Algunos consejos para llegar a ser escritor

 
 Manuel Arranz


Para escribir es necesario disciplina. Escriba todos los días, incluso cuando no tenga ganas de hacerlo. No importa que lo que escriba sea basura, lo que importa es no perder la forma. Y ser consciente de que lo que uno escribe es basura.

Nunca se deben aceptar encargos para escribir. Esta es una regla de oro para cualquier escritor

Nunca lea otros libros mientras está escribiendo el suyo.

En una novela todo debe estar planificado de antemano. No se puede empezar escribiendo: “George se despertó y supo que el día anterior había ocurrido algo terrible”, y ver qué ocurre a continuación.

Deje que los personajes de su novela cobren vida propia y le digan dónde quieren ir. Limítese a seguirlos. No les imponga sus puntos de vista.

Lea otros libros al mismo tiempo que escribe el suyo. No necesariamente novelas.

Escriba siempre sobre cosas que le han sucedido a usted o conozca de primera mano.

La trama es imprescindible. Antes de empezar, idee una buena trama y no se aparte ya de ella.

Escriba siempre pensando en el lector. Cuanto más particular y concreto sea ese lector, tanto mejor.

Nunca escriba sobre algo que le ha sucedido a usted y evite a toda costa implicarse en lo que escribe.

No es necesario que escriba todos los días del año. Escriba únicamente cuando tenga ganas de hacerlo.

Si puede, lo mejor es escribir por encargo. Un escritor con oficio tiene que ser capaz de escribir sobre cualquier cosa. Piense en Chejov.

Se puede escribir perfectamente sin trama, la trama no es más que un adorno inútil.

La trama es el andamiaje de la obra. Sin ella no se puede llegar muy alto, pero una vez construida ésta, hay que retirarlo.

En realidad basta con una idea para empezar una novela. Uno puede escribir perfectamente: “George se despertó y supo que el día anterior había ocurrido algo terrible”, y ver qué ocurre a continuación.

Nunca relea lo que ha escrito el día anterior.

No se preocupe por el estilo. El estilo lo pone el lector.

Nunca empiece una novela sin saber antes sobre qué va a escribir.

Es una estupidez decir que los personajes de una novela actúan por su cuenta. Ni siquiera usted, que no es ningún personaje, actúa por su cuenta.

Se puede escribir en cualquier lugar. El ambiente es lo de menos cuando se tiene algo que decir.

Relea siempre lo que ha escrito el día anterior.

Nunca escriba pensando en el lector. Escriba como si nadie fuera a leer su obra. Cosa ésta por lo demás que puede llegar a sucederle perfectamente.

Busque un lugar propicio para escribir. No se puede escribir en cualquier parte.

La cocina es uno de los mejores sitios para escribir.

El silencio es indispensable para escribir.

No hay nada como el bullicio de un local público para escribir. Una cafetería, un bar, la sala de espera de una estación, cualquiera lugar es bueno para escribir.

Lo mejor es ponerse a escribir nada más levantarse. La mente está despejada, el cuerpo descansado. Las mejores ideas acuden siempre después de un sueño reparador.

Las mejores horas para escribir son las de la noche, cuando todo se ha sedimentado después del ajetreo del día. A partir de la madrugada por ejemplo las ideas empiezan a fluir por sí solas.

Nunca enseñe sus manuscritos a ningún colega ni amigo. Confíe exclusivamente en su instinto.

De a leer sus manuscritos a sus amigos y colegas. Nunca confíe exclusivamente en sí mismo.

No lea nunca las críticas de sus libros. Si son buenas harán que se relaje y sus próximos libros se resentirán. Si son malas corre el riesgo de tener una úlcera de estómago.

Lea siempre que pueda las críticas de sus libros. Si son buenas le darán confianza en sí mismo. Si son malas, no haga caso. Los críticos no se distinguen precisamente por ser buenos lectores.

Para escribir sólo son necesarias tres cosas: lápiz, papel, y tener algo que decir.

Todos estos consejos pertenecen a escritores contemporáneos consagrados y pueden leerse, junto con muchos otros parecidos, en la impagable antología de entrevistas de The Paris Review (El arte de la ficción, selección y prólogo de Ignacio Echevarría, tr. de Raquel Herrera, Barcelona: El Aleph, 2007). Habrá sin duda quien vea en ellos contradicciones flagrantes, incongruencias clamorosas y provocaciones más o menos ingeniosas de los entrevistados. Yo no lo creo. Creo que sus respuestas son sinceras. Más aún, creo que todas son verdaderas, no sólo por separado, sino, sobre todo, en su conjunto.


 

 

 

 

Antón Chéjov