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La montaña mágica, fragmento del episodio "Hipersensibilidad"

Thomas Mann

Hemos elegido  al azar  un ejemplo  de entre  ciento para  demostrar  cómo Naphta intentaba sembrar la confusión a toda costa. No obstante, era todavía mucho peor cuanto hablaban de ciencia, en la que no creía. No creía porque, en su opinión, el hombre era absolutamente libre de creer o no creer en ella. La fe en  la  ciencia  era  una  fe  como  otra  cualquiera,  pero  más  estúpida  y  más perjudicial,  y  la  palabra  « ciencia»   en  sí  era  expresión  del  realismo  más estúpido, basándose en el cual se pretendía hacer valer y proclamar como real el reflejo  de  los  objetos  en  el  intelecto  humano  y  forjar  a  partir  de  ahí  el dogmatismo más hueco e insostenible del que nunca se hubiera creído capaz a la humanidad. ¿No era ya una contradicción interna totalmente ridícula la mera idea de un mundo sensible con entidad y realidad propia? La ciencia moderna en tanto dogma, sin embargo, se cimenta única y exclusivamente en la condición metafísica  de  que  las  formas  de  conocimiento  de  nuestra  organización  en parámetros de tiempo, espacio y causalidad, dentro de los cuales se desarrolla el mundo  de  los  fenómenos,  constituyan  relaciones  reales  que  existen  con independencia  de  nuestro  conocimiento.  Esa  afirmación  monista  era  la impertinencia más insultante que se podía decir sobre el espíritu.

El espacio, el tiempo y la causalidad venían a decir en el lenguaje monista: evolución; y éste era el dogma central de la pseudorreligión de los librepensadores y los ateos, al que se remitían para invalidar lo que proclama el Primer Libro de Moisés, como si  su  conocimiento  ilustrado  pudiera  sustituir  al  que  consideraban  una  simple fábula para el pueblo ignorante y crédulo... como si Haeckel hubiese estado presente el día de la Creación... ¡Empirismo! ¿Qué tenía de « exacto»  el éter?¿Acaso estaba demostrada la existencia del átomo, esa broma matemática tan divertida  de  la  «partícula  mínima  indivisible» ?  ¿Acaso  se  basaba  en  la experiencia la doctrina de lo infinito del espacio y el tiempo? De hecho, bastaba con  pensar  con  un  poco  de  lógica  para  llegar  a  resultados  y  experiencias sumamente divertidos en relación con el dogma de la supuesta infinitud y la realidad del espacio y del tiempo, para llegar: a la nada. Es decir, a la conclusión de que el realismo no es sino puro nihilismo. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que  la  relación  de  cualquier  medida  con  el  infinito  es  igual  a  cero.  No  hay medida posible en el infinito, ni duración ni cambio posible en la eternidad. En un espacio infinito, puesto que la distancia sería matemáticamente igual a cero, no se pueden concebir siquiera dos puntos situados uno al lado del otro; ¿cómo iba a ser  posible,  entonces,  la  existencia  de  cuerpos?  ¡Y  para  qué  hablar  de movimiento!

Él, Naphta, mencionaba esto para contrarrestar la desvergüenza con  que  la  ciencia  materialista  pretendía  hacer  pasar  su  charlatanería astronómica  y  sus  mentecateces  sobre  el  « universo»   por  un  conocimiento absoluto.

¡Qué pena de humanidad, que había dejado que un vil despliegue de fútiles números despertase en ella un sentimiento de banalidad, despojándola del pathos de la importancia de su condición humana! Porque aún era tolerable que la razón y el conocimiento humano se mantuvieran dentro de los límites de lo material y, dentro  de  esta  esfera,  considerasen  reales  sus  experiencias  de  lo  objetivo-subjetivo.  Ahora  bien,  en  cuanto  se  adentraban  en  los  eternos  misterios  y empezaban a desarrollar una supuesta cosmología, o cosmogonía, su soberbio desatino  se  convertía  en  una  auténtica  monstruosidad.  ¡Qué  disparatada blasfemia era, en el fondo, calcular la « distancia»  entre una estrella cualquiera y  la  Tierra  en  trillones  de  años  luz  e  imaginar  que  semejante  fanfarronada numérica  permite  al  hombre  comprender  la  esencia  de  la  eternidad  y  del infinito; cuando el infinito no tiene nada que ver con las distancias espaciales, ni la eternidad con la duración o con las distancias temporales, sino que, muy lejos de ser conceptos científicos, infinitud y eternidad significarían más bien la anulación de eso que llamamos naturaleza! Desde luego, prefería mil veces la ingenuidad de un niño que cree que las estrellas son agujeritos de la tela del cielo a través delos cuales traspasa la luz eterna, a la palabrería descerebrada, hueca y blasfema de la ciencia monista al tratar del « cosmos» .