Jules Verne, en los esquimales, en la Exposición de 1900, en los nombres de las calles de Londres, en los igames, en Sei Shónagon, en La dimanche de la vie, en Antemio y en Vitruvio? La respuesta a estas preguntas es a veces evidente y a veces totalmente oscura: habría que hablar de titubeos, de olfato, de sospecha, de azar, de encuentros fortuitos o provocados, o fortuitamente provocados: meandros en medio de las palabras; no pienso sino que busco palabras, en el montón debe haber alguna que precisará esta vaguedad, esta vacilación, esta agitación que más tarde “querrá decir algo”.
Se trata también, y sobre todo, de una cuestión de compaginación, de distorsión, de contorsión, de desvío, de espejo, por ende, de fórmula, como el párrafo siguiente querría demostrar.

K) Aforismos
Marcel Benabou (Un aphorisme peut en cacher un autre, Bibliothéque Oulipienne, n° 13, 1980) concibió una máquina para fabricar aforismos; ella se compone de dos partes: una gramática y un léxico.
La gramática cuenta con cierta cantidad de fórmulas comúnmente utilizadas en la mayor parte de los aforismos; por ejemplo:
A es el camino más corto de B a C
A es la continuación de B por otros medios
Un poco de A nos aleja de B, mucho nos acerca
Los pequeños A hacen los grandes B
A no sería A si no fuera B
La felicidad está en A, no en B
A es una enfermedad cuyo remedio es B
Etcétera.
El léxico enumera pares (o tríos, o cuartetos) de palabras que pueden ser falsos sinónimos (amor/amistad, palabra/lenguaje), antónimos (vida/muerte, forma/fondo, recuerdo/olvido), palabras fonéticamente próximas (fe/ley, amor/humor), palabras agrupadas por el uso (crimen/castigo, hoz/martillo, ciencia/vida), etcétera.
Si se inyecta el vocabulario en la gramática se produce ad libitum un sinfín de aforismos, algunos más con más sentido que otros. De aquí en adelante, un programa de computación elaborado por Paul Braffort produce a pedido una buena docena en pocos segundos:

El recuerdo es una enfermedad cuyo remedio es el olvido
El recuerdo no sería recuerdo si no fuera olvido
Lo que viene por el recuerdo se va por el olvido
Los pequeños olvidos hacen los grandes recuerdos
El recuerdo multiplica nuestras penas, el olvido nuestros placeres
El recuerdo libera del olvido, pero, ¿quién nos librará del recuerdo?
La felicidad está en el olvido, no en el recuerdo
Un poco de olvido nos aleja del recuerdo, mucho nos acerca
El olvido reúne a los hombres, el recuerdo los separa
El recuerdo nos engaña con mayor frecuencia que el olvido
Etcétera.

¿Dónde está el pensamiento?¿En la fórmula? ¿En el léxico? ¿En la operación que los enlaza?

 

W) “En una red de lineas entrecruzadas”
El alfabeto utilizado para “numerar” los diferentes párrafos de este texto respeta el orden de aparición de las letras del alfabeto en la traducción francesa del séptimo relato de Si una noche de invierno un viajero..., de Ítalo Calvino.
El título de este relato, “Dans un réseau de lignes entrecroisées” [”En una red de líneas entrecruzadas”] contiene este alfabeto hasta su decimotercera letra, la Ó. La primera línea del texto permite ir hasta la letra décimoctava, la M, la segunda da la X, la tercera la Q, la cuarta nada, la quinta la B y la J; las cuatro últimas letras, K, W, Y, Z, se encuentran respectivamente en las líneas 12, 26, 32 y 41 del relato.
De ello se puede deducir que este relato (al menos en la traducción francesa) no es lipogramático; se corroborará asimismo que tres letras del alfabeto así formado están en el mismo lugar que en el alfabeto considerado normal (I, Y y Z).

 

Y) Varios
Clasificación  de las interjecciones según un (muy mediocre) diccionario de palabras cruzadas (extractos):
De admiración: EH
De cólera: DIANTRE
De desprecio: BAH
Que usa el cochero para avanzar: EA
Que expresa el ruido de un cuerpo que cae: PAM
Que expresa el ruido de un golpe: BUM
Que expresa el ruido de una cosa: CRAC, CRIC
Que expresa el ruido de una caída: PUF
Que expresa el grito de las bacantes: EVOHÉ
Para azuzar a los perros de caza: HALA
Que expresa una esperanza frustrada: NI HABLAR
Que expresa un juramento: DEMONIOS
Que expresa un juramento español: CARAMBA
Que expresa un juramento familiar de Enrique IV: VOTO A TAL
Que expresa un juramento que expresa la aprobación: CIELOS
Que se emplea para echar a alguien: LARGO

Z) ?

Notas


1. Este "etcétera" no tiene nada de especial, solo llama la atención por su lugar en la lista.

2.   Sei Shónagon,  Noten de ehevet  |” Notas de cabecera” I, Gallimard.