El roce en cuestión es el de un sujeto consigo mismo y no con los demás. Es la actitud típica del desesperado. Huye de su propia persona, de su fundamental carencia y se refugia en los demás, en sus vicios y desórdenes, ampliándolos y desfigurándolos. Cree actuar por un afán de perfección moral y termina siendo más mezquino que todos los mezquinos juntos. Lo trágico de este personaje es la fatalidad a la que se ve abocado. Los motivos para renegar y maldecir al prójimo no cesan, no pueden cesar, de la misma manera que el fuego no puede dejar de quemar, además de alumbrar o calentar. Por otro lado el aislamiento al que se somete hace aún más insufrible cualquier contacto, real o imaginario, con los otros.
Se podría escribir un nubarrón caracterizando al tipo contrario, es decir, un individuo que, ante la mezquindad ajena y cotidiana, no puede dejar de esbozar una sonrisa compasiva y encontrar alicientes para ser una persona más generosa y justa. Esto, aunque parezca extraño, está relacionado con la santidad. Y ya que estamos con Dostoievsky, quizá el personaje más cercano a este segundo tipo sea el stárets Zosima de Los hermanos Karamazov.