ADENTRO

En un ensayo sobre la condición de ser extraño, W. G. Sebald –por cierto, él mismo un escritor sumamente extraño– se refiere al recelo con que era observado el infortunado Kaspar Hauser por parte de la sociedad que lo había acogido. Kaspar es aquella figura emblemática de la Ilustración alemana, el niño mudo que creció en medio del silencio y que de mayor hubo de educarse a sí mismo desde cero. Sebald cita a Nietzsche para recordar que tenemos tendencia a desconfiar de las criaturas animales porque permanecen en silencio (The Silence of Lambs). Nos parece que guardan un secreto; o si no, que se encuentran en un estado extático, que imaginamos paradisiaco.Y eso, observa Nietzsche –siempre tan perspicaz en este tipo de asuntos– “es duro de aceptar para el hombre. Así, bien puede ocurrir que el hombre le pregunte al animal: ‘¿Por qué me miras así en vez de contarme sobre tu felicidad?’ A lo que el animal piensa responder: ‘Porque inmediatamente me olvido de lo que quería decir’ – pero se le olvida la respuesta, y no dice nada.”

(Oh, qué frustración.)

Curiosear en la esfera oculta de las personas puede estar movido por su silencio o por sus inexplicables máscaras, o incluso por la falta de expresión de sus semblantes, que nos inquieta, como ese característico hieratismo que tienen los rostros orientales. ¿Por qué entonces insistimos en averiguar qué hay detrás? Seguramente porque presuponemos en ellos una vida interior, tan rica, variada y estimulante como la de fuera, y tan turbulenta como la nuestra. En esta presunción actuamos como cristianos, sin saberlo.

Entre los muchos pasajes dramáticos que contienen las Confesiones hay uno que narra la profunda impresión que causa a Agustín ver a su maestro Ambrosio leyendo en silencio: “Cuando leía, hacíalo pasando la vista por encima de las páginas, penetrando su alma en el sentido sin decir palabra ni mover la lengua”.

Algo se quiebra aquí en este momento único, algo se interrumpe. En el tránsito de la palabra dicha a la palabra interiorizada que opera Ambrosio se fija el corte entre el mundo perdido de los antiguos y el mundo insondable de nuestra consciencia dividida entre un afuera y un adentro, que ya nunca más podrá desandar el camino del cristianismo.

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