PUBLICIDAD

Se puede comer, celebrar, trabajar, escribir, hacer el amor, etc. como si se estuviese bajo la inspección de una cámara o expuesto a la mirada atenta de algún espectador. Los medios disponibles no tienen límite para quienes sepan valerse de ellos. Exhibicionismo absoluto y democrático, sin pauta o cortapisa alguna, que responde a la conciencia (o, mejor dicho, autoconciencia) de que el mundo es en realidad el mundo representado. Hay quien vive –literalmente– como si protagonizara un spot. Y, de hecho, algunos fenómenos vertiginosos y espontáneos, como la proliferación de los blogs, no parecen guiados por una inopinada necesidad de los individuos de permeabilizar la información o de comunicarse con quien sea y como sea, sino por el placer de hacer algo –no importa qué– con tal que sea público. Más aún, se trata de hacerlo publicitariamente. El éxito de YouTube radica aquí.

La pulsión contemporánea que lleva a convertir todo en público no responde a ningún altruísmo informativo ni es revolucionario. Ni siquiera es obsceno. Más bien parece que, lo mismo que la publicidad, es trivial e inofensivo; y, sobre todo, triste.

Lo extraño es que no haya salido un nuevo Baudelaire que oficie como cronista genuino de esta nueva forma de tristeza.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.