ESLÓGANES

Es una lástima que Roland Barthes ya no esté entre nosotros porque hubiera merecido la pena leer una de sus mitológicas en torno a las campañas de los partidos políticos en período electoral, verdaderos prodigios de la inventiva publicitaria al servicio de una pugna tan feroz como la que mantienen entre sí las empresas en su afán de adquirir una parte cada vez mayor del mercado. También los partidos tratan de conseguir un puñado más de votantes convertidos hoy, en gran medida, en consumidores tanto cuando acuden al supermercado o a la gran superficie a depositar su salario, como a la urna a depositar su voto. Las campañas electorales han dejado de ser la ocasión de exponer el programa electoral para convertirse en el momento de exhibir el talante o la imagen de los candidatos. Y así, pesan más los eslóganes que los panfletos, un género en franca decadencia en un mundo poblado de empleados eficaces y orgullosos de su condición, pero desprovistos del tiempo necesario para leer siquiera las principales intenciones de un partido, y donde es preciso depurar la labor de cuatro años en una frasecilla que destile la esencia del partido y de su política. Ello explica que en el periodo electoral, a falta de otras cosas, podamos encontrar joyas de la síntesis y la precisión poéticas como “Hechos, no palabras” o “Humanos, como tú”, por poner sólo dos ejemplos.

El primero de estos dos eslóganes  da a entender en primera instancia que la política no es una cuestión retórica o teórica sino práctica, basada en la acción. Viene a decir que no vamos a ser engañados o seducidos mediante palabras, sino persuadidos por la evidencia de los hechos. Aunque, de entrada, parece partir de la base de que hablar es engañar, lo cual es una idea un poco extraña en un político, pues la política es desde su origen la discusión entre iguales en torno a los asuntos relativos a la ciudad en la que conviven. Pero, por otra parte, el eslogan dice al mismo tiempo que no dispondremos de demasiadas explicaciones acerca de los hechos, lo cual resulta absurdo en período de campaña, cuando se trata precisamente de hablar, de exponer, de explicar qué piensa hacerse (además de permitirnos sospechar una forma de proceder un punto autoritaria). También el segundo eslogan, “Humanos, como tú”, tiene dos lecturas posibles. En una de ellas se nos indica que quienes gobiernan no son burócratas, gestores, distantes políticos profesionales sino tan sólo ciudadanos con vocación política, es decir, con un desarrollado y altruista amor por la consecución del bien común. Lo cual resulta, en efecto, tan seductor como la rousseauniana idea del buen salvaje. Pero en otra lectura puede querer decir algo menos amable, incluso opuesto al rousseaunismo: puede estar tan sólo insinuando que los errores cometidos por los políticos son inevitables porque son el producto deuna condición, la humana, que es corrupta por definición. Al decirnos “Humanos, como tú” tan sólo nos están advirtiendo de que hacemos mal en juzgar sus errores (su corrupción, su ciego afán de poder, sus abusos) pues, en su lugar, haríamos exactamente lo mismo.

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