EXPERIENCIA

Detesto la muy difundida (y pedante) costumbre de recurrir a palabras en alemán para decir lo que bien puede expresarse en español, pero no veo otra manera de apuntar el matiz que separa dos conceptos de experiencia. Los alemanes distinguen entre Erfahrung (experiencia de algo que pasa y de la que tenemos conciencia por una sensación) y Erlebnis (el modo en que alguien vive algo que le sucede; que puede o no ser sensacional pero que, desde luego, no es algo corriente). Es obvio que una Erfahrung puede ser (o no) Erlebnis y que no toda Erlebnis implica una sensación; y que la primera suele ser trivial o más pedestre mientras que la segunda tiene un aire como de “vivencia”…, horrible palabra española que, por su pomposa cursilería, tiene todos los visos de haber sido inventada por Ortega y Gasset.

O sea que si se pretende filosofar “a la alemana” cabe distinguir entre dos modalidades de la experiencia: la del mero acontecer fáctico (por ejemplo: “tengo hambre”; o “me duele el dedo gordo del pie”; o “me han robado la VISA”, etc.; y la del sentido que, como apuntan una y otra vez los filosofantes afrancesados, diferencia entre hecho y acontecimiento: la diferencia entre lo que pasa y lo que (nos) pasa, cuestión un tanto retórica acerca de la cual solía reflexionar –a mi juicio de forma quizá algo innecesariamente solemne– Miguel Morey. Las Erfahrungen son cotidianas, experiencias de estar por casa que refieren estados de cosas en el mundo. En cambio, las Erlebnisse son relevantes, siempre significativas, trascendentes e insoslayables. Típicas Erlebnisse son, por ejemplo, “descubrir” –emulando el espíritu de Leibniz– que hay algo y no más bien nada, o conocer el amor-pasión, la angustia de muerte o la soledad, o dar un buen día con la lectura de Wallace Stevens, circunstancias “experienciales” de las que se supone que uno no sale igual que entró.

Según comenta Pierre Hadot, (cfr. Wittgenstein y los límites del lenguaje. Valencia, 2007, p. 35) el joven Wittgenstein –el del Tractatus– echó mano de esta distinción para definir dos modos alternativos de renunciar a la filosofía: la vida (la serie de contingencias que componen otras tantas Erfahrungen, experiencias que se pueden describir y aquilatar) y la mística (limitada a una única y definitiva Erlebnis excluyente: la experiencia del silencio). Curiosamente, en esta oposición entre vida y mística que da Wittgenstein la una se coloca en las antípodas de la otra, pero ambas coinciden en dejarnos sin filosofía. En efecto, tal como formula el Tractatus, lo que un individuo más o menos espiritual vive –es decir, lo que ama, teme, anhela, duda, espera, etc.– no puede pensarlo como hecho del mundo; y en cambio, lo que sucede y es “hecho” porque acontece, o sea, lo fáctico, está determinado a aparecer como experiencia ajena, es decir, algo que “le pasa” al mundo y, por tanto, hay que tenerlo por muerto. Quizá aquí esté la razón por la que el análisis sea una filosofía muerta (o la muerte de la filosofía en manos de los metodólogos) y la mística no sea pensamiento en absoluto y, en cambio, a menudo derive peligrosamente hasta desembocar en la charlatanería New Age.

En cualquier caso, es significativo que un hombre tan inteligente como Wittgenstein concibiera de forma perversa dos característicos caminos sin salida para entender lo que es experiencia.

(Pero… ¿qué es experiencia?)

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