ORAL O ESCRITO

Siempre he pensado que quienes se levantan temprano y se acuestan antes de la medianoche son en todo punto superiores a los que trasnochan. Cuando se les objeta que trasnochar inevitablemente supone perder la mañana siguiente, los noctámbulos suelen aducir que se pierde la mañana, pero se gana una noche. Desde luego, el argumento es bastante estúpido, pero nunca he hallado una réplica eficaz para rebatirlo que, a su vez, no incurra en alguna forma de mojigatería.

Lo mismo me sucede cuando escucho que el trabajo de los ágrafos es equiparable (o incluso mejor o más auténtico) que el de los que expresan sus ideas por escrito. La excusa de que “Fulano es tan sagaz y tan brillante que no soporta sus propios escritos y no escribe porque lo suyo es la conversación o la cátedra, bla, bla”, no tiene nada de convincente, aunque no tengo razones para rechazarla.

Así era hasta hoy, en que he dado con el argumento decisivo.

En un comentario hecho a Bioy Casares en 1974, Borges observa que la gracia o la inteligencia puramente oral del ágrafo se nutre necesariamente de una circunstancia que comparte con otros mientras que el escritor está por fuerza solo, en un contexto que él mismo ha de inventarse con la única ayuda de su imaginación, su tradición cultural o su memoria. Está claro que la tarea del segundo es mucho más ardua y difícil, porque lo que en uno es oral, efímero y colectivo, en el otro es escrito, individual y definitivo.

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