El impulso poético

 
  Antonio Gutiérrez Vara

 


 

I

Paul de Man, en una lectura singular y sugerente de Jorge Luis Borges, sostiene que en el centro de los relatos del escritor argentino se encuentra siempre un acto de infamia. Un ejemplo de ello, lo encuentra en uno de sus primeros relatos, donde Hákim, un impostor religioso, oculta su rostro tras una máscara de oro. Para Paul de Man 

[...] la función simbólica de los actos infames se destaca aquí con toda claridad: al    principio, Hákim era un tintorero, es decir, alguien que presenta con vivos y hermosos colores lo que en origen era pardo y gris. En esto se asemeja al artista, por cuanto éste confiere cualidades de irresistible atractivo a cosas que no necesariamente las poseen.[1]

A partir del análisis de la infamia en los textos de Borges, el teórico belga afirma que la creación de la belleza comienza con un acto de duplicidad. El escritor engendra otro yo que es su reverso reflejado. En ese anti-yo, las virtudes y los vicios del original se distorsionan e invierten extrañamente[2]. Sin embargo, advierte que el ejercicio poético, aunque encuentra su origen en la duplicidad, no se agota en ella. El escritor presenta su doble, una forma inventada, como un simulacro de sí mismo, es decir, como poseedor de los atributos de la realidad de quien lo ha creado. Esta primera forma se reproduce en otra, dando como resultado una segunda forma reflejada que toma la seudorrealidad anterior como su propio punto de partida[3]. Así pues, en la duplicación sucesiva de formas reflejadas, como la tela de vivos y hermosos colores respecto a la tela sin teñir, parda y gris, se presenta estilísticamente superior a su anterior. El poeta, llevando al límite esta sucesión de imágenes reflejadas,  

[...]puede alcanzar el único éxito que importa: una imagen ordenada de la realidad que contiene en su conjunto todas las cosas, sutilmente transformadas y enriquecidas por el proceso imaginario que las engendró.[4]

El acto de duplicidad, así como todas sus formas reflejadas, responde, en tanto que nuestro universo real es estable pero caótico[5], al impulso poético, es decir, a la irrefrenable voluntad de ordenar un caos que, sentido de manera desagradable, se revela bajo el seductor brillo de lo doble, más tarde multiplicado. Borges, como veremos más adelante, expresa en sus versos que los ínfimos episodios retenidos en la memoria, el espejo espectral del tiempo humano, son los que nos salvan de un existir caótico, un existir sometido a hirientes pasiones. Ahora bien, este proceso, advierte Paul de Man, lleva consigo, por una parte, la disolución de

La sustancia espacial que, a modo de ligadura, impedía la disgregación de nuestro caótico universo. En lugar de una masa infinita de sustancia, tendremos un número finito de hechos aislados incapaces de establecer relaciones entre sí.[6]

y por otra, el fracaso. Por que

El impulso poético, con toda su perversa duplicidad, pertenece únicamente al hombre, es signo de su condición esencialmente humana. Pero Dios aparece en escena como poder de la realidad misma, bajo la forma de la muerte, que demuestra el fracaso de la poesía.[7]

Así pues, recuperando el ejemplo utilizado al abrir este ensayo, el aspecto de la realidad caótica, que no se deja someter al estilo, o lo que es lo mismo, a la continuación ordenada de formas que encuentran su origen en la anterior, es

[...] el mismo que tiene el rostro horrible de Hákim cuando a éste se le cae la brillante máscara que llevaba puesta y revela tras ella una cara corroída por la lepra.[8]

 II

Jorge Luis Borges, en su poema <Historia de la noche>, incluido en el libro de poemas que, publicado en 1977, lleva el mismo título, escribe

A lo largo de sus generaciones
los hombres erigieron la noche.
En el principio era ceguera y sueño
y espinas que laceran el pie desnudo
y temor de los lobos.
Nunca sabremos quien forjó la palabra
para el intervalo de sombra
que divide los dos crepúsculos.[9]

Un ejemplo poético del sucesivo reflejo de imágenes lo podemos encontrar en su poema <Inferno, V, 129>, incluido en el libro de poemas titulado La cifra y publicado en 1981

Dejan caer el libro, porque ya saben
que son las personas del libro.

Un libro, un sueño les revela
que son formas de un sueño que fue soñado

Otro libro hará que los hombres,
sueños también, los sueñen.[10]

Borges, siguiendo las enseñanzas de Heráclito, imagina un universo fluido y cambiante, y añade que, sobre este universo, cada episodio retenido en la memoria impone lo rígido[11], una parte mínima de la trama de lo que llamamos historia universal, sueños de sueños, reflejos de reflejos. Borges, sin embargo, llegado este punto se plantea

¿Hay un fin en la trama? Schopenhauer la creía tan insensata como las caras o los leones que vemos en la configuración de una nube. ¿Hay un fin de la trama? Ese fin no puede   ser ético, ya que la ética es una ilusión de los hombres, no de las inescrutables divinidades.[12]

 Así pues, el poeta, ante el propio ejercicio de la palabra, reconoce, finalmente, su condición humana y temporal, reconoce, por tanto, el fracaso de su poesía

Polvo también es la palabra escrita
por tu mano o el verbo pronunciado
por tu boca.  

No hay lástima en el Hado
 y la noche de Dios es infinita.
Tu materia es el tiempo, el incesante
tiempo. Eres cada solitario instante.[13] 

Sólo me queda la ceniza. Nada.
Absuelto de las máscaras que he sido,
seré en la muerte mi total olvido.[14]

Moriré y conmigo la suma
del intolerable universo...
Borraré la acumulación del pasado.
Haré polvo la historia, polvo al polvo.

Lego la nada a nadie.[15]

III

En la obra de Borges encontramos un juego de reflejos que limita con un dios indescifrable. Éste se encuentra antes y después de que el poeta se pronuncie o escriba, antes que entrelace palabras en un cuarto de una casa[16] y que den como resultado cosas dispares, meras figuraciones y facetas de una sola cosa infinita[17]. Encontramos, asimismo, la lucha de un hombre por ser alguien y que reconoce que

Somos el tiempo. Somos la famosa
parábola de Heráclito el Oscuro.
Somos el agua, no el diamante duro,
la que se pierde, no la que reposa.[18]

Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
No importa mi ventura o mi desventura.
Soy el poeta.[19]

Otra cosa no soy que esas imágenes
que baraja el azar y nombra el tedio.
Con ellas, aunque ciego y quebrantado,
he de labrar el verso incorruptible
y (es mi deber) salvarme.[20]

El impulso poético en Borges, aunque derivara, según sus propias palabras, en naderías, no cesó ni cuando se sintió cansado. Y aunque Borges creyera que todas las empresas del hombre son igualmente vanas[21], dejó escrito, poco antes de morir, que:

[...] sigo, sin embargo, escribiendo. ¿Qué otra suerte me queda, qué otra hermosa suerte me queda? La dicha de escribir no se mide por las virtudes o flaquezas de la escritura. Toda obra humana es deleznable, afirma Carlyle, pero su ejecución no lo es.[22]

Quizá del otro lado de la muerte
sabré si he sido una palabra o alguien.[23]

Sigue siendo necesaria. Jorge Luis Borges, insomne y solitario, perdido en la confusión del existir, encontró alivio en la biografía novelada, en el atractivo reflejo de sí mismo: una forma de ser en un mundo fluido y cambiante.

 

Barcelona, marzo de 2006

NOTAS
 

[i] Paul de Man, Escritos críticos (Madrid: Visor Dis., 1996), p. 217.

[2] Op. Cit., p. 217.

[3i] Op. Cit., p. 218.

[4] Op. Cit., p. 219.

[5] Op. Cit., p. 220.

[6] Op. Cit., p. 220.

[7] Op. Cit., p. 221.

[8] Op. Cit., p. 221.

[9] Jorge Luis Borges, <Historia de la noche>, en Historia de la noche.

[10] Jorge Luis Borges, <Inferno, V, 129>, en La cifra.

[11] Jorge Luis Borges, <Epílogo>, en Historia de la noche.

[12] Jorge Luis Borges, <1982>, en Los conjurados.

[13] Jorge Luis Borges, <No eres los otros>, en La moneda de hierro.

[14] Jorge Luis Borges, <Piedras y Chile>, en Los conjurados.

[15] Jorge Luis Borges, <El suicida>, en La rosa profunda.

[16] Jorge Luis Borges, <Yo>, en La rosa profunda.

[17] Jorge Luis Borges, <Inscripción>, en Historia de la noche.

[18] Jorge Luis Borges, <Son los ríos>, en Los conjurados.

[19] Jorge Luis Borges, <El cómplice>, en La cifra.

[20] Jorge Luis Borges, <El hacedor>, en La cifra.

[21] Jorge Luis Borges, <Los conjurados>, en Los conjurados.

[22] Jorge Luis Borges, <Prólogo>, en Los conjurados.

[23] Jorge Luis Borges, <Correr o ser>, en La cifra.

 

 

Paul de Man