SOBRE ARTE

Puesto que hace ya muchísimo tiempo que las llamadas “obras de arte” son autorreferentes, la reflexión acerca del arte empieza a parecerse a una forma sofisticada de tontería. ¿Qué utilidad o sentido tiene para la razón reflexionar sobre objetos que, en sí y por sí, son resultado de una reflexión o, ellos mismos, reflexivos o reflexionantes? Fuera de su función institucional, ¿para qué sirve el oficio del “crítico de arte”? Probablemente para encubrir alguna intención inconfesable, tapadera de un mercader. Véase, si no, el caso de Diderot, que fue quien inventó el género. Sus Salones, publicados durante años en la Correspondance Littéraire, resumen su prodigiosa capacidad de observación y su característico entusiasmo de connoisseur, tanto como sirvieron para que sus amigos Grimm y Meister vendiesen cuadros al puñado de selectos suscriptores –tan nobles y ricos como ignorantes e ingenuos– de ese boletín.

Sin embargo, la cuestión sobre la diferencia de una obra de arte –en definitiva, la propia existencia de algo que consideramos “arte”– ese es un asunto de extraordinaria relevancia; no sé si teórica, pero sí ontológica. Una formidable cuestión.

Entiéndaseme bien: lo filosófico no es el punto de vista estético con que se suele describir el contacto con el arte, ni la propia definición de arte, que, como sabemos, es algo muy reciente y que, a fin de cuentas, ha demostrado ser irresoluble. Lo que preocupa a la filosofía, lo verdaderamente escandaloso, es que pueda concebirse algo como una “obra de arte”; es decir, que se haya señalado ese objeto absolutamente singular cuya diferencia, no obstante, sólo puede explicarla el objeto mismo. No es el arte –y sus derivados subsidiarios: la teoría, la crítica y la historia– lo que debería importarnos, sino la obra de arte misma; y, sobre todo, el que hayamos llegado a concebir la existencia de semejante objeto sin haber experimentado de él nada significativo o nada diferente de lo ordinario, descontadas las fantasías que escribía Diderot en sus Salones a propósito de lo que veía. Porque la obra de arte no enseña ninguna manera especial de sentir o de experimentar una parte del mundo, enseña una manera –muy extraña– de pensar.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.