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Rufino, Jerónimo y sus patronos

Peter Brown

(Peter Brown, Por el ojo de una aguja: La riqueza, la caída de Roma y la construcción del cristianismo en Occidente (350–550 D.C.). Traducción de Agustina Luengo. Barcelona: Acantilado, 2016. pp. 560-9)


Semejante lectura bíblica (como los interrogantes filosóficos de una época anterior) parecía ser un ejercicio peculiarmente ingrávido y espiritual; sin embargo, suponía un mundo abarrotado de libros. En tiempos romanos, el filósofo había sido siempre un hombre de vida sencilla, rodeado pesados anaqueles llenos de libros. En Cagliari (Cerdeña), un sarcófago del siglo III muestra a un filósofo así. Sentado y vestido con una túnica sencilla, señala un manuscrito desenrollado a un discípulo, que también sostiene un rollo; tras él hay un inmenso armario cerrado en el que se apilan otros dieciséis rollos. El descubridor del sarcófago pensó que la escena representaba un discurso filosófico sobre la vanidad de la riqueza, pero no era así. El armario cerrado y los rollos eran la riqueza del filósofo. Aunque dedicado a pensamientos sublimes, el mundo cultural del filósofo, así como el de su sucesor, el exégeta cristiano y mentor espiritual, distaba mucho de ser ingrávido en lo que atañía al aspecto económico.1

En un mundo inundado de libros de precio módico, olvidamos que la tradición de lectura erudita y contemplativa propuesta por Jerónimo representaba una inmensa inversión y dinero. Cada copia de los Evangelios costaba tanto como un sarcófago de mármol. La creación de una biblioteca provista de textos de las Sagradas Escrituras y de sus comentarios (por no mencionar otros escritos cristianos) dejaba una huella de auténtica riqueza. Se trataba de un acto de monumentalización tan costoso como la construcción o la redecoración de una villa.2

Junto la época de Plotino y de Orígenes (a mediados del siglo III) como la de Jerónimo (a fines del siglo IV y comienzos del V) fueron no sólo los tiempos del esfuerzo místico, sino también los del libro. Anthony Grafton y Megan Williams han demostrado recientemente que tras la proliferación de las bibliotecas cristianas había una revolución en la producción del libro. Precisamente por aquel entonces el práctico códice (el antepasado directo del libro empastado) reemplazaba al rollo. Los códices aceleraban el ritmo de la erudición y conducían lucían a una acumulación de libros cada vez mayor. Algunos eruditos cristianos poseían unas bibliotecas inmensas. La biblioteca que Orígenes creó en Cesarea Marítima, en Palestina, en la década del 240 (posteriormente preservada por los obispos de Cesarea), era «uno de los más grandes monumentos unitarios de la erudición romana».3

Jerónimo esperaba que sus protegidos espirituales crearan esa clase de bibliotecas y lo ayudaran a él a hacer lo mismo. Se trata, en efecto, de una de las mayores paradojas de la cultura cristiana de la época. (Megan Williams la exploró con elegancia en su reciente estudio The Monk and the Book); a saber: los monjes como Jerónimo afirmaban ser defensores de una pobreza absoluta y, al mismo tiempo, pasaban la vida a la sombra de grandes bibliotecas. Jerónimo estaba irrevocablemente vinculado a las personas acaudaladas que financiaban las bibliotecas de las que dependan sus cometidos literarios. En Antioquía había dependido de la biblioteca de Evagrio; en Roma había buscado el patrocinio de Dámaso. Desde el año 385 (cuando partió de Roma) hasta su muerte, en torno al año 420, vivió en Belén, donde recurría a la biblioteca de un monasterio que Paula, una viuda romana, había construido, dotado y hasta fortificado para él. Se trataba, en suma, de una situación realmente incongruente. Pero Jerónimo no habría sido Jerónimo si no hubiera sido capaz de enmascarar, por medio de ingeniosos floreos retóricos, la paradoja inherente a su combinación de una imagen de monje comprometido (como hemos visto) con la doctrina de la pobreza extrema y de erudito ligado a libros caros.4

Aun así, se mostraba despiadado cuando se enfrentaba a enemigos que no ocultaban tan bien como él su dependencia de los patronos opulentos. Podemos apreciar eso en sus relaciones con Rufino de Aquilea, un ex amigo que terminó siendo su enemigo a muerte. Rufino era la imagen especular de Jerónimo. También él era un monje erudito que dependía de los ricos. En el año 373 viajó con Melania la Vieja a Alejandría y siguió con ella camino hasta Jerusalén. Regresó a Italia a fines del año 397 y decidió quedarse en el ambiente romano (instalado, casi con certeza, en una de las villas de Melania), con la excepción de una breve visita a Aquilea. Falleció en el año 412, en Sicilia, adonde había ido para refugiarse de los godos, en compañía de la nieta de Melania, llamada Melania la Joven, y de su marido, Piniano. Había sido capaz de llevar una vida de erudición durante casi cuarenta años gracias al patrocinio de una dama muy rica y de sus familiares.5

A diferencia de Jerónimo, Rufino no se dedicó al estudio del hebreo. Por el contrario, se contentaba con encauzar la sabiduría del Oriente griego en el mundo latino. Tradujo las Homilías de Basilio de Cesarea, así como los comentarios bíblicos del gran Orígenes. Finalmente, para su desgracia, tradujo también el tratado de Orígenes Sobre los principios, la obra más provocadora del gran alejandrino, en la que se defendía la libertad de la voluntad y la justicia de Dios en términos de un inmenso drama cósmico que lo involucró en especulaciones poco menos que indecentes sobre la preexistencia del alma.6 Por haber traducido opiniones tan audaces, se declaró que Rufino era culpable por asociación. Pero las acusaciones de herejía no le hicieron perder el ánimo; tampoco a quienes lo patrocinaban. Rufino era necesario. Su papel como vínculo entre Roma y Tierra Santa era tan importante como el que desempeñaba Jerónimo. En una ocasión, uno de sus admiradores soñó que un barco que tomaba puerto traía de Oriente un precioso cargamento ¡otra traducción del griego realizada por el indispensable Rufino!7

Rufino no hubiera podido dedicarse a su monumental trabajo de traducción sin la financiación y la protección de Melania la Vieja. La fundación, por parte de Melania, de un monasterio en el monte de los Olivos y su prolongada residenciaen ese lugar (374-399) marcaron un nuevo punto de partida. Anteriormente, los aristócratas hacían su viaje de ida y vuelta a Tierra Santa como peregrinos. La decisión de establecerse de forma permanente en Tierra Santa y de fundar una comunidad monástica precisamente en las afueras de Jerusalén implicaba una serie completamente nueva de desembolsos. Había que dar alojamiento a los frecuentes visitantes, así como continuar suministrando los fondos las comunidades monásticas de Egipto y de Tierra Santa, una carga en modo alguno pequeña. Pues, aunque las comunidades monásticas de Egipto afirmaban ser económicamente independientes, raras veces lograban sobrevivir sin las importantes donaciones de los extranjeros ricos como Melania.8 Sobre todo, la larga residencia en Jerusalén exponía aMelania y a Rufino, su protegido, a los rencores teológicos del clero oriental.

En el año 397 estalló una disputa entre Rufino (con Melania) y Jerónimo (con Paula) sobre el uso apropiado de las obras de Orígenes. Aunque dicha controversia no es necesariamente de nuestro interés, vale la pena señalar que desató un raudal de insinuaciones que comenzaron en Tierra Santa pero que pronto se difundieron por toda Italia, y que no tenían nada que ver con el sexo, sino con el dinero. Con el fin de obtener apoyo en Roma, Jerónimo escribió que Rufino era bene nummatus, “muy acaudalado”. La rica Melania le proveía indecentemente de dinero. Con el apoyo de una patrona rica, Rufino avanzaba pesada y confortablemente por la vida con la pomposidad y la lentitud ridículas de una tortuga. No era ni un auténtico monje ni un auténtico erudito. Su obra carecía del vigor nervudo de un verdadero asceta. A diferencia de la incesante labor del propio Jerónimo no había sudor tras ella.9

Rufino respondió de manera semejante. Acusó a Jerónimo de haber roto su voto de no tener nada que ver con la literatura pagana. En el propio monasterio de Rufino, según afirmaba este último, Jerónimo había empleado a calígrafos latinos para hacer copias de las obras de Cicerón, clásicos paganos por los cuales había pagado el precio máximo. Rufino podía garantizarlo; había visto las hojas plegadas antes de que las cortaran y las encuadernaran.10 Aunque triviales en sí mismas, esas acusaciones nos conducen a los talleres de los grandes monasterios, donde la producción de libros desempeñaba una función fundamental. Asimismo, revelan el dilema tanto de Jerónimo como de Rufino. Ambos eran monjes y eruditos cristianos, y ambos dependían de recursos que los patronos ricos podían proporcionarles.

En todo caso, parte del rencor que Jerónimo sentía por Rufino se debía al hecho de que Melania la Vieja había llevado sus asuntos mejor que Paula. A diferencia de ésta, Melania jamás vendió sus fincas ni permitió que las heredaran sus hijos, pasándola a ella por alto; por el contrario, las administró con cuidado, de modo que pudo enviar a Tierra Santa, sin cesar y durante décadas, un flujo continuado de fondos. Cuando, en el año 399, regresó de improviso a Italia, dijo que fue para proteger a Rufino (que estaba allí desde hacía dos años). Pero acaso también regresara para organizar las rentas de sus fincas y reunir más fondos entre sus parientes (muchos de los cuales eran amigos y familiares de Paulino de Nola), haciendo campaña a favor de la vida ascética.11 Al competir con una formidable red que incluía a personas como Paulino de Nola, Jerónimo y Paula quedaban a la zaga.

La falta de equilibrio entre los recursos de Jerónimo y los de Rufino se manifestaba de muchas maneras. Por ejemplo, Rufino se burlaba de la constante relación de Jerónimo con la literatura clásica y pagana. Él mismo había adoptado deliberadamente un estilo de anodina simplicidad, en consonancia con su humilde imagen pública de monje cristiano indiferente a la retórica mundana.12 Pero Rufino, con el respaldo económico de Melania la Vieja, podía permitirse ser simple. Contaba con una buena provisión de dinero. No tenía que darse tono para recaudar fondos.

Jerónimo, en cambio, estaba ligado a Paula, que, en cuanto patrona, era menos provisora y pudiente que Melania. De ahí que Jerónimo buscara siempre a otros donantes suplementarios para su monasterio y su librería. Rehén del peligroso estado de las finanzas de su monasterio, Jerónimo estaba obligado a presentarse ante cristianos acaudalados en Italia, en Hispania y en la Galia siempre endomingado, por así decir. Debía brillar, como era propio de un genio literario. Para que los donantes ricos le enviaran fondos, tenía que mandarles cartas y prefacios escritos en un latín chispeante lleno de ecos de autores clásicos. 13

La solidez de la protección de Melania queda demostrada en los siniestros últimos años de la vida de Rufino.14' Después del año 403, la paz en Italia llegó a su fin. Los ejércitos godos campaban a sus anchas por el norte de Italia y, finalmente, cruzaron los Apeninos para sitiar Roma. Con todo, Rufino se mantenía firme, traduciendo con pertinacia al latín, a su modo pausado y falto de carisma, los grandes comentarios de Orígenes sobre los libros del Antiguo Testamento:

Qué lugar hay para la pluma, cuando se teme a las armas del enemigo? ¿Qué lugar hay para la lectura, cuando los ojos están llenos de la destrucción de la ciudad y del campo? ¿Dónde ha de hacer frente la huida a los peligros del mar, para que al exilio mismo no lo siga acosando el miedo?15

‍Rufino escribió esas palabras en el año 411, cuando él y Piniano (el ascético marido de Melania la Joven) miraban desde el otro lado del estrecho de Mesina, en la seguridad de una villa siciliana, cómo las llamas envolvían la ciudad de Rhegium (Regio de Calabria, en lado italiano del estrecho), incendiada por los visigodos. Un hombre que había crecido en la última generación de la época constantiniana observaba una escena que nos recuerda más bien a la Italia de Casiodoro, devastada por la guerra, y a la Northumbria de Beda el Venerable. Y, como en el caso de Casiodoro y de Beda, sólo una cosa era indudable: scripta manent. En tiempos de peligro, los libros, al menos, sobrevivirían, guardados en bibliotecas financiadas por la riqueza que se había amasado.

‍Vale la pena dar un paso atrás para ver lo que estaba en juego en esa notable historia de dos eruditos y de sus patronas romanas. Megan Williams explica con claridad el asunto. La controversia origenista, que se propagó por los monasterios de Egipto y de Palestina y que condujo a un altercado en Roma entre los partidarios de Rufino y los de Jerónimo, trataba de lo siguiente: «El derecho de los monjes a ser intelectuales, y el de los intelectuales a ser monjes».16

‍Aunque nos parezcan semejantes a los eruditos modernos (por sus entusiasmos, su pericia y sus odios), no debemos olvidar que, en su propia época, Jerónimo y Rufino representaban un fenómeno extraordinario. Ambos eran clérigos, pero ninguno de ellos obedecía a un obispo. Dámaso había patrocinado a Jerónimo; no lo había incorporado a la plantilla de clérigos. Además, cuando llegó a Belén, Jerónimo reunió su biblioteca en una zona de ingravidez, por así decir, la instaló en un monasterio independiente, que, fundado por una patrona noble, recibía de forma intermitente las donaciones adicionales de lectores llenos de admiración. Seguramente no era tan grande como la inmensa biblioteca de Orígenes en Cesarea, que contaba con las ochocientas obras del maestro y los cuarenta enormes volúmenes que contenían su célebre Hexapla (distintas versiones de traducción del Antiguo Testamento, dispuestas en seis columnas junto al texto en hebreo); sin embargo, hacia el siglo IV, se había convertido en la biblioteca del obispo financiada por la riqueza de la Iglesia y controlada por las altas esferas eclesiásticas17

‍La biblioteca de Jerónimo, en cambio, no le debía nada a la Iglesia local ni a su obispo. Estaba tan bien provista y era tan autónoma como la biblioteca privada de cualquier senador.18 Para apreciar la importancia de la libertad de Jerónimo, no tenemos más que compararlo con Agustín. Al regresar a África en el año 388, Agustín trató de arreglárselas solo sin recurrir a ningún patrono rico, cosa que consiguió hacer durante apenas tres años. Sin una Paula o una Melania que lo financiara, el monasterio de Agustín y la vida intelectual que promovía se veían inexorablemente empujados a órbita de la Iglesia católica. Desde el momento de su ordenación como sacerdote y, más tarde, como obispo de Hipona, Agustín, pese a su formidable originalidad, fue ante todo un obispo y un portavoz de la Iglesia de África y, en segundo lugar, un intelectual. Se adaptó con entusiasmo a su función de obispo entre los obispos. Pero uno se pregunta qué curso hubiera seguido la teología latina si Agustín hubiera continuado siendo un erudito independiente, protegido por un patrono noble, a la manera de Jerónimo y de Rufino.

‍En los años comprendidos entre el regreso de Rufino, en el año 397, y su muerte, en el año 412, los cristianos de Roma fueron testigos de una demostración de poder por parte de los patronos aristócratas hasta entonces nunca vista. Pese a la condena eclesiástica de sus supuestas tendencias «origenistas», Rufino salió incólume y continuó con su trabajo. Las condiciones de la producción del libro tardorromano garantizaban la protección de sus escritos. Sus libros circulaban por las vías establecidas por las redes de patronato y por las alianzas entre amigos y parientes. Los amigos de Melania la Vieja y los amigos de sus amigos se hacían responsables de la onerosa tarea de copiar y de pasar a otros los voluminosos escritos de las obras de Rufino. Jerónimo se quejaba de que no podía conseguir copias de esas obras para desafiarlas.19

‍En suma, la lealtad a Rufino y la desconfianza de Jerónimo se convirtieron en el eje a lo largo del cual se dividió la nobleza cristiana de Roma. Paulino de Nola se puso de inmediato del lado de Melania, a quien probablemente lo unía una relación de parentesco por parte de Terasia, su esposa. (Con Melania la Vieja venía su nieta Melania la Joven y el marido de ésta, Piniano. Paulino recibió en el santuario de Félix, en Cimitile, a toda una generación nueva de futuros ascetas y admiradores de Rufino. En Roma, Jerónimo se sentía relegado debido a la campaña realizada en su contra por toda una red de familiares, amigos y clientes de Melania la Vieja.20

 


Notas

1 Ewald, Ver Philosoph ais Leitbild, pp. 102. 213-214.

2 Williams, The Monk and the Book, pp. 133-166.

3 A. Grafton y M. Williams, Christianity and the Trans/ormation of Origen, Eusebias, and the Library of Caesarea, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 2006, p. 131. Véase Cameron, Last Pagans pp, 469-475, sobre los elevados estándares de enmienda textual en los círculos cristianos.

4 Williams, The Monk and the Book, p. 187.

5 S. v. «Tyrannius Rufinus», Prosopographie chrétienne du Bas-Empire vol 2, pp. 1925-1940.

6 Jenal, Italia ascética, vol. 2, pp. 587-417.

7 Rufino, Apología contra Hieronymum 1.11, p. 44.

8 E. Wipszycka,«Les aspects économiques de la vie de la communauté des Kellia», en Études sur le christianisme dans l'Egypte de l'antiquité 14  I dive, Roma, Institutum Patristicum Augustinianum, 1996 (Studia Ephemeridis Augustinianum 52), pp. 337-362.

9 Jerónimo, Carta 125.18.2, 56, p. 137 [ed. esp.: Epistolario, vol. fl125.18.2, p. 604].

10Rufino, Apología contra Hieronymum z.n, p. 89.

11 Paladio, Historia Lausiaca 54.4-6.

12 Jenal, Italia ascética, vol. 2, pp. 603-608; véase Williams, The Monk and tbe Book, p. 102, sobre las marcadas diferencias entre Rufino y Jerónimo.

13 Jenal, Italia ascética, vol. 2, pp. 536-557.

14C. P. Hammond, «The Last Ten Years of Rufinus's Life and the Date of His Move South from Aquileia», Journal of Theological Studies, nueva serie, 28 (1977), pp. 372-429.

15 Rufino, Prologus in Omelias Origenis in Numeros, en Opera, ed. M Simonetti, Turnhout, Brepols, 1961 (CCSL 20), p. 285.

16 Williams, Tbe Monk and tbe Book, p. 101.

17 Ibid., pp. 155-166.

18 Ibid., pp. 181-200.

19 Jerónimo, Contra Rufinum I.I, PL 23:597A [ed. esp.: Contra Rufino, en Obras completas, vol. 8: Tratados apologéticos, trads. M. A. Marcos Casquero y M. Marcos Celestino, Madrid, BAC. 2009].

20 P. Brown, «The Patrons of Pelagius: The Roman Aristocracy between East and West», Journal of Tbeological Studies, nueva serie, 21pp. 56-72, también en Religión and Society in tbe Age of Saint Augustine,pp. 208-226; E. A. Clark, Tbe Origenist Controversy: Tbe Cultural Construction of an Early Christian Debate, Princeton, Princeton University Press, 1992, pp. 11-42.