K. DE KLAMM

Curioso es que en El Castillo de Kafka la figura que encarna el poder para K. sea un tal Klamm. El nombre es como un reflejo del breve e insignificante K. pero con entidad, engrandecido. Tal vez Klamm, un personaje al que nadie está seguro de haber visto, tan sólo sea una proyección de la fantasía de todos los insignificantes K. que pueblan la aldea al pie del castillo en que se supone que mora Klamm. Fantasía y deseo: Klamm es lo que a K. le gustaría ser “de mayor”, lo que imagina que sentiría si por un momento pudiera abandonar su deslucida condición de simple agrimensor asalariado. O mejor aún: Klamm es el superyó de K. Si K. imagina a Klamm despótico, desprovisto de alma y de sentimientos, implacable, indiferente al dolor de los K. que le rodean, es porque todas esas cualidades son las que le fascinan, las que le faltan para ser —según entiende desde su pequeñez y su miseria— alguien.

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